Desde los comienzos, en el nacimiento de la Iglesia, entre los cristianos se hace frecuente entregarse totalmente al servicio del Señor: como sacerdotes, como diáconos, vírgenes… pero también existen hombres y mujeres que deciden vivir célibes (San Justino –filósofo-, San Sebastián –soldado romano-, Santa Inés, …) en medio del mundo, para dedicarse con másdisponibilidad al apostolado y a la atención de los demás, o para llevar la fe a otros lugares. También en el matrimonio vivían esa entrega total al apostolado, con la disponibilidad adecuada a su estado y condición (Aquila y Priscila, etc.).
Para las familias cristianas de los primeros siglos era un inmenso honor que el Señor llamara a alguno de sus miembros a su servicio. Cada familia procuraba ser un auténtico semillero de vocaciones de entrega a Dios.
Hoy, quizá más que en otras épocas, el Señor necesita mucha gente entregada y totalmente disponible para sacar adelante la Iglesia. ¿Vivimos momentos de “crisis de vocaciones”? Lo que en realidad faltan son respuestas valientes a las numerosas llamadas de Dios.
Procuremos seguir el ejemplo de los primeros cristianos que, con valentía, demostraron que vale la pena entregar la vida a Dios. Porque, además, Él siempre es mucho más generoso de lo que nosotros podamos ser.
Reproducimos los apartados principales de un capítulo del libro Orar con los Primeros Cristianos sobre el discernimiento de la propia vocación.