FILÓSOFO DE LA ESCUELA DE ALEJANDRÍA Y DOCTOR DE LA IGLESIA
Clemente se encuentra ante el desafío de exponer la Buena Nueva. Ha de tender puentes con su auditorio si quiere hacerse entender por todos. Necesita el don de lenguas.
Clemente de Alejandría llevaba nombre romano, Tito Flavio Clemente, pero nació en Atenas hacia el año 150. Sus padres le procuraron una cuidada educación en la religión pagana y en la filosofía griega. Ya adulto, descubrió el Evangelio y recibió el Bautismo, probablemente en su ciudad natal. Movido por el deseo de profundizar en la Verdad, buscó los mejores maestros, dentro y fuera de Grecia. Tendría poco más de treinta años cuando decidió trasladarse a Alejandría.
La ciudad fundada por Alejandro Magno, hacia el 331 antes de Cristo, se emplazaba en el delta del Nilo como una encrucijada de tradiciones. Era un punto de referencia clave para la cultura griega en el norte de África, y un centro intelectual importante para los hebreos: por ejemplo, en Alejandría se redactó la versión griega del Antiguo Testamento, la Biblia de los Setenta.
También era conocida por la escuela alejandrina, donde se intentaba conciliar la filosofía platónica con la Revelación y se utilizaba la interpretación alegórica de las Escrituras. Hacia el año 180, cuando Clemente llega a la metrópolis egipcia, el Evangelio ya había arraigado en gran parte de la sociedad. Cobraba prestigio la escuela cristiana fundada por Panteno, que asumía las características de la antigua escuela de origen hebreo. Clemente acude a sus clases y profundiza en la Palabra de Dios.
Años más tarde, sucede a su maestro en la dirección de la escuela, y comienza a dictar un curso abierto a todo tipo de gente.
Se trataba de un ciclo de conferencias que duraba dos años, en las que Clemente pone en juego su vasta formación sacra y profana.
El contenido de esas clases se puede deducir de sus obras: una de las más famosas, Stromata, está escrita como notas sueltas, que probablemente utilizaba en su labor pedagógica.
Esta etapa de su vida fue tan decisiva que su nombre pasó a la historia como Clemente de Alejandría.
"Clemente de Alejandría propició la segunda gran ocasión de diálogo entre el anuncio cristiano y la filosofía griega. Sabemos que San Pablo en el Areópago de Atenas, donde nació Clemente, hizo el primer intento de diálogo con la filosofía (...), pero le dijeron: otra vez te escucharemos. Ahora Clemente retoma este diálogo y lo ennoblece al máximo en la tradición filosófica" (Benedicto XVI, Audiencia general, 18-Abril-2007)
Clemente ha de exponer la fe cristiana a los intelectuales y a muchas otras personas que se acercan a escuchar sus enseñanzas. Afirma que la filosofía no es opuesta a la religión; más aún, abre cauce a la religio vera: «así como la Ley fue el pedagogo que llevó a los hebreos hasta Jesucristo, la filosofía prepara y abre el camino hacia Cristo».
Sorprende a su auditorio al afirmar que el Logos del que hablaban los antiguos coincide con una Persona, el Verbo Eterno hecho hombre: ése es el Dios a quien rezan los cristianos. Frente a la división que existía en todas las capas de la sociedad entre verdad y costumbres, Clemente subraya que el conocimiento de Jesucristo «se convierte para el alma en una realidad viva: no es sólo una teoría, es una fuerza de vida, una unión transformadora».
Es el Señor Jesús el que cambia las almas con su gracia. Pero además, el cristiano —que se sabe portador de Cristo— contribuye a mejorar la sociedad con su actuación: transforma el mundo siendo instrumento de Jesucristo entre los demás hombres.
El alejandrino utiliza imágenes en sus discursos. Gana la simpatía del gran público al narrar mitos que les resultan familiares, y subraya la fragilidad de los dioses para reconducir la atención hacia Jesucristo, el verdadero centro de sus relatos.
Les recuerda la fábula de Orfeo, el dios músico, y los invita a escuchar «el canto nuevo del Logos de Dios». Explica que el cristiano, al igual que el ciego Tiresias, debe abandonar Tebas —la ciudad idólatra— y ponerse en camino, apoyado en su bastón, que es la Cruz .
Compara al hombre que sufre la tribulación con la travesía de Ulises, cuando es tentado por el canto de las sirenas, y anima al cristiano a superar la contradicción: "amarrado al mástil (la Cruz) serás liberado de toda corrupción. El Verbo de Dios será tu piloto y el Espíritu Santo te hará arribar a las orillas del cielo".
También evoca imágenes de Homero cuando se refiere a pasajes bíblicos del Antiguo Testamento: al explicar el relato de la creación, alude a un canto de la Ilíada que describe al hombre como hechura de tierra y agua ; y a otro, en el que se habla del ser humano como theoeidés, que significa semejante a (un) dios. Clemente expone el sentido de esa palabra: el hombre es theoeides porque Dios le infunde un aliento de vida.
Al acabar el curso, muchos recibían el Bautismo. Pero no todos se decidían a convertirse. Los puntos de unión entre la filosofía griega y la Palabra de Dios, entre cultura helenística y Revelación eran un puente: quedaba en manos de cada uno cruzarlo o permanecer en la orilla, correspondiendo o rechazando la moción de la gracia.
Clemente deja claro que la vida cristiana supone una continua conversión; es un camino hacia Dios: "si alguien es consciente de ignorar, busca; si busca, tiene fe, espera: y entonces empieza a amar y se asimila al objeto de su amor, esmerándose por ser aquello que ya había empezado a amar"
Para algunos, emprender este sendero suponía renunciar a la idolatría, rectificar su error gnóstico, abandonar costumbres inmorales o afrontar con valentía las incomprensiones que acarreaba la decisión de seguir a Cristo.
"No es posible asemejarse a Dios y contemplarlo solamente con el conocimiento racional: para lograr este objetivo hay que vivir una vida según el Logos, una vida según la verdad. En consecuencia, las buenas obras tienen que acompañar al conocimiento intelectual, como la sombra sigue al cuerpo".
La actividad docente del alejandrino se ve interrumpida en el año 202, cuando el emperador romano Septimio Severo clausura las escuelas catequéticas y se desata una fuerte persecución en todo el imperio. Clemente se traslada a Capadocia, al norte de la actual Turquía, donde fallece probablemente en el 215.
Supo descubrir a sus contemporáneos que el camino de la felicidad se había abierto en el mundo griego; que realidades que ellos amaban habían cobrado sentido a la luz de Cristo "haciendo de toda nuestra vida a continua fiesta, persuadidos de que Dios está presente siempre y en todas partes, labramos la tierra cantando alabanzas a Dios, navegamos remando con himnos y en todo el resto de nuestra convivencia social nos comportamos con verdadera elegancia".
El cristiano "profundiza aún más en su intimidad con Dios, siendo a la vez digno y alegre en todo: digno, por el trato con la Divinidad; alegre, porque conoce los bienes humanos que Dios nos concede". Clemente de Alejandría construyó puentes entre cultura y fe, siendo él mismo un puente: entendía la cultura de su época y buscaba llevarla a Dios, poniendo al servicio de la Verdad todo su talento humano.
Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.