Carta a Joaquín Navarro-Valls

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No sé si esta carta te llegará, pero no por ello voy a dejar de escribírtela.

Querido Joaquín

Al enterarme de la muerte de Joaquín Navarro-Valls, el que fuera portavoz del Vaticano durante el pontificado del papa Juan Pablo II y Benedicto XVI, no puedo dejar de compartir con ustedes una conversación vía mail que, gracias a su generosidad y grandeza humana y profesional, se dignó a leer y a responderme. Y en la que muestra una chispa mínima de su grandeza humana y espiritual.

Querido Joaquín

No sé si esta carta te llegará, pero no por ello voy a dejar de escribírtela.

Sé que era una noticia anunciada desde la muerte de Juan Pablo II, pero hoy, al escucharlo en la radio no me lo quería creer.

Para muchos de nosotros, tú has sido el Portavoz, con mayúscula. “El que ha llevado la voz de…” Juan Pablo II y Benedicto XVI al mundo entero.

Hoy, más que nunca, – tras tu dimisión -, no tengo más que palabras de agradecimiento hacia tu persona y tu buen hacer profesional. Nadie como tú has sabido mantener con extraordinaria transparencia, seguridad y precisión, un dialogo libre y abierto de la Santa Sede y con la Santa Sede, llegando a “dar hasta que duele”, como decía la Madre Teresa.

Soy un pelma, ya lo sé, pero me siento en la obligación de darte las gracias por todo.

Recuerdo, como si fuera hoy, unas palabras que me atreví a mandarte con motivo de la muerte de Juan Pablo II, ¿recuerdas?

“Durante 20 años has sido testigo de las penas y alegrías de Juan Pablo II. Te he visto llorar y reír junto a Él, emocionarte con sus detalles hacia los enfermos y los presos, sufrir y dar consuelo al Cristo en la tierra en momentos de enfermedad, de incomprensión y de injusticias, como solo un buen hijo sabe hacerlo. Fuiste su voz en muchas ocasiones, abriste el corazón del Santo Padre a todos los que te escuchaban, pero supiste también, con la discreción que te caracteriza, guardar bajo llave conversaciones, inquietudes y preocupaciones del Santo Padre que nunca saldrán a la luz.

Sabía que eres médico y periodista, miembro del Opus Dei, jefe de prensa y portavoz de la Santa Sede, inteligente y con buena planta. Pero lo que no sabía, aunque no es difícil de imaginar, es que tenías una calidad humana y profesional difícil de superar, como has demostrado al mundo entero durante estos últimos días. Millones de personas esperaban tu comparecencia en las ruedas de prensa, escrutaban cada una de tus palabras, de tus gestos, de tus miradas. Debe haber sido difícil mantener una rueda de prensa con el corazón roto por el dolor y cumplir con tu trabajo profesional con eficacia al margen de los sentimientos. Pero con la emoción visible en tu rostro y la voz entrecortada, demostraste al mundo que eras el profesional más adecuado para este maravilloso trabajo. Maravilloso, no por ser portavoz, de esos hay miles, sino por serlo de la voz de Cristo y de su Iglesia.

Gracias a tu finura interior has sabido ser amigo leal, compañero fiel, aliado incondicional, colaborador incansable y servidor constante. En tu figura, inseparable a la de Juan Pablo II, jovial y abierta, he podido ver una relación delicada y tierna, llena de complicidad y de cariño filial. En tu trabajo con el Santo Padre, codo con codo, has demostrado una lealtad sincera y un amor autentico por la Iglesia, impensable, para muchos, en un laico con la responsabilidad de modernizar y adaptar la oficina de prensa de la Santa Sede a los nuevos tiempos, profesionalizando la relación del Vaticano con los medios de comunicación, tan importantes para el Papa, por su influencia en los nuevos tiempos que corren.

La calidad profesional de tu trabajo bien hecho es irrefutable y constituye un ejemplo para todos los que nos dedicamos a los medios de comunicación. Has jugado un papel importante como colaborador del Papa en el plano internacional, en la organización y planificación de los viajes papales con una discreción sin parangón y has creado escuela. Una escuela basada en la seguridad, la precisión y el convencimiento firme de lo que dices, sin tapujos; respetuoso con todos; cercano, pero a la vez; distante, sin familiaridades ni excesivas confianzas, pero disponible para todos con una sonrisa. En definitiva, has sido un ejemplo exquisito de saber estar y del buen hacer, difícil de olvidar”.

MUCHAS GRACIAS, JOAQUIN.

GRACIAS POR TU EJEMPLO DE DISCRECIÓN Y DE BUEN HACER.

GRACIAS POR ACERCARNOS LA FIGURA Y LAS ENSEÑANZAS DEL SANTO PADRE A TODO EL QUE LAS HA QUERIDO ESCUCHAR.

GRACIAS POR SER EN MUCHOS MOMENTOS UN “PROFESIONAL HEROICO" Y UN EJEMPLO PARA NOSOTROS

GRACIAS, MUCHAS GRACIAS, POR SER COMO ERES.

 

Querida Remedios:

Gracias por tu mensaje que, como ves, me llegó. Tus palabras me dejan confuso porque no tengo más conciencia de la de haber hecho algo que cualquier otra persona habría hecho igual o mejor que yo.

Creo, en el fondo, que en todo esto hay una confusión entre el mensaje y el mensajero. Lo que de verdad la gente agradece - y tú también - es el mensaje que Juan Pablo II y Benedicto XVI nos han dado. El mensajero no inventa nada y no le queda otro mérito que el de repetir lo que ha oído.

En todo caso, gracias de nuevo por tus palabras.

Cordialmente,

                                     Joaquín

 

 

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