Por este motivo, San Pedro fue enterrado en la "necrópolis" (ciudad de los muertos) de la Colina Vaticana, abierta a todos; del mismo modo, San Pablo fue sepultado en una necrópolis de la Vía Ostiense.
En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones, los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra.
Catacumbas de san Pancracio
Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe.
Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.
Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución. Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.
Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.
Descubrimientos de De Rossi
Cuando los bárbaros (Godos y Longobardos) invadieron Italia y bajaron a Roma, destruyeron sistemáticamente muchos de sus monumentos y saquearon muchos lugares, incluidas las catacumbas.
Impotentes frente a tales devastaciones, que se realizaron repetidamente, hacia la mitad del siglo VIII y el comienzo del IX los papas hicieron trasladar las reliquias de los mártires y de los santos a las iglesias de la ciudad, por razones de seguridad.
Una vez realizado el traslado de las reliquias, no se volvieron a visitar las catacumbas y se abandonaron totalmente, excepto las de San Sebastián, San Lorenzo y San Pancracio.
Con el tiempo, materiales de desprendimientos y la vegetación obstruyeron y escondieron las entradas de las demás, hasta el punto de que se perdió su rastro. Y durante toda la Edad Media se ignoró dónde se encontraban.
Sección geológica de las Catacumbas de San Calixto realizada por De Rossi
La exploración y el estudio científico de las catacumbas empezaron, siglos más tarde, con Antonio Bosio (1575-1629), llamado el "Colón de la Roma subterránea".
Y en el siglo pasado, Juan Bautista de Rossi (1822-1894), considerado el fundador y padre de la Arqueología Cristiana, realizó la exploración sistemática de las catacumbas, especialmente de las de San Calixto.
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Los datos sobre la presentación de Nuestra Señora en el Templo de Jerusalén se incorporaron a la tradición cristiana a través de los evangelios apócrifos, que a su vez deben apoyarse en un relato más antiguo. A partir del siglo V los Santos Padres hacen referencia a este acontecimiento, y después los teólogos, santos y oradores sagrados lo han comentado de muchas maneras.
El pueblo cristiano pronto hizo suya esta fiesta. En Oriente parece que se conmemoraba desde el siglo VI en algunos puntos de forma particular, hasta que en 1143 Miguel Comneno la declaró obligatoria para todo su imperio.
Lo más importante y lo que es necesario destacar en esta fiesta es la consagración de la Virgen al Señor desde su infancia. "Mis obras son para el Rey", dice el introito de la misa de este día. Todas las obras de Nuestra Señora fueron siempre para el Rey, puesto que sabemos que desde el primer instante de su concepción inmaculada estaba llena de gracia.
Y todos estos años de su vida, hasta el momento de su matrimonio con José, fueron una preparación, en la soledad y el recogimiento, para algo que Ella aún no sabía, pero que Dios tenía preparado desde toda la eternidad.
María amaba el silencio, como sabemos por el testimonio de San Lucas ("guardaba todas las cosas en su corazón") y durante este tiempo dispuso silenciosamente su alma para cumplir siempre la voluntad del Señor.
"María, se consagró a Dios, escribe F. William porque su vida en Dios despertaba en su alma un anhelo que se apoderaba de ella por completo: el de pertenecer a Dios de tal manera, que no quedase libre ni un átomo de su ser.
Este anhelo, que ya se prendió en su alma cuan do empezó a ser consciente, se fue desarrollando con más rapidez que ella misma. Como el murmurar de una fuente es siempre el mismo, y el mismo el silbido del viento, como el fuego lanza su llama sin cesar a las alturas, así los sentimientos y aspiraciones de María eran siempre los mismos y estaban dirigidos a Dios únicamente."
María se presentó ciertamente a Dios en su niñez, y ante su acatamiento puso su alma en la postura de humilde disponibilidad, que fue la característica constante de su vida, y que ella misma resumió en una frase cuyo contenido no se agotará jamás por mucho que se medite: "He aquí la esclava del Señor".
Por ser éste el sentido de la fiesta de la Presentación de Nuestra Señora, se considera especialmente dedicada a las almas consagradas a Dios en la vida religiosa, y muchas órdenes renuevan sus votos en este día.
Sin embargo, debe ser también la fiesta de todos los cristianos, porque ninguno, si quiere serlo de veras, podrá escaparse a la obligación de presentarse ante Dios humildemente y ponerse en sus manos para que Él disponga de su vida libremente.
La Presentación de Nuestra Señora es la fiesta de la entrega voluntaria a Dios, es la fiesta de los que aspiran de verdad a renunciar a su voluntad para hacer solamente la del Señor.
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En las paredes de toba de este intrincado sistema de galerías se excavaron filas de nichos rectangulares, llamados lóculos, de diferentes dimensiones, capaces de albergar un solo cadáver, aunque no era raro que contuviesen dos o más.
La sepultura de los primeros cristianos era muy sencilla y pobre. Siguiendo el ejemplo de la de Cristo, se envolvían los cadáveres en una sábana o lienzo, sin ataúd. Los lóculos se cerraban después con lápidas de mármol o, en la mayor parte de los casos, con piezas de barro cocido y se fijaban con argamasa.
Sobre la tapa se grababa a veces el nombre del difunto, con un símbolo cristiano o el deseo de paz en el cielo. Con frecuencia se ponían junto a las tumbas lámparas de aceite o redomas con perfumes.
Por su colocación en filas superpuestas, las tumbas daban la idea de un gran dormitorio, llamado cementerio, término de origen griego que significa "lugar de descanso". De este modo, los cristianos querían afirmar su fe en la resurrección de los cuerpos.
El arcosolio, una tumba típica de los siglos tercero y cuarto, es un nicho mucho más grande con un arco encima. La lápida de mármol se ponía horizontalmente. Generalmente el arcosolio servía de tumba a toda una familia.
El sarcófago es un sepulcro de piedra o de mármol, ordinariamente adornado con esculturas en relieve o con inscripciones.
La forma es una tumba excavada en el suelo de las criptas, de los cubículos o de las galerías. Numerosas formas se encuentran junto a las tumbas de los mártires.
Los cubículos (el término significa "cuartos de dormir") eran pequeñas piezas, verdaderas tumbas de familia, con capacidad para varios lóculos. El uso de una tumba de familia no era un privilegio reservado a los ricos. Los cubículos y los arcosolios estaban con frecuencia decorados con frescos que tomaban escenas bíblicas y reproducían los temas del Bautismo, la Eucaristía y la Resurrección, simbolizada con el ciclo de Jonás.
La cripta es una pieza más grande. En tiempos del papa San Dámaso, muchas tumbas de mártires se transformaron en criptas, es decir, en pequeñas iglesias subterráneas, embellecidas con pinturas, mosaicos y otros tipos de decoración.
Las catacumbas eran tarea exclusiva de una asociación especializada de trabajadores llamados "fossores" (excavadores).
Excavaban una galería tras otra a la débil luz de sus lámparas y para llevar la tierra a la superficie se servían de cestos o sacos que hacían pasar a través de los lucernarios, que se habían abierto en la bóveda del techo de las criptas, de los cubículos o a lo largo de las galerías.
Los lucernarios eran grandes pozos que llegaban hasta la superficie. Cuando concluía el trabajo de excavación, los lucernarios quedaban abiertos al aire y la luz como conductos de ventilación e iluminación.
Los antiguos cristianos no usaban el término de "catacumba". La palabra es de origen griego y significa "cavidad", "cuenca". Los Romanos llamaban así a una localidad de la Vía Appia, en la que se encontraban canteras para la extracción de los bloques de toba.
Allí cerca se excavaron las catacumbas de San Sebastián. En el siglo IX el término se extendió a todos los cementerios con el significado específico de cementerios subterráneos.
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Los paganos desconfiaban de los cristianos y se mantenían a distancia, sospechaban de ellos y los acusaban de los peores delitos. Los perseguían, los encarcelaban y los condenaban al destierro o a la muerte.
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Buen Pastor |
Como no podían profesar abiertamente su fe, los cristianos se valían de símbolos que pintaban en los muros de las catacumbas y, con mayor frecuencia, grababan en las lápidas de mármol que cerraban las tumbas.
Como a todos los antiguos, a los cristianos les agradaba mucho el simbolismo. Los símbolos expresaban visiblemente su fe.
El término "símbolo" se aplica a un signo concreto o a una figura que, de acuerdo con la intención del autor, evoca una idea o una realidad espiritual.
Los símbolos más importantes son el Buen Pastor, el "orante", el monograma de Cristo y el pez.
Con la oveja sobre los hombros representa a Cristo salvador y al alma que ha salvado. Este símbolo se encuentra con frecuencia en los frescos, en los relieves de los sarcófagos, en las estatuas, así como grabado sobre las tumbas.
Esta figura, representada con los brazos abiertos, es símbolo del alma que vive ya en la paz divina.
Está formado por dos letras del alfabeto griego: la X (ji) y la P (ro) superpuestas.
Son las dos primeras letras de la palabra griega "Christòs" (Jristós), es decir, Cristo. Este monograma, puesto en una tumba, indicaba que el difunto era cristiano.
En griego se dice "IXTHYS" (Ijzýs). Puestas en vertical, estas letras forman un acróstico: "Iesús Jristós, Zeú Yiós, Sotér" = Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.
Acróstico es una palabra griega que significa la primera letra de cada línea o párrafo. Es un símbolo muy difundido de Cristo, emblema y compendio de la fe cristiana.
IXTHYS
La paloma con el ramo de olivo en el pico es símbolo del alma en la paz divina.
El Alfa y la Omega son la primera y la última letra del alfabeto griego. Significan que Cristo es el principio y el fin de todas las cosas.
El ancla es el símbolo de la salvación, símbolo del alma que ha alcanzado felizmente el puerto de la eternidad.
El ave fénix, ave mítica de Arabia que, según creían los antiguos, renace de sus cenizas después de un determinado número de siglos, es el símbolo de la resurrección.
Los símbolos y los frescos son como un Evangelio en miniatura, una síntesis de la fe cristiana.
En Roma hay más de sesenta catacumbas, con cientos de kilómetros de galerías y decenas de miles de tumbas. También hay catacumbas en Chiusi, Bolsena, Nápoles, Sicilia oriental y Africa del Norte.
El sistema de excavación subterránea no lo inventaron los cristianos ni lo causaron las persecuciones. Las catacumbas eran simplemente cementerios colectivos cristianos, excavados en la profundidad de la tierra.
Los cristianos adoptaron la técnica de la excavación que ya existía y la desarrollaron en gran escala con una vasta red de galerías en niveles superpuestos. Esta fue la solución para los problemas del entierro para una gran comunidad con un número creciente de miembros.
El rápido y enorme desarrollo de algunas catacumbas se explica con el culto de los mártires que se sepultaban en ellas, porque muchos cristianos insistían en tener una tumba cerca de los venerados sepulcros, para asegurarse su protección.
Las catacumbas, por la importancia que encierran, reciben hoy la visita de miles de peregrinos de todas las partes del mundo.
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Primera imágen de la Virgen. Catacumba de Santa Priscila |
Por su precioso patrimonio de pinturas, inscripciones, esculturas, etc., son consideradas auténticos archivos de la Iglesia primitiva, que documentan los usos y costumbres, los ritos y la doctrina cristiana como se entendía, se enseñaba y se practicaba entonces.
Los primeros cristianos no sepultaron su fe y su vida bajo tierra, sino que vivieron la vida común del pueblo en la familia, en la sociedad, en todos los trabajos, empleos y profesiones.
Dieron testimonio de su fe en todas partes, pero fue en las catacumbas donde aquellos heroicos cristianos encontraron la fuerza y el apoyo para afrontar las pruebas y las persecuciones, mientras oraban al Señor e invocaban la intercesión de los mártires.
Los cristianos de los primeros tiempos dieron un maravilloso testimonio de Cristo, muchos de ellos hasta el derramamiento de la sangre, de modo que su martirio se convirtió en un distintivo glorioso de la Iglesia.
A pesar del hecho de que las catacumbas no son, después de todo, más que cementerios, hablan a la mente y al corazón de los que las visitan con un lenguaje silencioso y eficaz.
En las catacumbas todo habla de vida más que de muerte. Cada galería, cada símbolo o pintura que se encuentra, cada inscripción que se lee, hace revivir el pasado y ofrece un claro mensaje de fe y de testimonio cristiano.
Texto www.primeroscristianos.com
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"Estoy a punto de derramar mi sangre en sacrificio, y el momento de mi partida es inminente.
He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe.
Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida."
(2tm 2, 8-10)
En el Aventino vivían Aquila y Prisca -o Priscila-, un matrimonio de comerciantes que habían conocido al Apóstol en Corinto; otras personas que aparecen citadas eran de origen judío, griego o del Asia Menor: se habían desplazado a vivir en la capital del Imperio después de haber oído predicar el Evangelio a Pablo en sus lugares de procedencia.
El tono afectuoso de esos saludos refleja la fraternidad que existía entre los primeros fieles. Pese a la variedad de proveniencias y condiciones sociales -desde esclavos hasta miembros de la nobleza-, estaban muy unidos. Fueron familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo.
Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaba a quienes los conocían y los trataban.
Eso fueron las primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y de alegría, de la paz y de la alegría que Jesús nos ha traído.
En este clima de estrecha unidad, es lógico que la llegada de San Pablo a la Urbe causara entre los cristianos de Roma una explosión de alegría. Algunos le debían la fe, como hemos mencionado, y todos habían oído hablar del Apóstol y tendrían grandes deseos de conocerlo. Además, la maravillosa Carta que les había enviado en el año 57 o 58 constituía un notable motivo de gratitud.
Era natural, por tanto, que quisieran abreviar la espera saliendo a su encuentro por la Vía Apia. Unos lo alcanzaron en el Foro de Apio y otros en Tres Tabernas, a 69 y 53 kilómetros de Roma respectivamente. En los Hechos de los Apóstoles se comenta que al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimos.
Una vez llegado a Roma, a mediadosdel año 61, le fue permitido a Pablo vivir en una casa particular con un soldado que le custodiara. Los ciudadanos romanos tenían derecho a este tipo de prisión, llamada custodia militaris, a medio camino entre la custodia libera, o libertad vigilada, y la custodia publica, o detención penal.
El prisionero podía escoger una residencia, y el militar que lo vigilaba debía acompañarlo a todas horas y tenerlo atado con una cadena al salir a la calle. Según una antigua tradición, el Apóstol residió en una casa de alquiler junto a la gran curva que describe el Tíber a la altura de la Isla Tiberina.
Era una zona densamente habitada, en la que vivían numerosos judíos. Según han mostrado algunas excavaciones arqueológicas, muchos de ellos eran curtidores.
Donde se encontraba esa casa, se alza la iglesia de San Paolo alla Regola, la única dedicada al Apóstol dentro de los antiguos muros de Roma. Según se entra, a la derecha, puede leerse en un arquitrabe: Divi Pauli Apostoli Hospitium et Schola, Alojamiento y Escuela de San Pablo Apóstol.
En este lugar se ha encontrado un edificio de época imperial que, como otros de la zona, tenía adosado un amplio granero. Corresponde a la descripción de la casa de San Pablo que aparece en algunos documentos del siglo II; la presencia del espacioso granero explicaría cómo fue posible que, casi recién llegado a Roma, el Apóstol pudiera convocar en su alojamiento a un gran número de judíos que vivían en la Urbe para anunciarles el Reino de Dios.
El resultado de aquella larga reunión fue que algunos hebreos creyeron, pero San Pablo también encontró mucha resistencia al Evangelio. Por eso, concluyó que a partir de entonces se iba a dedicar a los gentiles, porque ellos sí escucharían el mensaje de salvación.
Durante dos años permaneció San Pablo en aquella casa, extendiendo el fuego de su fe y amor a Cristo en pleno corazón de la Roma imperial. Prisionero -o al menos sin libertad de movimientos-, sin embargo estaba convencido de que todas las cosas son para bien de los que aman a Dios, y por eso podía escribir a los filipenses:
"Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han ocurrido han servido para mayor difusión del Evangelio, de tal modo que, ante el pretorio y ante todos los demás, ha quedado patente que me encuentro encadenado por Cristo, y asila mayor parte de los hermanos en el Señor, alentados por mis cadenas, se han atrevido con más audacia a predicar sin miedo la palabra de Dios."
El libro de los Hechos de los Apóstoles termina relatando que Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado, y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente a Nuestro Señor Jesucristo.
Todo parece indicar que al cabo de ese periodo de tiempo -el máximo previsto por la ley romana para la custodia militaris-, San Pablo recobró su libertad y pudo dejar la Urbe para dirigirse a otros lugares. Al escribir a los romanos, años antes, ya había manifestado su intención de viajar a Hispania para predicar el Evangelio, y tal vez la puso por obra en el año 63 .
De lo que escribe en sus últimas cartas -a Timoteo y a Tito- se deduce que, entre el 63 y el 66 (o 67) d.C., San Pablo viajó por distintas ciudades de Grecia y de Asia Menor.
Entretanto, durante el verano del año 64 había comenzado la cruel persecución neroniana contra los cristianos de Roma, que luego se propagó a otras zonas del imperio. Posiblemente Pablo fue apresado en Tróade, ya que salió de esa ciudad sin llevar consigo ni siquiera su manto de viaje. Tras la detención, bajo la custodia de unos cuantos soldados, fue llevado de nuevo hasta Roma.
Este segundo cautiverio resultó mucho más riguroso que el anterior. Se trató de lo que el Derecho romano llamaba custodia publica, detención en la cárcel como un delincuente común. A Pablo -ya anciano y cansado- le pesa, en esta situación dura, verse alejado de sus más estrechos colaboradores.
Sólo Lucas -el médico fiel- permanece a su lado, y el Apóstol escribe a Timoteo para que venga cuanto antes a Roma. Algunos de sus discípulos le habían abandonado a la hora de la dificultad, y sobre todo le duele la deserción de Demas, que le dejó por amor a la vida mundana.
Privado completamente de libertad y con el corazón herido por esas infidelidades, Pablo padecía como sólo pueden hacerlo quienes saben amar sin medida. Al mismo tiempo, su confianza total en el Señor le llenaba de ánimo, y exclamaba:
Estoy sufriendo hasta verme en cadenas como un malhechor: ¡pero la palabra de Dios no está encadenada! Por eso, todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación, que está en Cristo Jesús, junto con la gloria eterna.
Los cristianos de Roma procuraron estar cerca del Apóstol, atendiéndole en la medida en que lo permitía la persecución. San Pablo envía saludos de su parte a Timoteo, destacando los nombres de Eúbulo, Pudente, Lino y Claudia.
En esos momentos, cuando escribe a su discípulo predilecto, el Apóstol ha acudido a la primera audiencia en el tribunal y ha logrado un aplazamiento de la causa. Sabe que cuenta con algunos meses de tiempo, y por eso insta a Timoteo para que se dé prisa en venir, antes del invierno.
Sin embargo, Pablo no tiene dudas sobre cuál será la sentencia final: Estoy apunto de derramar mi sangre en sacrificio, y el momento de mi partida es inminente. He peleado el noble combate, he alcanzado lameta, he guardado la fe.
Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida.
No sabemos si Timoteo llegó a tiempo para dar el último abrazo a quien él y toda su familia debían la fe. Pablo fue condenado a muerte y ejecutado diez días después de la sentencia, como establecía la ley. Por tratarse de un ciudadano romano, se le decapitó sin presencia de público y fuera de los muros de la ciudad.
El lugar del martirio de San Pablo se encuentra en lo que actualmente es el barrio del EUR, al sur de Roma. Los habitantes de la ciudad denominaban ese sitio ad aquas salvias, y allí existía un cementerio cristiano desde el siglo III, y una iglesia desde el IV o el V d.C.
En el siglo VII, el Papa Onorio I hizo construir junto a la iglesia un monasterio en el que vivían monjes provenientes de Cilicia -la tierra de San Pablo-, alabando continuamente al Señor en el lugar donde el Apóstol fue martirizado. En el siglo XI d.C. esa abadía pasó a los benedictinos, y en 1140 a los cistercienses, que la habitaron hasta que, en 1867, Pío IX la concedió a los trapenses.
En el transcurso de los siglos no han faltado visitantes ilustres a la Abadía de las Tres Fuentes: Carlomagno rezó en la antigua iglesia en la Navidad del año 800; San Bernardo, mientras celebraba la Misa un día del año 1138, tuvo la visión de una escala que llevaba hasta el Cielo; y San Felipe Neri acudió en 1550 para rezar y pedir consejo a su confesor -uno de los monjes- sobre si debía o no irse como misionero a las Indias.
El monje le dijo: No vayas, Felipe, tus Indias están en Roma, y estas palabras fueron refrendadas por un suceso sobrenatural.
El cuerpo de San Pablo fue enterrado en un cementerio que se encontraba en la vía Ostiense. Los cristianos enseguida adornaron su tumba con un trofeo, un modesto monumento similar al que se puso en la sepultura de San Pedro.
El presbítero Gayo habla, a finales del siglo II d.C., de los trofeos de los Apóstoles que fundaron la Iglesia deRoma, que se encuentran en el Vaticano y en la via Ostiense. Después del edicto del año 313, el emperador Constantino hizo construir una basílica para custodiar y venerar la tumba del Apóstol de las Gentes.
El templo era de dimensiones no muy grandes, y fue ampliado a finales del siglo III con la Basílica de los Tres Emperadores, llamada así porque la empezó Valentiniano II, prosiguió los trabajos Teodosio y la terminó Arcadio. El corazón de esta segunda basílica, como sucedía en la primera, era la tumba de San Pablo. En los dos casos, el altar estaba justo encima del sepulcro.
La basílica actual fue edificada en el siglo XIX d.C., después de que un incendio destruyera la anterior en 1823. Durante las obras de reconstrucción, se desenterró la zona de la tumba y dos arquitectos hicieron algunos dibujos de su disposición.
Aparte de lo que mostraban esos bocetos, más bien imprecisos, poco más se sabía de la sepultura, hasta que el pasado mes de diciembre (del año 2006) se ha hecho público el hallazgo de un sarcófago de mármol, situado en la Confessio de la basílica y del que se piensa que es aquel en el que se depositaron los sagrados restos de San Pablo.
Su hechura modesta contrasta con el acabado mucho más artístico de otros sarcófagos que se encontraron a su alrededor a mediados del XIX: la diferencia de calidad puede deberse a que, sabiendo que contenía los restos del Apóstol, los emperadores prefirieron dejarlo como estaba y no sustituirlo por otro más rico.
El 14 de diciembre de 2006, pocos días después de haberse anunciado el hallazgo de este sarcófago, estuvo rezando en la basílica el arzobispo ortodoxo de Atenas y de toda la Grecia.
Ese mismo día había visitado al Papa en el Vaticano. Intercambiaron regalos que manifestaban el anhelo de alcanzar la unidad: una representación de Nuestra Señora como Panaghia -toda santa- y un icono con la imagen clásica del abrazo entre San Pedro y San Pablo.
Ha sido la primera vez en la historia que un Primado de Grecia acude a visitar oficialmente al Papa. Sin duda, esta noticia alentadora nos habrá impulsado a rezar con fuerza por la unidad de los cristianos en este mes de enero, durante el octavario que precede a la fiesta de la Conversión de San Pablo.
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Los cristianos adoptaron la técnica de la excavación que ya existía y la desarrollaron en gran escala con una vasta red de galerías en niveles superpuestos. Esta fue la solución para los problemas del entierro para una gran comunidad con un número creciente de miembros.
El rápido y enorme desarrollo de algunas catacumbas se explica con el culto de los mártires que se sepultaban en ellas, porque muchos cristianos insistían en tener una tumba cerca de los venerados sepulcros, para asegurarse su protección.
Interior de la Catacumba de Santa Domitila
Las catacumbas, por la importancia que encierran, reciben hoy la visita de miles de peregrinos de todas las partes del mundo. Por su precioso patrimonio de pinturas, inscripciones, esculturas, etc., son consideradas auténticos archivos de la Iglesia primitiva, que documentan los usos y costumbres, los ritos y la doctrina cristiana como se entendía, se enseñaba y se practicaba entonces.
Los primeros cristianos no sepultaron su fe y su vida bajo tierra, sino que vivieron la vida común del pueblo en la familia, en la sociedad, en todos los trabajos, empleos y profesiones.
Primera imágen de la Virgen María. Catacumba de Santa Priscila
Dieron testimonio de su fe en todas partes, pero fue en las catacumbas donde aquellos heroicos cristianos encontraron la fuerza y el apoyo para afrontar las pruebas y las persecuciones, mientras oraban al Señor e invocaban la intercesión de los mártires.
Los cristianos de los primeros tiempos dieron un maravilloso testimonio de Cristo, muchos de ellos hasta el derramamiento de la sangre, de modo que su martirio se convirtió en un distintivo glorioso de la Iglesia.
A pesar del hecho de que las catacumbas no son, después de todo, más que cementerios, hablan a la mente y al corazón de los que las visitan con un lenguaje silencioso y eficaz.
En las catacumbas todo habla de vida más que de muerte.
Cada galería, cada símbolo o pintura que se encuentra, cada inscripción que se lee, hace revivir el pasado y ofrece un claro mensaje de fe y de testimonio cristiano.
"Las catacumbas hablan de la solidaridad que unía a los hermanos en la fe: las ofrendas de cada uno permitían la sepultura de todos los difuntos, incluso de los más indigentes, que no podían afrontar el gasto de la compra o la preparación de la tumba.
Esta caridad colectiva representó una de las características fundamentales de las comunidades cristianas de los primeros siglos y una defensa contra la tentación de volver a las antiguas formas religiosas”.
(JUAN PABLO II, “Las catacumbas cristianas constituyen una perenne escuela de fe, esperanza y caridad”)
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EL VATICANO
BREVE HISTORIA DE LA BASÍLICA
San Pedro fue martirizado durante la persecución contra los cristianos decretada por Nerón tras el incendio de Roma, en el año 64. El Príncipe de los Apóstoles había llegado a la Urbe algunos años antes, siguiendo el mandato del Señor que recoge el Evangelio de Marcos: id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea, se condenará.
Él había sido el primero en confesar la divinidad del Señor, había acompañado al Señor durante los tres años de su vida pública y había recibido del Maestro las llaves del Reino de los Cielos: era la cabeza de la Iglesia, y su presencia en la capital del Imperio convertía a esta ciudad en el centro y el corazón de la naciente expansión cristiana.
Después de una vida al servicio de la Iglesia, cuando empezó la persecución, Pedro comprendió que había llegado el momento de seguir a Cristo hasta identificarse totalmente con Él. No tardó en ser apresado y ajusticiado en una cruz: cabeza abajo, porque en su humildad juzgó que no era digno de morir del mismo modo que Nuestro Señor.
Circo Vaticano según un grabado de Carlo Fontana, 1694
Es muy probable que el lugar desu martirio fueran los hortinerones, unas tierras que el emperador poseía en los alrededores de la antigua Roma, junto a la colina Vaticana.
Allí Calígula había comenzado a edificar un circo privado, cuya construcción prosiguió Claudio y que fue finalmente terminado en tiempos de Nerón. Quizás la ejecución de Pedro ocurrió durante uno de los espectáculos que se celebraban en ese lugar.
A veces Nerón abría las puertas de su estadio a los ciudadanos de Roma, y él mismo corría en su carro vestido de auriga ante el pueblo que lo aclamaba. De la dinámica de aquellos festejos durante la persecución a los cristianos nos ha dejado un buen testimonio el historiador pagano Tácito:
«Los que morían eran tratados con escarnio. Cubiertos de pieles de animales, eran degollados por perros; o eran suspendidos en cruces; o, incluso, cuando ya se ponía el sol, se los quemaba vivos para iluminar la oscuridad de la noche».
Los cristianos recogieron el cuerpo sin vida de Pedro y lo enterraron junto a la ladera de la colina Vaticana, muy cerca del estadio de Nerón, aunque ya fuera de las propiedades del emperador. La tumba era de humilde tierra, pero desde el primer momento se convirtió en meta de frecuentes visitas de los cristianos romanos.
Antiguas tradiciones afirman que el primer Papa se alojaba en el Esquilino, en la casa del Senador Pudente, que fue una de las primeras domus ecclesiae en la Urbe y sobre la que después se edificó la basílica de Santa Pudenciana.
También debió de ser frecuente la presencia de Pedro en la casa de Aquila y Priscila -el matrimonio colaborador de San Pablo, del que el Apóstol de las Gentes habla varias veces en sus cartas-, que se encontraba en el Aventino, donde hoy se alza la pequeña iglesia de Santa Prisca.
Muchas peticiones alzarían los primeros cristianos ante la tumba de San Pedro. Resultaba natural que esta veneración se tradujese, también materialmente, en un progresivo enriquecimiento de la tumba de Pedro. Es seguro que al menos desde el siglo II, ya se había edificado un modesto monumento funerario sobre la primitiva tumba de tierra.
Por otro lado, no olvidaban los cristianos las palabras que el Señor dirigió a Simón, dándole un nuevo nombre mientras le indicaba la nueva misión que debería llevar a cabo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Según la tradición, el altar de la basílica constantiniana se había construido en el siglo IV sobre el antiguo monumento funerario de Pedro; y exactamente encima, englobando y protegiendo los precedentes, se habían situado los sucesivos altares de Gregorio Magno y de Calixto II, en los siglos VI y XII, respectivamente.
Por último, cuando Clemente VIII mandó construir en 1594 el actual altar de la Confesión, se dispuso cubriendo de nuevo los anteriores.
Durante muchos siglos, movidos por la fe y por su confianza en esta tradición, los peregrinos que llegaban a Roma de todas partes han venerado la memoria del Príncipe de los Apóstoles en su Basílica, convencidos de que allí se encuentra su tumba.
El muro de los grafitti. Debajo, el interior del lóculo.
Esas excavaciones no hicieron sino confirmar, punto por punto, los datos que había transmitido la tradición: se descubrió el circo de Nerón, una necrópolis con enterramientos paganos y cristianos en buen estado de conservación, y sobre todo se encontró el humilde monumento de la tumba de Pedro, que correspondía a las antiquísimas descripciones literarias de ese edículo y que, en efecto, se hallaba justo debajo de los sucesivos altares de la Basílica.
También se comprobó que, rodeando esa tumba, había otras muchas excavadas apretadamente, para que estuviesen lo más cerca posible a la central; y fue enormemente revelador el estudio de los grafitti -o inscripciones- en las paredes, pues indicaban de modo evidente que aquél era un lugar de culto cristiano y contenían numerosas aclamaciones a Pedro.
Fragmento de muro en el que se aprecia la inscripción PETROS ENI.
Una de esas inscripciones había sido grabada junto a un pequeño lóculo, o apertura en el muro. Ese nicho contenía los restos de un varón anciano, deconstitución robusta, y en algún momento habían sido envueltos en una tela color púrpura y oro. La inscripción sobre el lóculo, en griego, decía: PETROS ENI, es decir,“Pedro está aquí”.
La Iglesia de Cristo es romana, porque la Providencia divina dispuso que en Roma estuviese la sede de Pedro, fuente de unidad y garantía de la transmisión del depósito de la fe revelada.
Para un cristiano, que goza de la luz de la fe, Roma no es sólo una ciudad de gran interés artístico o histórico, sino mucho más: es su Casa, una vuelta a sus orígenes, el escenario de una maravillosa historia -la del Amor infinito de Dios que quiere llegar a la humanidad entera- que será siempre actual y que nos interpela, cuando todos los hijos de la Iglesia tenemos por delante el reto de la nueva evangelización.
Desde hace varios años los arqueólogos buscan el lugar exacto de Betsaida, el hogar de Pedro, Andrés y Felipe; y donde siglos después se construyó la Iglesia de los Apóstoles, como se menciona en las crónicas del obispo Willibald, quien visitó el área en una peregrinación en el año 724.
Según señala el diario Haaretz, durante las excavaciones realizadas por el equipo de arqueólogos a cargo de Steven Notley del Nyack College y Mordechai Aviam del Kinneret Academic College of the Galilee se encontraron pisos de mosaicos e inscripciones que datan de finales del siglo V o principios del VI.
Estas construcciones pertenecen a un edificio del período bizantino que era usado como casa de culto, la cual fue destruida por un terremoto en el año 749 d.c. y luego se construyó un nuevo edificio sobre la estructura original.
“Todos los lugares pequeños sagrados para el cristianismo y no superconocidos, como llegaron a ser Jerusalén o Nazaret, se perdieron después de la conquista musulmana”, señaló Aviam.
Los arqueólogos israelíes han hallado en Al-Araj los mosaicos de una iglesia bizantina que, por sus inscripciones, parece importante. Sin embargo, los restos estaban tapiados, lo cual abre ahora el misterio de por qué habrían erigido muros a su alrededor
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— Tierra Santa (@RevistaTS) October 25, 2021
Junto a Notley, el arqueólogo trabaja entre Beit Habek y Galilea desde el 2016 y entre sus primeros hallazgos están teselas doradas y mosaicos, principales distintivos del ornamento bizantino en la arquitectura de las iglesias.
Posteriormente, luego de cuatro años de trabajo, anunciaron en 2019 el descubrimiento de una gran basílica de unos 27 metros que estaba rodeada por un muro de aproximadamente un metro de altura.
Luego de una ardua investigación, recientemente hallaron nuevos restos, entre ellos mosaicos y dos inscripciones incompletas en un gran ábside, la parte de la iglesia que acoge el altar.
Archaeologists claim to have found the Church of the Apostles by Sea of Galilee: A bishop trekking around the lake in 725 saw and described the Church of the Apostles — exactly where this one has been found, archaeologists say https://t.co/xvsMv0O6Y3 Haaretz pic.twitter.com/Kr7r7TXFa0
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“Mientras que la inscripción más pequeña menciona el nombre de un diácono y el plan de construcción, la inscripción más grande es un medio medallón y habla del obispo y de la reconstrucción del edificio”, señaló Aviam.
Los arqueólogos todavía no han definido la fecha exacta de la construcción de las ruinas halladas, pero esperan que las próximas excavaciones ayuden a encontrar más información sobre esta construcción.
Estas no son las únicas ruinas que se han asociado a Betsaida. En 2020, el arqueólogo Rami Arav, profesor del Departamento de Filosofía y Religión y del Departamento de Historia de la Universidad de Nebraska (Estados Unidos) aseguró haber encontrado la localización exacta de esta ciudad.
Las investigaciones de Arav apuntan a que Betsaida estaría situada a un kilómetro y medio del Mar de Galilea, en Cisjordania, concretamente el yacimiento de Et-Tell.
Este yacimiento ha sido estudiado durante 32 años. En este el equipo del profesor Arav descubrió varias fortificaciones monumentales, almacenamiento de alimentos y una puerta de la ciudad en el sitio arqueológico que se remontan, según precisan, a la Edad de Hierro y que pertenecen a la capital de Geshur, que posteriormente se convertiría en Betsaida.
Mosaicos de la Iglesia Apóstoles - Betsaida
Aunque actualmente Et-Tell no está cerca del Mar de Galilea, y en la Biblia se describe Betsaida como un lugar accesible en barco. Para Arav esto podría deberse a los movimientos tectónicos y al cambio en los niveles de agua que han provocado un alejamiento, ya que “el mar de Galilea está en medio de la grieta siroafricana y es propenso a los cambios tectónicos”.
Además, el equipo de Arav descubrió en el yacimiento utensilios de pesca.
Arqueólogos descubren la Iglesia de los Apóstoles en Betsaida - Cerca del mar de Galilea
Parentalia, se llamaba la celebración dedicada a los muertos en la Antigua Roma. Se tenía del 13 al 21 de febrero.
Estas fiestas se realizaban en las domus (casa, hogar). De hecho, los romanos estaban muy ligados al culto de los Lares, es decir, divinidades vinculadas al culto doméstico.
En el atrio de sus casas se colocaba un edículo o pequeño altar de mampostería, que solían adornar con flores.
La Parentalia terminaba el 21 de febrero con la Feralia, y esta fiesta si era de carácter más bien público que doméstico.
Como recuerda Ovidio en el segundo libro de los Fastos, el término Feralia estaba relacionado etimológicamente con la costumbre de “llevar” (en latín: fero) regalos a los muertos.
En la Feralia los ciudadanos romanos llevaban ofrendas a las tumbas de sus antepasados fallecidos que consistían en: una vasija de barro, guirnaldas de flores, espigas de trigo, una pizca de sal, pan empapado en vino y violetas disueltas.
Ovidio narra que una vez que los romanos se negaron a celebrar la Feralia porque estaban involucrados en una guerra, los espíritus de los muertos habían salido de las tumbas, gritando y vagando por las calles enojados. Después de este incidente, se prescribieron ceremonias restaurativas y las horribles manifestaciones cesaron por error.
El día de la Feralia, justamente como la palabra lo dice es “feriado”. En ese día los templos permanecían cerrados, los magistrados no llevaban toga y no se celebraban bodas.
Quizás más tarde tomaron de estas usanzas los Primeros Cristianos, con los “Refrigerium”, el “banquete” dedicado al difunto. Con el propósito de la familia de recordar a la persona desaparecida que, en la creencia común, estaba presente en el mismo banquete.
Quizá sea importante compartir esta tradición de la Antigua Roma y ver que no se diferencian mucho de las tradiciones de nuestros días. Ahí tenemos los famosos altares dedicados a los muertos en México o el feriado que muchos países tienen el 2 de noviembre para que puedan visitar a sus familiares difuntos.
Fue una figura clave en el esplendor que alcanzó en los años siguientes la iglesia hispano-visigoda. Murió el año 600 o 601.
Leandro vio la luz en una familia de abolengo greco romano. En Cartagena de la Andalucía española. Y por los años de 535 a 540. Hermano de tres santos —San Isidoro, su sucesor en la silla Hispalense; San Fulgencio, obispo de Ecija, y Santa Florentina, virgen— santo también fue él, con su festividad litúrgica el 27 de febrero.
La carrera de su santidad se reduce a los siguientes tramos: abrazó en buena hora la vida monástica. Y su condición de monje le abrió las puertas para ejercer una preponderante influencia en la Península, sobre todo por lo que respecta al porvenir religioso de España.
La Providencia enredó así las cosas: sus padres emigraron de Cartagena a Sevilla. Nombrado obispo metropolitano de aquella ciudad, creó una escuela —ya se había dedicado a la enseñanza cuando monje— destinada a propagar la fe ortodoxa y que sirviera, a la vez, de estímulo para el estudio de todas las artes y de todas las ciencias conocidas.
El mismo llevó muy entre manos los quehaceres escolares. Entre los alumnos de esta escuela se contaron los dos hijos del rey Leovigildo, Hermenegildo Y Recaredo. El ascendiente de todo buen maestro sobre el discípulo supo aprovecharlo San Leandro para mantener en la fe católica al primogénito del rey, con magnífico ejemplo y harto provecho para los católicos españoles.
Hermenegildo, atraído a las lides de la fe nicena por el trato de San Leandro y los consejos de su buena esposa Ingunde, supo despreciar la herejía arriana. Leovigildo asentó la capital del reino visigodo en Toledo y asoció a su hijo en el reino, asignándole la Bética, con residencia en Sevilla. La persecución arriana —y con ella la guerra civil— estalló bien pronto contra el catolicismo.
Leovigildo, en sus aires de grandeza y unificador, estimó la herejía arriana como vínculo de unión y grandeza. Todo fue llevado a sangre y fuego; la violencia de la prisión o del exilio se servirá en bandeja a los recalcitrantes. A Leandro se le obligará a abandonar su iglesia metropolitana y la patria madre.
Pero antes del destierro, cuando Leovigildo, desnaturalizado padre, asediaba al joven rey, su hijo Hermenegildo, que resistía en Sevilla la impugnación de la herejía arriana, Leandro marchó a Constantinopla a implorar socorro del emperador bizantino.
En Bizancio conoció el monje obispo a otro monje —a la sazón apocrisario del papa Pelagio II en aquellas tierras— destinado a la suprema magistratura de la Iglesia: Gregorio, el magistrado romano y monje, con el que trabó una íntima amistad que unirá sus vidas en criterio y afecto hasta el fin y que Leandro sabrá explotar para el bien de España.
Gregorio el Grande escribirá las Morales (exposición del libro de Job), que tanta repercusión tendrán en la ascética moral del medievo, animado por Leandro. La correspondencia gregoriana que se nos ha conservado demuestra la fuerte y perenne amistad de estos dos santos (Cf. Epíst. 1,41; 5,49; 9,121).
Elevado a la Cátedra de Pedro, Gregorio se apresura a enviar a su amigo Leandro el palio arzobispal, con unas letras que revelan la alta estima que tenía de su virtud:
"Os envío el palio que debe servir para las misas solemnes. Al mismo tiempo debería prescribiros las normas de vivir santamente; pero mis palabras se ven reducidas al silencio por vuestras virtuosas acciones". Es tradición que el Papa donó al arzobispo de Sevilla una venerada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Leandro regresó de Constantinopla cuando amainaba la persecución suscitada por Leovigildo. Vio el final de este rey y los buenos consejos que dio a su hijo Recaredo, sin duda influenciado por el príncipe mártir.
Una nueva era amaneció para España cuando Recaredo se sentó en el trono. Leandro pudo volver a su diócesis sevillana y el nuevo rey, vencidos los francos, convocó el histórico III Concilio de Toledo, en el año de gracia de 589.
Recaredo abjura la herejía arriana: hace profesión de fe, enteramente conforme con el símbolo niceno; declara que el pueblo visigodo —unido de godos y suevos— se unifique en la fe verdadera y manda que todos sus súbditos sean instruidos en la ortodoxia de la fe católica. El alma de aquel concilio era Leandro.
Y ésta es su mayor gloria. En medio de aquellas intrigas visigóticas, supo intrigar santamente en la corte real, con el exuberante fruto de la conversión de su rey. Al santo obispo de Sevilla se le debe, corno causa oculta pero eficiente, la conversión en masa del reino visigodo y la iniciación del desarrollo en España de una vida religiosa muy activa que se traslucirá en la institución de parroquias rurales y en la fundación de no pocos monasterios.
La Iglesia española alcanzó, en los celebérrimos concilios de Toledo —iniciados prácticamente en este tercero— una importancia de primerísimo orden. La legislación visigótica, desde entonces, fue totalmente impregnada de cristianismo. Esta es la obra de San Leandro. Con razón podía gloriarse y exteriorizar su gozo en la clausura del concilio con estas palabras:
"La novedad misma de la presente fiesta indica que es la más solemne de todas... Nueva es la conversión de tantas gentes, y si en las demás festividades que la Iglesia celebra nos regocijamos por los bienes ya adquiridos, aquí, por el tesoro inestimable que acabamos de recoger.
Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia: los que antes nos atribulaban con su rudeza, ahora nos consuelan con su fe. Ocasión de nuestro gozo actual fue la calamidad pasada. Gemíamos cuando nos oprimían y afrentaban; pero aquellos gemidos lograron que los que antes eran peso para nuestros hombros se hayan trocado por su conversión en corona nuestra...
Alégrate y regocíjate, Iglesia de Dios; alégrate y levántate formando un solo cuerpo con Cristo; vístete de fortaleza, llénate de júbilo, porque tus tristezas se han convertido en gozo, y en paños de alegría tus hábitos de dolor. He aquí que, olvidada de tu esterilidad y pobreza, en un solo parto engendraste pueblos innumerables para tu Cristo.
Tú no predicas sino la unión de las naciones, no aspiras sino a la unidad de los pueblos y no siembras más que los bienes de la paz y de la caridad.
Alégrate, pues, en el Señor, porque no has sido defraudada en tus deseos, puesto que aquellos que concebiste, después de tanto tiempo de gemidos y oración continua, ahora, pasado el hielo del invierno y la dureza del frío y la austeridad de la nieve, repentinamente los has dado a luz en gozo, como fruto delicioso de los campos, como flores alegres de primavera y risueños sarmientos de vides".
Poco después de este acontecimiento, de los más grandes en la historia del cristianismo español —la conversión de los visigodos fue real y sincera—, fue elevado al Pontificado en 590, Gregorio el Magno. El Papa y amigo felicitó efusivamente a Leandro.
El metropolitano de Sevilla consagró el resto de su vida a edificar a su pueblo con la práctica de la virtud —luz que ilumina— y el trabajo de sus escritos —sal que condimenta—.
Entre sus obras escritas —todas perdidas, a excepción de algunos fragmentos de su discurso en el III Concilio de Toledo y la que ahora indicamos— se destaca por el encanto y doctrina evangélica que contiene la carta que dirigió a su hermana Florentina.
Es un bello tratadito sobre el desprecio del mundo y la entrega a Dios de las vírgenes consagradas. Influyó sobremanera en la posteridad para el género de vida monástico femenino. Comúnmente se llama a esta carta la regla de San Leandro.
Los últimos años de su vida, retirado de la política, fueron fecundos en obras santas, dignas del mejor obispo: penitencias, ayunos, estudio de las Sagradas Escrituras, obligaciones pastorales. Afligido por la enfermedad de la gota —la misma enfermedad que sufría por entonces su amigo Gregorio el Magno— supo recibirla como un favor del cielo y como una gracia muy grande para expiar sus faltas,
Moría probablemente el mismo año que Recaredo, en 601, dejando fama de verdadero hombre de estado y de obispo digno del apelativo de su amigo, grande.
JUAN MANUEL SANCHEZ GÓMEZ