FUE DESTRUIDO POR YIHADISTAS DURANTE LA RECIENTE GUERRA
El antiguo Monasterio de Mar Elian, ubicado a las afueras de la ciudad siria de Quaryatayn y que en 2015 fue destruido y profanado por terroristas yihadistas, pronto podría volver a ser un lugar de oración y paz para los cristianos sirios. Se espera que ello anime al regreso de dichos cristianos, ya que solo quedan veintiséis en la región.
Así lo anunció con gran alegría en estos días de Navidad el padre Jacques Mourad, monje de la comunidad de Deir Mar Musa que fue secuestrado en Mar Elian el 21 de mayo de 2015 por un comando del autodenominado Estado Islámico. Fue su rehén durante meses, primero en aislamiento y luego junto a más de 150 cristianos de Qaryatayn, también tomados secuestrados en los territorios ocupados por los terroristas del califato.
En un mensaje recogido por la Agencia Fides, el padre Jacques explica que la reconstrucción de Mar Elian será posible gracias a un acuerdo entre la archieparquía sirio-católica de Homs, Hama y Nabk y la comunidad monástica de Deir Mar Musa, fundada por el padre Paolo Dall'Oglio, el jesuita romano cuyas huellas se perdieron el 29 de julio de 2013 mientras se encontraba en Raqqa, en ese momento la capital siria de Daesh.
En su mensaje, el padre Mourad pide a todos que recen para que en este momento los feligreses de Qaryatayn puedan discernir «la voluntad de Dios para el futuro de esta importante zona geográfica de Siria, nuestro país».
El plan para renacimiento de Mar Elian, ideado por el monje de Deir Mar Musa, contempla inicialmente la replantación de viñedos y olivares en los terrenos alrededor del monasterio, junto con la reconstrucción de los muros circundantes y las puertas de acceso. Después es necesario incentivar el regreso a Qaryatayn de los cristianos que allí vivieron y que se vieron obligados a huir durante la guerra, mediante la reconstrucción de sus hogares y la mejora de cultivos y de las actividades que propiciaban su independencia económica antes del conflicto. Si esta primera fase avanza, se procederá a la reconstrucción delmonasterio destruído en el año 2015 y de la iglesia parroquialy se retomarán también los trabajos de recuperación arqueológica alrededor del sepulcro del Santo, «que no serán fáciles tras la destrucción padecida».
La noticia del proyecto de reactivación del monasterio de Qaryatayn la comparte el padre Jacques confiando en que despertará alegría y consuelo dado el vínculo espiritual entre ese monasterio y la vocación de la comunidad monástica de Deir Mar Musa.
Sólo quedan 26 cristianos
Actualmente, unos 10.000 musulmanes viven en la zona de Qaryatayn, mientras que los cristianos solo son 26. Experiencias similares, como las de aquellos cristianos que han regresado a las aldeas iraquíes de la llanura de Nínive, animan a «seguir sus pasos» y no rendirse a los procesos que están extinguiendo la presencia de las comunidades cristianas originales en los países de Oriente Medio.
En los años anteriores al conflicto, el antiguo Santuario de Mar Elian, que data del siglo V, vivía en estrecha relación con la comunidad monástica de Deir Mar Musa y había experimentado una época de florecimiento gozando de la simpatía de la población musulmana predominante bajo la dirección del padre Jacques Mourad, que entonces ejercía allí el cargo de Prior.
Somo se ha indicado, en febrero de 2015, el padre Jacques fue secuestrado por los yihadistas, quienes tomaron el control de toda la zona el agosto siguiente. Desde los primeros días de la ocupación yihadista, la tumba de Mar Elian fue brutalmente profanada para borrar lo que representaba el corazón del complejo monástico.
Pero las reliquias de Mar Elian no se perdieron. Los huesos del santo fueron encontrados, recogidos y trasladados a Homs en abril de 2016, tras el fin de la ocupación yihadista. Ya entonces, el padre Jacques Mourad confió a la Agencia Fides cuál era su esperanza:
«Sabemos que el antiguo santuario fue arrasado, que el sitio arqueológico fue devastado y que la nueva iglesia y el monasterio fueron incendiados y parcialmente bombardeados. Cuando, en el futuro, volvamos a trabajar en Mar Elian, también volveremos a poner las reliquias del Santo en su lugar. La vida de la gracia volverá a florecer en torno a la memoria de los santos. Y será un gran signo de bendición para toda nuestra Iglesia».
Dios no quiere que le demos porcentajes, sino nuestro corazón, nuestro ser
Pero hay algo más que forma parte de la imagen de la Navidad: los regalos. Algunas obras de teatro popular navideño ilustran ricamente cómo los pastores piensan cuál podría ser el obsequio que pueden llevar al Niño, y toman las diferentes alternativas posibles de la misma vida cotidiana de los hombres de nuestra tierra.
Un himno litúrgico de la Iglesia oriental se dedica al mismo tema pero le da mayor profundidad. Dice el himno:
«¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo, que por nosotros has nacido hombre en esta tierra?
Cada una de las criaturas, obra tuya, te trae en realidad el testimonio de su gratitud: los ángeles, su amor; el cielo, la estrella; los sabios, sus dones; los pastores, su asombro; la tierra, la gruta; el desierto, el pesebre. Pero nosotros, los hombres, te traemos una Madre Virgen». (Stikharion de la Navidad)
María es el regalo de los hombres a Cristo. Pero eso significa al mismo tiempo que el Señor no quiere de los hombres «algo», sino al hombre mismo. Dios no quiere que le demos porcentajes, sino nuestro corazón, nuestro ser.
Él quiere nuestra fe y, a partir de la fe, la vida; después, de la vida; después, de la vida, aquellos dones de los que se hablará en el juicio final: alimento y vestidos para los pobres, compasión y amor compartido, la palabra de consuelo y la compañía para los perseguidos, los encarcelados, los abandonados y los perdidos.
“¿Qué hemos de traerte?
¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo? Seguramente te traemos demasiado poco cuando sólo intercambiamos entre nosotros regalos caros que ya no son expresión de nosotros mismos y de nuestra gratitud –sentimiento que habitualmente dejamos sin expresar–.
Intentemos llevarle por regalo la fe, llevarnos a nosotros mismos, y aunque más no fuera en esta forma: ¡Creo, Señor, ayuda mi incredulidad! Y no olvidemos ese día a los muchos en quienes el Señor sufre sobre la tierra.”
El verdadero sentido de los regalos
“Dios, por nosotros, se ha hecho don. Se ha regalado a sí mismo. Se toma tiempo para nosotros”. “¡Entre tantos regalos que compramos y recibimos no nos olvidemos del verdadero regalo: de entregarnos mutuamente algo de nosotros mismos! De donarnos mutuamente nuestro tiempo. De abrir nuestro tiempo para Dios. Así se disuelve la agitación. Así nace la alegría, Así surge la fiesta”.
“Cuando por Navidad hagas regalos, no regalos algo sólo a aquellos que, a su vez, te hacen regalos, sino que regala a aquellos que no reciben de nadie y que no pueden darte nada a cambio. Así ha actuado Dios mismo”.
Benedicto XVI hizo luego una referencia eucarística al señalar que para los Padres de la Iglesia, el pesebre de los animales en Belén “se ha convertido en el símbolo del altar, en el cuál yace el Pan que es Cristo mismo: el verdadero alimento para nuestros corazones”. “Y vemos una vez más, cómo Él se ha hecho pequeño: en la humilde apariencia de la hostia, de un pedacito de pan, Él se entrega a sí mismo”.
“Oremos para que así, la luz que vieron los pastores también nos ilumine a nosotros y que se cumpla aquello que los ángeles cantaron aquella noche: ‘Gloria a Dios en lo alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres que Él ama’”.
"Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno". Lucas 2, 21
Belén era una ciudad pequeña. En tiempo de Nuestro Señor no llegaría a los dos mil habitantes. Y aunque hubiera aumentado por aquellos días la población con motivo del empadronamiento, no pasaría inadvertido aquel joven matrimonio que había tenido su primer hijo en las afueras del pueblo. Tampoco olvidemos que Belénera la cuna del Mesías esperado y que las esperanzas mesiánicas estaban muy vivas en todas partes, pero especialmente allí, donde había de surgir.
José buscó enseguida un lugar más confortable para Jesús y para su Madre. Ocho días más tarde, cuando tuvo lugar el pequeño festejo que acompañaba a la circuncisión, aquella Familia de recién llegados no se encontrarían del todo solos. Por su parte, también ellos tendrían algo que ofrecer dentro de su pobreza y de estar lejos de su residencia habitual. Quizá los mismos presentes que habían llevado los pastores servirían para este pequeño agasajo.
La circuncisión constituía un acontecimiento importante en la vida del niño judío, pues por esta ceremonia los varones entraban a formar parte del pueblo elegido. Su origen no era exclusivamente hebreo, pero sólo el pueblo judío le dio sentido religioso. Esta ceremonia era la señal visible del pacto que Dios hizo con Abrahán y con sus descendientes. Según el núcleo fundamental de este pacto, Yahvé sería el Dios de Abrahán y de su descendencia.
Los profetas repiten esta idea muchas veces mirando a sus tiempos y a la época mesiánica: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. El incircunciso quedaba excluido del pacto y, por tanto, del pueblo de Dios, excomulgado. Uno de los mayores insultos para un judío era ser llamado «incircunciso».
Por el contrario, el esclavo podía participar incluso de la cena pascual si estaba circuncidado. Pero ya el profeta Jeremías proclama que la circuncisión material no basta si en el adulto no va acompañada de la búsqueda de Dios y de la fidelidad interior, lo que llama la circuncisión del corazón [21]. Insta a la conversión interior para ser verdaderos hijos de Abrahán. La circuncisión en tiempos de nuestro Señor es considerada, junto al sábado, como el soporte esencial del judaísmo.
Todo nos revela la importancia de esta ceremonia en el pueblo hebreo. Era tan central este rito que tenía primacía sobre el descanso sabático, y sólo podía ser diferido por razones de gran peso. Con esta luz se puede comprender mejor la polémica originada en los comienzos del cristianismo cuando los apóstoles declaraban que no era necesario circuncidarse para pertenecer al nuevo Pueblo de Israel, la Iglesia.
San Pablo explica que la circuncisión, después de la venida de Cristo, ya no es nada, como tampoco la incircuncisión; ya no hay circunciso ni incircunciso [22]. Una sola cosa cuenta: Cristo, que en el Bautismo imprime en el neófito una señal indeleble y misteriosa que le configura con Él mismo [23].
En virtud de este precepto de la Ley judía, Jesús fue circuncidado al octavo día [24]. María y José cumplieron puntualmente con esta obligación, como las demás familias israelitas [25].
La ceremonia tenía lugar en la casa donde vivía el niño con sus padres, y el ministro de la circuncisión era una especie de practicante o cirujano, hábil en su oficio, habitualmente encargado de verificarla. Se requerían testigos y un padrino, y se procedía de acuerdo con un determinado rito en el que el padre tenía una breve intervención.
Con esta sencilla ceremonia, Jesús entró de modo oficial a formar parte del pueblo judío. San Pablo mencionará este hecho [26] como principio de la consagración y sacrificio de Cristo, fuente de bendiciones para todos los que habían de unirse a su Cuerpo por la fe y el bautismo [27].
LE PUSIERON POR NOMBRE JESÚS
La circuncisión llevaba consigo otro acto muy importante en el pueblo judío: la imposición del nombre, que en el caso de Nuestro Señor fue fijado por Dios mismo a través del ángel: le pondrás por nombre Jesús, le había dicho a José.
Con el nombre no sólo se designaba a una persona; se quería indicar además algo propio y exclusivo de ella, expresaba su misma naturaleza, su misión o sus cualidades más características [28]. Con el nombre queda señalado lo que de él se deseaba o se esperaba [29].
Jesús significa Salvador. Con Él llegó la salvación al mundo entero: Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos [30]. Para los judíos el nombre que está sobre todo nombre es el nombre de Dios (Yahvé), al que la Ley mosaica obligaba a tener un respeto extraordinario [31].
Cuando se lee en el Génesis que Adán dio nombre a todos los animales, lo que hizo en realidad fue expresar lo que cada uno era y manifestar su dominio sobre los vivientes. Pero cuando el nombre viene impuesto por Dios, entonces tiene una profunda relación con lo que en su más honda realidad es aquel hombre a quien se le impone, con lo más esencial, con lo que constituye la raíz de su ser.
Podemos fijarnos, por ejemplo, en Abrahán: fue Abrán hasta que Dios le mudó el nombre al confirmar su alianza con él: He aquí mi pacto contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos, y ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque yo te haré padre de una muchedumbre de pueblos [32].
O en el caso del último de los hijos de Jacob, Benjamín (hijo de la dicha, nombre dado por Jacob), antes Benomi (hijo de mi dolor, nombre que le dio su madre, Raquel). Así, el nombre de Jesús, al significar salvador, indicaba lo que Jesús es. Existe en este caso una profunda y especial unidad entre la persona y su misión. Su nombre es santo y tiene una virtud que no se ha concedido a ningún otro [33].
Terminada la circuncisión del Niño, María y José le llamaron por su nombre, Jesús. Así le nombrarían sus amigos y conocidos de Nazaret: Jesús, el hijo de María, Jesús Maestro... Jesús, Hijo de David [34]...
15 películas sobre "Cuento de Navidad", de Dickens
Cuento de Navidad (A Christmas Carol) es probablemente el relato navideño más famoso de la historia. Escrito por Charles Dickens en diciembre de 1843, cuenta la historia de Scrooge, un hombre avaro y egoísta que experimenta una profunda transformación tras la visita de tres fantasmas (pasado, presente y futuro) en Nochebuena.
La novela corta consiguió un éxito inmediato y el aplauso de la crítica; a ello contribuyó el perfecto retrato de su personaje y la sincera hermosura de su mensaje. Llegó, además, en el momento oportuno: en una época en que surgió una gran nostalgia por las viejas tradiciones navideñas unida a nuevas costumbres como los árboles de Navidad o las tarjetas de felicitación.
De ese precioso relato se han hecho varias versiones cinematográficas.
Éstas son las 15 más importantes:
La primera data de 1901: “Scrooge, or Marley’s ghost”, realizada por Walter R. Booth. Dura sólo 5 minutos, pero resume lo más conocido del relato. Su principal novedad radica en que, para suprimir personajes, es el propio Marley, el difunto socio de Scrooge, quien hace ver al anciano su pasado, su presente y su futuro.
En 1910 se estrena “A Christmas Carol”. Es la versión muda más popular, una producción norteamericana con buenos efectos especiales, que cuenta todo el argumento en tan solo 17 minutos. De hecho, es sorprendentemente muy dinámica. Marc McDermott, uno de los mejores actores del Estudio de Edison, interpreta el papel de Scrooge. Y lo hace bastante bien.
En 1928 se filmó la primera película hablada, realizada por Hugh Croise. Hoy apenas conocida. En 1935, Henry Edwards haría su “Scrooge”, con el actor Seymour Hicks en el papel del avaro (tanto anciano como joven, lo cual resulta llamativo a sus sesenta y tantos años). Fue notorio su atrevimiento al mostrar muerto al Pequeño Tim en las Navidades Futuras, algo que solo se trata de forma elíptica en la mayoría de las versiones. Aquí ofrezco la película completa.
En 1938, la Metro-Goldwyn-Mayer rodó “A Christmas Carol” (1938), realizada por Edwin L. Marin. La versión clásica por excelencia: llena de sentimiento, muy melodramática, en un cuidadoso blanco y negro. Reginald Owen dio vida al Scrooge de toda la vida, aquel en el que se han inspirado todos sus sucesores.
En 1947, tenemos la primera versión hecha en España: “Leyenda de Navidad”, de Manuel Tamayo. En 1951 Brian Desmond Hurst dirige "Scrooge", otra versión clásica, muy popular y repleta de estrellas británicas que recitan con deje teatral los diálogos de Dickens. Alastair Sim da vida al avaro, justificando su conducta miserable por la influencia de un mentor miserable. Es la versión que retrata de forma más amable la figura de Scrooge.
De 1970 es el musical “Muchas gracias, Mr. Scrooge”, de Ronald Neame. Con Albert Finney como Scrooge y Alec Guinness como su difunto socio Marley. Es una de las versiones más populares en el mundo anglosajón, y dejó deslizar, sobre todo gracias a las interpretaciones, cierto humor sardónico en el relato de Dickens. Podéis ver aquí la película completa en castellano.
En 1983 la Disney rueda la versión en dibujos animados: “Una Navidad con Mickey”. Estaba claro que el Tío Gilito (llamándose Scrooge en su encarnación original), tenía que tener su correspondiente adaptación del cuento. Aquí el humor vence al sentimiento, aunque no falta la enseñanza moral que esta fábula encierra.
En 1984 hay una nueva producción británica: "A Christmas Carol", un telefilme con George C. Scott en el papel de Scrooge y un amplio elenco de actores ingleses. Tuvo numerosos premios, y el propio Scott fue nominado al mejor actor en los premios Emmy. Aquí os dejo la película completa, con audio en español latino.
En 1988 se estrena “Los fantasmas atacan al jefe”, una adaptación en clave de comedia, con protagonismo absoluto de Bill Murray, dirección de Richard Donner y manifiesta intención de aprovechar el éxito de Los Cazafantasmas. A pesar de lo descarado del proyecto, la película fue un éxito, lo que demuestra el carismo y la atemporalidad de Cuento de Navidad.
En 1992: “Los Teleñecos en Cuento de Navidad”. Junto a los famosos teleñecos, tres actores dan al cuento un aire relamente nuevo: Michael Caine como Scrooge, y Statler y Waldorf como “Marley duplicado” que llegan para atormentar a su antiguo socio. Cameos de todos los Muppets en esta película que reactivó la franquicia de los teleñecos durante los noventa.
En 1999 se produjo un nuevo filme: "A Christmas Carol", dirigido por David Hugh Jones y protagonizado por Patrick Stewart, Richard E. Grant y Joel Grey. Y en 2005 Arthur Allan Seidelman dirigió "A Christmas Carol: The Musical", en el que actuó Kelsey Grammer como Scrooge.
Finalmente, en 2009 se estrena "Cuento de Navidad", la versión animada de Robert Zemeckis, que es también autor también del guión. Esta producción de la Disney muestra la vigencia del cuento, sus valores universales y su fondo cristiano. Nos habla del tiempo limitado de que disponemos los seres humanos en este mundo, y de la necesidad de aprovecharlo para hacer el bien y ocuparse de los demás.
Los actores, que han sido filmados con sensores para luego trabajar las imágenes en la animación fotorrealista, están muy bien, de modo especial Jim Carrey, que no sólo compone un Scrooge contenido en sus diversas edades, sino que pone voz a otros personajes como los fantasmas de las navidades. Aquí tenéis el tráiler.
Existen algunas versiones más, pero éstas son las más importantes. En todo caso, una cosa está clara: el cuento de Dickens ha dado mucho –y seguirá dándolo– en el argumentario del Séptimo Arte.
¿Qué sabemos de la Estrella de los Magos de Oriente?
La estrella de Oriente se menciona en el evangelio de San Mateo. Unos magos preguntan en Jerusalén: “Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle” (Mt 2,2).
Los dos capítulos iniciales de los evangelios de San Mateo y San Lucas narran algunas escenas de la infancia de Jesús, por lo que se suelen denominar “evangelios de la infancia”. La estrella aparece en el “evangelio de la infancia” San Mateo.
Los evangelios de la infancia tienen un carácter ligeramente distinto al resto del evangelio. Por eso están llenos de evocaciones a textos del Antiguo Testamento que hacen los gestos enormemente significativos.
En este sentido, su historicidad no se puede examinar de la misma manera que la del resto de los episodios evangélicos. Dentro de los evangelios de la infancia, hay diferencias: el de San Lucas es el primer capítulo del evangelio, pero en San Mateo es como un resumen de los contenidos del texto entero.
El pasaje de los Magos(Mt 2,1-12) muestra que unos gentiles, que no pertenecen al pueblo de Israel: descubren la revelación de Dios a través de su estudio y sus conocimientos humanos (las estrellas), pero no llegan a la plenitud de la verdad más que a través de las Escrituras de Israel.
En tiempos de la composición del evangelio era relativamente normal la creencia de que el nacimiento de alguien importante o algún acontecimiento relevante se anunciaba con un prodigio en el firmamento. De esa creencia participaban el mundo pagano (cfr Suetonio, Vida de los Césares, Augusto, 94; Cicerón, De Divinatione 1,23,47; etc.) y el judío (Flavio Josefo, La Guerra de los Judíos, 5,3,310-312; 6,3,289). Además, el libro de los Números (caps. 22-24) recogía un oráculo en el que se decía: “De Jacob viene una estrella, en Israel se ha levantado un cetro” (Nm 24,17). Este pasaje se interpretaba como un oráculo de salvación, sobre el Mesías. En estas condiciones, ofrecen el contexto adecuado para entender el signo de la estrella.
¿Qué pudo ser la Estrella?
La exégesis moderna se ha preguntado qué fenómeno natural pudo ocurrir en el firmamento que fuera interpretado por los hombres de aquel tiempo como extraordinario. Las hipótesis que se han dado son sobre todo tres:
1) ya Kepler (s. XVII) habló de una estrella nueva, una supernova: se trata de una estrella muy distante en la que tiene lugar una explosión de modo que, durante unas semanas, tiene más luz y es perceptible desde la tierra
2) un cometa, pues los cometas siguen un recorrido regular, pero elíptico, alrededor del sol: en la parte más distante de su órbita no son perceptibles desde la tierra, pero si están cercanos pueden verse durante un tiempo. También esta descripción coincide con lo que se señala en el relato de Mateo, pero la aparición de los cometas conocidos que se ven desde la tierra no encaja en las fechas con la estrella
3) Una conjunción planetaria de Júpiter y Saturno. También Kepler llamó la atención sobre este fenómeno periódico, que, si no estamos equivocados en los cálculos, pudo muy bien darse en los años 6/7 antes de nuestra era, es decir, en los que la investigación muestra que nació Jesús.
Bibliografía: A. Puig, Jesús. Una biografía, Destino, Barcelona 2005; S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la infancia. IV, BAC, Madrid 1990; J. Danielou, Los evangelios de la infancia, Herder, Barcelona 1969
La Navidad de los primeros cristianos
Relatos de la infancia de Jesús en los Evangelios de Lucas y Mateo
La Navidad para los cristianos es el momento que asociamos a compartir con la familia y las amistades en un ambiente festivo el nacimiento de nuestro Salvador, Jesús.
Pero, hace 2000 años, las primeras comunidades cristianas no tenían nada de eso, e incluso, “según los historiadores, la Navidad no se celebró hasta varios siglos después. Fue la Pascua la gran fiesta original del cristianismo”.
Fue dentro de estas primeras comunidades cristianas donde se empezó a transmitir oralmente relatos de la infancia de Jesús, recogidos solamente en dos secciones del Nuevo Testamento, en Mateo y Lucas y sin mucho detalle. Se cree que la comunidad de Lucas estaba localizada en lo que hoy es Siria, y se escribió a finales del primer siglo, en los años 80.
Las comunidades que produjeron estos Evangelios estaban interesadas en el significado de lo que Dios ha hecho por la humanidad a través de Jesús. “Es impresionante porque su contenido habla de lo que ha transformado tanto el mundo: Jesús hoy es la persona de más influencia de la historia”, y actualmente hay 2.500 millones de cristianos, y casi 2.000 millones de musulmanes que lo consideran como profeta; casi la mitad de la humanidad tiene alguna conexión con Jesús.
Estrella de plata de 14 puntas que marca el lugar en el que nació Jesús, dentro de la Iglesia de la Natividad, en Belén.
RELATOS DE LA INFANCIA DE JESÚS
Los relatos sobre la infancia de Jesúsque se narran en Lucas y Mateo nos hacen sentir cierta nostalgia y buenos sentimientos, pero las primeras comunidades no las oyeron de esa manera. “Estas eran comunidades que eran minorías mayormente desconocidas y que siempre estaban amenazadas y el mundo entero asumía la existencia de varios dioses. Era otra manera de interpretar la realidad”.
Si prestamos atención, Lucas y Mateo presentan el nacimiento de Jesús con unas conexiones socioculturales y hasta políticas muy impresionantes. La razón principal de estos relatos es teológica, pero ambos quieren aportar y expresar lo que los cristianos habrían experimentado: la gracia de Dios en Jesucristo, que Dios había hecho algo totalmente único y singular en Jesús.
Que en Jesús, Dios venía a nuestro mundo en solidaridad con el ser humano y el humilde nacimiento de Jesús es una gran expresión de ello. Jesús es más que un profeta, más que un gran maestro de ética, de moral, es la faz de Dios entre nosotros.
Sabemos que Jesús es ejecutado por ser considerado una amenaza política. Le ponen el título de Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos, lo coronan con una corona de espinas como burla hacia Él, y hacia el pueblo judío. El gobernador romano, Poncio Pilato, básicamente le dice al pueblo judío que este tipo de rey es el único que ellos van a lograr en su historia y, al mismo tiempo, esta opresión del imperio queda expuesta por su crueldad.
Los estudiosos han notado que Lucas tiende a contraponer a dos figuras. A Jesús y a Augusto César, el emperador romano que emite un edicto para que se hiciera un censo “de todo el mundo habitado”. Como consecuencia de este decreto, José debe volver a Belén y se lleva a María, quien ya esperaba al niño Jesús.
Por un lado, se conocen los grandes triunfos y logros de Augusto Cesar, cuyo nombre original era Octavio: logró unificar los pueblos alrededor del mar mediterráneo bajo el imperio romano, evidenció una época de gran prosperidad económica como el mundo no había conocido, modernizó el mundo y también trajo paz.
Por otro lado, esta Jesús. Lucas narra que en esa época el ángel del Señor se les apareció a unos pastores con un mensaje:
“No teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” y en ese momento una multitud de ángeles glorificaron a Dios diciendo: “¡Gloria a Dios en el Cielo y paz en la tierra para todos los que Dios ama!”.
Vemos aquí no solamente los títulos que se le habían dado a Augusto: Señor, Salvador, Emperador, Mesías. Su mismo nombre, Augusto, que significa venerable e hijo del divino por ser sucesor de Julio Cesar, que era considerado divino. Pero también se le otorga el gran logro del Imperio Romano que es la Pax Romana. Con Jesús se habla de otra paz, una paz que viene del más allá, que viene de Dios.
La comunidad que escribió esto era una comunidad que tenía mucho coraje en proclamar que el que iba a tener más influencia en el mundo no iba a ser el que todos en ese tiempo hubieran asumido; grandes emperadores, monarcas, filósofos, si no, el que menos se esperaba, un judío crucificado en Palestina.
Y ellos hacen esta proclamación en este Evangelio, no cuando eran comunidades impresionantes. Ellos hicieron esta proclamación de esta fe cuando eran comunidades siempre al margen de la sociedad.
En los evangelios encontramos a Dios que viene al mundo en la vulnerabilidad de un niño, en la vulnerabilidad de la humanidad.
La divinidad nos toca y viene a nuestro encuentro en una forma completamente única y que nos transformará y transformará el mundo con el amor, que es el único poder, y es el único que cura, que brinda esperanza, que trae luz, que es imaginativo, que es creativo, que abre un camino cuando no hay camino y este es el Dios que se revela aquí.
Es una verdadera revolución cuando Jesús, en el Evangelio de Lucas, va a la sinagoga, en el día de descanso como era costumbre, y lee lo que sería su discurso inaugural: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos”.
Son palabras muy poderosas. Esa es su agenda y los cristianos que siguen a Jesús tienen que hacer algo como esto también. Para los cristianos leer estos relatos de los Evangelios nos confirma nuestra fe, la fortalece y también nos enseña como seguir a Jesucristo.
En la Navidad no solo se celebra un relato del nacimiento de Jesús, sino el significado de quien es Jesús. La Navidad es una oportunidad para conectar con los textos bíblicos, a lo mejor leer los Evangelios de principio a fin.
Hoy los cristianos nos entregamos a una fiesta que dista mucho de esa celebración vana que tratan de vendernos. Es la conmemoración de la reconciliación de Dios con el hombre.
Chesterton escribió que celebramos un trastorno del universo, una inversión de nuestras categorías mentales. Adorar a Dios significaba hasta la Navidadelevar los ojos a un cielo inescrutable que nos sobrecogía con su inmensidad; a partir de la Navidad, adorar a Dios significa volver los ojos al suelo, incluso acostumbrarlos a la luz mortecina de una cueva, para reparar enla fragilidad de un niño que gimotea entre las pajas. Las manos que habían modelado las estrellas se convierten, de súbito, en unas manecitas diminutas; la grandeza infinita de Dios se torna fragilidad de un niño recién nacido quese amamanta a los pechos de su Madre.
Omnipotencia e indefensión, divinidad e infancia, que hasta entonces eran conceptos antípodas, se congregan de repente, formando una amalgama única que desafía las leyes físicas, que subvierte nuestras categorías mentales, que despatarra, en fin, el universo. A este despatarrarse del universo lo llamamos Navidad.
Pequeño entre los pequeños
Nuestra fe, que para enfrentarse a la inmensidad misteriosa de Dios tenía que armarse de un telescopio, descubre de repente que requiere un microscopio para fijarse en ese Niño que manotea en el interior de una cueva. Dios, que habitaba el empíreo, se hace el más pequeño entre los pequeños; y tamaño cataclismo, que pone a prueba la capacidad de comprensión de los más sabios, es aceptado con naturalidad por los más sencillos.
Son los pastores los que más prontamente adoran a ese niño nacido en una cueva; y lo hacen porque entienden —con esa intuición formidable que las gentes sencillas tienen paralas cosas santas y sobrenaturales— que un Dios encumbrado en su trono de inaccesible majestad no puede ser el Dios que abrace su insignificancia. Su fe simplicísima, infantil si se quiere, ha soñado con un Dios como este, que acampe entre sus rebaños, que sea uno más entre ellos, padeciendo sus mismas zozobras, sus mismas necesidades elementales, su misma pobreza y laceria.
Y, al acercarse a la cueva donde se ha consumado el prodigio, descubren que ese Dios hecho niño se amamanta a los pechos de su Madre, se refugia aterido en el regazo de su Madre, como cualquier niño en el mundo; y ese vínculo entre el Niño y la Madre acaba de completar el cataclismo de la Navidad: Dios deja deser una entidad abstracta y autosuficiente, para convertirse en un Dios trémulo que se nutre y se cobija en una Madre, intercesora en nuestra relación con Él.
Para hacerle una carantoña o un arrumaco, hay que acercarse a la Madre; para invocarlo, hace falta preguntar su nombre a la Madre; para cogerlo en brazos y achucharlo hay que solicitar permiso a la Madre.
Un trastorno universal
Y este trastorno o cataclismo del universo que los pastores descubrieron alborozados es el mismo trastorno o cataclismo que los hombres hemos celebrado durante siglos, con la misma conmovida exultación de aquellos pastores.
En la Navidad reconocemos la reconciliación de Dios con el hombre, reconocemos que nuestra humanidad —frágil, inerme, diminuta— ha sido revitalizada por ese retoño deltronco de David que quiso hacerse como uno de nosotros, que quiso que la excelsitud anidara en el barro con el que estamos hechos; y, como esa unidad de Dios con el hombre debe hacerse sensible, cantamos y reímos y montamos belenes y nos reunimos con nuestros familiares, rememorando que el Niño Dios fue acogido en una familia, como nosotros mismos lo fuimos.
La inocencia perdida
Pero esa unidad sólo es posible en la fe y en la caridad; y tratar de reducirla a una unidad en la caridad (o en sus sucedáneos «solidarios») es empeño inútil, o puro sentimentalismo huero, porque es tanto como privarla de su manantial originario.
Por eso, tantos hombres sienten hoy, en medio de los regocijos navideños, una suerte de dolor sordo o sentimiento de amputación, que a veces se identifica con una nostalgia de la inocencia perdida; y por eso, cada vez más hombres, al reunirse con su familia en Navidad (o con el andrajo de familia que sobrevive, renqueante y entablillada, a los divorcios y demás catástrofes intestinas), se sienten como escindidos: porque el sentido originario de la fiesta (que es comunión de vidas y recepción de un don espiritual bajo el fundente de una misma fe) les ha sido arrebatado.
Y, despojada de ese sentido originario, la Navidad deja de ser verdadera fiesta, para convertirse en el aspaviento —disfrazado de algazara, atracón de turrones y vomitera nocturna— de quienes han dejado de beber en el único manantial del que brota la alegría perdurable. «Quitad lo sobrenatural y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural», nos decía Chesterton.
Quitadle a la Navidad su cataclismo sacro, ese despatarrarse del universo que trae el cielo a la tierra, y no encontraréis la verdadera fiesta, sino su remedo antinatural: consumismo bulímico, humanitarismo de pacotilla, torpe satisfacción de placeres primarios; correteos, en fin, de un gallo al que han arrancado la cabeza y que, mientras se desangra, bate las alas desesperadamente.
Frágil humanidad
La Navidad es, ciertamente, una fiesta entrañable, porque Dios se mete en las entrañas de nuestra frágil humanidad; pero no es una fiesta pánfila o merengosa, como los falsificadores de la Navidad pretenden, atiborrándonos de sentimentalismos hueros. Ese cataclismo del universo que acaeció en una cueva de Belén, trastornando las jerarquías establecidas, no fue sólo celebrado por los pastores; también Herodes lo celebró... a su particular manera.
Y la ira de Herodes, revolviéndose como un áspid contra ese Niño que viene a quitarle el cetro, es trasunto de la ira de otro monarca de rango superior, que había conseguido que la criatura humana se envileciese con el pecado, y que, con perplejidad y ofendido pasmo, descubre que, pese a todo, Dios le concede una segunda oportunidad, metiéndose en sus entrañas, utilizando su naturaleza frágil y manchada como recipiente de su divinidad.
La nueva alianza de Dios con el hombre, que se sella en la Cruz, se inicia en el vientre de una mujer; y el vientre de la mujer, donde se gesta nuestra vida inerme, se convertirá desde entonces en el epicentro de una batalla que se inicia en la Navidad y que se alargará, por los sucesivos crepúsculos de la historia, hasta que esa alianza se cumpla en plenitud, allá al final de los tiempos, con la compleción de las promesas parusíacas.
Hasta entonces, las campanas de Navidad seguirán resonando como cañonazos en la noche, porque ese cataclismo que acaeció en una cueva de Belén es una batalla sin cuartel: «Pongo eterna enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya».
San Lucas quiso situar en la Historia el suceso del nacimiento de Jesús.
«En los planes de Dios, a la Encarnación, realizada en la intimidad, seguía el Nacimiento, también en el silencio y la humildad. Sólo se comunica de inmediato a unos pobres pastores de los contornos de Belén, a unos sabios de Oriente, los Magos, y a muy pocas personas más. Aparentemente no había sucedido nada relevante.
Pero, de hecho, se había producido el sesgo más importante en la historia de los hombres. Y sigue la paradoja divina: el Omnipotente, el Amo de universo, se nos muestra con el encanto y la debilidad de un niño, que necesita de todos» [1].
El relato lucano consta de tres partes. La primera, describe el tiempo y circunstancias del hecho, fijando así su marco histórico; la segunda, cuenta brevemente el nacimiento; y la tercera, relata la adoración de los pastores.
El evangelista destaca hasta tal punto esta última, que las dos primeras vienen a ser como su prólogo.
«En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta» (Lc 2,1-5).
Desde el año 27 a.C., cuando el Senado Romano le concedió el título de Augusto, gobernó el Imperio hasta el 14 d.C. El empadronamiento entre los romanos tenía una doble finalidad: por una parte, se trataba de conocer el número de habitantes del Imperio; por otra, servía para la distribución y pago de los tributos. El edicto (dogma) se promulgó para la oikoumene, es decir, para «todo el mundo» dentro de las fronteras del Imperio.
La costumbre romana era censarse cada uno en su lugar de residencia. Es muy posible que Roma concediese una cierta autonomía para que cada uno se censara en su ciudad de origen, como era frecuente entre los pueblos orientales.
Esto obliga a José, «de la casa y familia de David», y a María, su esposa [2], a «subir» [3] desde Nazaret, donde vivían, «a la ciudad de David, que se llama Belén» [4]. Para los escrituristas, en estos versículos se hace referencia velada a la profecía de Miqueas [5].
La providencia de Dios [6] crea la constelación perfecta que se requiere para el acto central de la historia de mundo. El Mesías debe no solamente descender de la estirpe de David, por medio de José, sino también nacer en la ciudad de David. El decreto del Emperador romano debe contribuir a ello.
Es Dios quien mueve los hilos de la historia para el cumplimiento de las profecías del AT, de manera que los acontecimientos de la época y la normalidad del comportamiento de María y José, conducen a la Sagrada Familia al lugar donde debe nacer el Mesías.
El relato de san Lucas presenta algunas anotaciones, aparentemente poco importantes, con el fin de estimular al lector a una mayor comprensión del misterio de la Navidad y de los sentimientos de la Virgen al engendrar al Hijo de Dios. «Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento» (Lc 2,6-7).
La descripción del acontecimiento del parto, narrado de forma breve y sencilla, presenta a María participando fiel e intensamente en los planes divinos con aquella disponibilidad plena, que ya manifestó en la Anunciación. El Verbo del Padre viene al mundo para salvarnos, en el silencio de la tierra, sin espectáculo, rodeado tan sólo de los cuidados amorosos de María y de José, únicos testigos oculares del evento.
La expresión «primogénito» (prototokon) debe entenderse aquí como «unigénito» (monogenés), porque María no tuvo más hijos, si bien la ley mosaica exigía la donación a Yahwéh del «primer hijo» [7], y «primogénito» expresa también legalmente el derecho de primogenitura [8].
A continuación, el autor sagrado refiere dos cosas: la primera es un hecho totalmente normal: «lo envolvió en pañales»; y la otra es bastante extraña: «y lo recostó en un pesebre», aportando enseguida su explicación: «porque no hubo lugar para ellos en el aposento (katalyma) [9]».
Se trata de una afirmación que recuerda el texto del prólogo de san Juan: «vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron» [10], y anticipa proféticamente los numerosos rechazos que Jesús sufrirá en su vida terrena.
Con los detalles del viaje y del parto, el evangelista nos presenta el marco de austeridad y pobreza, propio del reino mesiánico que ahora comienza: un reino sin honores ni poderes terrenos [11]. El Niño debe nacer en la pobreza del mundo -no es casual que no haya sitio en la posada-, para participar así desde el principio en su pobreza.
Y si con este desprendimiento -un establo y un pesebre- se manifiesta todo el esplendor del cielo, es sólo para, desde el gran canto de alabanza, remitir a la gente sencilla al signo más adecuado: en la hora suprema del cumplimiento, ésta es la señal: «encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Entre la gloria más resplandeciente de arriba y la pobreza más extrema de abajo, se da, sin embargo, una perfecta correspondencia y unidad.
María da a luz en una situación de escasez y penuria: no puede dar al Hijo de Dios ni siquiera lo que suelen ofrecer las madres a un recién nacido; al contrario, debe acostarlo «en un pesebre», una cuna improvisada que contrasta con la dignidad del «Hijo del Altísimo».
Finalmente, la expresión «para ellos» indica un rechazo tanto para el Hijo como para su Madre e indica que Ella ya estaba asociada al destino de sufrimiento de su Hijo, participando en su misión redentora.
Fuentes:
[1] J.M. Casciaro-J.M. Monforte, Jesucristo, Salvador de la Humanidad. Panorama bíblico de la salvación, Eunsa, 2ª ed., Pamplona 1997, p. 132.
[2] El evangelista nos informa indirectamente que ya se habían celebrado la nupcias entre María y José, al usar el término gynaiki (esposa), en lugar de emnesteumene (prometida) que utilizó en Lc 1,27 en la Anunciación.
[3] La palabra «subir» (anabainein) es el término designado de forma usual para ir a las montañas de Judea, y en particular a Jerusalén. Y para ir a Belén, que está muy cerca, lo normal era pasar por la Ciudad Santa.
[4] Cfr 1 Sam 20,6.
[5] Cfr Mich 5,2. El evangelista usa términos empleados en el contexto de la profecía, como «dar a luz», «tiempo del parto», «pastores / pastorear», «gloria de Yahwéh / gloria del Señor», paz, etc.
[6] Cfr J. Morales, El Misterio de la Creación, Eunsa, Pamplona 1994, pp. 285-296. «El hombre recibe seguridad en la Providencia no principalmente a partir de una visión racional sobre la armonía del universo, sino por la proximidad a Jesús y la meditación de su vida» (p. 290). Es más, «el equilibrio del alma que ha encontrado a Dios en sí misma, y está abismada en Él, desafía todos los poderes creados. Está situada en el centro único donde convergen las líneas de fuerza de la Providencia» (Un cartujo, La Trinidad y la vida interior, Rialp, 3ª ed., Madrid 1992, p. 90.
[7] Cfr Ex 13,12; 34,19; Num 13,13.
[8] Cfr Ex 25,29-33; Dt 21,15-17.
[9] El término katalyma sugiere la idea de un lugar en el que uno «se pone aparte» -corresponde al término latino diversorio- para encontrar donde comer y refugiarse. ¿Se puede decir que en Lc 2,17 era un albergue? No se puede fijar con exactitud su significado porque podría traducirse con varios sinónimos: mesón, albegue, hospedería, posada, etc. Por ejemplo, la «posada» en la que entra el buen samaritano es llamada pandojéidon (Lc 10,34).
[10] Ioh 1,11.
[11] Jesús lo ratificará en su Vida pública, diciendo de sí mismo: «el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lc 9,58).
"Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre”. Así resume S. Lucas el momento más trascendental de la historia de los hombres.
Hoy celebramos el nacimiento de Jesús. Dios que nace en una cueva, en un pesebre. Cada película ha reflejado esta escena –y la que le precede: la llegada a la gruta de Belén– con un tono y un ritmo muy diferente, según el sentido que ha pretendido cada director.
En La Natividad (2006), Catherine Hardwick ha filmado la llegada al establo de Belén con un ritmo creciente. La Virgen siente que llega su hora, y José acelera el paso con nerviosismo. Llegamos. Belén está ante nuestros ojos. Pero Belénno es aquí ese tumulto de forasteros, amontonados por las calles, que hemos visto en otros filmes; aquí es un conjunto de casas pequeñas y sin calor: frías, solitarias, un tanto inhóspitas. Ninguna de ellas abre sus puertas a las llamadas de José: es la frialdad en persona la que recibe indiferente la llegada del Mesías.
Mientras tanto, la Virgen está ya a punto de dar a luz. No sabiendo ya qué hacer, José lacoge en sus brazos y sigue gritando por las calles, en busca de refugio: “¡Por favor, un techo donde cobijarnos!”. Sólo una persona les escucha: ni siquiera les habla, señala simplemente en una dirección en cuyo final se vislumbra un establo. Y allí deposita a la Virgen, en medio de ovejas y ganado, tras una carrera de desesperación.
En contraste con esta creciente agitación (Hardwick se ha fijado sobre todo en el dramatismo de la escena), las siguientes imágenes revelan un clima de paz, serenidad y contemplación. Una estrella en el firmamento anuncia que el Mesías ha llegado ya. Y vemos varios grupos que miran hacia el Cielo: S. Joaquín y Santa Ana, en primer lugar; y luego Simeón y su mujer.
En Jesús de Nazaret (1977), Zeffirelli desarrolla esta escena de modo muy diferente, con un ritmo más pausado. Después de que la gitana les indique el camino hacia la gruta (la secuencia que vimos ayer), José y María se refugian en el establo. La siguiente escena muestra la aparición de la Estrella, que –como en casi todos los filmes– sustituye y simboliza el momento –imposible de filmar– del nacimiento de Cristo.
La acción aquí se remansa: una Vida nueva aparece en el firmamento, una luz más brillante que todas las demás para iluminar un mundo a oscuras. Lentamente, José deposita al Niño en brazos de su Madre. Y llega entonces la gitana, que había advertido que vendría al terminar su jornada de trabajo. Sí: nuevamente son los pobres y desamparados los que acogen a Cristo en su llagada a la tierra.
Ella sabe bien cómo arreglárselas en esa situación, por eso da instrucciones precisas a José: “Ponlo ahí, en el pesebre, y procura que haya paja fresca para que tenga calor. Yo me ocuparé de ella”. El travelling de aproximación al rostro del Niño, acorde con la serenidad de toda la escena, es una clara invitación al espectador para que contemple en silencio ese momento.
“Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre”. Así resume S. Lucas el momento más trascendental de la historia de los hombres, con una clara referencia a la actividad de María (arropa, viste y acomoda al Niño) que ha sido interpretada por los exégetas como una muestra más de que la Virgen se vio libre de los dolores del parto.
En esta escena de La Natividad (2006), vemos que José ha preparado ya una cuna (un anacronismo que, sin embargo, casa bien con las imágenes tradicionales de nuestros belenes) y ayuda, después, a la Virgen a poner al Niño allí. La conversación que mantuvieron en el viaje (y que vimos el lunes pasado) parece reanudarse aquí: con el mismo afecto, con el mismo tono de intimidad.
“¿Estás bien?”, pregunta José. Y responde María: “Ha recibido la fuerza que había pedido: fuerza de Dios… y de ti”. Su caricia en el rostro de José es correspondido con un beso en el dorso de su mano. Y esa tierna relación nos recuerda que, en la Sagrada Familia, todo estuvo presidido por el Amor.
Al llegar al Belén no encuentran lugar de descanso
Al ver a María, a punto de dar a luz, les ofrecen un pobre pesebre.
La llegada a Belén y la falta de sitio en la posada –aspectos explícitamente relatados por S. Mateo– han favorecido que la imaginación popular se forjara una idea un tanto negativa del posadero de Belén: un hombre de pocos escrúpulos, que no se apiada de esos forasteros ni de una mujer que está a punto de dar a luz.
Con su apuesta por la denuncia política, el director de Rey de Reyes (1961) quiso dibujar una Belén caótica y confusa, de hombres violentos, corrompidos por la dominación romana. Hasta esa ciudad anárquica llegan José y María, y la bondad de esa pareja resalta por contraste en ese marco de odio y egoísmo. También el posadero responde a ese arquetipo, aunque su imagen no es del todo negativa: cuando, al final de la conversación, sabe que María va a dar a luz esa noche, cambia el tono de sus palabras y les ofrece un pesebre para que puedan acogerse allí. Tal vez sea ese el mejor acomodo para ellos.
Años más tarde, Zeffirelli hará también un retrato semejante de esta secuencia, con una Belén más tranquila y festiva, y en un tono más alegre y costumbrista. El posadero es igualmente antipático y egoísta, más aún que el del filme precedente. Llega incluso a cerrar literalmente la puerta en sus narices para evitar que se cuele en posada algún forastero.
En ese entorno adverso –en el que advertimos la profunda confianza en Dios de José– la ayuda les vendrá por una gitana que trabaja en el mesón. Ha oído toda la conversación, y ella –también una “desheredada” y una extranjera– les dará cobijo en esa tierra extraña y les conducirá hasta una cueva de las afueras. Ese contraste entre la altivez de los ricos y la solidaridad de las gentes sencillas marcará en adelante toda la película de Jesús de Nazaret (1977).
Por contraste a los filmes anteriores, María de Nazaret (1995), de Jean Delannoy, retrata al posadero de forma más amable y acogedora.
En un contexto igualmente costumbrista –cantos, bailes, panderetas, con una Belén rebosante de forasteros– la breve conversación entre José y el mesonero termina felizmente: este hombre ofrece a José y a María el mejor lugar del que dispone: un humilde establo, pero sin ruidos y con cierta intimidad.
El contraste con la bullanga y el ruido de afuera es tan grande, que la Virgen afirma convencida: “Mi Hijo no podría desear mejor palacio para venir al mundo”.