Vídeo al estilo "stop-motion" (a base de fotografías) que muestra quién es el Papa Benedicto XVI de un modo fresco.
Es una de las mayores mentes hoy en día, y tiene la habilidad de hablar sobre cosas profundas de un modo fácil de entender.
Es una persona más cercana a los jóvenes de lo que parece a primera vista.
https://www.primeroscristianos.com/benedicto-xvi-pontificado/
En el Antiguo y en el Nuevo Testamento con el nombre de Magos se hacía referencia a personas dedicadas a la magia, entendida en sentido amplio. Mateo no habla de Rey, ni han sido así definidos por los Padres de la Iglesia más antiguos. En cualquier caso, ya Tertuliano -al inicio del 200- escribió que los Magos de oriente eran considerados Reyes.
La explicación puede estar en el deseo de aplicar las profecías, como la de Isaías: «Las naciones serán guiadas por tu luz, y los reyes, por tu amanecer esplendoroso» (Is 60,3), y también la profecía de un Salmo: «Por razón de tu templo en Jerusalén Los reyes te ofrecerán dones» (Sal 68,29).
Pronto, en la cristiandad se les empezó a llamar Reyes Magos, también para mostrar su importancia y, con su adoración, la sumisión de los potentes de la tierra al Dios hecho Niño.
Los personajes en cuestión eran casi con toda certeza de religión zoroastriana, y cultivaban la observación del firmamento. Posiblemente serían astrólogos, en el sentido que este nombre indicaba para su época, es decir, en su acepción sirio-babilónica, y no helénica.
Recordamos que en el origen de la tradición mesopotámica las apariciones del cielo eran vistas como algo para reflexionar y, en ocasiones, como una anticipación de lo que iba a suceder en la tierra, pero sin implicaciones de carácter casual y astrolátrico.
De los Magos no se conoce el número: la tradición cristiana representa dos en un fresco del siglo IV en las catacumbas de san Marcelino y san Pedro en Roma. Con respecto a los nombres de los Reyes, a partir del siglo VII, se encontraron fuentes a favor de los nombres Gaspar, Melchor y Baltasar, como refiere el venerable Beda (673-735), quien también señala que el tercero era negro.
Sus presuntos restos se encontraron en Persia, fueron transportados a Constantinopla por santa Elena o por el emperador Zenon, y posteriormente transferidos a Milán en el siglo V. Después fueron llevados definitivamente a Colonia en el siglo XII, donde existe hasta ahora un sepulcro objeto de gran veneración.
"Stella di Betlemme", artículo publicado en la revista "Scienza e Fede", por Michele Crudele.
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Belén era una ciudad pequeña. En tiempo de Nuestro Señor no llegaría a los dos mil habitantes. Y aunque hubiera aumentado por aquellos días la población con motivo del empadronamiento, no pasaría inadvertido aquel joven matrimonio que había tenido su primer hijo en las afueras del pueblo. Tampoco olvidemos que Belén era la cuna del Mesías esperado y que las esperanzas mesiánicas estaban muy vivas en todas partes, pero especialmente allí, donde había de surgir.
José buscó enseguida un lugar más confortable para Jesús y para su Madre. Ocho días más tarde, cuando tuvo lugar el pequeño festejo que acompañaba a la circuncisión, aquella Familia de recién llegados no se encontrarían del todo solos. Por su parte, también ellos tendrían algo que ofrecer dentro de su pobreza y de estar lejos de su residencia habitual. Quizá los mismos presentes que habían llevado los pastores servirían para este pequeño agasajo.
La circuncisión constituía un acontecimiento importante en la vida del niño judío, pues por esta ceremonia los varones entraban a formar parte del pueblo elegido. Su origen no era exclusivamente hebreo, pero sólo el pueblo judío le dio sentido religioso. Esta ceremonia era la señal visible del pacto que Dios hizo con Abrahán y con sus descendientes. Según el núcleo fundamental de este pacto, Yahvé sería el Dios de Abrahán y de su descendencia.
Los profetas repiten esta idea muchas veces mirando a sus tiempos y a la época mesiánica: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. El incircunciso quedaba excluido del pacto y, por tanto, del pueblo de Dios, excomulgado. Uno de los mayores insultos para un judío era ser llamado «incircunciso».
Por el contrario, el esclavo podía participar incluso de la cena pascual si estaba circuncidado. Pero ya el profeta Jeremías proclama que la circuncisión material no basta si en el adulto no va acompañada de la búsqueda de Dios y de la fidelidad interior, lo que llama la circuncisión del corazón. Insta a la conversión interior para ser verdaderos hijos de Abrahán. La circuncisión en tiempos de nuestro Señor es considerada, junto al sábado, como el soporte esencial del judaísmo.
Todo nos revela la importancia de esta ceremonia en el pueblo hebreo. Era tan central este rito que tenía primacía sobre el descanso sabático, y sólo podía ser diferido por razones de gran peso. Con esta luz se puede comprender mejor la polémica originada en los comienzos del cristianismo cuando los apóstoles declaraban que no era necesario circuncidarse para pertenecer al nuevo Pueblo de Israel, la Iglesia.
San Pablo explica que la circuncisión, después de la venida de Cristo, ya no es nada, como tampoco la incircuncisión; ya no hay circunciso ni incircunciso. Una sola cosa cuenta: Cristo, que en el Bautismo imprime en el neófito una señal indeleble y misteriosa que le configura con Él mismo.
En virtud de este precepto de la Ley judía, Jesús fue circuncidado al octavo día. María y José cumplieron puntualmente con esta obligación, como las demás familias israelitas.
La ceremonia tenía lugar en la casa donde vivía el niño con sus padres, y el ministro de la circuncisión era una especie de practicante o cirujano, hábil en su oficio, habitualmente encargado de verificarla. Se requerían testigos y un padrino, y se procedía de acuerdo con un determinado rito en el que el padre tenía una breve intervención.
Con esta sencilla ceremonia, Jesús entró de modo oficial a formar parte del pueblo judío. San Pablo mencionará este hecho como principio de la consagración y sacrificio de Cristo, fuente de bendiciones para todos los que habían de unirse a su Cuerpo por la fe y el bautismo.
La circuncisión llevaba consigo otro acto muy importante en el pueblo judío: la imposición del nombre, que en el caso de Nuestro Señor fue fijado por Dios mismo a través del ángel: le pondrás por nombre Jesús, le había dicho a José.
Con el nombre no sólo se designaba a una persona; se quería indicar además algo propio y exclusivo de ella, expresaba su misma naturaleza, su misión o sus cualidades más características. Con el nombre queda señalado lo que de él se deseaba o se esperaba.
Jesús significa Salvador. Con Él llegó la salvación al mundo entero: Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos. Para los judíos el nombre que está sobre todo nombre es el nombre de Dios (Yahvé), al que la Ley mosaica obligaba a tener un respeto extraordinario.
Cuando se lee en el Génesis que Adán dio nombre a todos los animales, lo que hizo en realidad fue expresar lo que cada uno era y manifestar su dominio sobre los vivientes. Pero cuando el nombre viene impuesto por Dios, entonces tiene una profunda relación con lo que en su más honda realidad es aquel hombre a quien se le impone, con lo más esencial, con lo que constituye la raíz de su ser.
Podemos fijarnos, por ejemplo, en Abrahán: fue Abrán hasta que Dios le mudó el nombre al confirmar su alianza con él: He aquí mi pacto contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos, y ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque yo te haré padre de una muchedumbre de pueblos.
O en el caso del último de los hijos de Jacob, Benjamín (hijo de la dicha, nombre dado por Jacob), antes Benomi (hijo de mi dolor, nombre que le dio su madre, Raquel). Así, el nombre de Jesús, al significar salvador, indicaba lo que Jesús es. Existe en este caso una profunda y especial unidad entre la persona y su misión. Su nombre es santo y tiene una virtud que no se ha concedido a ningún otro.
Terminada la circuncisión del Niño, María y José le llamaron por su nombre, Jesús. Así le nombrarían sus amigos y conocidos de Nazaret: Jesús, el hijo de María, Jesús Maestro… Jesús, Hijo de David…
Vida de Jesús (Fco. Fdz Carvajal)
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Creo poder afirmar que cada encuentro con él fue una verdadera experiencia espiritual que marcó mi alma. Juntos dibujan un retrato espiritual de aquel a quien considero un santo y de quien espero que pronto sea canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.
Cuando llegué a la Curia romana en 2001 siendo un joven arzobispo -tenía entonces 56 años- observaba con admiración la perfecta comprensión entre Juan Pablo II y el entonces cardenal Ratzinger. Estaban tan unidos que se les había hecho imposible separarse uno de otro. Juan Pablo II se maravilló de la profundidad de Joseph Ratzinger. Por su parte, el cardenal quedó fascinado por la inmersión de Juan Pablo II en Dios. Ambos buscaban a Dios y querían darle al mundo el gusto por esta búsqueda.
A partir de 2008 sustituí al Cardenal Dias, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos en varias reuniones, porque padecía una enfermedad debilitante. En este contexto, tuve la oportunidad de tener muchas sesiones de trabajo con el Papa Benedicto XVI.
En particular, tuve que presentarle los proyectos para el nombramiento de obispos de las más de 1000 diócesis de los países de misión. Teníamos sesiones que a veces eran bastante largas, más de una hora. Había que discutir y sopesar situaciones delicadas. Algunos países vivían bajo un régimen de persecución. Otras diócesis estaban en crisis. Me llamó la atención la capacidad de escucha y la humildad de Benedicto XVI.
Creo que siempre confió en sus colaboradores. Esto también le ha valido traiciones y decepciones. Pero Benedicto XVI era tan incapaz de disimular que no podía creer que un hombre de Iglesia fuera capaz de mentir. La elección de los hombres no fue fácil para él.
A partir de estas largas y repetidas entrevistas, obtuve una mejor comprensión del alma del Papa bávaro.
Había en él una confianza perfecta en Dios, que le daba una paz tranquila y un gozo continuo. Juan Pablo II mostró a veces una ira santa. Benedicto XVI siempre mantuvo la calma. A veces se lastimó y sufrió profundamente al ver almas alejarse de Dios. Estaba lúcido sobre el estado de la Iglesia. Pero estaba habitado por una fuerza pacífica. Sabía que la verdad no se negocia.
En ese sentido, no le gustaba el aspecto político de su función. Siempre me ha llamado la atención la alegría luminosa de su mirada. También tenía un humor muy suave, nunca violento o vulgar.
Recuerdo el Año Sacerdotal que decretó en 2009. El Papa quiso subrayar las raíces teológicas y místicas de la vida de los sacerdotes. Había afrontado con verdad y valentía las primeras revelaciones sobre casos de pederastia en el clero. Quería ir hasta el final de la purificación. Este año culminó con una magnífica vigilia en la Plaza de San Pedro. El sol poniente inundaba la columnata de Bernini con una luz dorada. El lugar estaba lleno.
Pero a diferencia de lo habitual, no hay familias, ni monjas, solo hombres, solo sacerdotes. Cuando Benedicto XVI entró en el papamóvil, todos comenzaron a aclamarlo con un solo corazón, llamándolo por su nombre. Fue sorprendente, todas estas voces masculinas cantando “Benedetto” al unísono. El Papa estaba muy conmovido. Cuando se volvió hacia la multitud después de subir al escenario, sus lágrimas fluían.
Le trajeron el discurso preparado, que dejó de lado, y respondió libremente a las preguntas. ¡Qué tiempo tan maravilloso! El padre sabio enseñó a sus hijos. El tiempo estaba como suspendido, confió Benedicto XVI. Esa noche tuvo palabras definitivas sobre el celibato sacerdotal. Luego la velada terminó con un largo momento de adoración al Santísimo Sacramento. Porque siempre quiso llevar a la oración a los que encontraba.
Benedicto XVI amaba apasionadamente a los sacerdotes. La crisis del sacerdocio, la purificación del sacerdocio fueron sus Vía Crucis diarios. Le gustaba conocer a los sacerdotes, hablarles familiarmente.
También le importaban especialmente los seminaristas. Rara vez estaba más feliz que rodeado de todos estos jóvenes estudiantes de teología que le recordaban sus primeros años como maestro. Recuerdo aquel memorable encuentro con los seminaristas en Estados Unidos cuando se reía a carcajadas y bromeaba con ellos. Mientras coreaban “te amamos”, la voz del Papa se quebró y les dijo con emoción paternal: “Rezo por ustedes todos los días”.
Este Papa tenía un profundo sentido cristiano del sufrimiento. Repetía a menudo que la grandeza de la humanidad está en la capacidad de sufrir por amor a la verdad. ¡En este sentido, Benedicto XVI es grande!
La oración, la adoración estuvo en el centro de su pontificado. ¿Cómo olvidar la JMJ de Madrid? El Papa estaba radiante de alegría ante una multitud entusiasta de más de un millón de jóvenes de todo el mundo. La comunión entre todos era palpable. Cuando comenzó su discurso, se desató una terrible tormenta. El decorado amenazaba con derrumbarse y el viento se había llevado la gorra blanca de Benedicto XVI. Su séquito quería cobijarlo. El se negó.
Estaba sonriendo bajo la lluvia torrencial de la que apenas lo protegía un pobre paraguas. Estaba sonriendo mientras miraba a esta multitud en el viento y la tormenta. Se quedó hasta el final. Cuando los elementos se calmaron, el ceremonial le trajo el texto que debía pronunciar, pero prefirió omitir el discurso preparado para no adelantar el tiempo previsto para la adoración eucarística.
En 2010 regresé de un viaje a la India. Tenía una cita con Benedicto XVI para una audiencia privada. Fue allí donde me anunció su intención de hacerme cardenal en el próximo consistorio y mi nombramiento en Cor Unum (el dicasterio encargado de las obras de caridad). Nunca olvidaré la razón que me dio:
“Te nombré porque sé que has experimentado el sufrimiento y el rostro de la pobreza. Seréis los más capaces de expresar con delicadeza la compasión y la cercanía de la Iglesia a los más pobres”.
Nunca retrocedió ante el dolor. Nunca retrocedió ante los lobos. Intentaron silenciarlo. Nunca tuvo miedo. Su renuncia en 2013 no es fruto del desánimo sino de la certeza de que serviría mejor a la Iglesia a través del silencio y la oración.
Después de mi nombramiento por Francisco como Prefecto del Culto Divino en noviembre de 2014, nuevamente tuve la oportunidad de reunirme varias veces con el Papa Emérito. Sabía hasta qué punto la cuestión de la liturgia estaba cerca de su corazón. Por lo tanto, a menudo lo consultaba. Me animó enérgicamente varias veces; de hecho, estaba convencido de que "la renovación de la liturgia es una condición fundamental para la renovación de la Iglesia".
Le llevé mis libros. Los leyó y dio su agradecimiento. También tuvo la amabilidad de escribir el prefacio de La Force du silent. Recuerdo el día en que le anuncié mi intención de escribir un libro sobre la crisis de la Iglesia. Ese día, estaba cansado, pero sus ojos se iluminaron. Hay que haber conocido la mirada de Benedicto XVI para entender.
Era una mirada de niño, alegre, luminosa, llena de bondad y dulzura, pero llena de fuerza y ánimo. Nunca hubiera escrito sin este estímulo. Un poco más tarde, colaboramos estrechamente con vistas a la publicación de nuestra reflexión sobre el celibato sacerdotal. Guardaré en el secreto de mi corazón los detalles de estos días inolvidables. Guardaré en lo más profundo de mi memoria su profundo sufrimiento y sus lágrimas,
¿Qué retrato pintan estos recuerdos? Creo que convergen en la imagen del Buen Pastor que tanto amaba Benedicto XVI. Quería que ninguna de sus ovejas se perdiera. Quería nutrirles con la verdad y no abandonarlos a los lobos y errores. Pero sobre todo los amaba. Amaba las almas. Los amaba porque le habían sido confiados por Cristo. Y más que nada amaba apasionadamente a este Jesús a quien quería dedicar los tres volúmenes de su obra maestra Jesús de Nazaret. Benedicto XVI amó al que es la vida, el camino y la verdad.
+ Cardenal Robert Sarah
* Prefecto Emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
https://www.primeroscristianos.com/cardenal-robert-sarah/
Es una historia no tanto sobre emperadores y ejércitos como sobre familias y cómo cambiaron el mundo.
La verdad es que, cuando Constantino legalizó la práctica del cristianismo en 313, el imperio ya estaba fuertemente cristianizado. Para el año 300, quizás el 10 por ciento de la gente era cristiana, y para mediados de siglo, los cristianos bien podrían haber sido la mayoría de los ciudadanos, 33 millones de cristianos en un imperio de 60 millones de personas.
De modo que Constantino no aseguró tanto el éxito del cristianismo como lo reconoció. Su edicto de tolerancia fue un reconocimiento tardío de que la Iglesia ya había conquistado el imperio. Ya éramos mayoría.
Estos no eran 33 millones de cristianos “nominales”, no 33 millones de “católicos a medias”. No pudieron ser. No tenían el lujo de ser tibios. En la década anterior al edicto de Constantino, la Iglesia había sufrido la persecución más despiadada y sistemática de su historia bajo el emperador Diocleciano y sus sucesores.
La práctica de la fe fue, en muchos lugares, castigada con la tortura y la muerte. En muchos lugares, vivir como cristiano significaba, al menos, aceptar el estigma social y la humillación. Además, el propio camino cristiano se caracterizó por exigir disciplinas en la vida de oración y en la vida moral.
Ser cristiano no era fácil en el año 300. Costaba algo. Fueras martirizado o no, tenías que pagar con tu vida. Los cristianos arriesgaban sus vidas cada vez que asistían a la liturgia, y continuaron haciéndolo en el transcurso de cada día.
Sin embargo, la tasa de conversión en todo el imperio, comenzando con los primeros cristianos, mucho antes de Constantino, fue muy notable. Hace unos años, un eminente sociólogo, Rodney Stark, de la Universidad de Washington, se dispuso a rastrear el crecimiento de la iglesia en el mundo antiguo. Reunió sus hallazgos en "El surgimiento del cristianismo". El Dr. Stark no es cristiano y no tenía ningún interés en hacer que el cristianismo se viera bien.
Lo que Stark encontró en su estudio de los primeros siglos cristianos fue una asombrosa tasa de crecimiento del 40 por ciento por década. Una vez más, Constantino no recibe crédito por este crecimiento. La mayor parte sucedió en los años antes de que él naciera. De hecho, aunque las conversiones fueron forzadas en varios momentos después del año 380, la Iglesia nunca más fue testigo del tipo de crecimiento que tuvo lugar cuando las conversiones eran costosas.
Stark sostiene que la mayor parte del crecimiento provino de conversiones individuales, y no solo de los pobres, sino también de los comerciantes y las clases altas. Argumenta que la mayoría de los conversos eran mujeres, que las mujeres se beneficiaron mucho de la conversión y que algunas mujeres, aunque nunca fueron ordenadas al sacerdocio, fueron líderes influyentes.
Utilizando datos históricos y métodos sociológicos, argumenta que la población cristiana creció en un 40 por ciento por década, de alrededor de 1000 cristianos en el año 40 a 7530 en 100 a un poco más de seis millones en 300 y 33 millones en 350, creciendo en el cien años entre 250 y 350, de alrededor del dos por ciento de la población a poco más de la mitad.
Stark describe vívidamente la miseria de los ciudadanos comunes en las ciudades del mundo pagano. Todos, excepto los ricos, vivían en viviendas hacinadas y llenas de humo, una familia en una habitación pequeña, sin ventilación ni plomería, que con frecuencia se derrumbaban o quemaban.
Las ciudades estaban terriblemente abarrotadas, una ciudad como Antioquía tenía quizás 200 personas por acre, más ganado (la Calcuta moderna tiene solo 122 personas por acre). La inmigración constante hizo que las ciudades fueran pobladas por extraños, con el consiguiente crimen y desorden, por lo que las calles no eran seguras por la noche y las familias ni siquiera estaban seguras en sus casas.
Los desechos humanos eran arrojados a zanjas abiertas en medio de las calles angostas, y las ciudades eran asfixiadas por moscas atraídas por la inmundicia. Los cadáveres de los que morían por causas naturales a veces se dejaban pudrir en las alcantarillas abiertas de la ciudad. ("El hedor de estas ciudades debe haber sido abrumador durante muchas millas, especialmente en climas cálidos", señaló Stark). El agua era difícil de conseguir y casi siempre fétida.
La esperanza de vida rondaba los 30 años como máximo para los hombres y quizás mucho más baja para las mujeres. La higiene era mínima. La atención médica era más peligrosa que la enfermedad, y la enfermedad a menudo desfiguraba a sus víctimas cuando no las mataba. El cuerpo humano albergaba innumerables parásitos y las viviendas estaban infestadas de alimañas. Para entretenerse, la gente acudía en masa a los circos para ver a otras personas mutiladas y asesinadas.
Y el matrimonio pagano no ofreció un respiro a esta miseria. Las mujeres grecorromanas generalmente se casaban a los 11 o 12 años, con un compañero que no elegían, que a menudo era mucho mayor (las niñas cristianas tendían a casarse alrededor de los 18). Posteriormente, sufrieron relaciones depredadoras llenas de anticoncepción, aborto (que a menudo mataba a la madre), adulterio y actos sexuales antinaturales.
El infanticidio era común, especialmente para las crías femeninas o defectuosas. De las 600 familias que aparecen en los registros de la antigua Delfos, solo seis criaron a más de una hija. Aunque la mayoría de esas 600 familias eran bastante grandes, todas habían matado rutinariamente a sus bebés. Stark cita una carta de un hombre de negocios pagano que le escribe a su esposa embarazada. Después de los cariños habituales, cierra su carta diciendo, breve y casualmente: “Si tienes un hijo [antes de que vuelva a casa], si es un niño, quédatelo, si es una niña, deséchalo”.
Si menos niñas vivían para ver el segundo día desde su nacimiento, aún más morían en su camino a la edad adulta. La escasez de mujeres, entonces, causó más estragos en el crecimiento de la población del imperio, así como en su economía y su moral. La actividad homosexual se consideraba normal para los hombres casados.
Ese es el mundo en el que nacieron los primeros cristianos, en el que crecieron y se casaron, y en el que criaron a sus familias. Podrías llamarlo una cultura de la muerte.
Pero el matrimonio cristiano y la crianza de los hijos distinguen inmediatamente a los cristianos. Según Stark, los esposos y esposas cristianos trataron genuinamente de amarse unos a otros, como lo requería su religión. Su afecto mutuo y su apertura a la fertilidad llevaron a una tasa de natalidad más alta y, por lo tanto, a una tasa de crecimiento aún más alta para la Iglesia primitiva. No abortaron a sus hijos, ni los maridos pusieron en peligro la vida de sus esposas al hacerlo.
El respeto de los primeros cristianos por la dignidad del matrimonio hizo que la fe fuera enormemente atractiva para las mujeres paganas. Así que las mujeres constituyeron un número desproporcionado de los primeros conversos. Esto, a su vez, hizo que el cristianismo fuera enormemente atractivo para los hombres paganos, que no podían encontrar muchas mujeres paganas para casarse, pero veían a las jóvenes asistir a la liturgia cristiana en gran número.
No debemos descartar estos beneficios del cristianismo en el orden natural. Una cosa que demostró el surgimiento del cristianismo es que la fidelidad al único Dios verdadero es la mejor manera de alcanzar la felicidad, no solo en el cielo, sino también en el mundo que Dios creó. La fe cristiana, entonces como ahora, crea hogares felices.
Y, en las culturas paganas, entonces como ahora, los hogares felices son muy atractivos. La evidencia parece indicar que, en el Imperio Romano, los hogares cristianos proporcionaban el lugar principal de evangelización de la Iglesia. Y que la Iglesia crecía porque en cada lugar se vivía en familia.
Esto es algo que no encontramos con demasiada frecuencia en las vidas publicadas de los santos, que tienden a centrarse principalmente en eventos extraordinarios y grandes milagros. Tampoco encontramos esta historia contada en las historias eclesiásticas, que tienden a centrarse casi exclusivamente en la vida de los obispos y el clero. Sin embargo, es la verdadera historia de la Iglesia. Como dijo San Agustín, la historia del crecimiento del evangelio fue la historia de “un corazón prendiendo fuego a otro”.
El fuego de la caridad tendido en el hogar cristiano pronto consumió las manzanas de la ciudad y luego los barrios. No fue el tipo de experiencia extática que vemos en el relato del primer Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles. Fue, más bien, tranquilo y gradual. Veamos sólo un ejemplo de cómo ardía este fuego de la caridad.
Las epidemias estaban entre los grandes terrores de la vida en el mundo antiguo. Los médicos de entonces sabían que las enfermedades eran transmisibles, pero no sabían nada de bacterias o virus, mucho menos de antibióticos o antisepsia. Una vez que las enfermedades llegaban a su ciudad natal, realmente no había forma de detenerlas. Varias epidemias importantes asolaron el imperio durante el surgimiento del cristianismo, y cada una de ellas redujo la población del imperio en aproximadamente un tercio.
Sin embargo, incluso en estas circunstancias, la Iglesia creció. De hecho, en medio de persecuciones y epidemias simultáneas, la Iglesia creció aún más dramáticamente, especialmente en proporción a la población total del imperio. Por todas partes la gente caía como moscas, pero la Iglesia crecía.
¿Cómo pasó eso? Mire lo que normalmente sucedía cuando una epidemia azotaba su ciudad natal. Las primeras personas en irse solían ser los médicos. Sabían lo que se avecinaba y sabían que poco podían hacer para evitarlo. El médico pagano del siglo II, Galeno, admite que huyó, en su descripción de la epidemia mundial durante el reinado de Marco Aurelio. Los siguientes en salir fueron los sacerdotes paganos, porque tenían los medios y la libertad para hacerlo.
Se animó a las familias paganas ordinarias a abandonar sus hogares cuando los miembros de la familia contrajeron la plaga. Una vez más, no conocían otra forma de aislar la enfermedad que dejar que el miembro de la familia afectado muriera, quizás lentamente.
Sin embargo, los cristianos tenían el deber de no abandonar a los enfermos. Jesús mismo había dicho que, al cuidar a los enfermos, los cristianos lo estaban cuidando a él. Entonces, aunque los cristianos no sabían más sobre medicina que los paganos, se quedaron con sus familiares, amigos y vecinos que sufrían. Considere este relato de la gran epidemia del año 260, que nos dejó el obispo Dionisio de Alejandría:
La mayoría de nuestros hermanos cristianos mostraron un amor y una lealtad ilimitados, sin escatimarse nunca y pensando sólo en los demás. Sin importarles el peligro, se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo todas sus necesidades y ministrándolos en Cristo, y con ellos partieron de esta vida serenamente felices; porque fueron infectados por otros con la enfermedad, atrayendo sobre sí mismos la enfermedad de sus vecinos y aceptando alegremente sus dolores. . . .
La muerte en esta forma, el resultado de una gran piedad y una fe fuerte, parece en todos los sentidos igual al martirio”.
También poseemos relatos paganos de esa epidemia, y todos ellos se caracterizan por la desesperación. Sin embargo, los cristianos estaban “serenamente felices”. Tampoco fue un evento extraordinario. Stark dice que Antioquía de Siria, considerada la segunda ciudad del imperio, experimentó 41 catástrofes naturales y sociales de este orden durante los años en que el cristianismo estaba en ascenso. Eso es un promedio de un desastre catastrófico cada quince años.
El cristianismo tuvo el mismo efecto de otras maneras, como señaló Stark. Ofreció ciudades llenas de extraños, huérfanos, viudas, personas sin hogar y pobres, una nueva familia y comunidad y una nueva forma de vida que los liberó de muchos de los miedos que torturaban a sus vecinos paganos.
En medio de todo ese caos, la caridad cristiana, que por lo general comenzaba en el hogar, trajo el crecimiento de la iglesia. Los cristianos tenían muchas más probabilidades de sobrevivir a las epidemias porque se preocupaban unos por otros. El mero cuidado de la comodidad redujo la tasa de mortalidad de los cristianos en dos tercios en comparación con la de los paganos.
Además, las familias cristianas también se preocupaban por sus vecinos paganos. Por lo tanto, los paganos que recibieron atención cristiana tenían más probabilidades de sobrevivir y, a su vez, convertirse ellos mismos en cristianos. Así, en tiempos de epidemia, cuando la población en general se desplomó, el crecimiento de la iglesia se disparó.
Los paganos tendían a cuidar solo de los de su grupo. Mientras que los paganos solo ayudaban a sus hermanos, los cristianos trataban a todos los hombres como a sus hermanos. Y los paganos se dieron cuenta. El malvado emperador Juliano, que despreciaba a todos los cristianos y encabezó la acusación de volver a paganizar el imperio, todavía tuvo que admirar a regañadientes su caridad:
“Los impíos galileos apoyan no solo a sus pobres, sino también a los nuestros. Todos pueden ver que nuestros pobres carecen de nuestra ayuda”.
No puedo enfatizar lo suficiente que esta actividad caritativa no fue tanto el trabajo de las instituciones como de las familias. La familia era entonces, como lo es ahora, la unidad fundamental de la Iglesia. Hasta el siglo III, la mayoría de los cristianos no tenían un edificio al que pudieran llamar su “iglesia”. Su vida cristiana estaba centrada en sus hogares. Las organizaciones benéficas institucionalizadas todavía estaban a años de distancia en el futuro, para ser establecidas en tiempos más pacíficos.
Al principio, la caridad era más bien el camino de la vida familiar cristiana. Esta rutina de caridad no constituía tanto una nueva cultura, reemplazando a la antigua, al menos externamente. Exteriormente, poco había cambiado en los barrios habitados por cristianos. La ley, el gobierno, las rutinas de la vida diaria permanecieron como estaban, y como permanecerían en gran parte, intactos, incluso después de Constantino. Pero interiormente, todo había cambiado.
Vemos los medios de esta transformación, incluso muy temprano en la historia cristiana. Un documento de principios del siglo II, la Carta anónima a Diogneto, describe el proceso en términos profundos pero sencillos. El escritor señala que los cristianos no se distinguen de otras personas por nada externo: ni por su país o idioma, ni por su comida o vestimenta, sino por lo que él llama el “estilo de vida maravilloso y sorprendente” de los cristianos.
Se casan, como todos [los demás]; engendran hijos; pero no cometen infanticidio. Tienen una mesa común, pero no una cama común. . . . Obedecen las leyes prescritas y al mismo tiempo superan las leyes con sus vidas. Aman a todos los hombres y son perseguidos por todos. Son desconocidos y condenados; son puestos a muerte, y restaurados a la vida. . .
En resumen: como el alma está en el cuerpo, así los cristianos están en el mundo. El alma está dispersa por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos están esparcidos por todas las ciudades del mundo. . . . El alma invisible está custodiada por el cuerpo visible, y se sabe que los cristianos están en el mundo, pero su piedad permanece invisible.
Gradualmente. Invisiblemente. Pero inexorablemente. Esta es la forma en que la doctrina cristiana, la esperanza y la caridad transformaron el Imperio Romano, una persona a la vez. El cristianismo transformó la forma en que los vecinos trataban a los enfermos, la forma en que los padres trataban a sus hijos y la forma en que los esposos y las esposas hacían el amor.
Eso es lo que realmente le sucedió al Imperio Romano. El evangelio de Jesucristo se extendió gradualmente, de persona a persona, de familia a familia, de casa a casa, de barrio a barrio, luego a provincias enteras. La conversión tuvo lugar en los incrementos más pequeños, uno por uno, debido a las casas.
Cuando leemos acerca de nuestros antepasados en la fe, sus obras claman por una imitación moderna. Seré tan audaz como para extraer seis lecciones que las antiguas familias cristianas pueden enseñar a las familias modernas.
1. Ven a ver tu hogar como una iglesia doméstica. Los cristianos modernos tienden a pensar en los edificios de su parroquia como “la iglesia”. Tenemos que creer que nuestras familias son la iglesia, que nuestros hogares son la iglesia y que el reino de Dios comienza en el lugar donde colgamos nuestros sombreros y comemos. Necesitamos imitar a los primeros cristianos al ver nuestros hogares como lugares de adoración y compañerismo, como fuentes de caridad y como escuelas de virtud.
San Agustín una vez se dirigió a una reunión de padres como “mis queridos compañeros obispos”. Ese es el papel que juegan los padres en la iglesia doméstica.
2.Haz de tu iglesia doméstica un refugio de caridad. Una de las descripciones más sorprendentes de la Iglesia primitiva proviene de Tertuliano, quien escribió: “Es nuestro cuidado de los desamparados, nuestra práctica de la bondad amorosa lo que nos marca a los ojos de muchos de nuestros oponentes, quienes dicen: 'Mira a esos cristianos , cómo se aman.'” Este amor tiene que empezar en casa. Tiene que comenzar en la iglesia doméstica.
¿Cuántos de los que denuncian la falta de reverencia en sus iglesias luego van a casa para profanar sus iglesias domésticas con palabras ásperas hacia sus hijos o hacia sus cónyuges o con chismes sobre sus vecinos o sus compañeros de trabajo? Todos seremos llamados a rendir cuentas por esto.
Recuerda las palabras de Tertuliano. Ellos sabrán que somos cristianos, no por los íconos en nuestra pared, o los símbolos de peces en nuestras calcomanías, o la gruta en nuestro patio delantero, o por nuestros brazaletes WWJD, sino por el amor en nuestros corazones, expresado en nuestros hogares. .
3.Haz de tu iglesia doméstica un lugar de oración. Esto no significa que su día deba estar dominado por las devociones, pero debe tener algunas disciplinas familiares de oración regulares y rutinarias. Los primeros cristianos vieron esto como algo necesario y observaron “horas estacionarias” de oración durante el día, e incluso durante la noche. En el siglo III, Tertuliano describió a las familias cristianas del norte de África levantándose en medio de cada noche para orar juntos.
La mayoría de los cristianos de hoy no se levantan a las 3 am, y no estoy sugiriendo que debamos hacerlo. Hay muchas formas de orar en familia, y usted debe buscar las formas que funcionen mejor para su tribu. Pueden orar juntos al comienzo del día o al final del día.
Debéis orar juntos, al menos, ofreciendo la gracia en cada comida. Puede comenzar un estudio bíblico familiar semanal. Puede unirse al culto entre semana que ofrece su iglesia parroquial. Lo importante es hacer algo, empezar por algún lado. Comienza con algo pequeño y manejable, y luego date tiempo para crecer.
Sabed que, como iglesia doméstica, estáis “en misión”. Como la Iglesia universal, sois enviados por Cristo para llevar el evangelio al mundo. Eres enviado fuera de tu casa. “Enviado” es la raíz del significado de la palabra apostolado, y tú y yo y todos nuestros hijos estamos llamados a participar en el apostolado de la Iglesia, a ser apóstoles del mundo.
Imagínate a ti mismo como uno de esos cristianos invisibles que viven en las ciudades antiguas que se estaban pudriendo con epidemias. ¿Qué harías? ¿Qué harías que hiciera tu familia? ¿Huirías de la ciudad mientras mueren tus vecinos? ¿Tablarías las ventanas y colocarías tu escopeta? Haríais como vuestros antepasados y saldríais y serviríais a vuestros vecinos.
Hoy en día podemos curar muchas de las antiguas plagas. Pero todos deberíamos preguntarnos: ¿Qué epidemias están consumiendo hoy las familias de nuestros barrios? ¿Qué es lo que está destrozando a las familias vecinas? ¿Qué es lo que los deja marcados y apenas capaces de seguir adelante en la vida? ¿Qué tal el divorcio? ¿Ilegitimidad?
Abandono. . . esa sensación constante de que no son queridos por alguien a quien aman mucho? Tal vez necesitemos expandir nuestras definiciones de pobreza y epidemia, para ver a las personas a las que nuestras familias deben servir hoy. Probablemente haya personas en su cuadra que estén muy solas, que sean ancianas y estén solas, o que estén de luto, o que estén necesitadas de algún otro modo.
¿Cómo podría ayudar su familia? A veces, ayudar es tan simple como preparar comidas, abrir la puerta de su casa e incluso compartir las “obras de arte” de sus hijos para los refrigeradores de los vecinos. No tiene que ser un programa lujoso. Pero este tipo de caridad debería ser un proyecto familiar continuo.
Los cristianos a veces se exceden al proteger a su familia de los extraños y de los no creyentes. Pero como dijo la Madre Teresa, Cristo a veces vendrá a nosotros en estos disfraces angustiosos. Tenemos que abrir de par en par las puertas a Cristo. Eso es parte de lo que significa para nosotros estar en misión.
Uno de los grandes Padres de la Iglesia Occidental, San Jerónimo, dijo: “Los ojos de todos se vuelven hacia ti. Tu casa está asentada sobre una atalaya; tu vida fija para otros los límites de su autocontrol.” Pero nuestras vidas no pueden establecer límites para los demás a menos que abramos nuestras vidas y nuestros hogares a los demás, y a menos que (vea las lecciones dos y tres) vivamos como si nuestra casa estuviera colocada en una torre de vigilancia.
Cultivar la virtud de la esperanza. La gracia divina tiene un poder ilimitado. Puede transformar personas; puede y ha transformado culturas. Como padres, feligreses y vecinos, tenemos que creer en los milagros. Tenemos que creer que la gente puede cambiar.
Es demasiado fácil para nosotros creer que muchas personas están irremediablemente perdidas, han sido por la cultura o por sus propias vidas inoculadas irremediablemente contra el evangelio. Pero esto simplemente no es verdad. Lea al agnóstico Rodney Stark: Los milagros suceden, la gente cambia, los pueblos, ciudades y naciones pueden convertirse al cristianismo a un ritmo del 40 por ciento por década.
Vivir según las enseñanzas de la Iglesia. Necesitamos elevar nuestros hogares a la altura de los estándares de Jesucristo y su Iglesia. Es un estándar alto, pero las alternativas hoy en día son mortales. Los primeros cristianos no convirtieron al imperio comprometiéndose con las ideas del imperio sobre la vida familiar. No se comprometieron con el divorcio, la anticoncepción, el aborto, el infanticidio o la actividad homosexual.
Los primeros cristianos odiaban estos pecados, incluso cuando amaban apasionadamente a los pecadores que los cometían, los pecadores que vivían en sus vecindarios. Nosotros también necesitamos odiar estos pecados y alejarlos de nuestros propios hogares. Pero también necesitamos ayudar a otros hogares, a otras familias a vivir según las enseñanzas de Jesús.
Necesitamos evangelizar a las familias que nos necesitan. Si no lo hacemos, entonces podemos contarnos con el sacerdote y el levita en la parábola del buen samaritano, que pasó junto al hombre en la zanja.
No termino con una cita de los primeros cristianos, sino de un cristiano contemporáneo, el Papa Juan Pablo II, quien en Christifideles Laicid extrajo una lección de la Iglesia primitiva al instruir a las familias en los caminos de la evangelización:
Animada en su propia vida interior por el celo misionero, la Iglesia del hogar está llamada también a ser signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor por los que están “lejos”, por las familias que aún no creen, y por aquellas familias cristianas que ya no viven de acuerdo con la fe que una vez recibieron. La familia cristiana está llamada a iluminar “con su ejemplo y su testimonio. . . los que buscan la verdad.”
Benedicto XVI había convocado para ese día a los cardenales residentes en Roma con la excusa del anuncio oficial de tres canonizaciones.
Pero por sorpresa, añadió una declaración especial. La leyó a las 11:45 de la mañana.
“Por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
Mientras el Papa se retiraba a sus habitaciones, comunicaron la noticia dos agencias, la francesa iMedia y la italiana Ansa. También el diario oficial del Vaticano, L'Osservatore Romano, publicó una edición especial.
Benedicto tenía 85 años. Llevaba 7 años, 10 meses y 10 días como Papa. Había realizado 25 viajes, a 24 países diferentes. Hizo 44 nuevos santos, 26 hombres y 18 mujeres; y nombró 67 nuevos cardenales.
El Papa explicó de nuevo las claves de este gesto en su primera audiencia general tras el anuncio.
“He hecho esto con plena libertad por el bien de la Iglesia, después de haber rezado mucho tiempo y haber examinado delante de Dios mi conciencia, siendo conocedor de la gravedad de este acto, pero también sabiendo que no estoy preparado para desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que este requiere”.
“(A esa edad) no podría hacer casi nada de lo que se espera de un Papa. No podría viajar, no podría presidir celebraciones públicas, ni mantener reuniones largas, ni tomar decisiones complejas. Es evidente que ha hecho bien, ha hecho lo más razonable ante Dios y ante los hombres”.
Con el paso de los años, el shock con el que muchos reaccionaron a esa decisión se ha suavizado. Un gesto de humildad, sabiduría y prudencia, que es también la gran lección del Papa profesor.
https://www.primeroscristianos.com/original-respuesta-en-video-al-mensaje-del-papa-a-los-jovenes/
También él se encargó de dirigir las doce congregaciones de cardenales, o sea las reuniones sobre el futuro de la Iglesia y el perfil del próximo Papa para elegir un sucesor. No lo tenían nada fácil. Iba a ser complicado encontrar a alguien con el coraje suficiente para suceder a Juan Pablo II.
El cónclave comenzó el lunes 18 de abril con la Misa para pedir ayuda al Espíritu Santo. La celebró el cardenal Ratzinger, que ya se había convertido en un sólido candidato.
"En esta hora pidamos insistentemente al Señor que, tras el gran don del Papa Juan Pablo II, nos conceda de nuevo un pastor a la medida de su corazón”.
Entraron a las 4 de la tarde en la Capilla Sixtina. Los 115 cardenales menores de 80 años juraron que votarían sin dejarse llevar por presiones, y que guardarían secreto de lo que ocurriera ahí dentro.
Pocas horas después, el primer mensaje de la Sixtina. Fumata negra.
Tampoco hubo un nuevo Papa la mañana del 19 de abril. Tras tres votaciones, los cardenales aún no se habían puesto de acuerdo.
Sin embargo, a media tarde, cambió la situación. Y una fumata blanca coloreó el cielo de Roma. Así recibió la plaza la noticia.
Joseph Ratzinger acababa de convertirse en el sucesor de San Pedro número 265, tras cuatro votaciones, uno de los cónclaves más rápidos de la historia.
"Queridos hermanos y hermanas. Después del gran papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe actuar con instrumentos insuficientes y sobre todo confío en vuestras oraciones”.
Lo primero que hizo fue visitar a sus compañeros de trabajo en la que fue su oficina durante 23 años: la Congregación para la Doctrina de la Fe.
"Santidad, bienvenido entre nosotros y gracias por esta visita”.
"Todavía no puedo creer que esté ahora en otro sitio. Se ha hecho cuanto el Señor ha dicho a Pedro: Llegará el día en que tú serás guiado dónde no quieres ir”.
Le regalaron una tarta. La tenían ya preparada porque cuatro días antes había cumplido 78 años.
Pocos días después, explicó a unos peregrinos alemanes cómo se sentía.
"Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la guillotina caería sobre mí, me quedé desconcertado. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes”.
Con su nueva vida echaría de menos también sus libros. El Papa profesor los necesitaba, y por eso, salió del Vaticano para ir a su antigua casa y preparar con su biblioteca sus primeros discursos.
No se imaginaba que la voz corrió muy deprisa y cientos de personas le esperaron en la puerta para verlo.
Nunca se acostumbró a la popularidad. Pero con su timidez, se ganó a quienes lo vieron de cerca.
No es mi intención analizar en estas reflexiones el pontificado de Benedicto XVI, quien dejará de ser Papa el 28 de febrero a las 8 de la tarde tras una renuncia histórica cargada de simbolismo.
Los papas gustan de mover sus fichas pensando a largo plazo, a larguísimo plazo, sabedores de que gobiernan una institución milenaria, llena de goteras y grietas, achacosa a veces, pero siempre viva y pujante pues la muerte no está pensaba para ella.
Joseph Ratzinger no es excepción. El Papa es plenamente consciente de que en estos momentos está haciendo historia, marcando una nueva pauta en la Iglesia con esta última decisión suya tan audaz y valiente. Por eso, tiempo al tiempo. Ya llegará la hora de valorar objetivamente un Pontificado que, con sus luces y sus sombras, acabará enalteciendo la figura de Benedicto XVI.
Mi objetivo hoy es más modesto. Tan solo pretendo referir lo que me ha aportado personalmente este gran intelectual alemán que decidió colgar la sotana blanca para encerrarse a rezar y escribir entre cuatro paredes junto a un pequeño huerto ecológico.
Para mí, hablar de Benedicto XVI es hablar de un maestro, en el sentido más clásico y noble del término, del que he aprendido algunas lecciones inestimables. Algunas de ellas son fruto de su comportamiento, las más, de su magisterio. Todas: expresión de su extraordinaria honradez intelectual y profunda humildad.
Un maestro es la persona capaz de grabar a fuego en tu alma una idea. Un maestro es quien atraviesa intelectualmente tu vida, como una flecha atraviesa un cuerpo. Un maestro es quien va siempre por delante de ti dando respuesta a tus inquietudes intelectuales. Un maestro es quien te obliga a mantenerte de puntillas para estar a su altura intelectual.
Por eso, la conversación con el maestro es rayo de luz, abre horizontes, crea nuevas expectativas, despierta sensibilidades. La presencia del maestro estimula la inteligencia, alienta la creatividad, despierta la imaginación.
El maestro te cautiva, como me cautivó a mí Joseph Ratzinger, cuando le conocí en febrero de 1998 en la Universidad de Navarra con ocasión de su visita para recibir un doctorado honoris causa. Fueron unos días memorables en los que pude tratar de cerca al entonces cardenal Ratzinger. El galardonado quiso residir unos días en el Colegio Mayor Belagua con el fin de vivir intensamente el ambiente universitario de la Universidad de Navarra.
Enseguida me di cuenta de que, a pesar de dedicarse él a la Teología y yo al Derecho, compartíamos las mismas preocupaciones intelectuales, y de que, en realidad, estábamos subiendo el mismo monte por diferentes laderas. Eso sí, él iba muy por delante de mí en ese empinado ascenso.
Benedicto XVI dejará de ser Papa el 28 de febrero, pero no de ser uno de los intelectuales más perspicaces de nuestro tiempo. Un maestro puede dejar de ser Papa, pero no de enseñar. Por eso, quiero compartir las diez lecciones más importantes que he aprendido de Benedicto XVI. No son las mejores aportaciones de Ratzinger a la Teología; tampoco se derivan necesariamente de sus principales hitos como Pontífice. Son sencillamente lecciones de un maestro.
La universidad es un lugar privilegiado para el nacimiento de nueva ideas y el diálogo interdisciplinar es el método más fecundo para que estas ideas florezcan. De ahí la importancia de que existan campus aislados cuyos profesores y alumnos vivan totalmente inmersos en un debate intelectual estimulante y crítico, una idea que siempre impulsó Ratzinger desde sus comienzos como profesor en la Universidad de Bonn.
El mundo de hoy demanda un diálogo abierto, sereno y equilibrado entre creyentes y no creyentes. Este diálogo será en beneficio de todos. A los creyentes les servirá para purificar el argumento religioso; a los no creyentes, para advertir los límites de la razón positiva, cuya exclusividad enclaustra al ser humano. Su conversación con Jürgen Habermas, otro gran maestro, fue un ejemplo del camino que debe emprenderse para poder dar pasos en esta dirección.
La necesidad de recuperar para el Cristianismo el genuino concepto de "eros", con el fin de poder aplicarlo a Dios cuyo amor es no sólo donacional, sino también posesivo. Esta sincera reflexión, explicada en su primera encíclica Deus caritas est, ha abierto nuevos derroteros en el campo de la vida contemplativa y en la consideración de la filiación divina, o la consideración de que somos hijos de Dios, como núcleo esencial del mensaje cristiano. Se puede formular de una manera más directa: cuando Dios se empeña en vivir cerca de ti, se le palpa y la fe sobra.
Esto no significa que los ordenamientos jurídicos hayan de reconocer la existencia de Dios -¡ese no es su cometido!- pero sí que han de ver en la religión un valor en sí mismo, capaz de dar respuesta a ciertos interrogantes que la razón científica no puede resolver.
Para Benedicto XVI, no hay un sistema legal cristiano, revelado por Dios, sino que lo único que demanda el cristianismo a los ordenamientos jurídicos es que se remitan a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho.
La lección sexta la constituye el núcleo de su controvertido discurso en Ratisbona, quizás el más importante discurso del Papa, es que el no actuar con el "logos" es contrario a la naturaleza de Dios. Por tanto, no hay incompatibilidad alguna entre razón y fe. " Se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión.
Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar «con el logos» es contrario a la naturaleza de Dios", dijo en su famoso discurso.
Por eso, cuando uno se equivoca lo reconoce, aunque sea el Papa. Esta lección la dio el Benedicto con su famosa carta de 2009 con ocasión del caso del obispo Richard Williamson, al que se levantó la excomunión pocos días después de que, en una entrevista con una cadena de televisión sueca, cuestionara la existencia de las cámaras de gas en los campos de concentración nazis, lo que generó una enorme controversia en Internet .
En la carta, Ratzinger lamentó los errores de gestión por parte del Vaticano al no haber hecho el uso adecuado de internet. "Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias", escribió entonces.
El valor positivo del silencio como punto de encuentro con Dios. En su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales de 2012, Benedicto XVI escribió que "el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido.
En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena".
Dentro del Vaticano, uno de los lugares más lujosos y espectaculares del mundo, Benedicto XVI demostró que se puede llevar una vida sencilla, sobria y austera, desprendida de las riquezas materiales, con comidas frugales, largos ratos dedicados a la oración y al silencio, la escritura y el estudio, y una cama de pequeñas dimensiones.
La décima y última lección no es la más importante, pero sí la que ha sobrecogido al mundo por inesperada. La opinión pública la ha formulado de la siguiente manera, siguiendo el propio discurso de renuncia papal: el espíritu de servicio es el único fin que ha de buscarse en el desempeño de cualquier cargo público.
Por eso, cuando por motivos justificados este servicio pueda quedar deslustrado, es recomendable dejar paso a otros que desempeñen el cargo con más competencia. Me parece, sin embargo, que hay una formulación mucho más sencilla y castiza: No se puede ser más papista que el papa. Por eso, el papa Benedicto XVI no ha querido ser más papista que Benedicto XVI. Y él tenía la profunda convicción moral, desde hace mucho tiempo, de que para la Iglesia era muy conveniente que un papa renunciara. Se dieron las circunstancias. Y lo hizo. ¡Como un campeón!
Rafael Domingo Oslé (*)
(*) Es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Navarra y profesor visitante del Centro para el Estudio de la Ley y Religión de la Facultad de Derecho de la Universidad de Emory en Atlanta.
"Los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe actuar con instrumentos insuficientes”.
Humildad. Ocho años de pontificado que se caracterizaron por su humildad y un trabajo silencioso. Para conmemorar el décimo aniversario de la elección de Benedicto XVI sale a la luz un libro inédito sobre su pontificado. A la presentación de "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres” acudieron el hermano del Papa emérito, Georg Ratzinger y su secretario, Georg Gänswein.
Editor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Para nosotros es muy importante porque nuestra editorial normalmente se enfoca en libros de arte, de cultura y sobre todo de cultura cristiana. Desde hace poco publicamos también sobre historia, y Benedicto XVI es una pieza muy importante de la historia y por eso decidimos publicar un libro sobre este personaje tan importante”.
Las fotografías y los testimonios juegan un papel esencial en el nuevo volumen que se presentó en el cementerio teutónico del Vaticano.
Autor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Es un regalo para Benedicto para recordar sus ocho años de pontificado, es un honor. Hemos intentado hacer fácil la lectura escogiendo temas y fotografías que son grandes escenas de su pontificado”.
Fotografías que recogen grandes momentos y otros detalles más cotidianos de su pontíficado. Como esta con Georg Gänswein.
O esta otra cuando por primera vez el papa Francisco se reunió con el papa emérito Benedicto XVI. Fue un encuentro sencillo, emotivo y, sin duda, histórico
En la elaboración del libro han participado los cardenales Gerhard Müller o Kurt Koch. Tanto los autores como los responsables de edición lo conocieron y ellos así le recuerdan.
Editor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"De él me acuerdo de sus homilías espléndidas”.
Autor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Yo me acuerdo de una situación muy bonita, en su primera visita que tuvo después de su elección como Papa. Un momento privado en el tercer piso del Palacio Apostólico del Vaticano”.
Un libro que recopila los ocho años de un Papa que no iniciaba su pontificado de manera fácil y que ahora, sin duda, es histórico por su renuncia y uno de los más queridos.
CÉSARES ROMANOS |
PAPAS |
HISTORIA de los Primeros Cristianos |
293/305
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296/304 |
298-302 Los cristianos son proscritos del ejército romano 303 Gran persecución |
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305/306
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305 Se suspende la persecución 306-312 Tolerancia en Roma y África |
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306
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306-310 Maximino reinicia la persecución en Oriente |
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306/307 |
306 Persecución en Oriente | |
307/311
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311 Primera edición de la “Historia Eclesiástica” de Eusebio de Cesarea Maximinio continúa la persecución, especialmente en Egipto
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308/309 |
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309/309 |
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311/314 |
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312/324 |
312 Constantino vence a Majencio
313 Edicto de Milán de tolerancia universal del cristianismo
321 Persecución de Licino |
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314/335 |
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336/336 |
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324/337 |
337/352 |
324 Segunda edición de la “Historia Eclesiástica” de Eusebio de Cesarea 328-373 San Atanasio, Obispo de Alejandría
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337/340 |
337 Persecución en Persia |
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340/350 |
342 Prohibición de sacrificios paganos |
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350/361 |
354 Nacimiento de San Agustín 356 Las reliquias de San Andrés y San Lucas son llevadas a Constantinopla
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352/366 |
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350/351 |
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351/353 |
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361/363 |
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363/364 |
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364/375 |
371 El Papa San Dámaso es acusado de homicidio y es exonerado por el emperador 373 San Ambrosio, Obispo de Milán 373 Fallece San Atanasio 374-377 San Jerónimo, anacoreta en Calcis |
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366/384 |
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375/383 |
378 El emperador Graciano renuncia al título de “Pontifex Maximus”
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383/392 |
383 San Jerónimo inicia la traducción de la Biblia al latín
384 San Jerónimo parte a Palestina 384 San Agustín llega a Milán 385-420 San Jerónimo, monje en Belén 385-407 San Juan Crisóstomo florece 386 SanAgustín vuelve a la fe católica 386-387 San Agustín escribe “Las Confesiones” 390 Masacre de Tesalónica
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384/399 |
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392/395 |
392 Leyes contra paganos y herejes | |
395/421 |
397 Muerte de San Ambrosio de Milán | |
399/401 |