Desde el ataque se abrió un proceso de investigación para encontrar a los responsables del atentado. Muchos líderes mundiales pidieron al gobierno de Sri Lanka que haga justicia. El papa aprovechó el tercer aniversario de los atentados para hacer este llamamiento público.
FRANCISCO
No quisiera terminar sin hacer un llamamiento a las autoridades de su país. Por favor y por el bien por la justicia, por el bien de tu pueblo, que se aclare de una vez por todas quiénes fueron responsable de estos hechos [los atentados de Semana Santa de 2019]. Esto traerá paz a su conciencia y a la Patria.
Casi 5 años después, la comunidad católica no ha olvidado a las más de 200 personas asesinadas ese día.
CARD. MALCOLM RANJITH
Arzobispo de Colombo, Sri Lanka
Hemos construido un cementerio especial en Kotahena o Nigambo. Tuvimos que comprar un terreno porque el cementerio católico estaba repleto, lleno de cadáveres y no podíamos enterrarlos a todos allí.
También hay un memorial en una de las iglesias que fueron destruidas aquel Domingo de Pascua.
CARD. MALCOLM RANJITH
Arzobispo de Colombo, Sri Lanka
Hay un memorial dentro de la iglesia. Reservamos una zona y escribimos todos los nombres en una lápida de piedra que construimos en la iglesia de San Sebastián.
Muchas personas han acudido a los memoriales para pedir la intercesión de estos hombres y mujeres. El cardenal Ranjith dijo que son ejemplos de los mártires modernos de los que el papa habla a menudo.
CARD. MALCOLM RANJITH
Arzobispo de Colombo, Sri Lanka
Dieron sus vidas por la fe, porque los atacantes lo hicieron por odio a la fe. Odium fidei, así lo llaman. Odiaban a los cristianos y atacaron a estos inocentes. Los mataron. Para nosotros son mártires porque murieron yendo a la Iglesia, por eso promovemos su causa.
El 21 de abril se cumplen 5 años del atentado. Es el tiempo mínimo que exige el Vaticano para iniciar el proceso de beatificación. Y en Sri Lanka lo tienen claro. En cuanto se cumpla ese aniversario, se pondrán manos a la obra.
FUENTE: www.romereports.com
ELÉONORE DE GALARD
Productora, Musical de Bernardette de Lourdes
Millones de peregrinos visitarán Roma y esperamos tocar un millón de corazones con este espectáculo para que su mensaje se extienda por todo el mundo.
Los productores y el reparto del musical explican que el mensaje de Lourdes tiene un gran potencial y que no solo gustará a un público católico.
ELÉONORE DE GALARD
Productora, Musical de Bernardette de Lourdes
Quizás pensar que cualquiera, incluso siendo pobre, estando enfermos, sin saber leer, ni escribir, cualquiera puede ser el elegido por la Virgen, y ese el mensaje que queremos difundir por todo el mundo.
GAIA DI FUSCO
Actriz, Bernardette Soubirous
La historia de Bernadette es en realidad una historia muy parecida a la que viven las adolescentes diariamente, no por lo que le sucedió, sino simplemente por lo que ella fue, por el carácter que tuvo y la actitud con la que afrontó la situación. Sus principales características son la tenacidad y el coraje, y éstas son dos características que los adolescentes actuales trabajan en su día a día.
Pensé que sería difícil entrar en el personaje, meterme en su pellejo, pero luego, al conocer más de su historia me di cuenta que actuaba como una simple chica y entendí que debía ser yo misma.
Este proyecto nació después de que la productora visitara Lourdes.
Gruta de la Virgen de Lourdes
ELÉONORE DE GALARD
Productora, Musical de Bernardette de Lourdes
Estábamos frente a la gruta y esa noche fue como "Dios mío, tenemos que contar la historia de este lugar porque es increíble, porque millones de personas de todo el mundo vienen a Lourdes, que es una pequeña ciudad del sur de Francia, con esperanza y es una de las ciudades francesas más famosas del mundo y tenemos que contar por qué. Y es por esa niña, Bernardette, que tenía 13 años. Gracias a ella, millones de personas acuden cada año con la esperanza de recuperarse.
El espectáculo será en el Auditorio Via della Conciliazione, al lado del Vaticano en 2025. Del 16 de enero al 16 de febrero, aunque estas fechas podrían ampliarse.
Le arrancan la túnica púrpura de forma violenta y brusca: es posible que la tela, basta y sucia, se hubiera adherido a la piel por simple contacto de las costras de la sangre coagulada de gran parte de las heridas de la flagelación. Se abren de nuevo las heridas, avivándose el dolor, y provocando una nueva hemorragia, frío, temblores musculares, vergüenza y pública humillación.
“Le ciñeron una corona de espinas entretejidas"
Le cargan la cruz. Los historiadores del imperio romano de la época y posteriores, explican los diversos tipos de cruces. Es posible que el madero transversal, muy pesado (hasta 30 o 40 Kg), basto y rugoso, fuera transportado por Jesús entre la nuca y sus dos brazos, seguramente atados con cuerdas al madero.
Se hienden los omóplatos y se agudiza el dolor de la corona de espinas en la región occipital –posterior- de la cabeza. La cara, tronco y piernas quedan muy peligrosamente expuestas a caídas de bruces, por tropiezo y debilidad. Pudieron haberse producido erosiones y excoriaciones en cara, rodillas y manos, si no estuvieron atadas al madero.
No quedan muy lejos el Palacio de Poncio Pilato y el Gólgota, apenas unos mil o dos mil pasos. Sin embargo, el camino de Jesús fue largo, difícil y muy doloroso: descalzo, cubierto de heridas, con un madero bajo los hombros y una corona de espinas, sediento y aturdido, en estado de shock, bajo un fuerte sol de mediodía, rodeado de burlas, injurias y humillaciones que tendría que soportar en su camino.
“Y a uno que pasaba por allí, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, que volvía de su granja, le forzaron a llevar la cruz de Jesús” (Mc 15, 21).
Aunque Simón de Cirene es forzado a ayudar al reo, parece que Jesús se cayó tres veces, posiblemente de cara, con todo el peso del madero en su cabeza: se producen contusiones faciales, especialmente en la nariz, que es una región particularmente dolorosa y muy capilarizada, por lo que se produciría una hemorragia nasal abundante (epistaxis). Traumas en la frente, cara, labios, quizás dolores agudos por contusiones en dientes, y posiblemente en las rodillas, al intentar parar, adelantando una de las piernas, el golpe tremendo de la cara, aplastada por el madero en la caída al suelo.
El rostro hermoso de Jesús está ahora pálido, amoratado, sangrante, con hinchazones y la nariz deformada, sucio, lleno de polvo, maloliente, con los ojos hinchados, casi cerrados por el dolor y las contusiones, por la luz intensa del mediodía que hiere las pupilas dilatadas de Jesús. Lágrimas de Jesús.
El rictus labial denota sufrimiento, angustia y desamparo. Ruido ensordecedor de voces y gritos e insultos por todas partes. Quizás en los labios se produjeron lesiones que causaron hematomas y posibles lesiones en la dentadura anterior. Fuerte jaqueca tensional por las contusiones.
La sed se hace cada vez más insoportable. La boca está seca, la lengua como un trapo áspero, quizás con heridas agrietadas. Inmenso dolor de alguna pieza dental contusionada por caídas o golpes. Jesús intenta tragar saliva, pero es poco abundante, demasiado espesa y pastosa.
Aturdido, Jesús baja la cabeza, como recogiéndose en sí mismo, defendiéndose de tantas agresiones.
Para aliviar el dolor, aprieta los dientes, cierra los ojos fuertemente, y luego los abre y mira alrededor lúcidamente, buscando algún consuelo, alguna cara conocida, un esbozo de sonrisa suplicante, que revista de dignidad y compasión su propio expolio.
Y sus ojos se encuentran con los de su madre. En medio del sufrimiento inmenso, halla el dulce consuelo de su madre, María. Cada corazón vierte en el otro su propio dolor y, reconfortado, prosigue su Via Crucis.
Aprieta con fuerza las manos y la nuca al madero para estimular la secreción de opioides endógenos, como reflejo inconsciente de quien persigue algún alivio del dolor. Y mientras, lágrimas saladas, salivación espesa, toses y carraspeo, vómitos, respiración acelerada, aparte de una molesta taquicardia.
Es poco más de mediodía. Comienza a hacer mucho calor y Jesús suda y se fatiga aún más. Posiblemente le hayan atado una cuerda al cuello o a la cintura para tirar de él, gritándole soezmente, insultándole.
Tal vez, y desde que se terminó la flagelación, multitud de moscas y otros insectos se lanzarían sobre las heridas sangrantes del reo. Mal olor por la ropa sucia, la sangre coagulada, el vómito y el sudor. Y el ambiente fétido de unas calles sórdidas, apestadas por la multitud de animales y de personas sudorosas y sucias. Es difícil imaginar tanto sufrimiento físico y moral.
Santiago Santidrián
Catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra
Llegan al Calvario. El camino ha sido cuesta arriba y Jesús está exhausto. Le quitan con brusquedad su túnica inconsútil. Jesús sufre al sentir sobre sí mismo la vergüenza de su desnudez a la vista de cientos de miradas.
Las cientos de heridas medio cerradas se reabren por segunda vez. Nueva hemorragia. “Le crucificaron allí, a él y a los ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»”(Lc 23, 34)
San Mateo dice que “desde la hora sexta (doce del mediodía) toda la tierra se oscureció hasta la hora nona (tres de la tarde)” (Mt 27, 45), y que incluso se produjo un pequeño terremoto que quizás zarandeara la cruz. La creación, estremecida y avergonzada, parece que quiere envolver en la sombra del pudor el cuerpo descubierto de su Creador clavado en la cruz. Y posiblemente comenzó a hacer más frío.
Por documentos históricos, tanto de escritores cristianos como paganos, y por los hallazgos arqueológicos de crucificados en la Palestina de la época del Señor, es razonable pensar que primero clavaran los dos brazos al tablero horizontal que cargó durante el camino al Calvario.
Además, conocemos bien el tamaño y la forma de los clavos de hierro que solían emplear los romanos para la crucifixión: largas pirámides cuadrangulares, con amplia base de retención, también cuadrada. Los clavos eran, seguramente, guiados entre el radio y los huesos del carpo (muñeca), o entre las dos filas de huesos del carpo, ya sea próximos o a través del flexor retinaculum y los ligamentos del carpo. El clavo podía pasar perfectamente entre los elementos óseos y no producir ninguna fractura. Pero posiblemente, la herida perióstica era extremadamente dolorosa (el periostio es la membrana fibrosa adherida a los huesos, que sirve para su nutrición y renovación).
Con los brazos estirados pero no en forma tirante, las muñecas -no las palmas de las manos- eran clavadas al patíbulo. Se ha demostrado que los ligamentos y los huesos de la muñeca pueden soportar el peso del cuerpo suspendido. De otra forma, si se hubieran clavado las palmas, el peso del cuerpo en posición vertical las hubiera desgarrado.
Los clavos pudieron rozar o atravesar el nervio mediano, que produciría descargas de dolor proyectado y referido en ambos brazos. La lesión del nervio mediano provocaría parálisis de una porción de la mano. Además, la parálisis y las contracciones musculares podrían haber causado isquemia (falta de circulación sanguínea adecuada) en muñecas y manos, debilidad de varios ligamentos y posibles desgarros.
Se produce, además, un intensísimo dolor agudo proyectado a toda la mano -que se suma al del clavo desgarrando piel, músculos y tendones- y que se refiere a todo el brazo y hombro en los lados del cuerpo. Se produce flexión inmediata y permanente del dedo pulgar.
Los pies podían ser clavados con dos clavos o con uno. En este último caso, el dolor es posible que aún fuera mayor, por la menor facilidad de movimiento derivado de la necesidad de superponer una pierna sobre otra. Podemos imaginar además que los verdugos, necesariamente brutales y despiadados,no tuvieran demasiadas contemplaciones para hincar los clavos en el cuerpo y en la madera, y que alguno de los martillazos fallaran en su puntería y cayeran directamente en las manos, muñecas o empeine del pie de Jesús.
Los pies se sujetaban al madero vertical a través de unos clavos de hierro colocados entre el primero y segundo espacio intermetatarsiano, justamente cerca de la articulación tarsometatarsiana. Es lógico afirmar entonces que el nervio peroneo y los nervios de la planta del pie podrían lesionarse con los clavos, produciendo un agudo dolor referido en ambas extremidades, de modo análogo a las extremidades superiores.
Se provocaron, pues, en las regiones carpiana y tarsales de ambas extremidades, heridas punzantes, transfisiantes (que atraviesan), de bordes contusos y signos de pequeños desgarramientos al tener que soportar el peso del cuerpo de Jesús.
A continuación se elevaba el leño horizontal, de manera que éste se clavaba sobre el vertical, previamente erguido. Se podía colocar un pequeño pedestal (sedile) para apoyar los pies del condenado y evitar que quedara colgado.
Si esto ocurriera, la muerte sobrevendría por asfixia inmediatamente y de lo que se trataba era prolongar el sufrimiento y la agonía del condenado lo más posible. En cuanto el crucificado quedaba en posición vertical, seguramente de forma brusca, se pudo haber producido un estado de hipotensión ortostática, que, en todo caso, no privó de la conciencia a Jesús. Pero no es descartable que se produjeran sensaciones de naúsea, mareo y quizás -de nuevo- vómito.
La crucifixión no tiene porqué afectar a grandes arterias o venas. La sangre que manó de las extremidades no debió ser excesivamente abundante. La mayoría de las arterias comprometidas en pies y manos eran relativamente profundas, no de gran flujo y además la transfixión se realizaba con objetos punzantes. De todas formas, por la hematidrosis de la noche anterior, y sobre todo por la flagelación, Jesús ya estaría en estado de preshock hipovolémico por falta de sangre.
La sangre que brotó de las manos y pies del Salvador pudo muy bien resbalar por las muñecas y antebrazo, siguiendo los dos recorridos determinados por la posición del antebrazo en cada movimiento respiratorio. La sangre también correría por los pies y la madera del pedestal de apoyo, y quizás llegara hasta el suelo.
La muerte por crucifixión es una de las torturas más crueles maquinadas por el ser humano. El crucificado muere poco a poco –a veces podía estar más de cinco horas- por asfixia.
Parece lógico que el problema en la crucifixión es la inspiración, porque hay que elevarse apoyándose en los pies y manos atravesados, pero lo que ocurre es todo lo contrario: es la espiración la que se ve seriamente comprometida.
Conviene recordar que en la respiración normal, la inspiración es un proceso activo que requiere el descenso del diafragma, estimulado por el nervio frénico.
El resto del proceso de inspiración se debe a los músculos inspiratorios accesorios, tales como los intercostales externos, esternocleidomastoideo, pectorales y paraesternales intercartilaginosos. Por otro lado, la espiración es pasiva: se produce relajación del diafragma, que asciende, y se relajan también el resto de músculos respiratorios.
Sin embargo, el esquema se invierte en la situación de una persona crucificada. La inspiración pasa a ser pasiva, debido que el cuerpo está colgado de las muñecas, los codos extendidos y los hombros separados: los músculos inspiratorios accesorios están “tirando hacia arriba” en el sentido de expandir la caja torácica. Es decir, la propia postura de la crucifixión es favorecedora de la inspiración: casi basta con abrir la boca para que el aire entre, succionado hacia el árbol respiratorio: se está en una posición torácica en situación de inspiración.
Pero la espiración está intensamente dificultada. Para una exhalación adecuada se precisa elevar el cuerpo utilizando como apoyo los pies, la flexión de los codos y hacer movimientos de aproximación de los hombros. Sin embargo, esta maniobra coloca todo el peso del cuerpo sobre los huesos del tarso y producirían un dolor severo. Más aún, la flexión del codo causa la rotación de las muñecas alrededor de los clavos de hierro, provocando un dolor pronunciado a lo largo del nervio mediano.
Levantar el cuerpo también sería una acción muy lacerante, ya que apoyaría la espalda sangrante en el poste de madera. Los dolores musculares y una parestesia (sensación de adormecimiento u hormigueo) de los brazos se suman a la posición extremadamente incómoda.
Jesús sufre una asfixia lenta y dolorosa que tiene como resultado un aumento de la frecuencia respiratoria (taquipnea). Estas respiraciones, sin embargo, son superficiales, y no se capta mucho oxígeno. Progresa la insuficiencia respiratoria, en presencia de desagradables calambres musculares.
Jesús habló desde la cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28) Aparte de las consideraciones humanas y espirituales de enorme valor, puede perfectamente implicar también una sed fisiológica paroxística debida a la intensa deshidratación y pérdida de sangre.
Posiblemente la sed ardiente que padeció Jesucristo, producida por un aumento de la osmolaridad del medio interno y por la severa hipovolemia, es una de las sensaciones más fuertes que puede experimentar el ser humano.
Jesús aceptó y gustó la mezcla de vinagre y hiel que le ofrecieron en una esponja colocada en una caña, “pero en cuanto lo probó, no lo quiso beber” (Mt 27, 35). Tuvo la delicadeza humana de aceptar ese consuelo, como aceptó que le ayudaran a llevar la cruz o que le secaran la cara durante el camino al Calvario. El vinagre y la hiel fueron los últimos alimentos que el Señor gustó antes de morir.
Santiago Santidrián
Catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra
“Le ciñeron una corona de espinas entretejidas, y comenzaron a saludarle: «Salve, Rey de los Judíos». Y golpeaban su cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, le adoraban.” (Mc 15, 17-20).
Posiblemente las espinas provinieran de la planta Euphorbia esplendens, también llamada “corona de Cristo”. Las espinas son hojas modificadas que dan lugar a formaciones agudas, aleznadas, a veces ramificadas, provistas de tejido vascular, rígidas por ser ricas en tejidos de sostén. Las espinas pueden tener una longitud 2 o 3 cm.
Se producen múltiples heridas pequeñas punzantes (pinchazos), incisiones (cortes) e inciso-contusiones (cortes unidos a golpes o cortes producidos por instrumentos no cortantes), que abarcan la parte superior de la frente y se continúan hacia atrás por ambos lados de la cabeza, afectando a los huesos parietales, temporales y occipital.
Las heridas son profundas, afectando a toda la galea capitis (cuero cabelludo), una de las regiones cutáneas con más capilares del cuerpo. Los pabellones auriculares se hallan igualmente perforados por la acción de los pinchos punzantes de la corona. No podemos olvidar que, como narran los Evangelios, la corona de espinas fue hendida, presionada, apretada sobre la cabeza con golpes de palos que los soldados romanos propinaron a Jesús (Mt 27, 30).
Como consecuencia de las profusas hemorragias provocadas por las múltiples heridas, todo el cabello, en toda su longitud, se encuentra empapado de sangre húmeda o con costras originadas al secarse y coagularse la sangre.
El dolor generado en las muy abundantes terminaciones nerviosas cutáneas craneales que captan estímulos dolorosos (nocirreceptores) es muy agudo. Además, la pérdida adicional de sangre, que debió resbalar por la frente, cayendo hasta los ojos (impidiendo una correcta visión), sienes y cabello pudo ser considerable.
También es posible que parte de la abundante sangre que caía desde la cabeza y desde la frente pasara a la boca, fuera sorbida y contribuyera a aliviar en alguna medida la intensa sed que Jesús ya sin duda padecía, por la fuerte deshidratación (por sudoración y hemorragias) y por la pérdida de electrolitos (sal), además de la sensación de calor por la fiebre que sin duda padecía.
Ya es la tercera hemorragia: sudor de sangre, flagelación, la coronación de espinas. Es probable que comenzara a instaurarse un proceso de coagulación intravascular diseminada como consecuencia de la existencia de muchas lesiones y traumas del cuerpo de Jesús.
Las bacterias que aprovecharon la debilidad de Jesús durante la flagelación para infectar las heridas, empiezan a segregar toxinas que contribuyen a agravar el proceso de coagulación. Puede que la capacidad hepática de sintetizar y liberar factores de la coagulación pudiera estar tan agotada por aporte de oxígeno insuficiente al hígado, que la capacidad de mantener el equilibrio de coagulación en la sangre de Jesús podría haber estado muy comprometida.
Pilato lo presenta al pueblo con un aspecto espantosamente deplorable: “Ahí tenéis a vuestro rey” (Jn, 19, 14). Jesucristo flagelado, con la corona de espinas en la cabeza, cubierto con un mugriento y maloliente manto de burla, somnoliento, con gran debilidad, el pelo revuelto y desgreñado y con costras de sangre coagulada, encogido, doblado por la fuerte descarga nerviosa y el intenso dolor, con contusiones y hematomas en la cara por el trato brutal, y quizás temblando y tiritando por el dolor intenso, el frío y la fiebre que se produce cuando se pierde mucha sangre. Con una sed aún más intensa, saliva pastosa y espesa, la lengua seca y los labios agrietados de la propia sequedad.
Dolor de cabeza tensional. Le hacen llevar un trozo de palo en la mano a modo de cetro… y se le presenta como un Rey “Varón de dolores, no hay en El parecer ni hermosura, con el rostro que espanta”
La debilidad es ya muy grande: progresa el shock por falta de sangre, posiblemente complicado con inicio de shock infeccioso. Posible comienzo de insuficiencia cardíaca, por menor retorno venoso y arritmias provocadas por el alto potasio en sangre complicadas por fuertes taquicardias a causa de la reacción de stress, por descarga nerviosa. Progresa el posible derrame pulmonar y pericárdico que comenzó en la flagelación, lo que dificulta la respiración, aún más complicada por la referida postura de flexión del tronco y la pleuritis.
Jesús sufre una sed fortísima por la gran deshidratación, que activa fuertemente el sistema renal y los centros cerebrales reguladores de la ingesta de agua y de la sensación de sed. Se produce una retención renal –en la medida que los riñones funcionaran competentemente- de sal y agua y aumenta de la secreción de potasio gracias a una hormona: la aldosterona, en un intento para paliar algo la altísima concentración de potasio (porcitolisis muscular y de glóbulos rojos masiva).
Cualquiera que sea el estado final de alteración de la concentración de potasio, es razonable que contribuyera a complicar la excitabilidad nerviosa, neuromuscular y cardíaca.
Ya se ha mencionado un posible comienzo de insuficiencia renal, en el que pudieran estar actuando, al menos, tres mecanismos:
a) Las células musculares, al ser rotas por las contusiones fortísimas de la flagelación, vierten una proteína a sangre, la mioglobina, que obstruye el sistema de filtración del riñón.
b) Las fuertes lesiones de la flagelación en la región lumbar que pudieron contusionar directamente los riñones
c) La intensa vasoconstricción arteriolar aferente y eferente causada por la angiotensina-II, otra hormona hepática segregada junto a la aldosterona, deja casi sin sangre al riñón.
Y en todo momento, Jesús permanece callado, perdonando, aceptando el sufrimiento, quizá preparándose ya para el duro camino que le espera hasta el Calvario.
Santiago Santidrián
Catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra
Evidentemente, no gritó para llamar la atención, sino como consecuencia refleja de la percepción instantánea de un dolor de fortísima e inefable intensidad, causado por un infarto masivo incluso, como se ha dicho, con rotura de la pared del miocardio.
Esta rotura se puede producir por una valvulopatía coagulopática (cierre anormal de una válvula cardíaca por un coágulo), aunque este fenómeno requiere de una pared cardíaca extremadamente debilitada.
La Creación entera se estremece ante el grito de la Redención: "En ese momento, el velo del Templo se rasgó en dos partes, de arriba abajo; la tierra tembló y las rocas se quebraron" (Mt 27, 51).
Tras tres horas de penumbra, debió impresionar la fuerte voz de Jesús. "El centurión y lo que con el custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, tuvieron mucho miedo y decían: «Verdaderamente éste era el Hijo de Dios»" (Mt 27, 51).
La causa de muerte responde a muchos factores, pero el sistema más afectado es el sistema cardiorrespiratorio por:
1. La enorme tensión emocional y descarga nerviosa intensa que provoca taquicardia, y reconducción del flujo sanguíneo.
2. Shock hipovolémico provocado por las hemorragias y, quizás en parte, séptico(infeccioso).
3. Arritmias cardiacas, por taquicardia elevada, sobrecarga del corazón y alteración del potasio en sangre.
4. Insuficiencia cardiaca que produce edema (derrame de líquidos) pericárdico y pulmonarsecundarios que podrían reducir progresivamente el intercambio gaseoso en el pulmón y la contractilidad del corazón.
5. Asfixia provocada por el edema pulmonar y por la postura del crucificado que limita la eficacia del ciclo respiratorio
6. No puede olvidarse la presencia de trombos circulantes que pueden obstruir arterias de órganos vitales. Es posible la instauración de infarto de miocardio y de una alteración de las válvulas del corazón por presencia de coágulos, que elevan el riesgo de rotura de tabique cardiaco. En este sentido, la presencia de un estado de hipercoagulabilidad pudo contribuir a la formación de trombos que detuvieran la circulación coronaria y produjeran un infarto agudo de miocardio.
Otras causas que no afectan directamente al sistema cardiorrespiratorio son la insuficencia renal, la hiperbilirrubinemia e hiperuremia con efectos graves en el sistema nervioso central.
El evangelista dice que Jesús clamó con fuerte voz dos veces en la cruz. "Hacia la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?»" (Mt. 27, 45-46), palabras que corresponden a las del inicio del Salmo 22, y son, contra lo que puede parecer, una expresión de confianza en el Todopoderoso.
Este primer grito pudiera ser debido a un primer episodio anginoso, posiblemente trombótico, que pudiera bloquear una arteria coronaria grande. Debido a las muchas conexiones que se establecen entre los vasos sanguíneos, además de la dilatación de arterias por óxido nítrico, es posible que el efecto del primer infarto fuera transitorio.
Se pudo haber producido un primer dolor agudo referido al lado izquierdo del brazo, cuello y tórax, que pudo haberse resuelto por autorregulación.
El hecho de que Jesús gritara por segunda vez en voz alta y luego dejara caer su cabeza y muriera (Jn 19, 30), sugiere la posibilidad de una muerte súbita por infarto masivo, rotura cardíaca o arritmia letal.
Parece muy posible que el dolor extremadamente intenso acompañara al Señor hasta el último instante de su vida. No tuvo un tiempo de agonía exento de dolor, antes bien al contrario, el agudísimo dolor de infarto de corazón, como decíamos antes, pudiera haber sido la causa que le obligara a lanzar ese último grito estremecedor.
Escribe San Juan,"E inclinando la cabeza, entregó su espíritu" (Jn 19, 30). Es posible que la cabeza la inclinara hacia el lado derecho, y que ocluyera los dientes y cerrara los ojos con fuerza en un intento de reflejo de retracción o de alejamiento de la zona dolorosa, que se refiere al cuello, hombro, brazo y mano izquierdos, dolor bien característico de la angina de pecho e infarto.
También es probable que se produjera una arritmia cardíaca fatal, a la que pudo contribuir la elevada concentración de potasio en sangre. Permanece la incertidumbre de si la muerte de Jesús fue debido a una rotura cardíaca, a un fallo cardiorrespiratorio o a un edema pulmonar agudo, o las tres cosas al mismo tiempo.
De modo resumido, podemos decir que, posiblemente, Jesús murió por asfixia directa de agotamiento muscular, y por asfixia indirecta, secundaria a una insuficiencia cardiaca. Esta insuficiencia pudo provocar un edema pulmonar agudo. El edema pleural y pericárdico (acumulación de líquido acuoso en la cavidad torácica), explica la salida de agua tras la lanzada del centurión.
Con todo esto presente, no se puede dejar de considerar la inmensa fortaleza de la naturaleza humana de Cristo. Solamente el hecho de sobrevivir a la flagelación, e inmediatamente después hablar a Pilato con la lucidez, y claridad meridianas que nos narran los Evangelios, indican, sin duda alguna, que Jesús era un hombre de una excepcional constitución somática, física, intelectual y espiritual.
Nada más expirar, el cuerpo de Jesús debió quedarse lívido, blanco con los síntomas de rigidez muscular propios del rigor mortis: la cara se estira y la nariz se alarga, al tiempo que los pómulos se hunden. Los ojos pudieron quedar entreabiertos y la boca a medio cerrar, los labios lívidos, posiblemente mostrando parte de la lengua posiblemente llagada.
Las muñecas y los pies se desplomaron por el peso muerto del cuerpo de Jesús, y posiblemente, las rodillas pudieron encogerse y las piernas girar, ambas hacia el mismo lado, alrededor del clavo, al recibir en el empeine el peso total del Cadáver.
"[...] uno de los soldados le traspasó el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua" (Jn 19, 33). Los soldados romanos estaban especialmente entrenados en atacar con la lanza el tórax derecho del adversario. Sabían que si lograban atravesar esa zona del cuerpo se producía una rápida y gran hemorragia.
La punta atraviesa primero los espacios pleurales y pericárdicos, y luego el corazón derecho, de pared relativamente delgada y al que aboca la sangre venosa, procedente de las dos venas cavas. Solamente de esta parte del tórax se puede obtener flujo de sangre abundante por perforación. La lanza pudo muy bien pasar por el cuarto o quinto espacio intercostal, de abajo hacia arriba, sin romper ninguna costilla.
San Juan narra en su evangelio que primero salió sangre y luego agua, estableciendo una secuencia que tenía una muy especial significación para aquel joven, valiente y enamorado discípulo de Jesús, único apóstol que después de la Última Cena estuvo presente en la Crucifixión. San Juan viene a señalar de manera bien patente y gráfica la entrega de Jesús: hasta la "última gota" de Su sangre.
Desde un punto de vista fisiológico, si la presión de la aurícula derecha del corazón y de las venas cavas hubiera sido mayor que la presión de los líquidos edematosos de los amplios espacios intersticiales pulmonares y cardiacos, es perfectamente razonable que, al retirar la lanza, primero saliera sangre y luego agua.
Además, la propia rigidez cadavérica pudiera haber ocasionado que un gran volumen de sangre procedente de las extremidades inferiores y del abdomen -intensamente contraidos por el rigor mortis- se desplazara hacia los amplios espacios venosos, sobre todo, a grandes cavas y desde luego, a la aurícula derecha.
Antes de descender el cuerpo de la cruz, era costumbre de los judíos envolver con un sudario o paño la cabeza del difunto, sobre todo si ésta estaba especialmente desfigurada.
Al colocar el cadáver de Jesús en posición horizontal, y favorecido por la propia rigidez cadavérica, es posible que parte del líquido del edema pulmonar y pleural saliera al exterior por la boca y las fosas nasales, mojando el sudario colocado alrededor de la cabeza. Este líquido podría tener partículas de sangre, lo cual es común en personas muertas por edema pulmonar agudo (encharcamiento pulmonar).
Cuando José de Arimatea desclava a Jesús de la Cruz y desciende hasta el suelo el cuerpo inerte de Jesús, lo sostiene en sus brazos, le quita la corona de espinas, y quizá en el cuello y en los hombros de Jesús pudiera percibir el agradable aroma de nardo legítimo, de gran valor, que una mujer generosamente derramó sobre su cabello pocos días antes de la Pasión (Mt 26, 7).
José de Arimatea, con la ayuda de Nicodemo y Juan, deposita el cadáver en el sepulcro, retira el sudario según la costumbre judía, y se envuelve en dos planos (anterior y posterior), el cuerpo de Jesús con una sábana nueva, dice el Evangelio (Mt 27, 59), impregnada de mirra y áloe (Jn 19, 39).
La observación forense del cadáver de Jesús revelaría, por lo tanto: signos propios de hipoxia; hemorragia masiva y shock hipovolémico; palidez de mucosas y de órganos internos tales como pulmones, hígado, riñones y grandes vasos arteriovenosos; signos de asfixia en cerebro y pulmones compatibles con agonía prolongada.
Si tenemos en cuenta que la lanzada que atravesó el pulmón y el corazón derecho de Jesús se produjo después de que el Señor hubiera muerto, se constataría en el cadáver la ausencia de lesiones mortales, es decir, lesiones que por afectar a un órgano vital producirían la muerte de inmediato.
La muerte de Jesús es el resultado de un largo proceso agónico que ha durado unas doce o trece horas: aproximadamente desde la dos de la madrugada de la noche del jueves (el canto del gallo y la negación de Pedro es hacia las tres de la madrugada y la Agonía del Huerto sucedió poco tiempo antes), hasta las tres del mediodía - la hora nona - del viernes siguiente.
Santiago Santidrián
Catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra
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Bergoglio tiene una gran devoción por San José y justamente afuera de la habitación 201 de la Casa Santa Marta, en uno de los dos nichos de madera oscura con un pedestal de mármol, hay una estatua del santo a cuyos pies el Papa deja papelitos con peticiones de gracias escritas por él mismo. Cuando los papelitos se vuelven demasiados, porque «el Santo Padre hace trabajar mucho a San José», la estatua se levanta un poquito...
"Yo quisiera también decirles una cosa muy personal. Yo quiero mucho a san José. Porque es un hombre fuerte y de silencio. Y tengo en mi escritorio tengo una imagen de san José durmiendo. Y durmiendo cuida a la Iglesia. Sí, puede hacerlo. Nosotros no. Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y lo pongo debajo de san José para que lo sueñe. Esto significa para que rece por ese problema"...
"Al igual que san José, una vez que hemos oído la voz de Dios, debemos despertar, levantarnos y actuar, en familia hay que levantarse y actuar. La fe no nos aleja del mundo, sino que nos introduce más profundamente en él. Es muy importante"...
"Del mismo modo que el don de la sagrada Familia fue confiado a san José, así a nosotros se nos ha confiado el don de la familia y su lugar en el plan de Dios. Lo mismo que con san José. A san José el regalo de la Sagrada Familia le fue encomendado para que lo llevara adelante. A cada uno de ustedes, y de nosotros, porque yo también soy hijo de una familia, nos entregan en plan de Dios para llevarlo adelante. El ángel del Señor le reveló a José los peligros que amenazaban a Jesús y María, obligándolos a huir a Egipto y luego a instalarse en Nazaret"...
"Y pedirle a san José, que es amigo del ángel, que nos mande la inspiración de saber cuando podemos decir sí, y cuando debemos decir no. Las dificultades de las familias son muchas"...
José escuchó al ángel del Señor, y respondió a la llamada de Dios a cuidar de Jesús y María. De esta manera, cumplió su papel en el plan de Dios, y llegó a ser una bendición no sólo para la sagrada Familia, sino para toda la humanidad. Con María, José sirvió de modelo para el niño Jesús, mientras crecía en sabiduría, edad y gracia (cf. Lc 2,52).
Benedicto XVI estaba convencido de que en estos momentos la Iglesia necesita redescubrir la catequesis «global», como la que impartía en el siglo IV san Cirilo de Jerusalén.
A este obispo y doctor de la Iglesia, nacido en torno al año 315 y fallecido en el 387, dedicó el pontífice la audiencia general número cien de su pontificado, en la que participaron más de siete mil peregrinos.
«Se trata de una catequesis integral que implica el cuerpo, el alma y el espíritu y sigue siendo emblemática para la formación catequística de los cristianos de hoy», aclaró el Santo Padre, quien continuó con sus meditaciones sobre los grandes personajes de los inicios del cristianismo.
Cirilo, en sus catequesis, dirigidas a los catecúmenos que se preparaban para recibir el Bautismo, entrelazaba tres elementos: el doctrinal, el moral y el mistagógico (éste último lleva a los fieles a adentrarse cada vez más en los misterios celebrados en la liturgia).
Desde el punto de vista doctrinal, recordó Benedicto XVI, Cirilo presentaba la «relación “sinfónica” entre los dos Testamentos, hasta llegar a Cristo, centro del universo»:
«El NuevoTestamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo».
La dimensión moral de la catequesis permite que «el dogma descienda progresivamente en las almas, que de este modo son alentadas a transformar los comportamientos paganos en la nueva vida en Cristo, don del Bautismo».
Por último, explicó el Santo Padre, la catequesis mistagógica «llevaba a descubrir, en los ritos bautismales de la Vigilia pascual, los misterios encerrados en ellos».
«El misterio que hay que comprender es el plan de Dios, que se realiza a través de las acciones salvíficas de Cristo en la Iglesia».
«De este modo, la catequesis de Cirilo, en virtud de los tres elementos descritos --doctrinal, moral y, por último, mistagógico-- se convierte en una catequesis global en el espíritu», explicó el Santo Padre.
«La dimensión mistagógica se convierte en síntesis de las dos primeras, orientándolas a la celebración sacramental, en la que se realiza la salvación de todo el hombre», concluyó.
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Entrevista a Mel Gibson sobre su película "La Pasión de Cristo" |
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Relato de la Pasión del Señor, narrado por la venerable Anna Katharina Emmerich, en el que se basa la película
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Allí sufre la traición de Judas Iscariote (Luca Lionello), siendo arrestado y conducido a Jerusalén para ser juzgado por blasfemia, según denuncian los fariseos.
Jesús es presentado ante Pilatos (Hristo Naumov Shopov), el gobernador romano en Palestina, quien escucha las acusaciones levantadas contra él y se da cuenta de que se trata de un conflicto político, delegando el asunto en el rey Herodes que no tarda en devolverlo a las autoridades romanas para ser juzgado.
De nuevo ante Pilatos, éste ofrece al pueblo la oportunidad de elegir a quién liberar: a Jesús o al asesino Barrabás. La multitud elige a Barrabás y condena a Jesús, que es puesto en manos de los soldados romanos y flagelado como castigo.
Aunque Pilatos trata de hacer ver a la multitud que el castigo ya ha sido suficiente, los fariseos no lo consideran así.
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Lavándose las manos, ordena a sus hombres cumplir los deseos del pueblo y Jesús es condenado a muerte. Jesús deberá cruzar las calles de Jerusalén cargando con la cruz camino del Gólgota, lugar en el que será crucificado.
Allí, clavado a la cruz, superará la última tentación: el temor a ser abandonado por su padre. Sobreponiéndose a su miedo, mira a María (Maia Morgenstern), su madre, y pronuncia palabras que sólo ella puede entender: “Todo está acabado”; finalmente expira diciendo: “En tus manos entrego mi espíritu”.
Las fuerzas de la naturaleza se rebelan en el momento de la muerte de Cristo.
El hecho de no vivir en los apartamentos pontificios o el viajar en coches de baja gama no son meros gestos de galería. Han marcado todo un estándar de comportamiento social que influye en toda la Iglesia. El ejemplo de compartir comida con los pobres o de privilegiar sus visitas a refugios de inmigrantes o enfermos han reforzado una prioridad.
También el hecho de desplazarse a los países más pobres del mundo o lugares de alto riesgo, como Irak o Sudán del Sur, ha cambiado la Iglesia. El continente donde más ha crecido el número de católicos en los últimos años es África, donde el pontífice se ha esforzado por viajar, pese a las dificultades logísticas.
En el Vaticano es toda una novedad contar con mujeres en puestos de gobierno. Religiosas y laicas han ocupado con Francisco espacios relevantes, como la francesa Nathalie Becquart, subsecretaria del Sínodo de los Obispos. También la número dos en el Gobierno del Estado Ciudad del Vaticano es una mujer, la religiosa Raffaela Petrini. Son nombramientos que han ido más allá de las palabras, que han roto con tradiciones de siglos y que manifiestan una tendencia que no tiene vuelta atrás.
La gestión económica, poco transparente y dividida en numerosos centros de decisión, se ha centralizado. En la actualidad, cualquier contratación extraordinaria debe superar un concurso público y nadie tiene plena capacidad de decisión sobre los fondos. Una reforma económica forzada por gestiones económicas de dudosa legalidad que actualmente juzgan los Tribunales del Vaticano.
El impulso a la lucha contra los abusos sexuales también ha transformado el modo de gestionar estos delitos en la Iglesia. Los protocolos y las normativas se han hecho más exigentes a todos los niveles. Aún así, el caso de Marko Rupnik ha puesto en evidencia que aún queda terreno por avanzar en cuanto a transparencia y determinación en este terreno.
Otro de los terrenos donde se han dado avances significativos en estos años es en el diálogo con cristianos no católicos y con representantes de otras religiones. El reciente viaje a Sudán del Sur con los líderes de las iglesias anglicana y escocesa es un buen ejemplo. Pero también el hecho de firmar con el gran imán de Al-Azhar, en 2019, el documento sobre la Fraternidad Humana.
La sinodalidad es otro de los aspectos novedosos de estos últimos años. El Papa promueve una Iglesia con más participación de los fieles, en la que haya espacio para todos. Una apertura que tiene también su lado negativo, con determinadas propuestas, como las del Sínodo Alemán, que el Vaticano juzga que ponen en peligro la unidad de la Iglesia.
Y entre los desafíos de futuro está la descristianización de Europa, un problema que no solo afecta a la Iglesia Católica. El Papa ha impulsado la conexión con los jóvenes, con el objetivo de contrarrestar una sociedad que, en ocasiones, ni se plantea la existencia de Dios.
El consistorio de cardenales del pasado mes de agosto, con más purpurados de África y Asia, refleja también la renovación de una Iglesia Católica más universal que nunca.