Estos dos discípulos han salido a primeras horas de la tarde de Jerusalén y han oído lo que decían las mujeres acerca del sepulcro vacío y de los ángeles que afirmaban que Jesús había resucitado. Pero esto no ha sido suficiente para levantar en ellos una leve esperanza en la resurrección. Se diría que ni siquiera se han tomado la molestia de ir al sepulcro, que a estas horas ya habría sido visitado por la mayor parte de los discípulos que se encuentran en Jerusalén.
Han esperado que pasara el descanso sabático y enseguida se han puesto en marcha. Por el diálogo que mantienen parece que se trata de discípulos de la primera hora, buenos conocedores del Maestro y de sus enseñanzas.Los dos hombres caminaban entristecidos por la tragedia del Calvario mientras hablaban de los acontecimientos que han sucedido, del ir y venir de las mujeres, de ratos pasados junto al Maestro...
Jesús resucitado, como un viajero más, les dio alcance y se emparejó con ellos. Esto no era raro en los caminos de Palestina. Pero no percibieron que era Él, pues sus ojos estaban incapacitados para reconocerlo. El Señor no quería aún ser identificado, y ellos podían haber pensado cualquier cosa menos que el Maestro estaba a su lado.
Jesús se introduce en su conversación con una pregunta:
¿Qué conversación lleváis entre los dos mientras vais caminando? Se detuvieron un instante entristecidos, dice el texto. Uno de ellos, Cleofás, le respondió: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días? Y Jesús preguntó: ¿Qué ha pasado?
La conversación se desarrolla con frases breves, conmovidas, entrecortadas: casi se percibe la respiración jadeante de los dos discípulos. Le explicaron a Jesús lo que había sucedido: Lo de Jesús el Nazareno... Cómo le habían condenado a muerte y le habían crucificado. Le hablaron de sus esperanzas fallidas, de las noticias que habían traído las mujeres, del sepulcro vacío... pero a Él nadie le había visto.
Tenemos aquí una imagen de los sucesos y de la Iglesia incipiente. Cleofás y su compañero abrigan el sentimiento de pertenecer a una comunidad que, todavía sin nombre, tiene ya conciencia de existir: las mujeres que estaban con nosotros... algunos de los nuestros..., dicen con sencillez. Y, a pesar de todo, no se consideran separados de la comunidad judía; dicen con respeto: nuestros sacerdotes, nuestros magistrados...; no se despegan de su nación, ni cuando manifiestan sus dolorosas quejas por lo que han hecho.
De Jesús tienen un concepto muy elevado. En la conversación con este desconocido, al azar del viaje, no exteriorizan todos sus pensamientos; dicen lo mínimo que pueden decir, pero sus palabras están llenas de grandeza. Hablan de Jesús como de un gran Maestro, poderoso en palabras y obras, santo delante de Dios y del pueblo. No se arriesgan a llamarle el Mesías, el Cristo; la discreción y la prudencia al hablar de estos temas, que tantas veces empleó su Maestro, ha producido sus efectos en ellos, pero lo sugieren al decir: él sería quien redimiera a Israel...
En el fondo de sus almas, estos dos hombres están llenos de un fervor extraordinario respecto a Jesús: no piensan más que en Él, no hablan más que de Él... Quince veces se repite en esta página el pronombre «Él». Aun estando tan desolados, los discípulos no se han desligado de todo; ciertamente, desbordan ternura y veneración hacia el Maestro.
De alguna manera reflejan la viva emoción que desde el amanecer reina en la pequeña comunidad de seguidores de Jesús. Las mujeres afirman haber visto ángeles que les han dicho: «Él» vive; pero no las han creído. Además, ¿iban a ser las mujeres las primeras en saberlo? Después de Pedro y de Juan, muchos otros irían a visitar el sepulcro y lo encontraron vacío.
María, la madre de Santiago, y Salomé, la madre del otro Santiago, ¿iban a dejar a sus hijos en la tristeza y el llanto? (Mc); debieron, sin duda, moverlos para que se acercaran al sepulcro. Muchos se encontrarían allí, en el huerto, cerca de la tumba vacía; unos de ida, otros de vuelta... José de Arimatea, Nicodemo y otros más no podrían permanecer insensibles a lo que estaba sucediendo. Y comentarían los sucesos que hora a hora se producían. Éste debió de ser el clima general de aquella mañana.
Todos han encontrado las cosas como dijeron las mujeres; pero a él no le vieron. Esto era lo esencial para ellos. Si había resucitado verdaderamente, ¿qué esperaba para dejarse ver? En el fondo, Cleofás y su compañero no permanecen completamente ajenos a la idea de la resurrección de su Maestro: la alusión al tercer día es un recuerdo de las predicciones de Jesús; se sienten un tanto inquietos y desdichados al ver cómo transcurre esta jornada. Lo lógico hubiera sido esperar hasta el fin del día para ponerse en camino, pero ¿quién puede hablar de lógica en tales momentos?
Estos discípulos eran sin duda hombres buenos, que habían tenido una gran intimidad con Jesús, pues fueron de los afortunados con los que Él estuvo más tiempo en este primer día.
Jesús les dijo en tono amable: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?
El nuevo compañero de viaje se mostró muy versado en las Escrituras, pues comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les interpretaba todos los pasajes referentes al Mesías. Parecía no saber nada y lo conocía todo. Jesús les hablaba con una voz cálida y persuasiva que les penetraba hasta lo más íntimo del corazón.
Llegaron al término del viaje. El desconocido hizo ademán de continuar adelante. Han pasado algunas horas de la tarde y el día declinaba. Jesús quiere que le insistan para quedarse con los dos discípulos. Y ellos le suplicaron que se quedara: Quédate con nosotros, porque ya está anocheciendo y va a caer el día. Y Jesús se quedó. Probablemente no se trata de una posada, sino de la casa de uno de ellos [12].
Llegó la hora de la cena, y Jesús presidió la mesa y realizó los gestos acostumbrados: pronunció la bendición, dividió el pan, lo distribuyó... como hacía siempre, con su estilo propio. Entonces lo reconocieron; sus gestos eran inconfundibles. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Y Jesús desapareció de su presencia. Y recordaron cómo su ánimo había ido cambiando mientras le escuchaban y su corazón se iba llenando hasta rebosar: ¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Ahora caen en la cuenta: una conversación así no podía ser más que de Jesús; nadie podía hablarles de aquella manera ni desvelar de modo semejante las Escrituras.
¿Qué iban a hacer ahora que habían visto a Jesús resucitado? Salir corriendo hacia Jerusalén, a pesar de que estaba oscureciendo. ¡Deben dar la enorme noticia a los demás! No hay tiempo ni para comer. Ya lo harían en la ciudad.
Llegaron a Jerusalén y se encontraron a los Once reunidos y a otros discípulos, que a su vez les comunicaron: ¡El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón! [13]. Ya estaba todo claro.
Y ellos contaban lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan.
Vida de Jesús, Fco Fdez Carvajal
En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de cruz, acompañada de la fecha del año y de las letras Alfa y Omega, la primera y la última del alfabeto griego, para indicar que la Pascua del Señor Jesús, principio y fin del tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza nueva en el año concreto que vivimos.
Al Cirio Pascual se le incrusta en la cera cinco granos de incienso, simbolizando las cinco llagas santas u gloriosas del Señor en la Cruz.
En la procesión de entrada de la Vigilia se canta por tres veces la aclamación al Cristo: "Luz de cristo. Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los presentes y las luces de la iglesia. Luego se coloca el cirio en la columna o candelabro que va a ser su soporte, y se proclama en torno a él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual.
Además del simbolismo de la luz, el Cirio Pascual tiene también el de la ofrenda, como cera que se gesta en honor de Dios, esparciendo su Luz:
"Acepta, Padre Santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios... Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, para destruir la oscuridad de esta noche".
El Cirio Pascual estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la cincuentena pascual, al lado del ambón de la Palabra, hasta la tarde del domingo de Pentecostés. Una vez concluido el tiempo Pascual, conviene que el Cirio se conserve dignamente en el bautisterio.
El Cirio Pascual también se usa durante los bautizos y en las exequias, es decir al principio y el término de la vida temporal, para simbolizar que un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a Luz de la vida eterna.
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La Semana Santa es el periodo en el que se prepara y conmemora la Pasión y Muerte de Jesucristo.
Comienza con su entrada en Jerusalén y termina con su crucifixión.
Hay cuatro ceremonias importantes durante la Semana Santa.
El domingo de Ramos recuerda la llegada de Jesús a Jerusalén. Los católicos ese día organizan procesiones con ramas de olivo y palmas bendecidas.
El Jueves Santo se conmemora la traición de Judas y la Última Cena, donde Jesús instituyó la Eucaristía. Por la mañana, los obispos se reúnen con los sacerdotes de sus diócesis y bendicen los santos óleos. El lavatorio de los pies tiene lugar más tarde ese día durante la Misa de la Última Cena.
El Viernes Santo es el día más triste del año para los católicos. Rememora la agonía y el sufrimiento del prendimiento, el juicioy la muerte de Jesús. Ese día no hay Misa. Jesús ha muerto.
Al anochecer del sábado Santo tiene lugar la principal celebración cristiana del año: la Vigilia Pascual. Se conmemora la Resurrección de Jesús.
Durante el Viernes y el Sábado Santo, las iglesias están adornadas de manera distinta que el resto del año. Muchas de ellas, utilizan el negro o el morado para la decoración. En Italia, cubren los crucifijos una semana antes de que comience la Semana Santa y durante el Viernes y el Sábado Santo, no hay Eucaristía ni Agua bendita.
Cristo con la Cruz - El Greco
La Semana Santa se celebra desde los comienzos de la Iglesia. Hay documentos que datan que ya en el siglo IV, cristianos en Egipto, Palestina, y la actual Turquía y Armenia, conmemoraban la Pasión de Cristo. Es probable que estas celebraciones se llevaran a cabo durante algunos años antes. A Europa esta costumbre llegó en el siglo V.
La Semana Santa es la última semana de Cuaresma. Comienza con el Domingo de Ramos y termina el Sábado Santo. Este año, la Semana Santa dura desde el 29 de marzo hasta el 4 de abril. Cada año se celebra en una fecha distinta, se fija el domingo siguiente de la primera luna llena de la primavera, este año el 5 de abril.
Se calcula que la Resurrección de Jesús se produjo el Domingo 9 de abril. De manera que el Jueves Santo tuvo lugar el 6 de abril.
Al llegar a la Basílica llama la atención que el patio exterior sea, a la vez, atrio y claustro y que sus muros estén revestidos con piedras blancas y rosas. En la fachada principal la decoración gira alrededor de la Historia de la Salvación en Jesucristo. En las puertas de bronce del pórtico, en cambio, están resaltados diversos motivos bíblicos. Por último, la fachada sur está dedicada totalmente a María, incluidas las tres puertas de bronce que también están en esta fachada.
El interior de la Basílica está dividido en dos iglesias superpuestas: la cripta propiamente dicha y la iglesia superior. La cripta está concebida en dos planos que resaltan la gruta de la Anunciación, situada en el plano inferior, muy sobria para favorecer el recogimiento.
La única decoración proviene de unas pequeñas vidrieras puestas en la parte alta de los muros. Las investigaciones arqueológicas han descubierto un baptisterio prebizantino con restos paleocristianos, junto con inscripciones cristianas y pilastras de la catedral cruzada construida por Tancredo. La iglesia superior, por el contrario, es todo colorido, especialmente la cúpula de 18 metros de diámetro, en donde se repite el nombre de María.
Aquí todo evoca a María, especialmente el mosaico del retablo con la representación de Jesús, María y Pedro con las llaves rodeados por la Iglesia jerárquica y la Iglesia carismática. La capilla del Santísimo, regalo de España, está decorado con un fresco que representa el encuentro de la Iglesia Oriental y la Iglesia Occidental.
Dentro de la Cripta está el “santo de los santos“, la reliquia que malamente ha venido salvando los avatares, en este caso tantas veces negativos, de la historia; es decir, la gruta de la Anunciación, la casa de María, que es el núcleo de todo el edificio. Todo aquí es muy humilde, hasta los restos arqueológicos ligeramente reconstruidos, que constituyen el más preciado testimonio de la veneración que tuvieron en este lugar las generaciones que nos han precedido.
Al llegar a la Basílica llama la atención que el patio exterior sea, a la vez, atrio y claustro y que sus muros estén revestidos con piedras blancas y rosas. En la fachada principal la decoración gira alrededor de la Historia de la Salvación en Jesucristo.
Esto se ha demostrado con las abundantes excavaciones realizadas durante las décadas de 1950 y 1960, que revelaron restos de un piso de mosaico bizantino y una columna de piedra donde habían sido grabadas en la antiguedad las palabras “Ave María“. También se han encontrado gran cantidad de estuco polícromo con inscripciones (“grafitos“) de carácter cristiano que demuestran, la veneración cristiana de este lugar en los cuatro primeros siglos.
La gruta de la Virgen ha sido objeto de diversas transformaciones, incluida la escalera que sale al exterior por el lado norte y que fue excavada por los franciscanos en el siglo XVII para unirla con el antiguo convento. La huella del paso del tiempoes muy visible: a ambos lados de la gruta quedan todavía restos de las pilastras de la nave norte de la catedral cruzada. Encima de la gruta hay suspendido un baldaquino, regalo de los reyes belga Balduino y Fabiola.
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Este día la Iglesia recuerda y se une al dolor de la Virgen María por la muerte y crucifixión de su hijo Jesús. María llena de dolor está representando a todas las madres del mundo que han pasado por la prueba de amargura sin límite de ver morir a un hijo.
Stabat Mater («Estaba de pie la Madre», en latín) es una secuencia (himno o tropo del Aleluya gregoriano) atribuida al papa Inocencio III y al franciscano Jacopone da Todi. Se la data en el siglo XIII. Comienza con las palabras Stabat Mater dolorosa («De pie la Madre sufriendo»). Como plegaria medita sobre el sufrimiento de María, la madre de Jesús, durante la crucifixión de su hijo.
En las artes plásticas, Stabat Mater es un tema del arte cristiano que representa a la Virgen, de pie, a la derecha de Cristo crucificado (es decir, a la izquierda del espectador), mientras que el apóstol Juan, también de pie, se representa a la izquierda de Cristo (es decir, a la derecha del espectador); reproduciendo la escena evangélica durante la que Cristo pronunció la tercera de las «siete palabras»: «Mujer, aquí tienes a tu hijo … Aquí tienes a tu madre», (Juan, 19: 26-27).
Es habitual que se disponga la escena como parte superior de retablos y coros altos; y conforma muchas de las Crux triumphalis y de las estaciones número doce de los viacrucis.
La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía;
cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.¡Oh cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.Y cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;
porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;
porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria.Amén.
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Stabat Mater dolorósa
iuxta crucem lacrimósa,
dum pendébat Fílius.
Cuius ánimam geméntem,
contristátam et doléntem
pertransívit gládius.O quam tristis et afflícta
fuit illa benedícta
mater Unigéniti!
Quæ mærébat et dolébat
pia Mater, dum vidébat
Nati pœnas íncliti.Quis est homo qui non fleret,
Matrem Christi si vidéret
tanto supplício?
Quis non posset contristári,
piam Matrem contemplári
doléntem cum Fílio?Pro peccátis suæ gentis
vidit Iesum in torméntis,
et flagéllis súbditum.
Vidit suum dulcem Natum
moriéntem desolátum,
dum emísit spíritum.Eia, Mater, fons amóris,
me sentíre vim dolóris
fac, ut tecum lúgeam.
Fac ut árdeat cor meum
in amándo Christum Deum,
ut sibi compláceam.*Sancta Mater, istud agas
Crucifíxi fige plagas
cordi meo válide.
Tui Nati vulneráti,
tam dignáti pro me pati,
pœnas mecum dívide.Fac me tecum pie flere,
Crucifíxo condolére,
donec ego víxero.
Iuxta crucem tecum stare,
ac me tibi sociáre
in planctu desídero.Virgo vírginum præclára,
mihi iam non sis amára:
fac me tecum plángere.
Fac ut portem Christi mortem,
passiónis fac me sortem,
et plagas recólere.Fac me plagis vulnerári,
cruce hac inebriári,
et cruóre Fílii.
Flammis urar ne succénsus,
per te, Virgo, sim defénsus
in die iudícii.Fac me cruce custodíri,
morte Christi præmuníri,
confovéri grátia.
Quando corpus moriétur,
fac ut ánimæ donetur
Paradisi gloria.Amen
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Roma es una de las ciudades, junto a París, que encabeza la lista de destinos europeos más cotizados por los turistas para viajar esta Semana Santa.
Según las previsiones de la Junta Bilateral de Turismo del Lazio, se estima que en este periodo pasarán por la Ciudad Eterna unas 455.000 personas, superando en más de un 5% la cifra en comparación con 2023.
De hecho, en enero ya estaban vendidas el 40% de las habitaciones en hoteles y otros establecimientos para los meses de marzo y abril.
Con estos datos en aumento cada Semana Santa, Roma se consolida como uno de los destinos preferidos para viajar cada año por su oferta turística.
En esta ciudad, son millones las personas que visitan grandes e importantes monumentos históricos, como la Fontana di Trevi, el Panteón, la Plaza de España o la zona imperial romana.
Pero también están los que ven en Roma un lugar de refugio espiritual para presenciar y vivir los eventos relacionados con la Pasión y Resurrección de Cristo.
Fontana di Trevi (Roma)
Por ejemplo, según los datos del Vaticano, unos 20.000 peregrinos estuvieron el año pasado en el tradicional viacrucis del Viernes Santo en en el Coliseo, que no contó con la presencia del papa ya que días previos había estado ingresado en el hospital.
Ese Domingo de Resurrección, Francisco sí que estuvo en el balcón de la Plaza de San Pedro para impartir la tradicional bendición Urbi et Orbi. Estuvieron presentes unos 100.000 peregrinos.
Lo que sí sabemos con certeza, a través de la genealogía de Jesús, puntualizada por San Mateo y San Lucas el nombre de nuestro Santo. Procedía del linaje de David, como la Virgen, y, al igual que el patriarca del Antiguo Testamento, figura suya, se llamó José, nombre que anunciaba con acento misterioso un creciente brote de virtudes y de dones en el Niño que acababa de nacer.
Pasan después los años, muchos años, alrededor de cuarenta, sin referencia alguna, en la mayor oscuridad. Pero como el gusano en su capullo, la paloma preparaba ya sus alas. Llega, por fin, el día en que San José se incorpora a la historia y le vemos pasar cumpliendo su misión excelsa en camino o en reposo, en oración o en trabajo, siempre junto al Niño, siempre al lado de la Esposa, siempre humilde, callado siempre, dándonos una lección perenne de amable, de acogedora santidad.
Su vida se desenvuelve desde ahora en la verdeante Nazaret, entre canciones de aguas y olores de pinos, en una región de viñas y terebintos, al amparo de aquella pequeña aldea que, muy en su punto, se adornaba con un nombre tan fragante. Allí trabajaba el descendiente de reyes en su modesto oficio de carpintero. Allí se desposó con la flor más bella a quien rendían acatamiento todas las azucenas del mundo. Difícil sería enumerar los merecimientos de aquella virginal doncella.
Más limpia que el rayo de luna, más blanca que la nieve incontaminada de las cumbres, María era un reino de dulzura, de humildad, de ensimismamiento. Los ángeles la servían y aprendían de ella mientras meditaba el misterio de la Encarnación, absorta al contemplar dentro de sí aquel Niño, futuro Enmanuel, anunciado por el arcángel.
San José se miraba en aquella mirada que tenía la insondable serenidad de un lago. Leía el libro de la perfección en aquellos ojos. Era feliz.
Fue entonces cuando experimentó la primera y no esperada congoja. Es que Dios prueba a sus amigos en fuego de tribulación hasta darles el mejor temple. Y a excepción de Nuestra Señora, ¿quién más preparado que José para gustar estos sabrosos sinsabores? El que iba a ser padre nutricio de un Niño después crucificado necesitaba probar de antemano el acíbar del Calvario.
¿Cómo analizar la magnitud de aquel sufrimiento? ¿Cómo medir la grandeza de esa aflicción? El Eterno sabe acendrar hasta el último cuadrante el alma de sus santos. Por el dolor se sube al amor. Por el fuego del infortunio se asciende a la llama clarificada de la visión divina.
Sufría la Virgen. Sufría José. Pero ambos pusieron en Dios su confianza, la delicadeza y el silencio fue la norma de su conducta y no tardó en llegar la hora del íntimo gozo, la hora del blanco mensaje. Un ángel trajo el anuncio: "No temas recibir a María... porque lo que en ella ha nacido viene del Espíritu Santo". La faz de San José se iluminó con arrobo, su alma se llenó de gratitudes.
A partir de este momento la vida de San José adquiere rasgos cada vez más definidos y se afirma y se pule con una espiritualidad que tiene el hontanar en el fondo de su alma. Una triple misión se le asigna: la de ser imagen del Padre, custodio de la Sagrada Familia y artesano diligente en su taller. ¡Y con qué decisión lo cumple entre gozos y congojas que le perfeccionan!
Leer las jornadas de su peregrinación es como abrir un libro sabio en enseñanzas. Sufre el dolor humilde del pesebre, la aflicción de la sangre vertida, la amargura de la profecía, los temores de la huida, las tribulaciones del Niño no encontrado en tres días.
Y en otro aspecto, ¿quién podrá medir la altura y la profundidad de sus gozos? Alegría celeste, mensajes angélicos, voces y cánticos de pastores, presencia del Niño, candor de la Madre y amor divino fueron su acompañamiento glorioso. junto al olor, la felicidad de una mirada con destellos de la eterna hermosura. Así se forjan las grandes almas.
Para ganar el premio es preciso merecerlo. Y San José se llenó de merecimientos. En su vida se equilibraron la acción y la contemplación. Parco en palabras, fue largo en obras. Le contemplamos en tensión de camino, en tensión de trabajo. Cuando Augusto César dispone el empadronamiento, camina. Cuando Herodes busca a Jesús para matarle, camina.
Cuando el ángel le anuncia que retorne, camina. Cuando el Niño se queda en el templo, camina también. Una decisión, un vigor inquebrantable nimba su vida. Siempre alerta en Belén, en Egipto, en la apacible Nazaret, vive cumpliendo su misión de padre adoptivo.
¡Cuántas veces en el silencio de las noches, a la sombra de las palmeras o en las montañas de la verde Galilea, le animaría una voz inefable que le hablaba desde la excelsitud de su reino
¿Y qué decir de la fatiga amarillenta del desierto? Mientras avanzaba entre arenales, con peligro de fieras y de bandidos, huyendo de los lazos de una persecución cruenta, nuevos méritos de incalculable trascendencia se engarzaban en la corona del heroico Patriarca.
El desierto que le circundaba tenía su réplica en el desierto interior de los temores de su alma atenta a defender de enemigos la dulce familia que caminaba bajo su tutela. Se ha dicho que no pueden entrar fácilmente en el cielo los que no caminan por este desierto.
Muy cerca de la patria eterna debía de sentirse entonces San José. El desierto era la desolación y la congoja. Pero también el impulso y el gozo de la misión bien llevada. En medio de las arenas, a su lado, caminaban dos tesoros. El Santo se veía como rey de una creación nueva.
Ante esta contemplación el desierto se le transformaba en un paraíso y los rumores temibles de la noche se le convertían en gorjeos. ¡Qué prodigiosamente sabe Dios llenar de bienaventuranzas las almas que suben por la tribulación hasta los umbrales de su trono!
La leyenda vino a añadir nuevas tintas al cuadro. La imaginación popular, los apócrifos, la devoción de todos los siglos no se limitó a seguir la sencillez de las escenas evangélicas, antes al contrario, acumuló efectos sorprendentes cuyo contenido no hemos de puntualizar.
Baste decir que allí donde la Sagrada Familia pasa, el perfume de la leyenda deja su rastro. El naranjo, la palmera, el trigo, el salteador, se humanizan, guardan al Niño, lo defienden en presencia de San José. Los pájaros se enternecen. El agua recibe una virtud nueva. Es el tributo de las criaturas, que quieren, a su modo, agradecer. Al fin y al cabo las más bellas leyendas nacen del amor.
Llegan los últimos años. La vida de San José se desliza en Nazaret con la levedad de una poesía a lo divino, callada, oculta, sin rumores exteriores. Le vimos aparecer en el silencio. Le veremos marcharse en el silencio. ¿Cuándo? Debió de morir antes que Jesús comenzara su predicación, quizá a la edad de setenta años.
No vuelve a sonar su nombre ni en Caná, ni en Siquem ni en Cafarnaúm. Tampoco en el Calvario. Probablemente el Hijo quiso llevarse antes de esas horas a su anciano Padre adoptivo, para evitarle el último dolor. Su misión era la de acompañar, sustentar, defender a la Sagrada Familia en los años niños y formativos y la llenó de manera inigualada.
Cumplida su obra, sólo le quedaba morir. Morir para nacer. Morir para recibir cuanto antes la palma del triunfo eterno; para inundar de luz sus ojos con la visión beatífica, para anegarse en la divina Sabiduría cuyos celajes había columbrado en la mirada del Niño.
¿Resucitó, como admiten Suárez y San Francisco de Sales, el mismo día que el Salvador? ¿Subió al cielo en cuerpo y alma? Es posible. Pero lo cierto es que, guiado por la sonrisa del Hijo, por la misericordia de la Madre, nos mira, nos alienta, nos guarda como un ángel y nos prepara el gran día en que nuestra alma sabrá definitivamente lo que es nacer.
¡Qué sobreabundancia de caridad, de primores, de cuidado puso Dios al moldear el alma de San José, al crear su cuerpo, al formar aquellas manos de artesano que le iban a sustentar, aquellos brazos que se extremarían en delicadezas al dormirle, aquel corazón que se adelgazaba como una llama en el amor del Niño más hermoso! Dios rodeó con sus misericordias el espíritu y la vida de José.
Cuando labraba su alma, cuando tallaba su cuerpo, cuando infundía la luz en la mirada de su nueva criatura, la misericordia velaba allí. Cuando preveía ab aeterno las virtudes del futuro Santo, la misericordia extremaba su obra. Y cuando lo soñaba para esposo de María, para padre adoptivo de su propio Hijo, para guardián de la Sagrada Familia, la misericordia envolvía en luminosidad esta creación portentosa.
Era una luz que reflejaba los esplendores de la luz eterna. El Señor le concedió particulares privilegios que bastarían para llenar de admiración el cielo y la tierra. ¿Cómo no acercarnos a él? Como escribe bellamente fray Bernardino de Laredo, las armas de su genealogía son el Niño y la Virgen. Jamás un blasón semejante se había dado ni se podía dar en el mundo.
El Santo Patriarca tiene la gracia de la flor que sabe entregarnos con caridad su aroma. A su lado florece la bondad, arraiga la dulzura, fructifica el sosiego. No es el santo de una época ni de un siglo. Es el Patriarca de todos los milenios, de ayer y de mañana, de hoy y de siembre.
Pasa enseñando el valor de la vida remansada. Nos invita a contemplar la belleza de los seres humildes. A su lado nos sentiremos más niños y oiremos de nuevo dentro de nosotros la callada resonancia de un lenguaje aprendido la noche de Belén.
LUÍS MORALES OLIVER
Leer Carta “Patris corde”
A lo largo de toda la historia, los Padres de la Iglesia, sus pastores, sus doctores, han enseñado la misma doctrina sobre la ilegitimidad del aborto.
LA DIDACHE
siglo I“El segundo mandamiento de la enseñanza: No asesinarás. No cometerás adulterio. No seducirás a los niños. No cometerás fornicación. No robarás. No practicarás magia. No usarás pociones. No provocarás [un] aborto, ni destruirás a un niño recién nacido” (Didajé 2:1–2 [70 d.C.]).
“El camino de la luz, entonces, es el siguiente. Si alguno desea viajar al lugar señalado, debe ser celoso en sus obras. El conocimiento, por tanto, que se nos da con el fin de caminar de esta manera, es el siguiente. . . . No matarás al niño procurándole el aborto; ni tampoco lo destruirás después de que haya nacido” (Carta de Bernabé 19 [74 d.C.]).
“¿Qué hombre en su sano juicio, por tanto, afirmará, siendo tal nuestro carácter, que somos asesinos? . . . Cuando decimos que aquellas mujeres que usan drogas para provocar el aborto cometen un asesinato y tendrán que dar cuenta a Dios por el aborto, ¿bajo qué principio deberíamos cometer un asesinato?
Porque no corresponde a la misma persona considerar al mismo feto en el vientre como un ser creado, y por tanto objeto del cuidado de Dios, y cuando ha pasado a la vida, matarlo; y no exponer a un niño, porque quienes lo exponen son acusados de asesinato de niños, y por otra parte, cuando ha sido criado para destruirlo” (Súplica a favor de los cristianos 35 [177 d.C.]).
“En nuestro caso, al estar prohibido para siempre el asesinato, no podemos destruir ni siquiera al feto en el útero, mientras que el ser humano todavía obtiene sangre de las otras partes del cuerpo para su sustento. Impedir un nacimiento no es más que matar a un hombre más rápidamente; ni importa si se quita la vida que nace, o se destruye la que está por nacer. Ése es un hombre que va a serlo; ya tienes el fruto en su semilla” (Apología 9:8 [197 d.C.]).
“Entre las herramientas de los cirujanos hay un instrumento determinado, que está formado por un marco flexible bien ajustado para, en primer lugar, abrir el útero y mantenerlo abierto; está además provisto de una cuchilla anular, por medio de la cual se disecan los miembros [del niño] dentro del útero con cuidado ansioso pero inquebrantable; siendo su último apéndice un gancho romo o cubierto, con el que se extrae todo el feto mediante un parto violento.
“Existe también [otro instrumento en forma de] una aguja o púa de cobre, mediante la cual se gestiona la muerte misma en este robo furtivo de la vida: Le dan, por su función infanticida, el nombre de embruosphaktes, [es decir]” el asesino del niño”, que por supuesto estaba vivo. . . “[Los médicos que practicaban abortos] sabían muy bien que se había concebido un ser vivo, y [ellos] se compadecieron de este desdichado estado infantil, que primero tuvo que ser ejecutado para escapar de ser torturado vivo” (El Alma 25 [210 d.C.]).
“Ahora admitimos que la vida comienza con la concepción porque sostenemos que el alma también comienza desde la concepción; la vida comienza en el mismo momento y lugar que el alma” (ibid., 27). “La ley de Moisés, en verdad, castiga con las penas debidas al hombre que causare el aborto [Éx. 21:22–24]” (ibid., 37).
“Hay algunas mujeres [paganas] que, al beber preparados médicos, extinguen en sus entrañas la fuente del futuro varón y cometen así un parricidio antes de dar a luz. Y estas cosas ciertamente proceden de la enseñanza de vuestros [falsos] dioses. . . . A nosotros [los cristianos] no nos es lícito ni ver ni oír hablar de homicidio” (Octavio 30 [226 d.C.]).
“Las mujeres que tenían fama de creyentes comenzaron a tomar drogas para volverse estériles y a atarse fuertemente para expulsar lo que estaba engendrando, ya que, a causa de los parientes y el exceso de riqueza, no querían tener un hijo de un esclavo o por cualquier persona insignificante. ¡Mira, pues, hasta qué gran impiedad ha procedido ese inicuo, al enseñar el adulterio y el asesinato al mismo tiempo! (Refutación de todas las herejías [228 d.C.]).
“En cuanto a las mujeres que fornican y destruyen lo que han concebido, o que se emplean en fabricar drogas para abortar, un decreto anterior las excluía hasta la hora de la muerte, y algunos han consentido. Sin embargo, deseando utilizar una lenidad algo mayor, hemos ordenado que cumplan diez años [de penitencia], según los grados prescritos” (canon 21 [314 d.C.]).
“La que provoque el aborto, pase diez años de penitencia, ya sea que el embrión esté perfectamente formado o no” (Primera Carta Canónica, canon 2 [374 d.C.]).
“Es homicida... ; también lo son los que toman medicinas para provocar el aborto” (ibid., canon 8).
“Por tanto os ruego que huyáis de la fornicación. . . . ¿Por qué sembrar donde la tierra se encarga de destruir el fruto? ¿Dónde hay muchos esfuerzos por abortar? ¿Dónde hay asesinato antes del nacimiento? Porque ni siquiera a la ramera dejarás que siga siendo una simple ramera, sino hazla también asesina. Ves cómo la embriaguez lleva a la prostitución, la prostitución al adulterio, el adulterio al asesinato; o más bien a algo incluso peor que el asesinato. Porque no tengo nombre que darle, ya que no quita lo que nace, sino que impide que nazca.
¿Por qué entonces abusas del don de Dios, y luchas con sus leyes, y sigues lo que es una maldición como si fuera una bendición, y haces de la cámara de la procreación una cámara para el asesinato, y armas a la mujer que fue dada para tener hijos para el matadero? ? Porque para sacar más dinero siendo agradable y objeto de deseo para sus amantes, ni siquiera esto se resiste a hacerlo, amontonando así sobre tu cabeza un gran montón de fuego. Porque incluso si la acción atrevida es de ella, la causa de la misma es tuya” (Homilías sobre Romanos 24 [391 d.C.]).
“Algunos llegan incluso a tomar pociones para asegurar la esterilidad y asesinar así a seres humanos casi antes de su concepción. Algunas, cuando se encuentran encintas a causa de su pecado, utilizan drogas para procurar el aborto, y cuando, como sucede a menudo, mueren con su descendencia, entran al mundo inferior cargadas con la culpa no sólo de adulterio contra Cristo sino también de suicidio y asesinato de niños” (Cartas 22:13 [396 d.C.]).
El ministerio del papa se sitúa al servicio de la vida cristiana. La vida cristiana está al servicio de todos y del mundo creado. Y toda persona encuentra también ahí, en el cuidado y en el servicio, el sentido de su vida: custodiar los dones de Dios, cosa que sólo puede hacerse con amor.
La misión de San José (cf. Mt 1, 24) le ha servido de arranque, después de referirse a la onomástica de Benedicto XVI: «Le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud». San José fue custodio:
“Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: ‘Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, y su paternidad también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo’ (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).
Continuaba el papa Francisco preguntándose: “¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio. (…) Sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. (…) Responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud”.
Aquí se puede ver cómo San José de Nazareth pone en práctica un verdadero discernimiento de la voluntad de Dios, en el sentido que el Concilio Vaticano II habla de los «signos de los tiempos». Es decir, los signos de la actuación del Espíritu Santo que se perciben cuando se miran con fe y con realismo los acontecimientos, como punto de partida para poder valorar la situación de que se trate, y tomar la decisión de actuar en consecuencia, tanto desde el punto de vista personal como de la Iglesia, cf. Gaudium et spes, 4, 11 y 44.
,Al mismo tiempo, El papa observa que, en San José “vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo«. Y por eso nos invita: «Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.
Todo ello es una escuela para los cristianos, especialmente para los educadores y formadores.
Homilía del Santo Padre Francisco, Plaza de San Pedro, Martes 19 de marzo de 2013
Solemnidad de San José
Pero custodiar, advirtió el papa Francisco, es vocación de todos: todos debemos custodiar la belleza de las realidades creadas; aquí, la evocación a San Francisco de Asís, cuidar a las personas que nos rodean, “especialmente a los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón”.
Todos hemos de cuidar a los familiares, a los cónyuges, a los padres y a los hijos, a las amistades. “Sed custodios de los dones de Dios”, nos aconseja; porque en efecto, todo es don. Si fallamos en esto, dice, avanza la destrucción y el corazón se seca.
Si custodiar es responsabilidad de todos, y así lo comprenden y practican las personas de buena voluntad, lo es particularmente de “los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social”. Hay que cuidar la naturaleza creada por Dios, el medio ambiente. Pero hay que comenzar por nosotros mismos: “Para ‘custodiar”, también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida.
Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”; no es virtud de débiles sino de fuertes, como San José.
En efecto. De ahí la importancia de examinar la propia conciencia junto con una buena formación. Y si un sentimentalismo no integrado con la reflexión y la formación cristiana puede producir estragos, también los produciría una educación racionalista o voluntarista que no integrase los sentimientos y sus adecuadas, y necesarias, manifestaciones. Así lo expone Dietrich von Hildebrand, en su obra “El corazón: un análisis de la afectividad humana y divina” (Madrid 2009).
Cuando el papa Francisco pronuncio la homilía de la Misa de Inicio de pontificado invitó a todos a ser «custodios de la Creación» como San José fue custodio de la Sagrada Familia.
A continuación, el papa explico en qué consiste el poder que comporta el ministerio petrino:
“Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, así se titula uno de sus libros, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz”. Así es el poder del amor. También lo aprendemos de San José.
Y así debe ser ejercido el ministerio del papa: “Debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46).
Y concluyó con otra lección: “Sólo el que sirve con amor sabe custodiar”.
En la última parte apela a la esperanza, en la que Abraham se apoyó (cf. Rm 4, 18). “También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor, es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza.»
Para nosotros los cristianos, «como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios”.
Este es su modo de explicar aquél título del papa que viene al menos de San Gregorio Magno: “Siervo de los siervos de Dios”.