Alégrate. Reina del Cielo, aleluya.
R: Porque Aquel a quien mereciste llevar en tu seno, aleluya.Ha resucitado como lo predijo, aleluya.
R. Intercede por nosotros ante Dios, aleluya.Gózate y alégrate, María Virgen, aleluya.
Porque en verdad el Señor ha resucitado, aleluya.Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (tres veces).
V. Oremos:
Oh Dios que por la Resurrección de tu Hijo,
nuestro Señor Jesucristo,
te has dignado dar la alegría al mundo,
concédenos por su Madre, la Virgen María,
alcanzar el gozo de la vida eterna.
Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R. Amén.
“Regina Coeli” significa en latín “Reina del cielo”
Regina Coeli es una oración mariana y cristológica centrada en la meditación del misterio de la Resurrección del Señor, que se reza en el tiempo de Pascua, desde el Domingo de Resurrección hasta Pentecostés, en lugar del "Ángelus".
Es la Oración para el tiempo de Pascua.
Al igual que el Ángelus, suele rezarse tres veces al día: al comenzar la jornada, al medio día y al atardecer.
Es una manera de consagrar el día entero a Dios y a la Virgen Santísima, un modo de santificar, con una breve oración el trabajo o el estudio.
La Iglesia recomienda a todos los fieles el rezo del Regina Coeli con el cual meditamos el misterio más grande de nuestra fe y nos llenamos de alegría "porque Cristo ha Resucitado".
El arrianismo tiene su origen en Arrio (+336), presbítero alejandrino. Esta herejía hizo un daño enorme a la Iglesia durante siglos, y en cierto modo puede decirse que, aunque en formulaciones algo diversas, es una herejía permanente. Nuestro Señor Jesucristo no es Dios en sentido propio y verdadero, sino que es criatura, Jesús de Nazaret, elegido como Hijo en un modo único, viniendo a ser en su perfecta santidad un hombre divinizado; pero que no es Dios.
La fe católica, proclamada como reacción en los concilios ecuménicos de Nicea (325) y Constantinopla I (381), afirma, por el contrario, «un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho».
El rey Leovigildo afianza en España el dominio visigótico, reinando durante catorce años como único soberano a partir del 573. Tuvo dos hijos, Hermenegildo, el primogénito, y Recaredo, destinados a sucederle, en contra del principio tradicional germánico, que exigía la elección libre del rey por la nobleza. El arrianismo es por entonces la religión propia de los visigodos, lo que da ocasión a grandes tensiones con la población hispanorromana, de condición católica en su mayoría.
Contrae Leovigildo en segundas nupcias matrimonio con Godsuinta, viuda del rey Atanagildo, «tuerta de cuerpo y alma», según algún cronista. Una hija de su primer matrimonio, Gelesuinta, se casó con el rey franco y católico Luilperico, que pasado un tiempo mandó asesinar a su esposa.
Esto encendió en Godsuinta un odio extremo contra los católicos, que llegó a influir en las constantes persecuciones que éstos sufrieron del rey Leovigildo. La otra hija que tuvo, Brunequilda, se unió en matrimonio feliz y fecundo con el rey franco Sigiberto, y de ellos nació, entre otros hijos, la princesa Ingunde.
El año 579, fue una gran alegría en el reino visigótico, por esos años en su mayor esplendor, pues establecía un vínculo profundo entre los visigodos y los francos. El probable reinado futuro de Hermenegildo, como sucesor de su padre Leovigildo, se mostraba como un horizonte lleno de paz y prosperidad.
Solamente un punto negro manchaba este cuadro feliz: el catolicismo ferviente de Ingunde, que se resistía con absoluta firmeza a su abuela Godsuinta, que por todos los medios procuraba su profesión arriana. Estas violencias internas de la Corte toledana no podían menos de acrecentar las tensiones entre los gobernantes visigodos y la población católica hispanorromana.
Leovigildo decidió entonces alejar al matrimonio, destinando a Hermenegildo como gobernador de la Bética.
Los católicos son entonces duramente perseguidos por los arrianos en parte, al parecer, por instigación de Godsuinta. Pero también el rey Leovigildo es arriano fanático, e intenta por todos los medios la unificación en el arrianismo de godos e hispanorromanos.
Éstos habían de abjurar del catolicismo bajo todo tipo de presiones: destierros, expropiaciones, cárcel, castigos corporales, apropiación de los bienes eclesiásticos. Hay entre los católicos no pocas apostasías, incluída la del Obispo de Zaragoza, Vicente. Pero también hay resistencias heroicas, como la de Masona, Obispo de Mérida, que sufrió el destierro. Sevilla y Córdoba eran también focos potentes de resistencia católica.
Ya instalados Hermenegildo e Ingunde en Sevilla, ella puede vivir en paz su fe católica. No le falta la ayuda del Obispo hispalense San Leandro, oriundo de Cartagena, primogénito y hermano de tres santos, Isidoro, Fulgencio y Florentina. El trato frecuente y amistoso de Hermenegildo con el santo Obispo Leandro, y el influjo de su esposa Ingunde, le lleva, por la gracia de Dios, a convertirse al catolicismo, siendo bautizado con el nuevo nombre de Juan.
La conversión de Hermenegildo enfurece a su padre Leovigildo, al mismo tiempo que la resistencia católica de la Bética se agrupa en torno de su gobernador. El príncipe sevillano desobedece la orden de presentarse en Toledo, y se proclama rey. Tanto la corte de Toledo como la de Sevilla buscan fuerzas aliadas ante una guerra civil inminente.
Hermenegildo es derrotado finalmente en 584. Según se dice, su hermano Recaredo le ofrece, en el nombre del rey Leovigildo, conservar su vida si se entrega. Un año más tarde es asesinado en la cárcel, al negarse a recibir la comunión de un Obispo arriano. La derrota del catolicismo en España parece definitiva, vencido por el arrianismo.
Pero nuestro Señor Jesucristo «vive y reina [de verdad] por los siglos de los siglos». Algunos hay que no acaban hoy de creerlo, aunque en la liturgia lo repetimos tantas veces. En 586 muere Leovigildo. Le sucede su hijo Recaredo, que permite al Obispo Leandro, desterrado en Constantinopla por Leovigildo, volver a su sede sevillana.
Y cuatro años más tarde del martirio de San Hermenegildo, en el Concilio III de Toledo, el 8 de mayo del 589, abjura solemnemente del arrianismo el monarca Recaredo. A esta regia conversión siguió la del pueblo visigodo. La sangre martirial de San Hermegildo consiguió a los cuatro años de su muerte la unificación de España en la fe católica.
«Regocíjate y alégrate, Iglesia de Dios, gózate porque formas un solo cuerpo para Cristo. Ármate de fortaleza y llénate de júbilo. Tus aflicciones se han convertido en gozo. Tu traje de tristeza se cambiará por el de alegría. Ya queda atrás tu esterilidad y pobreza. En un solo parto diste a Cristo innumerables pueblos. Grande es tu Esposo, por cuyo imperio eres gobernada. Él convierte en gozo tus sufrimientos y te devuelve a tus enemigos convertidos en amigos.
«No llores ni te apenes, porque algunos de tus hijos se hayan separado de ti temporalmente. Ahora vuelven a tu seno gozosos y enriquecidos. Fíate de tu cabeza, que es Cristo. Afiánzate en la fe. Se han cumplido las antiguas promesas. Sabes cuál es la dulzura de la caridad y el deleite de la unidad.No predicas sino la unión de las naciones. No aspiras más que a la unidad de los pueblos. No siembras más que semillas de paz y caridad. Alégrate en el Señor, porque no has sido defraudada en tus sentimientos. Pasados los hielos invernales y el rigor de las nieves, has dado a luz, como fruto delicioso, como suaves flores de primavera, aquellos que concebiste entre gemidos y oraciones ininterrumpidas».
El momento de la punzada sólo lo menciona san Juan en su Evangelio porque fue testigo presencial y cuenta que una de las instrucciones que tenían los verdugos era romper las piernas de los crucificados –un método muy doloroso, pero que se hacía para acelerar la muerte de los condenados–
“pero al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua”, narra el Boanerges o “hijo del trueno” en 19, 33-34.
En el evangelio apócrifo de Nicodemo –conocido también como Actas de Pilato—se conoce el nombre del soldado. En el Capítulo 10, versículo 5 dice: “Y un soldado, llamado Longinos, tomando una lanza, le perforó el costado, del cual salió sangre y agua”.
El escritor y astrólogo alemán Luis de Whol, en su novela “La lanza” va más allá e identifica al soldado como Cayo Casio Longinos.
Y ese momento resultó de gran significación para los cristianos católicos.
Para el padre de la iglesia oriental Orígenes, por ejemplo y quien vivió entre el 185 y 254, considerado además como uno de los tres pilares de la teología cristiana al lado de san Agustín y santo Tomás, el fenómeno de la sangre y el agua es un milagro porque representa el nacimiento de la Iglesia con los sacramentos del bautismo y la eucaristía.
Años después, cuando los artistas comenzaron a detallar sus obras, tanto en pinturas como en esculturas no sabían dónde ubicar la herida, si al lado izquierdo o al derecho. En los primeros años consideraban que sería en el zurdo porque suponían que el corazón estaba a ese lado, pero debieron recurrir a la profecía de Ezequiel para concluir que era el derecho y desde ese momento los crucifijos lo tienen a ese lado, menos el que está en la catedral de sal de Zipaquirá, que lo ubica en el lado siniestro.
Se dice que Longinos estaba quedando ciego y cuando atravesó el costado de Jesús, una gota cayó sobre sus ojos y le curó al instante. Y los acontecimientos posteriores le valieron para que San Mateo en 27:54, comentara: “El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, cuando vieron el terremoto y las cosas que sucedían, se asustaron mucho, y dijeron: En verdad éste era Hijo de Dios”.
De inmediato Longinos abandonó su carrera militar y se unió a los apóstoles y después llevó una vida monástica en Cesárea, Capadocia donde realizó una misión cristiana explicando lo sucedido aquella tarde y mostrando con su ejemplo cómo era la vida de un cristiano.
Esta situación no les gustó a muchas personas que decían: “¿cómo un hombre pecador y romano, habla de amor entre unos y otros y ayuda a los pobres?” Les parecía un hecho que salía de lo normal. Y con sus juicios, además de calumniarlo, pretendían que dejara su apostolado.
La tradición y los primeros cristianos no sólo perdonaron a Longinos por haber crucificado a Jesús y haberlo herido con la lanza, sino que lo llevaron a los altares por su testimonio y martirio.
“Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofrecimiento el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”, ha explicado el papa Francisco.
Por Guillermo Romero Salamanca
En todo ello mostró San Julio I una firmeza extraordinaria, fruto del temple elevado de su espíritu y del intenso amor que sentía por la Iglesia y la verdad.
No tenemos noticia ninguna sobre su vida anterior a su elevación al solio pontificio. Sólo sabemos por el Liber Pontificalis que era romano de origen, y que su padre se llamaba Rústico. Después de cuatro meses de sede vacante a la muerte del papa San Marcos, tuvo lugar su elevación el 6 de febrero del año 337.
No mucho después, en mayo del mismo año, murió el emperador Constantino el Grande, a quien siguieron sus tres hijos Constantino II, Constante y Constancio.
Ahora bien, sea porque la significación de estos emperadores fuera mucho menor que la de su padre, sea porque la figura de Julio I fuera mucho más eminente que la de sus predecesores, el hecho es que con él volvió a su verdadera significación el Papado, que anteriormente había permanecido en la penumbra.
Uno de los primeros problemas en que tuvo que intervenir fue la defensa de San Atanasio, que se identificaba con la defensa de la fe y llenó todo su pontificado. Después de la muerte de Constantino dióse inmediatamente a todos los obispos desterrados licencia para volver a sus diócesis.
De este modo San Atanasio pudo volver a Alejandría, donde fue acogido con gran satisfacción por el episcopado y el pueblo en masa. Pero el partido arriano urdió toda clase de intrigas contra él, pretextando que había sido depuesto por el sínodo de Tiro el año 335.
Por eso mismo habían nombrado para sucederle a un partidario suyo, llamado Pisto. Sin embargo, a pesar del apoyo que les otorgaba Constancio, emperador de Oriente, no pudieron impedir que Atanasio volviera a su diócesis.
Entonces, pues, vióse el nuevo papa Julio I asediado por los dos partidos en demanda de apoyo; pero, gracias a su elevado espíritu y a la valentía de su carácter en defensa de la justicia y de la verdad, se puso decididamente de parte de Atanasio.
En efecto, los arrianos, cuyo jefe a la sazón era Eusebio de Nicomedia, que había logrado apoderarse de la Sede de Constantinopla, enviaron una embajada ante el Papa, a cuya cabeza iba el presbítero Macario.
Por su parte Atanasio, consciente de la gravedad del momento y que se trataba, no de su persona, sino de la defensa de la fe ortodoxa, había celebrado un gran sínodo, después del cual envió las actas a Roma, en las que se contenía la más decidida condenación del arrianismo y la más explícita profesión de fe.
Así, pues, informado ampliamente por ambas partes, Julio I, con su acostumbrada energía y discreción, decidió inmediatamente celebrar en Roma un gran sínodo, según habían pedido los mismos arrianos. Así lo comunicó en sendas cartas dirigidas a Atanasio y a sus acusadores, en las que convocaba a ambas partes para que presentaran sus respectivas razones.
Pero no era esto lo que deseaban los arrianos, a pesar de que anteriormente habían declarado al obispo de Roma, juez y árbitro de la contienda. Sin esperar ninguna solución continuaron practicando toda clase de violencias. A la muerte de Eusebio de Cesarea colocaron al frente de esta importante diócesis a uno de sus partidarios, llamado Acacio.
Celebraron en 340 un sínodo en Antioquía, y en él renovaron la deposición de San Atanasio, en cuyo lugar nombraron al arriano Gregorio de Capadocia. A viva fuerza fue éste introducido en Alejandría, que hubo de ser tomada con la ayuda de las fuerzas del emperador Constancio.
Atanasio fue arrojado de su propio palacio y anduvo errante algún tiempo por los alrededores de la ciudad; pero finalmente se dirigió a Roma. Poco antes habían sido desterrados igualmente Marcelo de Ancira y otros obispos, fieles a la fe de Nicea.
Julio I, modelo de espíritu paternal, acogió a los perseguidos con muestras de verdadera compasión como héroes en defensa de la verdad católica; y como los arrianos no sólo no enviaban sus representantes para la celebración del anunciado concilio, sino que, por el contrario, acababan de celebrar su falso sínodo de Antioquía, y continuaban cometiendo violencias y atropellos, envióles de nuevo una carta por medio de los presbíteros Elpidio y Filoxeno, en la que les exhortaba a comparecer en Roma.
Pero ellos, en vez de obedecer al Papa, le remitieron una respuesta en la que se excusaban de no acudir a Roma, a causa de la situación de inferioridad en que los colocaba en su convocatoria.
"Por lo demás —decían—, el Papa había prejuzgado ya todo el litigio, acogiendo en la comunión a Atanasio y Marcelo de Ancira, que ellos habían condenado. La Iglesia romana —concluían— poseía la primacía; pero debía considerar que la predicación del Evangelio había comenzado en Oriente; el poder de los obispos era igual, y no debía medirse por la magnitud de las poblaciones."
Ante esta posición rebelde y retadora de los arrianos decidióse el papa Julio I a celebrar el anunciado sínodo el año 341, rodeándolo de la mayor solemnidad. Tomaban parte en él más de cincuenta obispos. Hallábanse presentes San Atanasio y Marcelo, objeto de las acusaciones de los adversarios.
Lejos de asistir a este sínodo, los arrianos dieron orden de ausentarse de Roma a su representante Macario. Así, pues, Julio I hizo examinar con toda calma la causa de los perseguidos, y, bien estudiados los informes de ambas partes, declaró solemnemente la inocencia de San Atanasio y Marcelo de Ancira, previa para éste una clara profesión de fe.
En nombre del sínodo dirigió entonces Julio I una encíclica a los obispos de Oriente, en la que les comunicaba la decisión tomada. Con verdadera dignidad, y sin expresión ninguna mortificadora, pondera el Papa el tono desconsiderado del escrito enviado por ellos a Roma, donde rechazaban su participación en un concilio que ellos mismos habían reclamado.
Finalmente, con plena conciencia de su autoridad y de la primacía de la Sede romana, declara que, aunque Atanasio y los demás hubieran sido culpables, antes de dar ellos ningún fallo debían, conforme a la tradición, haber escrito a Roma y esperar su decisión.
Mas, no obstante una actitud tan digna y serena del Romano Pontífice, los arrianos. continuaron sus violencias y arbitrariedades. Así, con el objeto de contrarrestar el efecto moral de las decisiones de Roma, celebraron ellos el mismo año 341, en Antioquía, un sínodo, al que asistieron un centenar de obispos, en el que confirmaron la sentencia contra San Atanasio y su posición antinicena.
Por todo esto Julio I, que no deseaba otra cosa que el triunfo de la verdad, en inteligencia con otros obispos de Occidente decidióse a celebrar un concilio de carácter más universal.
Esto le era facilitado entonces por la situación política, pues, desde que quedaron dueños respectivamente del Oriente y Occidente Constancio y Constante, como éste favorecía positivamente al Romano Pontífice y la ortodoxia de Nicea, se observó durante un decenio (341-351 ) cierto predominio de la ortodoxia, defendida por Julio I y San Atanasio.
Así, pues, con el favor del emperador Constante, con quien se había puesto de acuerdo su hermano Constancio, celebróse el gran concilio de Sárdica en el otoño del 343. El Papa envió como representantes suyos a dos presbíteros. Presidíalo el célebre Osio, obispo de Córdoba, consejero religioso del emperador y verdadera columna de la fe.
Sin embargo, aunque este concilio sirvió para afianzar la ortodoxia y poner más en claro los derechos del primado de Roma, sin embargo, en vez de traer la unión, más bien contribuyó a ahondar más la división existente.
Los orientales, que habían comparecido en el concilio antes que los occidentales, exigieron que Atanasio, Marcelo y los demás obispos depuestos por ellos fueran excluidos del concilio. Desde luego, eso significaba negar el derecho de apelación al Romano Pontífice y a un concilio universal, y entregar a Atanasio y demás obispos a merced de sus más encarnizados enemigos.
A tan injustas exigencias opusiéronse con toda decisión los obispos occidentales, por lo cual los orientales se negaron a tomar parte en ninguna deliberación, y, después de inútiles esfuerzos realizados para reducirlos, se separaron del legítimo concilio.
Reuniéndose, pues, entonces en Philippópolis, redactaron una nueva fórmula de fe, renovaron la condenación de San Atanasio y lanzaron una circular, en la que apelaban de las decisiones de Sárdica.
A pesar de la partida de los orientales, permanecieron firmes en Sárdica unos cien obispos occidentales, presididos por Osio y los legados pontificios, celebrando entonces el verdadero concilio. Después de un nuevo examen de la causa de Atanasio y Marcelo fueron éstos declarados inocentes y restituidos a sus cargos, y juntamente se lanzó excomunión contra los intrusos en sus sedes y los dirigentes eusebianos o arrianos.
Mucha mayor trascendencia tuvieron una serie de cánones que promulgó luego el concilio de Sárdica, que, aunque representado exclusivamente por obispos occidentales, se consideraba como concilio ecuménico y ciertamente tuvo siempre gran significación.
Los más importantes son, indudablemente, los que se refieren al obispo de Roma, de cuya autenticidad, conforme a la más moderna crítica, no puede dudarse. En ellos se proclama de un modo claro y terminante el derecho de apelación al Romano Pontífice, con lo que implícitamente se proclama también el primado de Roma.
Así se determina que un obispo, depuesto por su concilio provincial, puede apelar a Roma. En este caso el obispo de Roma debe ordenar una nueva investigación por medio de un sínodo en las diócesis vecinas, y, en caso de nueva apelación, decidir por sí mismo.
Por otra parte, el concilio renovó el símbolo de Nicea y contribuyó eficazmente a afianzar la ortodoxia católica. Por esto gozó siempre de gran reputación y fue considerado como uno de los grandes concilios de la antigüedad.
Una vez realizada esta grande obra, el santo Papa Julio I tuvo de nuevo el consuelo de ver en Roma al héroe de la ortodoxia, San Atanasio, quien quiso despedirse y dar gracias al Papa antes de volver triunfalmente a Alejandría. Julio I le dio una carta para el pueblo de Alejandría y de Egipto, en la que felicitaba a los obispos y sacerdotes y a los fieles por su inquebrantable adhesión a la fe de Roma y a la Cátedra de Pedro.
El resto de la vida de Julio I se desarrolla en una forma semejante. Con la eximia santidad de su vida y con su energía en la defensa de la verdadera fe fue el pastor que necesitaba la Iglesia en aquel período, en que tan combatida se veía por los más peligrosos enemigos, que eran los herejes arrianos.
Es cierto que ayudó poderosamente al predominio de la ortodoxia durante este tiempo el apoyo del emperador Constante, al que, con más o menos convicción, se doblegaba Constancio. Pero no puede negarse que la virtud, fortaleza y clara visión de las cosas del papa Julio fueron la causa decisiva del predominio que fue adquiriendo la ortodoxia romana y la fe de Nicea.
Aun después de desaparecer en 350 la figura de Constante, todavía mantuvo la ortodoxia su predominio frente a la herejía; pero, al morir Julio I en abril del 352, pudo de nuevo el arrianismo celebrar un corto período de triunfo.
Ya desde la antigüedad fue celebrada la virtud y constancia de este gran Papa en defensa de la fe, por lo cual fue incluido bien pronto en los catálogos de santos o martirológios cristianos.
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BERNARDINO LLORCA
"Calvario", del arameo "Gólgota", significa "lugar de la calavera". En aquel entonces era una especie de promontorio fuera de los muros de Jerusalén. Utilizado primero como cantera, luego como huerto, en tiempos de Jesús era una zona de enterramiento y lugar donde los romanos ejecutaban sentencias de muerte por crucifixión. Aquí descubrimos una de las figuras menos conocidas y más fascinantes del Evangelio.
Sabemos que bajo la cruz de Jesús estaban su madre, algunas mujeres y el apóstol Juan. Todos los demás habían huido. Debajo de la cruz también estaba un hombre, un soldado romano, que golpeó el costado de Jesús con su lanza para asegurarse de su muerte. La tradición lo ha llamado Longinus, que deriva de 'lanza', y por tanto 'lancere'.
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La tradición posterior fusiona a dos personas en la única figura de Longinos. El primero es el soldado romano narrado por el Evangelio de San Juan que hirió el costado de Jesús con una lanza, de la que brotó sangre y agua. La segunda persona la recuperamos del resto de Evangelios cuando nos hablan de un centurión romano que, viendo a Jesús expirar de esa manera, hizo su profesión de fe: '¡Verdaderamente este hombre es Hijo de Dios!'
A lo largo de los siglos han surgido diversas leyendas en torno a la figura de Longinos. Uno de estos cuenta que Longinos dejó el ejército romano, fue bautizado por los apóstoles y se hizo cristiano. Precisamente por esto fue martirizado.
Quizás por esta misma razón, los cristianos reverenciaron a Longinos como el primer pagano en convertirse al cristianismo y como mártir. Aún hoy la iglesia de Jerusalén celebra San Longino el 16 de octubre.
Tanto el lancero como el centurión romano, Longinos no tenía antecedentes religiosos, no había 'ido a catequesis’. Estaba allí porque estaba haciendo su trabajo. Era un experto en muertos.
Precisamente por eso su testimonio es muy importante: porque viendo a Jesús expirar de esta manera hizo su profesión de fe. Significa que Jesús no murió como todos los demás, murió de manera diferente. En ese momento, Longinos entendió lo que nadie había entendido hasta ese momento: ¡Verdaderamente Dios es así!
Fr. ENRICO MAIORANO, ofm cap Estudiante de Ciencias Bíblicas y Arqueología - Jerusalén
La última parada de nuestro camino será a los pies del Calvario, en el sepulcro que guardó el cuerpo de Jesús durante tres días y que un hombre, José de Arimatea, había puesto a disposición.
Longinos traspasó con su lanza a Jesús en la cruz - Soldado romano
"Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste tiende a obrar el mal"
(HERMAS, “EL PASTOR”, Siglo II)
1. (En su libro “El Pastor”, Hermas –hermano del papa Pío I- en la mitad del siglo II da una serie de recomendaciones a los cristianos referentes a la importancia de evitar la tristeza y estar alegres…)
Arranca, pues, de ti la tristeza y no atribules al Espíritu Santo que mora en ti, no sea que supliques a Dios en contra tuya y se aparte de ti. Porque el espíritu de Dios, que fue infundido en esa carne tuya, no soporta la tristeza ni la angustia.
(HERMAS, “El Pastor”, Mandamientos, 10, 2-4)
2. Revístete, pues, de la alegría, que halla siempre gracia delante de Dios y le es acepta, y ten en ella tus delicias. Porque todo hombre alegre obra el bien y piensa en el bien y desprecia la tristeza. En cambio, el hombre triste se porta mal en todo momento. Y lo primero en que se porta mal es en que contrista al Espíritu Santo, que le fue dado alegre al hombre. En segundo lugar, comete una iniquidad, por no dirigir súplicas a Dios ni alabarle; y, en efecto, jamás la súplica del hombre triste tiene virtud para subir al altar de Dios.
(HERMAS, “El Pastor”, Mandamientos, 10, 2-4)
3. Los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua.
(SAN ATANASIO, Carta 14, 1-2)
4. Siempre estarás gozoso y contento, si en todos los momentos diriges a Dios tu vida, y si la esperanza del premio suaviza y alivia las penalidades de este mundo.
(SAN BASILIO MAGNO, Homilía sobre la alegría, 25)
5. "Quien practique la misericordia - dice el Apóstol -, que lo haga con alegría": esta prontitud y diligencia duplicarán el premio de tu dádiva. Pues lo que se ofrece de mala gana y por fuerza no resulta en modo alguno agradable ni hermoso.
(SAN GREGORIO NACIANCENO, Disertación sobre amor a los pobres, 14)
6. Como acabáis de escuchar en la lectura de hoy, amados hermanos, la misericordia divina, para bien de nuestras almas, nos llama a los goces de la felicidad eterna, mediante aquellas palabras del Apóstol: Estad siempre alegres en el Señor. Las alegrías de este mundo conducen a la tristeza eterna, en cambio, las alegrías que son según la voluntad de Dios durarán siempre y conducirán a los goces eternos a quienes en ellas perseveren. Por ello, añade el Apóstol: Os lo repito, estad alegres.
Se nos exhorta a que nuestra alegría, según Dios y según el cumplimiento de sus mandatos, se acreciente cada día más y más, pues cuanto más nos esforcemos en este mundo por vivir entregados al cumplimiento de los mandatos divinos, tanto más felices seremos en la otra vida y tanto mayor será nuestra gloria ante Dios.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre la carta a los Filipenses, 1)
7. Los seguidores de Cristo viven contentos y alegres y se glorían de su pobreza más que los reyes de su diadema.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre San Mateo, 38)
8. En la tierra hasta la alegría suele parar en tristeza; pero para quien vive según Cristo, incluso las penas se truecan en gozo.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre San Mateo, 18)
9. Si tenemos fija la mirada en lascosas de la eternidad, y estamos persuadidos de que todo lo de este mundo pasa y termina, viviremos siempre contentos y permaneceremos inquebrantables en nuestro entusiasmo hasta el fin. Ni nos abatirá el infortunio, ni nos llenará de soberbia la prosperidad, porque consideraremos ambas cosas como caducas y transitorias.
(CASIANO, Instituciones, 9)
10. El gozo en el Señor debe ir creciendo continuamente, mientras que el gozo en el mundo debe ir disminuyendo hasta extinguirse. Esto no debe entenderse en el sentido de que no debamos alegrarnos mientras estemos en el mundo, sino que es una exhortación a que, aun viviendo en el mundo, nos alegremos ya en el Señor.
(SAN AGUSTÍN, Sermón 171, 1)
11. Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión.
(SAN AGUSTÍN, Sermón 21, 1)
12. Porque no hay nada más infeliz que la felicidad de los que pecan.
(SAN AGUSTÍN, De la vida feliz, 10)
13. Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y de alegría, de la paz y de la alegría que Jesús nos ha traído. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 30)
Del libro:
ORAR CON LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Gabriel Larrauri (Ed. Planeta)
Ben-Hur es una de esas películas inolvidables. William Wyller dirige la adaptación de la novela de Lewis Wallace exprimiendo todo su aparato épico en un filme paradigma de las superproducciones de los dorados cincuenta.
Además, Ben-Hur, por sus continuas reposiciones en Semana Santa, es una de esas películas que casi todos habremos visto alguna vez.
La película cuenta la historia de dos amigos de la infancia. Uno de ellos, Judá Ben-Hur (Charlton Heston), es un príncipe judío de respetable posición entre su pueblo; el otro es Mesala (Stephen Boyd), un centurión romano.
El conflicto surge cuando después de varios años sin verse, Mesala vuelve a la casa de Ben-Hur con la intención de pedirle su ayuda para controlar las rebeliones de los judíos en Jerusalén.
Sin embargo, Judá, por lealtad a su pueblo, no accede a la petición pese a las súplicas de Mesala.
Es entonces cuando, a raíz de un accidente en el que el nuevo gobernador de la ciudad resulta herido, Mesala se venga de la negativa de Judá metiendo a su madre y a su hermana en la cárcel y mandándolo a él a galeras.
Durante el resto de la historia se nos cuenta la lucha de Ben-Hur para volver a su patria y ajustar cuentas con Mesala.
«Tus ojos están llenos de odio. Eso es bueno. El odio mantiene a un hombre con vida. Le da fuerzas».
«Pido a Dios permita mi venganza y te conserve la vida hasta mi regreso»
Judá está decidido a vengar la injusta condena perpetrada por Mesala, pero acaba sufriendo una evolución hacia el perdón. Esto se da gracias a varios puntos de inflexión a lo largo del filme, de los cuales el primero y el último son dos encuentros de Ben-Hur con Jesucristo (gran narración circular de Wyler).
Esta es la clave de la cinta, lo que la convierte en una película memorable, de ésas que deja poso. El gran reflejo de esta transformación que sufre el personaje de Judá es lo que hace que la interpretación de Charlton Heston sea sencillamente magistral.
Cabe destacar también el genial papel del domador de caballos (el oscarizado Hugh Griffith), que ayuda a Ben-Hur a encauzar la fuerza de su venganza.
Por último, pero no menos importante, no podemos olvidarnos de la maravillosa batuta de Miklós Rózsa, que le da a la película ese aire de épica y que nos ayuda a profundizar en los conflictos humanos de la historia. Destacan la pieza de romance y la que suena cuando aparece Cristo.
Llegados a este punto, no podemos olvidarnos de la inmortal escena de la carrera de cuádrigas. Cinco semanas hicieron falta para que Wyller quedase satisfecho. Pero mereció la pena, pues es una de las escenas más conocidas de la historia.
Impresiona la trepidación y el dinamismo que Wyller consigue con unos medios totalmente artesanales. Como curiosidad, ostenta el título de ser la escena con más extras de la historia, nada menos que 15.000.
En resumen, un magistral film con escenas para la posteridad, grandes interpretaciones y once Óscars de la Academia que la avalan como una de las grandes películas de toda la historia.
«Roma es una afrenta a Dios. Roma esclaviza hoy a mi raza, a mi país, a la Tierra toda. Pero no para siempre. Y ahora te digo que el día que caiga Roma resonará un grito tan grande de libertad como jamás se haya oído hasta entonces en el mundo».
La devoción a la Divina Misericordia creció muy rápidamente después de la beatificación (18 de abril de 1993) y canonización (30 de abril de 2000) de Sor Faustina y también debido a las peregrinaciones del Papa Juan Pablo II a Lagiewniki (1997 y 2002).
En el año 2000 el Papa Juan Pablo II canonizó a Santa Faustina y durante la ceremonia declaró: “Así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de ‘Domingo de la Divina Misericordia’”. (Homilía, 30 de Abril, 2000). Tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco han recomendado esta devoción.
En el año 1935, Santa Faustina le escribió a su director espiritual: "Llegará un momento en que esta obra que Dios tanto recomienda parecerá como [si fuera] en ruina completa, y entonces, la acción de Dios seguirá con gran poder, que dará testimonio de la verdad. Ella [la obra] será un nuevo esplendor para la Iglesia, aunque haya reposado en Ella desde hace mucho tiempo" (Diario 378).
De hecho, esto sí sucedió. El 6 de marzo de 1959, la Santa Sede, por información errónea que le fue presentada, prohibió "la divulgación de imagines y escritos que propagan la devoción a La Misericordia Divina en la manera propuesta por Santa Faustina". Como resultado, pasaron casi veinte años de silencio total. Entonces, el 15 de abril de 1978, la Santa Sede, tras un examen cuidadoso de algunos de los documentos originales previamente indisponibles, cambió totalmente su decisión y de nuevo permitió la práctica de La Devoción. El hombre primariamente responsable por la revocación de esta decisión fue el Cardenal Karol Wojtyla, el Arzobispo de Cracovia, diócesis en la que nació Santa Faustina. El 16 de octubre de 1978, el mismo Cardenal Wojtyla fue elevado a la Sede de San Pedro bajo el título de "Papa Juan Pablo II".
El 7 de marzo de 1992, se declararon "heroicas" las virtudes de Sor Faustina; el 21 de diciembre de 1992, una curación por medio de su intercesión fue declarada "milagrosa"; y el 18 de abril de 1993, el Papa Juan Pablo II tuvo el honor de declarar a la Venerable Sierva de Dios, Sor Faustina Kowalska, "Beata".
En 1997 el Papa Juan Pablo II hizo una peregrinación a la tumba de la Beata Faustina en Polonia, le llamó "Gran apóstol de la Misericordia en nuestros días". El Papa dijo en su tumba "El mensaje de la Divina Misericordia siempre ha estado cerca de mi como algo muy querido..., en cierto sentido forma una imagen de mi Pontificado."
El 10 de marzo del 2000, se anunció la fecha para la canonización después de ser aceptado el segundo milagro obtenido por su intercesión. El milagro fue la curación del Padre Pytel de una condición congénita del corazón, después de las oraciones hechas por miembros de la congregación de su parroquia el día del aniversario de la muerte de Santa Faustina, en Octubre 5 de 1995.
La Secretaria de la Misericordia de Dios fue elevada a los altares por el Santo Padre el 30 de abril del año 2000, el Domingo de la Divina Misericordia. Es la primera santa que fue canonizada en el año jubilar 2000 y en el milenio.
La biografía de Santa Faustina nos narra que el Señor le recordaba frecuentemente Su deseo de que se estableciera la Fiesta de la Divina Misericordia. Ella ofreció una novena por esta intención y el 23 de marzo de 1937, martes de Semana Santa, el séptimo día de la novena Santa Faustina tuvo la siguiente visión:
“De pronto la presencia de Dios me invadió e inmediatamente me vi en Roma, en la capilla del Santo Padre y al mismo tiempo estaba en nuestra capilla...Yo tomé parte en la solemne celebración, simultáneamente aquí y en Roma...Vi al Señor Jesús en nuestra capilla, expuesto en el Sacramento de la Eucaristía en el altar mayor. La capilla estaba adornada como para una fiesta, y ese día todo el que quisiera, podía entrar. La multitud era tan grande que la vista no podía alcanzarla toda. Todos estaban participando en las celebraciones con gran júbilo, y muchos de ellos obtuvieron lo que deseaban. La misma celebración tuvo lugar en Roma, en una hermosa Iglesia, y el Santo Padre, con todo el clero, estaban celebrando esta Fiesta, y entonces súbitamente yo vi a San Pedro, que estaba de pie entre el altar y el Santo Padre...Entonces de repente vi como los dos rayos, como están pintados en la imagen, brotaron de la hostia y se extendieron sobre todo el mundo. Esto duró sólo un momento, pero pareció como si hubiese durado todo el día, y nuestra capilla estuvo repleta todo el día, y todo el día abundó en júbilo. Luego, vi en nuestro altar, al Señor Jesús vivo, tal como luce en la imagen. Luego, en un instante me encontré de pie cerca de Jesús, y me paré en el altar junto al Señor Jesús, y mi espíritu estuvo lleno de una felicidad tan grande...Jesús se inclinó hacia mí y dijo con gran bondad, ‘¿Cuál es tu deseo Hija mía’ Y yo contesté, ‘Deseo que toda adoración y gloria sean dadas a Tu Misericordia’. ‘Yo ya estoy recibiendo adoración y gloria por la congregación y la celebración de esta Fiesta: ¿Qué más deseas?’ Entonces yo miré a la inmensa multitud que adoraba la Divina Misericordia y le dije a Jesús, ‘Jesús, bendice a todos aquellos que están reunidos para darte gloria y venerar Tu infinita misericordia’. Jesús hizo la señal de la cruz con su mano y esta bendición fue reflejada en las almas como un rayo de luz” (1044-1049). Muchos ven esta visión en respecto a la canonización de Santa Faustina. Jesús le mostraba a su apóstol los frutos de su trabajo y sufrimientos.
Al final de la Canonización de Santa Maria Faustina el Santo Padre declaró el segundo domingo de Pascua como el “Domingo de la Misericordia Divina”, estableciendo la Fiesta de la Divina Misericordia que Jesús tanto pedía a Santa Faustina. El Santo Padre dijo: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al genero humano en los años venideros”. Y después de su visita a Polonia en junio del 2002, “para hacer que los fieles vivan con intensa piedad esta celebración, el mismo Sumo Pontífice ha establecido que el citado domingo se enriquezca con la indulgencia plenaria para que los fieles reciban con más abundancia el don de la consolación del Espíritu Santo, y cultiven así una creciente caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y, una vez obtenido de Dios el perdón de sus pecados, ellos a su vez perdonen generosamente a sus hermanos.”
Podemos encontrar un paralelo entre los poderosos mensajes que Jesús revela a Santa Faustina: sobre la Divina Misericordia y a Santa Margarita: sobre la devoción al Sagrado Corazón. A través de ellas Dios nos manifestó y nos dio a conocer Su Misericordia encerrada en Su Sagrado Corazón.
Santa Faustina fue canonizada el 30 de abril del 2000, siendo la primera canonización del año jubilar.
Una nueva lectura de Quo Vadis me ha confirmado que Sienkiewicz, Premio Nobel de Literatura en 1905, no solo poseía unos grandes conocimientos históricos y una adecuada técnica literaria. No habría podido escribir esta historia de contrastes entre la vida de los primeros cristianos y el ambiente de la corte de Nerón sin un profundo conocimiento de la fe.
Sin dicho conocimiento, su obra se habría reducido a una novela de amor y aventuras por entregas, aunque, en realidad, así fue al principio, pues se fue publicando en un periódico polaco durante más de un año.
El escritor polaco Henryk Sinkiewicz (1846-1916) fue Premio Nobel de Literatura en 1905 y además de "Quo Vadis" es célebre por su trilogía sobre las luchas nacionales de su patria: "A sangre y fuego", "El diluvio" y "Un héroe polaco".
Quo Vadis va inevitablemente asociada a un cine de gran espectáculo, cuyos guionistas no han sabido, o quizás ni siquiera se lo han propuesto, plasmar la esencia de la obra. Sin embargo, me gustaría detenerme en algunas frases extraídas del libro de Sienkiewicz, y que constituyen destacados ejemplos de teología cristiana.
La mayoría proceden de la correspondencia entre Cayo Petronio, el árbitro de la elegancia en la Roma de Nerón, y su sobrino Marco Vinicio, el enamorado de la joven cristiana Ligia.
Añadiré, no obstante, que a los lectores de Quo Vadis les suele atraer el personaje de Petronio, equidistante tanto de las crueldades neronianas como de las virtudes cristianas. Pero el problema de Petronio, y el de tantos Petronios de todos los tiempos, es su incapacidad para elegir entre el bien y el mal, pues no sabe, y probablemente no quiere saber, dónde empieza uno y termina el otro.
Piensa que los cristianos han matado el amor a la vida y que desprecian el amor, la belleza y el poder. No es consciente de que no desprecian nada de eso. Lo entienden de un modo muy diferente al suyo. Además, tampoco Petronio es tan profundo como él cree, pues se fija demasiado en las apariencias externas. Su elegancia y su cultura no impiden que sea un indolente.
-“Para los cristianos no basta con honrar a Cristo, sino que es necesario ajustar la vida a su doctrina”.
Los romanos no habrían tenido inconveniente de admitir a Cristo en el panteón de sus innumerables dioses. El problema surgió cuando se dieron cuenta de que no era un dios para ser recluido en un templo, recitarle mecánicamente unas plegarias o quemar unos granos de incienso en su honor. Los dioses solo inspiraban temor, y supuestamente debían ser aplacados con ofrendas y sacrificios.
Eran, en consecuencia, extraños al hombre, aunque se les pudiera representar con apariencia humana. En el mejor de los casos, los dioses eran objeto de peticiones y de promesas, pero los afectos estaban excluidos.
Por lo demás, la religión formaba parte de la tradición cultural, era un factor de cohesión social y un método de instrumentalización política. Por tanto, la religión estaba separada de la vida ordinaria, y cuando esto sucede, los hombres empiezan a dejar de creer en ella, aunque no lo digan expresamente.
El ajustar la propia vida a la religión es reconocer que es necesario esforzarse para llegar a Dios. En un mundo como el nuestro, caracterizado por la inmediatez, el cristianismo solo puede entenderse desde una fe profunda y auténtica. De hecho, siempre será más cómodo, y menos comprometido, reducirlo a una simple moral, a ser posible adaptable a la moral social vigente.
-“El amor sujeta más sólidamente que el miedo”.
Esta es la respuesta del apóstol Pablo a Vinicio, antes de ser cristiano, pues el joven se muestra preocupado por si un día triunfaran las doctrinas cristianas. Afirma que entonces se deshará la sociedad como se deshace un barril al quitarle los aros. En efecto, la sociedad romana se vino abajo, pero se hundió por su falta de fundamentos sólidos.
Esa solidez no la puede dar un Estado opresor, que se presenta como protector, ni tampoco la puede poseer el individuo entregado a sus propios caprichos y arbitrariedades. Así era la Roma de los Césares. Por lo general, allí imperaba el miedo y la falta de escrúpulos.
Esa Roma se encontró con la civilización del amor que traía el cristianismo, y aunque se resistió a él durante tres siglos, las estatuas del emperador, cada vez más parecido a un déspota oriental, terminaron por derrumbarse.
-“Los hombres no conocían antes a un Dios a quien pudieran amar; por eso tampoco se amaban unos a otros, y de ahí procedían sus desventuras y sus dolores”.
Esta frase la escribe un Marco Vinicio convertido al cristianismo. Los dioses no eran amables ni merecedores de ser amados. No eran un modelo para imitar salvo para los gobernantes que se divinizaban a sí mismos. Por lo demás, muchas de las conductas de los dioses paganos eran ilícitas para las leyes humanas.
La arbitrariedad era, por tanto, uno de sus rangos distintivos. En contraste, con el cristianismo surge un Dios que ama a los hombres y se hace uno de ellos. Es un Dios que dice a sus discípulos que serán conocidos porque se aman los unos a los otros.
Antonio R. Rubio Plo
En EEUU, los primeros tres episodios de esta cuarta temporada se exhibieron en más de 2.200 salas de cines, recaudando más de 7 millones de dólares de viernes a domingo. En otros países, se han estrenado los primeros dos episodios, logrando situarse en la sexta posición de Box Office en el Reino Unido, top 10 en Australia, o incluso colocándose como la número 1 en su día de estreno en Puerto Rico, entre otros.
La cuarta temporada arranca con un episodio impactante. Mientras Jesús empieza a prepararse para la Pasión, se encuentra con situaciones límite que pasan factura a sus discípulos. Es el momento de dejar clara una lección: la importancia del perdón.
Como muestra el tráiler, romanos y judíos se unen en su persecución a Jesús. Las dudas de algunos discípulos ante las decisiones del Maestro y las muestras de fe de otros conmueven al espectador. Jesús mismo rompe a llorar en más de una ocasión, mostrando así el rostro más humano de Dios.
Cartel publicitario de la cuarta temporada de “The Chosen”
Poco más se puede decir acerca de la trama, por riesgo a desvelar detalles. Lo que sí puede comentarse es el aumento en la calidad de la serie.
Con una inversión cada vez mayor, los productores de “The Chosen” han logrado crear un producto de gran calidad que envuelve al espectador, una sensación que aumenta cuando se tiene la oportunidad de ver los episodios en el cine.
La serie es el proyecto audiovisual con mayor financiación colectiva de la historia, puesto que los propios seguidores pueden colaborar en la producción a través de donaciones. En la plataforma de “Angel Studios”, los productores animan a apoyar la creación de “The Chosen”. La gran cantidad de aportaciones económicas ha permitido que todas las temporadas hasta ahora sean completamente gratuitas.
Desde el inicio de la serie, “The Chosen” ha acercado a todos la vida pública de Cristo (y algunos detalles de su infancia) de un modo totalmente nuevo. Basándose en los Evangelios, pero usando también bastante la imaginación, Dallas Jenkins teje la historia de Jesús ante el mundo con un tono distinto al habitual.
Sin perder de vista la importancia de la narración, nada más y nada menos que la vida del Hijo de Dios, “The Chosen” muestra la cara de Jesús amigo.
Con el equilibrio del “perfectus Deus, perfectus homo”, la serie brinda la oportunidad de imaginar a Cristo como una persona real, con su cansancio, su risa y su mirada. Un objetivo que alcanza con creces el actor Jonathan Roumie, encargado de interpretar a Jesús.
“The Chosen”, la serie sobre la vida de Jesús, da la sorpresa - “Un fenómeno mundial”
fuente - omnes