Invención de la Cruz

3 de mayo

EL HALLAZGO DE LA SANTA CRUZ

 

Constantino imperaba en las Galias, compartiendo el poder con Majencio y Licinio. Los reinos divididos dan en la disolución y en la ruina. Y la guerra estalla entre los tres, como siempre, por piques de rivalidad y de soberbia. Constantino es multitudinario en el fervor de su pueblo y entre sus fieles legiones. Semejante aureola recome a Majencio, que pretexta vengar con sangre el supuesto asesinato de Máximo Hércules, por intrigas de Constantino.

 

Pero el gran viento de las victorias empuja a los cien mil soldados desde las Galias hasta Turín, por Brescia y Verona, y a todo lo largo de la vía Flaminia. Constantino tenía videncias de su propio triunfo, porque no combatía solamente con sus ejércitos, sino con el poder divino de aquel anagrama que, a la luz sangrienta del otoño, resplandecía en los estandartes y sobre el pecho de sus leales, recordando otra batalla más cruel y decisiva: la de Cristo en la cruz. Y con su nombre iba seguro a la victoria.

Fue así el milagro, según lo refiere Eusebio, recogido de los mismos labios del emperador. Que a los comienzos de esta injusta guerra embargaba su espíritu el pensamiento de la muerte, como acontece a los que llevan oficio de armas. Y repasó en su memoria el fin dramático de todos los emperadores que habían perseguido a los cristianos. Sólo su padre, Constancio, encontró una muerte piadosa, tranquila, serena.

¿Acaso porque quiso bien, en amistad y protecciones, a los creyentes de la cruz? Pide entonces un signo al Señor de los Ejércitos. Y se le dio, en un estupendo milagro. Sobre un cielo deslumbrante de mediodía vio arder una cruz de sangre, con esta divisa: IN HOC SIGNO VINCES. Era el lábaro de su victoria. Y más aún. En el sueño impaciente de aquella noche Cristo se le muestra, ordenándole que sus combatientes, sus armas, sus banderas, lleven su propio nombre sacro e invencible.

 

Invención de la Cruz

 

Y mientras aquel 28 de octubre del 312 se alza al cielo, desde las siete colinas, el incienso inútil ofrecido por Majencio a los dioses paganos, la última batalla del Puente Milvio, sobre el Tíber, proclama a Constantino emperador triunfante en la señal de la cruz.

El famoso Edicto de Milán es el ofrecimiento de su victoria a la cruz. Los cristianos se ven libres, con todos los derechos jurídicos de los ciudadanos de Roma. En su brevedad, una sola idea se repite, con clara intención, para que no haya espacio a interpretaciones o dudas: la perfecta igualdad de ciudadanía para los creyentes, a los que ningún prefecto podrá, en adelante, torturar con los garfios y las cárceles ante la pública profesión de su fe.

Y, a los pocos años, el hallazgo de la cruz, como radiante trofeo de aquella gesta castrense. Era muy lógico que Constantino y los de su casa anhelaran, muy ardidamente, poseer aquella cruz, aparecida en los cielos. Y es su madre Elena la que se pone en piadosa romería hacia Oriente.

Todo esto es pura historia. La podemos seguir con Eusebio, por todo el itinerario, entre las aclamaciones entusiastas que la hacen, a su paso, las provincias del Imperio. Visita la cueva de Belén para seguir, con fidelidad, el recuerdo de la vida de Cristo. Sobre el desnudo pesebre, que profanan unos altares en honor de Adonais, edifica un templo majestuoso, "de una hermosura singular, digno de eterna memoria".

Se detiene largamente en el lago, porque aquel mar de Tiberíades, que tiene geografía y curvas de corazón, palpita como el corazón de todo el Evangelio, como el mismo Corazón de Cristo. Y después a las agonías del monte de los Olivos. Y al Calvario.

En este punto nos despedimos de Eusebio de Cesarea, que nos guió minuciosamente, con sus infolios, en la peregrinación de la emperatriz. Los rigores de la crítica histórica hinchan el silencio de este escritor para tejer las insidias de la duda en la maravilla celeste del HALLAZGO. Pero este dato no entenebrece su perfecta historicidad.

Lo consignan escritores eminentes: Rufino, Sozomeno, el Crisóstomo, San Ambrosio, y el Breviario Romano lo tiene recibido, en las Lecciones históricas, para la fiesta de este día. Además, Eusebio de Cesarea no ignora el suceso, aunque no lo consigne expresamente, pues reproduce una carta de Constantino a Macario, obispo de Jerusalén, en la que se habla "del memorial de la Pasión escondido, bajo la tierra, durante muy largos años".

Con las fuentes mencionadas podemos componer la historia así. A los comienzos del siglo IV el más inconcebible abandono cubría los Santos Lugares, a tal punto que la colina del Gólgota y el Santo Sepulcro permanecían ocultos bajo ingentes montañas de escombros.

El concilio de Nicea dictó algunas disposiciones para devolver su rango y su prestigio a aquellas tierras sembradas por la palabra y la sangre del Redentor, mientras el mismo Constantino ordenaba excavaciones que hicieran posible recuperar el Santo Sepulcro.

Y allí Elena, alentando con su poder y sus oraciones el penoso trabajo. Se descubre una profunda cámara con los maderos, en desorden, de las tres cruces izadas sobre el Calvario aquel mediodía del Viernes. ¿Cuál de las tres, la verdadera cruz de Jesucristo? Y entonces el milagro, para un seguro contraste.

Porque el santo obispo de Jerusalén, a instancias de Elena, las impone a una mujer desvalida, siendo la última la que le devuelve la salud. Aún la tradición añade que, al ser portada la Vera Cruz, procesionalmente, en la tarde de aquel día, un cortejo fúnebre topó con el piadoso y entusiasta desfile, y, deseando el obispo Macario más y más certificarse sobre el auténtico madero, mandó detenerle, como Jesucristo en Naím, cuando los sollozos de la madre viuda le arrancaron del corazón el devolverle la vida a su único hijo muerto.

Se probaron, con el que llevaban a enterrar, las tres cruces, y sólo la que ya veneraban como verdadera le resucitó. Era el 14 de septiembre del año 320.

La emperatriz Elena, en nombre de su hijo, edificó allí el "Martyrium” sobre el sepulcro, dejando la cruz, enjoyada en riquísimo ostensorio, para culto y consuelo de los fieles. Una parte fue enviada a Constantino, junto con los cinco clavos, dedicando a tan insignes reliquias la basílica romana de la Santa Cruz de Jerusalén para que toda la cristiandad la venerara y fortaleciera también la "Roca" de Pedro.

Dictó, además, Constantino un decreto, por el que nadie sería en adelante castigado al suplicio de la cruz, divinizada ya con la muerte del Hijo de Dios.

Las cristiandades de Oriente celebraron este hallazgo de la cruz con la pompa hierática de su rica liturgia, en el "Martyrium" de Constantino, consagrado el 14 de septiembre del 326. Precedían a la fiesta cuatro días de oraciones y rigurosos ayunos de todas aquellas multitudes que afluían de Persia, Egipto y Mesopotamia. Allí encontró su camino de santidad una mujer egipciaca pecadora que, como la Magdalena, se llamaba María.

Muy pronto la fiesta del hallazgo se incorporó a las liturgias de toda la cristiandad cuando fueron llegando a las Iglesias occidentales las preciosas reliquias del "Lignum Crucis", como regalo inestimable para promover entre los fieles el recuerdo vivo de nuestra redención.

Tres siglos después —3 de mayo del 630— acontecía en Jerusalén otro suceso feliz. El emperador Heraclio, depuesta la majestad de sus mantos y de su corona, con ceniza en la cabeza y sayal penitente, portaba sobre sus hombros, desde Tiberíades a Jerusalén, la misma Vera Cruz que halló Elena.

En un saqueo de la Ciudad Santa fue sustraída por los infieles persas. Y ahora era devuelta al patriarca Zacarías con estos ritos impresionantes de fervor y humildad.

Las liturgias titularon este acontecimiento con el nombre de “Exaltación de la Santa Cruz". Y, aunque las Iglesias occidentales acogieron con entusiasmo semejante recuperación definitiva del Santo Madero, sólo muy tardíamente fue conmemorada su fiesta, según se ve en el sacramentario de Adriano.

El tiempo confundió la historia de ambas solemnidades. Y todo el Occidente cristiano, dando mayor acogimiento y simpatía al hallazgo de la cruz, lo celebró siempre en este día 3 de mayo, dejando para el 14 de septiembre la memoria de la "Exaltación”.

Escribía De Broglie en el pasado siglo:

"A la nueva de que Jerusalén se alzaba de sus ruinas, coronada por la verdadera cruz de Cristo, escapóse un grito de alegría de toda la familia cristiana. Dios acababa de consagrar, con un postrer milagro, el triunfo ya maravilloso de su Iglesia.

¡Qué espectáculo este resurgimiento, desde las entrañas de la tierra, de los instrumentos del Suplicio divino, convertidos en una señal de dominación y de victoria. Se creía hallarse presente a la resurrección universal y ver al Hijo del Hombre, entronizado en la nube, venir para coronar a sus fieles servidores".

 

Pero la cruz de Cristo resume, en su íntima teología, todos los misterios estremecidos que hilan el dogma de la religión cristiana. Dos proyecciones hacia el infinito: la una, fragante de luz; la otra, sombría de sacrificio y de sangre.

Como signo de libertad para todo el linaje humano, resplandece victoriosa, presidiendo el desfile apresurado de las edades, de las civilizaciones y de la culturas, con una viva presencia impresionante, en todos los corazones que creen, que esperan y que aman. El navío de Pedro puede marear seguro, hasta que pase este mundo y su figura, todos los mares amargos y difíciles, porque lleva, en la vela latina, el signo inmortal de la cruz.

 

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DESCUBRIMIENTO DE LA SANTA CRUZ

 

FERMÍN YZURDIAGA LORCA

 

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Mártires de la nobleza romana

Noble mujer romana, nieta del emperador Vespasiano y sobrina de los empreadores Tito y Domiciano. Casada con Tito Flavio Clemente, un cónsul romano, a su vez sobrino del emperador Vespasiano y primo de Tito y Domiciano.Se convirtió al cristianismo y enviudó cuando su marido fue martirizado en el año 96 de nuestra era. Desterrada a la isla de Pandaratia en el Mar Tirreno.

En el año 68, después del suicidio de Nerón la Iglesia gozará hasta el año 95 de una profunda paz, aunque legalmente aún seguía proscrita. De los sucesores de Nerón (Galba, Otón y Vitelio) no sufrieron los cristianos ninguna persecución, ni tampoco por parte de los primeros Flavios (Vespasiano y Tito).

En al año 81 Domiciano sucede a su hermano Tito. Este, tras oír hablar de los descendientes del rey de David, a su vez de Cristo, mandó acabar con ellos y trajo a su presencia al obispo de Jerusalén junto a otros cristianos. Al oír los testimonios de estos, los consideró tan miserables que dio orden de que cesara la persecución contra el cristianismo.

Pero en el año 95 acusan a su primo Flavio Clemente, a su mujer Flavia Domitila y a su sobrina de “ateos” y de vivir “al modo judaico”. Los cristianos al no ser una religión de una ciudad o nación, sin templo, ni sacrificios eran considerados como “ateos”, hombres sin dioses.

Por otra parte, estos miembros de la familia Flavia eran considerados de “misérrima inercia”.

La inercia, abstención, el retraimiento eran una actitud casi forzosa en la sociedad del momento para un cristiano dentro de un mundo de saturado de idolatrías.

 

Flavia Domitila

Flavia Domitila

 

Las religiones en Roma y Grecia, al no tener interioridad, penetraba toda la vida exterior del Imperio, de modo que para un cristiano que ocupara un alto cargo -como Flavio Clemente- el conflicto intimo surgía constantemente.

Más adelante la saña de Domiciano apuntó a otra víctima ilustre de la aristocracia romana: M. Acilio Glabrión, cónsul con Trajano. De hecho el cementerio exclusivamente cristiano de la vía Salaria fue propiedad suya.

A decir verdad, los motivos de la persecución de Domicinano no aparecen muy claros. El agotamiento del tesoro, que trajeron consigo las grandes obras de embellecimiento de Roma, determinaron al emperador a la más rigurosa exacción del didracma que los judíos pagaban, desde Vespasiano, a Júpiter Capitolino, precio de su libertad: vegatilagis libertas, que dice Tertuliano.

Mas ¿Qué tendría esto que ver con los miembros de la nobleza romana pasados al cristianismo?

Habrá, pues, que pensar que el ateismo y costumbres judaicas fueron tomados por el tirano como pretexto para deshacerse de hombres que le estorbaban, acusándolos de molitores rerum novarum, lo que hoy sería “sospechosos contra el régimen”.

No es buena, dice Homero la soberanía de muchos, pero peor es la de uno solo, si degenera en tiranía.

Relato de Dión Casio (Historia Romana, 67, 14)

“En este tiempo se empedró el camino que va de Sinuesa a Puzzoli. En el mismo año (95), Domiciano hizo degollar, entre otros, a Flavio Clemente, en su mismo consulado, a pesar de ser primo suyo, y a la mujer de éste, también pariente suyo.

A los dos se los acusaba de ateísmo, crimen por el que fueron también condenados otros muchos que se habían pasado a las costumbres judaicas.

De ellos, unos murieron; a otros se les confiscaron sus bienes; en cuanto a la sobrina de Clemente, llamada también Domitila, fue desterrada a la isla Poncia.

 

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Mártires de la nobleza romana

 

 SAN ATANASIO

(† 373)

Durante 46 años obispo de Alejandría en Egipto. En el Concilio de Nicea San Atanasio fue la única voz de la ortodoxia contra el difuso arrianismo que negaba el dogma trinitario. No obstante que su maestro fue San Antonio Abad, Atanasio no fue un teólogo. Murió en el 373.

 

Atanasio de Alejandría; prototipo de la fortaleza cristiana, su vida sintetiza la lucha heroica mantenida por la ortodoxia frente a la vigorosa reacción doctrinal del paganismo antiguo asumida por la herejía de Arrio; fortaleza inflexible y dinámica ante el error, suscitada por el Señor para librar a su Iglesia de un trance peligroso.

Durante los sesenta años que median desde la paz de Constantino hasta que Teodosio establece el cristianismo católico como religión del Imperio, el atleta alejandrino es el más visible protagonista de la historia de la Iglesia.

Arrio fue el genial intérprete de este momento: vio el fondo de la cuestión y trató de reducir a Cristo, el Verbo del Padre, a la categoría del demiurgo o semidiós, criatura elevada y perfecta, pero simple criatura.

Primero, el propio heresiarca, y después de su trágica muerte, sus secuaces, lucharon utilizando los más poderosos recursos: la filosofía griega con el prestigio de su claridad, de su belleza y de su amor a la vida: la inexperiencia o la astucia de los monarcas bizantinos, que pretendían, a base de protección, asumir la dirección de la Iglesia; el grave problema político de las relaciones entre Roma y Bizancio, entre Oriente y Occidente.

En esta coyuntura frente a Arrio, sus componendas doctrinales y sus obispos cortesanos se irguió Atanasio con su sincero realismo evangélico y su innumerable cortejo de monjes y anacoretas del desierto.

 

san atanasio

 

Al estallar el conflicto arriano, Atanasio era un joven diácono de veintitrés años, endeble, pequeño de talla y pálido rostro. Arrio tenía la madurez de sus sesenta años, de exterior imponente, de prócer estatura, gran dialéctico, maestro, acreditado en explicar las Santas Escrituras.

Nacido en Libia y adscrito al clero en Alejandría, había pretendido ocupar aquella gloriosa sede episcopal y llevaba la amargura de esta insatisfacción; era, según ocurre en tantas ocasiones, austero y soberbio, sabio, obstinado y dominador. Había sido nombrado párroco de una demarcación de la ciudad, la de Borcal.

Pretendía el sabio párroco y maestro de Escritura que el Verbo encarnado no era absolutamente igual al Padre, sino la primera y más maravillosa de las criaturas que salieron de la mente y del poder de Dios.

Entre el Ser Supremo, sin principio, sólo eterno, sólo bueno, solitario en su eternidad, y la naturaleza creada, finita y manchada, está el Verbo encarnado, Hijo de Dios, pero, aunque creador del mundo, Hijo de Dios por adopción, pues difiere en absoluto de la sustancia del Padre.

Establecidos tales principios, el misterio de la Encarnación y el de la Redención quedaban eliminados y alterada esencialmente toda la teología de la Trinidad y de Cristo, se abría otra vez el insondable abismo pagano entre el hombre débil y manchado y la divinidad inaccesible; suprimida la majestad divina de la Víctima del Calvario, los espíritus paganizantes y livianos ya no sentían la responsabilidad del pecado y el rigor de la justicia divina, pues, según la nueva doctrina, Cristo nos redimía sólo con la influencia de su doctrina y de sus ejemplos.

La familia y la infancia de Atanasio: sus padres fueron, sin duda, cristianos. Se cuenta que, siendo todavía niño, un día en que jugando remedaba las ceremonias del culto cristiano, instruyó y predicó al público infantil que jugaba con él y llevó tan adelante la imitación de los mayores y el realismo de su futura vocación que bautizó a varios niños paganos, siendo reconocida luego la validez de tal bautismo.

El patriarca San Alejandro descubrió en el adolescente condiciones extraordinarias, le hizo clérigo, dirigió su formación intelectual y le ordenó de lector en su propia catedral, y más tarde le hizo su diácono y, en consecuencia, su secretario, según las costumbres de entonces: en calidad de tal ya fue el alma, en 320, del concilio provincial de Alejandría, en que los obispos de Egipto y Libia condenaron por primera vez a Arrio.

Atanasio conoció bien el ambiente intelectual de Alejandría, frecuentó a los sabios maestros filósofos y teólogos de la famosa escuela donde acababa de apagarse la voz del gran Orígenes. El Señor, cuando asigna a sus santos una gran misión histórica, les prepara con el temperamento personal, con las condiciones oportunas y les sumerge en el ambiente apropiado para su mejor formación.

La juventud de Atanasio primero, y luego toda su vida heroica de luchador contra el neopaganismo teológico y práctico de Arrio, se movió entre dos polos: el desierto egipcio, foco de santidad heroica y de ascetismo tradicional, y la escuela alejandrina, primer centro intelectual organizado por la Iglesia, centro de doctrina ortodoxa, pero cuna asimismo de varios desvaríos heréticos.

Es seguro que la amistad de Atanasio con el gran San Antonio nació de sus largas estancias en el desierto, donde el patriarca de los anacoretas le descubrió, sin duda, el gran riesgo de las tentaciones del mundo pagano y el peligro de admitir componendas prácticas con las costumbres y las ideas paganas.

Los desiertos de Egipto eran entonces el escenario de un fenómeno singular: las almas generosas formadas en el clima del martirio, al hacerse cómoda y fácil la práctica del cristianismo, se iban al desierto para sufrir el martirio de su renuncia y de sus mortificaciones, para vivir en la contemplación de Dios, unos ideales místicos basados, no en los ensueños idealistas de los filósofos, sino en la dura ascética de los consejos evangélicos.

A los veinticinco años publica su Discurso contra los gentiles: en él se encuentra ya toda la lucidez, la agudeza y la profundidad de una mente superdotada, pero allí aparece también la combatividad ardiente de un hombre destinado por Dios a una lucha sin descanso. En este libro, el Santo desenmascara el paganismo en sus manifestaciones más groseras, en su esfuerzo para humanizar a los dioses para así poder divinizar las propias pasiones y los desórdenes de la aristocracia pagana, que tenía su base social en la esclavitud.

 

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Demuestra que la adoración de Júpiter, Mercurio, Neptuno o Venus es la adoración de las fuerzas viejas, brutales, coactivas, de la naturaleza o el esfuerzo para aureolar de gloria el orgullo y la voluptuosidad humanas. Pero donde dirige sus tiros el atleta es contra el neoplatonismo de las escuelas alejandrinas.

La filosofía neoplatónica reconoce a un Dios supremo. Pero ¿qué representa un demiurgo o mediador entre Dios y el mundo? ¿Qué son estos platónicos poderes colocados por los filósofos entre la naturaleza y la divinidad sino formas de la idolatría, menos groseras que las de los griegos, pero tan corruptoras y no menos irracionales?

Instado por su diácono, el obispo Alejandro, después de exhortar a Arrio para disuadirle, reúne un concilio en Alejandría que excomulga al hereje y condena sus doctrinas. Herido en su orgullo, Arrio despliega una actividad enorme viajando y escribiendo: gana para su causa a muchos obispos de Palestina y Asia, entre ellos a Eusebio de Nicomedia, cuya influencia pesaba mucho en la corte imperial, y distribuye copiosa abundancia de folletos, cartas, memoriales y versos.

Es entonces cuando el papa Silvestre y el emperador Constantino envían a Alejandría al prestigioso obispo de Córdoba, Osio, para recoger una información adecuada; Osio se da cuenta de la gravedad del movimiento herético y él mismo, según parece, insinuó a Constantino la idea de reunir un concilio.

Fue el de Nicea, el primero de los concilios ecuménicos y uno de los más importantes de la historia, en cuyas sesiones preparatorias el diácono Atanasio dio la medida de su sagacidad, de su elocuencia y sus dotes de polemista y de dialéctico.

Sus intervenciones tuvieron un peso considerable en las decisiones del concilio, que condenó a Arrio, quien tuvo que emprender el camino del destierro mientras sus cómplices y partidarios, que firmaron las conclusiones y el símbolo del Concilio, ante las perspectivas de excomunión, esperaban la oportunidad para mixtificar o anular la doctrina de Nicea.

Poco después del concilio murió Alejandro, el santo obispo de Alejandría. Antes de morir había rogado a los obispos de su provincia eclesiástica que le dieran por sucesor a Atanasio; en efecto, fue designado el enérgico y piadoso diácono, que intentó huir impulsado por su humildad, para no ser obispo, pero el pueblo cristiano de Alejandría le forzó aclamando su elección: "Ese es un hombre seguro, he aquí un asceta, un verdadero obispo".

Así Atanasio fue exaltado a la dignidad de patriarca de aquella gloriosa sede y primado de todo Egipto. Después de haber escrito su primera y emocionante carta pastoral con motivo de la Pascua de 328, quiso girar una visita a la porción más escogida de su rebaño: los anacoretas penitentes y los monjes contemplativos del desierto de Egipto y Libia; cuando regresó, hondamente edificado y consolado por la santidad de aquellos solitarios, ya había estallado la tempestad en la capital de su patriarcado.

El sector arriano había planteado la invalidez de su elección episcopal con el pretexto de haber sido realizada por la presión popular; por su parte, Eusebio de Nicomedia, el obispo palaciego, había arrancado de Constantino una carta imperativa ordenando a Atanasio que levantara la excomunión y recibiera a todos los arrianos que se le presentaran, amenazándole con el destierro.

Atanasio escribe, defendiéndose, un largo memorial que es atendido por el emperador, pero he aquí que el partido de los herejes melecianos, movilizado por Eusebio, comienza una campaña de calumnias inverosímiles, pero siempre dramáticas y extrañas: que había obligado en beneficio propio a sus fieles a pagar un impuesto sobre el lino, que el delegado y amigo de Atanasio, Macario, al reprender a un sacerdote sacrílego, había derribado un altar, roto un cáliz y quemado los libros sagrados.

Atanasio decide hacer un viaje a Constantinopla, donde habla con el emperador, que se convence de su inocencia; pero de vuelta a Alejandría ya le han preparado otra serie de extrañas y graves calumnias: que ha mandado asesinar al obispo de Hiprale Arsenio, de cuya presunta muerte exhiben una mano cortada; pero he aquí que el obispo Arsenio, que había sido recluido en un monasterio, es descubierto por Atanasio y presentado a sus propios acusadores.

Insisten los difamadores escribiendo al emperador que Atanasio ha prohibido a los fieles la entrega de trigo que, debía de ser enviada a Constantinopla y, por fin, dan dinero a una mujerzuela para que diga que el santo obispo la ha violentado. Inmediatamente, y antes que se pudiera aclarar tal alud de calumnias, se reúne un concilio en Tiro, ciudad costera de Palestina, donde llevan la voz cantante los arrianos y semiarrianos.

La asamblea depone a Atanasio y el emperador, impresionado, le destierra a Tréveris, en la Francia de entonces —año 336—, de donde volverá cuatro años más tarde cuando muere Constantino, pues su hijo y sucesor en Occidente, Constantino el joven, levanta el destierro a Atanasio.

Pero los mismos enemigos de Atanasio, que se habían reunido en Tiro, se reúnen en Antioquía, revalidan la deposición del Santo y consagran a un tal Gregorio como obispo de Alejandría. Este seudopatriarca entra en la ciudad a mano armada rodeado con gran lujo de soldados, y Atanasio tiene que desterrarse por segunda vez; entonces, se dirige a Roma.

El papa Julio I recibe con gran afecto al defensor de la fe de Nicea, que llega a la Ciudad Eterna en 342, fatigado, a los cuarenta y siete años de su edad, y cuando llevaba catorce al frente de la iglesia alejandrina. Reúne el Papa en Roma un concilio que aprueba tanto la doctrina como la vida de la lumbrera de Oriente: No pudo, sin embargo, Atanasio restituirse a su sede hasta que se convocó cinco años después otro concilio en Sárdica —342—.

Allí se ordenó la restitución del patriarca a su ciudad; el emperador Constante aprobó los acuerdos de Sárdica mientras la facción arriana, en el paroxismo de su furor, reunida tumultuosamente en Filípolis, excomulgaba a los obispos de Sárdica y al propio papa Julio I por haber comunicado con San Atanasio.

Este, sin embargo, durante una corta temporada, pudo estar al frente de su diócesis una vez expulsado el usurpador Gregorio. Pero he aquí que, a la muerte de Constante, los arrianos, que habían afianzado sus posiciones y aumentado en número, pudieron apoyarse en la influencia de la corte de Bizancio, pues el nuevo emperador Constancio no recataba su adhesión a la secta.

Otros conciliábulos, los de Arlés, Aquileya y Milán, donde se condenan y, en consecuencia, son desterrados, los grandes defensores de la doctrina de Nicea; Osio, Eusebio de Vercelli, Lucífero de Callas, Dionisio de Milán y el propio papa Liberio.

Es éste el momento del apogeo del arrianismo: el mundo, según observará San Jerónimo, parece gemir bajo su yugo. Atanasio tiene que huir, pues el emperador impone al hereje Jorge de Capadocia como obispo de Alejandría; el refugio para Atanasio esta vez será el desierto y la compañía de los religiosos que tanto le admiran y le veneran: en este lapso de tiempo escribe el Santo varias de sus obras más notables.

Al morir Constancio, sube al trono imperial Juliano el Apóstata, hombre de temperamento atormentado y complejo, que se asigna en vano la misión de restablecer el paganismo en la vida social y religiosa del Imperio. Para demostrar su indiferencia ante la lucha entre católicos y arrianos, llama de su destierro a todos los condenados por su antecesor.

Vuelve a su sede Atanasio en febrero del 362 sin dificultad, pues el usurpador Jorge de Capadocia había muerto en un motín popular, y el pueblo recibe triunfalmente a su pastor legítimo. De todo el Egipto llegaron gentes a la capital: las calles por donde pasaba el ilustre perseguido, montado en un asno como el Señor en Jerusalén, eran rociadas con perfumes y toda la ciudad fue engalanada e iluminada por la noche.

De febrero a octubre, la actividad y el celo de Atanasio fueron asombrosos: sospechaba el Santo que todavía a sus sesenta y siete años le esperaba otro destierro: el más corto, pero el más terrible, porque lo que se intentaba era en esta ocasión quitarle la vida.

A los dos meses de estar en su sede ya había reunido un concilio en Alejandría: la torpe política de Juliano, que favorecía a los arrianos más exaltados y paganizantes, abrió los ojos a los semiarrianos, los cuales, aprovechando las decisiones del concilio, que facilitaba su retorno a la verdad, fueron admitidos a la comunión católica en gran número.

La simpatía despertada por la virtud y la sabiduría de Atanasio suscitaba entre los gentiles copiosas conversiones, cuya noticia irritó profundamente a Juliano: "Proscribe al miserable Atanasio —escribió al prefecto de Egipto—, que, reinando yo, se ha atrevido a bautizar a mujeres griegas de rango distinguido".

El edicto del quinto y último destierro se fijó en las calles de Alejandría el 23 de octubre del mismo año 362. Atanasio se dio cuenta que se cernía sobre la Iglesia una persecución sangrienta y que él podía ser la primera víctima.

Decidió huir para el bien de su pueblo, escapó aquella misma noche remontando en una barca las aguas del Nilo vestido de pescador, antes de que fueran a prenderle; los esbirros le siguieron por el río y, al notar el Santo que le iban a dar alcance, dio un viraje a la barca; los perseguidores le preguntan si había visto a Atanasio, y él y sus acompañantes contestan: "Por ahí mismo ha pasado".

Escondido en las afueras de la ciudad, decidió dirigirse otra vez al desierto, Los monjes a millares, con sus abades al frente, salieron a recibirle tremolando ramas de árboles y cantando himnos de gozo.

La muerte de Juliano devolvió a Alejandría su venerado obispo, pero el emperador Valente, influido por Eudoxio, patriarca intruso de Constantinopla, con el pretexto de velar por la paz pública, dio un decreto de destierro para todos los obispos depuestos por Constancio y restablecidos por Juliano. Atanasio estaba incluido en el número.

Tuvo que esconderse todavía el campeón de la fe ortodoxa, pero el pueblo, soliviantado ante la injusticia, reclamó la presencia de su obispo: las fuerzas imperiales de seguridad tuvieron que retirarse ante el temor de una temible sedición popular. Atanasio, en este año de 365, el septuagésimo de su edad, tenía ya demasiada grandeza para ser perseguido o protegido por el Imperio.

Gobernó tranquilo su iglesia durante ocho años más, los necesarios para vislumbrar la derrota casi definitiva de la herejía. Murió el 2 de mayo del 373. El martirologio romano, con su sobria elegancia, anuncia la muerte del confesor y doctor de la Iglesia, celebérrimo en santidad y doctrina, en cuya persecución se había conjurado todo el orbe.

El, sin embargo, defendió la fe católica desde el tiempo de Constantino hasta Valente contra emperadores, presidentes y un sinnúmero de obispos arrianos; acosado de los malos, insidiosamente anduvo prófugo por todo el orbe hasta no restarle en la tierra lugar seguro donde esconderse. Finalmente, vuelto a su iglesia después de tantos trabajos y tantas coronas de paciencia, muere en su lecho, a los cuarenta y seis años de sacerdocio, imperando Valentiniano (Valente) —no es de extrañar que la historia le haya reservado el título de "Grande”.

 

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San Atanasio de Alejandría - 2 de mayo

 

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RAMÓN CUNILL

17 de abril

SAN ANICETO, PAPA Y MÁRTIR

 (†  166)

-San Aniceto, papa, era un oriental que gobernó la Iglesia a mediados del siglo II, 150-161. Tuvo que combatir el gnosticismo entonces en su apogeo, cuyos jefes, Valentín, Marción y Apeles, habían hecho de Roma el centro de su propaganda.

Recibió la visita de San Policarpo y de Hegesipo, primer historiador de la Iglesia, que le dedico su "Comentario de los Actos de los Apóstoles". Trabajó por reducir a los orientales a la celebración de la Pascua según los usos romanos, aunque ésta es una cuestión que no logró ver solucionada. Recibió la palma del martirio a raíz de la muerte de Antonino Pío.

 

¿Quién fue San Aniceto?

Pocas noticias nos ha legado la historia de este glorioso Papa. Casi podemos contentarnos con saber que fue el duodécimo sucesor de San Pedro, que gobernó la Iglesia once años, desde 155 a 166, entre San Pío I y San Sotero. Era originario de Emesa, en Siria.

En el siglo II la comunidad cristiana de Roma estaba fuertemente helenizada, su lengua oficial no era el latín, sino el griego. En griego vulgar se celebraba la liturgia, se predicaba, se hacían las inscripciones de los mártires en las catacumbas. Hasta un siglo después la lengua latina no suplantaría a la griega.

Esto explica los nombres griegos de la mayoría de los papas primitivos, nombres, por lo demás, sin ascendencia gentilicia, porque estos papas debían de ser libertos o de familias más bien humildes. Sus nombres revelan cualidades o rasgos, los que les caracterizaron antes de la manumisión: Aniceto, Sotero, Calixto.... el Invencible, el Salvador, el Hermoso...

 

Aniceto

 

Estos personajes oscuros, pero eficientes, conocían la responsabilidad de su cargo y supieron llevar a buen puerto, entre borrascas y tempestades, la barquilla de la Iglesia. Hasta comienzos del siglo IV todos los papas dieron su vida por la fe. Ascender al pontificado era sentar plaza de candidato al martirio.

En aquel entonces la situación legal del cristianismo seguía siendo enormemente precaria. Aun bajo los auspicios de buenos emperadores, como los Antoninos, que se preocuparon de la felicidad material de sus súbditos, la Iglesia continuó teniendo sus mártires. Bajo el mismo Marco Aurelio (161-180), el emperador filósofo, no hay cambios sensibles.

Ni parece verosímil que la apología de San Justino hiciera mella en el alma de este estoico frío y orgulloso, que mas que hallar puntos de contacto entre el cristianismo y su doctrina vio en aquel un rival, sin impresionarle las virtudes de los mártires, cuya paciencia tomó por fanatismo.

A la vez que el Imperio desenvainaba la espada contra la Iglesia, los escritores atacaban con la pluma. Frontón de Cirta, Luciano de Samosata y Celso recurren a las fábulas más absurdas, a la sátira y a la calumnia para combatir al cristianismo.

Y, sin embargo, la resistencia oficial del Imperio romano y la ofensiva de sus letrados no era tan peligrosa para la Iglesia como la lucha interna que tuvo que sostener contra las incipientes herejías, agrupadas bajo el nombre común del gnosticismo. Toda la literatura del siglo II nos da la impresión de que los cristianos viven en una atmósfera de batalla, ya sean apologetas o controversistas.

En efecto, la Iglesia reaccionó vigorosamente. A los escritores paganos no les faltaron objetantes cristianos. San Justino, Atenágoras, Minucio Félix, Taciano, Apolinar y Orígenes trituraron uno a uno los falaces argumentos, deshicieron las calumnias y expusieron toda la belleza de la nueva religión.

Los mismos apologistas fueron buenos controversistas; su caso nos recuerda la actuación de los judíos de Nehemías, que con una mano levantaban el edificio teológico de la fe y con la otra empuñaban la espada de la controversia.

 

san Aniceto

 

En esta atmósfera cargada se desenvolvía el pontificado de San Aniceto. Contemporáneos suyos, y en Roma, vivieron San Justino y Hegesipo, un judío converso que recorrió el Imperio para comprobar la uniformidad de su fe cristiana frente a las nacientes heterodoxias; a él debemos la anécdota que nos ha transmitido Eusebio sobre la venida de San Policarpo a la Ciudad Eterna.

También vivió en Roma en tales fechas el hereje Marción, un gnóstico peligrosísimo, que, enriquecido con negocios de empresas navieras, hacía grandes estragos entre los fieles por sus espléndidas limosnas y su austero rigorismo. Pero nunca pudo engañar a los auténticos representantes de la jerarquía. Y cuando viene a la capital del Imperio San Policarpo, para tratar con San Aniceto el problema de la fecha de la Pascua, encuentra a Marción casualmente, que con cinismo le pregunta:

—¿Me conocéis?

Y el venerable obispo, sin recato ni miramiento, le contesta:

—Te conozco, primogénito de Satanás.

Trataron ambos ilustres prelados sobre el modo de conciliar las fechas de celebración de la primera festividad cristiana; pero no lograron ponerse de acuerdo. El obispo de Esmirna, con más de ochenta y cinco años, había emprendido el penoso viaje a Roma para conferir con el cabeza de la Iglesia universal.

El seguía la tradición legada por San Juan, al que alcanzara a conocer en vida y de quien se proclamara como heredero; y en Roma se seguía la tradición de San Pedro. No se encontró solución al grave asunto, que, en realidad, no sería resuelto hasta el concilio de Nicea.

Pero ambos santos se mantuvieron unidos, y, como señal de la caridad no rota, San Aniceto invitó a San Policarpo a celebrar la eucaristía en presencia de la comunidad romana. Y así se despidieron en paz el uno del otro.

¿Fue realmente mártir San Aniceto? La expresión de que se sirve el Liber Pontificalis resulta insólita. Dice obiit martyr (murió mártir), en vez de martyrio coronatus(coronado con el martirio). La tradición constante de los martirológios habla del martirio y suele señalar como fecha el 17 de abril, y en cuanto al lugar de su enterramiento, si alguno habla del Vaticano, también es fuerte la tradición de haber sido inhumado en el que después se llamaría cementerio de Calixto, panteón normal de los primeros papas.

De aquí, como se dijo, pasaron sus reliquias a la capilla del Palazzo Altemps en 1604. Sin embargo, la cabeza había sido entregada el año 1590 para su veneración al arzobispo de Munich, Minucio, quien la colocó en la iglesia de los padres jesuitas de aquella ciudad.

¿Cómo terminar la biografía de este santo Papa? Quizá con las palabras tiernas y devotas que le dedicó el duque Juan de Altemps al recibir en su casa sus preciadas reliquias:

"Si la perfecta inteligencia de la Sagrada Escritura, si la inocencia y la santidad de vida, si la gloria del martirio bastan cada una de por sí, como todos lo confiesan, para hacer a un hombre inmortal, ¿qué se deberá pensar del mérito y de la gloria de San Aniceto, en quien todas estas prendas se juntan?".

 

A San Aniceto le tienen devoción muchísimos sacerdotes españoles, todos los que han estudiado en el Pontificio Colegio Español de Roma.

Los restos de San Aniceto reposan en un riquísimo sarcófago, que probablemente perteneció al mausoleo de la familia imperial de Septimio Severo y ahora sirve de soporte al altar mayor de la capilla, que fue consagrado el año 1910 por el cardenal Merry del Val.

El Colegio Español ocupa un hermoso palacio renacentista que levantaron los duques de Altemps. Esta familia, de origen alemán, dio a la Historia gobernantes y capitanes y a la Iglesia cardenales y prelados. El fundador de la misma fue un condottiero de las tropas de Carlos V.

Un siglo más tarde el duque Juan de Altemps pidió al papa Clemente VIII, con el que estaba emparentado, que le cediese las reliquias de San Aniceto, conservadas en las catacumbas de San Calixto, lo que se llevó a cabo el año 1604, con motivo de haber tomado aquel Pontífice la decisión de trasladar desde los antiguos cementerios suburbanos a iglesias más seguras los cuerpos de los santos que todavía reposaban allí.

El piadoso duque hizo labrar una riquísima capilla, exornándola con mármoles y decorándola con pinturas alusivas al martirio del papa San Aniceto.

A finales del pasado siglo la familia de los Altemps había decaído y su palacio pasó a propiedad de la Santa Sede. Por entonces un sacerdote español, cuyo proceso de beatificación está en marcha, planeaba la fundación en Roma de un colegio donde pudieran hacer su formación eclesiástica en la Ciudad Eterna los clérigos españoles que designasen sus prelados.

Este sacerdote, don Manuel Domingo y Sol, pasó no pocas dificultades en su noble empresa. Tras unos años difíciles, en que recorrió con su grupo de colegiales varios edificios romanos, mereció que el mismísimo Papa le prestase su apoyo, y León XIII le cedió en 1894 el Palazzo Altemps.

Y aquí empieza la relación de los sacerdotes españoles con San Aniceto. En el gran fresco que decora la bóveda de la capilla el pintor diseñó la apoteosis del Santo glorioso, que, rodeado de barrocas guirnaldas de ángeles como amorcillos, extiende su capa pontifical mientras sube a lo alto. Yo siempre quise ver en este gesto un símbolo de su protección al colegio. Y también debió verlo y experimentarlo el propio Mosén Sol, quien en circunstancias apuradísimas para la reciente fundación prometió que una lucecita habría de brillar perennemente, noche y día, cabe su sepulcro.

En mis tiempos de alumno siempre la vi arder, y alguna vez yo mismo la aticé. Cuando posteriormente he estado en Roma la luz seguía luciendo, aunque ahora fuese una bombillita eléctrica. Y he pensado a veces si todos los papas, aun aquellos que figuran en el martirologio, tendrán la dicha de que ininterrumpidamente brille una lámpara de amor y gratitud bajo su tumba. San Aniceto, patrón del Colegio Español de Roma, sí la tiene.

 

CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

 

¿Por qué el mes de mayo?

La primavera y la historia son dos motivos por los que en mayo se honra a María, aunque el motivo de celebrar a Nuestra Madre va más allá

 

María es la única mujer de toda la historia de la humanidad a la que Dios permitió nacer sin pecado original, la madre de Cristo y siempre Virgen, que fue asunta al cielo en cuerpo y alma. Tenemos 30 días por delante en este mes de mayo para dedicarlos especialmente a Nuestra Madre. Pero, ¿por qué el mes de mayo es el mes de la Virgen María? Si la Iglesia está celebrando laResurrección de Jesús, ¿por qué se rinde homenaje también a María en este mes?  

Esta tradición lleva dos siglos en vigor y coincide con el comienzo de la primavera y el destierro del invierno. El "triunfo de la vida" que simboliza la primavera es uno de los motivos por los que se sitúa en mayo el mes de la Virgen, Madre de la Vida, de Jesús.

 

mayo mes de maria

 

Además, la presencia de este homenaje particular a María se corresponde con otorgar un sentido cristiano a este mes y en esta estación. La Grecia y la Roma clásicas también celebraban la llegada de la primavera. Lo hacían con festividades, oraciones y flores para Artemisa y Flora, ambas consideradas diosas de la fertilidad.

Esta tradición dio un vuelco en el siglo XII y cambió de página en el calendario. Nació la fiesta de "La devoción de los treinta días a María", que tenía lugar entre la segunda quincena de agosto y la primera de septiembre.

Dedicarle un mes exclusivo a la Virgen es una idea del siglo XVII. En esta época volvió a incluirse un culto especial a María en el mes de mayo, que es el que ha llegado hasta la actualidad.

La primavera y el mes de mayo presentan una naturaleza verde, en flor, con buen tiempo. Ese reflejo de la belleza de la naturaleza también hablan de María, de su belleza y de su virtud. 

La celebración de este mes de mayo es más que una tradición entre los cristianos, es un homenaje y una acción de gracias hacia quien es Nuestra Madre. Como "regalos" para Ella, se suelen hacer muchas cosas. Entre ellas, el rezo del Rosario, las ofrendas florales o la meditación de sus dogmas son algunas ideas con las que honrar a María en este mes de mayo.

 

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MES DE MAYO Y MARÍA

 

 

La vocación de San José

A pesar de su dolor, José decide abandonar secretamente a María para no dañar su fama; es entonces cuando el Señor, por medio del ángel, le da a conocer su vocación.
"
Siendo como era justo, y no queriendo infamarla, deliberó dejarla secretamente". (Mt1, 19)

El Sueño de José

I

san jose

 

Ha pasado muchas noches de insomnio. Y ésta ha sido de sueño difícil: le ha costado mucho dormirse. Con frecuencia se ha despertado presa de una idea que le persigue: soñaba que los hombres de la plaza se reían de él.

Ahora ha logrado conciliar el sueño sobre su humilde lecho, después de pensar y pensar.

Ocurre que José está ante una tremenda disyuntiva: sabe que María va a ser madre, no lo puede dudar; y sabe también que es pura y sin mancha, no lo puede dudar. Y José ha suspendido el juicio.

María permanece silenciosa. Heroica, prefiere sufrir la sospecha y la deshonra antes que descubrir el secreto.

Él sabe con certeza que su esposa va a ser madre, se lo dijeron las amigas al principio, cuando vinieron a felicitarlo y él quedó con una amarga espina clavada en el corazón. Se lo dice la gente del pueblo, que lo comenta. Se lo dicen sus ojos. Calla también, sufre… y no juzga mal.

Está seguro de la pureza inmaculada de la Niña Virgen, se lo dicen sus ojos limpios, su bondad, su dulzura, su recia personalidad. Hay algo en ella que se impone, tan fuerte, tan decisivo, tan sobrenatural, que detiene la conclusión de la verdad que los ojos enseñan. Para los dos es una gran prueba.

Pavorosa lucha interior que las gentes no advierten. Angustiosas tormentas que los hombres vulgares no comprenden. Pelea por mantenerse fiel cuando todas las razones empujan a lo contrario. La santidad exige la prueba.

Todos creen que él es el padre. Y él sabe que no. Sufre ante el misterio, y respeta la situación.

La ley manda apedrear a las mujeres adúlteras. ¡Es tan grande el pecado! Pero ella no puede estar en ese caso. Sin embargo, José no se lo explica. Y su espíritu lucha entre esos dos extremos que lo ahogan: la pureza de María que se impone, y el hecho de que va a ser madre. Y José suspende el juicio.

II

 

san jose

 

Lo hace así porque es justo, aunque él sólo tenga razones para sentirse gravemente ofendido. Y no aplica el recurso legal de darle el acta del divorcio, que traería consigo la reprobación pública de la repudiada, sino que sigue la insinuación de la caridad, prefiriendo dejarla secretamente, para no dañar su fama.

Y nosotros, tan veloces en concluir… condenando. Preferimos pensar mal
para no engañarnos; pero es mejor engañarse muchas veces pensando bien de hombres malos, que equivocarse alguna vez teniendo mal concepto de una persona buena, pues en este caso hay injuria, cosa que no ocurre en el primero.

Es preciso saber detener el juicio, y más aún la lengua, aunque sea su conclusión lo más lógico, lo más natural. Muchas veces son inocentes aquellos contra los que se dirigen nuestras pruebas, pues en todo caso ignoraremos motivos personales de su actuación, que pueden justificarles plenamente.

Pensar bien trae consigo, además, una gran paz del alma y nos ahorra muchas amarguras.

José detiene el juicio respecto a María, aunque le asaltan clarísimas razones, aunque esa situación le produce honda herida.

 

III

 

Decide hacer lo que cree que es mejor. Es el juicio que formula respecto a su personal conducta ante aquella situación. Ya tiene su propio criterio, después de pensar y pensar. Y su juicio es un juicio santo.

Un ángel del Señor se le aparece:

-José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María, tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo…

Le ordena el nombre que le ha de poner, y le comunica su misión. José cae en la cuenta de que esos hechos cumplen la profecía.

A veces se nos pide, además, el rendimiento del propio juicio, aunque haya sido formulado con toda rectitud.

José había amasado su decisión con lágrimas, caridad y justicia. Llegó a esa conclusión por un camino penoso y Santo. Ahora le piden que rinda su criterio, que lo someta. Su juicio es lo mejor que se puede hacer humanamente, pero no es lo mejor para los planes de Dios.

Rendir el juicio, hazaña propia de los mejores. ¡Es que mi idea está elaborada con toda rectitud y cuidado! ¡Es que no es ni vulgar ni imprudente! Te contesto: Tampoco lo era la de José.

¡Es que a él le avisó un ángel! El ángel también es una criatura, y Dios tiene muchos medios de avisar, para enseñarnos que nuestras razones no tienen razón. José rindió su juicio sin dilación, y, al despertarse, hizo lo que le mandó el ángel del Señor.

 

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SAN JOSÉ

 

J.A. González Lobato

“Caminando con Jesús”

 

carta sobre san José, Patris corde (8-XII-2020)

La devoción a la Virgen en la Iglesia primitiva

 

La Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios desde los albores del cristianismo.

"Los primeros cristianos, a los que hemos de acudir siempre como modelo, dieron un culto amoroso a la Virgen. En las pinturas de los tres primeros siglos del Cristianismo, que se conservan en las catacumbas romanas, se la contempla representada con el Niño Dios en brazos. ¡Nunca les imitaremos bastante en esta devoción a la Santísima Virgen!" (San Josemaría)

 

Con ocasión del mes de mayo, hablamos sobre los orígenes de la devoción mariana en los primeros cristianos

 

“Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones" (Lc 1, 48)

Como han puesto en evidencia los estudios mariológicos recientes, la Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo. En los tres primeros siglos la veneración a María está incluida fundamentalmente dentro del culto a su Hijo.

Un Padre de la Iglesia resume el sentir de este primigenio culto mariano refiriéndose a María con estas palabras: «Los profetas te anunciaron y los apóstoles te celebraron con las más altas alabanzas». De estos primeros siglos sólo pueden recogerse testimonios indirectos del culto mariano. Entre ellos se encuentran algunos restos arqueológicos en las catacumbas, que demuestran el culto y la veneración, que los primeros cristianos tuvieron por María.

 

"Virgen con el Niño" Catacumba de Santa Priscila. Roma

 

Tal es el caso de las pinturas marianas de las catacumbas de Priscila: en una de ellas se muestra a la Virgen nimbada con el Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado; las otras dos representan la Anunciación y la Epifanía.

Todas ellas son de finales del siglo II. En las catacumbas de San Pedro y San Marceliano se admira también una pintura del siglo III/IV que representa a María en medio de S. Pedro y S. Pablo, con las manos extendidas y orando. Una magnífica muestra del culto mariano es la oración “Sub tuum praesidium” (Bajo tu amparo nos acogemos)  que se remonta al siglo III-IV, en la que se acude a la intercesión a María.

Los Padres del siglo IV alaban de muchas y diversas maneras a la Madre de Dios. San Epifanio, combatiendo el error de una secta de Arabia que tributaba culto de latría a María, después de rechazar tal culto, escribe: «¡Sea honrada María! !Sea adorado el Señor!».

La misma distinción se aprecia en San Ambrosio quien tras alabar a la « Madre de todas las vírgenes» es claro y rotundo, a la vez, cuando dice que «María es templo de Dios y no es el Dios del templo» , para poner en su justa medida el culto mariano, distinguiéndolo del profesado a Dios.

Hay constancia de que en tiempo del papa San Silvestre, en los Foros, donde se había levantado anteriormente un templo a Vesta, se construyó uno cuya advocación era Santa María de la Antigua. Igualmente el obispo Alejandro de Alejandría consagró una Iglesia en honor de la Madre de Dios. Se sabe, además, que en la iglesia de la Natividad en Palestina, que se remonta a la época de Constantino, junto al culto al Señor, se honraba a María recordando la milagrosa concepción de Cristo.

En la liturgia eucarística hay datos fidedignos mostrando que la mención venerativa de María en la plegaria eucarística se remonta al año 225 y que en las fiestas del Señor -Encarnación, Natividad, Epifanía, etc.- se honraba también a su Madre. Suele señalarse que hacia el año 380 se instituyó la primera festividad mariana, denominada indistintamente «Memoria de la Madre de Dios», «Fiesta de la Santísima Virgen», o «Fiesta de la gloriosa Madre».

 

El testimonio de los Padres de la Iglesia

El primer Padre de la Iglesia que escribe sobre María es San Ignacio de Antioquía (+ c. 110), quien contra los docetas, defiende la realidad humana de Cristo al afirmar que pertenece a la estirpe de David, por nacer verdaderamente de María Virgen.

 

virgen maria

 

Fue concebido y engendrado por Santa María; esta concepción fue virginal, y esta virginidad pertenecea uno de esos misterios ocultos en el silencio de Dios.

En San Justino (+ c. 167) la reflexión mariana aparece remitida a Gen 3, 15 y ligada al paralelismo antitético de Eva-María.

En el Diálogo con Trifón, Justino insiste en la verdad de la naturaleza humana de Cristo y, en consecuencia, en la realidad de la maternidad de Santa María sobre Jesús y, al igual que San Ignacio de Antioquía, recalca la verdad de la concepción virginal, e incorpora el paralelismo Eva-María a su argumentación teológica.

Se trata de un paralelismo que servirá de hilo conductor a la más rica y  constante teología mariana de los Padres.

San Ireneo de Lyon (+ c. 202), en un ambiente polémico contra los gnósticos y docetas, insiste en la realidad corporal de Cristo, y en la verdad de su generación en las entrañas de María. Hace, además, de la maternidad divina una de las bases de su cristología: es la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios en el seno de María la que hace posible que la muerte redentora de Jesús alcance a todo el género humano. Destaca también el papel maternal de Santa María en su relación con el nuevo Adán, y en su cooperación con el Redentor.

En el Norte de África Tertuliano (+ c. 222), en su controversia con el gnóstico Marción), afirma que María es Madre de Cristo porque ha sido engendrado en su seno virginal.

En el siglo III se comienza a utilizar el título Theotókos (Madre de Dios). Orígenes (+ c. 254) es el primer testigo conocido de este título. En forma de súplica aparece por primera vez en la oración Sub tuum praesidium. que –como hemos dicho anteriormente- es la plegaria mariana más antigua conocida. Ya en el siglo IV el mismo título se utiliza en la profesión de fe de Alejandro de Alejandría contra Arrio.

A partir de aquí cobra universalidad y son muchos los Santos Padres que se detienen a explicar la dimensión teológica de esta verdad -San Efrén, San Atanasio, San Basilio, San Gregorio de Nacianzo, San Gregorio de Nisa, San Ambrosio, San Agustín, Proclo de Constantinopla, etc.-, hasta el punto de que el título de Madre de Dios se convierte en el más usado a la hora de hablar de Santa María.

La verdad de la maternidad divina quedó definida como dogma de fe en el Concilio de Efeso del año 431.

 

 
“¿Y después de la muerte del Salvador? María es la Reina de los Apóstoles; se encuentra en el Cenáculo y les acompaña en la recepción de Aquél queCristo había prometido, del Paráclito; les anima en sus dudas, les ayuda a vencer los obstáculos que la flaqueza humana pone en su camino: es guía, luz y aliento de aquellos primeros cristianos”.(San Josemaría Escrivá)

 

Las prerrogativas o Privilegios Marianos

La descripción de los comienzos de la devoción mariana quedaría incompleta si no se mencionase un tercer elemento básico en su elaboración: la firme convicción de la excepcionalidad de la persona de Santa María -excepcionalidad que forma parte de su misterio- y que se sintetiza en la afirmación de su total santidad, de lo que se conoce con el calificativo de "privilegios" marianos.

Se trata de unos "privilegios" que encuentran su razón en la relación maternal de Santa María con Cristo y con el misterio de la salvación, pero que están realmente en Ella dotándola sobreabundantemente de las gracias convenientes para desempeñar su misión única y universal.

Estos privilegios o prerrogativas marianas no se entienden como algo accidental o superfluo, sino como algo necesario para mantener la integridad de la fe.

San Ignacio, San Justino y Tertuliano hablan de la virginidad. También lo hace San Ireneo. En Egipto, Orígenes defiende la perpetua virginidad de María, y considera a la Madre del Mesías como modelo y auxiliode los cristianos.

En el siglo IV, se acuña el término aeiparthenos —siempre virgen—, que S. Epifanio lo introduce en su símbolo de fe y posteriormente el II Concilio Ecuménico de Constantinopla lo recogió en su declaración dogmática.

 

Virgen

 

Junto a esta afirmación de la virginidad de Santa María, que se va haciendo cada vez más frecuente y universal, va destacándose con el paso del tiempo la afirmación de la total santidad de la Virgen. Rechazada siempre la existencia, de pecado en la Virgen, se aceptó primero que pudieron existir en Ella algunas imperfecciones.

Así aparece en San Ireneo, Tertuliano, Orígenes, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Efrén, San Cirilo de Alejandría, mientras que San Ambrosio y San Agustín rechazan que se diesen imperfecciones en la Virgen.

Después de la definición dogmática de la maternidad divina en el Concilio de Efeso (431), la prerrogativa de santidad plena se va consolidando y se generaliza el título de "toda santa" –panaguía-. En el Akathistos se canta "el Señor te hizo toda santa y gloriosa" (canto 23).

A partir del siglo VI, y en conexión con el desarrollo de la afirmación de la maternidad divina y de la total santidad de Santa María, se aprecia también un evidente desarrollo de la afirmación de las prerrogativas marianas.

Así sucede concretamente en temas relativos a la Dormición, a la Asunción de la Virgen, a la total ausencia de pecado (incluido el pecado original) en Ella, o a su cometido de Mediadora y Reina. Debemos citar especialmente a S. Modesto de Jerusalén, a S. Andrés de Creta, a S. Germán de Constantinopla y a S. Juan Damasceno como a los Padres de estos últimos siglos del periodo patrístico que más profundizaron en las prerrogativas marianas.

Fuente: www.primeroscristianos.com

 

 

ver en Wikipedia

 

Asegura Benedicto XVI al presentar la figura de san Isidoro de Sevilla

"Amar al prójimo en la acción como se debe amar a Dios con la contemplación"

San Isidoro de Sevilla (560-636), fue arzobispo de dicha ciudad, sucediendo a su hermano San Leandro. Luchó contra la herejía arriana, todavía muy extendida entre los visigodos. Escritor insigne, convocó y presidió numerosos concilios, contribuyendo decisivamente alflorecimiento de la vida religiosa en España.Fue definido por el Concilio de Toledo en el año 653 como "Gloria de la Iglesia Católica".

CIUDAD DEL VATICANO

El Papa Benedicto XVI dedicó la catequesis de la Audiencia General del miércoles 18 junio 2008 a San Isidoro de Sevilla, doctor de la Iglesia, y a la luz de sus enseñanzas, señaló que "como se debe amar a Dios con la contemplación, se debe amar al prójimo con la acción".

Con su "realismo de pastor verdadero" Isidoro de Sevilla propone una síntesis entre la vida contemplativa y activa inspirada en el ejemplo de Cristo, que "durante el día ofrecía signos y hacía milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pernoctaba en oración", indicó el Papa en la Plaza de San Pedro antes unas once mil personas.

"Creo que esta síntesis de una vida que busca la contemplación y el diálogo con Dios en la oración y la lectura de la Sagrada Escritura y la acción al servicio de la comunidad, del prójimo, es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio", indicó.

Vida

San Isidoro de Sevllia (560-636), fue definido por el Concilio de Toledo en el año 653 como "Gloria de la Iglesia Católica".

Isidoro, amigo del Papa Gregorio Magno, era el hermano menor de San Leandro, Obispo de Sevilla, al que sucedió en esa sede episcopal, explicó el Papa, recordando que en aquella época "los visigodos, bárbaros y arrianos, invadiendo la península ibérica se habían apropiado de los territorios pertenecientes al Imperio romano" que "era necesario conquistar al catolicismo".

 

San Isidoro

 

Bajo la guía de su hermano, el Santo se educó en la disciplina y el estudio. Su casa contaba con una nutrida biblioteca repleta de textos clásicos, paganos y cristianos. Por eso, sus obras "abarcan un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un profundo conocimiento de la cultura cristiana".

"En su vida personal Isidoro experimentó un conflicto interior permanente entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la Palabra de Dios y las exigencias de la caridad hacia los hermanos, de cuya salvación se sentía encargado como obispo", agregó.

En su juventud conoció el exilio, "poseía un gran entusiasmo apostólico y experimentaba la emoción de contribuir a la formación de un pueblo que reencontraba por fin su unidad, tanto en ámbito político como religioso, con la conversión providencial del arrianismo al catolicismo del príncipe heredero, Hermenegildo".

"No hay que minusvalorar -aclaró Benedicto XVI- la enorme dificultad de hacer frente de forma adecuada a problemas muy graves, como las relaciones con los herejes y con los judíos. Toda una serie de problemas que resultan también hoy muy concretos, si pensamos en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica en el siglo VI".

En San Isidoro hay que admirar "su preocupación por no dejar de lado nada de lo que la experiencia humana produjo en la historia de su patria y del mundo. No hubiera querido perder nada de lo que el ser humano aprendió en la antigüedad, pagano, hebreo o cristiano que fuera".

Por otra parte, el santo "percibe la complejidad en la discusión de los problemas teológicos y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa".

 

 

"Papa Francisco. El sucesor"

Entrevistamos a Javier Martínez-Brocal, corresponsal en Roma para ABC y La Sexta, que acaba de publicar en la editorial Planeta el libro: "Papa Francisco. El sucesor" mis recuerdos de Benedicto XVI.

 

Un relato en primera persona de un escenario vaticano insólito: la convivencia, durante casi una década, de dos papas, Benedicto XVI y Francisco. En "El sucesor"; se cuenta con naturalidad, y por primera vez, cómo fueron esos tiempos, sin esquivar las polémicas y dificultades que los marcaron.

«Benedicto y yo mantuvimos una relación muy profunda y quiero que se sepa, quiero que se conozca sin intermediarios. Él fue un hombre que tuvo el coraje de renunciar y, a partir de entonces, siguió acompañando a la Iglesia y a su sucesor», papa Francisco.

papa Francisco y Benedicto XVI

 

¿Cómo surge la iniciativa de escribir este libro-entrevista?

- Creo que era necesario que el Papa hablara de un tema delicado como su relación con Benedicto XVI. Era un tema del que había hablado muy marginalmente y creo que era necesario que él lo afrontase. Así que se lo propuse y aceptó. Estaba interesado en dar su propia versión y que no se hablara de la versión de otros.

 

¿Cuál es tu objetivo con este texto?

- Es una entrevista y, si el entrevistado es el Papa, es difícil ir con un objetivo. Entonces, lo que yo quiero con el libro es conocer de primera mano cómo era la relación entre los dos Papas. Esto va a ayudar a hablar de cuestiones que son muy difíciles: ¿Qué significa  la continuidad en el magisterio papal? ¿Qué significa ser Papa? ¿Cuáles son las nuevas posibilidades que ha abierto la existencia de un Papa emérito?

Y al final, uno va para ver cómo era su relación con Benedicto XVI y sale con muchas más cosas: la presión sobre Benedicto XVI para que apretara a Francisco, el error generalizado de considerar que Benedicto XVI era indigno del pontificado cuando dijo que dejaba de ser Papa de un modo muy pacífico. Había muchas personas que pensaban que de alguna forma seguía ejerciendo el pontificado.

 

benediccto XVI

Con Javier Martínez-Brocal

 

¿En qué se parecen y en qué tienen formas distintas de actuar?

- Primero que no es un problema que sean diferentes porque lo importante no es que sean iguales sino que hablen del Evangelio. Cada época tiene una sensibilidad distinta y, por tanto, necesita alguien distinto. No se trata de que sean iguales sino de que tengan la misma misión.

Entonces, tienen muchos elementos en común y tienen muchas diferencias pero no es lo importante. Cada uno, a su modo, consigue hablar de Dios a la gente del tiempo que le ha tocado. Benedicto lo hizo de un modo magistral, y Francisco, también. Benedicto XVI era el intelectual más importante del siglo XX, y si no, de los más importantes. Y tenía la capacidad de razonar la fe haciendo saber que son complementarias.

Y al mismo tiempo, el Papa Francisco tiene una empatía fuera de lo normal. En un momento en el que hay mucha soledad y hace falta cariño, pues llega un Papa que se da cuenta de dónde está el sufrimiento, entra en las heridas, se mete en el barro para ayudar a las personas…

 

¿Qué nos dices de nuestro paralelismo con los primeros cristianos?

- Al Papa una vez le preguntaron para que dijera algo a unos jóvenes: “Que vivan la fe con entusiasmo”. Me quedo con la palabra entusiasmo, que significa estar lleno de Dios y manifestarlo con alegría.

Yo creo que los primeros cristianos conseguían eso: manifestar esa alegría. Creo que el Papa nos está enseñando a vivir la fe con entusiasmo. A veces, la gente percibe que la fe supone estar muy serios, muy solemnes… Y si efectivamente toca, pues así será pero sabiendo que la fe nos hace muy humanos. Vivir la humanidad de la fe.

 

by primeroscristianos

Alex López Blanco, Rafa Peña y Juan Bareiro

 

 

Su fiesta se celebra el 25 de abril

San Marcos era pariente de Bernabé. Con él acompañó a San Pablo en su primer viaje apostólico, y estuvo a su lado posteriormente en Roma. En Roma pasó también mucho tiempo junto a San Pedro. En su evangelio expuso con fidelidad, inspirado por el Espíritu Santo, la doctrina del Príncipe de los Apóstoles. La Iglesia de Alejandría reconoce a San Marcos  como su evangelizador y primer obispo. Desde Alejandría fueron trasladadas sus reliquias a Venecia, donde se le venera como Patrono.

En los escritos del Nuevo Testamento aparece un personaje, importante en la Iglesia apostólica, que unas veces es llamado Juan, otras Juan Marcos y otras Marcos solamente. Por la simple lectura del Evangelio se ve que se trata de la misma persona.

Nada tiene de extraño que un judío usase dos nombres: uno hebreo Juan y otro latino helenizado Juan Marcos, máxime si procedía de provincias del Imperio romano. En San Marcos, como en San Pablo, el nombre romano terminó por imponerse sobre el hebreo.

 

Vida

San Marcos era hijo de María, viuda al parecer, de alta posición, en cuya casa se reunía la primitiva iglesia de Jerusalén. Una antigua tradición nos atestigua que es la misma casa en la que el Señor celebró la Última Cena e instituyó la Eucaristía, y que el hombre que llevaba el cántaro era el propio Marcos, detalle conservado por el evangelista y usado también por San Lucas.

 

San Marcos

 

También parece que “el muchacho que seguía (al grupo del prendimiento) cubierto con una sábana” era el propio Marcos que guarda este dato como íntimo recuerdo personal. De ser así, Getsemaní debió pertenecer al patrimonio de la familia.

Era primo de Bernabé, una de las grandes figuras de la primitiva Iglesia y, al ser Bernabé levita y de Chipre, es natural que Marcos perteneciese a la colonia chipriota de Jerusalén y que fuese levita, como su primo. Así lo cree el Prólogo de Prisciliano.

La actividad evangélica de San Marcos la inicia con Bernabé y Pablo, quienes cumplido su ministerio de llevar subsidios a la iglesia de Jerusalén, se volvieron a Antioquía llevándose consigo a Marcos.

Enviados de nuevo Bernabé y Saulo a la misión, para la que les había llamado el Espíritu Santo, embarcaron rumbo a Chipre donde predicaron en las sinagogas, teniendo a Marcos como auxiliar o diácono y una vez evangelizada la isla, al zarpar Pablo y los que con él estaban de Pafos a Perge de Pamfilia, Marcos se separó de ellos y se volvió a Jerusalén.

 

San Marcos

 

Cuando más tarde Pablo y Bernabé visitaron las comunidades evangelizadas, Bernabé quiso llevar consigo a Marcos pero Pablo se opuso, pues no olvidaba que no les había acompañado a Pamfilia. Como la divergencia de criterios fue irreductible, ambos se separaron en la tarea misional y “Bernabé tomando consigo a Marcos se embarcó para Chipre”. Los acontecimientos posteriores indican una plena reconciliación de San Pablo con Marcos.

Unos diez años más tarde encontramos a Marcos en Roma como intérprete de San Pedro y, un poco después, como escritor de su evangelio, según lo presenta la tradición. Su relación debía de ser muy antigua. Sabemos que liberado Pedro por el ángel, se dirigió a la casa de María, la madre de Marcos, donde era muy familiar.

Tal testimonio, junto con los datos de la tradición, hace suponer que Marcos se hallaba en Roma como intérprete de Pedro antes de que llegara San Pablo, con el que, olvidadas las diferencias de la primera separación, ahora le sirve como auxiliar, de consuelo y de gran utilidad para el ministerio. En Roma, hacia el año 60, debió de escribir el Evangelio conocido en la tradición como Evangelio según San Marcos.

Consta que tuvo que visitar la Iglesia de Colosas y que San Pablo le recomendó a los colosenses: “hacedle buena acogida”. No sabemos si realizó tal visita; pero sí que estaba en Oriente y por aquellas tierras, pues Timoteo al parecer en Éfeso, recibe este encargo de San Pablo: “procura venir pronto… y a Marcos, tráele, que me va a ser útil para el ministerio”.

 

Alejandría y Venecia

Probablemente murió en el año 68 d.C., de muerte natural, según una relación, y según otra, como mártir, en Alejandría de Egipto. Los Hechos de San Marcos, un escrito de mitad del siglo IV, refieren que San Marcos fue arrastrado por las calles de Alejandría, atado con cuerdas al cuello.

 

San Marcos Venecia

 

Después lo llevaron a la cárcel y al día siguiente le volvieron a aplicar el mismo martirio hasta que falleció. Luego echaron su cuerpo a las llamas, pero los fieles lograron sacarlo y evitar su destrucción.

De Alejandría fueron trasladadas sus reliquias a Venecia el año 825, cuya República lo adoptó como celestial patrono, erigiendo en su honor la maravillosa Basílica de San Marcos, y tomando el símbolo del evangelista (el león alado con el libro del Evangelio) como su escudo, que esculpió en todos sus monumentos y posesiones.

 

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SAN MARCOS

 

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