"El perdón de los pecados no es fruto de nuestro esfuerzo personal, sino un regalo"
El Papa centró su catequesis en la confesión. Francisco pidió a los católicos que se acerquen a este sacramento.
Francisco describió la confesión como un don que cura el corazón y el pensamiento. Añadió que a veces la pereza, vergüenza o la pérdida del sentido del pecado hacen que se olvide suimportancia.
Resumen de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está centrada en el sacramento de la Reconciliación. Este sacramento brota directamente del Misterio Pascual. Jesús Resucitado se apareció a sus apóstoles y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo, a quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados». Así pues, el perdón de los pecados no es fruto de nuestro esfuerzo personal, sino un regalo, don del Espíritu Santo que nos purifica con la misericordia y la gracia del Padre.
La Confesión, que se realiza de forma personal y privada, no debe hacernos olvidar su carácter eclesial. En la comunidad cristiana es donde se hace presente el Espíritu Santo, que renueva los corazones en el amor de Dios y une a todos los hermanos en un solo corazón, en Jesucristo. Por eso, no basta pedir perdón al Señor interiormente; es necesario confesar con humildad los propios pecados ante el sacerdote, que es nuestro hermano, representa a Dios y a la Iglesia.
El ministerio de la Reconciliación es un auténtico tesoro, que en ocasiones corremos el peligro de olvidar, por pereza o por vergüenza, pero sobre todo por haber perdido el sentido del pecado, que en el fondo es la pérdida del sentido de Dios. En cambio, cuando nos dejamos reconciliar por Jesús, encontramos la paz verdadera.
Es la evidencia de las peregrinaciones a Tierra Santa hace 1.500 años
Uno de los barcos es un dibujo lineal, aún se puede discernir que su proa es ligeramente puntiaguda, y que hay remos a ambos lados del barco. Puede ser una representación aérea o que el artista intentaba un dibujo tridimensional.
Una iglesia bizantina con dibujos de barcos de peregrinos cristianos acaba de ser descubierta en Rahat, en el norte del Néguev (Israel). El hallazgo se produjo durante unas obras de ampliación de la ciudad para añadir un nuevo barrio beduino.
Los arqueólogos de Israel han estado realizando excavaciones en el lugar durante varios años, este último gran descubrimiento será presentado el martes 6 de junio. «Son peregrinos cristianos que llegaban en barco al puerto de Gaza«, señalan los directores de la excavación, Oren Shmueli, Elena Kogan-Zehavi y Noé David Michael.
«El sitio excavado relata la historia de este asentamiento en el norte del Néguev, entre finales del período bizantino y comienzos del período islámico temprano. Los peregrinos visitaban la iglesia y dejaban su marca personal en la forma de dibujos de barcos en sus paredes. El barco es un antiguo símbolo cristiano, pero, en este caso, aparentemente, se trata de una representación gráfica de barcos reales en los cuales los peregrinos viajaban a Tierra Santa», comentan los historiadores.
Primera parada tras desembarcar
De hecho, el lugar de la antigua iglesia bizantina se encuentra junto a una antigua ruta romana que conducía desde el puerto mediterráneo de Gaza hasta Beer Sheva, la principal ciudad del Néguev. «Los peregrinos comenzaban su peregrinación siguiendo las rutas romanas que conducían a sitios sagrados para la cristiandad, como Jerusalén, Belén, y monasterios en las colinas del Néguev y del Sinaí».
«Resulta razonable que su primera parada tras desembarcar en el puerto de Gaza fuera esta iglesia descubierta en nuestras excavaciones al sur de Rahat. Este lugar solo se encuentra a medio día a pie del puerto», afirman los especialistas.
Según la profesora Deborah Cvikel, «uno de los barcos está representado como un dibujo lineal, y aún se puede discernir que su proa es ligeramente puntiaguda, y que hay remos a ambos lados del barco. Puede ser una representación aérea o que el artista intentaba un dibujo tridimensional. Además, las líneas inferiores retratan el camino recorrido por los remos a través del agua. Los barcos o cruces dejados por los peregrinos cristianos también se encuentran en la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén».
Otro de los dibujos representa lo que aparenta ser un barco con dos mástiles. El mástil principal no tiene vela, pero parece mostrar una pequeña bandera en su parte superior. El palo de proa está ligeramente inclinado hacia la proa y lleva una vela conocida como artemón. La minuciosidad de los detalles indica la familiaridad del artista con la vida marítima.
Resulta razonable que su primera parada tras desembarcar en el puerto de Gaza fuera esta iglesia descubierta en las excavaciones al sur de Rahat.
El arqueólogo jefe, Eli Escusido, comentó que «este hallazgo sorprendente de dibujos de barcos en una iglesia bizantina nos abre una ventana al mundo de los peregrinos cristianos que visitaron la Tierra Santa hace 1.500 años, y proporciona una evidencia de primera mano sobre los barcos en los que viajaban y el mundo marítimo de esa época».
La basílica de san Juan de Letrán han sobrevivido a saqueos, bombardeos, la caída de un imperio y dos guerras mundiales
Corría el año 324 cuando se celebró la primera gran celebración en la basílica romana de san Juan de Letrán, su consagración por el Papa Silvestre. De las cuatro basílicas mayores de Roma, esta es la de mayor rango y tiene el título honorífico de Omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput (madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y de toda la tierra), por ser la catedral de la diócesis de Roma y sede del primado de todos los obispos del mundo, el Papa.
En el siglo III, los terrenos donde hoy está construido el templo, el claustro y el palacio anejo fueron donados por Constantino a Melquiades. Según cuenta la tradición, Cristo se apareció al emperador en sueños y le hizo vencer la batalla de Puente Milvio contra Majencio en el 312. En agradecimiento, cedió la parcela donde había estado la residencia de los Lateranos, una noble familia romana que cayó en desgracia en tiempos de Nerón.
Anexa a la basílica hay un claustro con jardines y arquerías, un baptisterio de planta octogonal, como los de los primeros cristianos, y un palacio que se remonta también a la época imperial. Todo el complejo goza del derecho de extraterritorialidad y está bajo la plena jurisdicción de la Santa Sede.
El palacio lateranense fue residencia oficial de los pontífices hasta Benedicto XI (1303-1304). Actualmente, alberga el Museo Histórico del Estado Pontificio, las oficinas del decanato de Roma y el apartamento del vicario general de la diócesis romana.
Parte del conjunto arquitectónico se conservan también los restos de un segundo palacio medieval, que alberga la Escalera Santa, los veintiocho peldaños que Cristo subió el Viernes Santo y que santa Elena se trajo de Jerusalén; y la capilla papal del Sancta Sanctorum. Frente a la fachada de San Juan de Letrán, se encuentra el obelisco más grande de todos los que se elevan en la Ciudad Eterna.
Aunque su origen se retrotrae 1.700 años, la basílica que hoy visitan miles de peregrinos es de estilo barroco, obra de una transformación acometida por Francesco Borromini en el siglo XVII. No obstante, los mosaicos del interior, concretamente los del ábside, el ciborio gótico y el pavimento, son de estilo cosmatesco. Este nombre le es dado por el apellido Cosmati, uno de los primeros artesanos que utilizaba el mármol de las antiguas ruinas romanas y los colocaban haciendo formas geométricas.
La fachada está coronada por las estatuas de Cristo en el centro, con los santos juanes, y los apóstoles rodeándole. La portada de la basílica, donde se puede leer la inscripción Christo Salvatori, fue complemente renovada en el siglo XVIII siguiendo el estilo de San Pedro del Vaticano, donde se mudaron los Papas tras volver de Aviñón.
En la nave central, destacan las monumentales esculturas de los doce apóstoles. Bajo el baldaquino y el altar mayor está enterrado el Papa Martín V. Fue durante su pontificado cuando se abrió por primera vez la puerta santa de la basílica.
Según dice la tradición, en el altar mayor de la basílica está colocada la misma losa sobre la que san Pedro y los primeros Papas celebraban misa. Sobre él, en el interior del baldaquino, se conserva un relicario con las cabezas de san Pedro y san Pablo.
Todavía hoy ciertas celebraciones tienen lugar en san Juan de Letrán, y que son presididas por el Papa. Por ejemplo, el Corpus Christi o la misa de la Última Cena cada Jueves Santo.
San Juan de Letrán fue escenario de una tragedia la noche del 27 de julio de 1993, cuando un coche bomba colocado por la mafia italiana explotó en la plaza de la basílica. No hubo víctimas mortales, pero sí 22 heridos. La Ciudad Eterna quedó conmocionada con la violencia contra la Iglesia y el Vaticano. Un ataque así no se producía desde el atentado contra la vida de Juan Pablo II en 1981.
¿Sabes quién era San Bernabé? - Su fiesta se celebra el 11 de junio
José, más tarde llamado Bernabé, entró en la historia de la salvación con un arranque de generosidad, vendiendo un campo que poseía y poniendo el dinero de la venta a disposición de los apóstoles. Había nacido en Chipre, y pertenecía a una familia levítica. Tenía una hermana o pariente próxima en Jerusalén, llamada María, que fue precisamente la madre de San Marcos.
Los apóstoles impusieron al levita José el sobrenombre Bernabé, que significa “hijo de consolación”. Su espíritu conciliador y su simpatía de “hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Act 11, 24) inspiraron ese sobrenombre.
Algunos autores, como Clemente Alejandrino y Eusebio de Cesarea, suponen que San Bernabé fue uno de los 72 discípulos de los que habla el Evangelio. En cualquier caso, Bernabé aparece en la Iglesia primitiva como una figura relevante que, sin pertenecer al grupo de los Doce, merece, al lado de San Pablo, el título de Apóstol.
Su vocación al apostolado fue anterior al episodio de la imposición de manos en Antioquía, antes de partir para la misión de Chipre; Bernabé había venido de la Iglesia de Jerusalén, donde ya era una personalidad destacada. Toda su actuación lleva la impronta de la dignidad apostólica.
Fue Bernabé quien tomó consigo a San Pablo, lo condujo a los apóstoles y les refirió cómo en el camino había visto al Señor, y cómo en Damasco había predicado intrépidamente en el nombre de Jesús. Bernabé buscó a Pablo en Tarso para trabajar juntos durante todo un año en la organización de la comunidad de Antioquía, a la que comenzaban a afluir los griegos o gentiles, y en la que los discípulos empezaron a llamarse “cristianos”.
Ambos apóstoles subieron a Jerusalén para llevar socorros a los hermanos de la Iglesia madre, víctimas del hambre, regresando a Antioquía, “cumplido su ministerio”, trayendo consigo a Juan Marcos. Bernabé había de hacer de guía, por expresa intervención del Espíritu Santo, en una celebración litúrgica, para que el Apóstol de las gentes comenzara la misión que Cristo le había confiado,y que tenía por primer objetivo la isla de Chipre.
Los misioneros comenzaron a predicar en Salamina. Les acompañaba como auxiliar Juan Marcos, sobrino o primo de Bernabé. Comenzaron a predicar en las sinagogas, llevando Bernabé la dirección.
Pero ya en Pafos, Saulo tomó la iniciativa y la palabra, y castigó con la ceguera al mago Barjesús.
Terminada la misión en Chipre, los apóstoles navegaron hasta Perge de Panfilia, donde Marcos los abandonó, regresando a Jerusalén. Después de evangelizar también Derbe, regresaron a Antioquía de Siria, recorriendo en sentido inverso las regiones y ciudades evangelizadas.
Siguieron después unidos para hacer frente a los judaizantes, que querían imponer a los paganos convertidos la ley mosaica, en Antioquía y en el concilio de Jerusalén, permaneciendo luego en Antioquía “enseñando y anunciando con otros muchos la palabra de Dios”.
Pero cuando Pablo propuso a Bernabé volver a visitar las comunidades establecidas en la primera misión, surgió entre ambos apóstoles una disensión, seguramente providencial, que señala el término del ministerio apostólico de Bernabé conocido con seguridad.
“Quería Bernabé llevar consigo también a Juan, llamado Marcos. Pablo, en cambio, no juzgaba conveniente llevar consigo a quien se había separado de ellos desde Panfilia y no les había acompañado en la empresa. La disensión llegó al extremo de separarse el uno del otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó hacia Chipre” (Act. 15, 36-39).
Aunque ignoramos el resultado de esta segunda misión, parece que Bernabé colaboró con Pablo también en Corinto.
Según los Hechos y martirio de San Bernabé apóstol, obra de Juan Marcos y compuestos en Chipre en el siglo V, Bernabé coronó su segunda misión en Chipre, siendo pronto lapidado y quemado vivo por los judíos en Salamina, hacia el año 63. Su cuerpo fue hallado en el 458 d.C., llevando en el pecho el evangelio de San Mateo, que, junto con las piedras de la lapidación, constituyen los atributos de su iconografía.
Bernabé acompañó a San Pablo en sus viajes, y fue uno de los pilares de la Iglesia
Los Hechos de los apóstoles presentan al apóstol evangelizador y líder de la iglesia Bernabé como un modelo de integridad y carácter.
Bernabé es caracterizado por el libro sagrado como un hombre bueno (Hechos 11:24), profeta y maestro (13: 1), apóstol (14:14) y uno a través del cual Dios obró milagros (15:12), en definitiva el libro de los Hechos lo llena de elogios. Además, Hechos relata las veces que enfrentó la persecución (13:45; 14:19) y arriesgó su vida por el nombre del Señor Jesucristo (15:26).
Fue también de los primeros en creer que Saulo realmente se había convertido (9:27), vio el potencial de su pariente Juan Marcos (12:25) y los defendió a ambos en diferentes momentos (11: 25-26; 15: 36-41). En 1 Corintios 9: 6 afirma su carácter al señalar que trabajó para sostenerse. Los apóstoles lo apodaron Bernabé, Hijo de ánimo (4:36), ¡y parece que se lo ganó!
Sin embargo, a pesar de las muchas veces que Bernabé aparece en el texto bíblico, carece de la atención académica que se le otorga a su evangelista y colega escritor, Pablo.
Según algunas tradiciones que no están registradas en la Biblia, Gamaliel enseñó a Bernabé y se convirtió en un seguidor de Jesús. Entre sus primeros conversos fueron María, su parienta y madre de Juan Marcos. El apóstol acompañó a Jesús durante sus viajes por Galilea y Jesús lo eligió como uno de los Setenta y dos Apóstoles.
La Biblia permanece en silencio sobre las descripciones físicas. Sin embargo, las pistas proporcionan límites a la imaginación. En un viaje misionero con Pablo a Listra, ocurre un milagro —¡un hombre cojo camina!- y la gente asombrada llama a Bernabé Zeus y Pablo Hermes, porque Pablo era el principal orador (Hechos 14: 11-13).
Los bustos de Zeus, el gobernante supremo del Monte Olimpo, representan a un hombre de mediana edad, pero físicamente poderoso y musculoso, que es a la vez regio y autoritario. Quizás eso describa al acompañante de San Pablo.
Hechos presenta a Bernabé como José, un levita de Chipre, con una historia sobre el dinero y las ofrendas (Hechos 4: 36-37). En esta primera mención, Lucas, considerado tradicionalmente como el escritor tanto del Evangelio de Lucas como de Hechos, relata su generosidad: Bernabé vende un campo y coloca el dinero a los pies de los apóstoles. Este gesto público y su humildad contrastan fuertemente con el ejemplo posterior de Lucas con respecto al dinero: la actitud intrigante, mentirosa y obsesiva de Ananías y Safira (5: 1-11).
En cambio, el gesto de Bernabé brilla con espontaneidad y alegría. El apóstol da el regalo sin estipulaciones y para uso de la comunidad.
Evidentemente, la venta del campo y la donación de sus ganancias colocaron a Bernabé en una posición de liderazgo inmediata, a pesar de que no es parte de los Doce discípulos originales ni miembro de los Siete, los diáconos (Hechos 6: 1–2, 5).
Sin embargo, su único acto de generosidad sin duda le valió el favor y la reputación de toda la vida en la comunidad. A través de su acción, reconoce la autoridad de los apóstoles y se somete a ella.
“María guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). El Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pues aunque la generación de Jesús, se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto como la de todos los hombres.
Sábado de la 3ª semana de Pentecostés
1. La maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo, y como la educación es una prolongación de la procreación, indudablemente que el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad.
Ella es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano. Si en Jesús reside la plenitud de la divinidad, parece que no tenía necesidad de educadores. Pero el Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15).
Y como todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (Lc 2,40), requirió la acción educativa de sus padres. El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Luego Jesús estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José.
Causa de nuestra alegría
2. Los dones especiales de que María estaba dotada, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador.
Al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social. María, junto con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la alianza con el rezo de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada en el éxodo. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. La obra educativa de María fue muy eficaz y profunda, pues encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil.
La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. El hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de Maríauna orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir y ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión.
María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación profunda y eficaz de los hijos. Su experiencia educadora es un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).
3. Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo la voluntad del Padre. De «maestra» de su Hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella.
Jesús empleó los años más floridos de su vida, educando a su Madre en la fe. Tres años de vida itinerante y treinta años de vida de familia. La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue la única que dio el ciento por uno de cosecha. “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! -Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican” (Lc 11,27).
4. Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. “Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti” (Sum Theol 3ª q 5 a.1). Cuando se venera un órgano del cuerpo el culto se dirige a la persona, pues sólo ella es capaz de recibirlo. En la devoción al Corazón de Maria el homenaje va dirigido, pues, a la persona de la Virgen, significada en el Corazón.
Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o virtud; pues, aunque el honor es uno, puede ser diferenciado. Así la Virgen es venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción, con cultos distintos, porque los motivos son distintos. Por tanto, el culto a su Corazón Inmaculado es distinto, por el motivo, que es su amor.
Un amor siempre presente
5. Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura; su amor ardentísimo a Dios y a su Hijo Jesús y su amor maternal a los hombres redimidos por su sangre divina. Al honrar al Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, pues él fué templo de la Trinidad, remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y de gozo.
6. En cada época histórica ha predominado una devoción. En el siglo I, la Theotokos, la Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio. En el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo comenzó a extenderse la devoción al Inmaculado Corazón de María, que ya antes había tenido sus adalides, como San Bernardino de Sena y San Juan de Ávila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes.
Gran apóstol del Inmaculado Corazón de María fue San Antonio María Claret, que fundó la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María. Pero es en el siglo XX, cuando alcanza su cenit con dos hechos trascendentales: las apariciones de la Virgen en Fátima y la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, hecha por Pío XII el año 1942. En Fátima la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para asegurar la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo.
La santa Jacinta Marto, le dijo a Lucía: “Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de Maria”. También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de la consagración de varias diócesis en el mundo realizada por sus respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia. De este modo la devoción al Inmaculado Corazón de María se vió eficacísimamente confirmada y afianzada.
Y después Pablo VI y, sobre todo Juan Pablo II, que se declara milagro de María: Santo Padre, le dijeron en Brasil: Agradecemos a Dios, sus trece años de pontificado. Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro.
El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia dirige la mirada al costado abierto de Cristo en la Cruz, expresión del amor infinito de Dios por los hombres y manantial del que brotan sus sacramentos.
La contemplación de esta escena ha alimentado la devoción de los cristianos desde los primeros siglos, pues ahí han encontrado una fuente continua de paz y seguridad en las dificultades.
La mística cristiana nos invita a abrirnos al Corazóndel Verbo Encarnado:
«Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y fundamentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad; y conocer también el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para que os llenéis por completo de toda la plenitud de Dios» Ef 3, 17-19.
La piedad popular del bajo medioevo desarrolló una veneración profunda y expresiva de la Humanidad Santísima de Cristo sufriente en la Cruz. Se difundió así el culto a la corona de espinas, los clavos, las llagas... y al Corazón abierto, síntesis de todos los padecimientos del Salvador por amor a nosotros.
Estas formas de piedad dejaron su impronta en la Iglesia, de modo que en el siglo XVII nació la celebración litúrgica de la solemnidad del Sagrado Corazón.
El 20 de octubre de 1672 un sacerdote normando, san Juan Eudes, celebró por vez primera una misa propia del Sagrado Corazón y, a partir de 1673, se fueron difundiendo por Europa las visiones de santa Margarita María Alacoque sobre la expansión de este culto. Finalmente, Pío IX extendió oficialmente a la Iglesia latina esta fiesta.
La liturgia del día desarrolla los dos pilares teológicos de la devoción: las riquezas insondables del misterio de amor desplegado en Cristo, y la contemplación reparadora de su corazón traspasado. Los recogen las dos oraciones colecta que el Misal Romano ofrece:
«al celebrar la solemnidad del Corazón de tu Hijo unigénito, recordamos los beneficios de su amor para con nosotros; concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia»; «en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has depositado infinitos tesoros de caridad; te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación».
La consideración del abismo de ternura del Señor por las almas es también una invitación a conformar el propio corazón al suyo, a unir al afán reparador el deseo eficaz de acercar más almas a Él:
«Nos hemos asomado un poco al fuego del Amor de Dios; dejemos que su impulso mueva nuestras vidas, sintamos la ilusión de llevar el fuego divino de un extremo a otro del mundo, de darlo a conocer a quienes nos rodean: para que también ellos conozcan la paz de Cristo y, con ella, encuentren la felicidad» San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 170
Magisterio papal más reciente
Desde que el papa Pío XII publicó su encíclica Haurietis aquas, varios de sus sucesores han tratado del culto al sagrado corazón de Jesús. El papa Pablo VI, en su carta apostólica titulada Las innumerables riquezas de Cristo (6 de febrero de 1965), recomendaba esta devoción como un medio excelente de honrar al mismo Jesús, y hacía notar la relación íntima entre esta devoción y el misterio eucarístico:
"Deseamos especialmente que el corazón de Jesús sea honrado por una participación más intensa en el sacramento del altar, puesto que el mayor de sus dones es la eucaristía".
Pablo VI contaba esta devoción entre las fórmulas populares de piedad que el concilio Vaticano II quería promover, porque no podía por menos de alimentar una piedad auténtica hacia la persona de Cristo. Estaba, además, en armonía con la liturgia, porque precisamente en el corazón de Jesús tiene la liturgia su origen y su vida; desde ese corazón el sacrificio de expiación se elevó hacia el Padre eterno.
Juan Pablo II, en su primera encíclica, Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), que trata del misterio de la redención, tiene la siguiente expresión:
"La redención del mundo -este tremendo misterio de amor en el cual la creación se renueva- es en su raíz más profunda la plenitud de la justicia en un corazón humano, el corazón del Hijo primogénito, para que pueda ser justicia en el corazón de muchos seres humanos, predestinados desde la eternidad en el Hijo primogénito a ser hijos de Dios y llamados a la gracia y al amor".
En una audiencia general, el 20 de junio del mismo año, habló abundantemente de la devoción al sagrado corazón, cuya fiesta estaba a punto de celebrarse. "Hoy, anticipando la fiesta de ese día, junto con vosotros, deseo volver los ojos de nuestros corazones hacia el misterio de ese corazón. Me ha hablado desde mi juventud. Cada año vuelvo a este misterio en el ritmo litúrgico del tiempo de la Iglesia".
Es característico del papa Juan Pablo hablar del corazón de Cristo asociándolo con todo corazónhumano. Es un caso de "cor ad cor loquitur", "el corazón habla al corazón". El corazón es un símbolo que habla del hombre interior y espiritual. El corazón humano, iluminado por la gracia, está llamado a comprender las "insondables riquezas" del corazón de Cristo.
San Juan el apóstol, san Pablo y los místicos de todos los tiempos, han descubierto por sí mismos y han compartido con otros esas mismas riquezas espirituales. Pero Jesús atrae a todos hacia su corazón, se revela a ellos, les habla al corazón, vive en sus corazones por la fe y quiere ser rey de ellos no por el ejercicio de la fuerza, sino con suavidad y amor.
Por fin, en una nota litúrgica, el papa explica cómo esta fiesta incluye y resume el ciclo litúrgico:
"Así, al final de este ciclo fundamental de la Iglesia, la fiesta del sagrado corazón de Jesús se presenta discretamente. Todo el ciclo está incluido definitivamente en él: en el corazón del Hombre-Dios. De él irradia también cada año la vida entera de la Iglesia".
Ein Hanniya, el lugar de gran belleza y tesoro arqueológico donde Felipe bautizó al eunuco etíope
Los Hechos de los Apóstoles (8, 26-40) refieren que Felipe, impulsado por el Espíritu Santo, se dirigía hacia el sur de Jerusalén a Gaza cuando se encontró con un eunuco etíope, alto funcionario de la reina de Etiopía. El hombre iba leyendo al profeta Isaías. Felipe le preguntó: “¿Comprendes lo que estás leyendo?”. Y respondió el eunuco: “¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?”.
Una respuesta tradicionalmente utilizada en la apologética católica para poner de manifiesto ante los protestantes que el principio luterano de la Sola Scriptura no puede explicar por sí solo la Revelación, que precisa también de la fuente de la Tradición y de la explicitación del Magisterio.
El caso es que Felipe aportó al eunuco la luz que le faltaba y le anunció la Buena Nueva. El eunuco creyó y, al pasar por un lugar donde había agua, pidió el bautismo, que recibió enseguida.
Por su importancia para la expansión del cristianismo en Etiopía, “los estudiosos intentaron durante generaciones identificar ese lugar, que se convirtió en motivo habitual en el arte cristiano”, explica el arqueólogo Yuval Baruch. Y parece que podría tratarse de Ein Hanniya, en el Valle de Refaím, cerca de Jerusalén.
Allí, entre 2012 y 2016 la Autoridad de Antigüedades de Israel descubrió un conjunto de piscinas construidas en la época bizantina, entre los siglos IV y VI d.C. Una de ellas destacaba por “grande e impresionante”, según Irina Zilberbod, directora de la excavación: “Fue construida en el centro de un espacioso complejo a los pies de una iglesia que hubo allí en tiempo. Alrededor de la piscina se construyó un techo sujetado por columnas, a través de las cuales se accedía al área residencial”.
Según Zilberbod, es difícil saber para qué se utilizaba el estanque, si para riego, para bañarse, como decoración o para ceremonias bautismales. El agua de la piscina drenaba a través de una red de canales hacia un estructura extraordinaria, la primera de esta clase conocida en Israel, una fuente denominada ninfeo.
Ein Hanniya es un entorno privilegiado para los hallazgos arqueológicos, lo cual sugiere que fue propiedad de los reyes en tiempos del Primer Templo, esto es, antes de su destrucción por los babilonios en 586 a.C.
Así, se han encontrado dos piezas de gran valor.
Por un lado, un capitel protojónico similar a los hallados en la Ciudad de David en Jerusalén, que fue capital de Judá, y en Ramat Rajel (entre Jerusalén y Belén), donde se encontró uno de los palacios del reino, y también en importantes ciudades del reino de Israel, como Samaria, Megido y Hazor.
Por otro, la más antigua moneda de plata descubierta hasta el momento en los alrededores de Jerusalén: una dracma acuñada en Asdod por gobernantes griegos entre los años 420 y 390 a.C.
El lugar, cuyas excavaciones se dieron a conocer a finales de enero, será abierto al público en los próximos meses y será pues de interés tanto para los judíos como para los cristianos.
La conversión del eunuco, en el Menologio del emperador Basilio II, manuscrito del siglo XI.
Moneda moderna israelí de 5 shekel, representando un capitel protojónico, característico en los hallazgos arqueológicos de las ciudades judías antiguas más importantes.
Foto: Clara Amit, Autoridad de Antigüedades de Israel. National Geographic.
Felipe forma parte del grupo de los siete diáconos, o servidores, elegidos para atender a las necesidades de la comunidad, especialmente en sus miembros de origen helénico
Después de Pentecostés, la comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret fue creciendo rápidamente en Jerusalén y sus alrededores. La mayor parte de ellos procedían de aquellas mismas tierras. Pero también fueron agregándose algunos judíos de lengua griega que habían pasado algún tiempo en la diáspora.
Las diferencias entre los dos grupos no tardaron en manifestarse con una cierta tensión. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos da cuenta de la decisión tomada en ese momento por los dirigentes de la comunidad:
«Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: "No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas.
Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra". Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos» (Hch 6, 1-6).
Como se puede observar, todos ellos eran conocidos por su nombre griego. Se puede decir que, gracias a este incidente, la comunidad primitiva se abrió a nuevos horizontes y a una incipiente universalidad.
DISPERSIÓN Y MISIÓN
Así pues, Felipe forma parte del grupo de los siete diáconos, o servidores, elegidos para atender a las necesidades de la comunidad, especialmente en sus miembros de origen helénico. Sin embargo, su misión no se limitaría al servicio material. Bien pronto habrían de asumir el papel de testigos y anunciadores del mensaje de Jesús. El más famoso de ellos habría de ser Esteban. Su valentía le llevaría a ser lapidado a las afueras de Jerusalén con la aprobación del joven Saulo, el futuro apóstol Pablo.
Aquel episodio no iba a quedar aislado. La muerte de Esteban marcó en realidad el principio de «una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén» (Hch 8, 1). Como había anunciado Jesús, la persecución se convirtió en ocasión para vivir y manifestar el dinamismo de la fe. De hecho, motivó que muchos hermanos se dispersaran por las regiones de Judea y Samaria, anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Entre ellos es-taba también Felipe. Su viaje parece estructurado para exponer en tres actos la teología de la acción misionera:
«Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Y hubo una gran alegría en aquella ciudad» (Hch 8, 5-8).
El primer acto del relato constituye un precioso esquema de la teología de la misión. Subraya la importancia del anuncio de la palabra de Dios, pero también la de la percepción sensible del mensaje. Oír la palabra y ver las señales que la acompañan parecerán resumir para siempre el inicio de la fe. En los primeros misioneros se repiten los signos que acompañaron la vida y la actividad de Jesús. Ante el anuncio de la palabra, la persona entera queda curada de sus esclavitudes y dolencias. La alegría es la consecuencia lógica de la conversión.
Con todo, el relato no termina ahí. Incluye a continuación un elemento discordante que evoca el carácter dramático de la predicación evangélica y su reconocida superioridad sobre la sabiduría humana y sobre toda práctica mágica. En la ciudad había, en efecto, un mago llamado Simón que con sus habilidades suscitaba la atención y los comentarios de las gentes de Samaria. Todos lo consideraban como una «gran potencia de Dios».
Sin embargo, a los habitantes de aquella tierra les parecieron mucho más convincentes los gestos proféticos de Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo. Así que muchos hombres y mujeres aceptaron la fe y el bautismo. El texto añade que «hasta el mismo Simón creyó y, una vez bautizado, no se apartaba de Felipe y estaba atónito al ver las señales y grandes milagros que se realizaban» (Hch 8, 13).
El relato añade un segundo acto, en el que la predicación de Felipe es contrastada por la presencia de los apóstoles. Con motivo del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, el Evangelio de Juan alude veladamente al florecimiento de las comunidades cristianas en Samaria (cf. Jn 4, 35-39). Pues bien, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos refiere que, «al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan». La semilla había sido arrojada en el surco y llegaba la hora de la cosecha.
La bajada de estos dos apóstoles, que eran considerados como pilares de la comunidad, señala el reconocimiento de la tarea llevada acabo por los evangelizadores dispersos y evidencia la necesidad de mantener la hermandad y el reconocimiento en la fe y en el amor entre las diversas comunidades.
Además, el viaje apostólico contribuye a marcar las diferencias entre un bautismo celebrado al parecer en el nombre de Jesús y el bautismo por el que los nuevos hermanos habrían de recibir el Espíritu Santo. La presencia y el ministerio de los apóstoles es la oportunidad para que, también fuera de Jerusalén, se repita el prodigio de Pentecostés: Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (Hch 8, 17).
Todavía incluye el relato un tercer acto, en el que se pone de manifiesto la necesidad de purificar la fe de toda adherencia mágica. Ahora ya no se menciona a Felipe. Es Pedro quien reprende la actitud de Simón, que pretende comprar con dinero la posibilidad de otorgar el Espíritu con la imposición de sus manos. A la maldición de aquel dinero sigue la corrección del mago y la invitación a que se convierta y pida perdón por aquel pensamiento de su corazón.
Después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, los apóstoles se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos (Hch 8, 25). Como había ocurrido con la mujer que encontró Jesús junto al pozo, también ahora la tarea evangelizadora de Felipe parece pasar a un segundo plano.
FELIPE Y EL EUNUCO
Sin embargo, el texto no pretende olvidar al evangelizador. Es más, la continuación del relato parece sugerir la autenticidad de su vocación, al evocar la presencia del ángel que lo envía, así como la intrepidez del llamado que extiende su radio de acción de forma insospechada. La vocación que viene de lo alto encuentra un fiel ejecutor en Felipe. La evangelización es don de Dios y tarea humana.
El hermoso episodio que se nos ofrece a continuación parece articularse de nuevo en tres partes, señaladas por otras tantas intervenciones sobrenaturales.
En un primer momento, Felipe es llamado por el ángel del Señor, que lo invita a tomar el camino del Sur, que lleva hacia Egipto por la costa de Gaza. No se le explica el objetivo de ese envío, aunque el lector puede muy pronto adivinar el esquema de toda la narración. De hecho, entra inmediatamente en conocimiento con un personaje distinguido.
No se nos conserva su nombre. Es uno de esos judíos que viven en la diáspora que se encuentra de vuelta de una larga peregrinación que lo ha traído hasta Jerusalén para adorar a Dios. Conoce a los profetas, pero, evidentemente no puede entenderlos en su plenitud. El texto prepara cuidadosamente la necesaria intervención del seguidor del Mesías Jesús:
»El ángel del Señor habló a Felipe diciendo: "Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto". Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén, regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías» (Hch 8, 26-28).
El segundo tiempo está marcado por otra intervención sobrenatural. El Espíritu de Dios empuja de nuevo al misionero, al tiempo que le otorga sabiduría para responder a las oportunas preguntas que le dirige el viajero que vuelve a las tierras de los etíopes. Esas preguntas reflejan el ánimo piadoso y a la vez inquieto de quien conoce las antiguas escrituras, pero desea conocer su sentido más profundo.
Partiendo de los antiguos profetas se puede llegar al anuncio del Evangelio. El encuentro entre los dos personajes trata de evidenciar la continuidad entre la antigua alianza y el acontecimiento de la vida, la obra y la muerte de Jesús de Nazaret. Y trata de explicitar la necesaria conexión entre la fe y el bautismo:
«El Espíritu dijo a Felipe: "Acércate y ponte junto a ese carro". Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías; y le dijo: "¿Entiendes lo que vas leyendo?" Él contestó: "¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?" Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: "Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca.
En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra". El eunuco preguntó a Felipe: "Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?" Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.
Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua. El eunuco dijo: "Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?" Y mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y lo bautizó» (Hch 8, 29-38).
De nuevo, el tercer momento está señalado por una intervención sobrenatural. Es el Espíritu el que envía, ilumina y mueve al evangelizador. Éste aprovecha la moción del Espíritu para iluminar la fe que ya alborea y sirve de mediación para la celebración de los signos sacramentales. La lectura del texto bíblico lleva al viajero a la curiosidad. ¿A quién se refiere el texto del profeta? Evidentemente, la lectura ha de ser explicada por el anuncio oral de otro creyente. Y la fe recién nacida puede ser celebrada con el bautismo.
El texto no deja de subrayar los pasos siguientes de la secuencia. El evangelizado prosigue con gozo su «camino» que es ahora el nuevo camino del Evangelio de Jesucristo. Y el evangelizador prosigue también el suyo, que es precisamente el de seguir anunciando la buena noticia del Señor Jesucristo:
«Y ensaliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino. Felipe se encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea» (Hch 8, 39-40)
Sería difícil explicar de forma más clara e intuitiva toda la teología de la evangelización y de la iniciación en la fe cristiana. Los seguidores del Señor habrían de recordar este y otros relatos para meditar en su propia vocación y en la tarea a la que han sido enviados. La instrucción y el bautismo del eunuco son una memoria de los primeros tiempos y un programa para la futura evangelización.
LA PROFECÍA
Entre Asdod y Cesarea del Mar debió de establecer el diácono Felipe su residencia y el centro de sus itinerarios de evangelización. De hecho, allí volvemos a encontrarlo unos años más tarde, precisamente hacia el año 58. Por entonces Pablo y Lucas regresaban de su tercer viaje misional. Se encaminaban hacia Jerusalén.
Habían pasado por Rodas, habían costeado Chipre y se habían detenido durante siete días con los hermanos de la ciudad de Tiro. Precisamente esos mismos hermanos, «iluminados por el Espíritu, decían a Pablo que no subiese a Jerusalén» (Hch 21, 4).
A pesar de aquellas intuiciones y consejos, Pablo decidió continuar su viaje. Los hermanos lo acompañan hasta la playa, donde lo despiden con una oración. Aquella breve navegación de cabotaje llevó a Pablo y sus acompañantes hasta Tolemaida, donde se detuvo otro día con los hermanos. La siguiente etapa los llevará a encontrarse con Felipe:
«Al día siguiente partimos y llegamos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los Siete, y nos hospedamos en su casa. Tenía éste cuatro hijas vírgenes que profetizaban. Nos detuvimos allí bastantes días» (Hch 21, 8-10).
De pronto descubrimos algo que ya habíamos intuido al primer contacto con el texto. Felipe, uno de aquellos siete «diáconos» elegidos en Jerusalén, era conocido como «el evangelista». Y, como ya se ve, razones más que sobradas tenían los hermanos para aplicarle ese título.
Pero también descubrimos otro detalle interesante. Las cuatro hijas de Felipe han sido dotadas por el Espíritu del don de profecía. Seguramente este encuentro le daría ocasión a Pablo para comentar el fervor profético y los abusos que él había tenido que corregir en la comunidad de Corinto.
Todo hace pensar que, durante aquel descanso y precisamente en la casa de Felipe, debió de tener lugar el encuentro con Ágabo:
«Bajó entretanto de Judea un profeta llamado Ágabo; se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: "Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles".
Al oír esto nosotros y los de aquel lugar le rogamos que no subiera a Jerusalén. Entonces Pablo contestó: "¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús". Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: "Hágase la voluntad del Señor"» (Hch 21, 10-14).
La pequeña comunidad que se reunía en casa de Felipe pudo ser testigo de la firmeza de Pablo. A toda costa quería llegar hasta Jerusalén y ellos no podrían oponerse. Pero Felipe y los hermanos no permanecieron pasivos ante aquella decisión, sino que se preocuparon de preparar los detalles de aquella última etapa del viaje de Pablo hasta Jerusalén:
«Transcurridos estos días y hechos los preparativos de viaje, subimos a Jerusalén. Venían con nosotros algunos discípulos de Cesarea, que nos llevaron a casa de cierto Mnasón, de Chipre, antiguo discípulo, donde nos habíamos de hospedar. Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría» (Hch 21, 15-17).
Por tercera vez, y como ya es habitual, Felipe vuelve a quedar en la sombra. En varias ocasiones ha sido un instrumento fiel en manos del Espíritu. Por él ha pasado el anuncio del Evangelio. Pero nunca ha tratado de arrogarse méritos ni protagonismo. Era un servidor de la Buena Noticia del Reino de Dios. Y un servidor de los hermanos. Un «diácono». Nada más. Y nada menos.
San Jerónimo dice haber visto todavía la casa donde había habitado Felipe y las celdas que ocupaban sus hijas. Según una tradición bizantina, el diácono Felipe habría sido también obispo de Tralles, en Lidia. Hacia el año 190, Clemente de Alejandría lo identifica con aquel escriba al que Jesús advierte que las zorras tienen sus madrigueras, mientras que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (cf. Mt 8, 19-20).
En la historia del arte ha sido varias veces representado el episodio del bautismo del ministro etíope, por ejemplo, en un sarcófago paleocristiano del siglo IV que se conserva en Roma, en el Museo de las Termas. Era aquél un episodio que resultaba aleccionador para los catecúmenos de los primeros tiempos.
El “tiempo ordinario” se introduce, en la liturgia católica, mediante la presentación del Bautismo de Jesús. Esta fiesta –situada al final del tiempo de Navidad– se prolonga en la semana siguiente con la figura del “Cordero de Dios”, como Juan Bautista le denomina ante sus discípulos.
Podemos escoger tres cuadros que nos presentan esta figura de Jesús como cordero manso y apacible que lleva a cabo la obra redentora, ofreciéndose en una entrega generosa por la salvación de cada persona y del mundo. En esa perspectiva la fe cristiana ayuda a encontrar un sentido al dolor, incluso al sufrimiento inocente.
1.“El cordero místico”,de los hermanos Van Eyck (1432)
Representa un altar en el centro de una gran campiña. Sobre el se yergue un Cordero que mira de frente con un rostro casi humano –como las últimas restaraciones han puesto de relieve–, mientras sangra sobre un cáliz. Representa al “cordero pascual”, Cristo, que sangra por su corazón abierto en la Cruz, para llenar el cáliz de su obediencia amorosa a la voluntad del Padre y por tanto al plan de la Trinidad para salvar a los hombres.
En cada Misa se recogen, antes de la comunión, las palabras de Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Jesús instituyó la Eucaristía en el contexto de una cena pascual, donde se conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto por medio de la sangre de un cordero.
Jesús es el verdadero “cordero pascual” que nos ha librado de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias. Por eso, el cordero sobre el altar representa aquí el hecho de que la Eucaristía es el centro de la vida cristiana y de la Iglesia.
Arriba, sobre el altar, se sitúa el Espíritu Santo en forma de paloma, cuyos rayos iluminan y vivifican toda la escena. Ante el altar encontramos una fuente: la fuente de la vida, que significa, según la Sagrada Escritura, la acción misma de Dios y de su gracia para los hombres.
A los lados del altar se sitúan catorce ángeles, algunos muestran objetos relacionados con la pasión de Cristo: la cruz, la columna de la flagelación, la corona de espinas, la lanza que le traspasó, la esponja empapada en vinagre que le dieron a beber.
Al fondo se dibujan una o varias ciudades (quizá alguna de ellas podría ser Utrecht, por su campanario), como evocando la Iglesia, ciudad de Dios o nueva Jerusalén, que se edifica misteriosamente en la historia a la vez que la trasciende.
Abajo a la izquierda puede verse un grupo de judíos, leyendo las Sagradas Escrituras. Detrás, un grupo de paganos, entre ellos Virgilio, poeta romano, con su túnica blanca. A la derecha está representada la Iglesia Católica: delante los apóstoles y detrás, otro, santos y mártires (entre ellos se puede distinguir a san Esteban) y Papas.
Arriba, a izquierda y derecha del altar, se sitúan los mártires y las vírgenes con las palmas de la victoria.
2. En “la crucifixión” de M. Grünewald (1512-1516)
parece Cristo totalmente cubierto por bubones de peste, la misma enfermedad que tenían muchos de los contemplaban aquel retablo de Isenheim, a fines de la Edad Media.
“En su propia cruz –interpreta Joseph Ratzinger– experimentaban la presencia del Crucificado y se sabían incluidos a través de su aflicción en Cristo y, por ende, en el abismo de la eterna misericordia. La cruz de Cristo la experimentaban como su salvación” (El Credo hoy, Santander 2013).
A la izquierda del Crucificado, el apóstol san Juan consuela a la Virgen Madre, mientras María Magdalena, de rodillas, extiende sus brazos y sus manos juntas en oración. A la derecha, san Juan Bautista sostiene, en una mano, las Escrituras abiertas.
Y dirige hacia Cristo el dedo índice de la otra mano, al lado de un texto que recoge las palabras: “Conviene que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). A los pies del Bautista, un pequeño corderillo sostiene una pequeña cruz, mientras sangra sobre un cáliz.
3. El “Agnus Dei” (Cordero de Dios) de F. de Zurbarán (1635-1640)
Ofrece, sobre fondo oscuro, un primer plano de un corderillo, recostado y todavía vivo, con sus patas atadas y preparado para ir al matadero (cf. Is 53, 7). Es la viva imagen de la mansedumbre.
Sobre Jesús, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ha dicho el Papa Francisco:
“Detengámonos en el Evangelio, quizá incluso contemplando una imagen de Cristo, un “Rostro santo”. Contemplemos con los ojos y más aún con el corazón; y dejémonos instruir por el Espíritu Santo, que por dentro nos dice: ¡Es Él! Es el Hijo de Dios hecho cordero, inmolado por amor. Él, solo Él ha cargado, solo Él ha sufrido, ha expiado el pecado de cada uno de nosotros, el pecado del mundo, y también mis pecados. Todos. Los cargó todos sobre Él y nos los quitó a nosotros, para que finalmente fuésemos libres, y nunca más esclavos del mal. Sí, aún somos pobres pecadores, pero no esclavos, no, no esclavos: hijos, ¡hijos de Dios!” (Angelus, 19-I-2020).
El sufrimiento inocente
4. Seis siglos antes de Cristo, en los Cantos del "Siervo sufriente", del profeta Isaías, estaba profetizado el sufrimiento de Jesús por la salvación de los hombres.
Cristo nos ha redimido con su inocencia y mansedumbre, con su humildad y su servicio. Él, que es el más inocente de los “hijos de los hombres” y al mismo tiempo Dios verdadero hecho carne por nosotros, ha tomado sobre sí –también como cabeza de la Iglesia, su Cuerpo místico, y del género humano–, todas nuestras culpas y todos nuestros dolores.
También asume Cristo el sufrimiento de los inocentes y la gran pregunta por su sentido, tal como aparece, por ejemplo, en el libro de Job, o como la formula Dostoiewsky (en Los hermanos Karamazov), o como se plantea modernamente “después de Auschwitz”.
Escribe Raniero Cantalamessa: “Jesús no ha venido a darnos doctas explicaciones sobre el dolor, sino que ha venido a asumirlo silenciosamente sobre sí”.
Por eso, ante el dolor inocente la actitud de un cristiano –como con frecuencia dice el Papa Francisco– debe ser básicamente la de toda persona, frente a lo que puede aparecer como un dramático sinsentido: el acompañamiento, quizá el llanto, el silencio ante el misterio. Pero también la oración.
Como señala Cantalamessa, el dolor inocente es un tipo de sufrimiento que nos acerca especialmente a Dios. Así es, en la perspectiva cristiana: “Solo Dios, en efecto, sufre y sufre en sentido absoluto como inocente”. Él es el cordero “sin tacha y sin mancilla” (1 Pe 1, 19) que, sin haber cometido ninguna culpa, ha llevado sobre sí la pena de todas las culpas.
“Jesús –añade el mismo autor– no ha dado sólo un sentido al dolor inocente, le ha conferido igualmente un poder nuevo, una misteriosa fecundidad”. Porque todo dolor inocente se une al de Cristo y recibe de Él la capacidad de engendrar esperanza y Vida.
En relación con el sufrimiento, decía Viktor Frankl que lo mejor no es preguntarse “por qué” (¿por qué yo, por qué a mí?) sino “para qué”. En la misma línea se situaba –ya en la perspectiva cristiana– san Juan Pablo II, cuando señalaba que lo importante es preguntarse “qué nace del sufrimiento”.
En una ocasión le presentaron a Jesús un muchacho ciego de nacimiento, preguntándole:
“Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. Y respondió Jesús: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9, 2-3).
El sufrimiento inocente se puede enfocar como una participación en los sufrimientos de Cristo (cf. Rm 8, 17), en solidaridad con todos los males y todos los dolores del mundo, y nos permite también asociarnos con Él en la gloria de su resurrección.
En suma, es inútil intentar “explicar” el sufrimiento inocente. Pero la fe nos da esta "pequeña luz”: el inocente que sufre es signo y como “sacramento” del Amor de Dios y de su misterioso poder para quitar los males del mundo. Ciertamente, de una manera que nosotros no podemos comprender del todo.
Pero sí podemos –propone Cantalamessa– hacer algo más. De entrada, no acrecentar ese sufrimiento, convirtiéndonos en “lobos” (como el de la fábula del cordero y el lobo), símbolo de debilidad y villanía.
Podemos aconsejar a los inocentes que no se acerquen a los lobos ni dialoguen con ellos.
Podemos animar a los jóvenes que escojan bien sus héroes y modelos, y defenderlos sobre todo de aquellos lobos que se les acercan disfrazados con piel de ovejas.
En cambio, el Buen Pastor es Aquél que da la vida por sus ovejas (Jn, 10, 11), el pastor que se ha hecho cordero.
También podemos intentar quitar el dolor o al menos disminuirlo. Refiere este autor el caso de alguien que, ante una niñita que tiritaba de frío y de hambre, se enfrentaba con Dios, diciéndole: “¡Haz algo!” Y que entendió que se le respondía: “Ya he hecho algo, te he hecho a tí”.
Además debemos evitar el dolor innecesario a los animales y el daño injustificado a otros seres vivos e incluso a todo ser creado. Y reavivar nuestro compromiso ecológico como cristianos, pues la creación entera sufre esperando la manifestación de la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 22 ss).