San Fermín - 7 de Julio

La información que ha llegado hasta nuestros días de la vida de San Fermín procede en su mayor parte de las «Actas de la vida y del martirio de San Fermín», redactadas hacia el siglo VI —tres siglos después de su muerte— y de varios breviarios medievales, textos en los cuales, según explica José Antonio Goñi en su biografía del santo, «San Fermín, entre la historia y la leyenda», dónde afirma que en la vida de San Fermín «aparece mezclada la realidad histórica con elementos legendarios sobre la vida del santo, fruto de la devoción del pueblo fiel».

 

Entre lo que se sabe del santo, cabe destacar que el siete de julio no fue una fecha significativa en su vida ni en su muerte. De hecho, no se le comenzaría a rendir tributo en ese día hasta 1591, cuando el obispo Bernardo de Rojas y Sandoval trasladó, a petición del pueblo, la festividad en su nombre, celebrada hasta entonces el 10 de octubre, por ser más cálido el tiempo y para que coincidiera con la feria de ganado.

Según Goñi, San Fermín nació a mediados del siglo III en la romana Pompaelo, actual Pamplona, primogénito de un senador local, Firmo. Años después de su nacimiento llegó a la zona el predicador Honesto, discípulo de Saturnino de Toulouse (Francia) dispuesto a evangelizar una región en la cuál todavía se veneraba a los dioses romanos. Allí se encontró con Firmo y su familia, a los cuáles logró convencer de que abrazasen la Fé cristiana gracias a su oratoria.

Tras persuadir a los Firmo, Honesto volvió a Toulouse para informar a Saturnino de sus progresos. Éste decidió trasladarse a Pamplona, dónde convirtió en masa al pueblo pamplonica al cristianismo, incluyendo al joven Fermín. Convencido de haber hecho lo correcto al abandonar los dioses paganos, Firmo entregó a su primogénito a Honesto para que le formara en la doctrina cristiana.

Cuando éste le consideró apto, lo envió a Toulouse para que el obispo Honorato, sucesor de Saturnino, lo ordenase sacerdote, tras lo cuál éste volvió a la actual capital navarra.

 

Evangelizador de las Galias

Recién cumplidos los treinta años, Fermín abandonó su tierra por última vez para evangelizar las tierras de las Galias vecinas. Allí visitó Agen y Anjou, y después Beauvais, a dónde se dirigió, según Goñi «con entusiasmo y gozo, dispuesto a padecer por Cristo habiéndose enterado de que Valerio, gobernador de los belovacos, perseguía a los cristianos y los martirizaba». Allí fue encarcelado hasta que, muerto Valerio en una revuelta militar, acabó siendo liberado por sus sucesores.

El siguiente destino de San Fermín fue Amiens, dónde acabaría sufriéndo martirio a manos de Sebastián, el gobernador de la provincia, quién, azuzado por la persecución religiosa contra los cristianos decretada por el emperador Diocleciano, mandó apresarlo y decapitarlo.

«Ordenó sus soldados que lo prendieran y lo encerraran en la cárcel, indicándoles que lo decapitaran silenciosamente por la noche y que escondieran su cuerpo para que no lo encontraran los cristianos y le tributaran honores» escribe Goñi.

Precisamente para recordar esta decapitación los actuales corredores de los Sanfermines se anudan un pañuelo rojo al cuello.

 

Cruel martirio

Según el prefecto de liturgia, Sebastián tenía reservado al cuerpo del santo un destino cruel: «descuartizarlo y desparramarlo por los campos para que los cristianos no lo encontraran».

 

San Fermín - martirio

 

 

Sin embargo, la rápida actuación del senador Faustiniano, «quién años atrás había recibido a Fermín a su llegada a Amiens y había sido bautizado por éste», salvó sus restos: «Faustiniano recogió secretamente los restos del santo obispo y los enterró en el sepulcro familiar de Abladene».

Fue también en Amiens donde se inició el culto al santo pamplonica. Según Goñi, «la tradición habla del hallazgo de sus reliquias a comienzos del 615. En el siglo XII el culto al santo adquirió gran esplendor y popularidad en la ciudad francesa, según las Actas de la Iglesia de Amiens, gracias al nuevo obispo Godofredo».

En Pamplona el culto a la figura de San Fermín no llegaría hasta 1186, cuando el obispo Pedro de París recibió unas reliquias del cráneo del mártir. Sin embargo, el culto al mismo pronto crecería en intensidad hasta el siglo XVII, cuando se inició una disputa entre seguidores de San Fermín y de San Francisco Javier, patrocinado por los jesuitas. Una disputa que quedó zanjada en 1657, cuando el Papa Alejandro VII proclamó a ambos co-patronos de Navarra.

 

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SAN FERMÍN 

 

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Hace 20 años se estrenaba La Pasión de Cristo: violencia, acusaciones de antisemitismo y sangre

Se trata de una de las películas más controvertidas de la historia del cine. La obra dirigida por Mel Gibson, centrada en las últimas doce horas de Jesús, fueron representadas con crudeza para los espectadores. El rechazo de los estudios y un éxito de taquilla inesperado.

 

Filmada en arameo, latín y hebreo, la película de 2004 dirigida por Mel Gibson desafió convenciones y expectativas, sumergiendo a los espectadores en un viaje emocional y espiritual sin precedentes que hasta hoy ha dejado huellas en los cristianos. La Pasión de Cristo se estrenó en Estados Unidos el miércoles 25 de febrero de 2004, a la sazón, Miércoles de Ceniza de aquel año. En España lo hizo el 2 de abril.

 

Al día siguiente al estreno, The New York Times, profetizó que este filme iba a significar el fin de la carrera profesional de Gibson y tocó al arrebato para boicotearla.

 

Sin embargo, la realidad fue muy distinta. En su primer día, el filme recaudó 26 millones de dólares (casi el total de lo que había costado) y, al concluir su primera semana en cartel, había superado los 125 millones.

 

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Casi un mes después, con una recaudación que superaba ya los 200 millones de dólares. The New York Times acabó admitiendo que La Pasión había despertado en Hollywood el hambre de películas religiosas. No era para menos: al final de su recorrido en cines, este singular largometraje alcanzó los 370 millones de dólares en Norteamérica y los 251 millones en el mercado internacional, convirtiéndose en la película calificada “R” (mayores con reparos) más taquillera de la historia del cine (récord que, por cierto, todavía ostenta).

 

Desde su lanzamiento, la película ha sido objeto de un análisis intenso y meticuloso. Las representaciones gráficas de la flagelación y crucifixión de Jesús generaron polémica, con críticos que la consideraron excesivamente violenta y otros que la elogiaron por su autenticidad histórica y su capacidad para transmitir con realismo el sufrimiento de Cristo.

 

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En enero de 2004, el entonces director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, emitió un comunicado señalando que el Papa Juan Pablo II había visto la película, y luego la calificó positivamente: “Una adaptación cinematográfica del hecho histórico de la Pasión de Jesucristo según el relato evangélico”.

 

Sin embargo, más allá de las opiniones sobre su contenido, no puede ignorarse el impacto cultural de La Pasión de Cristo. La película recaudó más de 612 millones de dólares en todo el mundo, con un presupuesto de producción de 30 millones de dólares. Esto la convirtió en una de las películas independientes más exitosas de la historia.

 

Además, fue la primera película con clasificación R en Norteamérica que recaudó tanto dinero. A pesar de estar nominada en tres categorías en la 77ª edición de los Premios de la Academia, no ganó ningún premio Oscar.

 

Un dato curioso es que Jim Caviezel, el actor católico que encarnó a Jesús en la película, sufrió numerosas dificultades durante el rodaje, como ser alcanzado por un rayo en la última toma del filme. El rayo llevó a que Caviezel sea sometido a dos cirugías cardíacas, incluida una cirugía a corazón abierto, y tuvo que tomar muchos medicamentos. Además de este incidente, también sufrió una lesión cuando fue derribado por una cruz que pesaba cerca de 70 kilogramos.

 

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Actualmente, Gibson y Caviezel han vuelto a unir fuerzas para hacer realidad la secuela de La Pasión de Cristo, que se centrará en los tres días entre la muerte y la resurrección de Jesús. La película se encuentra aún en desarrollo.

Sin la anuencia de los grandes estudios y sin voluntad de ceder libertad artística, Gibson decidió financiar él mismo la aventura. Puso 30 millones de dólares de su bolsillo, más otros 15 para el agresivo marketing posterior.

El guión, escrito en conjunto por el actor de Arma Mortal y por Benedict Fitzgerald, se basó en los cuatro evangelios y en la obra de Anne Catherine Emmerich, una mística alemana de fines del siglo XVIII. Pese a las permanentes declaraciones y casi ostentaciones del director sobre la exactitud de la reconstrucción histórica, muchos investigadores sostienen que la película en muchos momentos se aleja de los hechos reales.

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Después de una larga investigación y de la escritura de las primeras versiones del guión en inglés, un grupo de lingüistas y académicos respetados tradujeron cada línea de diálogo a los idiomas y lenguas muertas correspondientes. El nivel de detalle fue tan minucioso que algunos soldados romanos utilizan mal algunas palabras en latín, porque era algo frecuente en la época: no tenían estudios y cometían ese tipo de errores.

Apenas terminó el rodaje, en la industria y en los medios se empezó a hablar de La Pasión de Cristo. La violencia, la falta del idioma inglés, la casi totalidad ausencia de estrellas, la reconstrucción histórica, la decisión de Gibson de convertirla en un proyecto independiente y de arriesgar su capital.

Cuando la mostró al primer estudio para llegar a un acuerdo por su distribución, los ejecutivos ni siquiera llegaron a ver la totalidad del metraje. Se negaron a distribuirla. Gibson tomó una decisión: no iría de nuevo a tocar todas las puertas, como había hecho antes de filmar. Todos le dirían que no. Pero lo peor no serían las negativas, sino la mala prensa para su película.

Los proyectos que tienen demasiados rechazos, demasiados problemas en su elaboración, van construyendo una imagen maldita que predispone mal a los críticos y ahuyenta al público. Mel Gibson decidió ser su propio distribuidor.

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Análisis de la película "La Pasión de Cristo"

"Los romanos recordamos a Nuestra Madre"

A lo largo de los siglos, muchos Papas han sentido una especial devoción por la Virgen Salus Populi Romani y Francisco es uno más de ellos.

Santa María la Mayor, donde se encuentra, fue el primer lugar que visitó para rezar públicamente al día siguiente de haber sido elegido Pontífice. En el Ángelus del domingo, el Papa recordó a esta Virgen, patrona de Roma.

Papa Francisco

“Mañana, los romanos recordamos a nuestra madre. Le pedimos que nos proteja y todos juntos rezamos un Ave María. Saludemos todos juntos a nuestra Madre. Todos juntos, un saludo para la Madre. Aplausos”

Es la Virgen más querida de los romanos y cada 5 de agosto se celebra su fiesta. El icono que la representa se encuentra en la Basílica de Santa María la Mayor.

En siglo IV, la Virgen se apareció a un matrimonio adinerado y al Papa Liberio y les pidió que construyeran una basílica en su honor. A la mañana siguiente, 5 de agosto, supieron donde hacerlo: el Monte Esquilino apareció nevado.

Según la tradición, el icono bizantino que representa a la protectora del pueblo romano, fue pintado por San Lucas en una tabla que se usó en la Última Cena.

 

 

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Aquila y Priscila. Colaboradores de San Pablo. 8 de julio

Las palabras del joven Apolo cortan el aire en la sinagoga de Éfeso, ante una audiencia cautivada por la brillantez del discurso. Aquila y Priscila lo admiran también, pero echan de menos la luz de la fe, “se lo llevaron consigo y le instruyeron más a fondo en la doctrina del Señor” (Hch18, 26).

No habían pasado dos décadas desde la Ascensión de Cristo, y la semilla del Evangelio ya se había esparcido por numerosas ciudades del Imperio. En Roma, la Buena Nueva tuvo acogida entre algunos judíos que profesaban a Jesús de Nazaret como el Salvador; entre ellos, Aquila, un tejedor de tiendas de campaña. Procedía de la diáspora por la Anatolia del Norte, la actual Turquía. Su mujer, Priscila —abreviado, Prisca —, era romana. Según una antigua tradición, estaba emparentada con el senador Caio Mario Pudente Corneliano, que hospedaba a San Pedro en su casa en el Viminale. Aunque no hay fuentes escritas que lo testimonien, existen pinturas del Príncipe de los Apóstoles administrando el Bautismo a una joven llamada Prisca.

En los albores de nuestra era, el Estado romano confundía a los cristianos con los judíos, hasta el punto de ofrecerles los mismos privilegios: libre ejercicio del culto y dispensa de obligaciones incompatibles con el monoteísmo, como el culto al emperador. A finales de los años cuarenta, surgieron discrepancias dentro de la comunidad judía acerca de la cuestión mesiánica, y las controversias llegaron a oídos del emperador Tiberio Claudio César.

Claudio se había mostrado benévolo con los judíos, pero el temor de una posible revuelta fue motivo suficiente para exiliarlos de Roma, al menos por un tiempo. Un oficial de la corte imperial, el historiador Suetonio, narra escuetamente el decreto del año 49: iudaeos impulsore Chresto assidue tumultuantis Roma expulit (“expulsó de Roma a los judíos, pues provocaban desórdenes a causa de Cresto”).

 

Aquila y Priscila

Icono de Aquila y Priscila. Colaboradores de San Pablo.

 

«Se ve que Claudio no conocía bien el nombre del Señor —en lugar de Cristo dice Cresto — sólo tenía una idea muy confusa de lo que había sucedido». Forzados a dejar la Ciudad Eterna, Aquila y Priscila se trasladaron a Corinto, la capital de Acaya.

 

CORINTO

Las horas en el taller

Los jóvenes inmigrantes debieron abrirse camino en una ciudad cosmopolita. Por sus calles desfilaban griegos, romanos, africanos, judíos... Las tradiciones y mentalidades más diversas convergían en la capital: del levante sirio llegó el culto a Melkart y Astaré; de Roma, los espectáculos sangrientos; los frigios implantaron la veneración a Cibeles, la madre de los dioses.

Además, Corinto estaba consagrada a Afrodita. A primera vista, el panorama no presentaba facilidades para que arraigara la vida cristiana. Corinto se emplazaba entre oriente y occidente como escenario clave para quien fuera capaz de dar un nuevo rumbo a la historia. Los corintios frecuentaban las numerosas termas, teatros y basílicas, y los intelectuales tenían acceso a escuelas filosóficas de gran relieve.

La misma ciudad que abría sus puertas a costumbres inhumanas y a todo tipo de novedades, acogió a este matrimonio cristiano entre sus habitantes. Como era núcleo de la industria de la púrpura y del tejido, Aquila no tardó en instalar su propio taller en un local abierto a la calle.

Llevaban pocos meses viviendo en Acaya, cuando un viajero pidió asilo en su casa. El huésped llegaba de Atenas, abatido, después de dirigirse a personas ávidas de oír nuevos discursos, pero que no hacían caso de las palabras ni se preocupaban de su contenido: sólo les interesaba tener algo de qué hablar. Tiempo después, San Pablo recordaba su entrada en Corinto: “me he presentado ante vosotros débil, y con temor y mucho temblor"

Aquila y Priscila no soñaban encontrarse conel Apóstol en Acaya. Además de alojarlo en su propio hogar, Aquila compartió el taller con San Pablo, pues también era fabricante de tiendas.

Los Hechos de los Apóstoles cuentan poco acerca de los ratos de labor en el taller de Aquila. Debían de ser momentos de gran concentración, porque los tejedores incluso estaban eximidos de una ley que prescribía ponerse de pie al ver pasar a ciertos personajes distinguidos, para no desatender su tarea. Uno de los hechos más relevantes de la historia tuvo lugar a finales del 50 o principios del 51, durante aquellos días de trabajo cotidiano. Timoteo y Silas llegaron a Corinto para hablar con San Pablo: traían noticias de los de Tesalónica, que sufrían violentas persecuciones por parte de quienes se resistían a aceptar el Evangelio. El Apóstol decidió escribirles para fortalecerlos en la fe y aclarar dudas en torno a la suerte de los difuntos y a la segunda venida del Señor. La primera Carta a los Tesalonicenses es, cronológicamente, el primer libro del Nuevo estamento.

Las horas en el taller contaron momentos de expansión de la fe, no sólo por la actuación del Apóstol sino también por la de Aquila y Priscila y de otros cristianos, gentes desconocidas. En pocos años, la Iglesia de Acaya llegó a ser una de las más importantes. Recibieron el Bautismo tanto Crispo, el jefe de la sinagoga, como Erasto, el tesorero de la ciudad; Tercio, quien más tarde sería secretario de Pablo; Ticio Justo, miembro de la colonia romana, que vivía en una gran casa junto a la sinagoga; Estéfanas —un prosélito— y su familia.

Se bautizaron libertos, artesanos y esclavos en una ciudad que parecía sorda a las mociones de la gracia. Pablo recordaría más tarde a los corintios: “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los injuriosos, ni los rapaces es heredarán el Reino de Dios. Y esto erais algunos. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios”.

Despuntaba el otoño del año 52, cuando San Pablo dejó Corinto, después de una intensa labor apostólica que le supuso sufrir duras incomprensiones y la expulsión de la sinagoga. Aquila y Priscila le acompañaron a Éfeso. Esta vez no salían por la fuerza, como en su exilio de Roma. La fe les presentaba proyectos que años antes no hubieran vislumbrado. “Los cristianos —escribía Orígenes— no desaprovechan nada de lo que está en su mano para extender su doctrina en el universo entero. Para conseguirlo, hay quien se ha dedicado a ir de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, para llevar a los demás al servicio de Dios” Junto a Silas y Timoteo, que formaban el séquito del Apóstol, llegaron a destino, después de una travesía de casi diez jornadas.

ÉFESO

En el momento justo

La nave ancló en el puerto de Palermo, una desembocadura del río Caistro, y los viajeros subieron a la pequeña barca que los dejó en Éfeso, la capital del Asia proconsular. Pablo se detuvo allí poco tiempo, pues debía continuar hacia Siria. Aunque los judíos del lugar le rogaron que se quedara, el Apóstol se despidió de ellos, con la promesa de volver.

Éfeso era el centro de la provincia más populosa de Asia, donde vivía una importante colonia de hebreos que gozaban del libre ejercicio de la religión. Algunos, venidos de la diáspora, se habían unido a la predicación de Juan el Bautista, en el Jordán. Después se dispersaron, y comenzaron a proclamar a Jesús por cuenta propia. Hablaban de Cristo, pero no sólo no habían recibido el Espíritu Santo, sino que ni siquiera tenían noticia de que existiera el Paráclito. Tal era la condición de Apolonio —abreviado, Apolo—, “hombre elocuente y muy versado en las Escrituras”.

San Lucas precisa que era natural de Alejandría de Egipto, centro importante de la teología judía, donde se profundizaba en la relación entre el Logos, la razón creadora del mundo, y la Revelación contenida en el Antiguo Testamento. Uno de los jefes más reconocidos era el judío Filón, que buscaba conciliar el pensamiento platónico con la enseñanza de las Escrituras. Es posible que Apolo fuera educado en esta cultura de amplios horizontes, abierta a la verdad. Un día, Aquila y Priscila escucharon la predicación de Apolo en la sinagoga.

Reconocieron el esplendor de un discurso mesiánico y notaron que “en la mente de ese hombre ya se había insinuado la luz de Cristo: había oído hablar de El, y lo anuncia a los otros. Pero aún le quedaba un poco de camino, para informarse más, alcanzar del todo la fe, y amar de veras al Señor”.

Cuando el joven terminó de hablar, “le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios.” El hombre docto atendió las razones. Una vez descubierto el camino, se dispuso a emprenderlo y pidió ser bautizado. Como Apolo pensaba viajar a Acaya, le animaron a presentarse ante la iglesia de Corinto, y escribieron a los discípulos para que le recibieran. Allí fue “de gran provecho, con la gracia divina, para los que habían creído, pues refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo.“

ROMA

La casa de Aquila y Priscila

Por la carta de San Pablo a los romanos —escrita hacia el año 57— sabemos que Aquila y Priscila regresaron a la Urbe: “saludad a Priscila y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, a quienes damos gracias no sólo yo sino también todas las iglesias de los gentiles, y saludad a la iglesia que se reúne en su casa.

Este tipo de reunión es precisamente lo que en griego se llama “ekklesia”, en latín “ecclesia”, en italiano “chiesa”, en español “iglesia” que quiere decir convocación, asamblea, reunión. La casa de Aquila y Priscila se asentaba probablemente en los cimientos de la actual iglesia de Santa Prisca, en el Aventino. Las excavaciones arqueológicas de los años 1933 a 1966 descubrieron dos edificios de los siglos I y II. En el del siglo II, se encontró un lugar de culto al dios Mitra. El hallazgo reafirma la existencia de una domas ecclesiae en sus cimientos, porque era habitual levantar templos paganos donde se había celebrado la liturgia cristiana, para tratar de erradicar la fe en Jesucristo.En la casa del siglo I, se reconoció el titulus Priscae: la tablilla que indicaba quién era el titular de la casa. Con el tiempo —hacia el siglo III— la cura pastoral hizo necesaria la división de la ciudad de Roma en varios tituli, o centros, que hoy llamaríamos parroquias.

Benedicto XVI comenta que, a la gratitud por la fidelidad de esas primeras iglesias de las que habla San Pablo en su Carta a los romanos, “se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de fieles laicos, de familias como las de Aquila y Priscila, el cristianismo ha llegado anuestra generación (…).

Para arraigar en la tierra, para desarrollarse ampliamente, era necesario el compromiso de estas familias, de estas comunidades cristianas, de fieles laicos que ofrecieron el “humus” al crecimiento de la fe. Y sólo así crece siempre la Iglesia.

Toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia. No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el genuino amor cristiano, hecho de generosidad y atención recíproca, sino más aún, en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo”.

No sabemos cuánto tiempo permanecieron Aquila y Priscila en Roma. Hacia el año 67 se encontraban en Éfeso, pues San Pablo les envía saludos, en su carta a Timoteo.

Algunos autores hablan de un nuevo regreso del matrimonio a la Ciudad Eterna o, al menos, de Prisca.

En todo caso, los datos biográficos que han llegado a nuestros días son suficiente motivo de gratitud a quienes siguieron los planes de Dios, yendo de una ciudad a otra.

 

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AQUILA Y PRISCILA

 

 

Santo Tomás explicado por Benedicto XVI

Inspirándose en el ejemplo del apóstol TomásBenedicto XVI recomendó a los creyentes tener valor para decir Dios «no te entiendo», «ayúdame a comprender», en los momentos de incertidumbre.

 

«De este modo --aclaró--, con esta franqueza, que es el auténtico modo de rezar, de hablar con Jesús, expresamos la pequeñez de nuestra capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asumimos la actitud de confianza de quien espera luz y fuerza de quien es capaz de dárselas».

 

El Santo Padre dedicó la audiencia general a presentar la figura del apóstol conocido sobre todo por sus dudas tras la resurrección de Jesús. Con esta audiencia general, en la que participaron unos 30.000 peregrinos, el pontífice continuó la serie de catequesis sobre los doce apóstoles y los orígenes de la Iglesia.

El obispo de Roma recordó los pasajes en los que los evangelios hablan de este apóstol, conocido como «el mellizo». En particular, mencionó la Última Cena, cuando Jesús anuncia que tras su partida preparará un lugar para que los discípulos también estén con Él; y especifica: «Y adonde yo voy sabéis el camino» (Juan 14, 4).

Entonces, Tomás, interviene diciendo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le respondió con la famosa definición: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

«Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él», recomendó el Papa a los fieles en una bella mañana de sol en la plaza de San Pedro del Vaticano.

 

 

Al mismo tiempo, sugirió, «su pregunta también nos da el derecho, por así decir, de pedir explicaciones a Jesús». «Con frecuencia no le comprendemos --reconoció--. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender».

El Papa también recordó la escena de incredulidad de Tomás, que tuvo lugar después de la resurrección, cuando el mismo apóstol dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, Jesús se aparecerá a los apóstoles, y en esta ocasión, al estar presente Tomás, le interpela directamente con estas palabras: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente».

«Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento --aseguró el sucesor de Pedro--: “Señor mío y Dios mío”». «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído», le respondió Jesús, enunciando «un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros», indicó. El Santo Padre concluyó presentando las tres lecciones que presenta a los cristianos la figura del apóstol Tomás.

 

En primer lugar, dijo «nos consuela en nuestras inseguridades»; en segundo lugar, «nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre»; y, por último, nos recuerda «el auténtico sentido de la fe madura y nos alienta a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él».

Tras recordar que según la tradición Tomás evangelizó Siria, Persia y parte de la India, deseó que «el ejemplo de Tomás confirme cada vez más nuestra fe en Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Dios».

 

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SANTO TOMÁS APÓSTOL

 

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Benedicto XVI presenta las figuras de Aquila y Priscila

GRACIAS  A LA FE Y AL COMPROMISO APOSTÓLICO DE LOS FIELES LAICOS, COMO PRISCILA Y ÁQUILA, EL CRISTIANISMO HA LLEGADO A NUESTRA GENERACIÓN

La Iglesia crece con las familias verdaderamente cristianas

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 7 febrero 2007

La Iglesia, desde hace dos mil años, crece gracias a las familia cristianas, constató Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles en la que presentó a un matrimonio de la Iglesia primitiva, Priscila y Áquila.

La evocación de estos dos colaboradores cercanos de san Pablo apóstol, a quien en alguna ocasión salvaron la vida, llevó al Papa a afirmar que «toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia».

Siguiendo con la serie de catequesis que está ofreciendo sobre figuras destacadas entre los primeros cristianos, el pontífice meditó en esta ocasión, junto a miles de peregrinos congregados en el Aula Pablo VI, sobre esta pareja que había sido expulsada de Roma junto a los judíos por el emperador Claudio.

Llegaron a Corinto alrededor del año 50 y allí conocieron a Pablo. Como era fabricante de tiendas, como ellos, le acogieron en su casa. Después, Priscila y Áquila se trasladaron a Éfeso y, como cuenta el mismo apóstol Pablo, en su casa se reunían los cristianos de esa ciudad para escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía.

A estas reuniones o asambleas los cristianos las llamaron en griego «ekklesía», en latín «ecclesia», es decir, «iglesia». «De este modo, podemos ver precisamente el nacimiento de la Iglesia en las casas de los creyentes», reconoció el Papa.

AQUILA Y PRISCILA

Sólo en el siglo III, nacerían «los auténticos edificios del culto cristiano», recordó el Papa. En los dos primeros siglos, sin embargo, «las casas de los cristianos se convierten en auténtica “iglesia”».

Áquila y Priscila siguieron desempeñando esta «función preciosísima» más tarde, al regresar a Roma, la capital del imperio, como lo atestigua el apóstol Pablo en la carta a los Romanos, en la que expresa a este matrimonio no sólo su gratitud, sino el agradecimiento de todas las Iglesias de la gentilidad.

«Hay algo que es seguro --añadió el Papa--: a la gratitud de esas primeras Iglesias, de la que habla san Pablo, se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de losfieles laicos, de familias, de esposos como Priscila y Áquila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación».

«Podía crecer no sólo gracias a los apóstoles que lo anunciaban --aclaró--. Para arraigarse en la tierra del pueblo, para desarrollarse vivamente, era necesario el compromiso de estas familias, de estos esposos, de estas comunidades cristianas, de fieles laicos que han ofrecido el “humus” al crecimiento de la fe».

«Y siempre, sólo así, crece la Iglesia --subrayó--. En particular, esta pareja demuestra la importancia de la acción de los esposos cristianos». «Cuando están apoyados por la fe y por una intensa espiritualidad, su compromiso valiente por la Iglesia y en la Iglesia se hace natural».

«La cotidiana comunión de su vida se prolonga y, en cierto sentido, se sublima al asumir una común responsabilidad a favor del Cuerpo místico de Cristo, aunque sólo sea de una pequeña parte de éste. Así sucedió en la primera generación y así sucederá frecuentemente», reconoció. Del ejemplo de Priscila y Áquila el Papa sacó una segunda lección: «toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia».

«No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el típico amor cristiano, hecho de altruismo y recíproca atención, sino más aún en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo». De hecho, «la Iglesia, en realidad, es la familia de Dios», concluyó.

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tumba De San Pedro

Un hallazgo fortuito debajo de la famosa basílica de la Santa Sede.

En 1941, fue el pistoletazo de salida para que se iniciaran unos trabajos que se prolongaron durante tres décadas en busca del considerado primer Papa de la historia de la Iglesia, la Santa Sede.

 

El 24 de diciembre de 1950, hace casi tres cuartos de siglo, la prensa titulaba: 'Pío XII anunció al orbe cristiano el hallazgo de la tumba de San Pedro'. El Papa acababa de dar la que puede considerarse una de las noticias más importantes de la religión católica en los últimos siglos. Así lo consideraba, al menos, la mayoría de la comunidad cristiana.

Habían pasado casi dos mil años desde la crucifixión del santo y más de treinta de trabajos desde que se iniciaron las excavaciones arqueológicas en el corazón de la Santa Sede. Hasta que, por fin, la Santa Sede pudo dar su gran exclusiva.

El descubrimiento fue calificado por muchos historiadores de «providencial», aunque para llegar a ese punto la Santa Sede tuvo que realizar un pequeño viacrucis que incluyó diez años de excavaciones arqueológicas, el traslado en secreto de los supuestos restos del santo y dos décadas más para confirmar su autenticidad. Así explicaba Pío XII el hallazgo en su discurso de Navidad, aunque todos los interrogantes no estuvieran resueltos:

«El resultado de las excavaciones son de sumo valor e importancia, pero la cuestión esencial es: ¿se ha encontrado realmente la tumba de San Pedro? La conclusión final de los trabajos y estudios responde con un clarísimo sí, se ha encontrado la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Una segunda cuestión, subordinada a la anterior, se refiere a las reliquias del santo. ¿Han sido halladas? Al lado del sepulcro se encontraron restos de huesos humanos, los cuales, sin embargo, no se puede probar con certeza que pertenecieran al cuerpo del Apóstol».

 

Las primeras palabras sobre las citadas excavaciones las había pronunciado el mismo Papa en 1942, tres años después de que comenzaran los trabajos de saneamiento de las grutas de la Santa Sede bajo la basílica de San Pedro. Dijo: «Saxa loquuntur!» («¡Las piedras hablan!»). Estos se habían iniciado con el objetivo de hacerlas más espaciosas y poder abrirlas al público, lo que les obligó a bajar el pavimento del suelo unos 80 centímetros.

Sin embargo, durante los trabajos, el 18 de enero de 1941 concretamente, los obreros hallaron por sorpresa la parte superior de un panteón romano del siglo II al que denominaron 'sepulcro F' o 'sepulcro de los Caetenni'.

 

tumba san pedro necropolis

 

El primer hallazgo

La extraordinaria importancia de este descubrimiento fue lo que determinó que se comenzasen las investigaciones arqueológicas en busca de la tumba de San Pedro. En el Vaticano suponían que no iba a resultar fácil, puesto que, a lo largo de los siglos, los sucesivos emperadores y Papas habían ido incorporando al lugar donde creían que se encontraba enterrado Pedro altares cada vez más suntuosos. A mediados del siglo XX pensaron que había llegado la hora de comenzar a desenterrar capa por capa en busca de los restos de su primer Pontífice.

El Papa nombró como director de las mismas al sacerdote Ludwig Kaas, siendo sus principales supervisores sobre el terreno los jesuitas Antonio Ferrua y Engelbert Kirschbaum y los arqueólogos Enrico Josi y Bruno María Apollonj Guetti.

Un año después, descubrieron un complejo de mausoleos paganos ubicados bajo los cimientos de la basílica, la llamada todavía hoy necrópolis vaticana, que estaba datada en los siglos II y III. Gran parte de esta se encontraba, efectivamente, destruida por la construcción de la antigua basílica que el emperador Constantino I había ordenado erigir en el siglo IV y que hoy está desaparecida.

Sobre él se construyó también, en el siglo VII, el monumento del Papa Gregorio Magno, que más tarde quedó encerrado en el altar erigido por el Papa Calixto II en el siglo XIII. Lo que todavía vemos hoy bajo la cúpula de Miguel Ángel se remonta a 1594 y fue construido, a su vez, por voluntad de Clemente VIII.

La antigua basílica constantiniana fue a su vez reconstruida por el Papa Julio II a principios del siglo XVI. Así nació la Basílica de San Pedro que se conoce hoy, bajo la cual será enterrado esta semana Benedicto XVI.

 

tumba san pedro

«Una funda»

Así lo explicaba en ABC el escritor y sacerdote José Luis Martín Descalzo en 1968: «La tumba era uno de los más curiosos documentos arqueológicos existentes: una especie de caja china en la que cada tumba encerraba siempre otra más antigua; así se halló que el gran altar de la Basílica de San Pedro era, en realidad, una funda del que en el siglo XII construyó allí mismo Calixto II. Este, a su vez, encerraba un tercer altar, el construido a fines del siglo VI por San Gregorio Magno.

Este altar, una vez más, encerraba dentro un monumento de pórfido rojo construido en el año 315 por el emperador Constantino. En el corazón de este monumento había aún una pequeña 'edícula funeraria' erigida en el año 150 para proteger una tumba muy humilde del siglo primero: un simple hoyo en la tierra cubierto por dos grandes tejas rojas».

tumba san pedro necropolis

 

 

Esta tumba, sin embargo, estaba vacía. Todo parecía indicar que a lo largo de los siglos los huesos habían sido guardados en otro lugar por temor a su profanación. Aún así, en un lugar cercano Ludwig Kaas encontró una serie de restos humanos. Enseguida pensó que podrían ser los huesos del apóstol y, preocupado porque no fuesen tratados con el respeto que merecían, decidió trasladarlos a otro lugar dentro de la misma necrópolis sin contárselo a nadie, ni siquiera a sus ayudantes más cercanos. El sacerdote mantuvo la ubicación de las reliquias en el más absoluto secreto.

Ludwig Kaas murió el 15 de abril de 1952 y se llevó el secreto a la tumba. Pío XII ordenó que el cuerpo de su amigo descansara en la cripta de la misma Santa Sede, convirtiéndose en el único sacerdote que tiene el honor de descansar cerca del lugar donde se encuentran enterrados todos los papas del siglo XX.

Como sucesor fue nombrada la profesora Margherita Guarducci, experta en epigrafía griega y paleocristiana, las cual descubrió los supuestos restos ocultos del apóstol por casualidad, mientras descifraba unos grafitis escritos en uno de los muros hallados.

 

catacumbas cripta

«Un ser robusto»

Una vez traducidos los mensajes junto a los huesos, se llevaron la sorpresa. En estos ponía: «Pedro, ruega por los cristianos que estamos sepultados junto a tu cuerpo» y «Pedro está aquí», además de un monograma que los cristianos primitivos usaban como signo de Pedro, con una 'P' y una 'E' mayúsculas.

Por su parte, el estudio de los huesos, encargado al antropólogo Venerando Correnti, determinó que pertenecían «a la misma persona, un ser robusto, de sexo varón, con avanzada edad, posiblemente de setenta años, y del primer siglo».

Las otras dos conclusiones de Corranti establecían, por un lado, que «los huesos del animal encontrado están prácticamente limpios a diferencia de los restos humanos, pues estos últimos tenían tierra que después de estudiada son de la tumba que estaba abierta y vacía, la misma que habían identificado como de San Pedro».

Y, por otro: «Los huesos tienen un color rojo provenientes del paño dorado y púrpura en que el cadáver fue envuelto. Aparte de la tela, hay restos de hilos de oro, lo que nos lleva a pensar que era una persona venerada. Posiblemente, los huesos se retiraron de la tumba original para guardarlos en el nicho y así quedar protegidos, pues este estaba intacto desde Constantino hasta el hallazgo».

Un detalle importante que los arqueólogos tuvieron en cuenta es que no encontraron entre los restos los huesos de los pies. Este hecho reforzaría la tesis de que los restos del cuerpo pertenecían realmente a San Pedro, pues se tiende a pensar que el santo fue crucificado cabeza abajo. Se sabe que la forma de descolgar a estos condenados era cortándoles los pies para que el cuerpo sin vida cayera al suelo.

El anuncio oficial

En julio de 1968, Pablo VI no dudó en anunciar oficialmente el «feliz acontecimiento del hallazgo de los restos de San Pedro».

En la noticia de ABC, publicada el día 27, se recogían algunas consideraciones del Papa al respecto: «No se habrán agotado con esto las investigaciones, comprobaciones, discusiones y polémicas, pero, por nuestra parte, nos parece un deber, según se hallan actualmente las conclusiones arqueológicas y científicas, daros a vosotros y a la Iglesia este anuncio feliz, obligados como estamos a honrar las sagradas reliquias que fueron en un tiempo vivos miembros de Cristo destinados a la gloriosa resurrección».

Y continuaba: «En el caso presente, tanto más solícitos y gozosos debemos estar, pues tenemos motivos para sostener que han sido encontrados los pocos, pero sacrosantos restos mortales del Príncipe de los apóstoles, de Simón, hijo de Jonás, del pescador a quien Cristo llamó Pedro.

De aquel que fue elegido por el Señor como fundamento de su Iglesia y a quien el Señor confió las supremas llaves de su Reino con la misión de apacentar y reunir a su rebaño hasta su glorioso retorno final».

 

 

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Primera parte del vídeo sobre la Basílica de San Pedro

 

Segunda parte del vídeo sobre la Basílica de San Pedro

 

Tercera parte del vídeo sobre la Basílica de San Pedro

 

 

 

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Visita virtual a la Basílica de San Pedro 

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TUMBA DE SAN PEDRO

 

 

 

 

 

Evolución del sacramento de la Unción de los enfermos

"Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (Santiago 5,14-15)

 

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.

La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.

 

Un sacramento de los enfermos

La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad, la Unción de los enfermos:

«Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por Marcos (cf Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor» (Concilio de Trento: DS 1695, cf St 5, 14-15).

hija Jairo unción

Jesús resucita a la hija de Jairo

 

 

Evolución del rito de la Unción de los enfermos

No cabe ninguna duda de que la administración del sacramento de la Unción de los enfermos se realizó siempre conforme a un ritual, por elemental que éste fuese. Sin embargo, hasta el s. VII no poseemos ningún testimonio detallado a este respecto.

El primer documento que nos ofrece un verdadero ritual, aunque muy breve, es el Liber Ordinum de la Iglesia mozárabe española (v. 1, 2). Según el Ordo ad visitandum vel perungendum infirmum, allí incluido, el sacerdote al entrar en la habitación del enfermo le hace la señal de la cruz en la cabeza con el óleo bendecido, mientras dice:

«En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo que reina por los siglos de los siglos».

A continuación recita tres antífonas y una oración a Cristo para pedir las gracias del sacramento en favor del enfermo. Finalmente le imparte la bendición.

En la liturgia romana el rito de la Unción de los enfermos ha tenido una lenta evolución. Los rituales que aparecen a finales del s. VIII toman como base los textos del Ordo ad visitandum infirmum y del Ordo super infirmum in domo, de los Sacramentarios Gregoriano-Hadriano (Edic. de Lietzmann, n° 208) y Gelasiano antiguo (Wilson, 281-282) respectivamente, con la única adición en muchos casos de una fórmula apropiada para la unción.

Nacen así diversos ritos de la Unción de los enfermos más o menos homogéneos y, por lo general, breves y concisos. Pronto, sin embargo, y debido sobre todo a la influencia de los monasterios, estos ritos comenzaron a complicarse sobremanera con la añadidura de diversas prácticas y de nuevas fórmulas eucológicas, llegándose a extremos tales que pronto se hizo necesaria una reducción depuradora de los formularios.

Fue Cluny quien contribuyó grandemente a esto al adoptar para su uso un ritual de la Unción de los enfermos bastante más simplificado que los corrientes en la época.

La influencia de la gran abadía borgoñona se hizo sentir no sólo en sus filiales sino también en Roma y debemos decir que, aunque de manera indirecta, a ella se debió la elaboración del Ritual abreviado que en el s. XIII se incluyó en el Pontifical de la Curia Romana.

Al extenderse este Pontifical a casi toda la cristiandad latina se fue generalizando simultáneamente el citado Ritual. Alberto Castellani (1523) y el cardenal Santori (1584-1602) lo incluyeron también en sus respectivos Rituales. Cuando en 1614, por mandato de Paulo V, se redactó el Ritual Romano, vigente hasta nuestros días, se lo incorporó al mismo con pequeñísimas variantes.

Por lo que respecta al lugar o momento de su administración y a su relación a los otros auxilios sacramentales a los enfermos -Penitencia y Viático-, digamos que según consta, parece que el orden primitivo era el siguiente:

Primero se administraba al enfermo la Penitencia; luego la Unción, que se consideraba como un complemento de aquélla; finalmente, el Viático.

 

El rito de la Penitencia «ad mortem» se desarrollaba, de ordinario, en dos etapas bien diferenciadas y con formularios propios, a saber: la admisión a la penitencia pública, con la confesión de sus culpas por parte del penitente, en un primer momento; luego, generalmente después de un largo tiempo, la reconciliación por medio de la absolución sacramental.

La Unción de los enfermos, por lo general, se realizaba entre ambos momentos. Pero, cuando la Penitencia pública cayó en desuso y quedó sólo la Penitencia privada, todo el rito penitencial se redujo al solo momento de la reconciliación, es decir, a la confesión y subsiguiente absolución. Con ello la Unción de los enfermos quedó definitivamente desglosada del rito de la Penitencia y colocada inmediatamente después de ella. En cuanto al Viático, de ordinario se siguió administrando, como ya queda dicho, después de la Unción.

A partir del s. X este orden sufrió en algunas partes una pequeña alteración; el Viático pasó a ocupar el lugar intermedio entre la Reconciliación y la Unción. Este orden, sin embargo, sólo llegó a generalizarse hacia fines del s. XII, y a través del Ritual Romano de Paulo V se fijó, conservándose hasta nuestros días.

En el s. XX resurge una vuelta al orden anterior. Ya en el año 1950 la S. Sede concedió permiso a todas las diócesis alemanas para restablecer el uso primitivo; privilegio que en seguida se extendió a las diócesis belgas y francesas. El Vaticano II, por su parte, ordenó en la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium:

«Además de los ritos separados de la Unción de los enfermos y del Viático, redáctese un rito continuado, según el cual la Unción sea administrada al enfermo después de la Confesión y antes de recibir el Viático».

Con esta disposición la mente del concilio está bien clara: volver a la praxis más antigua. Así lo hicieron la Instrucción Inter Oecumenici (26 sept. 1964), que dictaba algunas normas para la aplicación de la Constitución conciliar, y la Const. Sacram Unctionem infirmorum, que aprueba y promulga el nuevo Ordo litúrgico de este Sacramento.

 

Rito de la Unción de los enfermos.

En la Constitución determina Paulo VI que «el sacramento de la Unción de los enfermos se administra a Ios enfermos de gravedad ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas debidamente bendecido, y pronunciando una sola vez estas palabras:

Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad».

La Unción debe hacerse en la frente y en las manos, aunque, caso de necesidad, es suficiente hacer una sola Unción en la frente o, por razón de las condiciones particulares del enfermo, en otra parte más apropiada del cuerpo pronunciando íntegramente la fórmula.

La Unción ha de hacerse con aceite bendecido por el obispo. En principio el aceite debe ser de oliva, pero, en aquellas regiones donde ese aceite falta totalmente o su adquisición resulta difícil, puede ser empleado un aceite de otro tipo, pero siempre obtenido de plantas.

Desde una perspectiva pastoral queremos insistir en lo que afirma el n° 73 de la Const. Sacrosanctum Concilium:

«la Unción de los enfermos no es el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez».

Si bien -como es lógico- en los casos en que el peligro de muerte se presente de modo imprevisto deberá entonces administrarse este sacramento, aunque el enfermo esté ya agonizando. El deseo de la Iglesia, y el verdadero ideal al que se debe llegar, consiste en que se administre con tiempo suficiente, cuando el enfermo esté en plena posesión de sus facultades mentales y con una preparación espiritual lo mejor posible.

Dedúcese de ahí el gravísimo error en que incurren las personas responsables del cuidado de un enfermo cuando retrasan para el último momento, cuando el enfermo carece de sentido o están muy mermadas sus facultades, el avisar al sacerdote para que le administre este sacramento.

A este respecto, se impone a los pastores de almas la grave responsabilidad y tarea de instruir a los fieles acerca de la dignidad y eficacia del sacramento de la Unción de los enfermos, para que sepan valorarlo y, en consecuencia, pedirlo oportunamente.

 

 

 

 

ver Catecismo de la Iglesia Católica

 

RAÚL ARRIETA (GER)
BIBL.: M. RIGHETTI, Historia de la liturgia, II, Madrid 1956, 879-904; VARios, La liturgie des malades, «La Maison-Dieu» 15 (1948); A. CHAVASSE, Oraciones por los enfermos y unción sacramental, en A. G. MARTIMORT (dir.), La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967, 635-652; A. G. MARTIMORT, El nuevo ritual para los enfermos, «Phase» 74 (1973) 137-142; P. FARNÉS, Los textos ecológicos del nuevo ritual de la Unción de los enfermos, ib. 143-155; P. M. GY, Le noveau rituel romain des malades, «La Maison-Dieu» 113 (1973) 29-49; J. A. BERNARD, La catequesis de los enfermos en la perspectiva sacramentarla de la Unción, «Sinite» 8 (1967) 409-443; A. M. TRIACCA, Per una rassegna sul sacramento dell'unzione degli infermi, «Ephemerides Liturgicae» 89 (1975) 397;467 (una bibl. muy completa en todos los aspectos).

 

protomártires romanos

 Su fiesta se celebra el 30 de junio

Son los primeros mártires que murieron en Roma, cuya muerte decretó el emperador Nerón por medio de atroces tormentos.

 

No sabemos sus nombres, salvo que los apóstoles Pedro y Pablo encabezaron este numeroso grupo de los primeros mártires romanos, víctimas de la persecución de Nerón tras el terrible incendio que destruyó gran parte de Roma en el año 64 (19 de julio).

Fue precisamente en el transcurso de esta persecución cuando se produjeron los martirios de San Pedro y San Pablo, por lo que la fiesta de los protomártires se celebra el 30 de junio, es decir, el día siguiente a la de estas dos columnas de la Iglesia.

 

protomartires - Busto de Nerón

 

En comparación con la comunidad hebrea, los cristianos residentes en Roma en aquella época constituían un grupo de personas reducido. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas, y sobre ellos hizo recaer Nerón, condenándolos a terribles suplicios, la culpa del incendio, a fin de que cesaran las acusaciones que se le habían hecho a él.

En este sentido, el emperador se sirvió del hecho de que las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses, celosos y vengativos.

“Los paganos—recordará más tarde Tertulianoatribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!

 

Los hechos acaecidos tras el incendio están atestiguados por el más célebre de los historiadores romanos, el pagano Tácito (Annales, 15, 44),quien no expresa la menor simpatía por los cristianos, tal y como lo demuestran los calificativos que emplea al referirse a ellos: “ignominias”, “execrable superstición”, “odio al genero humano”, “culpables”, merecedores del máximo castigo”…

Lo de menos es que fuera verdad que los cristianos hubieran incendiado Roma, el odio se había desatado y todos tenían que morir. Tácito especifica claramente los géneros de muerte que se aplicaron a los cristianos: “A su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberles hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche”.

También hace referencia a ellos San Clemente, Obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6), donde narra lo siguiente:

   “Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles. A Pedro, que por una hostil emulación tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el martirio y llegar así a la posesión de la gloria merecida.

Esta misma envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la paciencia: en repetidas ocasiones, fue encarcelado, obligado a huir, apedreado y, habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y en el Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades y, de este modo, partió de este mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo perfecto de paciencia.

A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de elegidos que, habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos también por emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo”.

 

Incendio de Roma - protomartires

 

Juan Pablo II al referirse a estos mártires romanos decía:

“Es necesario recordar el drama que experimentaron  en su alma, en el que se confrontaron el temor humano y la valentía sobrehumana, el deseo de vivir y la voluntad de ser fieles hasta la muerte, el sentido de la soledad ante el odio inmutable y, al mismo tiempo, la experiencia de la fuerza que proviene de la cercana e invisible presencia de Dios y de la fe común de la Iglesia naciente. Es preciso recordar aquel drama para que surja la pregunta: ¿algo de ese drama se verifica en mi?"

 

Sobre el incendio de Roma:

«No respetó ni a Roma ni al pueblo» por Marta Sordi

El incendio de Roma y la primera persecución de Nerón

 

 

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ACTA PROTOMÁRTIRES ROMANOS

 

Pedro y Pablo

"Ambos son fundamento de la Iglesia una, santa, católica y apostólica"

Estos dos Apóstoles son venerados en este día como columnas de la Iglesia romana, que consolidaron con su sangre derramada por Jesucristo en la ciudad eterena. San Pedro, elegido por Jesús como cabeza de la Iglesia, estableció su sede en Roma y allí fue crucificado. San Pablo, después de su intensa tarea apostólica por todo el Imperio, predicó también en Roma, donde sufrió dos veces cautividad y acabó siendo decapitado.

Benedicto XVI destacaba la diversidad de carismas de los ambos.

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 30 de junio de 2010 -

Benedicto XVI destacó la diversidad de carismas y misiones de los santos que son el fundamento de la Iglesia: Pedro y Pablo.

En su alocución previa al rezo del Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico vaticano, este martes, el Papa afirmó que “los dos santos patronos de Roma, a pesar de haber recibido de Dios carismas y misiones diversas que cumplir, son ambos fundamento de la Iglesia una, santa, católica y apostólica”.

Respecto a Simón Pedro, el Pontífice señaló que “está tan cerca del Señor como para convertirse él mismo en una roca de fe y de amor sobre la que Jesús ha edificado su Iglesia”

Pedro y Pablo

San Pablo, añadió, “con la Gracia divina ha difundido el Evangelio, sembrando la Palabra de verdad y de salvación en medio de los pueblos paganos”.

Citando a san Juan Crisóstomo, Benedicto XVI afirmó que Dios ha hecho a la Iglesia “más fuerte que el mismo cielo” y recordó que Cristo le dijo a san Pedro que lo que atara en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desatara en la tierra quedará desatado en los cielos.

También subrayó que la Iglesia está “permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, ya que es enviada al mundo a anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye”

En sus palabras, pronunciadas tras celebrar en la Basílica Vaticana, la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo y entregar el palio a 39 arzobispos metropolitanos, explicó que el palio “simboliza tanto la comunión con el Obispo de Roma, como la misión de apacentar con amor a la única grey de Cristo”.

Finalmente, pidió que “el ejemplo de los Apóstoles Pedro y Pablo ilumine las mentes y encienda en los corazones de los creyentes el santo deseo de cumplir la voluntad de Dios, para que la Iglesia peregrina en la tierra sea siempre fiel a su Señor”. E invitó a los asistentes a dirigirse “con confianza a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, que desde el Cielo guía y sostiene el camino del Pueblo de Dios”.

Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó a los familiares y acompañantes de los arzobispos que acababan de recibir el palio y a los peregrinos en distintas lenguas. A los de lengua española les invitó a seguir el ejemplo de los santos Pedro y Pablo martirizados en Roma “para que, cada vez más unidos al Señor, sepáis dar en vuestra vida abundantes frutos de santidad y apostolado”.

Vídeo: Romereports

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SAN PEDRO Y SAN PABLO

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