Después de la segunda Pascua en Jerusalén, Jesús vuelve a Galilea. Allí, en una población que no nos es fácil identificar, es invitado a comer por un fariseo rico llamado Simón.
Jesús acude abierto a toda muestra de buena voluntad, aunque sea con reticencias, como es este caso. En las comidas judías era costumbre tener muestras de hospitalidad como ofrecer abluciones, pero allí hay frialdad. El motivo quizá sea que Simón se sabe observado por otros fariseos que miran con malos ojos esa invitación.
No quiere manifestarse demasiado amistoso con Jesús. Quiere observarle, pero, desde luego, no le mueve ninguna clase de amor al nuevo profeta, que se confiesa el Mesías y anuncia el nuevo Reino de Dios.
El ambiente es educado, pero frío. Cuando de repente entra una mujer, se arrodilla ante Jesús, llora y, al tiempo, rompe un frasco de perfume, y baña los pies del Señor con sus lágrimas. El gesto es más elocuente que las palabras: está arrepentida de su vida de pecado.
¿Quién era aquella mujer? Era una pecadora. Los indicios nos llevan a identificarla con María Magdalena –María de Magdala- que es hermana de Lázaro. Una mujer de buen ambiente religioso, pero que pierde la cabeza en una vida de pecado sin recato. Si grande fue la locura que le llevó a malos caminos, mayor aún ha sido la conversión dolorosa de esta mujer.
Jesús calla ante esta explosión de sentimiento. Él sabe bien que, a veces, las palabras tienen que esperar. Pero algo turba aquellos momentos de gozo y reconciliación con Dios. Es el juicio secreto de Simón. Jesús lo advierte y no puede callar.
"Viendo esto el fariseo que lo había invitado decía para sí: Si este fuera profeta sabría con certeza quién y qué clase de mujer es la que le toca: que es una pecadora. Jesús tomó la palabra y dijo: Simón, tengo que decirte una cosa. Y él contestó: Maestro, di.
Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. No teniendo con que pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más? Simón contestó: estimo que aquel a quien se le perdonó más. Entonces Jesús le dijo: Has juzgado con rectitud. Yvuelto hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? entré en tu casa y no me diste agua para limpiarme los pies; ella en cambio ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos.
No me diste el beso, pero ella desde que entré no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con óleo; ella en cambio ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho"(Lc).
María Magdalena. Óleo de Ivanov
Jesús entra, y se coloca sin demasiadas ceremonias en el sofá, se reclinan sobre el brazo derecho, para comer con la mano izquierda, los pies descalzos están colocados hacia el exterior del asiento.
La mujer, desde sus lágrimas, escucha las palabras de Jesús, y se conmueve más aún. Está perdonada. Su gesto, valiente, ha tenido respuesta. Simón calla ante la lección. Jesús muestra el amor misericordioso que perdona al pecador.
"Aquél a quien menos se perdona menos ama. Entonces le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados". La sala entera se conmovió ante esas palabras, y, una vez más vuelven los comentarios: ¡Ha perdonado los pecados!.
"Y los convidados comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?" Es el señor de la vida que resucitó a un muerto, es el señor del sábado que trabaja en íntima unión con el Padre celestial. Es el Hijo que puede perdonar, porque es igual al Padre y ha venido a traer el perdón a los hombres.
La mujer ha quedado silenciosa en medio del revuelo suscitado por su conducta. Entonces Jesús se dirige a ella, y le dice: "Tu fe te ha salvado; vete en paz". Jesús dice que su pecado es real, pero encuentra la disculpa: "Ha amado mucho". Las últimas palabras del Señor se le quedan fuertemente gravadas en su memoria: "vete en paz".
Se le dilata el alma, y asiente con todo su ser cuando oye que "ama más aquél a quien más se le perdona". La pecadora es ahora una mujer nueva que empleará toda la fuerza del amor que le llevó al pecado a una causa mucho mejor: la de amar a Dios con todas las fuerzas por el camino recién descubierto.
Enrique Cases,
Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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Lo más seguro respecto de este Santo, tan celebrado por otra parte en la antigüedad, es lo siguiente:
San Pedro Crisólogo, obispo de Ravena en la segunda mitad del siglo V (432-452), nos dice en el sermón 128 que Apolinar fue el primer obispo de Ravena y el único mártir de la ciudad. Ahora bien, especificando algo más el concepto de martirio de este Santo, nos comunica a través de ponderaciones oratorias que, de hecho, no murió por efecto de los tormentos y con la efusión de su sangre, por lo cual no podía ser considerado con rigor como mártir.
Sin embargo, añade que los trabajos que tuvo que sufrir en el gobierno de su iglesia y la paciencia que mostró en todos ellos, que a veces llegó a la efusión de sangre, permiten considerarle en nada inferior a los mártires. En efecto, según dice él estuvo siempre dispuesto al supremo sacrificio y a punto de ser sacrificado cuando se dejó convencer por las oraciones de su grey, y quedó todavía algún tiempo en este mundo, difiriendo el cumplimiento de sus deseos.
Surgió en el siglo VII la leyenda en torno suyo, la Pasión de San Apolinar. Es interesante, para conocer el espíritu del tiempo, considerar la facilidad con que se introdujeron en el ambiente popular los rasgos del patrono de Ravena, claramente legendarios.
En efecto, según esta Pasión, Apolinar era uno de los discípulos de San Pedro y con él vino de Antioquía a Roma en tiempo del emperador Claudio (41-54). Enviado, pues, por el Príncipe de los Apóstoles para predicar el Evangelio en Ravena, se dirigió a esta ciudad, donde obró estupendos milagros, con los cuales se convencieron sus habitantes de la misión divina que les traía.
De este modo recibieron el bautismo muchos de ellos, en particular un tribuno muy influyente y un patricio llamado Bonifacio. Tan notables y numerosas conversiones exasperaron a los sacerdotes de los ídolos y a muchos fanáticos paganos, los cuales atormentaron inhumanamente al apóstol, por lo cual se vio forzado a ocultarse, después de doce años de fecunda labor en la ciudad.
Pasado algún tiempo emprendió una nueva campaña de apostolado, obrando grandes milagros, por lo cual un delegado del nuevo emperador, Nerón (56-68), empleó contra él toda clase de medios para inducirle a que abandonara el culto de Cristo y ofreciera incienso a Júpiter; de aquí pasó a las amenazas; mas, viendo que ni los halagos ni las amenazas lograban doblegar su férrea constancia, le hizo azotar bárbaramente y aplicar otros tormentos, y, como no consiguiera rendirlo, le cargó de cadenas, y arrojó a un horrible calabozo, de donde partió poco después desterrado a Grecia.
Embarcado juntamente con otros tres clérigos, tuvo que sufrir una horrorosa tempestad; mas, llegado a Corinto, evangelizó la región de Misia, donde curó de la lepra a uno de sus reyezuelos, pero no pudo realizar muchas conversiones; siguió luego por las riberas del Danubio y entró en Tracia, donde obtuvo fruto más abundante; pero, enfurecidos contra él los adoradores de Serapis, le azotaron cruelmente y arrojaron en un bajel fuera de su territorio.
Vuelto entonces a Ravena, después de tres años de ausencia, fue recibido con gran entusiasmo por los cristianos, e inició con gran fervor una nueva etapa de predicación y conversiones, acompañadas de multitud de milagros. Pero, inesperadamente, fue arrebatado por un pelotón de paganos, los cuales le hicieron objeto de las mayores violencias, y, conduciéndole al templo de Apolo, le obligaron a adorarlo.
Entonces el Santo, lejos de obedecerles, se puso en oración, y rápidamente el ídolo cayó al suelo hecho pedazos, con lo cual, enfurecidos los paganos, le condujeron al juez Taurus, exigiéndole que le condenara a muerte. Este quiso entonces poner en ridículo ante todo el mundo a aquel hombre, de quien tantas maravillas se contaban y tanto influjo ejercía en las masas.
Así, pues, puso delante de él y de gran multitud del pueblo y de la nobleza reunidos a un hijo suyo, ciego de nacimiento, y le intimó con toda solemnidad que, si le curaba, todos creerían en él; de lo contrario, recibiría el castigo de sus imposturas.
Puesto, pues, Apolinar ante esta alternativa, hizo primeramente oración, y luego, invocando el nombre de Dios, devolvió la vista al niño. Ante tan estupendo milagro abrazó la fe cristiana gran multitud de espectadores y el mismo juez condujo al Santo a lugar seguro, donde pudo entregarse durante cuatro años a su obra de apostolado.
Pero descubierto por fin por los fanáticos paganos y denunciado a Vespasiano (69-79), fue conducido a la cárcel y entregado a la custodia de un centurión; mas, como éste era cristiano, pudo evadirse; pero, apresado entonces por los Paganos, fue azotado y maltratado cruelmente, y, recogido por los cristianos, murió siete días después, el 23 de, julio del año 81.
Por otra parte, aun fuera de Ravena y las llanuras del Po es admirable la expansión que alcanzó durante la Edad Media el culto de San Apolinar. Así aparece en un estudio reciente, no sólo en lo que se refiere a Italia, sino también a otros territorios. Así, para no citarmás que unos pocos ejemplos: la importante sede metropolitana de Reims; el Apolinarisberg, en Alemania, entre Coblenza y Bonn, cerca de Remagen; la abadía de Burtscheind, dedicada al Santo, cerca de Aquisgrán: la iglesia monástica de Michel-bach-le-Haut, en el alto Rhin.
Indudablemente, su culto alcanzó un gran esplendor entre los siglos VI y IX, y es una de las manifestaciones la rivalidad entre Ravena y Roma. Pero, después de alcanzar su punto culminante, experimentó también su crepúsculo, si bien conservó siempre una relativa significación.
BERNARDINO LLORCA, S. I.
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Gladiator 2 será, evidentemente, una continuación directa, contando asimismo con algunos de los personajes que conocimos en la famosa cinta del año 2000, no así con un Russell Crowe que maneja información privilegiada y quien además ha declarado sentirse "incómodo" con cómo se ha tratado a cierto personaje, aunque no ha querido aclarar de a quién se refiere.
Gladiator 2 volverá a contar con Connie Nielsen entre su reparto, una actriz que retomará su papel como Lucilla, la madre de Lucio y hermana del emperador Comodo. Además, Derek Jacobi, Gracchus en en film, nos deleitará una vez más con su interpretación del impopular senador.
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En cuanto a nuevos rostros, la película también contará con la participación de un elenco estelar que incluye a Denzel Washington, que será Aníbal de Cartago, quien se interpretará a un noble y comerciante de esclavos, además de Paul Mescal como Lucio ya mayor, Joseph Quinn, Fred Hechinger, Barry Keoghan, May Calamawy, Lior Raz, Peter Mensah, Matt Lucas y Pedro Pascal, del que ya se especula será el otro gran protagonista junto a Denzel Washington.
En cuanto a la fecha de estreno de Gladiator 2, esta se ha modificado a lo largo del tiempo, aunque parece que finalmente veremos lo nuevo de Ridley Scott el próximo 15 de noviembre de este mismo año, una fecha elegida para no coincidir con otros pesos pesados de la industria porque la cinta de gladiadores ya parece haber concluido su rodaje y montaje y de hecho ya mostró su primer adelanto durante la CinemaCon de este año.
Si bien todavía no hay una sinopsis oficial, la siguiente sinopsis se ha elaborado a través de lo que han comentado los asistentes a la CinemaCom que pudieron disfrutar del primer tráiler de Gladiator 2.
En esta segunda parte, Lucius, que ha renunciado a sus privilegios nobles y ha vivido en la naturaleza durante 15 años, es reclutado por un antiguo esclavo (Washington) para vengarse de los emperadores Caracalla (Quinn) y Geta (Barry Keoghan). Inspirado por el legado de Máximo, Lucius acepta luchar en el Coliseo. Mientras tanto, Pascal, un comandante romano, es coronado por Caracalla y lidera al ejército en numerosas batallas, aunque su destino se verá truncado rápidamente.
Promete ser todo una muy buena película de romanos, luchas brutales, inundación del Coliseo y escenarios de fantasía incluidos.
El protagonista de la historia será Lucio (Paul Mescal), hijo de Lucila, sobrino de Cómodo y nieto de Marco Aurelio. Ha crecido alejado de su madre en Numidia (norte de África). Allí será esclavizado por el general Marcus Acacius (Pedro Pascal), que sirvió bajo las órdenes de Máximo Décimo Meridio.
Lucio es llevado a Roma como esclavo y vendido como gladiador. Acaba luchando en el Coliseo bajo la atenta mirada de los coemperadores de Roma: Caracalla y Geta. Hermanos e hijos de Septimio Severo, muestran un Imperio decadente.
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Una antigua tradición del siglo II atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de María. El culto aparece para santa Ana ya en el siglo VI y para san Joaquín después. La devoción a los abuelos de Jesús es una prolongación natural del cariño y veneración a la Madre de Dios.
Según esta tradición, la madre de María nació en Belén. El nombre Ana significa "gracia, amor, plegaria". La Sagrada Escritura nada dice de ella. Todo lo que sabemos está en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual a los 24 años, talludita para la época --las mujeres se desposaban entonces muy pronto, casi adolescentes--, Ana se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo, de Nazaret. Ana, descendía de la familia real de David. Veamos el papel de las mujeres en toda esta historia.
Los abuelos de Jesús vivían en Nazaret y, según la tradición, dividían sus rentas anuales de esta manera: una parte para los gastos de la familia, otra para el templo y la tercera para los más necesitados.
Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo no llegaba, ausencia sin duda de la bendición divina, según sus contemporáneos. Ana tiene ya 44 años y le queda poco tiempo para un posible embarazo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre la esterilidad de la familia como algo que les hacía indignos de entrar en la casa de Dios. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para pedir a Dios un hijo. Ana intensifica sus ruegos. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, en el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, un gran profeta. Un paralelismo evidente en los nombres, y en el resultado de los ruegos.
Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los abuelos de Jesús fueron honrados en Oriente; después se les rindió culto en toda la cristiandad, donde se levantaron templos bajo su advocación.
Cuando se visita Tierra Santa, se puede ver la probable casa en la que vivió María su infancia. Fue una niña especial y como tal fue educada. Conocedora de las Escrituras, que enseñó a su hijo Jesús. ¿Y dónde estaban Joaquín y Ana, los abuelos, el día del Nacimiento?
Estaban en Nazaret, pues de allí era María. Se puede entrar hoy también en la casa –una casa de piedra de buena factura, de genteacomodada, como casi todas las de Nazaret, un pueblo próspero- en la que la joven desposada con José recibió el anuncio del enviado Gabriel, y aceptó una misión divina para la que había sido elegida, no sin cierto azaramiento --¿cómo puede ser esto?- en la confianza de la sabiduría del Padre y de la generatividad del Espíritu Santo.
¿Dónde estaban los abuelos de Jesús? ¿Les dijo algo María de todo este tinglado en que la había metido Dios? Si no se lo dijo, pronto vieron los efectos de la palabra divina, siempre eficaz. Y pronto tejieron un círculo de amor en torno a aquella joven encinta e inexperta.
Podemos imaginar a Ana tejiendo ropitas para ese niño tan especial, el Emmanuel. El hijo de María. Seguramente José y María –que eran previsores- partieron para Belén con las alforjas de la mula bien llenas de pañales y ropitas forradas para que el Niño, si es que le daba por llegar en medio del viaje, no pasara frío. En aquella época, los viajes eran una aventura para la que sólo se llevaba billete de ida: salteadores en los caminos, una mula que podía fallar, buscar posada en días de censo y sin precios fijos, los trámites de la burocracia romana podrían tardar más de lo previsto. Lo dicho, una aventura. La vuelta quedaba en manos de la Providencia.
Lo del frío que pasó Jesús cuando nació no deja de ser una bonita consideración piadosa de la devoción de san Alfonso María de Ligorio, en su famoso villancico Tu scendi dalle stelle. Ligorio y otros autores hablan del frío y el hielo de aquella noche –en una traslación del clima europeo a la templada Tierra Santa, donde por mucho que nos empeñemos en poner nieve en los belenes no nieva--, pero se refieren más bien al frío espiritual de la indiferencia y del abandono de la ley del pueblo santo. A templar, o mejor incendiar, ese frío venía Jesús.
¿Dónde estaban los abuelos de Jesús en la noche más santa del año? Estaban en las puntadas de las ropitas y provisiones confeccionadas por Ana. En la oración asidua por los nuevos esposos, para que el viaje fuera bien y la flamante familia regresara pronto a Nazaret. En el pensamiento de María y José al ver la cara de ese niño tan esperado. Esperado por siglos y naciones.
Esa alegría tuvo que viajar sin palabras, a la velocidad de la luz, y más, hasta el corazón de Joaquín y Ana, que esperaban la buena noticia en Nazaret. Nadie quita que alguna caravana, contactada por José, les llevara el feliz anuncio del Nacimiento. Y si hubo un enviado de Dios a los pastores, un sueño que puso en marcha a los sabios de Oriente, un sueño que avisó a José varias veces, ¿no habría un mensaje divino para los felices abuelos? Seguro que sí.
Abuelos en la distancia de estos primeros días. Como tantos abuelos que ven a sus hijos emigrar a otra tierras más benéficas, otras tierras donde labrar un futuro para sus familias. Tantos abuelos que esperan el regreso de unos nietos . Quién sabe...
Los abuelos siempre esperan. Su casa sigue abierta. Podemos imaginar a Joaquín y Ana esperando y luego conociendo, por fin, a su nieto a la vuelta del largo exilio no programado –con emigración a Egipto incluida para esquivara Herodes y vuelta directa a Nazaret para eludir a Arquelao--. Les podemos imaginar llenándole de besos, cantándole canciones para dormir, haciéndole regalos y, seguro, enseñándole las oraciones y las palabras de Dios a su pueblo elegido.
Podemos imaginar a María, yendo a la compra y dejando al peque en casa de los abuelos por unas horas. Por vivir en el siglo I los abuelos de Jesús seguro que no se libraron ¡de hacer de canguros!
Por Nieves San Martín
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Una de las más populares advocaciones marianas, difundida por los carmelitas. La orden de nuestra Señora del Monte Carmelo surgió en aquel lugar de Tierra Santa y se organizó como orden mendicante en el siglo XIII, bajo la dirección de san Simón Stock.
La Virgen María se apareció a este santo, prometiendo su auxilio especial a la hora de la muerte a los miembros de la orden Carmelita, y a todos los que participan de su patrocinio llevando su santo escapulario.
El monte Carmelo, a cuya extraordinaria belleza compara a su Esposa el Cantar de los Cantares, es de sabor netamente bíblico. Hay que subir hasta el Libro de los Reyes o más arriba para dar con su origen. Dos son los montes que en Palestina llevan este nombre.
El de Judea ,que no nos interesa, es árido y seco, parece que pesa sobre él la maldición de Cristo contra el pueblo deicida. El de Galilea, por el contrario, es fértil y fecundo en toda clase de frutos. Está junto al mar Mediterráneo y fue el teatro donde se deslizó la vida del profeta de Dios Elías Tesbita,
La fiesta litúrgica de este día, extendida a toda la Iglesia en 1726 por Su Santidad Benedicto XIII, recoge la narración bíblica que se entreteje entre Elías, el Carmelo y María.
El pueblo de Israel había vuelto a pecar. Dios envió a Elías para castigarle. Este profeta, en cuyo corazón y labios ardía el fuego del culto al verdadero Dios, cerró el cielo con el poder de su oración. Tres años y medio sin caer una gota de agua sobre la tierra.
Arrepentidos, vuelve Elías a interceder por ellos y el Señor escucha su oración, Elías sube a la cumbre del Carmelo. Se postra en tierra y ora con fervor. Manda a su criado que mire hacia el mar. Sube y mira. No hay nada. Vuelve a subir hasta siete veces. A la séptima dice:
"Divisase una nubecilla, pequeña como la palma de la mano de un hombre, la cual sube del mar... Y en brevísimo tiempo el cielo cubrióse de nubes con viento, y cayó una gran lluvia".
Algunos autores, sobre todo a partir del siglo XIV, vieron en esta nubecilla, en figura o tipos bíblicos, a la Virgen Inmaculada, mediadora universal. La Iglesia así lo ha aceptado en su liturgia.
El monte Carmelo es un abultado volumen de historia. Ha visto pasar a su vera los pueblos más diversos. Desde muy antiguo habitaron los carmelitas en él y en él comenzaron a dar culto a la Virgen Inmaculada.
A Ella, a Santa María, tal cual la celebraban en la alta Edad Media, sobre todo a partir del concilio de Calcedonia, los ermitaños del monte Carmelo levantaron una célebre capilla, meta de peregrinaciones a fines del siglo XI, o principios del XII. Con ello no hacían más que ponerse bajo su patronato, o, como entonces se decía, bajo su título. Más adelante se unirá, formando una sola, la doble idea: María-Carmelo.
Recientemente se han hecho excavaciones para buscar restos arqueológicos de esta venerada capilla. En marzo de 1958 el conocido arqueólogo franciscano padre Belarmino Bagatti comenzó las excavaciones junto a la llamada "Fuente de Elías" y unos meses después descubría los cimientos y parte de los muros de una capilla de 22,30 por 6,25 metros, y junto a ella una pared de dos metros y medio de ancha que parece ser restos del primitivo monasterio de San Brocardo.
Todavía no se pueden afirmar definitivamente estas conjeturas. Por ello se sigue trabajando en las excavaciones, pero es muy probable que se trate de esta célebre capilla.
La simbólica interpretación de la nubecilla, que no es más que una hermosa figura para significar a la humilde y pura Virgen María como Mediadora universal de todas las gracias por su divina Maternidad corredentora, influyó a aumentar el profundo marianismo que impregnó, desde sus orígenes, la historia, liturgia y espiritualidad del Carmelo.
El monte Carmelo ha ido pasando de unas manos a otras. Hoy es el Gobierno israelita su dueño. A su antojo hacen y deshacen sin consultar a sus pacíficos y legítimos moradores, los hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.
Poco después de la milagrosa aprobación de la regla carmelitana por Honorio III en 1226 vinieron los carmelitas a Occidente. El pueblo los recibió como llovidos del cielo. Decían que se llamaban: Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Más adelante, el 26 de abril de 1379, el papa Urbano VI concedía tres años y tres cuarentenas de indulgencias a cuantos así los llamaran.
En algunas partes, sobre todo en Inglaterra, quizá poco después de la entrega del Santo Escapulario, se introdujo una nueva festividad mariana: "La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo".
Fue extendiéndose de día en día hasta que, al reunirse la Orden en Capítulo general el 1609, se propuso a todos los gremiales que festividad debía tenerse como titular o patronal de la Orden, y todos unánimemente contestaron: "La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo".
Comenzó como fiesta de familia, pero como por el don del Santo Escapulario, que se extendía tanto como la misma Iglesia, todos se sentían auténticos carmelitas, pronto llegaron a la Santa Sede peticiones e instancias solicitando poder celebrar dicha festividad.
España fue la primera en obtener del papa Clemente X, el 1674, el permiso para celebrar esta festividad en todos los dominios del Rey Católico. A esta petición siguieron otras muchas, hasta que el 24 de septiembre de 1726 Su Santidad Benedicto XIII la extendía a toda la cristiandad con rito doble mayor y con la misma oración y lecciones para el segundo nocturno que desde el siglo anterior rezaban ya los religiosos carmelitas.
Hoy la fiesta del Carmen, en muchas partes del mundo católico, es considerada como fiesta casi de precepto. En las naciones latinas sobre todo se le profesa una tierna y profunda devoción, y es el Santo Escapulario del Carmen la enseña que con devoción y amor cubre el pecho de todos los auténticos católicos.
El significado o fisonomía de la fiesta del Carmen es diferente del de otras festividades marianas, aunque, como es natural, no son sino diferencias accidentales, ya que para que sea devoción mariana y genuinamente ortodoxa debe esencialmente reducirse a la devoción mariana en general.
Así el martirologio sintetiza y anuncia la fiesta: "Conmemoración solemne de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, a la cual la familia carmelitana consagra este día por los innumerables beneficios recibidos de la misma Santísima Virgen en señal de servidumbre".
La fiesta del Carmen es como el tributo de amor que el Carmelo "todos los hijos de María que llevan su vestido" le ofrecen anualmente en señal de acatamiento y gratitud. El 16 de julio canta los inmensos favores que María ha derramado a través de los siglos sobre su Orden predilecta y sobre sus más fieles hijos, y a la vez la consagración y total entrega del Carmelo a María.
Con este espíritu celebran los carmelitas su fiesta y con estos sentimientos la celebraron los santos y debemos celebrarla nosotros. El contenido doctrinal de esta fiesta es muy rico y a la vez profundamente dogmático y espiritual, igual que el de las grandes fiestas marianas del ciclo litúrgico, con las cuales se compenetra íntimamente.
La idea dominante de esta festividad no es otra que la acción maravillosa de María sobre el Carmelo, es decir, su Realeza universal como Mediadora de todas las gracias, igual que la Iglesia la celebra el día de la Asunción.
La advocación del Carmelo es sumamente grata a María y al pueblo.
Gruesos volúmenes se hallan publicados ya desde sus remotos orígenes que recogen los prodigios obrados en mar, tierra y aire al ser invocada bajo la simpática advocación de Nuestra Señora del Carmen.
No hay que olvidar tampoco las dos últimas apariciones de María. La decimoctava y última visita que hace María a Santa Bernardita en la gruta de Massabielle la reservaba para el día 16 de julio de 1858, a pesar de que desde la decimoséptima habían pasados días muy señalados. Y el 13 de octubre de 1917, a los tres pastorcitos de Fátima, se les aparece por sexta y última vez vestida con el hábito marrón y capa blanca carmelitanas.
Que sea devoción sumamente grata al pueblo también es una verdad demasiado clara. Hay devociones que necesitan quien las fomente y propague, languideciendo rápidamente cuando les faltan estos apóstoles. No es así la del Carmen o del Santo Escapulario. Ella, por sí sola, con sus prodigios y sus privilegios, se extiende y propaga.
Con todo, no hay que confundirlo. La devoción del Escapulario no debe propagarse sólo por razón de los así llamados "Privilegios", ya que ésta sería una devoción falsa o imperfecta. La razón de los privilegios no es sino para fomentar el amor de caridad a Jesús y a María.
El valor principal de la devoción del Carmen no está en los prodigios a que hemos aludido ni en los privilegios que veremos, sino en su profundo valor espiritual o ascético en orden a nuestra santificación. Es decir, el Escapulario debe ayudarnos a vivir nuestra total consagración a Jesús por María en su servicio y en su presencia, en su unión e imitación.
La devoción al Escapulario de unos años para acá ha decaído un tanto porque algunos, fijándose casi exclusivamente en sus privilegios, desconocen su importancia, significación y valor en la vida cristiana, de la que es su más elocuente manifestación. De hecho la Iglesia la ha hecho suya para consagrar oficialmente a todo hombre a María desde el principio de su vida.
Aun así continúa siendo la devoción característica y propia de las familias cristianas. ¿Y por qué? Porque su poderoso valimiento llega a los momentos más difíciles de la vida, a la hora cumbre de la muerte, y, traspasando los umbrales de acá, no se da descanso hasta el mismo purgatorio, de donde saca a las almas que le fueron devotas y vistieron en vida el Santo Escapulario. Estas son sus credenciales: "En la vida protejo, en la muerte ayudo y después de la muerte salvo".
Se halla tan extendida esta devoción entre el pueblo cristiano, que un ilustre historiador B. Zimmerman podía escribir a principios del siglo: "La Cofradía del Escapulario es la más numerosa asociación del mundo después de la Iglesia católica".
Verdad histórica que coincide con lo que escribía en su obra póstuma María Santísima nuestro cardenal Gomá: "Nadie ignora lo extendida que está por todo el pueblo cristiano, en todas partes, y con qué profundo arraigo, la devoción a la Santísima Virgen del Carmen, de tal forma que a esta devoción podemos llamarla por antonomasia "devoción cristiana", o mejor, "católica".
La devoción del Santo Escapulario del Carmen, "la primera entre las devociones marianas" la llamaba Su Santidad Pío XII el 11 de febrero de 1950; además de ser muy grata a María es sumamente ventajosa al que la practica. Pocas devociones, de hecho, tienen prometidas tantas y tan señaladas gracias. He aquí las principales:
Morir en gracia de Dios. Es la gran promesa que ya hemos visto hizo la Santísima Virgen al entregar el Santo Escapulario a Simón Stock en 1251.
Salir del purgatorio a lo más tardar el sábado después de la muerte. Así lo dijo la Santísima Virgen al papa Juan XXII, en 1322. Es el llamado privilegio sabatino.
El 8 de julio de 1916 Su Santidad Benedicto XV, con deseos de que se siguiese usando el Escapulario de tela, concedió quinientos días de indulgencias cuantas veces se besara. Quien viste el Escapulario del Carmen se hace acreedor de todas las indulgencias, gracias y privilegios que los Sumos Pontífices a través de los siglos han otorgado a la Orden del Carmen.
La imposición del Santo Escapulario constituye el acto más elocuente y real de nuestra consagración a la Santísima Virgen. Por el Escapulario se vive íntima y continuamente consagrado a María tal cual nos exige nuestra condición de hijos y hermanos suyos. Por él pertenecemos a María, ya que vestimos su mismo ropaje. Por ello debemos vivir su misma vida.
Devolvamos el valor a esta sólida devoción que el mundo ha olvidado por alejarse tanto.
Que los lazos del Escapulario del Carmen simbolicen nuestra vuelta a la Casa del Padre, nuestra sumisión a sus mandatos, nuestra unión familiar, nacional e internacional.
Que la Madre y hermosura del Carmelo nos lo conceda.
RAFAEL MARÍA LÓPEZ MELÚS, O. CARM.
Una antigua tradición del siglo II atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de María. El culto aparece para santa Ana ya en el siglo VI y para san Joaquín después. La devoción a los abuelos de Jesús es una prolongación natural del cariño y veneración a la Madre de Dios.
Según esta tradición, la madre de María nació en Belén. El nombre Ana significa "gracia, amor, plegaria". La Sagrada Escritura nada dice de ella. Todo lo que sabemos está en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual a los 24 años, talludita para la época --las mujeres se desposaban entonces muy pronto, casi adolescentes--, Ana se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo, de Nazaret. Ana, descendía de la familia real de David. Veamos el papel de las mujeres en toda esta historia.
Los abuelos de Jesús vivían en Nazaret y, según la tradición, dividían sus rentas anuales de esta manera: una parte para los gastos de la familia, otra para el templo y la tercera para los más necesitados.
Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo no llegaba, ausencia sin duda de la bendición divina, según sus contemporáneos. Ana tiene ya 44 años y le queda poco tiempo para un posible embarazo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre la esterilidad de la familia como algo que les hacía indignos de entrar en la casa de Dios. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para pedir a Dios un hijo. Ana intensifica sus ruegos. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, en el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, un gran profeta. Un paralelismo evidente en los nombres, y en el resultado de los ruegos.
Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los abuelos de Jesús fueron honrados en Oriente; después se les rindió culto en toda la cristiandad, donde se levantaron templos bajo su advocación.
Cuando se visita Tierra Santa, se puede ver la probable casa en la que vivió María su infancia. Fue una niña especial y como tal fue educada. Conocedora de las Escrituras, que enseñó a su hijo Jesús. ¿Y dónde estaban Joaquín y Ana, los abuelos, el día del Nacimiento?
Estaban en Nazaret, pues de allí era María. Se puede entrar hoy también en la casa –una casa de piedra de buena factura, de genteacomodada, como casi todas las de Nazaret, un pueblo próspero- en la que la joven desposada con José recibió el anuncio del enviado Gabriel, y aceptó una misión divina para la que había sido elegida, no sin cierto azaramiento --¿cómo puede ser esto?- en la confianza de la sabiduría del Padre y de la generatividad del Espíritu Santo.
¿Dónde estaban los abuelos de Jesús? ¿Les dijo algo María de todo este tinglado en que la había metido Dios? Si no se lo dijo, pronto vieron los efectos de la palabra divina, siempre eficaz. Y pronto tejieron un círculo de amor en torno a aquella joven encinta e inexperta.
Podemos imaginar a Ana tejiendo ropitas para ese niño tan especial, el Emmanuel. El hijo de María. Seguramente José y María –que eran previsores- partieron para Belén con las alforjas de la mula bien llenas de pañales y ropitas forradas para que el Niño, si es que le daba por llegar en medio del viaje, no pasara frío. En aquella época, los viajes eran una aventura para la que sólo se llevaba billete de ida: salteadores en los caminos, una mula que podía fallar, buscar posada en días de censo y sin precios fijos, los trámites de la burocracia romana podrían tardar más de lo previsto. Lo dicho, una aventura. La vuelta quedaba en manos de la Providencia.
Lo del frío que pasó Jesús cuando nació no deja de ser una bonita consideración piadosa de la devoción de san Alfonso María de Ligorio, en su famoso villancico Tu scendi dalle stelle. Ligorio y otros autores hablan del frío y el hielo de aquella noche –en una traslación del clima europeo a la templada Tierra Santa, donde por mucho que nos empeñemos en poner nieve en los belenes no nieva--, pero se refieren más bien al frío espiritual de la indiferencia y del abandono de la ley del pueblo santo. A templar, o mejor incendiar, ese frío venía Jesús.
¿Dónde estaban los abuelos de Jesús en la noche más santa del año? Estaban en las puntadas de las ropitas y provisiones confeccionadas por Ana. En la oración asidua por los nuevos esposos, para que el viaje fuera bien y la flamante familia regresara pronto a Nazaret. En el pensamiento de María y José al ver la cara de ese niño tan esperado. Esperado por siglos y naciones.
Esa alegría tuvo que viajar sin palabras, a la velocidad de la luz, y más, hasta el corazón de Joaquín y Ana, que esperaban la buena noticia en Nazaret. Nadie quita que alguna caravana, contactada por José, les llevara el feliz anuncio del Nacimiento. Y si hubo un enviado de Dios a los pastores, un sueño que puso en marcha a los sabios de Oriente, un sueño que avisó a José varias veces, ¿no habría un mensaje divino para los felices abuelos? Seguro que sí.
Abuelos en la distancia de estos primeros días. Como tantos abuelos que ven a sus hijos emigrar a otra tierras más benéficas, otras tierras donde labrar un futuro para sus familias. Tantos abuelos que esperan el regreso de unos nietos . Quién sabe...
Los abuelos siempre esperan. Su casa sigue abierta. Podemos imaginar a Joaquín y Ana esperando y luego conociendo, por fin, a su nieto a la vuelta del largo exilio no programado –con emigración a Egipto incluida para esquivara Herodes y vuelta directa a Nazaret para eludir a Arquelao--. Les podemos imaginar llenándole de besos, cantándole canciones para dormir, haciéndole regalos y, seguro, enseñándole las oraciones y las palabras de Dios a su pueblo elegido.
Podemos imaginar a María, yendo a la compra y dejando al peque en casa de los abuelos por unas horas. Por vivir en el siglo I los abuelos de Jesús seguro que no se libraron ¡de hacer de canguros!
Por Nieves San Martín
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El descubrimiento se produjo gracias a las obras que se están llevando a cabo para mejorar la ciudad con vistas al Jubileo. En esta zona se pretende ampliar un túnel que permita peatonizar la zona que está al final de Via della Conciliazione. Los trabajos comenzaron en agosto de 2023.
ROBERTO GUALTIERI
Alcalde de Roma
No es simplemente hacer un túnel, lo cual es ya de por sí una obra complicada, sino que, además del túnel, hay que desviar uno de los alcantarillados más grandes y resistentes de la ciudad. Se trata de hacer una obra maestra de ingeniería.
No han sido los únicos restos encontrados: también salió a la luz una antigua lavandería romana de 500 metros cuadrados y varios mosaicos que serán trasladados al cercano Castel Sant'Angelo.
Los evangelistas nos han transmitido también que en una ocasión se retiró más allá de los confines de Galilea, a la región de Tiro y Sidón, que constituía la antigua Fenicia y hoy es Líbano (Cfr. Mt 15, 21 y Mc 7, 24); sin embargo, no hay noticias de que llegara hasta la costa mediterránea, donde la población era mayoritariamente gentil. Ahí se encuentra el monte Carmelo, ligado especialmente al recuerdo de Elías y Eliseo, dos grandes profetas del Antiguo Testamento; y ya en época cristiana, al nacimiento de la Orden del Carmen.
El Carmelo es una cadena de montañas de formación calcárea, que se desgaja del sistema de Samaría prolongándose hacia el Mediterráneo y termina en un promontorio sobre la ciudad de Haifa. Tiene una longitud de unos veinticinco kilómetros y una anchura que oscila entre los diez y los quince, con una altitud media de 500 metros.
Su nombre deriva de kerem, que significa huerto, viña o jardín, siempre con el matiz añadido de belleza. Se ajusta a la realidad: en esta cadena brotan abundantes manantiales, por lo que en sus collados y gargantas crece una flora rica y variada, típicamente mediterránea: laureles, mirtos, encinas, tamarindos, cedros, pinos, algarrobos, lentiscos...
Esta fertilidad siempre ha sido proverbial, y en varios libros del Antiguo Testamento aparece como símbolo de la prosperidad de Israel, o también de su desgracia, en caso de desolación: “el Señor ruge desde Sión, alza su voz desde Jerusalén. Las majadas de los pastores están de luto, se seca la cumbre del Carmelo” (Am 1, 2. Cfr. Is 33, 9 y 35, 2; Jr 50, 19; y Na 1, 4). Existen además numerosas cuevas —hasta más de mil—, en particular al oeste, de estrecha abertura pero de ancha capacidad.
La historia del Carmelo está íntimamente ligada al profeta Elías, que vivió en el siglo IX antes de Cristo. Según tradiciones recogidas por los Santos Padres y por escritores antiguos, varios lugares conservaban el recuerdo de su presencia: una gruta en la ladera norte, sobre el cabo de Haifa, donde estableció su morada primero él y después Eliseo; cerca de allí, el sitio donde reunían a sus discípulos, llamado por los cristianos Escuela de los Profetas y en árabe también El Hader; en la misma zona, hacia el oeste, un manantial conocido como fuente de Elías, que él mismo habría hecho brotar de la roca; y en el sureste del macizo, la cima de El-Muhraqa y el torrente del Qison, donde se enfrentó a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal: por su oración Dios hizo bajar fuego del cielo y de este modo el pueblo abandonó la idolatría, según relata el primer libro de los Reyes (Cfr. 1 Re 18, 19-40).
En estos lugares venerados desde los albores del cristianismo, donde se habían construido iglesias y monasterios en memoria de Elías, nació la Orden del Carmen. Su origen se remonta a la segunda mitad del siglo XII, cuando san Bertoldo de Malafaida, un cruzado de origen francés, reunió en torno suyo a algunos ermitaños que vivían dispersos en El Hader, en la zona del monte Carmelo próxima a Haifa. Edificaron un santuario allí y, algo más tarde, hacia 1200, otro en la pendiente occidental, en Wadi es-Siah.
San Brocardo, sucesor de Bertoldo como prior, en los primeros años del siglo XIII pidió al patriarca de Jerusalén una aprobación oficial y una norma que organizase su vida religiosa de soledad, ascesis y oración contemplativa: es la Regla del Carmen —también llamada Regla de nuestro Salvador—, en vigor hasta nuestros días.
Por diversas circunstancias, el reconocimiento del Papa se retrasó hasta 1226. A partir de entonces, y a causa de la incertidumbre que pesaba sobre los cristianos en oriente, algunos carmelitas regresaron a sus patrias en Europa, donde constituyeron nuevos monasterios. Este éxodo se demostró providencial para la supervivencia y expansión de la Orden, pues en 1291 los ejércitos de Egipto conquistaron Acre y Haifa, quemaron los santuarios del monte Carmelo y asesinaron a sus monjes.
Relatar la historia de la Orden del Carmen sería prolijo. Por lo que respecta a Tierra Santa, bastará con decir que, salvo un paréntesis en el siglo XVII, no pudo restablecerse en el monte Carmelo hasta principios del XIX. Entre 1827 y 1836, se construyó en la punta norte, sobre una gruta que recordaba la presencia de Elías, el actual monasterio y santuario de Stella Maris: así como la nubecilla que atisbó el criado de Elías trajo la lluvia que fecundaría la tierra de Israel, después del episodio de los falsos profetas (Cfr. 1 Re 18, 44), así también de la Virgen María nació Cristo, por quien la gracia de Dios se derrama por toda la tierra. Los edificios, de tres alturas, forman un complejo rectangular de sesenta metros de largo por treinta y seis de ancho.
Hacia el norte, la vista de la bahía de Haifa es magnífica, e incluso en días despejados puede distinguirse Acre siguiendo la línea del litoral. Se accede a la iglesia desde la fachada oeste: el espacio central es octogonal y está cubierto por una cúpula decorada con escenas de Elías y otros profetas, la Sagrada Familia, los Evangelistas y algunos santos carmelitas. Las pinturas se realizaron en 1928.
También es de entonces el revestimiento marmóreo del templo, terminado en 1931. El foco de atención se dirige al presbiterio: detrás del altar, en un camarín, encontramos una talla de la Virgen del Carmen; y debajo, la cueva donde según la tradición habitó Elías. Se trata de un ambiente de unos tres por cinco metros, separado de la nave por dos columnas de pórfido y unos escalones; al fondo, hay un altar y una imagen del profeta.
Además de Stella Maris, la Orden del Carmen cuenta con otro santuario en la punta sur del monte Carmelo, en El-Muhraqa, conocido como el Sacrificio de Elías: recuerda el episodio de los profetas de Baal ya referido. Sin embargo, del antiguo monasterio fundado en Wadi es-Siah —actualmente Nahal Siakh— solo quedan ruinas.
A lo largo de los siglos, la Orden del Carmen ha donado a la cristiandad innumerables tesoros espirituales: basta pensar en las vidas ejemplares y enseñanzas de santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz o santa Teresita de Lisieux, los tres nombrados Doctores de la Iglesia.
Entre esas riquezas, destaca también la costumbre del escapulario, que san Josemaría vivió y difundió: “lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. —Pocas devociones —hay muchas y muy buenas devociones marianas— tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. —Además ¡es tan maternal ese privilegio sabatino!” (Camino, n. 500).
El escapulario asegura a quien lo porta con piedad dos prerrogativas: la ayuda para perseverar en el bien hasta el momento de la muerte y la liberación de las penas del purgatorio. El inicio de esta devoción se da en 1251, durante un momento de especial contradicción para la Orden, que daba sus primeros pasos en Europa.
Según una redacción antigua del Catálogo de santos carmelitas, que está en la base del relato, un cierto san Simón —identificado más tarde con san Simón Stock, prior general inglés— acudía insistentemente a Nuestra Señora con la siguiente súplica:
Flos Carmeli / Flor del Carmelo; vitis florigera / vid florida; splendor coeli / esplendor del cielo; Virgo puerpera / Virgen fecunda; singularis / y singular; Mater mitis / oh Madre dulce; sed viri nescia / de varón no conocida; Carmelitis / a los Carmelitas; da privilegia / da privilegios; Stella Maris / Estrella del mar.
En respuesta a su oración, la Virgen se le apareció llevando en la mano el escapulario, y le dijo: este es un privilegio para ti y todos los tuyos: quien morirá llevándolo, se salvará. Una redacción más larga afirma: aquel que muera llevándolo, no sufrirá el fuego eterno... se salvará.
El escapulario formaba entonces parte del hábito religioso, aunque en su origen había sido una prenda de trabajo que usaban los siervos y artesanos. Consistía en una tira de tela con una apertura para meter la cabeza, que se superponía a la túnica y colgaba sobre el pecho y la espalda.
La segunda prerrogativa, conocida como privilegio sabatino, procede de una tradición medieval. La Sede Apostólica estableció en 1613 a través de un decreto que el pueblo cristiano puede piadosamente creer en la ayuda de la Santísima Virgen a las almas de los frailes y cofrades de la Orden del Carmen que han fallecido en gracia, han vestido el escapulario, han observado la castidad según su estado, y han rezado el Oficio Parvo o —si no saben leer— han guardado los ayunos y abstinencias establecidos por la Iglesia; y que Nuestra Señora actuará con su protección especialmente el sábado, en el día dedicado por la Iglesia a la Madre de Dios. ´
Es decir, el privilegio sabatino se apoya en una verdad de la doctrina común cristiana: la solicitud maternal de Santa María para hacer que los hijos que expían sus culpas en el purgatorio alcancen lo antes posible por su intercesión la gloria del Cielo.
Al mismo tiempo que la Orden del Carmelo iba desarrollándose —especialmente en los siglos XVI y XVII, gracias a varias reformas—, también se extendieron sus cofradías. Atraían a muchos fieles que, sin abrazar la vida religiosa, participaban de la devoción a Nuestra Señora difundida por la espiritualidad carmelita. Lo manifestaban vistiendo el escapulario, que fue simplificando su forma hasta convertirse en dos cuadrados de tela unidos por cintas para echarlo al cuello.
La Sede Apostólica ha intervenido en numerosas ocasiones para fomentar esta costumbre, uniéndole la facultad de lucrar indulgencias y fijando algunas cuestiones prácticas: la ceremonia de imposición, que basta recibir una sola vez y puede realizar cualquier sacerdote; la bendición de un nuevo escapulario que reemplaza a otro ya gastado; o la posibilidad de sustituir el de tela por una medalla con las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen.
Hace algunos años, cuando se celebró el 750 aniversario de la entrega del escapulario —la aparición a san Simón—, el beato Juan Pablo II, que lo llevaba desde joven, resumió así su valor religioso:
«son dos las verdades evocadas en el signo del escapulario: por una parte, la protección continua de la Virgen santísima, no sólo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del paso hacia la plenitud de la gloria eterna; y por otra, la certeza de que la devoción a ella no puede limitarse a oraciones y homenajes en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un "hábito", es decir, una orientación permanente de la conducta cristiana, impregnada de oración y de vida interior, mediante la práctica frecuente de los sacramentos y la práctica concreta de las obras de misericordia espirituales y corporales. De este modo, el escapulario se convierte en signo de "alianza" y de comunión recíproca entre María y los fieles, pues traduce de manera concreta la entrega que en la cruz Jesús hizo de su Madre a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a ella, constituida nuestra Madre espiritual» (Beato Juan Pablo II, Mensaje a la Orden del Carmen con motivo de la dedicación del año 2001 a María, 25-III-2001).
Estas ideas están contenidas en las palabras que pronuncia el celebrante en la bendición del escapulario:
«[Dios], mira con bondad a estos servidores tuyos, que reciben con devoción este escapulario para alabanza de la santísima Trinidad en honor de santa María Virgen, y haz que sean imagen de Cristo, tu Hijo, y así, terminando felizmente su paso por esta vida, con la ayuda de la Virgen Madre de Dios, sean admitidos al gozo de tu mansión» (De benedictionibus, n. 1218).
“El odio a la falsedad es inherente al alma; pero todo odio nace del amor, por lo tanto el amor a la verdad está mucho más arraigado en el alma y especialmente en esa verdad para la que fue hecha”.
Nacido en la actual “ciudad que muere” de Bagnoregio, cerca de Viterbo, Juan Fidanza es hijo de un médico. Pronto se dio cuenta de que no quería seguir el camino de su padre; según una leyenda que explicaría también la adopción de su nombre religioso, el factor decisivo habría sido el encuentro con San Francisco de Asís que, de niño, lo habría curado de una grave enfermedad marcándole la frente con la cruz y exclamando: “¡Oh, buena ventura!”.
A los 18 años se fue a estudiar a París, donde ingresó en la Orden de los Frailes Menores y terminó sus estudios en 1253, convirtiéndose en magister y obteniendo la licencia para enseñar teología.
Mientras tanto, sin embargo, ha estallado una terrible lucha interna entre los maestros seculares y los maestros pertenecientes a las órdenes mendicantes, que durante cierto tiempo no son reconocidos por las universidades.
La disputa tiene su origen en la Alta Edad Media, cuando en el siglo XII la Iglesia había condenado inicialmente como herejes a los movimientos religiosos pauperistas, hasta que el Papa Inocencio III los incluyó en el cuerpo eclesial bajo la autoridad directa del Papado. La tensión volvió en el 1254 con la publicación de una obra que profetizaba el advenimiento de una nueva Iglesia fundada única y exclusivamente en la pobreza y que debería haberse materializado en el 1260.
Mientras tanto, en 1257, Fray Buenaventura se convirtió en Ministro general de los Hermanos Menores y este nuevo cargo lo obligó a dejar la enseñanza y a viajar por toda Europa. En 1260 escribió una nueva biografía de San Francisco, la Legenda Maior, que sustituyó a todas las biografías existentes y se fijó el objetivo de fortalecer la unidad de la Orden – que ahora tiene treinta mil – amenazada tanto por la corriente espiritual como por las tendencias mundanas.
Giotto se inspiró en esta obra para pintar el ciclo de las Historias de San Francisco. En 1271 regresó a Viterbo y ofreció su contribución a la resolución del famoso cónclave, el más largo de la historia, que finalmente eligió a su amigo: Gregorio X. Fue este Papa quien, dos años más tarde, lo consagró Obispo de Albano y Cardenal encomendándole la tarea de organizar un Concilio en Lyon para la unidad entre las Iglesias latina y griega. Precisamente durante este Concilio, después de dos intervenciones, Buenaventura murió en 1274.
En 1588 el Papa Sixto V lo cuenta entre los Doctores de la Iglesia – que en ese momento eran seis – junto a Santo Tomás de Aquino, distinguiéndolos como el Doctor seráfico a Buenaventura y Doctor angélico a Tomás. Su aportación a la doctrina teológica es muy importante: en primer lugar, a partir del pensamiento de San Agustín, expresa la necesidad de subordinar la filosofía a la teología, ya que el objeto de esta última es Dios. La filosofía, por tanto, sólo puede ayudar en la búsqueda humana de Dios devolviendo al hombre a su propia dimensión interior – el alma – que hay que reconducir, precisamente, a Dios.
Además, San Buenaventura sostiene que Cristo es el camino para todas las ciencias y que sólo la Verdad revelada puede fortalecerlas y unirlas hacia la meta perfecta, la única meta que es siempre el conocimiento de Dios. Por lo tanto, el Santo, que defiende la tradición patrística y lucha contra el aristotelismo, llega a la conclusión de que el único conocimiento posible es el contemplativo.
Siempre de derivación agustiniana, es también muy importante la elaboración de la teología trinitaria de San Buenaventura. En la práctica él evidencia que el mundo es una especie de libro en el que emerge la Trinidad de la que fue creado. Dios, pues, uno y trino, está presente como "vestigio", o huella, en todos los seres animados e inanimados; como "imagen" en las criaturas dotadas de intelecto como el hombre; como "similitud" en las criaturas justas y santas, tocadas por la Gracia y animadas por las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad que las hacen hijas de Dios.
Superior del Convento de Carmelitas Descalzos de Mantua
El escapulario es un hábito, síntesis del hábito religioso reducido a dos pequeñas piezas de tela que van sobre los omóplatos —uno por delante y otro por detrás— que nos recuerda cada día que estamos consagrados a la Virgen. Incluso las personas que visten el santo hábito escapulario, con este signo quieren indicar que le piden a la Virgen que sea su compañera de vida.
Todos los días la iglesia es visitada por peregrinos y turistas de todo el mundo, atraídos por la belleza del lugar pero también por la devoción a la Virgen y a San Elías, que ha crecido a lo largo de los siglos.
En el interior de la iglesia en las paredes se pueden admirar las esculturas en bajorrelieve, en mármol blanco, que honran a los 4 grandes santos de la orden: el "castillo interior" de Teresa de Ávila, el "ascenso a Dios" de San Juan de la Cruz, la santa de origen judío, Edith Stein y la primera santa palestina Mariam Baouardy. También se puede admirar una pintura de San Simone Stock, quien en 1251 en Aylesford - Inglaterra, recibió el regalo del escapulario.
El suelo de la iglesia recuerda las olas del mar. En el centro se representa una gran estrella que indica la estrella del mar.
Superior del Convento de Carmelitas Descalzos de Mantua Tenemos aquí una memoria histórica muy valiosa. Una basílica como esta, toda adornada, decorada, es verdaderamente una belleza increíble. En concreto, el año pasado finalizamos los trabajos de consolidación de toda la parte superior de la cúpula que ahora es una auténtica maravilla.
Para celebrar este memorial litúrgico, la comunidad carmelita y franciscana, con numerosos peregrinos y fieles se reunieron el domingo 16 de julio en Haifa, para venerar a la Virgen del Carmen. Fr. Wojciech Boloz, guardián de la Basílica de la Anunciación, presidió la Santa Misa.
Rector Stella Maris El Carmelo celebra hoy a su patrona y a su Madre. Y los carmelitas la llamamos "hermana", un título particular. Nos encontramos aquí en el lugar donde Elías, nuestro Padre, se refugió, oró y se escondió en la caridad, es decir, en el amor. ¡Y esto lo celebramos! En particular, también es una gran celebración para Elías. Nuestra Señora y San Elías.
Cristiana local “Para nosotros los ciudadanos de Haifa es verdaderamente una gracia estar aquí en este día de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Ciertamente tenemos una gran devoción a la Santísima Virgen y ella es nuestra guía. Tratamos de tomarla como ejemplo y yo, como madre y esposa, trato de seguir su ejemplo tanto como sea posible. Nos encanta y nos sentimos privilegiados de estar aquí en Haifa en este día tan especial.
El Carmelo es una cadena de montañas de formación calcárea, que se desgaja del sistema de Samaría prolongándose hacia el Mediterráneo y termina en un promontorio sobre la ciudad de Haifa. Tiene una longitud de unos veinticinco kilómetros y una anchura que oscila entre los diez y los quince, con una altitud media de 500 metros.
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