Ignacio era el segundo o tercer sucesor del apóstol San Pedro en la sede de Antioquía

La vuelta del emperador Trajano a Roma, tras la conquista de la Dacia —la actual Rumanía—, fue celebrada con ciento veintitrés días de espectáculos. Diez mil gladiadores perecieron en los juegos circenses. También fueron devorados por las fieras muchos condenados, por el mero hecho de ser cristianos. Entre ellos el obispo de Antioquía, Ignacio. Detenido y juzgado, el prisionero abandonó la gran metrópoli de Siria hacia Roma, cargado de cadenas y bien escoltado por un pelotón de diez soldados de la cohorte Lepidania. Corría probablemente el año 106, o principios del 107.

 

Ignacio era el segundo o tercer sucesor del apóstol San Pedro en la sede de Antioquía, pues los testimonios no son unánimes. Según un documento del s. IV/V fue discípulo del apóstol Juan. Ante todo era un pastor de almas, enamorado de Cristo y preocupado tan sólo de custodiar el rebaño que le había sido confiado.

Su mejor retrato nos lo proporciona él mismo en las siete cartas que escribió a varias comunidades cristianas mientras era llevado a Roma. Cuatro fueron escritas desde Esmirna a las Iglesias de Éfeso, Magnesia, Tralles y Roma; las otras tres las escribió desde Tróade: a la Iglesia de Filadelfia, a la de Esmirna y al obispo de ésta, Policarpo, en la que le da unos consejos sobre la manera de desempeñar sus deberes de obispo.

Por su contenido, estas cartas tienen un gran interés doctrinal, por el que San Ignacio es uno de los Padres de la Iglesia. Es en ellas donde encontramos por vez primera la expresión “Iglesia católica” para referirse al conjunto de los cristianos.

Bastantes de los temas que tratan vienen determinados por la polémica contra las herejías más difundidas, especialmente el docetismo, que negaba la realidad de la encarnación del Verbo.

 

ignacio antioquia

 

 

San Ignacio afirma con energía la verdadera divinidad y la verdadera humanidad del Hijode Dios. Otro punto importante es la doctrina sobre la Iglesia.

San Ignacio considera que el ser de la Iglesia está profundamente anclado en la Trinidad y, a la vez, expone la doctrina de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Su unidad se hace visible en la estructura jerárquica, sin la cual no hay Iglesia y sin la que tampoco es posible celebrar la Eucaristía.

La jerarquía aparece constituida por obispos, presbíteros y diáconos. Se trata de un testimonio precioso, por su claridad y su antigüedad.

Toda la comunidad debe obedecer al obispo, que representa a Dios, el obispo invisible. Al obispo deben someterse el presbiterio y los diáconos hasta el punto de que, si alguien obra algo a margen de lajerarquía, dice, “no es puro en su conciencia”.

Sobre este mismo punto, refiriéndose a su martirio, llega a afirmar en una de las cartas: “Yo me ofrezco como rescate por quienes se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. ¡Y ojalá que con ellos se me concediera entrar a la parte de Dios!”.

 

Ignacio muestra ser un hombre de gran corazón. Agradece emocionado la finura de la fraternidad de los primeros cristianos, que —apenas conocer su cautiverio— se prodigan con él, le proporcionan lo necesario para el viaje, se ofrecen a acompañarle y a compartir su suerte. Corren a confortarle desde las ciudades vecinas, pero son ellos quienes tornan removidos y contagiados del amor a Dios.

Gracias a su intensa vida interior, San Ignacio intenta hacer el mayor bien posible en los lugares por donde pasa, abriendo a los demás el tesoro de los dones que el Espíritu Santo le ha concedido.

Con una gran humildad afirma: “no os doy órdenes como si fuese alguien”, pero su caridad sabe usar tonos enérgicos cuando es necesario: no esquiva corregir aunque duela, ni denunciar la herejía o la desviación disciplinar.

 

 

Este es el propósito principal de las epístolas ignacianas. A lo largo de su viaje, observa y escucha lo que ocurre: rápidamente discierne los viejos errores ya repetidamente combatidos por los Apóstoles, cuya raíz maligna sigue brotando por doquier: el docetismo, que propugnaba un Cristo aparente, no realmente encarnado; el gnosticismo, que disuelve el cristianismo para reducirlo a una ciencia de autosalvación basada en el conocimiento de verdades pseudofilosóficas; las tendencias judaizantes, el rigorismo ético…

Y sobre todo, una doctrina que quiere dividir a la Iglesia en dos bloques contrapuestos, enfrentando a los fieles con el obispo y su presbiterio.

En el saludo inicial de la carta a los romanos, Ignacio se excede y trata a la Iglesia de Roma de forma distinta a como trata a las demás, con especiales alabanzas.

El tono general de la salutación se puede tomar como un testimonio del primado de Roma, aún de mayor interés por provenir del obispo de la sede de Antioquía: una sede antigua, que cuenta a San Pedro como su primer obispo, establecida en una de las ciudades mayores y más influyentes del Imperio, en la que además comenzaron a llamarse cristianos lo seguidores de Cristo.

Para San Ignacio, la vida del cristiano consiste en imitar a Cristo, como Él imitó al Padre. Esa imitación ha de ir más allá de seguir sus enseñanzas, ha de llegar a imitarle especialmente en su pasión y muerte; es de ahí de donde nace su ansia por el martirio:

soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras, para poder ser presentado como pan limpio de Cristo”, dice a los romanos; y al obispo Policarpo le anima: “Mantente firme, como un yunque golpeado por el martillo. De grande atleta es ser desollado y, sin embargo, vencer”.

 

Por otra parte, esa imitación viene facilitada porque Cristo vive en nosotros como en un templo y nosotros llegamos a vivir en Él; por eso los cristianos estamos unidos entre nosotros, porque estamos unidos a Cristo.

En estas cartas se refleja la santidad del obispo de Antioquía, que dejaría una huella imborrable en los cristianos de su época y en la Iglesia para siempre: la de un santo que, como tantos otros en su época, va alegre al martirio, a encontrarse con su Dios.

“Pedid a Cristo por mí para que, por medio de estos instrumentos [las fieras], logre ser un sacrificio para Dios. No os doy órdenes como Pedro y Pablo. Aquéllos eran Apóstoles; yo soy un condenado; aquéllos, libres; yo, hasta ahora, un esclavo.

Pero si sufro el martirio, seré un liberto de Jesucristo y en Él resucitaré libre (…). Para mí es mejor morir para Jesucristo que reinar sobre los confines de la tierra. Busco a Aquél que murió por nosotros. Quiero a Aquél que resucitó por nosotros.”

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SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA

Carta de San Ignacio de Antioquía a los efesios

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"Teresa de Jesús" - Serie de televisión española RTVE

 

El 12 de marzo de 1984  TVE estrenaba la serie dedicada a la santa, 'Teresa de Jesús'. Aquella producción fue de las más costosas para la cadena pública hasta entonces, con un presupuesto que rondaba los 360 millones de las antiguas pesetas. Un total de ocho episodios integraban la serie que recreaba la vida de Teresa de Jesús y su tiempo, desde el año 1519 (en el que tenía cuatro años) y hasta 1582 (en que muere).

 

Fue Concha Velasco quien interpretó a la figura de Teresa de Jesús bajo la dirección de Josefina Molina, según los guiones escritos por Carmen Martín Gaite y Víctor García de la Concha. Ávila, Salamanca, Segovia, Toledo, Burgos, Úbeda, Baeza, Sevilla y Cáceres, fueron las principales ciudades en que se rodó la serie, muchas veces en monumentos del Patrimonio Artístico.

 

Teresa de Jesús

 

 

Serie de carácter biográfico religioso que, con gran rigor histórico, sigue la vida de teresa de Jesús. Monja carmelita, descendiente de judíos conversos, que emprendió, en pleno corazón de castilla, un movimiento en pro de la liberación del espíritu, dejando en sus escritos uno de los testimonios mas apasionantes de aquel tiempo, en que, entre enormes tensiones, se estaban sentando las bases de la modernidad europea.

 

Sinopsis

La serie comienza retomando la vida de teresa a los 23 años, esbozando el marco familiar y social en que se desenvuelve. A lo largo de ocho episodios se sigue la aventura de aquella mujer que se mezclo con el pueblo y frecuento la nobleza y que, en medio de la más desbordante actividad experimento las más sublimes vivencias místicas. La que había sido procesada por la inquisición termino por ser la primera doctora de la iglesia.

 

Teresa de Jesús

 

 

La serie ambientada en el siglo XVI ha sido rodado en escenarios naturales, de ciudades españolas de castilla, Andalucía y Extremadura, utilizando monumentos de nuestro patrimonio artístico. La construcción de los interiores del convento de la encarnación y san José supuso 9600 metros cuadrados de decorado en estudio.

Para la reproducción de fachadas, calles, complejos urbanísticos, ya desaparecidos, se construyeron 5000 metros cuadrados de decorados. En el reparto artístico figuran cerca de 300 actores y 45 especialistas de acción. Se han construido carromatos y utilizado caballos de monta, mulas, burros, rebaños y piaras.

El costo global de la serie asciende a 400 millones de pesetas, aproximadamente.

 

AQUÍ PUEDES VER LOS CAPÍTULOS DE LA SERIE

 

Versión original
Versión reducida

 

 

Teresa de Jesús

Lo que querías saber sobre el Pilar de Zaragoza, en este artículo

Fiestas del Pilar en Zaragoza: cada año más y más grandes. En el año 2018 hubo 771 grupos inscritos para la entrega de flores. Para recoger tantas flores para la Virgen se necesita un andamiaje de 40 toneladas y 15,5 metros de altura y 16 de anchura.

 

El jueves 11 de octubre se coloca con la ayuda de una grúa una imagen de la Virgen (con estructura portante, columna, manto, imagen y corona con resplandores) que pesa 15 kilogramos (está hecha de poliéster). La corona con resplandores tiene un diámetro de 2,64 metros y el manto mide 2,50 metros de altura, siendo la altura total de 6,70 metros y el peso, sin flores, unos 525 kilogramos.

En 2017, durante 15 horas, entre 280.000 y 300.000 personas entregaron sus flores. Otras 200.000 asistieron a la ceremonia como público,

Tantas cifras enormes contrastan con la moderación del objeto que da fuerza histórica a la devoción: esa piedra que llamamos el pilar.

 

 

El pilar es la pequeña columna donde, según la tradición, se apareció la Virgen María en el siglo I, cuando aún vivía en carne mortal, para animar al apóstol Santiago, en el siglo I. No es un objeto impresionante: 1,77 m de altura y 24 cm de anchura. Pero es el epicentro pétreo de la devoción. La Virgen del Pilar, sin el pilar, sería sólo la Virgen, que no es poco. Pero el pilar le da un anclaje especial en la historia, la leyenda y el lugar.

Quizá el más completo y detallado análisis sobre el pilar de Zaragoza accesible hoy es el de Juan Antonio Gracia, periodista y canónigo emérito de la Basílica del Pilar. Lo escribió en el libro “El Pilar desconocido” , lo publicó el Heraldo de Aragón en 2006, y lo suele recuperar al acercarse la fiesta de la Virgen para publicar en su número especial anual.

La Imagen de Nuestra Señora del Pilar

La preciosa imagen de Nuestra Señora del Pilar está colocada sobre una Columna de la que desconocemos casi todo. Y, sin embargo, esa Columna constituye el elemento más importante de cuantos integran la tradición mariana de Zaragoza. Es el dato que caracteriza, distingue y diversifica esta tradición concreta entre las mil mariofanías que se veneran en el mundo entero.

Esa Columna sacra es la nota diferenciadora, el símbolo que identifica la peculiar devoción aragonesa, el trazo que la singulariza y la define.

Precisamente porque la Columna ha sido a lo largo de los siglos el rasgo fundamental de esta tradición, el arte en sus expresiones plásticas, la literatura, la poesía y la liturgia han sabido subrayarlo con múltiples y variadas representaciones llenas de belleza. En el riquísimo álbum mariano universal, resulta sencillísimo identificar la imagen cesaraugustana gracias a la Columna. Tan esencial e imprescindible es la Columna que, sin ella, no es posible identificar con claridad a la Virgen Patrona de Aragón.

 

 

Donde la Virgen plantó el pilar, allí se quedó… y alrededor se hizo una iglesia, y luego la actual basílica, y allí van cientos de miles de devotos y besan la columna

 

Curiosamente, esa Columna que resume la devoción de un pueblo durante veinte siglos es una piedra sagrada perfectamente desconocida, ya que no sólo carece de documentación, sino que jamás se hizo un estudio serio que nos permita conocer mejor siquiera los datos más interesantes de su estructura material, su exacta colocación, su estado de conservación, su antigüedad real.

Más aún, no solamente no conocemos en profundidad cómo es esa Columna, sino que apenas si la vemos, salvo a través de una pequeña abertura por la que los devotos podemos besarla, aunque no sin dificultad. Por cierto, el cerco de oro que orla ese orificio, regalo del que fuera ilustre médico y rector de la Universidad de Zaragoza, doctor Ricardo Royo Villanova, fue colocado el 1 de enero de 1941.

Tres han sido las causas que han contribuido a mantener entre celajes de misterio la venerada piedra: 

Preguntas sobre el pilar

Así las cosas, es normal que surja una catarata de preguntas.

¿Cómo es exactamente la Santa Columna?
¿Cuál es su estado de conservación? Se asegura que es de jaspe, pero ¿de qué tipo de jaspe? ¿De qué cantera procede?
¿Cómo se asienta en el suelo? ¿Qué grado de perforación tiene a causa de los incontables besos y roces de manos que recibe?
¿Estamos ante una pieza de época romana, tal como hace suponer la tradición, o es posterior? Y si es posterior, ¿de qué siglo?

No teniendo documentación alguna y careciendo de comprobaciones científicas, todas estas cuestiones tienen un gran interés y en modo alguno pueden considerarse impertinentes.

Sería faltar a la verdad si dijera que nunca se hicieron estudios al respecto. Pero hay que reconocer que las prospecciones que se llevaron a cabo fueron pocas, escasamente ilustradoras y no muy rigurosas.

Estudios del siglo XVIII

En el archivo capitular del Pilar se conserva un dibujo hecho por el arquitecto don José Julián de Yarza y Lafuente, que en la noche del 13 al 14 de septiembre de 1756 inspeccionó visualmente la Columna y tomó sus medidas, aprovechando la circunstancia de haberse descubierto la Columna al construirse la Santa Capilla según el diseño de don Ventura Rodríguez.

Yarza en su dibujo señala la parte del Pilar que se cubre con plata, el orificio preciso por el que se veneraba y se veneraría en adelante, la basa de piedra blanca y la medida de cada una de esas partes, dando algo más de diez palmos.

columna del Pilar

Dibujo de la Santa Columna realizado por Julián de Yarza en 1756, con la siguiente leyenda: A-B porción que está cubierta en plata; C despiezo o junta; D Adoración antigua; E adoración nueva; F bara de piedra blanca conforme estaba; G del modo que ha quedado la Santa Basa para poder sentar los nuevos jaspes; A-H alto de la Santa Columna | Archivo del Pilar.

 

Siendo sin duda interesante ese dibujo de Yarza, no desvela gran cosa, ya que ni los canónigos archiveros, ni otros historiadores, ni los arquitectos Ríos Balaguer, Ríos Usón y Ríos Sola han encontrado documentación que ofrezca información sobre ese dibujo y sobre las medidas que da.

Lo que no obsta para que todos los autores posteriores den como buena la medición del doctor Yarza, precisando aún más, si cabe, que la altura es de 1,77 m y su diámetro de 24 cm. Aparte de estos escuetos datos, que miden pero no describen mucho, diez años después, en 1766, don Manuel Vicente Aramburu hace la primera descripción detallada conocida hasta hoy.

Este autor, que pudo contemplar in situ la Columna, ya que fue testigo directo de las obras dirigidas por don Ventura Rodríguez, ofrece el siguiente testimonio:

«Es de jaspe, de dos varas de alta y descansa en una piedra que la continúa algo oscura que está sobre otra más clara, fijada en una base redonda y está sobre un plano de piedra como la que circuye toda la obra.

La columna de jaspe está cubierta de bronce y, sobre el bronce, de plata, cuyas dos cubiertas llegan hasta el pie de la sagrada imagen que está colocada en la Columna sin otra seguridad y su diámetro mide 24 ctms».

 

Aramburu, que, como dije, con toda probabilidad vio, tocó y midió la Columna, habla del color y de la clase de mármol, de la envoltura y del asentamiento de la misma. No es poco, pero resulta insuficiente. En cuanto a la medida, utiliza la vara como unidad de medición y coincide con todos los autores: 1,77 m de altura y 24 cm de anchura.

 

En el siglo XX: la piedra que besamos es la de la Virgen

Tras Aramburu, hay que dar un gran salto en el tiempo y llegar a 1955.

El 28 de febrero de ese año, el arquitecto don Teodoro Ríos Balaguer, acompañado de su hijo Teodoro, también arquitecto, de su ayudante Ángel Peralta, del aparejador Ángel Tobajas, del cantero Manuel Pinilla y del peón de albañil José Larra, en presencia del deán Hernán Cortés, del canónigo Leandro Aína, del capellán José Ágreda y del mozo de sacristía Alejandro Bordetas, inspeccionó la santa Columna.

Se trataba de despejar de manera técnica la duda surgida entre algunos fieles acerca de si el Pilar que se besaba era o no el mismo sobre el que se asentaba la imagen de la Señora.

Se trazaron paralelas y perpendiculares, se tomaron medidas con aparatos de precisión y, tras varias horas de cálculos, se concluyó que el Pilar sobre el que está la Virgen tiene una altura total de 1 m, 77 cm y 2 mm. Y que, efectivamente, la Columna que besamos es la misma sobre la que está la imagen de la Virgen. 

 

Fragmento visible de la Santa Columna, el que se besa. La tradición de besar el Pilar ya está atestiguada desde la Edad Media. El desgaste sufrido por la Santa Columna a causa de los continuos ósculos de los fieles, llevó a Julián de Yarza a modificar la altura de la apertura de la funda. El óvalo de oro que lo rodea no se colocó hasta mediados del siglo XX | Javier Pardos

 

Como fácilmente se deduce, todos los exámenes conocidos y realizados hasta ahora han sido más bien superficiales y referidos solo a datos externos especialmente relacionados con las medidas de la Santa Columna.

Tampoco los estudios arqueológicos, realizados preferentemente entre 1930 y 1940 arrojaron mucha luz sobre el asunto que nos ocupa. Los pocos elementos hallados hasta ahora en las excavaciones y los restos que quedan de las antiguas edificaciones en el subsuelo pueden tal vez, en opinión de algún autor sugerir vestigios de una iglesia romana, pero, aparte de su endeblez científica, poco o nada aportan al conocimiento biográfico de la Santa Columna.

 

1980: los responsables de la Basílica no tuvieron coraje

Tal vez en 1980 se perdió la gran ocasión de hacer un estudio en profundidad, una inspección científica seria, una rigurosa aplicación de las técnicas más avanzadas en el análisis de ese mármol sagrado que ha desempeñado un papel trascendente durante siglos en la espiritualidad del pueblo creyente y aun en el devenir de la sociedad aragonesa.

En ese año, con ocasión de remodelar el Camarín de la Virgen, en trabajos que se realizaron de noche y con las puertas del templo cerradas, se hizo un verdadero chequeo al corazón de la basílica.

 

La ciencia moderna podría dar muchos datos

Así estaban las cosas en el último tramo del siglo XX, así están en los primeros compases de la nueva centuria y así seguirán hasta Dios sabe cuándo. Y sin embargo, las novísimas conquistas de la tecnología podían hoy despejar dudas, aclarar sombras, disipar secretos innecesarios, evitar tapujos extraños.

En febrero de 1991 consulté este asunto con el doctor Marcelino Lago, catedrático de Petrología; en abril de 2005 lo hice con la doctora Begoña Martínez Jarreta, catedrática de Medicina Legal y con el doctor Manuel Martín Bueno, catedrático de Arqueología. Los tres enseñan en nuestra Universidad cesaraugustana.

Los tres aseguraron que una investigación, llevada a cabo con los medios que ofrece la técnica de nuestros días, obtendría excelentes resultados y proporcionaría datos interesantísimos en torno al origen, la edad y la estructura de la Santa Columna.

Me temo que ni hoy, ni mañana, acaso nunca, se sabrá más de lo que sabemos de esa Columna venerable, por lo que en mi mente seguirán punzándome las preguntas de siempre.

Y, sobre todas, la que más me duele: ¿y si ese Pilar fuera un peristilo de época romana, o una columnita de un claustro medieval, o una huella de la presencia musulmana en nuestra ciudad o de un palacio renacentista aragonés o, quién sabe, se resistiera a todo tipo de verificación por ciencia humana, sugiriendo así el origen celestial que le atribuye la tradición?

(Juan Antonio Gracia, periodista y canónigo emérito de la Basílica del Pilar)

 

El Pilar en sí se protege con esta funda

 

 

 

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VIRGEN DEL PILAR 

 

 

¿Sabes quién era San Calixto?

El papa San Calixto fue elegido en el 217, se distinguió por su misericordia y comprensión con los pecadores arrepentidos, en contra de los rigoristas.  Murió mártir en el 222.  Es, indudablemente, uno de los Romanos Pontífices que más sobresalieron a fines del siglo II y principios del III, en un tiempo en que multitud de corrientes más o menos peligrosas trataban de desviar a la Iglesia del verdadero camino de la ortodoxia y del justo medio de la disciplina eclesiástica.

 

Según el Líber Pontificalis, Calixto nació en Roma, y su padre, llamado Domicio, residía en el barrio denominado Ravennatio. Era esclavo; mas, dotado como estaba, de extraordinarias cualidades, supo levantarse poco a poco hasta llegar a ser obispo de Roma, rigiendo con notable acierto a la Iglesia durante los cinco años que duró su pontificado (217-222).

Perseguido, pues, por su amo, logró Calixto escapar de Roma; pero fue alcanzado en Porto cuando intentaba huir por mar, y poco después se le impuso un denigrante castigo, propio de esclavos, obligándole a mover la rueda de un molino.

 

san Calixto

 

 

Entretanto, como insistieron los acreedores para que se le pusiera en libertad, con la esperanza de poder recobrar sus pérdidas, su dueño Carpóforo hizo que le levantaran el castigo, y así Calixto intento entablar negocios en una sinagoga de judíos. Pero, temiendo éstos ser envueltos en sus engaños, reales o supuestos, le llevaron ante el prefecto de Roma, el cual le hizo azotar y le sentenció luego a ser deportado a las minas de Cerdeña.

Y aquí comienza una nueva etapa en la vida del esclavo Calixto. Como en Cerdeña se encontraban multitud de cristianos condenados a los trabajos forzados de las minas, Calixto fue considerado como uno de ellos. Vencidas algunas dificultades, consiguió ser librado Calixto, y, al ser conducido a Roma, recibió la orden del papa Víctor (189-199) de permanecer en Ancio.

No se sabe con toda seguridad si ya desde un principio, siendo esclavo del cristiano Carpóforo, era cristiano, o si abrazó después el cristianismo, tal vez por el contacto con los deportados de Cerdeña. En todo caso, desde este momento aparece como cristiano, a las órdenes de los Romanos Pontífices.

En Ancio se detuvo Calixto hasta el principio del pontificado de San Ceferino (199-217), aprovechando este tiempo de retiro para intensificar más y más su formación religiosa, preparándose para los grandes problemas para los que le destinaba la Providencia.

El papa Ceferino fue quien llamó a Calixto a Roma y le hizo encargado de la catacumba de la vía Appia, que posteriormente recibió el nombre de San Calixto. Se entregó con toda su alma a la organización y embellecimiento de aquella catacumba, lo que constituye la primera de las importantes obras en que intervino este gran Papa.

 

 

Su principal empeño consistió en unificar las diversas partes iniciales, como eran la cripta de Lucina y otras existentes en sus proximidades, dando a todo el conjunto una extensión mayor y convirtiéndolo en el principal cementerio cristiano. Sobre todo, fue obra suya el destinar una de las partes principales de esta catacumba para sepultura de los Papas. Es lo que, desde entonces, se designó como Cripta de los Papas, donde fueron sepultados, durante todo el siglo III, todos los Romanos Pontífices, excepto Cornelio y el mismo Calixto.

No es, pues, de maravillar que posteriormente este cementerio o catacumba fuera designado como cementerio o Catatumba de San Calixto. De hecho fue el primero que pasó a ser plena propiedad de la Iglesia. El mismo papa San Ceferino ordenó de diácono a Calixto y le tomó como su principal auxiliar y secretario.

A la muerte de San Ceferino, el año 217, fue elevado al Solio pontificio como su sucesor. Y, por cierto, las circunstancias eran bien difíciles para la Iglesia, por lo cual constituye un mérito muy especial de San Calixto el haber resuelto, con su autoridad pontificia, algunos problemas sumamente agitados durante su pontificado.

Dos fueron las cuestiones en las que intervino el nuevo Papa, a las que va unido su nombre en la historia de la Iglesia: la cuestión dogmática sobre la Trinidad, representada por el sabelianismo, que afirmaba una unidad exagerada en la esencia divina y destruía la distinción de personas, y la cuestión del rigorismo exagerado de los montanistas o los defensores de Tertuliano.

En ambos problemas tomó Calixto importantes decisiones, que marcaron el punto medio de la verdadera ortodoxia católica. Pero también en ambas cuestiones se aprovecha su rival Hipólito para calumniarlo y desacreditarlo ante la Iglesia universal.

Calixto se vio obligado a intervenir con decisión; pero en su impugnación del sabelianismo tomaba el término medio de la ortodoxia, sin aceptar la doctrina de Hipólito. Por esto, con su acostumbrado apasionamiento, le acusa éste de defender la doctrina sabeliana.

En realidad no fue así, sino que rechazaba por un lado a Sabelio y por otro a Hipólito, sin determinar explícitamente en qué consistía la verdadera doctrina. Por esto Hipólito se levantó contra Calixto como antipapa y luchó tenazmente contra él: pero al fin, desterrado él mismo por la fe cristiana, reconoció su error, se reconcilió con el sucesor de San Calixto y murió mártir.

Entretanto San Calixto, bien informado de la peligrosa propaganda de los sabelianos, llamados también monarquianos o modelistas, lanzó la excomunión contra Sabelio y sus partidarios, pero al mismo tiempo, sin condenar propiamente a Hipólito, rechazó las teorías que tendían a subordinar al Logos, es decir, a Cristo, a Dios, con lo cual favorecían cierto dualismo en la divinidad, y juntamente se exponían al peligro de un verdadero subordinacianismo que niega la igualdad del Hijo con el Padre y, por consiguiente, su divinidad. Precisamente de esta tendencia se derivó despues el arrianismo.

Tal fue, en conjunto, la actuación del gran papa San Calixto. El Líber Pontificalis le atribuye un decreto sobre el ayuno, pero no tenemos noticias ulteriores que confirmen o aclaren esta disposición pontificia.

Su gloria descansa, por tanto, en el hecho de que, siendo un simple esclavo de nacimiento, por sus propios méritos se elevó a los más encumbrados cargos y aun al mismo Pontificado, y, además, en su extraordinario acierto en la organización de la catacumba que por lo mismo es conocida como de San Calixto, y en haber defendido el dogma católico frente a los sabelianos antitrinitarios, y la disciplina cristiana del perdón de los pecados contra el rigorismo montanista y de Tertuliano.

La tradición, desde la más remota antigüedad, lo venera como mártir. Murió probablemente durante el reinado del emperador Alejandro Severo (222,235), el año 222; pues, aunque este emperador no persiguió a los cristianos, pudo originarse su martirio por algún arrebato popular promovido por los fanáticos paganos.

Las actas de su martirio, compuestas en el siglo Vll, transmiten la leyenda de que, por efecto de la furia popular, fue arrojado por una ventana a un pozo en el Trastevere y su cuerpo sepultado con todo secreto en el vecino cementerio de Calepodio.Los cristianos, en medio de la revuelta producida con su martirio, lo enterraron en el lugar más próximo.

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Catacumbas de San Calixto

 

 

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BERNARDINO LLORCA

Atestiguado por más de 70.000 personas

Sor Lucia, una de los tres videntes de Fátima, escribió en su diario años más tarde el relato de la sexta aparición, en la que la Virgen realizó el milagro solar ante miles de personas. Presentamos aquí un resumen del diario de Lucia.

 

Desde las primeras horas del día 12, de los puntos más remotos de Portugal se advertía un intenso movimiento hacia Fátima. Al atardecer, los caminos que llevan a Fátima estaban lleno de vehículos de toda clase, de grupos de peatones, de los cuales muchos caminaban a pie desnudo y cantando el Rosario.

El día 13 amanece frío, melancólico, lluvioso. La multitud aumenta. La lluvia, persistente y abundante, había convertido la Cova de Iría en un inmenso charco de barro y penetraba hasta los huesos de los peregrinos y curiosos.

 

Fátima

 

 

Al llegar los pastorcillos, la muchedumbre, reverente, les abre paso y ellos van a colocarse delante de la encina, reducida ya a un trozo de tronco. Lucia pide a la muchedumbre que cierren los paraguas para rezar. Todos quieren estar muy cerca de los videntes. Jacinta, empujada por todas partes, llora y grita. Los dos mayores, para protegerla, la ponen en medio.

Al mediodía en punto Lucia anunció la llegada de la Virgen. El semblante de la niña se tornó más bello de lo que era, tomando color rosado y adelgazándose los labios.

La aparición se manifestó en el lugar acostumbrado a los tres afortunados niños, mientras los presentes ven por tres veces formarse alrededor de aquellos y luego alzarse en el aire una nubecilla blanca como de incienso.

– ¿Quién es usted y qué quiere de mí?

–Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor, que soy Nuestra Señora del Rosario, que continuéis rezando el Rosario todos los días, la guerra va a terminar y los soldados volverán pronto a sus casas.

 

Lucia exclamó:

–¡Tengo tantas cosas que suplicarle…!

Y la Virgen respondió que concedería alguna, las otras, no.  Y volviendo al punto principal de su Mensaje, añadió:

–Es necesario que se enmienden, que pidan perdón por sus pecados. ¡No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido!

 

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Era la última palabra, la esencia del mensaje de Fátima. Al despedirse, abrió las manos, que reverberaban en el sol, o como se expresaban los dos pequeños videntes, señaló el sol con el dedo.

Lucia imitó instintivamente aquel ademán, gritando:

–¡Mirad el sol!

La lluvia cesa inmediatamente, las nueves se deshacen y aparece el disco solar como una luna de plata, luego gira vertiginosamente sobre sí mismo semejante a una rueda de fuego, lanzando en todas direcciones fajas de luz amarilla, verde, roja, azul, violeta…, que colorean fantásticamente las nubes del cielo, los árboles, las rocas, la tierra, la incontable muchedumbre.

Se para por algunos momentos, luego reanuda de nuevo su danza de luz como una girándula riquísima hecha por los mejores pirotécnicos; se para de nuevo para volver a comenzar por tercera vez, más variado, más colorido.

De repente, todos tiene la sensación de que el sol se destaca del firmamento y que se precipita sobre ellos. Un grito único, inmenso, brota de cada pecho, que manifiesta el terror de  todos. Todos gritan y caen de rodillas en el barro rezando en voz alta actos de contrición.

Y este espectáculo, claramente percibido por tres veces, dura por más de diez minutos y es atestiguado por más de 70.000 personas; por creyentes e incrédulos, por simples campesinos y cultos ciudadanos.

Acabado el fenómeno solar, se dieron cuenta de que sus vestidos, empapados poco antes por la lluvia, se habían secado perfectamente.

 

+ info -

Historia de los Pastorcillos de Fátima

 

Más información en Fatima17.com

 

Ver en Wikipedia

Santuario de Nuestra Señora de Fátima – Sitio oficial

 

Desde el día 2 hasta el día 27 de octubre se desenvuelve en el Vaticano la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Un sínodo dedicado a la “sinodalidad”; es decir, a la dimensión que refleja la importancia de la comunión y de la corresponsabilidad en la vida de la Iglesia. En la Iglesia antigua, un sínodo era lo mismo que un concilio. Hoy se suele diferenciar entre el carácter deliberativo de un concilio y la índole normalmente consultiva del sínodo.

El primer sínodo o concilio general, “ecuménico”, fue el reunido en Nicea en el 325 – estamos a punto de conmemorar su 1700 aniversario-. El emperador Constantino lo convocó para solucionar la controversia originada por Arrio acerca de la divinidad de Jesucristo. Arrio era un sacerdote de la diócesis de Alejandría, en Egipto, que escandalizó a algunos de sus fieles predicando sobre el Hijo de Dios, del que decía que había sido “creado” en el tiempo. Aunque el Hijo es muy superior a nosotros y por eso lo llamamos Dios, en realidad no es Dios, sostenía, sino que es una criatura, si bien la más excelente de todas ellas. Por otra parte, en los evangelios se habla de la pasión de Jesús, de su sufrimiento y de su muerte, algo incompatible, para Arrio, con la verdadera divinidad. El misterio trinitario – un solo Dios en tres Personas – se resuelve reintegrándolo en las categorías de la razón filosófica del helenismo: Hay un solo Dios, que es el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo son sus primeras criaturas.

Sínodo

En Nicea, concilio en el que también Arrio estuvo presente, se perfiló la doctrina católica añadiendo algunas glosas a un símbolo, o credo, que se profesaba en la iglesia de Cesarea: Creemos en un solo Dios… y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, “es decir, de la sustancia del Padre”, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, “engendrado, no hecho”, “consustancial al Padre”, por quien todas las cosas fueron hechas… y en el Espíritu Santo. Jesucristo no es una criatura, algo hecho, sino que es “consustancial” al Padre; es decir, es Dios como él, perteneciente al mismo nivel de ser. Nace así, con esta palabra – “consustancial” – el lenguaje propiamente dogmático de la Iglesia, que no sustituye la enseñanza de la Sagrada Escritura, sino que la interpreta de manera autorizada.

Queriendo adaptarse al helenismo, que no concebía que Dios interviniese en la historia, Arrio había desfigurado el testimonio bíblico. Nicea, sin embargo, se sirve de la filosofía de su época no para deformar, sino para preservar el mensaje original de la Escritura sobre el Hijo de Dios, sobre su auténtica divinidad. La palabra bíblica “Hijo” referida a Jesús ha de interpretarse literalmente y no en un sentido figurado: “El Hijo es verdaderamente el Hijo. Por ello murieron los mártires, de ello viven los cristianos de todos los tiempos: solo esa realidad es permanente”, escribe al respecto J. Ratzinger.

Arrio quería conservar la pureza del concepto de Dios: “No quería exigirle a Dios que estuviese dispuesto a algo tan ingenuo como hacerse hombre. Estaba convencido de que en último término había que mantener el concepto de Dios, a Dios mismo, totalmente fuera de la historia humana. Estaba convencido de que a la postre el mundo tiene que arreglar sus asuntos él mismo, de que no puede tocar a Dios ni con la punta de los dedos y de que, desde luego, también Dios es demasiado grande como para que pudiese tener algún contacto con el mundo”, comenta también J. Ratzinger. Pero un Dios así, lejano del mundo e indiferente a la suerte de los hombres, no es Dios en absoluto. No, desde luego, el Dios revelado en Jesucristo, en su pasión y en su cruz, que resume y vence con la luz de la pascua los sufrimientos y las pasiones, no figuradas sino dolorosamente reales, de los hombres. Por este convencimiento que se llama “fe” seguimos profesando en el credo de la Misa: “engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre”.

 

Guillermo Juan Morado.

 

FUENTE: www.infocatolica.com

Juan XXIII, el Papa de la paz

 

Juan XXIII: El Papa de la Paz (en italiano: Papa Giovanni - Ioannes XXIII, también conocido como Juan XXIII, Papa Juan XXIII y Papa Juan XXIII: El Papa de la Paz) es una película para la televisión, de producción italiana del 2002 dirigida por Giorgio Capitani.

 

La película está basada en hechos reales de la vida del Papa católico Juan XXIII, desde su niñez, hasta su muerte.1​2​3​

AQUI PUEDES VER LA PELÍCULA COMPLETA

 

 

 

Sinopsis

En 1958, fallece el Papa Pío XII. Tras su fallecimiento, el cardenal Angelo Roncalli, supervisando como será su tumba en su parroquia local recibiendo la noticia de parte de su secretario Loris Capovilla (estelarizado por Paolo Gasparini), se dirige al Vaticano para participar en un cónclave secreto que elegirá al nuevo Papa.

Durante las reuniones, se produce una lucha enconada entre los cardenales progresistas y la facción conservadora, encabezada por los cardenales Alfredo Ottaviani (estelarizada por Claude Rich) y Doménico Tardini (estelarizado por Michael Mendl).

El cónclave sigue su curso y Roncalli recuerda algunas escenas de su pasado, como la negación de su padre a que su hijo sea sacerdote, por el cual, un tío le apoya para que sea sacerdote y con ello le ofrece a su sobrino que le dará todo para que realizara sus sueños, el apoyo que ofreció a un grupo de trabajadores en huelga cuando era un joven sacerdote, la negociación secreta que llevó a cabo con un embajador nazi para salvar a numerosos judíos en Turquía y su labor de mediación a favor de varios obispos franceses ante el presidente Charles De Gaulle.

Poco después, la elección se lleva a cabo y, bajo el nombre de Juan XXIII, Angelo Roncalli accede al pontificado, tras ello se dan numerosos encuentros con clérigos anglicanos y con la hija del entonces líder de la exUnión Soviética Nikita Krushev, Rada Kruscheva, ante la inminente guerra que se avecinaba, forjaron su legado.

 

Juan XXIII

Reparto

Ed Asner como Angelo Giuseppe Roncalli

Massimo Ghini como Angelo Roncalli, de niño

Claude Rich como Card. Alfredo Ottaviani

Michael Mendl como Mons. Domenico Tardini

Franco Interlenghi como Mons. Giacomo Radini-Tedeschi

Sydne Rome como Rada Krusheva

Roberto Accornero como Mons. Angelo Dell'Acqua

Jacques Sernas como Cardinal Maurice Feltin

Paolo Gasparini como Mons. Loris Capovilla

Ivan Bacchi como Guido Gusso

Bianca Guaccero como Maria

Heinz Trixner como Franz von Papen

Sergio Fiorentini como Don Rebuzzini

Emilio De Marchi como Tío Saverio

Guido Roncalli como el Padre Kurteff

Vincenzo Bellanich como Cardinal Giuseppe Siri

Alvaro Piccardi como Antonio Samorè

Osvaldo Ruggieri como Pio XI

Tosca D'Aquino como Marianna Mazzola Roncalli

Nicola Siri como Giovanni Roncalli ya siendo sacerdote

Anna Valle como Rosa

Mauro Rapagnani como Angelo Roncalli de joven

Petra Faksova como la Hermana Ivana

 

 

Juan XXIII

 

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SAN JUAN XXIII

 

 

Juan XXIII, el Papa bueno

Juan XXIII se ganó rápidamente el sobrenombre de "Papa bueno”. Así lo percibían los cristianos de a pie y las personas que lo trataron de cerca. Junto a las grandes empresas, como el Concilio Vaticano II, llevó a cabo sencillos gestos que perduran y que también han cambiado la Iglesia.

Tradiciones para la historia

Cambios sencillos pero de calado, como el rezo público del Ángelus los domingos. El Papa bueno instauró esta tradición de rezar desde la ventana del Palacio Apostólico y dedicar una pequeña catequesis a los peregrinos.

Cerca de las personas

Siempre intentó estar cerca de la gente, como Papa y como obispo. Fue el primer pontífice que salió de las murallas vaticanas yvisitó las parroquias de Roma. También fue a hospitales y cárceles. Incluso en ocasiones esquivaba a la Gendarmeria vaticana para salir solo o con uno de sus secretarios.

Un nombre único

Juan XXIII tuvo el coraje de tomar el nombre de un usurpador y transformarlo. Hubo un antipapa en el siglo XV que se llamó Juan XXIII. El cardenal Roncalli no tuvo miedo de usar el nombre que había manipulado un impostor y que se evitó durante 500 años.

JUAN XXIII

Buscó la paz

Fue testigo de dos guerras mundiales. Como resultado, dos regímenes políticos opuestos dividieron al mundo. Juan XXIII se dio cuenta de que era necesario tender puentes e intercambió cartas con mandatarios como Kruschew, el líder de la Unión Soviética.

Mensajes para todos los hombres

Dirigió por primera vez una encíclica a "todos los hombres de buena voluntad” no sólo a los católicos. Fue "Pacem in terris”, un vivo alegato contra la guerra en el que reivindicaba que el conflicto armado no podía ser usado como un instrumento para buscar justicia.

Renovó la Curia

A los pocos meses de ser designado Papa, Juan XXIII convocó un consistorio para la creación de nuevos cardenales y más de la mitad eran no italianos. Rejuveneció la Curia y también creó por primera vez cardenales a un japonés, un africano, un filipino y un venezolano.

Concilio Vaticano II

Sin duda, la mayor revolución de Juan XXIII fue el Concilio Vaticano II. Una reunión de todos los obispos del mundo para estudiar la situación de la Iglesia. Un Papa anciano, considerado de transición, fue capaz de llevar a cabo uno de los cambios más profundos en la Iglesia de nuestro tiempo.

Ecumenismo

Precisamente al Concilio Vaticano II invitó, como observadores, a musulmanes, indios americanos y a miembros de todas las Iglesias cristianas. Trabajó por el diálogo entre los cristianos de todas las confesiones. Puso en marcha el primer organismo vaticano destinado a promover la unidad de los cristianos.

Como sucedió con Juan Pablo II, miles de personas rindieron su último homenaje a Juan XXIII cuando falleció. Y al igual que con el Papa Wojtyla también con el Papa Roncalli se entonó el "santo súbito”. Ambos serán elevados juntos a los altares y quedará escrito un capítulo más en la historia común de estos dos Papas pues fue Juan Pablo II quien beatificó a Juan XXIII en el año 2000.

 

 

 

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SAN JUAN XXIII

 

LA MADRE DE DIOS DE BEGOÑA

Como una puebla de pescadores, marinos y mercaderes nació Bilbao, en días remotos que la historia no los revela, entre montañas, allá donde su ría no admite ya el remontar de los navíos y los caminos de tierra, rutas de traficantes y arrieros, comienzan a adentrarse trabajosamente hacia tierras de Castilla. Fue el año 1300, cuando don Diego López de Haro, quinto señor de Vizcaya, que tal nombre ostentara, le otorgó, "en el nombre de Dios e de la Virgen bienaventurada Santa María", y "con placer de todos los vizcaínos", el título de villa.

Mas don Diego no fundó a Bilbao. La puebla existía ya y su caserío se apretaba—¿desde cuándo?—a orillas del Nervión, en las tierras de Begoña que se asomaban a la ría. Bilbao había nacido en Begoña. Ahora se emancipaba. Y en la carta-puebla, en el acta de emancipación ya que no de nacimiento, dos nombres hacen para nosotros su primera aparición, juntos entran en la historia y hermanados continuarán a través de los siglos: Santa María de Begoña y Bilbao.

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Begoña

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También el "monasterio" de Santa María de Begoña existía ya. Tampoco sabemos desde cuándo. Si Bilbao, la puebla de cabe el río, tenía una iglesia dedicada a Santiago—recuerdo indudable del peregrinaje compostelano—, Santa María era el templo de la anteiglesia. Bilbao apiñaba su caserío en torno a Santiago; pero Bilbao con Santiago se asentaba al pie de la colina en que presidía sus destinos la Madre de Dios de Begoña. Begoña dominaba geográficamente a Bilbao; su Virgen reinaba en el corazón de sus hijos.

Cuando sus navíos, cansados de surcar los mares del mundo, retornaban a Bilbao y, vencido el paso peligroso de la barra de la desembocadura, enfilaban la ría y la remontaban—todavía sus márgenes no estaban cuajadas de industria como hoy y conservaban la amenidad de una naturaleza frondosa, siempre verde—, iban dejando a los lados la villa de Portugalete, las anteiglesias de Guacho, Sestao, Baracaldo, Erandio, Deusto, Mando... Bilbao no se dejaba descubrir fácilmente escondido entre sus montes. El barco avanzaba. Una vuelta más de la ría y se divisarían las casas de Bilbao; pero, antes de doblarla, en la nave se hacía el silencio y las miradas se dirigían a la altura: acababa de aparecer el santuario de Begoña.

"Aquí se reza la salve", decían unos letreros a la orilla. Y marinos en las aguas y viandantes en la tierra rezaban la salve.

Hoy ya no existen los letreros. Las orillas han sacrificado su amenidad y belleza en aras del progreso. Varias de las anteiglesias han perdido su personalidad ante el empuje de un Bilbao siempre creciente. Ya el marino tropieza con sus casas sin necesidad de tanto navegar. Pero al llegar al último recodo, cuando va a asomarse al corazón de Bilbao, sigue viendo en la altura la casa de la Madre de Dios de Begoña y el paraje sigue llamándose la "Salve".

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Begoña

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Begoña presidió el ir y venir de los barcos por la ría y, con él, el movimiento comercial e industrial de Bilbao. Un único cabildo servía a Santa María de Begoña y a las parroquias de Bilbao, pregonando que, si la villa pudo emanciparse de la anteiglesia, su alma religiosa continuaba vinculada a la Madre de Dios de Begoña. Begoña era el santuario mariano de Bilbao cuando éste era Begoña y cuando dejó de serlo; hoy, al cabo de los siglos, cuando la hija ha absorbido en su seno a la madre y Begoña es Bilbao, su santuario sigue siendo el santuario por antonomasia de los bilbaínos. Más aún: de todos los vizcaínos.

La Madre de Dios de Begoña. Tal es el nombre tradicional de la Patrona de Vizcaya. Su imagen es la imagen de la Madre de Dios, animada por hondo sentido teológico. Es la tradicional y clásica imagen medieval de María. Ha superado las rigideces románicas, se ha humanizado su figura y su expresión, la sonrisa florece hermosa en sus labios, el Hijo es auténtico niño con graciosa cara de gitanillo travieso..., pero continúa siendo una talla hondamente teológica y religiosa. Es la Madre de Dios que sonríe a los hijos de los hombres.

¿Desde cuándo veneran los vizcaínos a Santa María de Begoña en las alturas de Artagan? No lo sabemos. El templo antiguo fue derribado a principios del siglo xvi, sin dejar rastro, para ser sustituido por otro más amplio y no sabemos si más hermoso. La escultura puede bien remontar a fines del siglo xiii o comienzos del xiv; pero nada nos autoriza a pensar que antes de ella no existiera, quizá, otra imagen que centrara la devoción de los fieles bajo la misma advocación. El año 1300 existía ya Santa María de Begoña. No sabemos más.

Cuando dicho año fundó don Diego la villa de Bilbao, el propio señor de Vizcaya era el patrono de la iglesia de Begoña. Y siguió siéndolo hasta 1382, en que don Juan, que por herencia uniría el señorío de Vizcaya y la corona de Castilla, la donó al conde de Mayorga, hijo del difunto señor de Vizcaya Juan Núñez de Lara y de doña Mayor de Leguizamón. Desde entonces Begoña quedó vinculada al primer linaje de Bilbao.

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Begoña

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Mas la prosperidad de Begoña nada debe a sus ilustres patronos. La historia del santuario es severa con ellos. La fama, todo su esplendor a través de los siglos, se debe a la devoción de los vizcaínos, begoñeses y bilbaínos en primer lugar. Y cuando decimos vizcaínos pensamos en el pueblo, en todo el pueblo, en que se confunden ricos y pobres, linajes ilustres y vidas humildes.

Fue el pueblo—y no un magnate—quien con sus limosnas levantó piedra a piedra, en el siglo xvi, el templo que hoy existe. Fueron los mercaderes bilbaínos los que costearon la erección de pilares y muros, y en ellos dejaron, no blasones nobiliarios, sino las marcas mercantiles con que señalaban sus mercancías. Aún hoy las podemos divisar en las alturas del templo, pregonando que es hijo de la devoción y del trabajo.

Ya en el siglo xvi encontramos la devoción a la Virgen de Begoña derramada por Vizcaya y expresándose en multitud de exvotos y dones que el rigor de los tiempos y las guerras han hecho desaparecer por completo, pero de muchos de los cuales conservamos memoria.

Y es en el siglo xvi cuando dos grandes figuras de nuestra historia eclesiástica—San Ignacio de Loyola y el obispo de Calahorra don Juan Bernal Díaz de Luco—fijan su mirada en Begoña para convertirla en un centro ,de irradiación religiosa y reformador. El obispo se la ofreció con insistencia al fundador y logró vencer sus primeros reparos para que algunos miembros de la naciente Campañía fundaran en ella. Todo quedó en proyectos, a pesar de sus deseos y de las gestiones de San Francisco de Borja; quizá a causa de los pleitos que envolvían a Begoña por razón del patronato.

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Begoña

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Los siglos xvii y xviii son espléndidos para nuestro santuario. Los vizcaínos desparramados por diversas regiones de España, por América y otros países, conservan la devoción a su Virgen y de lejos la obsequian con sus presentes. Los navegantes surcan los mares en navíos que se engalanan con el nombre de la Madre de Dios de Begoña. Y aun extranjeros que pasaran por Bilbao, al volver a sus tierras, se acuerdan en ocasiones de nuestra Virgen.

A Begoña llegan diariamente los vizcaínos a confiar a la Virgen sus cuitas y a agradecerle sus alegrías. Son nuevos sacerdotes que quieren celebrar su primera misa en su altar o vizcaínos ilustres, como el almirante de la Armada Invencible, Juan Martínez de Recalde, que quieren celebrar su matrimonio ante la imagen venerada. Terminada la fábrica del templo se preocupan de adornarlo y alhajarlo. Numerosas lámparas de plata cuelgan de su bóveda, en especial ante el retablo principal, que es, tallado a mediados del siglo xvii por Antonio de Alloitiz sobre diseños de Pedro de la Torre. La Virgen señorea desde su santuario. La sobria monotonía de sus muros es rota por no pocos lienzos que conmemoran favores extraordinarios concedidos por la Virgen a sus devotos. Se habla de auténticos milagros, que un párroco diligente recogerá en su historia manuscrita, y de algunos de ellos se instruirán procesos con todas las exigencias del derecho.  Rara vez sale la Virgen de su santuario, y ello en ocasiones en que urgen necesidades graves, tales las inundaciones de Bilbao. De éstas fue memorable la ocurrida en 1737. Conservamos la información jurada de testigos que se llevó a cabo por mandato de la autoridad diocesana; de ella resulta claramente que el retirarse de las aguas coincidió con la bajada de la Virgen, a pesar de que era la hora de la pleamar. La devoción a la Virgen crecía sin cesar; en 1699 se publicó por primera vez su historia y al año siguiente era necesaria una nueva edición.

El siglo xix es de historia triste para el santuario. No es que descienda la devoción, antes al contrario; sino que sobre Begoña se abaten las desgracias que van a atribular a Vizcaya. Se ha escrito con razón que la historia de Begoña es el reflejo en sus alegrías y tristezas de las de Vizcaya. El siglo xviii había agonizado bajo el signo de la guerra. En 1794 perdió Begoña toda su plata, sacrificada a los gastos de la guerra contra los revolucionarios franceses que llegaron a ocupar Bilbao. Nos dicen los documentos que Begoña entregó 1.905 marcos de plata; con ella se fundieron todas sus lámparas y perdimos uno de los apreciados recuerdos del pasado.

La guerra de la Independencia continuó la triste tarea de empobrecimiento: todas las alhajas desaparecieron en el saqueo, y el párroco, don Domingo Lorenzo de Larrinaga, fue asesinado.

Begoña

No repuesto el santuario de estos reveses se cierne de nuevo la guerra sobre él. En la primera guerra civil carlista queda situado en la misma línea del frente. Los obuses arruinan su torre y dañan seriamente al templo; la soldadesca desmandada asuela el interior y destruye cuanto puede, incluidos el retablo y gran parte del archivo. A tal estado quedó reducido el templo que un contemporáneo lo comparó con "un establo para ganado". En 1832, y según consta de papeles oficiales, el santuario no tenía lo absolutamente necesario. La imagen de la Virgen se había salvado en la iglesia de Santiago de Bilbao, a la que fue llevada en los momentos difíciles.

Trabajosamente había restañado las heridas de su iglesia, cuando, a fines de 1873, ve retornar el fatídico azote de la guerra. Una vez más en la línea del frente entre carlistas y liberales. De nuevo forcejean los primeros por conquistar Bilbao. En vano. El santuario de Begoña, convertido en defensa avanzada de la villa, es duramente trabajado por las tropas sitiadoras.

La imagen de la Virgen peregrina fuera del santuario. Para evitar la profanación el cabildo acordó trasladarla al monasterio del Refugio; los carlistas, para evitar que fuera bajada a Bilbao, la llevaron a la ermita de los Santos Justo y Pastor, en el monte de Santa Marina, y de allí al convento de los padres carmelitas de Larrea, en Amorebieta. Terminada la guerra, y acompañada por las autoridades civiles y militares de Bilbao y Begoña, fue repuesta en su trono. Nuevamente se impone la labor restauradora.

El 8 de septiembre de 1900 la imagen de la Virgen fue coronada con gran solemnidad por el obispo de Vitoria, don Ramón Fernández de Piérola, delegado para ello por la Santa Sede. Aquel año celebraba Bilbao el sexto centenario de su villazgo.

Poco tiempo después, el 21 de abril de 1903, la Sagrada Congregación de Ritos declaró a la Virgen de Begoña Patrona de Vizcaya. Era la consagración canónica de una realidad ya histórica.

Fue en 1738 cuando, a propuesta del párroco del santuario, las Juntas Generales de Guernica proclamaron a nuestra Virgen patrona de Vizcaya, en atención a "la suma devoción y profunda veneración que siempre y en todo tiempo ha demostrado y manifestado este noble Señorío a la Virgen Santísima de Begoña". Este acuerdo de las Juntas era consecuencia de una realidad vizcaína con respecto a la Virgen. Exponente de esta devoción, incluso oficial, había sido el grabado que el mismo Señorío publicó en 1672, con su escudo al pie de la imagen de la Señora, a la que denominaba "especial protectora y abogada" del Señorío.

Pero, adoptado el acuerdo en 1738, ningún paso se dió para la confirmación canónica del mismo hasta 1903. La Diputación Provincial en corporación proclamó el patronato de la Virgen sobre Vizcaya, en Guernica, bajo el árbol que antaño cobijara las Juntas, el 9 de septiembre. En días sucesivos los arciprestazgos de Vizcaya fueron llegando en peregrinación a Begoña. Los actos debían de culminar el 11 de octubre con la peregrinación de Bilbao.

Las izquierdas trataron de impedirla. El ministro de la Gobernación, García Alix, hizo una gestión cerca del obispo de Vitoria para que la suspendiera. Monseñor Piérola, desde su lecho de muerte, escribió al ministro: "La peregrinación tiene exclusivamente fines religiosos; si la autoridad civil no dispone de fuerzas suficientes para mantener el orden, sea ella quien la suspenda".

El ministro no se atrevió; pero sus promesas de garantizar el orden fueron vanas. No sintiéndose suficientemente fuertes, los elementos antirreligiosos de Bilbao fueron reforzados por un contingente de desalmados traídos de una provincia cercana. Contando con la pasividad, por no decir complicidad, del gobernador civil, ellos atacaron con tiros y piedras a la peregrinación que, pacífica y compacta, subía a Begoña. No pudieron impedir que unos 20.000 peregrinos llegaran al santuario. En las calles quedó tendido el cuerpo de un peregrino con el pecho atravesado por dos balas.

Bilbao había demostrado que sabía llegar al trono de la Madre a pesar de la violencia. En el pasado del santuario de Santa María de Begoña no escasean las páginas hermosas, pero hay sobre todas ellas una especialmente bella y glóriosa, la que el pueblo vizcaíno recuerda con el nombre sencillo y elocuente del Once de Octubre.

Y la Providencia ha querido que, tras de varios traslados de fecha, sea hoy, el 11 de octubre, festividad de la Maternidad de la Santísima Virgen, la fiesta litúrgica de la Patrona de Vizcaya.

ANDRÉS E. DE MAÑARICÚA

 

 

John Henry Newman

 

Brillante profesor de Oxford del siglo XIX y gigante moral y literario de su época, John Henry Newman llegó a ser el converso al catolicismo más conocido de Inglaterra. Su festividad se celebra el 9 de octubre.

 

Preparación

"Las grandes obras llevan su tiempo", escribió John Henry Newman, que a los treinta años era ya uno de los predicadores más estimados de la Iglesia de Inglaterra. También las obras de Dios se realizan a menudo tras una larga y oculta preparación. Este fue el "viaje", como luego lo llamaría Newman, que condujo a ese profesor de Oxford, un gigante moral y literario de su tiempo, a la Iglesia Católica.

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Nacido en Londres en 1801 en el seno de una familia de clase media, John Henry Newman tuvo su primera experiencia real de Dios a los quince años.

Se convirtió al cristianismo y comenzó sus estudios universitarios en Oxford. Era un estudiante más que capaz, y podría haber tomado muchos caminos hacia el éxito mundano, pero en lugar de ello optó por el sacerdocio en la Iglesia de Inglaterra.

Newman decidió incluso permanecer célibe, algo inusual en un clérigo anglicano. Se convirtió en un pastor muy querido, al tiempo que daba clases y era tutor en el Oriel College de Oxford.

En Oriel, Newman comenzó a estudiar a los Padres de la Iglesia, esas grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos que articularon los fundamentos de la fe cristiana. Algo se agitó en su interior.

Los Padres tenían una visión de la Iglesia viva en su fe, unificada y en crecimiento. "Algunas partes de sus enseñanzas -escribió Newman- llegaron como música a mi oído interior".

 

"...un trabajo que hacer en Inglaterra"

La semilla de una misión había sido plantada. En un viaje por el sur de Europa en 1833, Newman cayó gravemente enfermo en Sicilia y casi murió. En medio de una crisis de la enfermedad, dijo a su sirviente: “No moriré… Tengo un trabajo que hacer en Inglaterra”. Cuando se recuperó, regresó a su país. El viaje exterior había concluido, pero el viaje interior, duro y ardiente, se intensificó.

Newman quiso vivir en esa Iglesia de los Padres. Así que, junto a sus amigos -era un hombre de profundas amistades-, se embarcó en lo que llegaría a conocerse como el Movimiento de Oxford. Dicho movimiento fue un intento de renovar la Iglesia de Inglaterra desde dentro, recuperando elementos de la liturgia, la mentalidad y el celo de la antigua Iglesia.

Dio frutos entre sus compatriotas; sin embargo, el propio Newman seguía inquieto mientas leía y ponderaba lo que los Padres habían escrito. Esta inquietud se reflejó en sus obras, que atrajeron la atención de las autoridades de Oxford por ser “poco protestantes”. Newman dejó la universidad.

 

“Todo el hombre se mueve”

En 1842, se retiró al pueblo de Littlemore, orando y luchando con sus prejuicios contra la Iglesia Católica. ¿Por qué enseña cosas que parecen no estar presentes en la Iglesia primitiva? Razonaba, pero no de modo abstracto, porque quería que cualquier cambio en sus opiniones estuviese basado en algo más fuerte que la razón abstracta.

 

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“Es el ser concreto quien razona”. Y “todo el hombre se mueve”, lo cual lleva tiempo. Durante tres años, se dedicó a la oración y al estudio.
En 1845, publicó el “Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana”, que se convertiría en un clásico cristiano. En esta obra, muestra cómo la Iglesia desarrolla su comprensión y articulación del dogma a lo largo del tiempo. El dogma “cambia… para permanecer el mismo”, ya que lo que los cristianos creen sobre el Dios trino, Jesucristo y la Iglesia es algo vivo y que da la vida, y lo que vive crece.

Ese mismo año, John Henry Newman, el brillante profesor y renombrado predicador, pidió a un pobre misionero italiano que escuchase su confesión, y entró en la Iglesia Católica. También él estaba vivo, y para permanecer fiel a su conciencia, cambió.
Los amigos se alejaron de él, acusándolo de traición. Tuvo que abandonar su amada Oxford definitivamente. Fue, escribió, como “salir hacia el mar abierto”.

 

“El corazón habla al corazón”

Dos años después, en Roma, Newman fue ordenado sacerdote católico. Entró en el Oratorio de San Felipe Neri, y un año después llevó la forma de vida sacerdotal de esta sociedad a Inglaterra. De 1854 a 1858, trabajó en Dublín para responder a la petición de los obispos irlandeses de que iniciase una universidad allí. A su regreso a Inglaterra, se dedicó a su servicio sacerdotal atendiendo a los inmigrantes pobres y a los obreros de las fábricas que acudían al Oratorio para participar en el culto.

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En 1862, respondiendo a un ataque público que cuestionaba su conversión, Newman publicó una autobiografía que sigue siendo una obra maestra de la lengua inglesa: Apologia Pro Vita Sua, “una defensa de mi vida”.

Entendió que solo podía responder a algunas acusaciones con el testimonio de su vida, un “argumento” encarnado.

En 1879, este converso de tan obvia integridad atrajo la mirada del Papa León XIII, que nombró a Newman cardenal, y le concedió su petición de no ser consagrado obispo.

“Cor ad cor loquitur,” “el corazón habla al corazón” fue el lema escogido por el cardenal Newman. El cristianismo llegó a él de una forma personal a los 15 años, cuando Dios habló a su corazón, y algo de este carácter personal marcó su predicación, sus amistades más profundas y su pensamiento durante toda su vida.

 

“Guíame, Luz amable… ¡guíame!”

Las grandes obras llevan tiempo, y en 1890, Dios terminó de modelar a su siervo. “Guíame, Luz amable”, había rezado el joven Newman.

Dios lo guió: hacia fuera de los lugares, ideas y relaciones en los que se había sentido cómodo hasta que, según las palabras grabadas en su tumba, John Henry Newman salió “de las sombras y de las imágenes hacia la verdad”. El Papa Francisco lo canonizó en 2019.

 

 

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San John Henry Newman, cardenal - 9 de octubre

 

J. H. Newman - "Un hombre nuevo"

 

 

 

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