Las descripciones de estos padecimientos están relatadas con sobriedad y sin exageraciones, pero a la vez con la crudeza que tuvieron.
Pensamos que pueden ayudar a revivir la Pasión personalmente y comprender más a fondo cómo fueron esos sufrimientos.
La conclusión es que la naturaleza humana de Cristo era de una fortaleza tremenda para aguantar lo que aguantó.
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by Santiago Santidrián. Perfil de BiomedExperts.
Catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra
primeroscristianos.com
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La víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13, 1). Estas palabras solemnes de san Juan, que resuenan con familiaridad en nuestros oídos, nos introducen en la intimidad del Cenáculo.
Habían preguntado los discípulos. Id a la ciudad —respondió el Señor— y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle, y allí donde entre decidle al dueño de la casa: «El Maestro dice: "¿Dónde tengo la sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?"» Y él os mostrará una habitación en el piso de arriba, grande, ya lista y dispuesta. Preparádnosla allí (Mc 14, 13-15).
Conocemos los acontecimientos que sucedieron después, durante la Última Cena del Señor con sus discípulos: la institución de la Eucaristía y de los Apóstoles como sacerdotes de la Nueva Alianza; la discusión entre ellos sobre quién se consideraba el mayor; el anuncio de la traición de Judas, del abandono de los discípulos y de las negaciones de Pedro; la enseñanza del mandamiento nuevo y el lavatorio de los pies; el discurso de despedida y la oración sacerdotal de Jesús...
El Cenáculo sería ya digno de veneración solo por lo que ocurrió entre sus paredes aquella noche, pero además allí el Señor resucitado se apareció en dos ocasiones a los Apóstoles, que se habían escondido dentro con las puertas cerradas por miedo a los judíos (Cfr. Jn 20, 19-29); la segunda vez, Tomás rectificó su incredulidad con un acto de fe en la divinidad de Jesús: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28).
Los Hechos de los Apóstoles nos han transmitido también que la Iglesia, en sus orígenes, se reunía en el Cenáculo, donde vivían Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes, y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos (Hch 1, 13-14). El día de Pentecostés, en aquella sala recibieron el Espíritu Santo, que les impulsó a ir y predicar la buena nueva.
Vista del Cenáculo en Jerusalén
Los evangelistas no aportan datos que permitan identificar este lugar, pero la tradición lo sitúa en el extremo suroccidental de Jerusalén, sobre una colina que empezó a llamarse Sión solo en época cristiana. Originalmente, este nombre se había aplicado a la fortaleza jebusea que conquistó David; después, al monte del Templo, donde se custodiaba el Arca de la Alianza; y más tarde, en los salmos y los libros proféticos de la Biblia, a la entera ciudad y sus habitantes; tras el destierro en Babilonia, el término adquirió un significado escatológico y mesiánico, para indicar el origen de nuestra salvación.
Recogiendo este sentido espiritual, cuando el Templo fue destruido en el año 70, la primera comunidad cristiana lo asignó al monte donde se hallaba el Cenáculo, por su relación con el nacimiento de la Iglesia.
Recibimos testimonio de esta tradición a través de san Epifanio de Salamina, que vivió a finales del siglo IV, fue monje en Palestina y obispo en Chipre. Relata que el emperador Adriano, cuando viajó a oriente en el año 138, «encontró Jerusalén completamente arrasada y el templo de Dios destruido y profanado, con excepción de unos pocos edificios y de aquella pequeña iglesia de los Cristianos, que se hallaba en el lugar del cenáculo, adonde los discípulos subieron tras regresar del monte de los Olivos, desde el que el Salvador ascendió a los cielos.
Estaba construida en la zona de Sión que sobrevivió a la ciudad, con algunos edificios cercanos a Sión y siete sinagogas, que quedaron en el monte como cabañas; parece que solo una de estas se conservó hasta la época del obispo Máximo y el emperador Constantino» (San Epifanio di Salamina, De mensuris et ponderibus, 14).
Este testimonio coincide con otros del siglo IV: el transmitido por Eusebio de Cesarea, que elenca veintinueve obispos con sede en Sión desde la era apostólica hasta su propio tiempo; el peregrino anónimo de Burdeos, que vio la última de las siete sinagogas; san Cirilo de Jerusalén, que se refiere a la iglesia superior donde se recordaba la venida del Espíritu Santo; y la peregrina Egeria, que describe una liturgia celebrada allí en memoria de las apariciones del Señor resucitado.
Por diversas fuentes históricas, litúrgicas y arqueológicas, sabemos que durante la segunda mitad del siglo IV la pequeña iglesia fue sustituida por una gran basílica, llamada Santa Sión y considerada la madre de todas las iglesias.
Además del Cenáculo, incluía el lugar de la Dormición de la Virgen, que la tradición situaba en una vivienda cercana; también conservaba la columna de la flagelación y las reliquias de san Esteban, y el 26 de diciembre se conmemoraba allí al rey David y a Santiago, el primer obispo de Jerusalén. Se conoce poco de la planta de este templo, que fue incendiado por los persas en el siglo VII, restaurado posteriormente y de nuevo dañado por los árabes.
Cuando los cruzados llegaron a Tierra Santa, en el siglo XII, reconstruyeron la basílica y la llamaron Santa María del Monte Sión. En la nave sur de la iglesia estaba el Cenáculo, que seguía teniendo dos pisos, cada uno dividido en dos capillas: en el superior, las dedicadas a la institución de la Eucaristía y la venida del Espíritu Santo; y en el inferior, las del lavatorio de los pies y las apariciones de Jesús resucitado.
En esta planta se colocó un cenotafio —monumento funerario en el que no está el cadáver del personaje al que se dedica— en honor de David. Reconquistada laCiudad Santa por Saladino en 1187, la basílica no sufrió daños, e incluso se permitieron las peregrinaciones y el culto. Sin embargo, esta situación no duró mucho: en 1244, la iglesia fue definitivamente destruida y solo se salvó el Cenáculo, cuyos restos han llegado hasta nosotros.
La sala gótica actual data del siglo XIV y se debe a la restauración realizada por los franciscanos, sus dueños legítimos desde 1342. Los frailes se habían hecho cargo del santuario siete años antes y habían edificado un convento junto al lado sur. En la fecha citada, por bula papal, quedó constituida la Custodia de Tierra Santa y les fue cedida la propiedad del Santo Sepulcro y el Cenáculo por los reyes de Nápoles, que a su vez la habían adquirido al Sultán de Egipto.
No sin dificultades, los franciscanos habitaron en Sión durante más de dos siglos, hasta que fueron expulsados por la autoridad turca en 1551. Ya antes, en 1524, les había sido usurpado el Cenáculo, que quedó convertido en mezquita con el argumento de que allí se encontraría enterrado el rey David, considerado profeta por los musulmanes. Así permaneció hasta 1948, cuando pasó a manos del estado de Israel, que lo administra todavía.
Se accede al Cenáculo a través de un edificio anexo, subiendo unas escaleras interiores y atravesando una terraza a cielo abierto. Se trata de una sala de unos 15 metros de largo y 10 de ancho, prácticamente vacía de adornos y mobiliario. Varias pilastras en las paredes y dos columnas en el centro, con capiteles antiguos reutilizados, sostienen un techo abovedado. En las claves quedan restos de relieves con figuras de animales; en particular, se reconoce un cordero.
Algunos añadidos son evidentes, como la construcción hecha en 1920 para la plegaria islámica en la pared central, que tapa una de las tres ventanas, o un baldaquino de época turca sobre la escalera que lleva al nivel inferior; este dosel se apoya en una columnita cuyo capitel es cristiano, pues está adornado con el motivo eucarístico del pelícano que alimenta a sus crías.
La pared de la izquierda conserva partes que se remontan a la era bizantina; a través de una escalera y una puerta, se sube a la pequeña sala donde se recuerda la venida del Espíritu Santo. En el lado opuesto a la entrada, hay una salida hacia otra terraza, que comunica a su vez con la azotea y se asoma al claustro del convento franciscano del siglo XIV.
En la actualidad no es posible el culto en el Cenáculo. Solamente el beato Juan Pablo II gozó del privilegio de celebrar la Santa Misa en esta sala, el 23 de marzo de 2000. Cuando Benedicto XVI viajó a Tierra Santa en mayo de 2009, rezó allí el Regina coeli junto con los Ordinarios del país. Debido a la existencia del cenotafio en honor de David, que se veneraba como la tumba del rey bíblico, muchos judíos acuden al nivel inferior para rezar ante ese monumento.
La presencia cristiana en el monte Sión pervive en la basílica de la Dormición de la Virgen —que incluye una abadía benedictina— y el convento de San Francisco. La primera fue construida en 1910 sobre unos terrenos que obtuvo Guillermo II, emperador de Alemania; la cúpula del santuario, con un tambor muy esbelto, se distingue desde muchos puntos de la ciudad. En el convento franciscano, fundado en 1936, se encuentra el Cenacolino o iglesia del Cenáculo, el lugar de culto más cercano a la sala de la Última Cena.
Fijaos ahora en el Maestro reunido con sus discípulos, en la intimidad del Cenáculo. Al acercarse el momento de su Pasión, el Corazón de Cristo, rodeado por los que Él ama, estalla en llamaradas inefables (Amigos de Dios, 222). Ardientemente había deseado que llegara esa Pascua (Cfr. Lc 22, 15), la más importante de las fiestas anuales de Israel, en la que se revivía la liberación de la esclavitud en Egipto.
Estaba unida a otra celebración, la de los Ácimos, en recuerdo de los panes sin levadura que el pueblo debió tomar durante su huida precipitada del país del Nilo. Aunque la ceremonia principal de aquellas fiestas consistía en una cena familiar, esta poseía un carácter religioso fuerte: «era conmemoración del pasado, pero, al mismo tiempo, también memoria profética, es decir, anuncio de una liberación futura» (Benedicto XVI, Exhort. apost. Sacramentum caritatis, 10).
Durante esa celebración, el momento decisivo era el relato de la Pascua o hagadá pascual. Empezaba con una pregunta del más joven de los hijos al padre:
La respuesta daba ocasión para narrar con detalle la salida de Egipto. El cabeza de familia tomaba la palabra en primera persona, para simbolizar que no solo se recordaban aquellos hechos, sino que se hacían presentes en el ritual.
Al terminar, se entonaba un gran cántico de alabanza, compuesto por los salmos 113 y 114, y se bebía una copa de vino, llamada de la hagadá. Después, se bendecía la mesa, empezando por el pan ácimo. El principal lo tomaba y daba un trozo a cada uno con la carne del cordero.
Una vez tomada la cena, se retiraban los platos y todos se lavaban las manos para continuar la sobremesa. La conclusión solemne se comenzaba sirviendo el cáliz de bendición, una copa que contenía vino mezclado con agua. Antes de beberlo, el que presidía, puesto en pie, recitaba una larga acción de gracias.
Al tener la Última Cena con los Apóstoles en el contexto del antiguo banquete pascual, el Señor lo transformó y le dio su sentido definitivo: «en efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1340).
Cuando el Señor en la Última Cena instituyó la Sagrada Eucaristía, era de noche (...). Se hacía noche en el mundo, porque los viejos ritos, los antiguos signos de la misericordia infinita de Dios con la humanidad iban a realizarse plenamente, abriendo el camino a un verdadero amanecer: la nueva Pascua. La Eucaristía fue instituida durante la noche, preparando de antemano la mañana de la Resurrección (Es Cristo que pasa, 155).
En la intimidad del Cenáculo, Jesús hizo algo sorprendente, totalmente inédito: tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
—Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía (Lc 22, 19).
Sus palabras expresan la radical novedad de esta cena con respecto a las anteriores celebraciones pascuales. Cuando pasó el pan ácimo a los discípulos, no les entregó pan, sino una realidad distinta: esto es mi cuerpo. «En el pan partido, el Señor se reparte a sí mismo (...). Al agradecer y bendecir, Jesús transforma el pan, y ya no es pan terrenal lo que da, sino la comunión consigo mismo» (Benedicto XVI, Homilía de la Misa in Cena Domini, 9-IV-2009). Y al mismo tiempo que instituyó la Eucaristía, donó a los Apóstoles el poder de perpetuarla, por el sacerdocio.
También con el cáliz Jesús hizo algo de singular relevancia: tomó del mismo modo el cáliz, después de haber cenado, y se lo pasó diciendo:
—Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros (Lc 22, 20).
Ante este misterio, el beato Juan Pablo II planteaba:
«¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega "hasta el extremo" (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida. Este aspecto de caridad universal del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir "Éste es mi cuerpo", "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre", sino que añadió "entregado por vosotros... derramada por vosotros" (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos» (Beato Juan Pablo II, Litt. enc. Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003, 11-12).
Benedicto XVI, dirigiéndose a los Ordinarios de Tierra Santa en el mismo lugar de la Última Cena, enseñaba: «en el Cenáculo el misterio de gracia y salvación, del que somos destinatarios y también heraldos y ministros, solo se puede expresar en términos de amor» (Benedicto XVI, Rezo del Regina Coeli con los Ordinarios de Tierra Santa): el de Dios, que nos ha amado primero y se ha quedado realmente presente enla Eucaristía, y el de nuestra respuesta, que nos lleve a entregarnos generosamente al Señor y a los demás.
Ante Jesús Sacramentado —¡cómo me gusta hacer un acto de fe explícita en la presencia real del Señor en la Eucaristía!—, fomentad en vuestros corazones el afán de transmitir, con vuestra oración, un latido lleno de fortaleza que llegue a todos los lugares de la tierra, hasta el último rincón del planeta donde haya un hombre que gaste generosamente su existencia en servicio de Dios y de las almas (Amigos de Dios, 154).
http://www.es.josemariaescriva.info/
“Fue traspasado por nuestras rebeldías, triturado por nuestras culpas. Por sus llagas hemos sido curados” (Is, 53).
Solamente en el contexto de estas palabras de Isaías puede entenderse en toda su profundidad La Pasión de Cristo, de Mel Gibson. De hecho, la cinta se abre con esta profecía, la del siervo sufriente, sobreimpresionada en pantalla.
Esto no es un sermón. Vamos a hablar de cine, pero en toda producción artística es indispensable contar con la intención del autor, y lo que pretende un director católico como Mel Gibson con esta película no es sino mover al espectador a rezar. Un análisis de esta cinta, por tanto, no puede prescindir de una importante consideración religiosa.
Be-mah nishtanah ha-layla ha-zot mi khol ha-layelot (¿Por qué esta noche es distinta a todas las noches?). Estas son las únicas palabras en hebreo de la cinta (el resto está en arameo y en latín), y las dice la Virgen María. Se trata de una pregunta ritual que siempre se hace en hebreo, aún hoy, en los primeros momentos de la cena pascual.
La respuesta la da la Magdalena y es “Porque antes éramos esclavos y ya no lo somos”. Con estas palabras Gibson nos enmarca perfectamente en la acción que va a tener lugar, pues establece el paralelismo entre la Pascua judía y la muerte de Cristo: el Antiguo y el Nuevo Testamento. La historia es de sobra conocida, al igual que los personajes: las últimas horas de la vida de Cristo, desde la oración en el huerto hasta la resurrección.
Gibson basa el guión en los evangelios y en las revelaciones de la beata Ana Catalina Emmerick sobre la Pasión, aunque también se toma ciertas licencias que no obstaculizan el tema central de la película.
En la primera escena, la de la agonía en el Huerto de los Olivos, Gibson nos introduce perfectamente en el clímax de la historia con una atrevida y excelente fotografía, esa misteriosa luz azul que inunda la pantalla. Allí vemos un Jesús al que no estamos acostumbrados, que tiene miedo, al que le caen sudores fríos y de sangre, que apenas puede mantenerse en pie.
Vemos más que nunca su naturaleza humana, que, ante lo que se le viene encima, ruega al Padre para que le libre de esos padecimientos. También está allí el diablo con forma corporal -una de las licencias del director-.
“Si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya”.
Haremos ahora un recorrido por la película fijándonos en la interacción entre Jesús y el resto de personajes, muchas veces en forma de miradas del Salvador. La respuesta a estas miradas cambia según el personaje.
La primera de ellas se produce en el huerto. Pedro saca la espada para proteger a su Maestro y le corta la oreja a uno de los guardias, Malco. Entonces, Jesús, ordena a Pedro que suelte el arma y cura la oreja de Malco. La beata Emmerick dice que, después de su encuentro con Cristo, Malco estuvo cerca de María aquel día. En sus ojos se ve el reconocimiento de la divinidad de Jesús.
Más adelante, justo antes de que Jesús sea juzgado por el Sanedrín, Gibson echa mano por primera vez a algo que se hará frecuente durante el filme, el flashback. Con este recurso el director pretende dos cosas. La primera, completar la explicación del sentido de la muerte de Cristo.
La segunda, darle “respiros” al espectador, pues todos los flashbacks son escenas de alegría y de paz que contrastan con la tensión y el sobrecogimiento del espectador ante los episodios la Pasión. En este caso se trata de la deliciosa escena en el taller de Jesús.
“- Mesa alta, sillas altas.- Esto nunca va a estar de moda”.
Acabado el juicio ante Caifás, una vez que Jesús ya ha sido condenado a muerte, tienen lugar las tres negaciones de Pedro. El apóstol asegura por tercera vez no conocer a Jesús y es entonces cuando ve la mirada dolida de su Amigo.
El director sigue en este pasaje el relato del evangelista San Lucas: “El Señor se volvió y miró a Pedro” (Lc 22, 61). Pero el apóstol, a pesar de haber cometido tan grave traición a su Maestro, a diferencia de Judas, no se abandona a la desesperanza, sino que busca auxilio en María
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“Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres”.
María, refugio de los pecadores.
Jesús ya ha sido juzgado y condenado a muerte. Cuando el patio de la casa de Caifás se ha vaciado, la Virgen, San Juan y María Magdalena se quedan solos. Gibson nos muestra entonces, de forma simbólica, la conexión entre Jesús y su Madre.
María se dirige a un sitio concreto y apoya la cara en el suelo. La cámara baja perpendicularmente, como adentrándose en la tierra, hasta llegar al sitio exacto donde Jesús espera el juicio ante Pilato. Es la identificación de ambos con la voluntad del Padre: a pesar del dolor, ambos aceptan la Pasión para la redención del género humano.
Jesús es llevado ante Pilato. Hristo Sopov, el actor que encarna al procurador romano, refleja a la perfección la lucha interior del personaje por tratar de liberar a Cristo. También vemos las dudas del personaje con su pregunta a Jesús en el pretorio: Quid est veritas? Pilato le transmite sus inquietudes a Claudia, su mujer, y ésta intenta convencerlo de que no condene a Jesús.
Un autor anónimo de la Edad Media respondió la pregunta de Pilato usando las mismas letras:
- Quid est veritas? (¿Qué es la verdad?)
- Est vir qui adest (Es el varón que tienes delante).
Uno de los intentos del gobernador por conseguir que los judíos dejen de pedir la crucifixión para Jesús es darle “un castigo severo, pero sin permitir que lo maten”. Con ello pretende que al mostrárselo al pueblo, este se apiade ante las heridas de Jesús.
La flagelación es sin duda la escena más dura de toda la película. No se le oculta nada al espectador, hasta el punto de que algunos han puesto el grito en el cielo por la crudeza de las imágenes. Aunque no estoy del todo de acuerdo con ellos, sí que pienso que hay un par de momentos que sobran (el flagelazo que se incrusta en el costado de Cristo y el que le da en la frente).
Pero en general, no es una escena sensacionalista sino realista. En esta secuencia se suceden dos miradas significativas. Justo antes de empezar a recibir los golpes, Jesús levanta la los ojos al cielo, dirigiéndose al Padre. La flagelación empieza con treinta golpes dados con varas de madera, al cabo de los cuales vemos a los verdugos recuperando el aliento y a Jesús postrado en el suelo. En ese momento, llega la Virgen. Jesús la mira. Y se levanta.
“Mi corazón está preparado, Padre”.
María mira a Jesús…
… y Jesús mira a su Madre.
Ante la increíble resistencia de Jesús, los soldados cambian las varas de madera por los flagella, unas correas acabadas en bolas de plomo sin pulir y en hierros cortantes. Durante esta parte de la flagelación vuelve a aparecer el demonio en forma corporal. Este, lleva en brazos a un niño monstruoso, que representa el pecado.
“Hijo mío, ¿cuándo, dónde, cómo decidirás librarte de todo esto?”.
“Ecce Homo”.
Avanzamos hasta cuando Cristo, después de que Pilato desista y se lave las manos, carga con la cruz. Me fijaré solo en algunos detalles. El primero de ellos, el “duelo de miradas” entre María y Satanás, cada uno a un lado de la calle por donde pasa Jesús llevando la cruz. La Inmaculada contra el Príncipe de la mentira. La Llena de gracia se enfrenta al padre del pecado.
“Establezco hostilidades entre ti y la Mujer, entre su estirpe y la suya” (palabras a la serpiente en el Génesis 3, 15).
En medio del camino hacia el Calvario, Gibson nos regala, al menos en mi opinión, la escena más bella de la película: el encuentro de Jesús y de María. Lo hace, de nuevo, apoyándose en un flashback. María ve caer a Jesús con la cruz y recuerda a un Jesús niño que se cae mientras está jugando. La música acompaña a la Virgen que corre hacia el Señor y le dice las mismas palabras que en aquella ocasión en Nazaret, “Aquí estoy”. Jesús mira a su Madre y dice:
“¿Ves, Madre? Yo hago nuevas todas las cosas”
Uno de los legionarios repara en la escena. Se queda pensativo mirando a María. Al final de la película, será uno de los personajes que acaben creyendo en Jesús. De la secuencia se deduce de nuevo la idea de que María nos lleva a Jesús.
Nada más separarse de su madre, Jesús se levanta, mira al Cielo, en un gesto que reafirma al espectador en que el Salvador acepta lavoluntad del Padre.
Otra de esas miradas del Señor es la que dirige a Simón de Cirene. Este personaje es forzado a ayudar a Jesús a llevar la cruz. En un principio, su reacción es de repulsa, pero a medida que va conociendo a Jesús se da cuenta de que el hombre que tiene delante no es un hombre cualquiera.
Jesús ha llegado al Calvario, pero está destrozado y no puede ponerse en pie. El cireneo baja la colina entre sollozos, y mientras él baja, la Virgen, San Juan y la Magdalena coronan el Gólgota. Jesús ve llegar a su madre y, como sucediera antes durante la flagelación, su visión le devuelve las fuerzas y el Salvador se incorpora.
Los soldados rasgan la túnica de Jesús y Gibson introduce el último flashback, esta vez remontándose solo unas pocas horas, hasta la última cena. Allí, Cristo instituye la Eucaristía, que no es otra cosa sino el memorial de su Pasión. Gibson compone un relato muy eucarístico con esta escena.
“Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”.
Después de tres largas horas de agonía, Jesús entrega el espíritu. Como se cuenta en el Evangelio, Gibson nos enseña el velo del templo rasgándose y el temblor de tierra, pero añade una licencia muy interesante. Es el demonio dando un alarido de rabia. Sabe que ha perdido, Cristo ha vencido al pecado y a la muerte y nos ha dado la libertad de los hijos de Dios.
El cadáver de Jesús es desclavado y descolgado de la cruz. María lo toma en sus brazos y, rompiendo todos los cánones del cine, mira directamente al espectador, como diciéndole: “Aquí está. Mírale. Lo ha hecho por ti”. La cámara se va alejando lentamente y nos muestra una pietá sangrante. Para mí, el mejor plano -tanto simbólica como técnicamente- de la película.
“El castigo de nuestra salvación pesó sobre Él y en Sus llagas hemos sido curados”.
Pero este no es el final…
En resumen, una película excelente. ¿Real? Por supuesto. ¿Demasiado violenta? No lo creo (salvo los dos detalles mencionados de la flagelación). La fotografía es cautivadora, sobre todo en el huerto de los olivos y en el Calvario.
El ritmo es muy adecuado, pues Gibson sabe comprimir muchas escenas sin que parezcan atropelladas (sin dejarse ninguna de las catorce estaciones del vía crucis) y repara en la necesidad del espectador de “respirar” de vez en cuando.
La banda sonora es perfecta acompañadora. Majestuosa, cuando se levanta la cruz y se deja ver al Rey de los judíos. Inquietante e incluso irritante, en las escenas del huerto y en las de Judas. Épica, como en la Resurrección. Pero también cálida cuando hace falta. Cabe destacar la música en la escena del encuentro entre Jesús y María.
Jim Caviezel encarna a la perfección a Jesús, tarea nada fácil, sencillamente porque sabe no estorbar (cuántos “Jesuses” del cine nos han decepcionado).
Pero la mejor interpretación de la película es, sin ninguna duda, la de Maia Morgenstern, pues es capaz de transmitirnos dos valores en principio contrapuestos, la amargura de una madre que ve morir a su hijo y la serenidad de quien sabe que lo que está sucediendo es para la redención del hombre. Esta película no se entiende sin María.
Jaime Cervera (@jcervera_)
Fuente: Rick's
Este post ofrece un breve comentario de las siete películas que mejor han reflejado la crucifixión y muerte de Jesús. En cada una indicamos el director (D) y, si tiene un papel relevante, también el actor que encarnó a Jesucristo (J).
Muestra con realismo y crudeza los tormentos que sufrió Jesús: los azotes, la subida al Calvario, la crucifixión. Vemos el papel de María en la Redención y su especial sintonía con su Hijo.
Sin duda la versión más completa de los sufrimientos de Cristo, con abundantes símbolos y metáforas.
La más conocida y la que más ha influido en el público. 126 min.
Película que mantiene muy bien el ritmo, con un guión rico en matices sobre los sentimientos de Jesús, al que muestra en una faceta a la vez divina y humana (no tan solemne como en otros filmes de la época).
Duvivier tomó todos los diálogos de los Evangelios, componiendo las escenas con una estética preciosista, y con un tono lírico sin precedentes. En este filme se inspiró Zeffirelli para construir su serial televisivo Jesus de Nazaret. 95 min.
D: Ferdinand Zecca, producida por la casa Pathé con fotografía de Segundo de Chomón. El público acogió el filme con entusiasmo, y Zecca decidió entonces ampliar el proyecto, escribiendo un guión más amplio que abarcaba la vida entera de Jesús. Entre 1903 y 1906, filmó otras escenas que incorporó a las ya rodadas; y al final, la cinta contenía 37 cuadros que contaban la vida entera de Cristo.
Este filme compitió duramente con otro de los Lumiere titulado La Vie et la Passion de Jésus-Christ.
El filme de Vincent hace referencia a una representación multitudinaria que, cada cierto tiempo —desde 1634—, lleva a cabo el pueblo entero de Oberammergau, en Baviera, durante la Semana Santa.
Inspirado en ella, escribió su propia historia de la Pasión y filmó la película en el Museo de cera y en el Gran Central Palace de Nueva York.
Judá Ben Hur, un aristócrata judío injustamente condenado a galeras, encuentra ayuda y consuelo en Jesús de Nazaret, a quien nunca olvidará.
Con el tiempo, ambos vuelven a encontrarse en el momento de la crucifixión: un encuentro que permite a Ben Hur convertirse, volver a la fe perdida y recuperar a su madre y a su hermana, enfermas de lepra. 212 min.
Primera película en Cinemascope, que obtuvo cinco candidaturas a los Oscar, incluidos los de mejor película y mejor actor (Richard Burton). Burton interpreta a Marcelo Gallo, el centurión romano encargado de supervisar la crucifixión, cuya vida cambia para siempre cuando, al pie de la cruz, gana la túnica de Cristo en un juego de apuestas. 135 min.
La historia se centra en el personaje del malhechor (interpretado por Anthony Quinn) que fue liberado por Poncio Pilato en lugar de Jesús.
Esta figura del ladrón nos es presentada con realismo, como un hombre violento y asesino, pero cuya existencia queda marcada para siempre por la obsesión de que un hombre bueno, al que muchos creían Hijo de Dios, sufrió la muerte miserable a la que él estaba condenado.
Otras películas han tratado también, directa o indirectamente, el relato de la pasión de Cristo. Pero ninguna con la fidelidad de las 4 primeras ni con la sincera emotividad de las 3 últimas. Feliz Semana Santa, también con ayuda del cine.
Después de una larga jornada llegó Jesús a Betania, pequeña ciudad que se encontraba en el camino de Jericó a Jerusalén y muy próxima a ésta (unos tres kilómetros). Allí, como hemos visto, tenía el Señor grandes amigos y era siempre bien recibido. San Juan señala que esto ocurre seis días antes de la Pascua. Quizá, por tanto, el viernes, antes de que comenzara el descanso sabático.
Antes nos ha advertido que Jesús no subió a la Pascua tan temprano como otros peregrinos que preguntaban por Él.
Durante esta última semana, el Señor permanecerá todo el día enseñando en el Templo, pero por la tarde volverá a Betania para pasar la noche, probablemente en casa de Marta, de María y de Lázaro. Allí se encontraba bien con sus amigos.
Al día siguiente de su llegada, el sábado, le prepararon una cena en casa de Simón el leproso (Mc), quizá un discípulo a quien Jesús habría curado de esa enfermedad. Es presentado por San Marcos como una persona conocida. En aquella cena, Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él (Jn).
Las dos familias debían de estar muy unidas. Fue ésta una comida bien cuidada, para recibir con afecto al Maestro y para que éste restaurase sus fuerzas después de llevar tantos días transitando por caminos polvorientos y comiendo lo que le ofrecían. También era un modo de agradecer la vuelta a la vida de Lázaro, que había tenido lugar pocas semanas antes. Relatan este suceso San Mateo, San Marcos y San Juan.
Era costumbre de la hospitalidad de Oriente honrar a un huésped ilustre con agua perfumada después de lavarse. Pero apenas se sentó Jesús, María tomó un frasco de alabastro que contenía una libra de perfume muy caro, de nardo puro. Se acercó por detrás al diván donde estaba recostado Jesús y ungió sus pies y los secó con sus cabellos (Jn).
No quitó el sello del frasco, sino que lo rompió (Mc) por el cuello alargado que solían tener estas vasijas, para que ya nadie lo pudiera aprovechar, y lo derramó abundantemente, hasta la última gota, primero en su cabeza (Mc) y luego en sus pies (Jn). Juan, que estaba presente, recuerda al escribir su evangelio que toda la casa se llenó de la fragancia del perfume. Jesús la dejó hacer.
María tenía preparado aquel frasco de alabastro para cuando llegara el Maestro. Quizá conocía la unción de aquella mujer en Galilea y se sintió movida a llevar a cabo algo parecido.
Jesús agradeció mucho esta acción de María. En medio de tantas sombras como se le vienen encima, este gesto debió de llegarle al corazón. Pero el gesto de María no les pareció bien a todos. Algunos de los presentes –San Juan señala expresamente a Judas– comenzaron a murmurar: ¿Para qué ha hecho este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios, y darlo a los pobres (Mc). Añade San Marcos que se irritaban contra ella. No pueden con su generosidad.
San Juan nos dice los verdaderos motivos de las críticas de Judas: Pero esto lo dijo no porque él se preocupara de los pobres, sino porque era ladrón, y, como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Judas era el que administraba el poco dinero del que disponían. Y el evangelista no vacila en escribir que era ladrón.
Jesús salió enseguida en defensa de María y anunció veladamente la proximidad de su muerte (faltaba ya menos de una semana), y hasta se vislumbraba en sus palabras que sería tan inesperada que apenas habría tiempo para embalsamar su cuerpo tal como era costumbre.
Jesús miró con afecto a María y luego se dirigió a todos:
Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo, pues a los pobres los tenéis siempre con vosotros, y podéis hacerles bien cuando queráis; a mí, en cambio, no siempre me tenéis. Ha hecho cuanto estaba en su mano: se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura.
Aquella muestra de afecto de María dura hasta nuestros días: En verdad os digo: dondequiera que se predique el Evangelio en todo el mundo, se contará también lo que ella ha hecho, para memoria suya.
Este suceso determinó en buena medida el modo en que se desarrollaron los acontecimientos posteriores. Judas debió de sentirse herido por las palabras del Maestro y por el elogio que hizo de María. Todos sus rencores se pusieron de pie. Decidió ir aquella noche a los príncipes de los sacerdotes, y les ofreció entregar a Jesús. Ellos se alegraron y le prometieron dinero. Desde aquel momento buscaba cómo podría entregarlo en un momento oportuno (Mc).
La resurrección de Lázaro había tenido una gran resonancia en toda Judea. Por eso, muchos (Jerusalén estaba repleta ya de peregrinos) se acercaron a Betania, no sólo para ver a Jesús, sino también por Lázaro. Eran incontables los que habían pasado ya por allí, y muchas debieron ser las explicaciones que dieron Marta y María, y hasta el propio Lázaro.
Por eso, los príncipes de los sacerdotes decidieron también dar muerte a Lázaro, pues muchos por su causa se apartaban de los judíos y creían en Jesús (Jn).
Lázaro era un testimonio vivo de la divinidad de Jesús.
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Vida de Jesús (Fco Fz Carvajal)
Jesús es presentado como el Rey-Mesías, que entra y toma posesión de su ciudad. Pero no entra como un rey guerrero que avanza con su gran ejército, sino como un Mesías humilde y manso, cumpliendo así la profecía de Zacarías (9,9): "He aquí que tu rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y. montado en un asno".
La característica de la procesión es el júbilo, gozo que anticipa el de pascua. Es una procesión en honor de Cristo rey; por eso los ornamentos son rojos y se cantan himnos y aclamaciones a Cristo. La Iglesia realiza los acontecimientos del primer domingo de ramos: lo que se lee en el evangelio se vive inmediatamente después en la procesión (1).
La procesión no es simple ostentación, sino algo muy real; en cierto sentido, más real que el mismo acontecimiento original, porque la Iglesia, al celebrar este hecho con fe y devoción, celebra el misterio que se oculta en él. El rey que nosotros aclamamos no es un personaje histórico, sino el que vive y reina por siempre. El significado de la entrada triunfal de Cristo solamente se percibe desde la fe. Jesús entra "para llevar a cabo su obra mesiánica, para sufrir, morir y resucitar".
"¡Bendito el que viene en nombre del Señor!; ¡hosanna en las alturas!" En cada celebración eucarística repetimos esta aclamación al comenzar la oración eucarística. La venida de Cristo en el misterio eucarístico acontece diariamente. En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, representada en cada asamblea litúrgica, sale a recibir y dar la bienvenida a Cristo de una manera especial.
La procesión nos transmite como una anticipación o pregustación del domingo de pascua. La alegría y el triunfo de pascua rompe así la liturgia más bien sombría del domingo de ramos. Las palmas que se bendicen y se llevan en procesión, son emblema de victoria. "Hoy honramos a Cristo, el rey triunfador, llevando estos ramos".
El responsorio que se canta al entrar en la iglesia menciona explícitamente la resurrección: "Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo".
En la procesión del domingo de ramos, la Iglesia, además de conmemorar un hecho pasado y celebrar una realidad presente, anticipa también su cumplimiento final. La Iglesia espera la completa realización del misterio al final de los tiempos.
Esta nota escatológica está contenida en la oración que se dice en la bendición de los ramos: "A cuantos vamos a acompañar a Cristo aclamándolo con cantos, concédenos entrar en la Jerusalén del cielo por medio de él". Una de las peticiones de laudes, dirigida a Cristo, contiene también este ansia de la plenitud futura. "Tú que subiste a Jerusalén para sufrir la pasión y entrar así en la gloria, conduce a tu Iglesia a la pascua eterna".
Este domingo se llama de dos maneras: domingo de ramos y también domingo de pasión. Ramos por la victoria y pasión por el sufrimiento. La procesión es heraldo de la victoria de pascua; en cambio, la liturgia de la palabra que le sigue nos sumerge en la liturgia del viernes santo. Cristo vencerá efectivamente, pero lo hará por su pasión y muerte.
La primera lectura es del profeta Isaías (50,74). Los sufrimientos del profeta en manos de sus enemigos son figura de los de Cristo. Su serena aceptación de los insultos e injurias nos hace pensar en la humildad de Cristo cuando fue sometido a provocaciones aún peores. Es un sufrimiento aceptado libremente y voluntariamente soportado.
Esta idea de aceptación se encuentra también en la segunda lectura (Flp 2,6-11), que nos dice: "Cristo se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz". Repetimos el mismo tema en el prefacio: "Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales".
La segunda lectura nos hace penetrar con profundidad en el misterio de la redención. San Pablo, escribiendo a los filipenses, habla del anonadamiento (kenosis) de Cristo, el cual no sólo "se despojó de sí mismo asumiendo la condición de esclavo", sino que incluso se humilló hasta someterse a la muerte de cruz.
Esta era lo último de la humillación y el anonadamiento, hacerse un proscrito, un desecho de la sociedad. Pero san Pablo, después de sondeadas las profundidades de los sufrimientos de Cristo, eleva en seguida nuestro pensamiento: "Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el `Nombre-sobretodo-nombre`.
La solemne lectura de la pasión es lo más característico de la misa. Siguiendo la actual ordenación litúrgica en tres ciclos, el evangelio puede ser el de Mateo, el de Marcos o el de Lucas. Tradicionalmente se lee el de Mateo.
La lectura del evangelio se despoja de todo ceremonial, incluso en las misas solemnes: no se usan velas ni incienso, y se omite también la señal de la cruz al principio. Simplemente se comienza con el anuncio: "Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo". El evangelio de la pasión no necesita adornos; ni siquiera requiere introducción ni homilía; habla por sí mismo. Cuando se lee con reverencia, no puede menos de causar una impresión profunda.
Hay muchos libros sobre la vida de Cristo, muchas meditaciones y tratados sobre la pasión. Pero nada causa en nosotros mayor impacto que los escuetos y patéticos relatos de la pasión del Señor que nos ofrecen los mismos evangelistas. No hay en ellos la menor intención de influir en nuestros sentimientos o de presentar una versión intensamente recargada de lo que allí sucedió.
Tampoco se detecta afán alguno de quitar importancia a los sufrimientos físicos y morales del Salvador. Se trata de una narración sencilla, digna y moderada, que, sin embargo, lo dice todo; de tal manera que nos es fácil imaginarnos a nosotros mismos como testigos presenciales de los acontecimientos. Hay en ella drama y patetismo, pero también serenidad. La persona de Cristo descuella entre sus acusadores y perseguidores.
Es costumbre muy acertada el tomar tres lectores para la lectura de la pasión. Ello ayuda a mantener la atención y el interés. Sirve, además, para poner en evidencia las palabras de Cristo, que pueden ser leídas por el mismo celebrante. Un segundo lector se hará cargo del papel de narrador, y otro asumirá las demás partes.
Vincent Ryan
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Cuenta la historia de un príncipe judío ficticio, Judá Ben-Hur, en la época de Jesucristo. Esta novela se inicia con el nacimiento de Jesús y los Reyes Magos llegando a Jerusalén.
Luego la trama se centra en las aventuras de Ben-Hur quien, pese a su amistad con el romano Messala, un desafortunado accidente lleva a la acaudalada familia de los Hur a la desgracia y convierte a Messala y Ben-Hur en enemigos.
El rico judío fue hecho galeote, es decir, remero en las galeras romanas, uno de los oficios más duros del momento, comúnmente llevado a cabo por delincuentes como castigo y manera de pagar por sus delitos.
Pero el destino hace que, tras una batalla contra los piratas, Ben-Hur se convierte en el hijo adoptivo del noble romano Quinto Arrio.
Ben-Hur logra volver a Oriente, a Antioquía, y con la ayuda del viejo Simónides y el jeque árabe Ilderim, se enfrentará a Messala para lograr su venganza.
Es cuando tiene lugar la famosa carrera de cuadrigas que pasó a convertirse en una de las escenas más míticas de la historia del cine tras la adaptación de la novela por parte de William Wyler en 1959.
Tras el enfrentamiento, Ben-Hur se dirige a Jerusalén, donde se esperaba la aparición del Mesías.
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“Quo vadis?” trata de una gran historia de tensión y drama con toques incluso de terror y elementos de thriller judicial.
Tal y como podemos leer en la sinopsis que ofrece Valdemar para la novela, en esta narrativa histórica podremos encontrar un precedente de los “detectives con toga”.
Efectivamente, el personaje Quilón Quilónides responde a las características incluidas en muchas novelas detectivescas ambientadas en la Antigua Roma que han proliferado en los últimos años.
Una de las sagas más famosas es conocida como “Roma sub rosa”, una serie con más de una docena de libros escritos por Steven Saylor con Gordiano el Sabueso como protagonista.
“Quo vadis?”, expresión latina recogida en la Biblia que significa “¿A dónde vas?”, inicia en el año 63 d. C., cuando Nerón ocupaba el trono imperial de roma.
El incendio de Roma, las primeras persecuciones de cristianos y los espectáculos en el circo romano son algunos de los ambientes que podrá recorrer el lector en una historia que cuenta con San Pablo y San Pedro también entre sus protagonistas.
Algo más alejada en el tiempo de Wallace y Sienkiewicz, no podemos olvidar las novelas de la estadounidense Taylor Caldwell (que quizá muchos conozcáis por su novela sobre Cicerón, La columna de hierro) sobre asuntos relacionados con los primeros tiempos del cristianismo: El gran león de Dios (traducción de Amparo García Burgos, Maeva) sobre san Pablo o Médico de cuerpos y almas (traducción de Ramón Conde Obregón, Maeva), sobre el evangelista san Lucas
La expresión Triduo pascual, aplicada a las fiestas anuales de la Pasión y Resurrección, es relativamente reciente, pues no se remonta más allá de los años treinta de nuestro siglo; pero ya a finales del siglo IV San Ambrosio hablaba de un Triduum Sacrum para referirse a las etapas del misterio pascual de Cristo que, durante tres días, et passus est, et quievit et resurrexit.
Deslumbrada por la realidad histórica de la muerte de Cristo, la primitiva Iglesia advirtió la necesidad de celebrar litúrgicamente este hecho salvífico, por medio de un rito memorial, donde, en obediencia al mandato expreso del Señor, se renovara sacramentalmente su sacrificio.
De este modo, durante los primeros compases de la vida de la Iglesia, la Pascua del Señor se conmemoraba cíclicamente, a partir de la asamblea eucarística convocada el primer día de la semana, día de la resurrección del Señor (dominicus dies) o domingo.
Y, muy pronto, apenas en el siglo II , comenzó a reservarse un domingo particular del año para celebrar este misterio salvífico de Cristo.
Llegados a este punto, el nacimiento del Triduo Pascual era sólo cuestión de tiempo, cuando la Iglesia comenzase a revivir los misterios de Cristo de modo histórico, hecho que acaeció, por primera vez en Jerusalén, donde aún se conservaba la memoria del marco topográfico de los sucesos de la pasión y glorificación de Cristo.
De todos modos, en el origen de la celebración pascual, tampoco puede subestimarse la benéfica influencia de la respuesta dogmática y litúrgica de la ortodoxia frente a la herejía arriana; reacción que supuso una atracción de la piedad de los fieles hacia la persona de Jesús (Hijo de Dios e Hijo de María), y hacia sus hechos históricos.
Cada celebración del Triduo presenta su fisonomía particular: la tarde del Jueves Santo conmemora la institución de la Eucaristía; el Viernes se dedica entero a la evocación de la Pasión y Muerte de Jesús en la cruz; durante el sábado la Iglesia medita el descanso de Jesús en el sepulcro. Por último, en la Vigilia Pascual, los fieles reviven la alegría de la Resurrección.
La Misa vespertina in Cena Domini abre el Triduo Pascual. La iglesia de Jerusalén conocía ya, en el siglo IV, una celebración eucarística conmemorativa de la Última Cena, y la institución del sacramento del sacrificio de la Cruz.
Al principio, esta celebración se desarrollaba sobre el Gólgota, en la basílica del Martyrion, al pie de la Cruz, y no en el Cenáculo; hecho que confirma la íntima relación entre la celebración eucarística y el sacrificio de la Cruz.
A finales del siglo IV, esta tradición se vivía también en numerosas iglesias de occidente, pero habrá que esperar hasta el siglo VII para encontrar los primeros testimonios romanos.
El Viernes Santo conmemora la Pasión y Muerte del Señor. Dos documentos de venerable antigüedad (la Traditio Apostolica de San Hipólito y la Didaskalia Apostolorum, ambas del siglo III) testimonian como práctica común entre los cristianos el gran ayuno del Viernes y Sábado previos a la Vigilia Pascual.
Sin embargo, habrá que esperar hasta finales del siglo IV d.C. para encontrar, en Jerusalén, las primeras celebraciones litúrgicas de la Pasión del Señor: se trataba de una jornada dedicada íntegramente a la oración itinerante; los fieles acudían del Cenáculo (donde se veneraba la columna de la flagelación) al Gólgota, donde el obispo presentaba el madero de la Cruz. Durante las estaciones se leían profecías y evangelios de la Pasión, se cantaban salmos y se recitaban oraciones.
Los testimonios más antiguos de una liturgia de Viernes Santo en Roma proceden del siglo VII.
Manifiestan dos tradiciones distintas, y nos han llegado a través del Sacramentario Gelasiano (oficio presbiteral con adoración de la cruz, liturgia de la palabra y comunión con los presantificados) y el Sacramentario Gregoriano (liturgia papal, limitada a lecturas bíblicas y plegaria universal).
En los primeros siglos de historia de la Iglesia, el Sábado Santo se caracterizaba por ser un día de ayuno absoluto, previo a la celebración de las fiestas pascuales.
Pero a partir del siglo XVI, con la anticipación de la Vigilia a la mañana del sábado, el significado litúrgico del día quedó completamente oscurecido, hasta que las sucesivas reformas de nuestro siglo le han devuelto su originaria significación.
El Sábado Santo debe ser para los fieles un día de intensa oración, acompañando a Jesús en el silencio del Sepulcro.
La celebración litúrgica de la Pascua del Señor se encuentra en los orígenes mismos del culto cristiano. Desde la generación apostólica, los cristianos conmemoraron semanalmente la Resurrección de Cristo, por medio de la asamblea eucarística dominical.
Además, ya en el siglo II, la Iglesia celebra una fiesta específica como memoria actual de la Pascua de Cristo, aunque las distintas tradiciones subrayen uno u otro contenido pascual: Pascua-Pasión (se celebraba el 14 de Nisán, según el calendario lunar judío, y acentuaba el hecho histórico de la Cruz) y Pascua-Glorificación, que, privilegiando la resurrección del Señor, se celebraba el domingo posterior al 14 de Nisán, día de la Resurrección de Cristo. Esta última práctica se impuso en la Iglesia desde comienzos del siglo III.
La Resurrección de Cristo (Piero della Francesca)
La Noche Santa (San Agustín la llama la “madre de todas las vigilias”) culmina el Santo Triduo e inicia el tiempo pascual, celebrando la Gloria de la Resurrección del Señor. De aquí que su contenido teológico encierre el misterio de Cristo Salvador y del cristiano salvado. Ello explica que, desde los primeros siglos, se celebrase el bautismo de los catecúmenos en la Vigilia Pascual.
Como ya indica San Agustín en sus Sermones (220-221), toda la celebración de esta Vigilia Sagrada debe hacerse en la noche, de tal modo que o bien comience después de iniciada la noche, o acabe antes del alba del domingo. La Vigilia Pascual se convierte en el punto central donde confluyen las celebraciones anuales de los misterios de la vida de Cristo.
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Iniciamos la lista con la adaptación de Mel Gibson de los últimos días de Jesucristo. El filme fue rodado en latín y en arameo, idiomas que habló Jesús, y fue proyectado en todo el mundo en versión original por deseo del director. Además, atrajo la atención de todos por la crudeza y realismo de sus imágenes.
Jim Caviezel, conocido por su papel como Jesús en “La Pasión de Cristo”, regresa para protagonizar a San Lucas, en una película que narra la persecución contra los primeros cristianos en la antigua Roma y cómo a pesar de ello la Iglesia primitiva salió adelante.
William Wyler firmó una épica superproducción protagonizada por Charlton Heston, Stephen Boyd y Jack Hawkins que obtuvo once premios Oscar. Una historia de dos viejos amigos que se enfrentan y en la que no se muestra el rostro de Jesucristo, aunque su presencia marcará toda la vida de Judá Ben-Hur.
Aunque se trata de una miniserie de televisión y no una película, la obra de Franco Zeffirelli es quizás el mejor relato global del nacimiento, obra y muerte de Jesucristo. El Beato Pablo VI, tras visionar esta producción, recibió en audiencia al director de cine Franco Zefirelli y le agradeció por su obra.
El título significa en latín “¿A dónde vas?” y se refiere a las palabras de Pedro cuando se encuentra con Cristo en la Vía Apia. La cinta muestra el amor de un soldado romano por una joven doncella, integrante del primer grupo de cristianos en Roma, y que será puesto a prueba después que Nerón queme Roma y les eche la culpa a los cristianos.
Charlton Heston vuelve a aparecer con la adaptación del pasaje de Moisés y Los Diez Mandamientos que dirigió el legendario Cecil B. DeMille. Una colosal superproducción de proporciones bíblicas: casi cuatro horas de duración.
"Risen" es un filme estrenado en el 2016 que presenta la Resurrección de Cristo narrada a través de los ojos de un agnóstico. Clavius (Joseph Fiennes), un poderoso centurión romano, y su edecán Lucius (Tom Felton), reciben la misión de resolver el misterio de lo que ocurrió con Jesús en las semanas siguientes a la crucifixión para desmentir los rumores de un Mesías que resucitó y evitar una revuelta en Jerusalén.
Narra la historia de Moisés (Christian Bale), un hombre de extraordinario valor que desafió al faraón Ramsés (Joel Edgerton) y liberó a 600.000 esclavos, que protagonizaron una épica y peligrosa huida a través de Egipto en busca de la Tierra Prometida.
Refleja parte de lo que se vivió durante la ocupación nazi en Roma y las tensiones contra el Vaticano por refugiar judíos y perseguidos políticos de los alemanes. Un sacerdote, que salvó la vida de cientos de personas, estará en la mira de los altos oficiales nazis, pero no podrán tocarlo por estar dentro del territorio papal.
Película que describe la dramática e histórica persecución del gobierno mexicano contra la Iglesia Católica en la década de 1920’s. Muchos fieles fueron llevados al martirio, otros optaron por el camino de las armas, pero la fuerza de “¡Viva Cristo Rey!” hará resonar la verdad.
Narra el martirio de 51 miembros de la Congregación Claretiana durante la Guerra Civil Española. El hecho ocurrió en 1936 en la localidad de Barbastro, en Zaragoza. Ellos fueron beatificados por San Juan Pablo II en 1992.
Drama épico dirigido por Roland Joffé, ambientado en la Guerra Civil española, que narra la vida de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Ambientada en la época de la Guerra Civil Española, trata temas como la amistad, el amor, el odio, la traición, el perdón y la búsqueda del sentido de la vida.
Película francesa sobre unos monjes cristianos en Argelia que viven en armonía con la población musulmana hasta que estalla la guerra civil que azotó al país entre 1991 y 2002. Esta producción fue ganadora del Premio del Jurado y el Premio del Jurado Ecuménico del Festival de Cannes de 2010.
Pensando en los más pequeños se incluye en la lista esta historia de Moisés que fue la primera película de animación tradicional producida y distribuida por Dreamworks, la productora creada por Steven Spielberg.
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Para el director surcoreano Jang Seong-Ho y el director de fotografía y productor Woo-hyung Kim, el proyecto es un intento de transmitir el mensaje del amor de Jesús a un público global, cada vez más secular.
“Yo era un gran aficionado al cine y la animación”, declaró Jang. “Y, al mismo tiempo, leí todos los libros de Charles Dickens. Más tarde, descubrí que existía este libro, La Vida de Nuestro Señor, y lo leí. Después de leerlo, pensé que sería muy original hablar de la historia de Jesús a través de Charles Dickens”.
Esa inspiración llevó a Jang, director debutante en largometrajes, a asumir el reto de adaptar la narrativa del Evangelio a la animación, utilizando la voz literaria de Dickens para guiar la historia.
“Hay mucho contenido que habla sobre la historia de Jesús, pero transmitir esos mensajes desde la perspectiva de Charles Dickens me pareció significativo y, además, único”, dijo.
La película animada, ambientada en la Inglaterra victoriana, sigue a Dickens mientras le cuenta la historia de Jesús a su hijo. Cuenta con un elenco de voces estelares que incluye a Kenneth Branagh, Uma Thurman, Pierce Brosnan, Mark Hamill, Roman Griffin Davis, Forest Whitaker, Ben Kingsley y Oscar Isaac. Kristin Chenoweth coescribió y canta la canción de cierre de la película, "Live Like That".
Jang, un cristiano profesante, comentó que su trayectoria personal de fe influyó significativamente en su decisión de dirigir la película.
“Como cristiano, me sorprendió un poco que no existieran largometrajes animados que hablaran de la historia de Jesús”, comentó. “Así que fue una gran motivación para mí”.
Jang añadió que la película también surgió de la preocupación por su propio país; Corea del Sur, que tiene una de las mayores poblaciones cristianas de Asia, pero la asistencia entre los jóvenes está disminuyendo, según el Pew Research Center.
“Hay muchos cristianos en Corea”, afirmó. “Pero al mismo tiempo, lamentablemente, hay mucha gente que se opone a la población cristiana coreana. Y hoy en día, no muchos jóvenes […] asisten a la iglesia”.
El considera a “El Rey de Reyes” como una forma de ofrecer un mensaje de esperanza y verdad. “Pensé que se necesitaba a alguien que transmitiera el mensaje de Jesús de la manera correcta […] a todos los presentes”, dijo.
Jang comentó que, si bien la fe fue la base del proyecto, también debía equilibrarse con las exigencias prácticas de la producción. “Producir animación implica muchos aspectos, y sé que no se puede lograr solo […] con fe”, afirmó. “Debo considerar muchos aspectos, incluyendo los técnicos y los comerciales”.
Para dar vida al mundo de “El Rey de Reyes”, la producción se basó en gran medida en captura de movimiento avanzada y cinematografía virtual. Kim, quien se encargó tanto de la producción como de la cinematografía, describió un proceso complejo y laborioso.
“Primero contratamos a los actores y luego capturamos los movimientos”, explicó. “Y una vez terminado, entré en el mundo virtual con mi cámara virtual y realicé los movimientos de cámara una y otra vez”.
La actuación de voz y las expresiones faciales se grabaron por separado y se añadieron a la animación. "No es como las películas de acción real. Simplemente sucede gradualmente, paso a paso", dijo. "Básicamente, no es un proceso sencillo".
El objetivo, dijo Kim, era que la película pareciera más que una simple animación. "Quería que el público sintiera esta película, obviamente como una animación, pero también como una película convencional", añadió Jang.
Si bien trabajar en una película sobre Jesús conlleva su propia presión, tanto Jang como Kim señalaron escenas específicas que presentaron desafíos creativos y técnicos.
Para Kim, una escena que representa una tormenta destacó. "Técnicamente fue difícil... porque la hicimos por primera vez", dijo. "La hicimos hace como cinco, seis años... hace siete años".
En ese momento, el equipo no tenía acceso a las herramientas de producción virtual que utilizarían posteriormente. "Todo tuvo que hacerse digitalmente: el movimiento de cámara, la actuación y la voz", explicó. Posteriormente reconstruyeron la escena con herramientas mejoradas, pero tuvieron que mantenerse fieles a la versión anterior. "Fue técnicamente todo un reto", dijo.
Jang señaló un momento más tranquilo: una escena en la que Charles Dickens sube las escaleras de su casa para contarle un cuento a su hijo.
"Puede que a la gente le sorprenda esto", dijo. "La escena [...] necesitaba establecer la relación entre Charles Dickens y su esposa. [...] Y al mismo tiempo, [...] Dickens debió de sentirse persuadido de contarle la historia a su hijo. Era muy importante expresar esa conexión emocional [...] dentro de la corta escena".
El reto, dijo, fue explicar los matices a los animadores. "Fue todo un reto para mí como director".
Para Kim, la esperanza es simple: "Siempre quiero que esta película sea proyectada por el mayor número de espectadores posible", dijo.
Jang añadió que espera que los espectadores se vayan con una comprensión del mensaje del Evangelio. "Todo este proyecto comenzó con la idea de extraer solo una palabra de toda la Biblia", dijo. “Pensé que eso era amor. Jesús es amor”.