En la capilla que pertenece a los franciscanos, la undécima estación del Vía Crucis, se hace memoria de la crucifixión. La Custodia de Tierra Santa acaba de restaurar su decoración y mosaicos de cristal de colores brillantes, para rememorar la historia medieval del lugar de oración. Allí donde se veía un techo manchado por el polvo y el aceite quemado, ahora se puede ver un azul profundo salpicado por teselas de oro.
En la llamada capilla de la Crucifixión, sus arcos y cúpulas están llenos de símbolos y figuras bíblicas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Del siglo XII es el medallón que representa la Ascensión, y que ya había sido restaurado en 2001. El altar, en bronce plateado, es un regalo del gran duque de Toscana Fernando de Médici (1588). Entre las dos capillas se encuentra el altar de la Dolorosa. El medio busto de la Virgen es un presente de la reina María de Portugal (1778).
La basílica del Santo Sepulcro encierra los lugares físicos de la crucifixión y la resurrección de Jesús bajo un mismo techo. Este emplazamiento fue descubierto en la esquina del foro occidental de la ciudad Aelia Capitolina, de la época de Adriano, por santa Elena, la madre de Constantino, que derribó el templo y construyó una enorme basílica consagrada en el día de Pascua del año 326.
La iglesia fue reconstruida parcialmente en el siglo siguiente por Justiniano, y se mantuvo intacta hasta 1009, cuando el califa Hakim la destruyó casi en su totalidad. Fue reparada parcialmente por un monje llamado Robert, pero cuando los Cruzados llegaron a la ciudad en torno al año 1099, el templo se reconstruyó solo con la mitad de sus dimensiones originales, y así ha llegado hasta nuestros días.
En el exterior, la basílica está formada por varios volúmenes superpuestos y añadidos, entre los que destaca un campanario truncado; sobre ese cúmulo de edificaciones y terrazas, se levantan dos cúpulas, una mayor que la otra, que caracterizan el perfil de Jerusalén. El interior está configurado como un conjunto complejo de altares y capillas, grandes y pequeñas, cerradas con muros o abiertas, dispuestas en diferentes niveles comunicados por escaleras.
El templo está custodiado por diversas confesiones cristianas. En esta línea, el Santo Sepulcro es la sede del patriarca ortodoxo de Jerusalén y es la catedral delPatriarcado Latino de Jerusalén. La distribución de las distintas capillas y lugares es un laberinto. Por ejemplo, el lugar de la Crucifixión así como el Santo Sepulcro como tal está custodiado por los griegos ortodoxos, mientras que los armenios tienen, entre otros, el templete desde donde la Virgen María contempló cómo moría su Hijo. Y en una gruta, los franciscanos veneran el lugar donde santa Elena descubrió la cruz del Señor.
Propone como modelo de amor a la liturgia a la santa alemana Matilde de Hackeborn
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 29 de septiembre de 2010 (ZENIT.org)
El Papa Benedicto XVI subrayó hoy la importancia de la liturgia en la vida espiritual cristiana, como lo fue para santa Matilde de Hackeborn, a quien presentó hoy durante la audiencia general.
Siguiendo con su ciclo de escritores cristianos, que con Hildegarda de Bingen a finales de agosto inauguró una serie de catequesis sobre mujeres insignes, el Papa quiso hoy detenerse en una de las grandes figuras del monaquismo alemán.
Santa Matilde de Hackeborn, de familia noble, nació y murió en el siglo XIII en Turingia (Alemania), y vivió casi toda su vida recluída en el convento de Helfta, en la misma congregación que su hermana mayor Gertrudis.
En aquella época, y gracias a Gertrudis, el monasterio de Rodersdorf y después el de Helfta se convirtieron, afirmó el Papa, en un importante “centro de mística y de cultura, escuela de formación científica y teológica”.
Matilde “se distinguió por la humildad, fervor, amabilidad, limpieza e inocencia de vida, familiaridad e intensidad con que vivió su relación con Dios, la Virgen y los Santos. Estaba dotada de elevadas cualidades naturales y espirituales”.
Entre otras, tenía una voz de una extraordinaria suavidad. Fue maestra del coro del convento, además de maestra de novicias.
La llamaban con el sobrenombre de “ruiseñor de Dios”.
“La oración y la contemplación fueron el humus vital de su existencia: las revelaciones, sus enseñanzas, su servicio al prójimo, su camino en la fe y en el amor tienen aquí su raíz y su contexto”, explicó el Papa.
El Pontífice añadió que “es impresionante la capacidad que esta santa tenía de vivir la Liturgia en sus varios componentes, incluso los más sencillos, llevándola a la vida monástica cotidiana”.
“Sus visiones, sus enseñanzas, las circunstancias de su existencia se describen con expresiones que evocan el lenguaje litúrgico y bíblico”, explicó.
La santa tenía, destacó el Papa, un “profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, su pan cotidiano. Recurre continuamente a ella, sea valorando los textos bíblicos leídos en la liturgia, sea tomando símbolos, términos, paisajes, imágenes, personajes”.
De Matilde, Benedicto XVI invitó a los fieles a imitar la importancia que ésta daba a la Liturgia de las Horas y a la Santa Misa.
“La oración personal y litúrgica, especialmente la Liturgia de las Horas y la Santa Misa son la raíz de la experiencia espiritual de santa Matilde de Hackeborn”.
“Esto es también para nosotros una fuerte invitación a intensificar nuestra amistad con el Señor, sobre todo a través de la oración cotidiana y la participación atenta, fiel y activa en la Santa Misa. La Liturgia es una gran escuela de espiritualidad”, añadió.
Matilde sentía gran predilección por el Evangelio, que el mismo Jesús, en una visión, le recomendó leer, para comprender “su inmenso amor”, que “en ningún lugar se encuentra expresado más claramente que en el Evangelio”.
Intentando consolar a los fieles, algunos de los cuales no podían reprimir las lágrimas, el padre Pedro Narbona dijo: “La iglesia se construye no tanto con lo material, con algo físico, sino con las piedras vivas que somos todos y cada uno de nosotros. Somos una piedra viva y eso es lo fundamental”. Así mismo pidió a los presentes: “no caer en el círculo del odio, que nos puede llegar a envenenar el alma”.
Ayer domingo, se celebró así mismo una sencilla ceremonia de desagravio, donde los fieles pudieron besar el crucifijo dañado y profanado y se entonaron cantos a la Virgen María, a quien se dedica el mes de Noviembre en Chile.
El templo fue atacado por encapuchados que sacaron los bancos, las estatuas e imágenes a la calle, destruyéndolas y prendiéndoles fuego. Además pintaron grafitis e insultos en las paredes interiores.
No es la primera vez que un templo católico es atacado a raíz de las protestas y violentas manifestaciones que están convulsionando el país. El padre Pedro Narbona, que es también el asistente eclesiástico de la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada – ACN en Chile, señaló a la misma que ya habían tratado de quemar la iglesia el pasado viernes 1 de noviembre, pero había alcanzado a llamar a los bomberos. También la fachada de la otra parroquia que atiende el padre Pedro en el centro de Santiago, la Iglesia de la Vera Cruz, fue dañada una semana antes. Fuera de la capital se han registrado dos ataques consecutivos a la Catedral de Valparaíso, a finales de octubre y otro a la parroquia Santa Teresa de Los Andes, en la Villa Alfredo Lorca, Punta Arenas.
“Con preocupación lamentamos el cariz que ha tomado la violencia de estos días, afectando también a la Iglesia. Hoy hemos sido testigos de un nuevo saqueo contra una parroquia, que como Fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre nos duele aún más”, señala María Covarrubias, Presidente de ACN Chile.
“En estos duros momentos, les pedimos oración por nuestro asistente eclesiástico, por su comunidad, por la paz en nuestro país y para que Dios convierta los corazones de quienes han cometido estos lamentable actos”, pide la Presidente de ACN Chile a todos los benefactores de la fundación en el mundo.
También el Administrador Apostólico de Santiago de Chile, Mons. Celestino Aós, expresó su solidaridad con el padre Narbona y su rechazo al saqueo de la parroquia de la Asunción en un video publicado en el canal de YouTube de la archidiócesis: “A ustedes: querido padre párroco y feligreses de la parroquia La Asunción, nuestra cercanía y solidaridad en su dolor. A todos ustedes estimados hermanos en la fe, les repito con el apóstol: No se dejen vencer por el mal, sino venzan al mal con el bien”.
Así mismo, hizo una llamada a la paz: “Con toda la fuerza de nuestra voz, pedimos a todos nuestros hermanos, compatriotas, que cese toda violencia. Que quienes engañan considerando la aparente eficacia y triunfo de la violencia, pasen al camino del diálogo y la búsqueda de soluciones a los problemas, aportando sus propias visiones.”
María Lozano
La única fuente informativa sobre la vida y pasión de San Eugenio es el relato martirial compuesto a mediados del siglo IX por un autor anónimo, seguramente el presbítero encargado del santuario de Deuil, lugar donde reposaron los restos eugenianos. Dos recensiones, una larga y otra breve, existen del mencionado relato. La más conocida es la breve; la más extensa, que es la primera, se conserva en algunos manuscritos de las bibliotecas de Bruselas, La Haya y París. De la edición crítica de ésta nos hemos cuidado en otro lugar, y su contenido vamos a darlo aquí; creemos que por primera vez se da a conocer el extracto de lo que se narra en los mencionados manuscritos, elemento imprescindible para adentrarse en el arduo problema hagiográfico que presenta este San Eugenio del 15 de noviembre.
En la primera parte el relato eugeniano cabalga sobre la "pasión de San Dionisio", compuesta en el 836 por Hilduino, abad de Saint-Denis.
En ambas narraciones se refiere que San Pablo, estando en Roma, mandó al areopagita Dionisio, por él convertido y a la sazón obispo de Atenas, que se reuniese en Roma con él. Mas, cuando Dionisio pudo llegar a la capital del Imperio, ya los apóstoles Pedro y Pablo habían sido martirizados.
Regía la Cátedra romana el papa San Clemente, quien, en cumplimiento de las consignas paulinas, señaló a Dionisio como futuro campo de apostolado las regiones occidentales, para que en ellas sometiera al suave yugo de Cristo los territorios que eran posesión del paganismo.
Mas no se limitó el Papa a asignar al Areopagita el campo de misión, sino que le dotó además de un equipo de misioneros que le ayudaran en la empresa evangelizadora. Entre los designados descollaba Eugenio, ciudadano romano, compañero del ateniense desde la llegada de éste a Roma. La narración subraya que ambos personajes constituían una admirable pareja, pues si el entrenamiento ático había adiestrado a Dionisio, la pericia romana había educado a Eugenio. Ambos se complementaban maravillosamente y la gracia de Dios fecundaba sus trabajos apostólicos.
En compañía de sus cooperadores misionó San Dionisio por los caminos y ciudades hasta llegar a Arlés. Es el momento solemne de las decisiones y de las despedidas. Marcial, Saturnino, Marcelo, Régulo y Eugenio, compañeros hasta entonces del Areopagita, deben separarse de su maestro para dirigirse a las parcelas misionarias que les han sido asignadas. Dispersos como el varillaje de un abanico, se asientan respectivamente en las ciudades de Toulouse, Bourges, Seniis y Limoges. Y mientras San Dionisio se ha reservado para su inmediata ayuda a los clérigos Rústico y Eleuterio, San Eugenio es enviado a Toledo.
Con manifiesta ingenuidad el narrador habla de Toledo, de su río Tajo, abundante de pesca; de sus campos feraces, sembrados de vides y de olivos; de sus altas montañas. Es el escenario geográfico en el que intrépido penetra Eugenio, portador del mensaje evangélico, y allí, en medio de un pueblo sumido en la idolatría, habla de Jesucristo, autor de la vida y de la muerte, salvador y redentor del mundo.
Los milagros avalan con su fuerza sobrenatural las predicaciones del misionero, que ve poco a poco surgir una comunidad cristiana en el territorio toledano. En él erige templos, enseña a rezar, orienta a las almas hacia la vida eterna y se elige discípulos, a quienes consagra y envía a predicar. Eugenio ha implantado los comienzos de la iglesia toledana.
Pero, a pesar de $u inmensa alegría pastoral, el obispo misionero siente una profunda nostalgia, motivada por la prolongada ausencia de su inolvidable maestro Dionisio; desea verle, conversar con él, tratarle y exponerle sus gozos y sus preocupaciones.
Tras un arduo caminar ha llegado Eugenio hasta las cercanías de París. Son los últimos años del siglo I. Impera Domiciano, "heredero de la crueldad de Nerón", como escribiría después Lactancio, "bestia ferocísima", según se le designa en el relato que extractamos.
Para descuajar el naciente cristianismo galo el emperador había enviado a París al prefecto Fescennino Sisinio, que acababa de dar muerte a San Dionisio cuando San Eugenio llegaba en su busca. Este, que ha venido predicando la palabra divina, en el cuarto miliario antes de llegar a París recibe la noticia de que su maestro ha sido martirizado.
Repuesto de la inmensa emoción producida por el tristísimo anuncio, el toledano, con los ojos cargados de lágrimas, prorrumpe ante los fieles huérfanos en alabanzas de San Dionisio, cuya santidad y virtudes exalta. Para remediar la orfandad de la iglesia parisina, San Eugenio atiende a aquellos cristianos, cuya fe se encuentra expuesta a los mayores peligros; pero en seguida la presencia del obispo de Toledo ha llegado a oídos del prefecto perseguidor, que manda a sus satélites apoderarse de Eugenio, cuya figura venerable se les impone.
En vano pretenden hacerle apostatar; las amenazas y los castigos son ineficaces. Se le conmina con la muerte, y entonces el arzobispo de Toledo se dirige al cielo con acentos llenos de dramática ternura: "Jesús, Señor, te consagro este combate final de la guerra en que se triunfa. Te lo consagro a Ti, que eres el Señor de la inmortalidad; a Ti, que eres la fuerza y la sabiduría del Padre; a Ti que permites que los enemigos de tu santo nombre se impongan sobre tus mártires, para que éstos, tras haber padecido, puedan conseguir la inmarchitable corona de la vida eterna. A Ti, Señor, desde lo más profundo de mi corazón, yo te pido que en este último momento de mi combate estés a mi lado con tu consoladora presencia; te lo pido, ya que desde mis primeros años has querido tenerme junto a Ti y que fuera adoctrinado por los más católicos maestros para que, instruido en sus enseñanzas, que eran las tuyas, penetrase en los tesoros de la sabiduría divina, que luego como pastor fiel había de transmitir a las almas que pusieras a mi lado. Te pido, Señor, tus consuelos en este postrer instante para que mi vida se acabe en la alabanza de tu santo nombre".
San Eugenio ha terminado su oración. Después se ha entregado en las manos de los lictores y ha puesto su cabeza sobre el tajo. Un tremendo golpe de hacha y su alma penetra en el cielo, mientras en la tierra queda su cuerpo ungido, consagrado con su preciosa sangre.
Para impedir que los cristianos se adueñasen del cuerpo del mártir y le diesen culto, el cadáver es arrojado al lago Marchais. Por espacio de siglos providencialmente las aguas del lago guardan incorrupto el cuerpo de Eugenio, hasta que, por inspiración celestial, el poderoso Ercoldo, avisado de su presencia en el fondo de las aguas, extrae de ellas el cuerpo del bienaventurado Eugenio tan fresco corno si acabase de ser martirizado.
Con todos los medios a su alcance se dispone a trasladar tan preciosos restos a la iglesia abacial de Saint-Denis para que en ella recibiese condigna sepultura. Pero no era ésta, al menos por entonces, la voluntad de Dios, que quiso que el santo cuerpo se venerara en Deuil, heredad de que era propietario el mencionado merovingio Ercoldo.
Allí se construyó un santuario, y un diligente presbítero que del culto creciente de San Eugenio cuidaba, nos ha dejado el relato de los numerosos prodigios realizados por la intervención de tan poderoso Santo.
Sin embargo, la permanencia del cuerpo en Deuil no iba a ser muy duradera. Las repetidas invasiones de los normando en París y sus cercanías, que depredaban cuanto hallaban a su paso ansiosos de botín y de dinero, hicieron que, para mayor seguridad, los restos de San Eugenio fueran trasladados a la abadía sandionisiana, de donde eran sacados, para ser puestos a buen recaudo, siempre que alguna nueva invasión amenazaba. Terminado el peligro normando, el cuerpo de San Eugenio, muy codiciado por los monjes, quedó definitivamente instalado en la célebre abadía de Saint-Denis. Aquí le encontró, a mediados del siglo xii, el arzobispo de Toledo, don Raimundo, con ocasión de asistir al concilio de Reims del 1148.
Hasta esta fecha nada se sabía en España de la existencia ni del enterramiento de este primer arzobispo de Toledo. Pero, a partir de entonces, se despertó el vehemente deseo de poseer en la ciudad de su cátedra episcopal reliquias de tan venerable prelado. Merced a la postulación de Alfonso VII el Emperador, se consiguió que el yerno de éste, Luis VII, de Francia, obtuviera de los monjes sandionisianos la concesión a Toledo del brazo derecho del Santo "para que la iglesia toledana entrase de nuevo en posesión de aquella parte del santo cuerpo de donde, principalmente en otros tiempos, habían procedido para ella los grandes beneficios de consagraciones y bendiciones...". En los primeros días del 1156 era entregada la preciada reliquia a Alfonso VII, que se dirigió solemnemente a Toledo, paseándola triunfalmente en procesión por la Castilla del siglo xii. En el suntuoso cortejo portador de la arqueta formaban parte con el emperador los reales infantes Sancho y Fernando, ya asociados por su padre al gobierno del reino; las reinas de Francia y Navarra, el arzobispo de Toledo con gran número de prelados, la curia real y el copioso séquito de que Alfonso VII sabía rodearse. El 12 de febrero se verificó la entrada de la reliquia en la catedral de Toledo, llevada en hombros, en el momento de penetrar en el sagrado recinto, por el monarca, sus dos hijos y un príncipe de sangre real.
Pero la sola reliquia del brazo de San Eugenio no satisfacía los deseos de la iglesia de Toledo, que consideraba al Santo como el fundador y primer obispo de ella. Las gestiones para obtener la donación de las restantes reliquias fueron larguísimas y costosas. Hubo que derrochar habilidades diplomáticas y vencer múltiples resistencias. Monarcas y grandes prelados estaban interesados en unas y otras. Fue solamente la inmensa potencia de Felipe II, casado a la sazón con la hermana del rey de Francia, quien doblegó todas las dificultades. Por fin, esquivando el peligro de los hugonotes y la piadosa oposición de quienes querían retener en Francia el cuerpo de San Eugenio, el canónigo toledano don Pedro Manrique de Padilla y su fiel secretario Antonio de Ribera pudieron trasladarle a España. Desde Torrelaguna los honores rendidos por doquier fueron desbordantes. Su paso por las regiones todas adquirió caracteres de fausto acontecimiento nacional. A su intercesión valiosa se atribuyó el nacimiento de la infanta Isabel Clara, llamada también Eugenia en memoria de tan singular favor.
Con una solemnidad que recordaba la del traslado del, brazo en el siglo xii, el 18 de noviembre de 1565 descansaron en la catedral de Toledo los restos de San Eugenio, introducidos en ella por Felipe II .y los príncipes Ernesto y Rodolfo, seguidas por los prelados asistentes al concilio provincial, que a la sazón se celebraba en Toledo.
Hoy tan veneradas reliquias se guardan celosamente en el relicario del templo primado, dentro de una magnífica urna de plata, trabajada por los plateros Nicolás de Vergara y Francisco Merino y terminada en el 1569. La urna pesa cincuenta y siete kilogramos, va decorada con escenas de la vida del Santo y reposa sobre un pedestal de bronce, jaspe y marfil que para ella hizo en el 1574 el italiano Pompeo Leoni.
JUAN FRANCISCO RIVERA
CIUDAD DEL VATICANO, 24 MARZO 2010 (VIS).
En la audiencia general de este miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa habló sobre San Alberto Magno, "uno de los más grandes maestros de la teología escolástica".
El Santo Padre recordó que el santo nació en Alemania a comienzos del siglo XIII, y se dedicó al estudio de las "artes liberales": gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música, es decir, de la cultura general, mostrando aquel típico interés por las ciencias naturales, que se convertiría pronto en el campo favorito de su especialización.
Entró en la Orden de los Predicadores y tras la ordenación sacerdotal pudo perfeccionar el estudio de la teología en la universidad más célebre de la época, la de París. De esta ciudad le acompañó a Colonia Santo Tomás de Aquino, "un alumno excepcional". Por sus dotes, el Papa Alejandro IV quiso valerse de los consejos teológicos de San Alberto y después lo nombró obispo de Ratisbona.
San Alberto, dijo el Papa, contribuyó al "desarrollo del segundo Concilio de Lyon, en 1274, convocado por el Papa Gregorio X para promover la unión entre la Iglesia latina y la griega, tras la separación por el gran cisma de Oriente de 1054; aclaró el pensamiento de Tomás de Aquino, que había sido objeto de observaciones e incluso de condenas totalmente injustificadas".
El santo alemán murió en Colonia en 1280 y el Papa Pío XI lo canonizó y proclamó doctor de la Iglesia en 1931. "Fue sin duda un reconocimiento apropiado a este gran hombre de Dios y distinguido erudito, no sólo de las verdades de fe, sino de muchas otras áreas del conocimiento". Por eso, "el Papa Pío XII lo nombró patrono de las ciencias naturales y también es conocido como "Doctor Universalis", debido a la amplitud de sus intereses y conocimientos".
Benedicto XVI subrayó que San Alberto "muestra ante todo que no existe oposición entre fe y ciencia; (...) nos recuerda que hay amistad entre ciencia y fe, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, a través de su vocación en el estudio de la naturaleza, un verdadero y fascinante camino de santidad".
"Alberto Magno -continuó- abrió la puerta a la recepción completa de la filosofía de Aristóteles en la filosofía y teología medieval, una recepción que elaboró en modo definitivo posteriormente Santo Tomás de Aquino. La acogida de una filosofía, por decir así, pagana, precristiana, fue una revolución cultural en aquel tiempo. Sin embargo, muchos pensadores cristianos temían la filosofía aristotélica, (...) sobre todo porque en la manera en que había sido interpretada podía parecer "del todo inconciliable con la fe cristiana. Se planteaba un dilema: ¿fe y razón están en contraste?".
El Papa resaltó que "uno de los grandes méritos de San Alberto fue estudiar con rigor científico las obras de Aristóteles, convencido de que todo lo que realmente es racional es compatible con la fe revelada y las Sagradas Escrituras".
"San Alberto -añadió- fue capaz de comunicar estos conceptos en modo sencillo y comprensible. Auténtico hijo de Santo Domingo, predicaba con agrado al pueblo de Dios, que era conquistado por su palabra y el ejemplo de su vida".
El Papa concluyó pidiendo a Dios que "nunca falten en la santa Iglesia teólogos doctos, piadosos y sabios como San Alberto Magno y que ayude a cada uno de nosotros a hacer propia la "fórmula de la santidad" que siguió en su vida: "Querer todo lo que quiero para la gloria de Dios, como Dios quiere para su gloria todo lo que El quiere", es decir, conformarse siempre a la voluntad de Dios para querer y hacer todo solo y siempre para su gloria y nuestra salvación y la salvación del mundo".
LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Los primeros años del cristianismo no pudieron comenzar con más dificultades exteriores. Desde el primer momento sufrió una fuerte persecución por parte del judaísmo. Sin embargo, en poco menos de veinte años desde la muerte de Jesucristo, el cristianismo había arraigado y contaba con comunidades en ciudades tan importantes como Atenas, Corinto, Éfeso, Colosas, Tesalónica, Filipos, y en la misma capital del Imperio, Roma.
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Diocleciano persiguió a muerte a los cristianos |
Desde luego, no podía atribuirse ese avance a la simpatía del Imperio Romano. En realidad, el cristianismo era para ellos incluso más molesto en sus pretensiones, sus valores y su conducta que para los judíos. No sólo eliminaba las barreras étnicas entonces tan marcadas, sino que, además, daba una acogida extraordinaria a la mujer, se preocupaba por los débiles, los marginados, los abandonados, es decir, por aquellos por los que el Imperio no sentía la menor preocupación.
—¿No es exagerar un poco?
El Imperio Romano tuvo aportaciones extraordinarias, indudablemente, pero también es cierto que no puede idealizarse el hecho de que el Imperio era una firme encarnación del poder de los hombres sobre las mujeres, de los libres sobre los esclavos, de los romanos sobre los otros pueblos, de los fuertes sobre los débiles. No debe extrañarnos que Nietzsche lo considerara un paradigma de su filosofía del “superhombre”.
Frente a ese imperio, el cristianismo predicaba a un Dios ante el cual resultaba imposible mantener la discriminación que oprimía a las mujeres, el culto a la violencia que se manifestaba en los combates de gladiadores, la práctica del aborto o el infanticidio, la justificación de la infidelidad masculina y la deslealtad conyugal, el abandono de los desamparados, etc.
A lo largo de tres siglos, el Imperio desencadenó sobre los cristianos toda una serie de persecuciones que cada vez fueron más violentas. Sin embargo, no sólo no lograron su objetivo de exterminar la nueva fe, sino que al final se impuso el cristianismo, que predicaba un amor que jamás habría nacido en el seno del paganismo (el mismo Juliano el Apóstata lo reconoció), y que proporcionaba dignidad y sentido de la vida incluso a aquellos a los que nadie estaba dispuesto a otorgar un mínimo de respeto.
ANTE LAS INVASIONES BÁRBARAS
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Cuando en el año 476 cayó el Imperio Romano de Occidente, el cristianismo preservó la cultura clásica, especialmente a través de los monasterios, que salvaguardaron eficazmente los valores cristianos en medio de un mundo que con las invasiones bárbaras se había colapsado por completo.
Se cultivó el arte, se alentó el espíritu de trabajo, la defensa de los débiles y la práctica de la caridad. El esfuerzo misionero se extendió a la asimilación y culturización de los mismos pueblos invasores, que a medio plazo también se convirtieron al cristianismo como antaño sucedió con el Imperio Romano.
En los siglos siguientes, el cristianismo fue decisivo para preservar la cultura, para la popularización de la educación, la promulgación de leyes sociales o la articulación del principio de legitimidad política. Sin embargo, fueron creaciones que de nuevo se desplomaron ante las sucesivas invasiones de otros pueblos, como los vikingos y los magiares.
En poco tiempo, gran parte de los logros de siglos anteriores desaparecieron convertidos en humo y cenizas. Una vez más, sin embargo, el cristianismo mostró su vigor, y cuando los enemigos de los pueblos cristianos eran más fuertes, cuando no necesitaban pactar y podían imponer por la fuerza su voluntad, acabaron aceptando la enorme fuerza espiritual del cristianismo y lo asimilaron en sus territorios, de modo que al llegar el año 1000 el cristianismo se extendía desde las Islas Británicas hasta el Volga.
Alfonso Aguiló,
interrogantes.net
Sobre las ruinas del gran Foro de César se proyectan imágenes que muestran el aspecto que tenía hace 2.000 años. A través de los audífonos, la narración y la música ayudan a sumergirse en la atmósfera de la bulliciosa Roma imperial.
ALBERTO DI CICCIO
Proyecto “Viaggio nei Fori”
Nuestro recorrido se vive particularmente desde un punto de vista emotivo pero no solo eso. También ofrece a todos la posibilidad de entender el resultado de estudios científicos.
Los espectadores ven sobre el terreno cómo era la plaza rectangular erigida por Julio César, que como grandeza era similar a un campo de fútbol.
El Foro estaba dominado por el templo de Venus Genetrix, de la que César decía descender. Los tres lados restantes estaban surcados por pórticos bajo los cuales se instalaron los mercaderes. En el centro del foro se debería erguir una majestuosa estatua ecuestre del magnífico militar.
“La atmósfera, la posibilidad de sumergirse completamente en esta experiencia”.
Lo que más me gustó fue cuando el narrador dijo: 'En este momento estáis caminando donde hace miles de años caminaban los antiguos romanos'. Ahí me vino un escalofrío. Lo que más me gustó fue la parte de Julio César. Siempre me gustó la historia de Roma.
El espectáculo está en 8 idiomas distintos, dura unos 50 minutos y se puede conocer no solo el foro de César, sino también el de Augusto.
“Me ha encantado, merece la pena, muy bonito, precioso”
“Me ha impresionado porque he visto un poco lo que es el contraste de lo antiguo, lo bien conservado que está. Pero luego, por otro lado con todos los medios actuales de los videos de todo el fotomontaje que hay, es impresionante, me parece una labor extraordinaria”
El hecho de hacer el espectáculo al aire libre hace que solo se pueda disfrutar de él en los meses estivos. La acogida por parte del público es impresionante: cada año pasan unas 100.000 personas por cada espectáculo.
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A esta conclusión llegó en la audiencia general de este miércoles en la que, continuando con la presentación de grandes figuras de la historia de la Iglesia, habló de san Teodoro el Estudita.
Este santo imprimió entre los siglos VIII y IX una profunda renovación en la vida monástica, a través de su comunidad de Studios, cuyos religiosos eran conocidos con el nombre de "estuditas".
Teodoro también pasó a la historia, en plena época iconoclasta, como uno de los grandes defensores de los iconos, pues éstos, según decía, por la encarnación "nos unen con la Persona de Cristo, con sus santos y, a través de ellos, con el Padre celeste, y testimonian la entrada en la realidad divina de nuestro cosmos visible y material".
Hablando del camino de santidad que Teodoro presentaba a los monjes, Benedicto XVI, en su encuentro con miles de fieles en la plaza de San Pedro, explicó que también puede aplicarse a los seglares, aunque obviamente de una manera menos radical, adaptada a su estado de vida.
"La renuncia a la propiedad privada, la libertad de las cosas materiales, así como la sobriedad y la sencillez, sólo son válidas de forma radical para los monjes, pero el espíritu de esta renuncia es igual para todos", explicó el Papa.
"De hecho, no debemos depender de la propiedad material; debemos aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad", añadió.
"De este modo puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo", aseguró.
Por tanto, aclaró, "en este sentido, el signo radical de los monjes pobres indica esencialmente también un camino para todos nosotros".
Hablando de las tentaciones contra la castidad, dijo al recoger las enseñanzas de Teodoro, "demuestra el camino de lucha interior para encontrar el dominio de sí mismo y de este modo el respeto del propio cuerpo y del cuerpo del otro como templo de Dios".
A la luz de este testimonio de vida cristiana el Papa ilustró con estas palabras el camino de la verdadera vida.
Ante todo, dijo, es "amor por el Señor encarnado y por su visibilidad en la liturgia y en los iconos".
"Fidelidad al bautismo y compromiso por vivir en la comunión del Cuerpo de Cristo, entendida también como comunión de los cristianos entre sí", añadió.
"Espíritu de pobreza, de sobriedad, de renuncia --recalcó--; castidad, dominio de sí mismo, humildad y obediencia contra la primacía de la propia voluntad, que destruye el tejido social y la paz de las almas".
"Amor por el trabajo material y espiritual. Amistad espiritual nacida en la purificación de la propia conciencia, de la propia alma, de la propia vida", concluyó al ilustrar la esencia de la verdadera vida.
"La caída sucedió de modo inesperado pero fue posible gracias al largo y duro trabajo de muchas personas que han luchado por esto, rezado y sufrido, algunos hasta sacrificando su vida. Entre estos, tuvo un papel protagonista el Papa santo Juan Pablo II”.
El Papa Francisco dijo que hay que promover una cultura del encuentro que derribe muros y construya puentes.
"Recemos para que, con la ayuda del Señor y la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se difunda cada vez más una cultura del encuentro capaz de derribar todos los muros que todavía dividen el mundo y que nunca más personas inocentes sean perseguidas por su credo y su religión. Donde hay un muro hay un corazón cerrado. Hacen falta puentes, no muros”.
El día coincidió también con la fiesta de la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma. El Papa dijo que cada cristiano es parte de el "edificio de Dios” y que esto supone una responsabilidad; la de vivir con coherencia.
"Esto es un cristiano. No por lo que dice sino por lo que hace, por su modo de comportarse. Esta coherencia, que nos da la vida, es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir”.
Al mismo tiempo dijo que también los "elementos institucionales, las estructuras, y los organismos pastorales” deben servir para "dar testimonio de la fe” cristiana. Una fe que se demuestra con la caridad.
Fuente: Rome Reports