Los arqueólogos ahora pueden fechar más de cerca cuándo se extendió la religiónal Imperio Aksumita
En las polvorientas tierras altas del norte de Etiopía, un equipo de arqueólogos descubrió recientemente la iglesia cristiana más antigua conocida en África subsahariana, un hallazgo que arroja nueva luz sobre uno de los reinos más enigmáticos del Viejo Mundo, y su sorprendente conversión temprana al cristianismo.
Un grupo internacional de científicos descubrió la iglesia a 30 millas al noreste de Aksum, la capital del reino de Aksum, un imperio comercial que surgió en el siglo I d. C. y dominaría gran parte de África oriental y Arabia occidental. A través de artefactos de datación por radiocarbono descubiertos en la iglesia, los investigadores concluyeron que la estructura fue construida en el siglo IV d. C., aproximadamente al mismo tiempo cuando el emperador romano Constantino I legalizó el cristianismo en 313 CE y luego se convirtió en su lecho de muerte en 337 CE.
Es la basílica cristiana más antigua del África subsahariana
El descubrimiento de la iglesia y sus contenidos confirman la tradición etíope de que el cristianismo llegó a una fecha temprana en un área a casi 3,000 millas de Roma. El hallazgo sugiere que la nueva religión se extendió rápidamente a través de redes comerciales de larga distancia que unían el Mediterráneo a través del Mar Rojo con África y el sur de Asia, arrojando nueva luz sobre una era importante de la que los historiadores saben poco.
"El imperio de Aksum fue una de las civilizaciones antiguas más influyentes del mundo, pero sigue siendo una de las menos conocidas", dice Michael Harrower, de la Universidad Johns Hopkins, el arqueólogo que dirige el equipo.
Helina Woldekiros, una arqueóloga de la Universidad de St. Louis en Washington que formó parte del equipo, agrega que Aksum sirvió como un "punto de conexión" que une el Imperio Romano y, más tarde, el Imperio Bizantino con tierras lejanas al sur.
Ese comercio, en camello, burro y bote, canalizó plata, aceite de oliva y vino desde el Mediterráneo a ciudades a lo largo del Océano Índico, lo que a su vez trajo de vuelta el hierro exportado, cuentas de vidrio y frutas.
Un colgante de piedra con una cruz y el término "venerable" en la antigua escritura Ge'ez de Etiopía que se encuentra fuera del muro de la basílica oriental. (Ioana Dumitru)
El reino comenzó a declinar en los siglos VIII y IX, y finalmente se contrajo para controlar solo las tierras altas de Etiopía. Sin embargo, permaneció desafiantemente cristiano incluso cuando el Islam se extendió por toda la región. Al principio, las relaciones entre las dos religiones fueron en gran medida pacíficas, pero se volvieron más tensas con el tiempo.
En el siglo XVI, el reino fue atacado por los ejércitos somalíes y luego otomanos, pero finalmente retuvo el control de sus tierras altas estratégicas. Hoy, casi la mitad de todos los etíopes son miembros de la Iglesia etíope ortodoxa Tewahedo.
Para los primeros cristianos, el riesgo de persecución de los romanos a veces era alto, obligándolos a practicar sus creencias en privado, lo que representa un desafío para los académicos que estudian esta época. El cristianismo había llegado a Egipto en el siglo III dC, pero no fue hasta la legalización de la observancia cristiana de Constantino que la iglesia se expandió ampliamente por Europa y el Cercano Oriente. Con la noticia de la excavación de Aksumite, los investigadores ahora pueden sentirse más seguros de fechar la llegada del cristianismo a Etiopía en el mismo período de tiempo.
"[Este hallazgo] es, que yo sepa, la evidencia física más temprana para una iglesia en Etiopía, [así como para todo el África subsahariana"], dice Aaron Butts, profesor de lenguas semíticas y egipcias en la Universidad Católica de Washington, DC , que no participó en la excavación.
El equipo de Harrower realizó su trabajo entre 2011 y 2016 en un antiguo asentamiento llamado Beta Samati, que significa "casa de audiencia" en el idioma local Tigrinya.
La ubicación, cerca de la frontera moderna con Eritrea y 70 millas al suroeste del Mar Rojo, atrajo a los arqueólogos en parte porque también era el hogar de templos construidos en un estilo del sur de Arabia que datan de muchos siglos antes del surgimiento de Aksum, un claro signo de antiguos lazos con la Península Arábiga. Los templos reflejan la influencia de los sabaeanos, que dominaron el lucrativo comercio de incienso y cuyo poder alcanzó el Mar Rojo en esa época.
El mayor descubrimiento de los excavadores fue un edificio masivo de 60 pies de largo y 40 pies de ancho que se asemeja al antiguo estilo romano de una basílica. Desarrollada por los romanos con fines administrativos, la basílica fue adoptada por los cristianos en la época de Constantino para sus lugares de culto. Dentro y cerca de las ruinas de Aksumite, los arqueólogos también encontraron una gran variedad de productos, desde un delicado anillo de oro y cornalina con la imagen de una cabeza de toro hasta cerca de 50 figuras de ganado, evidencia clara de las creencias precristianas.
También descubrieron un colgante de piedra tallado con una cruz e inciso con la antigua palabra etíope "venerable", así como quemadores de incienso. Cerca del muro de la basílica oriental, el equipo se encontró con una inscripción pidiendo "que Cristo [sea] favorable para nosotros".
En el trabajo de investigación, Harrower dijo que esta colección inusual de artefactos "sugiere una mezcla de tradiciones paganas y cristianas primitivas".
Según la tradición etíope, el cristianismo llegó por primera vez al Imperio Aksum en el siglo IV dC cuando un misionero de habla griega llamado Frumentius convirtió al Rey Ezana. Butts, sin embargo, duda de la fiabilidad histórica de este relato, y los estudiosos no han estado de acuerdo sobre cuándo y cómo la nueva religión llegó a la lejana Etiopía.
"Esto es lo que hace que el descubrimiento de esta basílica sea tan importante", agrega. "Es una evidencia confiable de una presencia cristiana un poco al noreste de Aksum en una fecha muy temprana".
Si bien la historia de Frumentiuspuede ser apócrifa, otros hallazgos en el sitio subrayan cómo la difusión del cristianismo se entrelazó con las maquinaciones del comercio. Los sellos y tokens utilizados para las transacciones económicas descubiertas por los arqueólogos señalan la naturaleza cosmopolita del asentamiento. Una cuenta de vidrio del Mediterráneo oriental y grandes cantidades de cerámica de Aqaba, en el Jordan de hoy, dan fe del comercio a larga distancia. Woldekiros agregó que los descubrimientos muestran que "las rutas comerciales de larga distancia jugaron un papel importante en la introducción del cristianismo en Etiopía".
Ella y otros académicos quieren entender cómo se desarrollaron estas rutas y sus impactos en las sociedades regionales. "El reino Aksumita era un centro importante de la red comercial del mundo antiguo", dice Alemseged Beldados, un arqueólogo de la Universidad de Addis Abeba que no formó parte del estudio. "Estos hallazgos nos dan una buena visión ... de su arquitectura, comercio, administración cívica y legal".
"La política y la religión son factores importantes en la configuración de las historias humanas, pero son difíciles de examinar arqueológicamente", dice Harrower. Los descubrimientos en Beta Samati brindan un vistazo bienvenido al surgimiento del primer reino cristiano de África, y, espera, provocarán una nueva ronda de excavaciones relacionadas con Aksum.
Por Andrew Lawler
smithsonianmag.com
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Nació en Poitiers (Francia) a principios del siglo IV y murió en el 367. Fue obispo de su ciudad, destacando por su fortaleza en la defensa de la fe frente a los arrianos, llegando por ello a ser desterrado. Son importantes también sus escritos teológicos, entre los que sobresale su tratado sobre la Trinidad. Es Doctor de la Iglesia.
Benedicto XVI presenta la figura de San Hilario
Fortaleza y mansedumbre, secreto para defender y anunciar la fe
Anunciar y defender la verdadera fe requiere fortaleza y mansedumbre, considera Benedicto XVI. Así lo explicó al presentar la figura de san Hilario de Poitiers, doctor de la Iglesia, fallecido en torno al año 368, quien se convirtió en uno de los grandes defensores de la divinidad de Jesús ante la herejía arriana que veía en él una criatura.
Como el mismo Papa explicó, Hilario tuvo un papel decisivo para que Galia, la antigua Francia, la hija primogénita de la Iglesia, mantuviera su fidelidad a la fe de los apóstoles, particularmente en el sínodo de París, celebrado en el año 360 o en el 361.
San Hilario
«Algunos autores antiguos consideran que este cambio antiarriano del episcopado de Galia se debió en buena parte a la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers», constató el Papa.
«Esta era precisamente su cualidad: conjugar la fortaleza en la fe con la mansedumbre en la relación interpersonal», explicó. De hecho, el mensaje central de la obra teológica que ha dejado escrita Hilario de Poitiers es ante todo un mensaje de amor.
«Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente», decía el obispo según uno de sus escritos retomados por el Santo Padre.
Interior de la Iglesia de San Hilario en Potiers
«Por este motivo, el Hijo es plenamente Dios sin falta o disminución alguna», decía Hilario, recordó el pontífice.
«Quien procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo», afirmaba el doctor de la Iglesia. «Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, encuentra salvación la humanidad».
La meditación del Papa continuó con la serie de intervenciones de los miércoles sobre las grandes figuras del inicio del cristianismo.
Intervención de Benedicto XVI en la que presentó la figura de san gregorio de nisa (II)
Cristo está presente en los pobres, recuerda el Papa
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 5 septiembre 2007 (ZENIT.org).-
San Gregorio de Nisa
Hizo esta constatación al proponer algunos aspectos de la doctrina de san Gregorio de Nisa, sobre quien ya había hablado la semana anterior, continuando con la serie de meditaciones sobre los grandes personajes de los inicios de la Iglesia.
En particular, el obispo de Roma presentó a los 16 mil peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano algunos pasajes de profunda belleza literaria escritos por el obispo del siglo IV y considerado como padre de la mística.
El fin del hombre, decía Gregorio, «es el de hacerse semejante a Dios, y este fin lo alcanza sobre todo a través del amor, del conocimiento y de la práctica de las virtudes», «rayos luminosos que descienden de la naturaleza divina».
«Cristiano es quien lleva el nombre de Cristo y por tanto debe asemejarse a Él también en la vida. Nosotros, los cristianos con el Bautismo, nos asumimos una gran responsabilidad», aclaró.
«Ahora bien, Cristo», aclaró el Papa citando a Gregorio, «está presente también en los pobres, de manera que no tienen que ser nunca ultrajados».
«No desprecies a quienes están postrados, como si por este motivo no valieran nada. Considera quiénes son y descubrirás cuál es su dignidad: representan a la PersonadelSalvador», advertía el obispo de Nisa.
«Y así es --recalcaba--, pues el Señor, en su bondad, les prestó su misma Persona para que, a través de ella, tengan compasión por quienes son duros de corazón y enemigos de los pobres».
San Gregorio de Nisa
El amor, según Benedicto XVI, «es la escalera que lleva a Dios». Por eso lanzó esta exhortación que tomó prestada del padre y doctor de la Iglesia: «Sé generoso con estos hermanos, víctimas de la desventura. Da al hambriento lo que le quitas a tu estómago».
San Gregorio recordaba que «todos dependemos de Dios», y por ello exclamaba: «¡No penséis que todo es vuestro! Tiene que haber también una parte para los pobres, los amigos de Dios».
«Pero, de qué te sirve ayunar y hacer abstinencia, si después con tu maldad no haces más que daño a tu hermano? --preguntaba-- ¿Qué ganas, ante Dios, por el hecho de no comer de lo tuyo, si después, actuando injustamente arrancas de las manos del pobre lo que es suyo?».
Al final de la audiencia, el Papa saludó a Misioneros y Misioneras de la Caridad, las dos obras fundadas por la beata Teresa de Calcuta, y les invitó a seguir su ejemplo, siendo «por doquier instrumentos de la divina misericordia».
Defendió la fe con firmeza ante las amenazas heréticas
De familia de santos, el santo fue conocido como el "Padre de los Padres"
San Gregorio de Nisa (o Nissa), a quien el séptimo Concilio ecuménico y segundode Nicea llamaron «Padre de los Padres», era hermano de los santos Basilio el Grande, Pedro de Sebaste y de Macrina e hijo de los santos Basilio y Emelia; esta última era, a su vez, hija de un mártir. Gregorio nació en Cesárea de Capadocia. Probablemente quedó huérfano muy pronto, pues sus hermanos mayores Basilio y Macrina, se encargaron de su educación. En una carta a su hermano menor, Pedro, san Gregorio nombra a Basilio «nuestro hermano y maestro».
La veneración que tenía por él duró toda la vida. Terminada su excelente preparación en las letras sagradas y profanas, Gregorio tomó el oficio de retórico y se casó con una joven llamada Teosebeia. Cuando era ya lector en la Iglesia, aceptó el puesto de profesor de retórica, disciplina en la que era muy versado. Gregorio no encontró el cargo muy de su gusto, pues sus alumnos se interesaban más en las glorias militares, que en las académicas. San Gregorio de Nazianzo le escribió una dura carta, en la que le exhortaba a renunciar a «ese infame honor». La carta tuvo el efecto apetecido. Gregorio volvió al servicio de la Iglesia y fue ordenado sacerdote.
Algunos autores llegan a decir que dejó de vivir con su esposa, pero la afirmación carece de fundamento. En aquella época, el celibato sacerdotal no era de precepto ni siquiera en la Iglesia de occidente; en todo caso, no sabemos con certeza si Teosebeia siguió viviendo con san Gregorio o si entró en el convento de santa Macrina. San Gregorio de Nazianzo, que profesaba el mayor respeto a Teosebeia, la llamaba su «santa y bendita hermana» y en el panegírico que pronunció a su muerte, la califica de «gloria de la Iglesia y bendición de nuestra generación».
Según parece, san Gregorio pasó sus primeros años de sacerdocio en el retiro, tal vez en Iris del Ponto. Entre tanto, su hermano Basilio, que era obispo de Cesárea, tenía que hacer frente a la herejía y a la oposición; entre sus enemigos se contaba su propio tío, Gregorio, obispo del Ponto. Esta división en el seno de la familia escandalizó profundamente al joven Gregorio, el cual, con la intención de hacer la paz, falsificó una carta de reconciliación de su tío a su hermano. Naturalmente el fraude se descubrió pronto; san Basilio reprendió a su hermano, por más que el incidente no dejó de divertirle un tanto.
Parece que san Basilio fue quien sugirió el nombre de su hermano para que ocupase la sede de Nisa en 372, pues su política consistía en hacer nombrar prelados ortodoxos en las regiones cercanas a su diócesis para combatir eficazmente la herejía. Así pues, el mismo san Basilio consagró a su hermano, muy contra la voluntad de éste, como obispo de la sede en los confines de la Baja Armenia. Las dificultades empezaron a surgir cuando san Gregorio llegó a Nisa.
La ciudad estaba llena de arrianos y uno de los miembros de la corte del emperador había tratado de hacer que se nombrara obispo de la diócesis a un amigo suyo. A pesar de toda su buena voluntad, san Gregorio carecía de tacto y no tenía la menor noción de cómo se gobernaba una diócesis. Con la intención de ayudar a su hermano Basilio, convocó un sínodo de obispos de la provincia de Ancira; pero como Gregorio no supo manejar a los delegados, el sínodo hizo más mal que bien a su hermano. Nada tiene, pues, de extraño que Basilio se haya opuesto al nombramiento de san Gregorio como delegado ante el Papa san Dámaso, diciendo que carecía de experiencia en los asuntos eclesiásticos y era muy mal diplomático.
Apoyado por los arrianos, Demóstenes, gobernador del Ponto, convocó a una reunión, en la que un tal Filocarres acusó a san Gregorio de abuso de las propiedades de la Iglesia y de irregularidad en su elección episcopal. Este se dejó arrestar por los soldados, sin oponer resistencia, pero después consiguió escapar de la brutalidad de sus carceleros y refugiarse en sitio seguro. Sus enemigos alegaron que su fuga era la señal de su culpabilidad; pero san Basilio escribióuna violenta carta para hacer notar que el tesorero de la Iglesia había declarado inocente a Gregorio. No obstante eso, un sínodo de obispos de Galacia y del Ponto depuso a san Gregorio, quien anduvo errante hasta el año 378, cuando el emperador Graciano arrojó de la sede al usurpador y llamó al desterrado. El pueblo le recibió con un gran júbilo, que poco después quedó empañado por la muerte de san Basilio y la de santa Macrina. San Gregorio presintió la muerte de su hermana y, la víspera, tuvo con ella una larga conversación, que más tarde relató en sus escritos.
A la muerte de san Basilio, la influencia de san Gregorio empezó a aumentar, lo mismo que su actividad; asistió al Concilio de Antioquía, convocado contra los errores de los melecianos; los obispos ahí reunidos le enviaron a Palestina y Arabia con la misión de poner fin a los desórdenes que la herejía meleciana había provocado. Para facilitar su trabajo, el emperadorle concedió el libre uso de los caballos y carruajes del correo imperial. San Gregorio ocupó un sitio muy destacado en el Concilio ecuménico de Constantinopla, el año 381.
Era considerado como «la columna de la Iglesia»; estar de su parte era estar con la ortodoxia. El Concilio, que había sido convocado por el emperador Teodosio, manifestó su conformidad con el credo de Nicea y combatió el arrianismo. La asamblea confió a san Gregorio una especie de derecho inquisitorial sobre el Ponto. Hacia el fin de su vida, el santo visitó nuevamente Palestina; los abusos de los peregrinos y la atmósfera herética que encontró allí le llevaron a la conclusión de que, en tales condiciones, las peregrinaciones no constituían una devoción recomendable. En una carta o tratado sobre las peregrinaciones a Jerusalén hace notar que éstas no constituyen un precepto evangélico y añade que él personalmente no había sacado ningún provecho de la visita a los Santos Lugares.
El emperador designó tres diócesis supremas en oriente: la de Gregorio de Nisa, la de Heladio de Cesárea y la de Otreyo de Mitilene. Este honor ganó a san Gregorio la envidia y mala voluntad de Heladio, quien se consideraba como obispo metropolitano y llevó a mal que otro prelado fuese su igual. En una de sus cartas, el santo describe la falta de cortesía con que Heladio le había tratado.
Pero en Constantinopla era muy honrado y consultado. Ahí predicó las oraciones fúnebres de san Melecio de Antioquía, de la princesa Pulqueria y de la emperatriz Flaccila, así como un sermón con motivo de la entronización de san Gregorio de Nazianzo. Más tarde predicó también el sermón de la dedicación de la gran iglesia que el prefecto Rufino había erigido cerca de Calcedonia. Es cosa cierta que san Gregorio vivió hasta edad muy avanzada, pero ignoramos la fecha exacta de su muerte.
La veneración de que san Gregorio fue objeto durante su vida y después de su muerte, no tiene eco entre los escritores eclesiásticos modernos, quienes ven en él menos al enemigo del arrianismo, que al causante principal de las cláusulas que el Concilio de Constantinopla insertó en el Credo de Nicea. En todo caso, debemos reconocer que san Gregorio ejerció una gran influencia sobre el segundo Concilio ecuménico y que su ortodoxia es indiscutible. Pero hay que admitir igualmente que se inclinaba a la doctrina universalista, donde se sostiene que todas las cosas serán restauradas en Cristo al fin del mundo. Los escritos del santo demuestran que conocía a fondo a los filósofos paganos. San Gregorio utilizó a Platón, de la misma manera que los escolásticos usaron a Aristóteles.
La influencia de Orígenes se deja sentir en sus escritos para los que adoptó, en gran parte, las interpretaciones alegóricas de la Sagrada Escritura. Sus obras literarias, admirables por la elegancia del lenguaje, ofrecen una síntesis exacta de la fe cristiana y son particularmente interesantes por la mezcla de ideas ordinarias con especulaciones místicas y poéticas muy complicadas. Entre las numerosas obras del santo, se destacan el «Discurso Catequético» o instrucción sobre le fe, dos libros contra Eunomio y Apolinar, que constituyen una fuente muy importante para el estudio de las doctrinas de esos dos herejes y muchos comentarios sobre la Sagrada Escritura.
Entre las obras ascéticas, hay que mencionar el libro sobre la virginidad, muchos sermones sobre la vida y la conducta del cristiano, así como numerosos panegíricos. Uno de éstos narra la vida y la muerte de santa Macrina; otro, la de tres damas de Jerusalén y un tercero describe en forma muy moderna las bellezas de una «villa» en Galacia donde estuvo san Gregorio. Tanto san Gregorio como san Basilio poseían un sentido de las bellezas naturales que se encuentra muy de cuando en cuando entre los escritores de los primeros siglos.
Descubren en Etiopía una iglesia de 1.700 años, la más antigua del África subsahariana
El hallazgo de una iglesia de principios del siglo IV en una importante ciudad del imperio de Aksum «confirma la tradición etíope de que el cristianismo llegó en una época muy temprana a esta zona»; en concreto, en la época de Constantino. Es decir, el mismo momento del comienzo de su mayor expansión por Europa y Oriente Medio
La iglesia descubierta recientemente en Etiopía, que data de hace más de 1.700 años (comienzos del siglo IV), ofrece «hasta donde yo sé las pruebas físicas más tempranas de una iglesia» en esta región y en todo el África subsahariana. Lo afirma Aaron Butts, profesor de Lenguas Semíticas y Egipcio de la Universidad Católica de Washington.
Este hallazgo, dado a conocer en diciembre en la revista Antiquity, «confirma la tradición etíope de que el cristianismo llegó en una época muy temprana a esta zona», situada a más de 4.000 kilómetros de Roma. Así se recoge en una reseña del artículo original publicada en la revista Smithsonian.
El edificio fue descubierto por un equipo de arqueólogos durante unas excavaciones entre 2011 y 2016 en Beta Samati, una antigua ciudad descubierta en 2009 y que estuvo habitada de forma continua durante 1.400 años, entre el 750 a. C. y el 650 d. C. aproximadamente.
Foto: I. Dumitru
Cristianos desde Constantino
La ciudad, por tanto, perteneció tanto a la civilización preaksumita como al imperio aksumita que se desarrolló posteriormente. Una hipótesis –afirma el artículo de Smithsonian– apunta a que el edificio, con forma de basílica romana y planta rectangular de 18 por doce metros, fue primero una construcción civil, reconvertida posteriormente en templo.
Gracias a este descubrimiento, los investigadores «pueden estar más seguros en fechar la llegada del cristianismo a Etiopía en el mismo marco temporal» del comienzo de su mayor expansión por Europa y Oriente Medio, después de que Constantino pusiera fin a la persecución en el año 313.
«El hallazgo sugiere que la nueva religión se expandió rápidamente a través de redes comerciales a larga distancia que conectaban el Mediterráneo con África y el sur de Asia a través del mar Rojo», continúa la publicación del Museo Smithsonian. Esto «arroja nueva luz sobre una época significativa de la cual los historiadores saben poco».
Foto: Antiquity Publications Ltd, 2019
La «venerable» cruz
Según el líder del equipo de arqueólogos, Michael Harrower, de la Universidad John Hopkins, el imperio de Aksum «fue una de las civilizaciones antiguas más influyentes del mundo», pero «sigue siendo una de las menos conocidas». Las excavaciones que se están llevando a cabo en Beta Samati, que en el idioma local significa «el lugar donde se hacen audiencias», «ayudan a completar vacíos importantes en nuestra comprensión» de estas civilizaciones.
En la basílica y sus alrededores se han descubierto artefactos tanto seculares como religiosos, incluyendo un anillo de oro, figuritas de ganado, cruces, incensarios, sellos y fichas probablemente destinadas al comercio. También un colgante de piedra en el que hay grabada una cruz y la palabra del etíope antiguo «venerable». Cerca del muro oriental del templo se encontró una inscripción pidiendo el favor de Cristo.
El conjunto «muestra una compleja confusión de tradición y comercio secular con prácticas paganas y cristianas que necesita una mayor investigación», concluyen los autores. Futuras excavaciones podrían clarificar temas tan interesantes como «el ascenso de una de los primeros sistemas políticos complejos de África, el desarrollo de sus conexiones comerciales, la conversión del politeísmo al cristianismo y finalmente el declive del imperio de Aksum».
Cuando Roma tuvo problemas con la reforma luterana usó las catacumbascomo respuesta a todos los ataques lanzados contra la Iglesia. «Eran llamadas arsenales de la fe. Mostrar que aquí estaban las primeras señales monumentales del cristianismo era una gran respuesta ante las críticas de haberse alejado de los orígenes», asegura Fabrizio Bisconti, miembro de la Pontificia Comisión para la Arqueología Sacra. El pasado noviembre el Papa pisó por primera vez una, la de Priscilla
Los primeros seguidores de Cristo crecieron a la sombra del Imperio romano y dejaron la impronta de su fe varios metros bajo el suelo. Es ahí, en el terreno de la ciudad capitolina sepultado y ocultado durante siglos, donde se erigieron las catacumbas, kilométricos cementerios verticales y subterráneos, exclusivos para cristianos, con estrechas galerías que albergaban varias filas de nichos donde depositaban los cuerpos apilados en espera de la resurrección de la carne.
«Hay una clara diferencia con las necrópolis paganas, situadas a los márgenes del sendero consular, que se ve a simple vista. En las catacumbas no hay pomposos mausoleos o inscripciones largas con mucha información. Solo se escribe el nombre de Bautismo del difunto y, como mucho, un mensaje de paz para la eternidad, pero de siempre de forma muy sobria y sencilla. Es un sistema igualitario para todos», reseña el profesor Fabrizio Bisconti, superintendente arqueológico para las catacumbas de la Pontificia Comisión para la Arqueología Sacra.
Las catacumbas no nacen con el cristianismo, pero en las primeras comunidades es evidente el deseo de ser sepultados en comunidad. Es uno de los primeros signos de identidad. En toda Roma se calcula que hay unas 50, aunque solo cinco son visitables y ni siquiera están excavadas y exploradas en su totalidad.
Hasta el pasado 2 de noviembre el Papa no había pisado una. Para rezar por los todos los difuntos escogió las catacumbas de Priscilla, situadas en la antigua calle Salaria, una ruta de época prerromana por la que se trasportaba la sal que llega desde el mar. Debe su nombre a una doncella romana de la poderosa familia de los Acilios que donó estas fincas de cemento puzolánico a los cristianos.
En su interior alberga una joya preciosa del arte cristiano: la imagen más antigua de la Virgen María.
«Se trata de un fresco del 230 d. C. de trazo rápido y simple, pero de incalculable belleza. María viste una túnica que deja al descubierto los brazos y lleva la cabeza cubierta por un velo. Se inclina de forma maternal hacia el Niño, desnudo. Delante de María hay un personaje masculino, vestido con capa que indica con la mano derecha levantada en alto hacia una estrella pintada en color ocre. Él trasmite la idea mesiánica de la profecía. Es una escena sugestiva de una vehemente ternura y a la vez de una extrema profundidad teológica», señala Bisconti.
Una sala de las catacumbas de Priscilla, en Roma. Foto: Cortesía de la Pontíficia Academia de Arte Sacro
De tumbas a monumentos venerados
La humedad, los hongos y la mufa traen de cabeza a los especialistas que tratan de conservar como pueden estos frescos, a menudo frente a la incuria y la dejadez del sistema público italiano. Hoy la iconografía cristiana es esencial desde un punto vista de la historia del arte y la historia de las civilizaciones y del pensamiento humano y religioso en general.
Pero en el pasado cumplía, sobre todo, una función de catequesis. «Era considerada como la Biblia de los pobres, de los analfabetos», dice el experto, que evoca otras pinturas de gran importancia como la resurrección de Lázaro, el sacrificio de Abraham o el arca de Noé. Los motivos bíblicos son mayoría, pero en las catacumbas de Priscilla hay otros de origen pagano como la representación de las estaciones para ocupar las esquinas de los techos en espacios angulares, o el ave fénix en la hoguera.
Al principios del siglo V las catacumbas dejaron de cumplir su función funeraria. En el año 410, las tropas visigodas comandadas por Alarico arrasaron la capital del Imperio romano en un episodio brutal que ha pasado a la Historia como el saqueo de Roma. La ciudad ya no era segura. Durante la Edad Media se convirtieron en un monumento venerado.
Los peregrinos del norte de Europa llegaron a la Ciudad Santa no solo para rezar ante las tumbas de san Pedro y san Pablo, sino también para rendir honores a los primeros mártires que están sepultados en las catacumbas. Con los siglos, fueron desapareciendo del paisaje hasta que se descubrieron a finales del 1500, en plena Contrarreforma.
«Roma tenía problemas con la Reforma luterana y usaba las catacumbas como respuesta a todos los ataques lanzados contra la Iglesia. Eran llamadas arsenales de la fe. Mostrar que aquí estaban las primeras señales monumentales del cristianismo era una gran respuesta ante las críticas de haberse alejado de los orígenes», incide Bisconti.
Imagen de la Virgen en las catacumbas de Santa Priscila
Distorsión histórica
La película Quo Vadis (1951) ha grabado en nuestra retina esa imagen de los cristianos, acosados por el poder romano, viviendo en la clandestinidad de las catacumbas. Nada más lejos del rigor histórico. «Es mentira que se escondieran en las catacumbas. Para realizarlas, debían comprar un trozo de tierra o servirse de una donación.
De modo que las autoridades romanas sabían perfectamente dónde estaban. Celebraban la Eucaristía en las casas, que pasaban más desapercibidas. Como mucho, lo que hacían en las catacumbas eran refrigerios en ocasión del aniversario de la muerte del difunto o del mártir», destaca Bisconti.
Otro mito muy recurrente del cine con poco fundamento científico es que las persecuciones a los cristianos fueron sistemáticas y continuadas durante los primeros siglos.
«Dependiendo de los emperadores y de los gobernadores de las provincias hubo momentos en los que se desata la persecución, pero también hay momentos de paz. Sería imposible de otra manera que nos hubieran llegado escritos de los tres primeros siglos, porque en una situación extrema de persecución continua no hay espacio para la escritura», apunta el catedrático de Patrología Jerónimo Leal.
La primera persecución es la de Nerón, aunque también el emperador Claudio publicó un edicto de expulsión contra los judíos en el siglo I, en un momento en el que no había una distinción clara entre judíos y cristianos.
Las autoridades romanas justificaban que los cristianos eran peligrosos para la paz del imperio.
«Creaban inestabilidad porque no se les veía favorables a convivir con los demás. Se apartaban de las actividades normales de los ciudadanos romanos, ya fueran comerciales, políticas o de cualquier otra índole como los espectáculos, porque tenían siempre una conexión muy estrecha con el culto a las divinidades paganas. Los cristianos las evitaban para no caer en el peligro de idolatría», explica.
Catacumba romana
El edicto de Constantino
Las persecuciones más crueles fueron las del emperador Decio en el siglo III y las del emperador Diocleciano en el siglo IV. Todo aquel que no reverenciase con actos de culto al emperador se delataba como cristiano y merecía la muerte. Quemaron los libros sagrados y destruyeron los templos. El régimen del terror acabó en el siglo IV con el Edicto de Milán firmado por Constantino.
«El número de cristianos alcanzó una masa crítica tal, que más valía por la paz del imperio que los cristianos pudieran celebrar sus reuniones y celebraciones a la luz del día y de forma autónoma. El emperador no solo lo permitió, sino que sufragó dos medidas fundamentales: copias de la Biblia y la construcción de iglesias», subraya Leal.
Así, en poco tiempo, el Imperio romano pasó de asimilar todos los cultos a las divinidades de los pueblos que iba conquistando a abrazar el monoteísmo de la fe cristiana. Una expansión exponencial que todavía fatigan en explicar los expertos.
«La mayoría de los bautizados en el Imperio romano eran adultos. No había costumbre de bautizar a los recién nacidos, por lo que los cristianos tenían una fe muy firme; rezaban juntos y asistían a la Eucaristía. Fue una propagación de la fe por contagio. No había grandes masas congregadas en una plaza ante un predicador que les hablaba, sino que los paganos querían convertirse al ver cómo se comportaban los cristianos. Los veían como una gran familia que se amaba mucho y que compartía todo. La caridad cobró un sentido práctico muy tangible. Por ejemplo, los cristianos que eran muy piadosos con los cuerpos, se preocupaban de enterrar a los niños muertos abandonados por sus familias que se encontraban en las orillas del río Tíber», relata el profesor.
El estudioso, que dirige el Departamento de Historia de la Iglesia en la Pontificia Università della Santa Croce y en 2018 publicó Los primeros cristianos en Roma (Ediciones Rialp), hace hincapié en la importancia de las apologías: respuestas que daban los cristianos para defenderse de las acusaciones vertidas contra ellos no solo por las autoridades romanas, sino también por sus vecinos paganos.
«Les acusaban de incesto porque se llamaban entre ellos hermanos y se pensaban que todos tenían el mismo padre y madre. También de canibalismo, porque no sabían qué era eso de comer el cuerpo de Cristo. Además, se imaginaban que tenía que ser de alguien pequeño, de un niño, y para comérselo pues tenían que matarlo antes; así que también les imputaban infanticidios», describe. «Es muy bonito ver cómo los mismos acusados que van a morir mártires intentan convencer al juez para que se haga como ellos», agrega.
La persecución contra los cristianos sigue siendo un drama de dimensiones colosales. Según los últimos datos de Ayuda a la Iglesia Necesitada, más de 394 millones de cristianos viven persecución o discriminación en algún punto del planeta.
Espero que en China se pueda abrir una nueva etapa
El Papa ha pedido que este mes de marzo los católicos recen especialmente por la unidad de los cristianos en China. La petición de oración llega un año y medio después de que el Vaticano firmara un Acuerdo Provisional con Pekín, en el que pactaron un procedimiento para nombrar obispos.
FRANCISCO
“Con el acuerdo espero que en China se pueda abrir una nueva etapa que ayude a sanar las heridas del pasado, a restablecer y a mantener la plena comunión con todos los católicos chinos y a asumir con renovado empeño el anuncio del Evangelio”.
El acuerdo permite un mínimo de margen de maniobra para los católicos en China, aunque desde que se firmó se han nombrado muy pocos nuevos obispos. Un efecto positivo fue que en 2018, por primera vez, obispos chinos asistieron al Sínodo en el Vaticano. No todos comparten la estrategia de la Santa Sede con la China comunista. El cardenal Joseph Zen, obispo auxiliar de Hong Kong, se ha pronunció en contra en numerosas ocasiones. Recientemente le ha respondido públicamente el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio de cardenales, quien apoya la posición del Vaticano. En su última carta, del 1 de marzo, el cardenal Zen dice que el Papa fue "manipulado" en el acuerdo con China. Uno de los puntos que cuestiona es el registro del clero que exige Pekín, sobre el que el Vaticano protestó en junio. El experto en China Francesco Sisci, explica cómo afecta a los obispos.
FRANCESCO SISCI China People’s University
"La ley china obliga a que todo seguidor de una religión se registre en una lista oficial. Hay dos aspectos de esta inscripción. Uno, la inscripción de los fieles, que en la práctica no se aplica. Otro, la inscripción de obispos. Hoy en día, casi todos ellos también están registrados en la Asociación Patriótica, que es la organización oficial a través de la cual el gobierno controla las actividades de los obispos”.
Parece ser que algunos obispos han rechazado inscribirse en el registro, y que ni Roma ni China los presionan para que lo hagan. Por otro lado, el 1 de febrero de 2020, China lanzó una ley que obliga a los grupos religiosos a apoyar y “difundir los principios y políticas del Partido Comunista Chino”.
FRANCESCO SISCI China People’s University
“Lo que interesa a Pekín es que las religiones no se conviertan en organizaciones contra el gobierno. El registro podría ser un paso adelante ya que en el pasado la Asociación Patriótica protagonizó contrastes con organizaciones católicas. Ahora la relación con el Estado será directa, y puede pasarse página respecto a los contrastes del pasado”.
En este escenario, el Papa Francisco apuesta por el diálogo. El 14 de febrero se reunieron en Munich los ministros de asuntos exteriores de China y el Vaticano. El Vaticano dijo que conversaron sobre “el diálogo institucional a nivel bilateral para promover la vida de la Iglesia católica y el bien del pueblo chino”. Con su intención de oración para el mes de marzo, el Papa no sólo está impulsando el diálogo, sino también la unidad de todos los católicos de China, que no llega al 1% de la población del país.
Según Erodoto (siglo 5 a.C.), Magos –en griego mágoi- habrían sido una casta de los Medos, pertenecientes a la clase de los sacerdotes, estudiosos de libros sagrados y dedicados a la observación del cielo. En cambio la investigación historiográfica más reciente sitúa su origen con más probabilidad en Babilonia y Persia.
En el Antiguo y en el Nuevo Testamento con el nombre de Magos se hacía referencia a personas dedicadas a la magia, entendida en sentido amplio. Mateo no habla de Rey, ni han sido así definidos por los Padres de la Iglesia más antiguos. En cualquier caso, ya Tertuliano -al inicio del 200- escribió que los Magos de oriente eran considerados Reyes.
La explicación puede estar en el deseo de aplicar las profecías, como la de Isaías: «Las naciones serán guiadas por tu luz, y los reyes, por tu amanecer esplendoroso» (Is 60,3), y también la profecía de un Salmo: «Por razón de tu templo en Jerusalén Los reyes te ofrecerán dones» (Sal 68,29). Pronto, en la cristiandad se les empezó a llamar Reyes Magos, también para mostrar su importancia y, con su adoración, la sumisión de los potentes de la tierra al Dios hecho Niño.
Los personajes en cuestión eran casi con toda certeza de religión zoroastriana, y cultivaban la observación del firmamento. Posiblemente serían astrólogos, en el sentido que este nombre indicaba para su época, es decir, en su acepción sirio-babilónica, y no helénica. Recordamos que en el origen de la tradición mesopotámica las apariciones del cielo eran vistas como algo para reflexionar y, en ocasiones, como una anticipación de lo que iba a suceder en la tierra, pero sin implicaciones de carácter casual y astrolátrico.
De los Magos no se conoce el número: la tradición cristiana representa dos en un fresco del siglo IV en las catacumbas de san Marcelino y san Pedro en Roma. Con respecto a los nombres de los Reyes, a partir del siglo VII, se encontraron fuentes a favor de los nombres Gaspar, Melchor y Baltasar, como refiere el venerable Beda (673-735), quien también señala que el tercero era negro.
Sus presuntos restos se encontaron en Persia, fueron transportados a Constantinopla por santa Elena o por el emperador Zenon, y posteriormente transferidos a Milán en el siglo V. Después fueron llevados definitivamente a Colonia en el siglo XII, donde existe hasta ahora un sepulcro objeto de gran veneración.
Presentamos el texto de María Valtorta, mística italiana del siglo XX, relatando la visita de los tres Reyes al Niño-Dios, cuando Jesús tenía menos de un año de edad. María y José reciben a estos tres dignatarios de países lejanos, que acuden a adorar a Dios hecho hombre.
Es después del mediodía. El sol brilla en el cielo. Un siervo de los tres atraviesa la plaza, por la escalerilla de la pequeña casa entra, sale, regresa al albergue.
Salen los tres personajes seguidos cada uno de su propio siervo. Atraviesan la plaza. Los pocos peatones se voltean a mirar a esos pomposos hombres que lenta y solemnemente caminan. Desde que salió el siervo y vienen los tres personajes ha pasado ya un buen cuarto de hora, tiempo suficiente para que los que viven en la casita se hayan preparado a recibir a los huéspedes.
Vienen ahora más ricamente vestidos que en la noche. La seda resplandece, las piedras preciosas brillan, un gran penacho de joyas, esparcidas sobre el turbante del que lo trae, centellea.
Un siervo trae un cofre todo embutido con sus remaches en oro bruñido. Otro una copa que es una preciosidad. Su cubierta es mucho mejor, labrada toda en oro. El tercero una especie de ánfora larga, también de oro, con una especie de tapa en forma de pirámide, y sobre su punta hay un brillante. Deben pesar, porque los siervos los traen fatigosamente, sobre todo el que trae el cofre.
Suben por la escalera. Entran. Entran en una habitación que va de la calle hasta la parte posterior de la casa. Se va al huertecillo por una ventana abierta al sol. Hay puertas en las paredes, y por ellas se asoman los propietarios: un hombre, una mujer, y tres o cuatro niños.
Sentada con el Niño en sus rodillas. José a su lado, de pie. Se levanta, se inclina cuando ve que entran los tres Magos. Ella trae un vestido blanco que la cubre desde el cuello hasta los pies. Trenzas rubias adornan su cabecita. Su rostro está intensamente rojo debido a la emoción. En sus ojos hay una dulzura inmensa. De su boca sale el saludo: "Dios sea con vosotros". Los tres se detienen por un instante como sorprendidos, luego se adelantan, y se postran a sus pies. Le dicen que se siente.
Aunque Ella les invita a que se sienten, no aceptan. Permanecen de rodillas, apoyados sobre sus calcañales. Detrás, a la entrada, están arrodillados los siervos. Delante de si han colocado los regalos y se quedan en espera.
Los tres Sabios contemplan al Niño, que creo que tiene ahora unos nueve meses o un año. Está muy despabilado. Es robusto. Está sentado sobre las rodillas de su Madre y sonríe y trata de decir algo con su vocecita. Al igual que la mamá, está vestido completamente de blanco. En sus piececitos trae sandalias. Su vestido es muy sencillo: una tuniquita de la que salen los piececitos intranquilos, unas manitas gorditas que quisieran tocar todo; sobre todo su rostro en que resplandecen dos ojos de color azul oscuro. Su boquita se abre y deja ver sus primeros dientecitos. Los risos parecen rociados con polvo de oro por lo brillantes y húmedos que se ven.
El más viejo de los tres habla en nombre de todos. Dice a María que vieron en una noche del pasado diciembre, que se prendía una nueva estrella en el cielo, de un resplandor inusitado. Los mapas del firmamento que tenían, no registraban esa estrella, ni de ella hablaban. Su nombre era desconocido. Nacida por voluntad de Dios, había crecido para anunciar a los hombres una verdad fausta, un secreto de Dios. Pero los hombres no le habían hecho caso, porque tenían el alma sumida en el fango. No habían levantado su mirada a Dios, y no supieron leer las palabras que El trazó, siempre sea alabado con astros de fuego en la bóveda de los cielos.
Ellos la vieron y pusieron empeño en comprender su voz. Quitándose el poco sueño que concedían a sus cansados cuerpos, olvidando la comida, se habían sumergido en el estudio del zodíaco. Las conjunciones de los astros, el tiempo, la estación, el cálculo de las horas pasadas y de las combinaciones astronómicas les habían revelado el nombre y secreto de la estrella. Su Nombre: « Mesías ». Su secreto: « Es el Mesías venido al mundo ». Y vinieron a adorarlo. Ninguno de los tres se conocía.
Caminaron por montes y desiertos, atravesaron valles y ríos; hasta que llegaron a Palestina porque la estrella se movía en esta dirección. Cada uno, de puntos diversos de la tierra, se había dirigido a igual lugar. Se habían encontrado de la parte del Mar Muerto. La voluntad de Dios los había reunido allí, y juntos habían continuado el camino, entendiéndose, pese a que cada uno hablaba su lengua, y comprendiendo y pudiendo hablar la lengua del país, por un milagro del Eterno.
Juntos fueron a Jerusalén, porque el Mesías debe ser el Rey de Jerusalén, el Rey de los judíos. Pero la estrella se había ocultado en el cielo de dicha ciudad, y ellos habían experimentado que su corazón se despedazaba de dolor y se habían examinado para saber si habían en algo ofendido a Dios. Pero su conciencia no les reprochó nada. Se dirigieron a Herodes para preguntarle en qué palacio había nacido el Rey de los judíos al cual habían venido a adorar. El rey, convocados los príncipes de los sacerdotes y los escribas, les preguntó que dónde nacería el Mesías y que ellos respondieron: «En Belén de Judá. »
Ellos vinieron hacia Belén. La estrella volvió a aparecerse a sus ojos, al salir de la Ciudad santa, y la noche anterior había aumentado su resplandor. El cielo era todo un incendio. Luego se detuvo la estrella, y juntando las luces de todas las demás estrellas en sus rayos, se detuvo sobre esta casa. Ellos comprendieron que estaba allí el Recién nacido. Y ahora lo adoraban, ofreciéndole sus pobres dones y más que otra cosa su corazón, que jamás dejará de seguir bendiciendo a Dios por la gracia que les concedió y por amar a su Hijo, cuya Humanidad veían. Después regresarían a decírselo a Herodes porque él también deseaba venir a adorarlo.
« Aquí tienes el oro, como conviene a un rey; el incienso como es propio de Dios, y para ti, Madre, la mirra, porque tu Hijo es Hombre además de Dios, y beberá de la vida humana su amargura, y la ley inevitable de la muerte. Nuestro amor no quisiera decir estas palabras, sino pensar que fuese eterno en su carne, como eterno es su Espíritu, pero, ¡Oh mujer!, si nuestras cartas, o mejor dicho, nuestras almas, no se equivocan, El, tu Hijo, es; el Salvador, el Mesías de Dios, y por esto deberá salvar la tierra, tomar en Sí sus males, uno de los cuales es el castigo de la muerte.
Esta mirra es para esa hora, para que los cuerpos que son santos no conozcan la putrefacción y conserven su integridad hasta que resuciten. Que El se acuerde de estos dones nuestros, y salve a sus siervos dándoles Su Reino. Por tanto, para ser nosotros santificados, Vos, la Madre de este Pequeñuelo nos lo conceda a nuestro amor, para que besemos sus pies y con ellos descienda sobre nosotros la bendición celestial. »
María, que no siente ya temor ante las palabras del Sabio que ha hablado, y que oculta la tristeza de las fúnebres invocaciones bajo una sonrisa, les presenta a su Niño. Lo pone en los brazos del más viejo, que lo besa y lo acaricia, y luego lo pasa a los otros dos.
Jesús sonríe y juguetea con las cadenillas y las cintas. Con curiosidad mira, mira el cofre abierto que resplandece con color amarillento, sonríe al ver que el sol forma una especie de arco iris, al dar sobre la tapa donde está la mirra.
Después los tres entregan a María el Niño y se levantan. También María se pone de píe. Se hacen mutua inclinación. Después que el más joven dio órdenes a su siervo y salió. Los tres hablan todavía un poco. No se deciden a separarse de aquella casa. Lágrimas de emoción hay en sus ojos. Se dirigen en fin a la salida. Los acompañan María y José.