“Cuando el fiel se encuentre en la dolorosa imposibilidad de recibir la absolución sacramental, debe recordarse que la contrición perfecta, procedente del amor del Dios amado sobre todas las cosas, expresada por una sincera petición de perdón (la que el penitente pueda expresar en ese momento) y acompañada de votum confessionis, es decir, del firme propósito de recurrir cuanto antes a la confesión sacramental, obtiene el perdón de los pecados, incluso mortales (cf. Catecismo, n. 1452)”.

 

Esta es una de las aclaraciones sobre el Sacramento de la Reconciliación incluidas en la nota de la Penitenciaria Apostólica vaticana, publicada hoy, 20 de marzo de 2020, ante “la gravedad de las circunstancias actuales” y dirigida tanto a los fieles laicos como a los pastores.

Situación especial de pandemia

El propio Papa Francisco ha recordado el viernes en la Misa de Santa Marta que el Catecismo recoge la forma de confesar cuando no es posible recurrir a un sacerdote: “Habla con Dios, que es tu padre, y dile la verdad: ‘Señor, he hecho esto, esto, esto… Perdóname’, y pídele perdón de todo corazón, con el Acto de Dolor y prométele: ‘Me confesaré después, pero perdóname ahora’. E inmediatamente volverás a la gracia de Dios”.

Dada esta situación especial, la Penitenciaría Apostólica tiene en cuenta que, sobre todo en los lugares más afectados por el contagio de la pandemia del coronavirus y hasta que esta remita, “se producirán los casos de grave necesidad” citados en el canon 961, § 2 del Código de Derecho canónico.

Absolución colectiva

Así, la penitenciaría recuerda que “la confesión individual representa el modo ordinario de celebrar este sacramento (cf. c. 960 del Código de Derecho Canónico), mientras que la absolución colectiva, sin la confesión individual previa, no puede impartirse sino en caso de peligro inminente de muerte, por falta de tiempo para oír las confesiones de los penitentes individuales (cf. c. 961 § 1 del Código de Derecho Canónico) o por grave necesidad (cf. c. 961 § 1 del Código de Derecho Canónico). 961 § 1, 2 CIC)”.

Esta consideración “corresponde al obispo diocesano, teniendo en cuenta los criterios acordados con los demás miembros de la Conferencia Episcopal (cf. c. 455 § 2 CIC), y sin perjuicio de la necesidad, para la válida absolución, del votum sacramenti por parte del penitente individual, es decir, del propósito de confesar a su debido tiempo los pecados graves que en su momento no pudieron ser confesados (cf. c. 962 § 1 CIC)”.

Obispos diocesanos

Cualquier otra especificación “se delega según el derecho a los obispos diocesanos, teniendo siempre en cuenta el bien supremo de la salvación de las almas (cf. c. 1752 C.I.C.) y en caso de que surja la necesidad repentina de impartir la absolución sacramental a varios fieles juntos, “el sacerdote está obligado a avisar, en la medida de lo posible, al obispo diocesano o, si no puede, a informarle cuanto antes (cf. Ordo Paenitentiae, n. 32)”.

Igualmente, estos pastores deben “indicar a los sacerdotes y penitentes las prudentes atenciones que deben adoptarse en la celebración individual de la reconciliación sacramental, tales como la celebración en un lugar ventilado fuera del confesionario, la adopción de una distancia adecuada, el uso de mascarillas protectoras, sin perjuicio de la absoluta atención a la salvaguardia del sigilo sacramental y la necesaria discreción”.

Capellanes extraordinarios

Los prelados de cada diócesis han de decidir también en su circunscripción “los casos de grave necesidad en los que es lícito impartir la absolución colectiva: por ejemplo, a la entrada de las salas de hospital, donde estén ingresados los fieles contagiados en peligro de muerte, utilizando en lo posible y con las debidas precauciones los medios de amplificación de la voz para que se pueda oír la absolución”.

Finalmente, la nota llama a considerar la conveniencia de establecer de acuerdo a las autoridades sanitarias los grupos de “capellanes extraordinarios de hospitales”, de forma voluntaria y para garantizar la asistencia de los enfermos y los moribundos.

A continuación, sigue la nota completa de la Penitenciaría Apostólica.

Yo estoy con vosotros todos los días”(Mt 28,20)

La gravedad de las circunstancias actuales exige una reflexión sobre la urgencia y la centralidad del Sacramento de la Reconciliación, junto con algunas aclaraciones necesarias, tanto para los fieles laicos como para los ministros llamados a celebrar el Sacramento.

También en la época de Covid-19, el Sacramento de la Reconciliación se administra de acuerdo con el derecho canónico universal y según lo dispuesto en el Ordo Paenitentiae.

La confesión individual representa el modo ordinario de celebrar este sacramento (cf. c. 960 del Código de Derecho Canónico), mientras que la absolución colectiva, sin la confesión individual previa, no puede impartirse sino en caso de peligro inminente de muerte, por falta de tiempo para oír las confesiones de los penitentes individuales (cf. c. 961 § 1 del Código de Derecho Canónico) o por grave necesidad (cf. c. 961 § 1 del Código de Derecho Canónico). 961 § 1, 2 CIC), cuya consideración corresponde al obispo diocesano, teniendo en cuenta los criterios acordados con los demás miembros de la Conferencia Episcopal (cf. c. 455 § 2 CIC), y sin perjuicio de la necesidad, para la válida absolución, del votum sacramenti por parte del penitente individual, es decir, del propósito de confesar a su debido tiempo los pecados graves que en su momento no pudieron ser confesados (cf. c. 962 § 1 CIC).

Esta Penitenciaría Apostólica cree que, sobre todo en los lugares más afectados por el contagio de la pandemia y hasta que el fenómeno no remita, se producirán los casos de grave necesidad citados en el can. 961, § 2 CIC arriba mencionado.

Cualquier otra especificación se delega según el derecho a los obispos diocesanos, teniendo siempre en cuenta el bien supremo de la salvación de las almas (cf. c. 1752 C.I.C.).

En caso de que surja la necesidad repentina de impartir la absolución sacramental a varios fieles juntos, el sacerdote está obligado a avisar, en la medida de lo posible, al obispo diocesano o, si no puede, a informarle cuanto antes (cf. Ordo Paenitentiae, n. 32).

En la presente emergencia pandémica, corresponde por tanto al obispo diocesano indicar a los sacerdotes y penitentes las prudentes atenciones que deben adoptarse en la celebración individual de la reconciliación sacramental, tales como la celebración en un lugar ventilado fuera del confesionario, la adopción de una distancia adecuada, el uso de mascarillas protectoras, sin perjuicio de la absoluta atención a la salvaguardia del sigilo sacramental y la necesaria discreción.

Además, corresponde siempre al obispo diocesano determinar, en el territorio de su propia circunscripción eclesiástica y en relación con el nivel de contagio pandémico, los casos de grave necesidad en los que es lícito impartir la absolución colectiva: por ejemplo, a la entrada de las salas de hospital, donde estén ingresados los fieles contagiados en peligro de muerte, utilizando en lo posible y con las debidas precauciones los medios de amplificación de la voz para que se pueda oír la absolución.

Hay que considerar la necesidad y la conveniencia de establecer, cuando sea necesario, de acuerdo con las autoridades sanitarias, grupos de «capellanes extraordinarios de hospitales», también con carácter voluntario y en cumplimiento de las normas de protección contra el contagio, para garantizar la necesaria asistencia espiritual a los enfermos y moribundos.

Cuando el fiel se encuentre en la dolorosa imposibilidad de recibir la absolución sacramental, debe recordarse que la contrición perfecta, procedente del amor del Dios amado sobre todas las cosas, expresada por una sincera petición de perdón (la que el penitente pueda expresar en ese momento) y acompañada de votum confessionis, es decir, del firme propósito de recurrir cuanto antes a la confesión sacramental, obtiene el perdón de los pecados, incluso mortales (cf. Catecismo, n. 1452).

Nunca como en este tiempo la Iglesia experimenta el poder de la comunión de los santos, eleva a su Señor Crucificado y Resucitado votos y oraciones, en particular el Sacrificio de la Santa Misa, celebrada diariamente, incluso sin el pueblo, por los sacerdotes.

Como buena madre, la Iglesia implora al Señor que la humanidad sea liberada de tal flagelo, invocando la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de la Misericordia y Salud de los Enfermos, y de su esposo San José, bajo cuyo patrocinio la Iglesia camina siempre por el mundo.

Que María Santísima y San José nos obtengan abundantes gracias de reconciliación y salvación, en la escucha atenta de la Palabra del Señor, que hoy repite a la humanidad: «Basta ya; sabed que yo soy Dios» (Sal 46, 11), «Yo estoy con vosotros todos los días» (Mt 28, 20).

Dado en Roma, desde la sede de la Penitenciaría Apostólica, el 19 de marzo de 2020,

Solemnidad de San José, Esposo de la Santísima Virgen María, Patrono de la Iglesia Universal.

Mauro. Card.Piacenza                    Krzysztof Nykiel

Penitenciario Mayor                       Regente

 

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22 de Marzo

SAN EPAFRODITO
Colaborador de San Pablo

(siglo I)

 

En su segundo viaje apostólico, Pablo pasó a Europa después de embarcarse en Tróade (Troya). Venía impulsado por el Espíritu, que lo invitaba constantemente a dirigirse a Occidente. Habiendo desembarcado en Neápolis, recorrió por la vía Egnatia el breve camino que le separaba de Filipos. Era ésta una ciudad que, desde los tiempos del emperador Augusto, alojaba a numerosos veteranos de las legiones romanas. Fue la primera ciudad europea en la que predicó San Pablo en los años 50-51.

En Filipos conoció a Lidia, la vendedora de telas de púrpura procedente de Tiatira, que, junto a toda su familia, lo acogió en su casa y aceptó la fe cristiana. Estableció Pablo unas relaciones de amistad muy sincera con la comunidad que había de surgir en Filipos.

Andando el tiempo, Pablo es encarcelado. En una de las prisiones que sufrió, ya sea en Éfeso o en Roma, llega hasta él un emisario de aquella comunidad de Filipos. Es Epafrodito. Su nombre significa «amable», y lo sería ciertamente para Pablo. Trae un obsequio de parte de los filipenses. Podían ser ropas, alimentos o tal vez dinero para ayudar a Pablo en los momentos difíciles de su prisión. Pero, sobre todo, trae su propia ayuda personal y su disposición para colaborar en la evangelización.

Epafrodito es el mensajero de una comunidad agradecida que presta colaboración y ayuda a quien ha sido su evangelizador. Este pequeño detalle de la comunidad mueve a Pablo a escribir una carta de agradecimiento, la Carta a los Filipenses. Todo un modelo de delicadeza. Todo un modelo de gratitud.

También sabemos de este buen emisario que, durante su permanencia junto al apóstol, contrajo una grave enfermedad y estuvo a punto de morir. Una vez restablecido, Pablo lo envió de nuevo a su comunidad de origen, haciéndole portador de la hermosa Carta a los Filipenses.

He aquí los sentimientos que Pablo expresa a propósito de él:

«Entretanto, he juzgado necesario devolveros a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de armas, enviado por vosotros con el encargo de servirme en mi necesidad, porque os está añorando a todos vosotros y anda angustiado porque sabe que ha llegado a vosotros la noticia de su enfermedad. Es cierto que estuvo enfermo y a punto de morir. Pero Dios se compadeció de él; y no sólo de él, sino también de mí, para que no tuviese yo tristeza sobre tristeza. Así pues, me apresuro a enviarle para que, viéndole de nuevo, os llenéis de alegría y yo quede aliviado en mi tristeza. Recibidle, pues, en el Señor con toda alegría, y tened en estima a los hombres como él, ya que por la obra de Cristo ha estado a punto de morir, arriesgando su vida para supliros en el servicio que no podíais prestarme vosotros mismos» (F1p 2, 25-30).

 

Sin embargo, la Carta a los Filipenses es mucho más que el testimonio de un corazón agradecido. Pablo no se limita solamente a expresarse con palabras corteses, agradeciendo el regalo que le ha sido enviado. Basta recordar el capítulo 2 en el que Pablo invita a los destinatarios de la carta a vivir en la humildad, haciendo suyos los sentimientos de Cristo. Para fundamentar su exhortación, Pablo introduce en el texto de la carta un himno que seguramente ya era conocido por las comunidades: Cristo, siendo de naturaleza divina, no se había guardado tal honor como un botín, sino que se había despojado de su rango para hacerse semejante a los hombres, pasando como un esclavo hasta sufrir una muerte y muerte de cruz. Tal abajamiento no terminaba sin embargo ahí. Por él, el Padre celestial lo había ensalzado hasta llegar a darle un nombre sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (cf. Flp 2, 5-11).

Como podemos deducir por la lectura de este himno, Epafrodito debió de ser testigo privilegiado del corazón orante y místico de Pablo. Pero también fue testigo del corazón agradecido del apóstol.

Al final de la carta, Pablo evoca, en efecto, la íntima confianza que ha mantenido siempre con los miembros de la comunidad de Filipos. De hecho, sólo de ellos había aceptado alguna ayuda económica que pudiera subvencionar sus viajes apostólicos: «Me alegré mucho en el Señor de que ya al fin hayan florecido vuestros buenos sentimientos para conmigo. Ya los teníais, sólo que os faltaba ocasión de manifestarlos. No lo digo movido por la necesidad, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. Y sabéis también vosotros, filipenses, que en el comienzo de la evangelización, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia me abrió cuentas de "haber y debe", sino vosotros solos. Pues incluso cuando estaba yo en Tesalónica enviasteis por dos veces con qué atender a mi necesidad. No es que yo busque el don; sino que busco que aumenten los intereses en vuestra cuenta» (Flp 4, 10-18).

Es la hora de la despedida. A la expresión de la asombrosa riqueza del apóstol, sometido a la tremenda pobreza y decrepitud de las prisiones antiguas, se añade ahora una última pa-labra de gratitud para el mensajero fiel que se ha hecho portador del regalo de los filipenses. Un regalo que para su destinatario, Pablo, es más que una muestra de cortesía: es el signo de la comunión fraterna y, sobre todo, una especie de sacrificio litúrgico: una ofrenda a Dios, de quien Pablo es confiado y humilde servidor. Pocas veces los signos de la fraternidad han sido descritos con palabras teológicas tan altas.

La comunicación de bienes entre las Iglesias particulares no es solamente una exigencia de solidaridad humana, sino una especie de sacramento de la comunión en la fe y en el amor:

 

«Tengo cuanto necesito, y me sobra; nado en la abundancia después de haber recibido de Epafrodito lo que me habéis enviado, suave aroma, sacrificio que Dios acepta con agrado. Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús. Y a Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Flp 4, 18-23).

 

La figura de Epafrodito, el colaborador «amable», ha llegado hasta nosotros como la de un mensajero fiel. Un eslabón entre una comunidad creyente y su evangelizador, testigo del Señor Jesucristo. Epafrodito, miembro activo de una comunidad cristiana primitiva, es un modelo silencioso para los miembros de las comunidades cristianas de hoy.

 

JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉSe

Algunos datos que nos ayudan a situarnos en esa época

En ocasiones, cuando leemos un determinado texto bíblico, no captamos totalmente el significado de aquel escrito ya que no conocemos del todo el medio en que se desarrollaba la vida cotidiana de los judíos en la época bíblica, así como sus usos, costumbres y tradiciones contenidos en el texto de la historia que estamos leyendo.

Si conociéramos y entendiésemos dichos aspectos de la vida cotidiana de aquel pueblo, nuestra comprensión de los hechos narrados en la Biblia sería más completa y efectiva para cada uno de nosotros.
Y este precisamente es el objetivo del presente artículo: dar a conocer de una manera lo más sencilla posible la forma de vida cotidiana del pueblo judío entre el cual vivió, predicó y murió Jesús. Así comprenderemos muchas cosas que hasta ahora habíamos ignorado o malinterpretado.

LA NATURALEZA Y LA FE

La mezcla de culturas ha logrado encubrir los contrastes entre las dos grandes civilizaciones fluviales, la egipcia por el Nilo y la mesopotámica por el Tigris y el Éufrates. Mientras que Mesopotamia estaba expuesta a ser invadida tanto por los pueblos de las montanas como por los nómadas del desierto, Egipto se encontraba más seguro en su aislamiento. Las planicies bajas de Mesopotamia también eran amenazadas por imprevistas inundaciones debido a los caprichos del clima y a los derrumbes que ocasionalmente formaban presas en los grandes ríos tributarios del Tigris.
Las aguas de esta forma contenidas, irrumpían soltando enormes torrentes de agua. La amenaza de salinidad, que tornaba infértil la tierra, quizás explique la migración general hacia el norte, a las planicies medias de Mesopotamia, después de la caída de la civilización sumeria.

 

DE NOMADAS A ADMINISTRADORES DE LA TIERRA

La llegada de los pueblos del mar a las costas de Palestina, de los cuales los filisteos eran los mejor conocidos, hizo que se introdujera el empleo del hierro, evento muy significativo en aquella época.
La transición efectuada desde nómadas a un estado de vida sedentario por parte de los israelitas en Palestina durante el siglo XII a.C., es reconocida como un evento decisivo en la región. Pero el proceso que dio base a todo ello es de índole más crucial aún, como en el caso de la separación de Abraham del mundo mesopotámico y la posterior emancipación de Moisés de las costumbres egipcias.
El concepto que de la naturaleza tiene el hombre determina su uso de ella. El conocimiento del Dios Creador característico de los israelitas, les inculcaba una actitud muy diferente hacia la naturaleza y el manejo de la tierra, confiando en su promesa:
“Y si vosotros obedecéis puntualmente mis mandatos que yo os prescribo hoy, amando a Yahvé, vuestro Dios, y sirviéndole con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, yo daré a vuestra tierra la lluvia a su tiempo, lluvia de otoño y lluvia de primavera, y tú cosecharás tu trigo, tu mosto y tu aceite; yo daré a tu campo hierba para tu ganado, y comerás y te hartarás” (Deuteronomio 11:13-15).

LA VIDA DOMESTICA

Los patriarcas, Abraham y los demás, eran semi nómadas. Vivían en tiendas y se trasladaban de un lugar a otro con sus manadas y rebaños en busca de pasto y de agua fresca. Su vida era muy similar a la de los beduinos de hoy en día. Pero después del Éxodo el pueblo de Israel se asentó en la Tierra Prometida. Y desde entonces, a través de los diversos cambios políticos, la aparición de reyes y la división del reino, la vida de la gente común varió muy poco.
La vida domestica estaba centrada en el hogar, el cual era construido para llenar las exigencias del clima y los límites impuestos por el status social. Durante la mayor parte de año el clima era seco y caliente, solamente interrumpido por las lluvias tempranas del otoño y las tardías de primavera. El agua escaseaba, principalmente en la zona meridional, de poca precipitación. Por ello las casas se construían dotándolas del máximo frescor posible, tratando de minimizar en lo que se podía el consumo de agua.
Los pobres vivían en casas de un solo aposento construidas de adobe sobre cimientos de piedra y, posteriormente, de tierra caliza. El techo plano ofrecía espacio para el almacenamiento y servía de azotea, llegándose hasta él por medio de una escalera exterior. Las ventanas eran pequeñas, apenas una rendija, o aperturas tapadas con celosías que impedían la entrada de cualquier intruso, pero admitían la luz del día y el aire.
El interior de la casa era fresco y sombreado. Una plataforma levantada en un extremo proveía el espacio para cocinar y para dormir, y el resto del suelo de tierra servía para almacenar las grandes tinajas y utensilios, inclusive el molino de mano, con capacidad además para el cobijo de los animales.
Los ricos tenían casas construidas con piedra labrada y con las ventanas provistas de rejas metálicas. Algunos construían sus casas de varios pisos, mientras que otros edificaban horizontalmente para permitir uno o más patios, muchos de los cuales tenían atractivos jardines. Los beduinos del desierto eran los más pobres, pues vivían en carpas hechas con piel de cabra, tradicionales desde los tiempos de Abraham.
Dentro de la habitación los pobres se sentaban y dormían en esteras, iluminados por una lámpara de aceite. Por su parte los ricos se sentaban frente a una mesa, dormían en camas y eran atendidos por criados, quienes les servían vino y manjares mientras sonaba música de fondo. Pero los pobres debían conformarse con leche de cabra, aceitunas y pan de cebada, que era su dieta acostumbrada.
http://unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com/

Para ser el esposo de María y hacer las veces de padre de Jesús en la tierra

Modelo de padre y esposo, patrón de la Iglesia universal, de los trabajadores, de infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte.

 

A San José Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de Jesús y de la Santísima Virgen María.

Nuestro Señor fue llamado “hijo de José” (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo 12:55).

No era padre natural de Jesús (quién fue engendrado en el vientre virginal de la Stma. Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios), pero José lo adoptó y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influyó José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!

San José es llamado el “santo del silencio” No conocemos palabras expresadas por él, sólo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. José fue “santo” desde antes de los desposorios. Un “escogido” de Dios. Desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor.

Las principales fuentes de información sobre la vida de san José son los primeros capítulos de los evangelios de Mateo y de Lucas. Son al mismo tiempo las únicas fuentes seguras por ser parte de la Revelación.

 

San Mateo (1:16) llama a san José el hijo de Jacob; según san Lucas (3:23), su padre era Heli. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Pero al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), san José vivía en Nazaret.

Según Mateo 13:55 y Marcos 6:3, san José era un “tekton”. La palabra significa en particular que era carpintero. San Justino lo confirma (Dial. cum Tryph., lxxxviii, en P. G., VI, 688), y la tradición ha aceptado esta interpretación.

 

Si el matrimonio de san José con la Santísima Virgen ocurrió antes o después de la Encarnación aún es discutido por los exegetas. La mayoría de los comentadores, siguiendo a santo Tomás, opinan que en la Anunciación, la Virgen María estaba sólo prometida a José. Santo Tomás observa que esta interpretación encaja mejor con los datos bíblicos.

Los hombres por lo general se casaban muy jóvenes y san José tendría quizás de 18 a 20 años de edad cuando se desposó con María. Era un joven justo, casto, honesto, humilde carpintero… ejemplo para todos nosotros.

La literatura apócrifa, (especialmente el “Evangelio de Santiago”, el “Pseudo Mateo” y el “Evangelio de la Natividad de la Virgen María”, “La Historia de San José el Carpintero”, y la “Vida de la Virgen y la Muerte de San José) provee muchos detalles pero estos libros no están dentro del canon de las Sagradas Escrituras y no son confiables.

 

 

Un ejemplo de la atracción de la vida monástica al inicio del cristianismo

San Hilarión de Gaza es uno de los grandes padres de la vida monástica y fundó en el siglo IV uno de los que es considerado monasterios más antiguos de toda Tierra Santa, en un lugar, muy cerca de Gaza, en la que llegó a tener varios miles de seguidores como atestiguan también los restos arqueológicos encontrados en 1999 y con los cuales siguen trabajando hoy en día.

 

El ministro de Turismo y Antigüedades de la Autoridad Nacional Palestina, Mohamed Abdel Gawad, explica a la agencia EFE que Hilarión “en sus paseos por el desierto del Sinaí, conoció a Antonio, quien le educó en la cristiandad y al volver a Gaza fundó este lugar donde comenzó a difundir la religión cristiana en Palestina”.

Hilarión nació en una Gaza pagana y siendo aun menor se fue a estudiar a Alejandría donde –según San Jerónimo- “llegó a ser muy versado en el arte de hablar”. Fue precisamente allí donde oyó hablar de la figura de Antonio Abad y lo buscó en su retiro por el desierto. Dos meses con él le cambiaron para siempre y, así, la historia cristiana de Palestina.

 

 

De vuelta a su tierra repartió todas sus pertenencias entre los pobres y en el año 306 levantó una choza cerca de Maiuma, un lugar estratégico atravesado por la Via Maris, emblemática ruta comercial que unía Egipto con Mesopotamia, y transitaban comerciantes y peregrinos. Su vida ermitaña atrajo a obispos, presbíteros, clérigos, monjes y hasta nobles damas, cuenta San Jerónimo.

Aunque en esta zona palestina, controlada ahora por los islamistas de Hamás, sólo viven ahora unos 900 cristianos, en aquel momento se convirtió en un lugar de gran importancia en el ámbito cristiano. De hecho, en el yacimiento de Tell Um el Amr se puede observar cómo era la vida de los cenobitas y cómo Hilarión pudo llegar a estar rodeado de casi 5.000 seguidores.

De este modo, EFE cuenta como las cinco iglesias, los complejos de baños, santuarios y mosaicos geométricos desenterrados en el yacimiento de 14.500 metros cuadrados abarcan más de cuatro siglos, desde el Imperio Romano tardío hasta el Califato Abasí (IX).

En esta reconstrucción, afirman las autoridades, se cree que en la fuente que daba inicio al recorrido se situaba el sacerdote para dar la bienvenida a monjes y peregrinos que disponían de habitaciones y cocinas, como muestra el horno de piedra también conservado. Los muros que rodeaban el monasterio y erigían los templos están siendo hoy reconstruidos para recuperar el esplendor que llegó a tener este epicentro monástico de columnas de mármol.

Paradójicamente Hilarion terminó escapando de la veneración que había creado y, al final de su vida, buscó de nuevo la soledad por el desierto hasta llegar a Chipre, donde murió. “Se cree que sus discípulos trajeron el cuerpo y lo enterraron aquí. Pero, desafortunadamente, no hemos encontrado el féretro, que pudo ser robado o desapareció”, lamenta Abdel Gawad. Solo una pequeña pieza de ataúd apareció durante estas excavaciones que buscan recomponer la historia y desvelar el mayor de sus misterios: la tumba del primer monje palestino.

 

 

 

Hay ocho puertas, siete abiertas y una sellada

Judíos, musulmanes y cristianos pasan diariamente por las puertas de la Ciudad Vieja de Jerusalén, de camino hacia las oraciones o simplemente para ocuparse de sus asuntos cotidianos en uno de los lugares políticamente más sensibles de la Tierra.

Hay ocho puertas, siete abiertas y una sellada, a lo largo de las murallas de la Ciudad Vieja, que fueron construidas en el siglo XVI por el sultán turco Solimán el Magnífico.

Siempre son muy concurridas la Puerta de Damasco, la principal entrada al barrio musulmán, y la Puerta de Jaffa, que mira al oeste hacia el Mediterráneo, donde los residentes locales y los turistas se mezclan en los mercados que bordean los callejones de piedra.

La Puerta del León, que tiene dos pares de leones heráldicos tallados en el arco, es también conocida como la Puerta de San Esteban. Mira al este, hacia la antigua Jericó, y suele estar repleta de fieles musulmanes en la mezquita al-Aqsa, el tercer santuario más sagrado del Islam.

Muchos fieles judíos toman otra ruta hacia el Muro de los Lamentos del judaísmo. Pasan por la Puerta de las Basuras, la más cercana al lugar sagrado, donde pueden verse a familias celebrar el Bar Mitzvah de sus hijos de 13 años de camino al muro.

La seguridad siempre es estricta ya que se trata de una zona inestable ubicada en el corazón del conflicto israelí-palestino. La policía israelí patrulla y cámaras de un circuito cerrado de televisión monitorean los pasillos de la Ciudad Vieja.

Israel considera a todo Jerusalén, incluida la Ciudad Vieja y amurallada que capturó en la guerra de Oriente Medio de 1967, como su capital «eterna e indivisible».

Los palestinos quieren que Jerusalén Oriental, donde está ubicada la Ciudad Vieja, sea la capital del estado que buscan establecer en la ocupada Cisjordania y la Franja de Gaza.

 

Las ocho puertas

 

Puerta de Damasco

Es la más grande e importante de Jerusalén. La puerta que consta de mayores defensas arquitectónica de todas las de la ciudad antigua. Se encuentra en la pared norte y apunta hacia la capital de Siria, de donde toma el nombre.

 

Puerta de Damasco
Puerta de Damasco - REUTERS/Nir Elias

 

Brinda acceso directo al multitudinario zoco del barrio musulmán. Bajo esta puerta del siglo XVI, los arqueólogos descubrieron parte de la entrada a Jerusalén construida por el emperador Adriano en el siglo II.

 

Puerta de Herodes

Su nombre en árabe y hebreo es Puerta de las Flores, debido a los motivos con forma de rosetas que la decoran.

 

Puerta de Herodes

Puerta de Herodes - REUTERS/Nir Elias

 

El nombre de Herodes, no obstante, se debe al hecho de que esta entrada lleva a la casa de Herodes Antipas, a la que Jesús fuera enviado por Pilato: Ubicada en el norte, da acceso a los mercados de la ciudad vieja y al barrio musulmán. Tiene la misma orientación que la Puerta de Damasco.

 

 

Puerta Nueva

Es la única entrada que no forma parte del diseño original de las murallas del siglo XVI.

 

Puerta Nueva

Puerta Nueva - REUTERS/Corinna Kern

 

Fue construida en 1887, en los primeros tiempos del Imperio Otomano, para facilitar el acceso a los peregrinos cristianos que acudían a los lugares santos situados en el interior de las murallas.

 

Puerta de los Leones

Los animales de aspecto feroz que flanquean este acceso son los responsables de esta denominación, aunque también es conocida como Puerta de San Esteban, en honor al santo mártir del cristianismo.

 

Puerta de los LeonesPuerta de los Leones - REUTERS/Nir Elias

 

Esta puerta, la única que da acceso a la ciudad por su parte este, marca el inicio de la Vía Dolorosa, el camino interior de la ciudad antigua por donde Jesús cargó la cruz hasta el calvario.

 

Puerta de las Basuras

Este ingreso, también llamado puerta del Estiércol o de los Desperdicios, servía originariamente para sacar la basura de la ciudad.

 

Puerta de las BasurasPuerta de las Basuras - REUTERS/Nir Elias

 

De aspecto poco atrayente, se trata sin embargo de un acceso muy transitado ya que constituye la forma más rápida de llegar al Muro Occidental (o de las Lamentaciones) y a la Explanada de las Mezquitas, dos de los lugares más icónicos de Jerusalén.

 

Puerta de Sion

A través de esta entrada construida en 1540 se accede directamente a los barrios armenio y judío.

 

Puerta de Sion

Puerta de Sion - REUTERS/Corinna Kern

 

Situada en la muralla sur, es la última de las cuatro puertas principales de la ciudad vieja. Recibe su nombre por el monte Sión ubicado justo enfrente.

 

Puerta de Jaffa

Esta es la única puerta situada en el lado occidental de la ciudad antigua. Presidida por la Torre de David, es hoy la entrada más transitada al ser un acceso directo a los barrios cristiano y judío.

 

Puerta de JaffaPuerta de Jaffa - REUTERS/Nir Elias

 

A través de esta se accede a las partes más populares del zoco y al museo de la Torre de David. De esta puerta partía la carretera que comunicaba Jerusalén con el puerto de Jaffa, en el Mediterráneo, por lo que era también la puerta de entrada de los peregrinos judíos y cristianos que llegaban de Europa.

 

Puerta Dorada

También llamada Puerta de la Misericordia o Puerta Oriental, este acceso se ubica en la muralla oriental del Monte del Templo.

 

Puerta Dorada

Puerta Dorada - REUTERS/Nir Elias

 

A pesar de llevar varios siglos bloqueada, todavía se dice que está a la espera de un milagro para que vuelva a abrirse cuando el Mesías regrese y resuciten los muertos.

 

 

 

El castigo más atroz (y humillante) de la Antigua Roma

 

Cuando Espartaco y su grupo de esclavos fueron derrotados tras la Tercera Guerra Servil, los 6.000 prisioneros adultos capturados fueron crucificados a intervalos a lo largo de la Vía Apia, desde Roma hasta Capua.

 

La cruz fue el primer problema teológico al que se enfrentó el grupo de seguidores de Jesús: fundamentar por qué el Mesías había muerto víctima del método de ejecución más salvaje y humillante, tradicionalmente reservado a los esclavos, que los romanos aplicaban. Sin embargo, como explica Tom Holland en su libro «Dominio» (Ático de los libros, 2020), los primeros cristianos no solo resolvieron el dilema, sino que consiguieron convertir esa supuesta derrota en su principal triunfo.

Lograron que solo trescientos años después hasta el Emperador de Roma se arrodillara ante la cruz, una palabra –«crux»– que hasta entonces causaba asco por lo que representaba este método.

 

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Esta forma de castigo fue creada supuestamente en Asiria en torno al siglo VI a.C. Al menos así les gustaba decir a los romanos, que no aceptaban que una brutalidad tal pudiera haber sido pensada en su territorio. La práctica fue imitada por grandes potencias mediterráneas, como la Macedonia de Alejandro Magno, quien la importó unos 200 años después de su aparición en Oriente Próximo.

Un mensaje para quienes desafiaban a Roma

En la Antigua Roma no había ejecución más atroz que la crucifixión y un mensaje más crudo hacia quienes desafiaran el orden establecido. Garantizaba al esclavo condenado un largo suplicio desnudo, con los pechos y los hombros hinchados y con los pájaros picoteando la carne a placer. Mientras que a los que observaban les avisaba de que las élites romanas no iban a admitir que un esclavo destruyera su sociedad, sustentada por la servidumbre de esta grupo que representaba a la mayor parte de la población.

Cuando Espartaco y su grupo de esclavos fueron derrotados tras la Tercera Guerra Servil, los 6.000 prisioneros adultos capturados fueron crucificados a intervalos a lo largo de la Vía Apia, desde Roma hasta Capua, como advertencia a otros esclavos dispuestos a atacar a sus amos.

«Una vez que tenemos en nuestra servidumbre a naciones enteras con sus cultos diversos, con sus religiones extrañas o sin religión alguna, a ese canalla no se le puede dominar sino por el miedo», dejó escrito Tácito.

 

 
«Espartaco» (Spartacus), película estadounidense de 1960

 

El ingenio sádico del verdugo era bienvenido. Como cuenta Holland en el brillante prefacio de su libro, cuanto más terrible fuera la imagen más efectivo era el castigo. «Este pone cabeza abajo a los que quiere colgar, aquel los empala por los genitales; este otro los extiende los brazos en un yugo», narra Cicerón, otro de los autores clásicos.

Los romanos, el pueblo que más hizo por popularizarla, no podían aplicarla a los ciudadanos debido a ese carácter humillante. En su lugar, en el caso de estar condenados a muerte, eran decapitados o se les seccionaba la medula desde el cuello con una espada. Las ejecuciones en Roma se hacían en territorios extramuros donde el olor de los cadáveres no resultara próximo.

Los cuerpos de los crucificados, que eran castigados por las aves carroñeras durante días, eran luego arrojados en fosas comunes y conducidos, al menos en Italia, por enterradores vestidos de rojo que hacían sonar campanillas y arrastraban los restos con ganchos.

 

La crucifixión mejor documentada

Como prueba de la contradictoria mezcla entre la altivez y la repugnancia que les generaba a los romanos este método de ejecución, todo lo público que era en su día las crucifixiones lo fue luego de silencioso en los textos. Solo cuatro crónicas de la Antigüedad han sobrevivido que detallen este método y todas ellas hacen referencia al mismo reo: un judío llamado Jesús ejecutado frente a las murallas de Jerusalén, en el Gólgota, el «Lugar de la Calavera».

Estas crónicas, escritas poco después de la muerte de Jesús, condenado por un delito capital contra el orden establecido, describen como tras la sentencia el reo fue azotado por los soldados y se mofaron de él colocándole una corona de espinas. Jesús de Nazaret fue obligado a cargar con su cruz (lo más probable es que solo llevara el madero horizontal de la cruz) hasta el lugar donde sería ejecutado. Allí le atravesaron las manos y los pies con clavos y lo elevaron en la cruz. Una vez fallecido le clavaron una lanza en el costado para cerciorarse de que no quedaba aliento alguno en su interior.

 

Una de las primeras representaciones que se conservan de Jesús en la Cruz.Una de las primeras representaciones que se conservan de Jesús en la Cruz.

 

Los romanos no eran los únicos a los que la mera representación de estas ejecuciones les horrorizaba. «El misterio de la cruz que nos convoca ante Dios, es algo despreciable y deshonroso», dejó escrito Justino Mártir solo un siglo después de la muerte de Jesucristo. Tuvieron que pasar muchos años para que la ilustración de la muerte de Jesús y el símbolo en sí de la cruz se convirtieran en una forma visual aceptable para sus seguidores.

Comenta Holland que «hacia el año 400 la cruz dejó de verse como algo vergonzoso. Prohibida como castigo décadas antes por Constantino, el primer emperador cristiano, la crucifixión se había convertido para el pueblo romano en un emblema del triunfo sobre el pecado y la muerte». La crucifixión de Jesús empezó a representarse con el cuerpo de un atleta, tan musculoso como un dios griego, y con la expresión serena de quien está convencido de su victoria.

Una imagen propiamente grecolatina que evolucionó a través de los artistas medievales hacia un Jesús ensangrentado y agonizante. Aparecía sereno y con rostro de sufrimiento. Más humano, más débil. Sin embargo, si en otro tiempo aquella estampa hubiera evocado lo atroz que era esta forma de morir, para los años medievales transmitía a la gente compasión y piedad ante el sacrificio que había realizado Jesús.

 

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LAS MUJERES DE JESÚS

Jesús restablece para siempre la nobleza de la mujer, como nadie nunca se había atrevido a hacerlo, como nadie nunca lo hará.

Todo el Evangelio está regado de pasajes en los que relumbra  el trato delicado y enaltecedor que Jesús brinda a las mujeres; un trato que, sin duda, hubo de resultar incómodo a sus discípulos –como en varias ocasiones queda reflejado– y escandaloso a sus contemporáneos.

Incomodidad y algo de bochorno sienten los discípulos, por ejemplo, en la unción de Betania, cuando Jesús permite que María, la hermana de Lázaro y de Marta, le derrame sobre los pies una libra de perfume de nardo; un gesto confiado, de una naturalidad candorosa, que a los ojos severos de un puritano de la época –de cualquier época, en realidad– podía alimentar cuchicheos y maledicencias.

Mujer samaritana

Y escándalo debieron de sentir sus contemporáneos cuando Jesús impide que la mujer adúltera sea apedreada, como exigía la ley de Moisés.

En ambos gestos descubrimos una corriente de complicidad que desafía las convenciones establecidas, un desafío jovial a los usos sociales, una suerte de alegre desdén hacia todas las cortapisas y escollos que se interponen en la generosa fluencia entre dos espíritus nobles.

Porque lo que más atrae de Jesús en estos pasajes es su capacidad para descubrir nobleza en donde otros, entorpecidos por las legañas de los prejuicios, sólo descubren indecencia o pecado; una nobleza quizá aturullada, quizá arañada por debilidades y claudicaciones, pero nobleza a fin de cuentas, dispuesta a vindicarse y a recuperar su sitio.

El diálogo que Jesús mantiene con la samaritana en el pozo de Jacob llena de perplejidad a sus discípulos. Ahora ya no sólo les ofende que converse con una mujer a solas, actitud que debía de juzgarse indecorosa, sino que además esa mujer sea natural de Samaria, la región cuyos habitantes eran execrados por sus heterodoxias.

En ese diálogo, Jesús no evita la ironía piadosa; y la emplea, además, en un punto en el que la samaritana estaría acostumbrada a recibir las reconvenciones más agrias y destempladas.

«Llama a tu marido», le dice; a lo que la samaritana responde que no tiene marido. «Bien has dicho –asiente Jesús–; porque maridos has tenido cinco, y el que ahora tienes no lo es.» La samaritana debió entonces de abrir los ojos como platos.

¡Aquel extraño sabía que había sido mujer de cinco maridos y, en lugar de rehuirla como a una apestada, entablaba amistoso coloquio con ella! Aquí el Evangelio no hace comentario alguno; pero siempre que leo este pasaje imagino el natural desconcierto que a la samaritana debió de producirle la "adivinación"" de Jesús; un desconcierto que tal vez terminase en sonrisa, al reparar en el rostro afable de Jesús.

Jesús con María Magdalena

¿De dónde salía aquel tipo que la aceptaba sabiendo lo que era, como si su pasado no le importara, como si ese pasado hubiese sido fulminantemente borrado por el agua que le prometía?

La samaritana debió de notar entonces la acción misteriosa de la gracia, que golpea sin desmayo a nuestra puerta, sin importarle demasiado nuestras debilidades; o, importándole tanto, que a todas ellas las abraza, con calidez incombustible. E, inevitablemente, tuvo que sonreír: con pudor, con gratitud, con incalculable alegría.

Pero donde la simpatía franca que Jesús emplea con las mujeres desborda la medida de lo previsible y alcanza el colmo, para hacerse subversiva, es en la jornada de su resurrección. El testimonio prestado por mujeres carecía de valor en aquella época, tanto para la ley mosaica como para el derecho romano; y, sin embargo, Jesús quiere que sean mujeres quienes anuncien el acontecimiento más importante de su paso por la tierra, el acontecimiento que justifica la fe que ha venido a fundar.

Fueron, en efecto, mujeres quienes acudieron al sepulcro vacío, cargadas de bálsamos ya inútiles; fueron mujeres las primeras que lo vieron resucitado: primero, su madre, de quien sin duda había aprendido a tratar a las mujeres con franqueza; después, la Magdalena y el grupito femenino que lo acompañaba desde Galilea.

En esta elección hay, desde luego, una recompensa a la lealtad (ellas habían sido quienes permanecieron en el Gólgota, al pie de la cruz, mientras los discípulos tomaban las de Villadiego); pero hay también un corte de mangas a los prejuicios de la época.

A Jesús no se le podía escapar que nadie iba a prestar crédito al testimonio de aquellas mujeres; y que, por ello mismo, el anuncio de su resurrección iba a resultar mucho más problemático, como algunos días más tarde él mismo tendría ocasión de comprobar, camino de Emaús. En ese magnífico, grandioso, exultante corte de mangas a los prejuicios de la época, Jesús restablece para siempre la nobleza de la mujer, como nadie nunca se había atrevido a hacerlo, como nadie nunca lo hará.

Artículo de Juan Manuel de Prada en XLSemanal

 

Meditó sobre el silencio, la distancia de las cosas superfluas y la soledad

 

En la primera audiencia general de esta Cuaresma, el Papa propuso contemplar “los cuarenta días en que Jesús se retiró al desierto para orar y ayunar, y allí fue tentado por el diablo”.

 

“El camino a través del desierto cuaresmal es un tiempo propicio en nuestra vida para apagar la televisión y abrir la Biblia; para desconectarnos del celular y conectarnos al Evangelio; para renunciar a tantas palabras y críticas inútiles para estar más tiempo con el Señor y dejar que transforme nuestro corazón”, propuso.

 

CATEQUESIS DEL PAPA EN ESPAÑOL

 

Queridos hermanos y hermanas:

Comenzamos hoy la Cuaresma, un camino de cuarenta días hacia la Pascua, hacia el corazón del año litúrgico. En este camino, tenemos presente los cuarenta días en que Jesús se retiró al desierto para orar y ayunar, y allí fue tentado por el diablo.

Hoy, Miércoles de Ceniza, reflexionamos sobre el significado espiritual del desierto.

Imaginemos que estamos en el desierto: nos alejamos de los ruidos, de todo lo que nos rodea habitualmente y un gran silencio nos envuelve. En el desierto hay ausencia de palabras, y así podemos hacer espacio para que el Señor nos hable al corazón: es el lugar de la Palabra de Dios. En el desierto, también nos alejamos de tantas realidades superfluas que nos rodean, aprendemos a “ayunar”, que es renunciar a cosas vanas para ir a lo esencial. Por último, el desierto es un lugar de soledad. Allí podemos encontrar y ayudar a tantos hermanos descartados y solos, que viven en el silencio y en la marginalidad.

El camino a través del desierto cuaresmal es un tiempo propicio en nuestra vida para apagar la televisión y abrir la Biblia; para desconectarnos del celular y conectarnos al Evangelio; para renunciar a tantas palabras y críticas inútiles para estar más tiempo con el Señor y dejar que transforme nuestro corazón.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos ayude a entrar en el desierto cuaresmal, que lo sepamos recorrer a través de la oración, el ayuno y las obras de misericordia, para que podamos gustar la Pascua, la fuerza del amor de Dios que hace florecer los desiertos de nuestra vida. Que el Señor los bendiga.

 

Noticia de Rome Reports

SAN HILARIO
PAPA Y CONFESOR
(† 468)

Su nombre latino es ordinariamente Hilarus, a veces Hilarius, Natural de Cerdeña. Siendo diácono de Roma fue enviado en 449 por el papa San León I al concilio [Latrocinio] de Éfeso en calidad de legado pontificio.

Aquí se negó a firmar la deposición de San Flaviano, patriarca de Constantinopla. Temiendo las iras de sus adversarios, Hilario partió ocultamente, llevando consigo la apelación que Flaviano dirigía a San León, texto hallado en 1882 por Amelli en la Biblioteca Capitular de Novara. Ya en Italia, el enviado pontificio escribió a la emperatriz Pulqueria, informándole de lo ocurrido. Todavía diácono, despliega otra actividad muy distinta, de carácter litúrgico: encarga a un tal Victorio de Aquitania la composición de un Ciclo Pascual, donde se intenta fijar la verdadera fecha de la Pascua, punto sobre el que aún no estaban de acuerdo griegos y latinos.

El mismo Hilario estudió previamente la cuestión; pero, para informarse de los escritos de aquéllos, se valió de traducciones latinas, pues, según parece, conocía bien poco el griego. Por lo demás, el cómputo de Victorio fue ley en la Galia hasta el siglo VIII.

Hilario sucedió a San León en la Sede de San Pedro a fines de 461. Durante sus siete años de pontificado no ocurrieron acontecimientos de gran importancia para la Iglesia universal. El mérito del Santo consiste principalmente en la firme defensa de los derechos de la Iglesia en materia de disciplina y jurisdicción. Ya al año escaso de su consagración, como Pastor Supremo, tuvo que dirigirse a Leoncio, arzobispo de Arles, pidiendo informes sobre la usurpación del episcopado narbonense, llevada a cabo por Hermes: el Papa se extraña de que, siendo el asunto de la incumbencia de Leoncio, éste no le haya escrito antes sobre el conflicto. Poco después, presente "numeroso concurso de obispos" reúne en Roma un concilio donde, por bien de la paz, se consiente dejar a Hermes en la sede narbonense, pero, para prevenir futuros abusos, se le priva del derecho de ordenar obispos, derecho que pasa a Constancio, prelado de Uzés. La resolución conciliar fue enviada el 3 de diciembre, año 462, a los obispos de la Galia meridional en una carta donde también se prescribe que, convocados por Leoncio, se reúnan cada año, a ser posible, todos los titulares de las provincias eclesiásticas a quienes se dirige el documento, o sea de Viena, Lyon, dos de Narbona y la Alpina: en tales asambleas se han de examinar costumbres y ordenaciones de obispos y eclesiásticos; si ocurren causas más importantes que no puedan "terminar", consulten a Roma.

Asimismo tuvo que atender Hilario al asunto del arzobispo de Viena, Mamerto, que había consagrado ilegalmente a Marcelo como obispo de Díe. El Papa, manteniendo los principios legales y renunciando a imponer penas (supuesta la sumisión del acusado), remite la cuestión a Leoncio, a quien pertenecía en este caso el derecho de consagrar.

Abusos semejantes, cometidos en España, fueron considerados en un concilio de 48 obispos que congregó el Papa en Santa María la Mayor (nov. del 465). En la carta referente a este sínodo, enviaba a los prelados de la provincia de Tarragona, que previamente habían consultado a Hilario, manda el Pontífice, entre otras cosas: 1.º Sin consentimiento del metropolitano tarraconense, Ascanio, no sea consagrado ningún obispo. 2.º Ningún prelado, dejando su propia iglesia, pase a otra. 3.º En cuanto a Ireneo, sea separado de la iglesia de Barcelona y retorne a la suya. 4.º A los obispos ya ordenados, los confirma el Papa, con tal que no tengan las irregularidades señaladas en el concilio.

Otro mérito de San Hilario fue el haber impedido la propaganda herética en Roma al macedoniano Filoteo, y esto a pesar del apoyo que encontró el hereje en el nuevo emperador de Occidente, Antemio.

Tal rectitud de Hilario en lo tocante a la disciplina y a la fe, brota de lo que podríamos llamar norma de su vida y su gobierno: "En pro de la universal concordia de los sacerdotes del Señor, procuraré que nadie se atreva a buscar su propio interés, sino que todos se esfuercen en promover la causa de Cristo" (epist. Dilectioni meae, a Leoncio, ed. Thiel, 1,139).

En cuanto a lo referente a la piedad personal y fomento del culto, señalemos que Hilario edificó, entre otros, dos oratorios en la basílica constantiniana de Letrán: el de San Juan Bautista y el de San Juan Evangelista. Otro, dedicado a la Santa Cruz, con ocho capillas, se alzaba al noroeste de aquél. El Papa profesaba especial devoción al santo Evangelista, pues a él atribuía el haberse salvado de los peligros que corrió en el Latrocinio de Éfeso: en señal de gratitud hizo grabar a la entrada del oratorio la siguiente inscripción: "A su libertador, el Beato Juan Evangelista, Hilario obispo, siervo de Dios". A este mismo Papa atribuye el Liber Pontificalis la construcción de un servicio de altar completo, destinado a las misas estacionales: un cáliz de oro para el Papa; 25 cálices de plata para los sacerdotes titulares que celebraban con él; 25 grandes vasos para recibir las oblaciones de vino presentadas por los fieles y 50 cálices ministeriales para distribuir la comunión. El servicio se depositaba en la iglesia de Letrán o en Santa María la Mayor, y el día de estación se transportaban los vasos sagrados a la iglesia donde iba a celebrarse la asamblea litúrgica. También levantó Hilario un monasterio dedicado a San Lorenzo, y cerca de él una casa de campo, probablemente residencia o "villa" papal con dos bibliotecas.

Murió el Santo el 9 de febrero de 468. Fue enterrado en San Lorenzo extra muros. Largo tiempo se celebró su aniversario el 10 de septiembre, conforme a ciertos manuscritos jeronimianos; pero ya desde la edición de 1922 del Martirologio Romano, se trasladó su memoria al 28 de febrero.  

AUGUSTO SEGOVIA, S. I

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