«Este será el lugar de mi descanso para siempre: aquí residiré porque lo quise». En las paredes rocosas de una cueva adyacente a aquella en la que nació Jesús, estas palabras todavía se leen hoy. Fue San Jerónimo quien los grabó, marcando así el lugar en las entrañas de la actual basílica de la Natividad en Belén, donde fueron depositados sus restos tras su muerte el 30 de septiembre de 420.
Fue allí durante más de treinta años donde el Padre y doctor de Chiesa vivió como un ermitaño, dedicándose a una vida de estudio y trabajo intenso. Aún hoy es posible visitar este lugar, conectado a la Gruta de la Natividad a través de una puerta al oeste, abierta una vez al día para la procesión diaria de los frailes franciscanos que custodian el santuario y rezan en él.Incluso a través de una empinada escalera que desciende desde la nave derecha de la iglesia de Santa Caterina, se llega a las cuevas adyacentes a la de la Natividad.
Las excavaciones realizadas por el arqueólogo padre Bellarmino Bagatti atestiguan que esas cuevas ya estaban en uso desde el siglo VI a.C. y luego fueron utilizadas como tumbas para cristianos a partir del siglo I.
De hecho, era costumbre que los primeros cristianos fueran enterrados en los Santos Lugares. Así como en Roma fuimos sepultados en las catacumbas junto a los mártires, así en Tierra Santa fuimos sepultados junto a lugares vinculados a la vida de Jesús.
Importantes inscripciones dan fe de estos enterramientos en la cueva de San Girolamo, restaurada entre 1962 y 1964 por el fraile franciscano siciliano Alberto Farina, junto con las otras grutas adyacentes a la Natividad, dedicadas a San José y los santos inocentes.
En la cueva de San Girolamo hay 72 cementerios de diferentes épocas, ahora todos conservados en un solo sepulcro. Allí también fueron enterradas la noble romana Paula (fallecida en 404) y su hija Eustoquio (fallecida en 419). Las dos mujeres eran seguidoras de San Jerónimo y, después de una peregrinación a Tierra Santa, decidieron establecerse en Belén y fundaron un monasterio femenino.
“¿Ves esta pequeña tumba excavada en la roca? Alberga a Paola, que ahora vive en el reino de los cielos -escribió San Jerónimo sobre el lugar de su entierro-. Dejó a su hermano, a sus parientes, a Roma y a su tierra natal, y también a sus riquezas e hijos: ahora descansa en la gruta de Belén. Aquí, en tu pesebre, Cristo Señor, los Magos han traído dones místicos para rendir homenaje al Hombre-Dios ».
Además de la noble romana, en un rincón de la misma cueva también se encuentra la tumba de Eusebio da Cremona, también discípulo de Girolamo, fallecido en 421 o 422.
Poco antes que él, en 420 (algunas fuentes dan fe del 419), fue San Jerónimo quien regresó al Padre. Algunos dicen que su tumba estaba ubicada justo a la entrada de la cueva de la Natividad. De hecho, si consideramos dónde estaba la puerta de la cueva de la Natividad en la antigüedad, esto estaba justo al lado de la tumba del santo. Luego, sus restos fueron trasladados a Roma, en la basílica de Santa Maria Maggiore, a instancias de los cruzados.
A partir de ahí comenzó el viaje del hermano Ananiasz Jaskólski, sacristán de la Basílica de la Natividad de Belén, a quien se le atribuye la devolución de las reliquias de San Jerónimo a la ciudad. “En 2018 decidí ir a buscar el lugar donde fue enterrado San Jerónimo en Roma - dice fray Ananiasz -. Entonces fui a la basílica de Santa Maria Maggiore y comencé a buscar… ».
Gracias a la ayuda de Monseñor Luigi Falcone, de la Secretaría de Estado del Vaticano, dos fragmentos de los huesos de San Jerónimo fueron encontrados y transportados a Belén.
La fraternidad de Belén con motivo del XVI centenario de la muerte de san Jerónimo, el 30 de septiembre de 2020, decidió organizar otra celebración solemne, presidida por el padre Custodio de Tierra Santa, Francesco Patton, aunque la pandemia del Covid-19 no generó pocas dificultades organizativas.
“Queremos cubrir el sepulcro de San Jerónimo con una losa de mármol, sobre la que colocar un relicario - explica Fra Ananiasz -. Le pedí a un artista polaco que hiciera el relicario que estará listo en septiembre. Esperamos que pueda transportar su trabajo en avión, a tiempo para el aniversario ». La idea es dejar una reliquia sobre la tumba de San Jerónimo y poder entregar la otra reliquia a los grupos de peregrinos que la soliciten para las celebraciones.
Mientras tanto, en el claustro cruzado al que se accede desde la cueva, restaurado por el arquitecto Antonio Barluzzi en 1947, se encuentra la estatua del santo que después de mil seiscientos años parece estar "para custodiar" el lugar que tanto amaba, donde el Redentor fue entregado al mundo. .
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Desde el Vaticano también el Papa Francisco, en la mañana del 30 de septiembre, durante la audiencia general en el patio de San Dámaso, quiso recordar a San Jerónimo con estas palabras: "Hoy firmé la Carta Apostólica Sacrae Scripturae Effectus , en el XVI centenario de su muerte de San Jerónimo. Que el ejemplo de este gran doctor y padre de la Iglesia, que puso la Biblia en el centro de su vida, suscite en todos un renovado amor por la Sagrada Escritura y el deseo de vivir en diálogo personal con la Palabra de Dios ”.
Beatrice Guarrera
Este sacerdote alejandrino inspirándose en la doctrina de Luciano de Samosata comenzó a predicar que el Logos, la segunda Persona de la Trinidad, no era eterno, sosteniendo que hubo un tiempo en que no existía. Fue condenado varias veces por su obispo Alejandro y por algunos sínodos provinciales, como el de Antioquía del 324-325. A pesar de estas condenas, Arrio continuó aferrado a sus tesis.
El emperador trató de solucionar este asunto, pero sin evaluar el calado real de la disputa doctrinal sobre el arrianismo, pensó que era un asunto de poca relevancia e intentó resolverlo por la vía de una exhortación amistosa. Envió sendas cartas al obispo Alejandro de Alejandría y a Arrio. Osio fue el encargado de llevar la carta al obispo de Alejandría.
El intento de resolver el conflicto resultó fallido. Constantino no se desanimó y tomó la decisión personal de convocar un concilio ecuménico, cuyo orden del día fuera la controversia arriana y la fiesta de la Pascua (Ortíz de Urbina, p. 27). Posiblemente en la decisión constantiniana habría influido también el obispo de Alejandría que era partidario de realizar un sínodo ecuménico, que zanjara la cuestión (Filostorgio, Historia Ecclesiastica, I, 79).
Aunque para nuestra mentalidad actual puede resultar chocante la convocatoria de un concilio por un emperador, no lo era para Constantino y sus contemporáneos. Desde Augusto los emperadores romanos habían acumulado en su persona la magistratura de pontifex maximus, de ahí que Constantino, aún siendo un simple catecúmeno, se considerara pontifex, «obispo puesto por Dios para los asuntos de fuera» (Teodoreto, Historia Ecclesiastica, I, 3) y entendiera que su actuación caía dentro de las competencias asumidas por un emperador.
Aunque no se han conservado las actas de este concilio, sin embargo, han llegado hasta nosotros algunos documentos sinodales: el símbolo, listas de obispos, cánones y una carta sinodal. Las sesiones conciliares se celebraron en Nicea de Bitinia, en el palacio de verano del emperador.
En cuanto al número de participantes suele aducirse el de 318. Este número se hizo proverbial y dicha cifra la repitieron los papas Liberio y Dámaso. Otros autores, como Eusebio de Cesarea hablan de 250. S. Atanasio calcula que fueron más de 300. Tan considerable número de asistentes se vio favorecido al poner Constantino a disposición de los padres conciliares el cursus publicus.
La mayor parte de los asistentes procedían del Oriente cristiano: Asia Menor, Palestina, Egipto, Siria, Mesopotamia, provincias danubianas, Panonia, África y Galia. De Occidente sólo estuvieron presentes cinco representantes, entre los que destacaban dos legados del obispo de Roma y Osio de Córdoba.
Comenzaron las sesiones el 20 de mayo y terminaron el 25 de junio del 325. Constantino inauguró la asamblea, con un discurso en latín exhortando a la concordia, luego dejaría la palabra a la presidencia del Concilio que, casi con seguridad, fue desempeñada por Osio de Córdoba, cuya firma aparece en las listas en primer lugar, y tras él las de los representantes del obispo de Roma (Schatz, 32).
El obispo cordobés encarnó la ortodoxia a lo largo de la controversia arriana; a él hay que atribuir el que la política de Constantino, aún con todo su intervencionismo y su ignorancia en temas teológicos, fuera en general acertada y favorable al bien de la Iglesia (Ortíz de Urbina, 24). Las primeras actuaciones corrieron a cargo de Arrio y sus secuaces, que expusieron su doctrina de la inferioridad del Logos divino.
Tras largas deliberaciones terminó imponiéndose la tesis ortodoxa sobre la consubstancialidad del Verbo con el Padre. Defendieron esta doctrina Marcelo de Ancira (Ankara), Eustacio de Antioquía y el diácono Atanasio de Alejandría. Sobre la base del credo bautismal de la Iglesia de Cesarea se redactó un símbolo de la fe, que recogía la afirmación inequívoca de considerar al Logos como «engendrado, no hecho, consubstancial (homoousios) al Padre».
Este símbolo fue suscrito por los Padres conciliares, a excepción de Arrio y de dos obispos, Teonás y Segundo, que quedaron excluidos de la comunión de la Iglesia y desterrados.
El concilio se ocupó también de otras cuestiones de índole disciplinar. Sobre la fijación de la fecha de la Pascua estableció que debía celebrarse el domingo siguiente al primer plenilunio de primavera (domingo siguiente al 14 de Nisán, según el calendario hebreo).
Con esta disposición se conseguía unificar la praxis celebrativa de Oriente y Occidente. Unos años antes, en el concilio de Arlés (314) ya se había indicado que todos los cristianos debían celebrar la Pascua el mismo día.
El concilio promulgó también unos decretos breves, en total veinte cánones, que tratan de diversos aspectos de la vida intraeclesial. Esta legislación canónica casi siempre se propone fijar definitivamente normas jurídicas que ya estaban en uso. Los cánones, tal y como se nos han trasmitido, no están dispuestos en orden, sino colocados al azar.
Algunos cánones estaban destinados a proteger el estado clerical con unos criterios de selección que evitasen el acceso de los eunucos (c. 1) y de los neófitos al presbiterado y al episcopado (c. 2). También señala que deberán ser depuestos los lapsi, que hubieren sido promovidos a las órdenes sagradas (c. 10).
En esta misma línea de protección del clero, el c. 3 reitera la prohibición a los miembros del clero de vivir con mulieres subintroductae. salvo que sean la madre o hermanas (cf. concilio de Elvira [306], c. 27; Ancira [314], c. 19). Una importancia significativa tiene el c. 4 relativo a las elecciones episcopales.
La elección de un obispo compete a los demás obispos, o en caso de urgencia, al menos a tres obispos de la provincia, que procederán a la “imposición de las manos”. Se indica igualmente que el nuevo obispo sea confimado por el metropolitano de la provincia. Este requisito es relevante, porque si no se da esa confirmación el nuevo obispo deberá renunciar (c. 6).
El c. 6 tiene, además, un marcado interés para la historia de los patriarcados. Según este canon, el obispo de Alejandría tiene “la autoridad” (ten exusían) sobre Egipto, Libia y Pentápolis, de acuerdo con una antigua costumbre, ya que es el mismo caso de Roma (Hefele-Leclercq, I/2, 552-569). Más indefinida es la referencia que se hace a la sede de Antioquía y a sus provincias. El c. 7 establece que el obispo de Aelia o Jerusalén tenga la acostumbrada precedencia de honor, salva la dignidad del obispo metropolitano (Cesarea).
El concilio de Nicea legisla también sobre la ejemplaridad de los préstamos otorgados por los clérigos, prescribiedo que no perciban usuras por esos contratos, so pena de perder su condición clerical (c. 17) (cf. Elvira, cc. 19 y 20; Arlés [314], c. 12).
Los Padres de Nicea también se ocuparon de la readmisión de cismáticos y herejes (cc. 8 y 19) y de la penitencia pública (cc. 11, 12, 13 y 14). Llama la atención la benevolencia de los legisladores de Nicea con los pecadores, frente al rigorismo de sínodos anteriores de Elvira y Arlés. El c. 11 se ocupa de los lapsi de la última persecución de Licinio, y les impone tres años de penitencia.
Los cc. 18 y 20 son de índole litúrgica. El c. 18 determina que los diáconos reciban la comunión de manos de un obispo o de un sacerdote (cf. Arlés [314], c. 18). Por su parte, el c. 20 recuerda que la postura del orante es de pie, no de rodillas.
Por último, el concilio niceno trató también de un cisma que había dividido la Iglesia de Egipto en los comienzos del siglo IV, por obra de Melecio, obispo de Licópolis, que se había arrogado el derecho de consagrar obispos y presbíteros sin conocimiento del obispo de Alejandría, en contra de la disciplina vigente. Los Padres conciliares trataron con benignidad a los consagrados de forma irregular, autorizándoles a continuar en su actividad eclesiástica, pero ocupando un lugar a continuación de los miembros de la jerarquía regular (Epistula nicaeni concilii ad Aegyptios).
by Domingo Ramos Lisson, www.primeroscristianos.com
Poderosa por sus riquezas, pero mucho más insigne por la pobreza de Cristo, De la estirpe de los Gracos, del linaje de los Escipiones.... prefirió Belén a Roma y trocó el resplandor de los dorados artesonados por la vileza de una choza de barro".
Así resume San Jerónimo, en su elocuente panegírico sobre santa paula , madre de santa Eustoquio, la vida "de esta mujer admirable" que vino a ser la primera de sus hijas espirituales, "mínima entre todas para superarlas a todas".
La conoció en Roma, más que mediado el siglo IV, con motivo del concilio convocado en 382 por el papa español San Dámaso, al que asistieron algunos obispos orientales, como San Paulino de Antioquía y San Epifanio. Venía con ellos Jerónimo, en calidad de intérprete y secretario, con unos cuarenta y dos años de edad, macerado ya su temperamento volcánico en las asperezas del desierto, disciplinada su retórica en el estudio de las Escrituras. Su fama, empero, corría por la Ciudad de los Césares y había un palacio en el Aventino, del que era dueña la noble viuda Santa Marcela, donde un grupo de vírgenes y matronas del patriciado sabía, hasta de memoria, las cartas que escribiera desde el yermo el literato convertido en asceta.
Al enterarse Marcela de que el Papa, gran protector de su cenáculo, retenía en Roma a Jerónimo, decidió lograr semejante maestro para las que esbozaban una vida monástica, a imitación del Oriente, y ansiaban un guía para entrar en el huerto cerrado de los sagrados libros. Jerónimo, que ni miraba el rostro de mujer alguna, fue vencido en su hosquedad por la importunidad de la solicitante y sin buscarlo siquiera, dio con la magnífica ocasión de plantar el estandarte de la cruz en el corazón mismo de esa Roma patricia y cesárea, cristiana desde Constantino, pero sin renunciar del todo al paganismo, porque eran los dioses sus antepasados y porque la invadían ahora los cultos y los refinamientos orientales que venían de la corte de Bizancio.
Su portaestandarte fue Paula. Llevaba, con treinta y cinco años, los velos de la viudez. De su esposo Toxocio, que heredó "la altísima sangre de Eneas y de los Judíos" le habían quedado cinco hijos: un niño, del mismo nombre y de la misma religión pagana que su padre, y cuatro jovencitas: Blesila, viuda de diecisiete años, aún pendiente del mundo y del tocador; Eustoquio la perla de todo el collar, virgen consagrada por el papa Liberio en sus dieciséis primaveras; Paulina y Rufina,
Jerónimo revolucionó aquel hogar, haciendo de Paula un espejo devirtudes evangélicas y una heroína de la ciudad. Eustoquio era ya en Roma, "joya preciosa de la virginidad y de la Iglesia"; Blesila, que se defendía de la influencia de tal maestro, cedió por fin al dardo certero de una cruel enfermedad que la convirtió de lleno a la vida ascética; Paulina, de vocación más corriente, dio su mano al senador Pamaquio, gran amigo de San Jerónimo, de quien reza también el martirologio romano. A través de esta familia privilegiada el Santo revolucionaba también a la alta sociedad romana, que se veía invadida por la virtud de la palabra evangélica. Era una constelación jerónima la que giraba en torno suyo: Marcela, la doctora en Sagradas Escrituras; Lea, que de su palacio hizo un convento; Asela, la virgen penitente que en la ciudad populosa vivía como en un desierto; Fabiola, la arrepentida de su divorcio, precursora de las fundaciones de caridad; Principia, Marcelina, la hermana de San Ambrosio... Sin embargo, "así como el brillo del sol eclipsa y oscurece las lucecitas de las estrellas", así - asegura Jerónimo, hablando de Paula –"superó con su humildad las virtudes de todos". "Su cántico eran los salmos, su palabra el Evangelio, sus delicias la continencia1 su vida el ayuno" (Epist. 38).
La temprana muerte de Blesila, atribuida a sus penitencias, fue la tea que, en manos del maligno, hizo arder de indignación a todo el patriciado. La misma Paula, madre al fin, no fue dueña de su corazón ni de sus demostraciones excesivas. Había que acabar con la raza detestable de los monjes! Para colmo de desamparo, Dámaso había muerto, ¡había que desterrar de Roma a Jerónimo! Se urdió contra él una calumnia, se le rodeó de una persecución que le hizo exclamar: "¡Oh malicia de Satanás, que siempre persigues a los santos! ¿No hubo otras romanas que merecieran las habladurías de la ciudad fuera de Paula y Melania que despreciadas sus riquezas, levantaron la cruz del Señor como un estandarte de piedad? ¡Por la buena y por la mala fama hay que llegar al reino de los cielos! "Con todo, el que ayer era el consejero de Dámaso, el que a juicio de todos" era estimado "digno del sumo pontificado" tuvo que huir y embarcarse para el Oriente, no sin llorar antes su despedida en tumultuosa carta a Asela: "Saluda a Paula y a Eustoquio le decía ; quiera o no quiera el mundo, mías en Cristo".
En Roma dejaba Jerónimo la primera semilla de vida monástica que prendió en el Occidente. Paula no tardó en reaccionar. Pensó que había llegado la hora de visitar los Santos Lugares, de beber, en su propia tierra esa sabiduría bíblica que había hincado en su alma su sabio director. Superando el llanto de los hijos Toxocio y Rufina, que desgarraba sus entrañas embarcó un día en el puerto de Ostia, con su inseparable Eustoquio, "compañera de propósito y de navegación".
San Jerónimo, que la esperaba en Antioquía, ha narrado detenidamente aquella maravillosa peregrinación que llevó a Paula, con su cortejo de doncellas, a recorrer toda la Tierra Santa, bajo la dirección del Doctor máximo en la exposición de las Sagradas Escrituras. Visitó con él los monasterios egipcios, poblados por los Macarios, los Arsenios, los Serapiones y "otras columnas de la soledad" y hubiera permanecido en sus yermos a no haber sentido el llamamiento divino que la hirió en Belén.
"Yo miserable pecadora – exclamaba Paula, después de un éxtasis memorable en la gruta de Belén -, he sido juzgada digna de besar el pesebre en el que el Dios Niño dio sus primeros vagidos y de orar en la cueva donde la Virgen Madre dio a luz el Divino Infante. He aquí el lugar de mi descanso, porque es la patria de mi Señor. Prepararé una lámpara para mi Cristo. Mi alma vivirá para mi y mi linaje le servirá".
Durante veinte años la patricia Paula, convertida en humilde conciudadana del Salvador, se abatió tanto por la humildad que parecía la última de sus criadas. Su ensayo monástico de Roma llegó en Belén a la perfección. Más de cien vírgenes formaban su corona. Ninguna la sobrepasaba en la penitencia y en la oración. Dormía sobre el duro suelo, ayunaba sin cesar, pasaba noches enteras velando en la plegaria. El don de lágrimas cegaba casi sus ojos, la caridad dispersaba su inmenso patrimonio. Quería que, al morir, tuvieran que pedir de limosna la sábana en que la enterraran. Todo le parecía poco sin embargo, para proveer a Jerónimo rodeado de discípulos, de los textos griegos, hebreos, siriacos, que necesitaba para su ímproba tarea de traducir al latín la Sagrada Biblia en estudio directo sobre los textos originales.
Fue una enamorada del Verbo Encarnado y de todas sus divinas palabras. de las que le decía Jerónimo que eran como una segunda Eucaristía. Se sabia las Escrituras de memoria, se revestía de ellas "como de la armadura de Dios" en todos sus duelos y tribulaciones, que fueron grandes. A su luz fundó y dirigió el triple monasterio, organizado como las centurias romanas e inspirado en la regla de San Pacomio donde se vivía una vida sencilla y celestial, alabando al Señor de noche y de día como los ángeles, sirviéndole en el trabajo, intelectual y manual, en la caridad y en la mortificación.
San Jerónimo. que encontró en Paula una discípula incansable, una hija y una madre, ha referido también su muerte, que fue un epitalamio. Sufría él y lloraba Eustoquio, "la perla de las vírgenes" con todas sus compañeras. Ella veía "quietas y tranquilas" todas las cosas y moría exclamando: "¡Señor he amado la belleza de tu casa y el lugar donde habita tu gloria! ¡Qué deliciosos son tus tabernáculos! Elegí ser despreciada en la casa de mi Dios, mejor que habitar en las tiendas de los pecadores".
CRISTINA DE ARTEAGA, O.S.H.
“Hay muchos San Gregorios en la Iglesia católica, pero no todo el mundo conoce al San Gregorio armenio.”
En el año 301, San Gregorio armenio fueel artífice de la conversión de Armenia al cristianismo. De hecho, Armenia es la primera nación que adoptó el Cristianismo como religión oficial.
Y Gregorio no lo tuvo nada fácil. Durante un ritual pagano, el rey descubrió que era cristiano. Como castigo, fue torturado y encerrado en un pozo durante 13 años. Fue liberado tras curar milagrosamente al rey.
“Tras ser liberado, bautizó al rey de Armenia y Armenia se convirtió al Cristianismo.”
Junto al pozo de Gregorio, se construyó esta iglesia, cerca del monte Ararat. Hoy es uno de los lugares de peregrinación más populares del país.
La devoción por San Gregorio está presente tanto en la Iglesia armenia como en la católica. De hecho, hay una estatua de San Gregorio en el Vaticano, en el exterior de la Basílica de San Pedro. En el año 2.000 Juan Pablo II donó unas reliquias de San Gregorio al Catolicós de la Iglesia armenia.
“Hay una segunda parte de la exposición centrada en la dispersión de sus reliquias. San Gregorio está en Constantinopla, en Roma, en Nardò y muchos sitios más.”
Con esta muestra, la Embajada Armenia ante la Santa Sede no sólo celebra el legado de San Gregorio sino también un nuevo capítulo en las relaciones diplomáticas con el Vaticano. El pasado verano, envió a su primer embajador permanente. Es una conexión que, en cierto modo, se remonta a las raíces, a la evangelización y al legado de San Gregorio el Iluminador.
Aunque en Pamplona, San Fermín es venerado el día 7 de julio, en Amiens se le venera el 25 de septiembre, fecha de su martirio.
De San Fermín obispo mártir poseemos las “Actas”, que según los bolandistas están datadas entre finales del siglo V a principios del VI, aunque poniendo “en cuarentena” algunos de los datos que en ella se dicen. Sin embargo, es necesario conocer los elementos principales de esta leyenda, ya que algunos episodios han servido como motivos de decoración escultórica en la propia iglesia catedral de Amiens.
Fermín sería originario de una noble familia hispana residente en lo que hoy es Pamplona, siendo hijo de Fermo y Eugenia que eran paganos pero que se convirtieron al cristianismo cuando San Saturnino de Tolosa estuvo predicando por aquella zona.
El hijo mayor, Fermín, fue puesto bajo la tutoría del sacerdote Honesto, quién lo bautizó y lo instruyó en la fe cristiana. Posteriormente, Honorato de Tolosa lo ordenó de sacerdote y posteriormente, de obispo. Y aquí aparece la primera contradicción, ya que en el elenco de los obispos de Tolosa no consta ningún Honorato.
Fermín se mantuvo en su ciudad natal – y de ahí nace la tradición que lo hace primer obispo de Pamplona -, y posteriormente se dedicó a evangelizar algunas regiones de las Galias, como Aquitania, Alvernia y otras del noreste francés. Dicen las actas que a pesar de la resistencia encontrada en los sacerdotes paganos, consiguió numerosísimas conversiones y como consecuencia de esto, fue arrestado por el gobernador romano Valerio, que lo golpeó con palos, pero que lo dejó en libertad.
Finalmente se estableció en “Samobriva Ambianorum” (la actual Amiens) donde durante algunos años siguió ejerciendo su labor apostólica, convirtiendo a muchas gentes del pueblo e incluso a algunos nobles, entre ellos al senador Faustiniano. Los magistrados Longulo y Sebastián lo hicieron encarcelar y lo invitaron a que abjurase de la fe, pero Fermín se mantuvo firme, por lo que los magistrados, a fin de no suscitar una rebelión popular, decidieron decapitarlo en secreto en la cárcel un 25 de septiembre.
Fermín tendría algo más de treinta años cuando murió y su cuerpo fue recuperado por Faustiniano, quién lo sepultó en la localidad de Abdalène, en el lugar donde hoy se erige una iglesia en honor de San Aqueolo.
Según estos datos, Fermín habría vivido en la segunda mitad del siglo III, por lo que algunos proponen como fecha del martirio el año 290, en tiempos de Diocleciano, pero antes de que Constancio Cloro gobernase en las Galias. Sin embargo esta fecha es un tanto problemática, ya que en ese año y en los siguientes no hubo persecuciones en las Galias, salvo que Fermín fuera víctima de la actuación de algún magistrado en concreto y no víctima de la aplicación de un edicto imperial.
La ciudad de Pamplona lo tiene como co-patrón junto a San Saturnino de Tolosa y en ella goza de un culto muy solemne y muy popular, del que por primera vez tenemos constancia en el año 1186, cuando el obispo Pedro II recibió desde Amiens reliquias de San Fermín, reliquias que aun se conservan y que son sacadas en procesión en su festividad del 7 de julio.
En el año 1217 ya tenía un altar dedicado en la catedral pamplonica y ya se celebraba su fiesta con una octava. En el 1332 se le compuso un Oficio litúrgico propio, que posteriormente fue desarrollado en los breviarios escritos en ese año y en los años 1383 y 1440.
El Papa Sixto V aprobó en el 1587 nueve lecciones propias para el Oficio de Maitines y su fiesta se celebraba el 10 de octubre; posteriormente, en el 1590 fue trasladada al 7 de julio, haciéndolo extensiva a toda España. El Papa Alejandro VII, el 14 de abril del 1657, declaró a San Fermín y a San Francisco Javier patronos principales de Navarra.
En la ciudad de Pamplona, actualmente sigue teniendo una capilla en la catedral y otra en la iglesia de San Lorenzo, que según la tradición, está construida en el solar que ocupaba la casa nativa del santo. Las fiestas de San Fermín en Pamplona son mundialmente conocidas y tienen un marcado carácter folklórico.
San Fermín figuraba en las letanías medievales de los santos. En Amiens, antiguamente, se le dedicaban cinco fiestas: el 13 de enero (la invención de las reliquias), el 25 de septiembre (el martirio), el 2 de octubre (la octava), el 10 de octubre (su llegada a Amiens) y el 16 de octubre (la reposición de sus reliquias). En el Medievo fue invocado como protector de los toneleros, de los mercaderes de vino y de los panaderos, y a él se recurría cuando se padecían las enfermedades del escorbuto y de la erisipela.
Pero, al igual que Egipto, África y sus vecinos Numidia y Mauritania (que estaban bajo el dominio de los reyes clientes), fueron reconocidos como posibles "cestas de pan" o graneros de trigo. Los romanos se sintieron atraídos por la disponibilidad de tierras para construir propiedades y riquezas, y durante el siglo I d. C., el norte de África fue fuertemente colonizado por Roma .
El emperador Augusto (63 a. C. - 14 d. C.) añadió Egipto ( Aegyptus ) al imperio. Octaviano, como se le conocía entonces, había derrotado a Marco Antonio y había depuesto a la reina Cleopatra VII en el 30 a. C. para anexar lo que había sido el Reino Ptolemaico. En la época del emperador Claudio (10 a. C. - 45 d. C.) los canales se habían renovado y la agricultura estaba en auge gracias a la mejora del riego. El valle del Nilo alimentaba a Roma.
Bajo Augusto, las dos provincias de África , África Vetus ('África vieja') y África Nova ('Nueva África'), se fusionaron para formar África Proconsularis (llamada así por estar gobernada por un procónsul romano).Durante los siguientes tres siglos y medio, Roma extendió su control sobre las regiones costeras del norte de África (incluidas las regiones costeras de los actuales Egipto, Libia, Túnez, Argelia y Marruecos) e impuso una rígida estructura administrativa a los colonos romanos e indígenas: los pueblos bereberes, númidas, libios y egipcios.
Hacia el año 212 d.C., el Edicto de Caracalla (también conocido como Constitutio Antoniniana , 'Constitución de Antoninus') emitido, como era de esperar, por el emperador Caracalla, declaró que todos los hombres libres del Imperio Romano debían ser reconocidos como ciudadanos romanos (hasta entonces, los de las provincias, como se les conocía, no tenían derechos de ciudadanía).
La vida romana en el norte de África estaba muy concentrada en torno a los centros urbanos; a finales del siglo II, más de seis millones de personas vivían en las provincias romanas del norte de África, un tercio de las que vivían en las aproximadamente 500 ciudades y pueblos que se habían desarrollado .Ciudades como Cartago (ahora un suburbio de Túnez, Túnez), Utica, Hadrumetum (ahora Susa, Túnez), Hippo Regius (ahora Annaba, Argelia) tenían hasta 50.000 habitantes.
Alejandría considerada la segunda ciudad después de Roma, tenía 150.000 habitantes en el siglo III. La urbanización demostraría ser un factor clave en el desarrollo del cristianismo norteafricano. Fuera de las ciudades, la vida estuvo menos influenciada por la cultura romana. Los dioses tradicionales todavía eran adorados, como el Phonecian Ba'al Hammon (equivalente a Saturno) y Ba'al Tanit (una diosa de la fertilidad) en África Proconsuaris y las creencias del Antiguo Egipto de Isis, Osiris y Horus.
Hubo ecos de las religiones tradicionales en el cristianismo que también resultaron clave en la difusión de la nueva religión. El tercer factor clave en la expansión del cristianismo por el norte de África fue el resentimiento de la población hacia la administración romana, en particular la imposición de impuestos y la exigencia de que el emperador romano fuera adorado como un dios.
Después de la crucifixión, los discípulos se esparcieron por el mundo conocido para llevar la palabra de Dios y la historia de Jesús a la gente. San Marcos llegó a Egipto alrededor del año 42 d.C., San Felipe viajó hasta Cartago antes de dirigirse al este hacia Asia Menor, San Mateo visitó Etiopía (a través de Persia), al igual que San Bartolomé.
Entre las personas sometidas por la autoridad romana en el norte de África (Aegyptus, Cyrenaica, África, Numidia y Mauritania), el cristianismo se convirtió rápidamente en una religión en auge.
El Imperio Romano, por lo demás de "mentalidad abierta", no podía adoptar una actitud indiferente hacia el cristianismo; pronto siguió la persecución y la represión de la religión, lo que a su vez endureció a los conversos cristianos a su culto. El cristianismo estaba bien establecido en Alejandría a fines del siglo I d.C. A fines del siglo II, Cartago había producido un papa (Víctor I).
En los primeros años de la iglesia, especialmente después del Sitio de Jerusalén (70 EC), la ciudad egipcia de Alejandría se convirtió en un centro significativo (si no el más significativo) para el desarrollo del cristianismo. El discípulo y escritor del evangelio san Marcos estableció un obispado cuando estableció la Iglesia de Alejandría alrededor del año 49 EC, y hoy se honra a san Marcos como la persona que trajo el cristianismo a África.
Alejandría también fue el hogar de la Septuaginta , una traducción griega del Antiguo Testamento que, según la tradición, fue creada por orden de Ptolomeo II para el uso de la gran población de judíos alejandrinos. Orígenes, director de la Escuela de Alejandría a principios del siglo III, también se destaca por compilar una compilación de seis traducciones del Antiguo Testamento: la Hexapla.
La Escuela Catequética de Alejandría fue fundada a fines del siglo II por Clemente de Alejandría como un centro para el estudio de la interpretación alegórica de la Biblia. Tenía una rivalidad mayoritariamente amistosa con la Escuela de Antioquía.
Está registrado que en el año 180 d.C., doce cristianos de origen africano fueron martirizados en Scillium (pequeña población de Numidia, en el Africa proconsular romana) por negarse a realizar un sacrificio al emperador romano Cómodo (también conocido como Marco Aurelio Commodus Antoninus Augustus).
El registro más significativo de martirio cristiano, sin embargo, es el de marzo de 203, durante el reinado del emperador romano Septimio Severo (145-211 d.C., gobernó 193-211), cuando Perpetua, un noble de 22 años, y Felicidad , esclava, fueron martirizados en Cartago (ahora un suburbio de Túnez, Túnez).
Los registros históricos, que provienen en parte de una narración que se cree que fue escrita por la propia Perpetua, describen en detalle la terrible experiencia que los llevó a la muerte en la arena: heridos por bestias y pasados por la espada. La festividad de las Santas Felicidad y Perpetua se celebra el 7 de marzo.
Debido a que el norte de África estaba fuertemente bajo el dominio romano, el cristianismo se extendió por la región mediante el uso del latín en lugar del griego.
Fue durante el reinado del emperador Cómodo (161-192 d.C., gobernó de 180 a 192) cuando se eligió el primero de los tres Papas 'africanos'. Víctor I, nacido en la provincia romana de África (ahora Túnez), fue Papa entre el 189 y el 198 d.C.Entre los logros de Víctor I se encuentra su respaldo a la celebración de la Pascua al domingo siguiente al 14 de Nisan (el primer mes del Calendario hebreo) y la introducción del latín como idioma oficial de la iglesia.
Titus Flavius Clemens (150-211 / 215 EC), también conocido como Clemente de Alejandría, fue un teólogo helenista y el primer presidente de la Escuela Catequética de Alejandría. En sus primeros años, viajó extensamente por el Mediterráneo y estudió a los filósofos griegos. Fue un cristiano intelectual que enseñó a varios líderes eclesiásticos y teológos notables (como Orígenes y Alejandro el obispo de Jerusalén).
Su obra más importante que ha sobrevivido es la trilogía Protreptikos ('Exhortación'), Paidagogos ('El Instructor') y Stromateis ('Misceláneas'). Clemente intentó mediar entre los gnósticos herejes y la iglesia cristiana ortodoxa y preparó el escenario para el desarrollo del monaquismo en Egipto a finales del siglo III.
Uno de los teólogos cristianos y eruditos bíblicos más importantes fue Oregenes Adamantius, también conocido como Orígenes (c.185-254 EC). Nacido en Alejandría, Orígenes es más conocido por su sinopsis de seis versiones diferentes del Antiguo Testamento, la Hexapla. Orígenes fue un escritor prolífico y sucedió a Clemente de Alejandría como director de la Escuela de Alejandría.
Tertuliano (c. 160 - c. 220 d. C.) fue otro cristiano prolífico. Nacido en Cartago , un centro cultural muy influenciado por la autoridad romana, Tertuliano es el primer autor cristiano en escribir extensamente en latín, por lo que fue conocido como el "padre de la teología occidental".
Se dice que sentó las bases sobre las que se basa la teología cristiana occidental. Tertuliano se convirtió al cristianismo en Roma a los veinte años, pero no fue hasta su regreso a Cartago que se reconocieron sus fortalezas como maestro y defensor de las creencias cristianas.
La fecha de su muerte es desconocida, pero sus últimos escritos datan del 220 d.C.
Tras ser arrestados fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. Fue significativa, entre otras, la respuesta que un cierto Emérito dio al procónsul que le preguntaba por qué habían transgredido la severa orden del emperador?
Respondió: “Sine dominico non possumus”; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir.
Después de atroces torturas, estos 49 mártires de Abitina fueron asesinados. Así, con la efusión de la sangre, confirmaron su fe. Murieron, pero vencieron; ahora los recordamos en la gloria de Cristo resucitado.
(Benedicto XVI Homilía, Bari, 29-V-05)
DANIEL VOSHART
Artista
“Me puse a trabajar en esto porque en Canadá el coronavirus llevó a muchos despidos. Trabajo en la industria del cine y puesto que no se podían hacer grabaciones tuve mucho tiempo libre y me dediqué el tiempo a aprender a manejar programas de ordenador”.
Daniel lo considera un trabajo más artístico que científico, aunque para realizarlo consultó cientos de fuentes históricas.
Se trata de una aproximación a la realidad en la que, además, tuvo que tomarse algunas libertades como decidir el color de los ojos o el pelo.
También tuvo que hacer cambios después de consultar a expertos.
DANIEL VOSHART
Artista
“Recibí sobre todo críticas positivas, pero también negativas. Algunas de ellas muy precisas al señalarme que estaba mal informado. Así que para la segunda versión hablé con expertos o personas que sabían sobre emperadores”.
Daniel ha recreado 54 rostros de emperadores romanos. Son los que gobernaron entre el 27 antes de Cristo y el año 285. Ellos fueron entonces los hombres más poderosos del planeta. Son los rostros de personas cuyas decisiones marcaron el futuro de Occidente.
Javier Romero
Santa Efigenia era hija de los reyes Egipo y Eufenisa de Etiopía. Hay pocas noticias sobre su vida. Se sabe que ocho años después del día de la Ascensión de Jesús, el Apóstol Mateo y otros discípulos quisieron llevar el Evangelio a Etiopía, pero no fueron bien acogidos por los habitantes.
Sólo la princesa Efigenia comprendió la idea de un único Dios, rechazando el paganismo.
Al difundirse el cristianismo, los jefes paganos, muy influyentes en la comunidad, decidieron ofrecer a Efigenia en sacrificio. La Santa esperaba este trágico momento consagrándose a Dios, único Creador. Mientras se preparaba la hoguera, escuchaba las palabras de aliento de San Mateo, quien le animaba a sentir el amor de Dios en su corazón.
Cuando las llamas crecieron, Santa Efigenia levantó la voz invocando el Nombre de Jesús. Los testimonios cuentan que un ángel bajó del cielo arrancando a Efigenia de las manos de sus enemigos. Una vez a salvo, multiplicó sus esfuerzos por la conversión al cristianismo de todo su pueblo.
La Santa encontró muchas resistencias, entre ellas la de Hirtaco. Éste habló con Mateo para que convenciera a Efigenia a casarse con él. Mateo rechazó su petición, y así -según reconstrucciones poco atendibles- marcó su camino hacia la muerte por martirio.
Efigenia y su hermano Efronio se salvaron de un gran incendio provocado por Hirtaco, y gracias a la ayuda del Señor, sobrevivieron, mientras que Hirtaco escapó. El pueblo proclamó rey al hermano de Efigenia, que gobernó 70 años en paz.
Cuando llegó el momento de la muerte de Efigenia, la Santa recibió los Sacramentos y esperó el momento en paz y serenidad. La Santa Efigenia es considerada la “liberadora de Etiopía” y se le invoca como protectora contra los incendios. De hecho, en casi todas sus representaciones aparece llevando en una de sus manos una casa o una iglesia en llamas.
Obispo de Benevento, sufrió el martirio hacia el año 305 en la persecución de Diocleciano, juntamente con los diáconos Sosio, Próculo y Festo, el lector Desiderio y los cristianos Eutiquio y Acucio. Sus reliquias reposan en la capilla a él dedicada en la catedral de Nápoles.
Si no hay más datos rigurosamente históricos que los indicados, sin embargo, la leyenda y la tradición popular, siempre con ese pequeño núcleo de verdad transformada, nos han dejado otras noticias acerca de la vida del insigne mártir, cuya actividad más que terrena quiso Dios que fuera celestial.
La devoción del pueblo le exaltó y su acción protectora no ha dejado de sentirse, especialmente en la vida y lúcida ciudad de Nápoles que ha encontrado en la sangre de San Jenaro el símbolo de su vida cristiana. La historia de la ciudad mediterránea es la historia de la devoción a esa sangre que cada año selicúa y que fue derramada por mantener la fidelidad a Cristo.
La tradición refiere que reconocido San Jenaro como obispo, cuando iba a prestar su ayuda a los cristianos prisioneros, fue apresado por los soldados y luego también encarcelado. Condenados todos a la última pena, San Jenaro y sus compañeros fueron arrojados a un horno encendido; pero las llamas milagrosamente les dejaron ilesos. Enfurecido el juez los condenó a ser devorados por las fieras en el anfiteatro de Puteoli, hoy Pozzuoli; pero nuevamente salieron ilesos, ya que las feroces bestias se volvieron mansas y no los atacaron. Finalmente, el juez ordenó que fueran degollados.
La noche siguiente a su martirio, San Jenaro se apareció a un anciano y le entregó el lienzo ensangrentado con que taparon sus ojos antes de segar su cuello. Los cristianos, según su costumbre, recogieron un poco de sangre de los mártires en unas anforitas de cristal.
El cuerpo de San Jenaro fue enterrado en Pozzuoli y más tarde trasladado a Nápoles a unas catacumbas que pronto recibieron el nombre del Santo. Hay pruebas arqueológicas de una antiquísima devoción a San Jenaro en estas catacumbas: se trata de una pintura del Siglo V que representa al Santo con ornamentos pontificales y un nimbo sobre su cabeza con el anagrama de Cristo y esta inscripción Sancto lanuario (a San Jenaro).
A ambos lados del obispo mártir se pueden ver dos figuras, una adulta y otra niña con los brazos en alto y actitud orante. De las catacumbas de Nápoles las reliquias de San Jenaro fueron trasladadas, en el Siglo IX, a la ciudad de Benevento y luego a Montevergine, para volver definitivamente otra vez a la ciudad del Vesubio en 1497 y ser colocadas en la catedral.
No interrumpió estos siglos de ausencia la devoción de los napolitanos a San Jenaro, ni la de los pueblos de la Campania. Él seguía su acción protectora sobre aquellos hombres que, con fe sencilla, le buscaban en sus necesidades.
Así ocurrió en 1527, cuando la peste asoló la región, quedando Nápoles exenta de tan terrible azote. Vuelve a repetirse esta protección extraordinaria sobre la ciudad en tiempos más próximos a los nuestros, cuando en 1884 queda libre de la acción devastadora de una epidemia de cólera que hizo verdaderos estragos en las regiones circunvecinas.
Si estas calamidades públicas y la protección del Santo están vivas en la devoción del pueblo, más aún lo está aquella otra en la que Nápoles fue librada de la ruina total por efecto de la gran erupción del Vesubio, acaecida el 1631, y que tuvo tres días de duración, salvándose la ciudad en medio de los gravísimos daños causados a muchas poblaciones vecinas.
El hecho más importante acerca de San Jenarpo es el de la licuefacción de su sangre. Ya ha quedado anotado más arriba, cómo los cristianos recogieron, en unas pequeñas ampollas de cristal, sangre del Santo mártir, que a través de los siglos se conservó celosamente.
Todos los años esta sangre, ordinariamente en estado sólido, se vuelve líquida con su propio color de un rojo vivo el día de la fiesta del Santo y en otros días señalados. Estas ampollas de cristal se conservan hoy en la catedral de Nápoles, dentro de una teca de metal con dos cristales transparentes que asemeja a una custodia en formade sol.
Este prodigioso hecho de la licuefacción tiene lugar en la presencia del clero catedralicio y de los devotos que prorrumpen en aclamaciones de entusiasmo. Esta sangre pasa al estado líquido, cambiando de color, de volumen y de peso, hasta llegar al doble y sin guardar proporción constante en el uno y el otro. El grado de temperatura ambiente se ha demostrado que no tiene relación alguna con el fenómeno.
Modernamente este extraordinario hecho se ha convertido en objeto de polémica acerca de la verdadera naturaleza. Para unos el fenómeno es totalmente sobrenatural y milagroso. Para otros es natural y de lo que se trata es de hallar la verdadera explicación.
Unas veinte hipótesis distintas han dado los estudiosos para explicar el prodigio como un fenómeno natural. Algunas de ellas, incluso se deben a autores católicos. Sin embargo, la totalidad de los fenómenos que acaecen en la licuefacción no parece que quedan satisfactoriamente esclarecidos con los datos que aducen los autores. Tampoco encuentra explicación natural el hecho de que el prodigio no pueda ser reproducido fuera de los días señalados.
En 1902 el contenido de las ampollas se sometió a un examen espectroscópico, realizado por el científico Sperindeo. El resultado fue que se trata de verdadera sangre humana. La festividad de San Jenaro y compañeros mártires se celebra el19 de septiembre.
FIDEL G. CUÉLLAR (GER)
BIBL.: Acta Sanct. sept. VI, p. 761; D. MALLARDO, S. G. e compagni martiri nei piú antichi test¡ e monumenti, Nápoles 1940; G. SPERINDEO, 11 miracolo di San Gennaro, 3 ed. Nápoles 1908; P. SILVA, 11 miracolo di San Gennaro, 4 ed. Roma 1916.