Nuestro siglo XXI está llamado a ser el siglo de la fraternidad

El papa Francisco acaba de publicar una encíclica de gran calado, llamada a convertirse, con el paso del tiempo, en su legado espiritual a la humanidad en temas sociales.

 

No sorprende, por eso, que el pontífice haya querido firmar el documento en Asís, junto a la tumba de su querido san Francisco, de quien tomó el nombre como papa hace siete años y de quien ahora toma también las palabras que designan la encíclica: Fratelli tutti (hermanos todos).

En ella, Francisco nos presenta, en carne viva, un panorama del mundo actual, con sus problemas y retos, que van desde la lacerante pandemia del covid-19 hasta las heridas causadas por la mala gestión de la inmigración, el racismo, el desempleo, la discriminación de la mujer, la esclavitud y la trata, el aborto, el populismo, las guerras, la especulación financiera, el abuso tecnológico del poder o la pena de muerte.

En el largo documento, el papa pasa de detalles tan concretos y simpáticos, como el de “evitar tecleos y mensajes rápidos y ansiosos” (nº 49), a temas tan relevantes como pedir la reforma de la Organización de las Naciones Unidas y una nueva “arquitectura económica y financiera internacional”, con el fin de poner “límites jurídicos precisos que eviten que se trate de una autoridad cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan imposiciones culturales o el menoscabo de las libertades básicas de las naciones más débiles a causa de diferencias ideológicas” (nº 173)

Nota del editor: Rafael Domingo Oslé es profesor en el Centro de Derecho y Religión de la Universidad de Emory y catedrático Álvaro d’Ors en el Instituto de Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente suyas.
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Concilio de Calcedonia (año 451)

 

El Concilio de Calcedonia fue un concilio ecuménico que tuvo lugar entre el 8 de octubre y el 1 de noviembre de 451 en Calcedonia, ciudad de Bitinia, en Asia Menor. Es el cuarto de los primeros siete concilios ecuménicos de la Cristiandad, y sus definiciones dogmáticas fueron desde entonces reconocidas. Rechazó la doctrina del monofisismo, defendida por Eutiquio, y estableció el Credo de Calcedonia, que describe la plena humanidad y la plena divinidad de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.

1 Precedentes

A partir de 448, Eutiques, archimandrita de un monasterio de Constantinopla, se dedicó a endurecer las tesis de Cirilo. Según Eutiques después de la unión hipostática, sólo se puede hablar de una única naturaleza divina de Cristo, en la que la naturaleza humana había sido absorbida (Minnerath, 19). Eutiques fue condenado en un sínodo reunido, ese mismo mismo año, y presidido por Flaviano, obispo de Constantinopla.

Eutiques apeló al papa León I y a Dióscoro, obispo de Alejandría. León toma una posición muy nítida en su Tomus ad Flavianum sobre la doctrina cristológica. Teodosio II convocó un nuevo concilio en Éfeso en 449. Dióscoro, protector de Eutiques, sería el presidente. Entre los invitados al concilio figuró el monje Barsauma de Nísibe, nestoriano sirio. La mayor parte de los obispos reunidos eran egipcios y palestinenses. Los dos legados romanos no pudieron dar lectura al Tomus de León y abandonaron el concilio. Eutiques fue rehabilitado y Flaviano condenado al exilio. El papa León llamó a este conciliábulo «el latrocinio de Éfeso».

Muerto Teodosio II en 450, el emperador Marciano (450-457) tomó la decisión de celebrar otro concilio con el fin de terminar con esos nuevos brotes de confrontación monofisita-nestoriana. Lo convocó primero en Nicea, pero después se decidió por Calcedonia (451).

 

2. Desarrollo del concilio

A esta asamblea conciliar asistió un considerable número de obispos, oscilando entre unos quinientos en las primeras sesiones y ciento ochenta en la última. El papa estuvo representado por tres obispos y un presbítero.

En la primera sesión, celebrada en la iglesia de Santa Eufemia, se juzgaron las irregularidades de Dióscoro de Alejandría, siendo depuesto en la tercera sesión. En la segunda sesión fue leída la «carta dogmática» (Tomus ad Flavianum) del Papa S. León Magno (440-461) sobre las dos naturalezas de Cristo, siendo acogida por los asistentes con la expresión «Pedro ha hablado por boca de León».

En la quinta sesión se redacta una fórmula de fe en la que se afirma:

«Todos nosotros profesamos a uno e idéntico Hijo, nuestro Señor Jesucristo, completo en cuanto a la divinidad, y completo en cuanto a la humanidad en dos naturalezas, inconfusas y sin mutación, sin división y sin separación, aunadas ambas en una persona y en una hipóstasis.»

 

Esta fórmula es «una obra maestra de raro equilibrio, bien compuesta y armónica en sí misma» (Schatz, 61). Fue aprobada y firmada por todos los obispos. La sexta sesión estuvo presidida por el emperador Marciano y su esposa Pulqueria, que también suscribieron la citada fórmula.

Por deseo del emperador se examinaron también algunos asuntos disciplinares, como la rehabilitación de Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa.

 

3. Legislación canónica

De los veintiocho cánones disciplinares, la mayoría están destinados a favorecer la buena marcha de la organización eclesiástica y reiteran lo establecido en concilios anteriores. Así el c. 2 condena a los obispos que realicen actos simoníacos (cf Laodicea [325/381], c 12). El c. 3 prescribe que los clérigos no se ocupen de cuestiones económicas o dinerarias (cf Cartago [419], c. 18). Asimismo ni los clérigos, ni los monjes deben ejercer funciones civiles o militares (cc. 4 y 7) (cf Gangres [ca 340], c. 3; Cartago [419], cc. 64, 82).

Los Padres conciliares están interesados en que no hubiera clérigos giróvagos y de ahí que prohiban a los miembros del clero pasar de una ciudad a otra (c. 5) (cf Nicea cc. 15 y 16; Antioquía [341] cc. 3, 16, 21). En este mismo sentido se ordena que ningún clérigo ni obispo pernocte en Constantinopla para evitar agitaciones y desórdenes (c. 23) (cf Nicea, cc. 15-16; Antioquía [341], c. 24; Cartago [419], cc. 54,9).

Tampoco un clérigo puede estar al servicio de dos iglesias (c. 10) (cf Nicea, cc. 15-16; Antioquía [341], c. 3). Para poder ejercer un clérigo sus funciones en otra ciudad deberá tener cartas comendaticias del propio obispo (c. 13) (cf Cánones Apostólicos, 12, 15). Los clérigos adscritos a hospicios, conventos, o capillas de los mártires deben estar sometidos a la autoridad del obispo de la ciudad (c. 8). En general, no se admite la ordenación “absoluta”, es decir, sin asignación a un determinado puesto, iglesia o capilla (c. 6) (cf Neocesarea [315/324], c. 139).

Los legisladores de Calcedonia exigen a los metropolitanos que las ordenaciones episcopales de los obispos sufragáneos no se difieran más de tres meses de sede vacante (c. 25) (cf Cánones Apostólicos, 58; Cartago [419], cc. 71, 74, 78, 121). Los metropolitas deben, además, reunir dos veces al año un concilio provincial para regular los asuntos ordinarios «conforme a los cánones de los Santos Padres» (c. 19) (cf Nicea, c. 5; Antioquía [341], c. 20; Cartago [419], cc. 18, 73, 76, 77, 95).

En caso de conflico entre clérigos debería dirimirlo el obispo propio (c. 9) (cf Constantinopla I, c. 6; Antioquía [341], cc. 14-15). Si el conflicto fuera de tipo jurisdiccional entre obispos, la instancia superior para resolverlo recaería sobre el «exarca de la diócesis» (c. 17), es decir, el obispo de la diócesis civil (cf Nicea, c. 6; Antioquía [341], cc. 14-15). Pero este canon prevé también que puede serlo el obispo de Constantinopla, lo que era reconocerle una competencia concurrente con la del exarca de la diócesis (Camelot, 171).

El concilio se ocupó igualmente de la administración de los bienes eclesiásticos. Así, determina que, después de la muerte del obispo los clérigos no tienen derecho a tomar los bienes epicopales (c. 22) (cf Antioquía [341], c. 24; Cartago [419], cc. 22, 81). Los fondos de las sedes vacantes deben ser guardados por el ecónomo de la Iglesia (c. 25), es más, el Concilio establece como obligatorio el cargo de ecónomo, para asegurar el control de los bienes de la Iglesia por el obispo (c. 26) (cf Ancira [314], c. 15; Antioquía [341], cc. 24-25; Cartago [419], c. 2, 6). Los monasterios una vez consagrados por el obispo, no deben servir de habitaciones seculares, y sus bienes deben ser conservados (c. 24).

En relación con el papel de la mujer en la vida de la Iglesia, encontramos el c. 15 que no autoriza la ordenación de una diaconisa menor de cuarenta años (cf Nicea, c. 19). Asimismo el c. 16 prohibe, bajo pena de excomunión el matrimonio de las vírgenes consagradas y de los monjes (cf Ancira [314], c. 19; Cartago [419], c. 16).

Por último, el c. 28 suscitó una gran dificultad por parte de los legados papales, porque en él se decía que «justamente los padres han atribuido el primado a la sede de la antigua Roma, porque esta ciudad era la capital del Imperio», y de ahí deducían que la sede de la nueva Roma (Constantinopla) debía gozar de las mismas prerrogativas que la antigua Roma y ocupar el segundo lugar después de ella». El Papa León no aprobó nunca este canon.

 

by Domingo Ramos Lisson, www.primeroscristianos.com

 

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"No tienen vino"

"Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le responde: « ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.» Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron.
Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos" (Juan 2,1-11).

 

La ciudad de Kfar Kana tiene unos 18.000 habitantes, y está situado a unos tres kilómetros de Nazaret. Es difícil distinguir cuando acaba Nazaret y empieza Caná, pues están muy cercanos. Los franciscanos, presentes hace ya tres siglos en Caná con una pequeña propiedad, consiguieron rescatar el santuario en 1879.

Esto fue gracias al padre Egidio Geissler, fundador de la parroquia católica local de rito latino. En 1880 se construyó una pequeña iglesia y posteriormente se fue agrandando, con las obras que se realizaron entre 1897 y 1905. En 1885 se había construído, a unos 100 metros de distancia de la iglesia que conmemora las bodas de Caná, una capilla en honor de San Bartolomé, llamado Natanael, uno de los doce discípulos, pues él era oriundo de esta localidad.

 

 

 

Excavaciones arqueológicas dirigidas por el padre S. Loffreda en 1969 y por el padre E. Alliata en 1997 han sacado a la luz la sinagoga, construida sobre los restos de habitaciones precedentes. Se calcula que se construyó entre los siglos I y IV, después de Cristo. Tenía un vestíbulo porticado y en el centro una gran cisterna. De esta se conserva hasta nuestros días el subsuelo de la iglesia actual.

En el ábside septentrional de la iglesia se ha encontrado un ábside aún más antiguo que contiene un sepulcro que ha sido datado entre el siglo V y el VI. Tal sepulcro, además de algún otro indicio, muestra claramente que hubo presencia cristiana sobre el lugar durante la época bizantina.

Numerosos testimonios nos hablan de un santuario edificado por los cristianos en Caná en memoria del primer milagro realizado por Jesús. Transcribimos unas letras de un peregrino anónimo del s. VI en las que habla de este lugar Santo:

“(Habiendo salido de Séforis) después de tres millas llegamos a Caná, adonde el Señor fue a la boda, y nos sentamos sobre el mismo asiento, donde escribí el nombre de mis padres…todavía quedan dos hidrias; yo llené una devino y, llevándola llena sobre la espalda, la ofrecí en el altar. En la misma fuente nos lavamos por devoción. Después fuimos a la ciudad de Nazaret”.

 

Empujada por distintas necesidades, y en tiempos diversos, la tradición ha situado el recuerdo evangélico en diferentes lugares; pero a principios del siglo XVI, los peregrinos encuentran en Kfar Kanna una habitación subterránea a la cual se accede desde el interior de un edificio con columnas que ellos creían que fuese una iglesia construida por el emperador Constantino y su madre santa Elena.

También se han encontrado tinajas muy grandes. Algunas se han podido reconstruir como la de la foto. Dan idea de lo grandes que pudieron ser las que se llenaron de agua y el Señor convirtió en vino.

Santiago Quemada

 

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Concilio de Éfeso (año 431)

Proclamó que la Virgen María puede llamarse con propiedad Madre de Dios "Theotókos"

 

El Concilio de Éfeso se celebró entre el 22 de junio y el 16 de julio del año 431, en Éfeso, antiguo puerto griego, en la actual Turquía. Es considerado por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Comunión anglicana, las Iglesias ortodoxas orientales y el luteranismo como el III Concilio Ecuménico.

 

1. Precedentes

Una vez solucionada la cuestión trinitaria a finales del siglo IV, los años siguientes estarán marcados por las discusiones cristológicas. En Oriente, Apolinar de Laodicea (+ 390) había negado que Cristo tuviese un alma racional, y sostenía que el Logos divino había tomado en Cristo el lugar del espíritu humano.

Como reacción varios sínodos reafirmaron la humanidad plena de Cristo y condenaron la doctrina de Apolinar. Surgieron en Oriente dos escuelas opuestas. Una situada en Alejandría subrayaba la unidad entre el Logos divino y la humanidad de Cristo, la llamada cristología Logos-Sarx. Otra, la de Antioquía afirmaba la distinción y la complementariedad de las dos naturalezas en Cristo.

En el 428 el emperador Teodosio II hizo subir a la sede patriarcal de Constantinopla a Nestorio, monje antioqueno, que dominaba la oratoria (Sócrates, Historia Ecclesiastica, VIII, 29, 32). Predicaba la dualidad de naturalezas en Cristo, añadiendo que entre ambas sólo había una unidad moral.

 

Iglesia de la Virgen María en Efeso

 

En consecuencia, rechazaba el título de Theotókos dado a la Virgen María, aunque le reconocía el de Christotókos. Según Nestorio Cristo no era el Hijo de Dios, sino más bien el hombre al que se había unido el Hijo de Dios. Es decir, aborda el problema de Cristo no del lado de la unidad, sino del lado de la dualidad, distinguiendo fuertemente las naturalezas, casi entendiéndolas como dos sujetos autónomos, como dos personas (Camelot, 31-32).

Cirilo, obispo de Alejandría tuvo conocimiento de la doctrina nestoriana, probablemente por sus apocrisarios en la ciudad imperial. Enseguida escribió unas cartas a los monjes de Constantinopla y al mismo Nestorio pidiéndole explicaciones y exponiendo con claridad la doctrina común de la Iglesia.

Cirilo escribe en el 430 una carta al papa Celestino (422-432) dándole cuenta del problema planteado por Nestorio en forma de un Commonitorium (Ep., 11), adjuntándole una traducción latina y una selección de textos patrísticos. Después de la recepción de estos escritos el papa convoca un sinodo en el 430. En él se condena la doctrina nestoriana y se invita a Nestorio a retractarse bajo pena de excomunión.

Celestino da cuenta de esta decisión a Cirilo, a Nestorio, al clero y al pueblo de Constantinopla y a varios obispos de Oriente. Celestino encomienda a Cirilo la tarea de ejecutar esta sentencia en su nombre y con la autoridad de la Sede romana. En noviembre del 430 Cirilo reúne un sínodo de obispos de la región en Alejandría y redacta un largo documento doctrinal, que en unión con doce anatematismos fue enviado a Nestorio.

Aquí parece que Cirilo sobrepasa las instrucciones del papa, que no había hablado más que de una retractación, y comete la imprudencia de imponer a Nestorio las fórmulas de la teología alejandrina, que chocaban violentamente con las fórmulas mantenidas por la teología antioquena (Camelot, 45). Esta actitud de Cirilo hace que Nestorio endurezca su posición y acuse a Cirilo de apolinarismo.

 

2. Convocatoria y desarrollo del concilio

Ante la persistencia de Nestorio en sus puntos de vista, el emperador Teodosio II (408-450) convocó un concilio ecuménico en Éfeso para el 7 de junio del 431. El concilio se comenzó el 22 de junio, con cierta premura, por iniciativa de Cirilo de Alejandría, que actuó con precipitación, porque todavía no habían llegado los obispos antioquenos, ni los representantes del Papa.

 

Concilio de Éfeso

 

Nestorio se negó a comparecer ante la asamblea conciliar. En la sesión de apertura se leyó un documento doctrinal de Cirilo sobre la unión hipostática de las dos naturalezas en Cristo. También se leyeron otros documentos que fueron aprobados, y se dio una sentencia condenatoria contra Nestorio privándole de la dignidad episcopal.

En la segunda sesión se incorporaron los legados romanos y aprobaron las actas de la sesión anterior. Mientras tanto, llegaron los antioquenos, con Juan de Antioquía a la cabeza, que se negaron a aceptar la condena de Nestorio y reunieron un anticoncilio, que declaró fuera de la comunión a Cirilo de Alejandría y a Memnón de Éfeso.

Intervino el emperador y trató de resolver la embarazosa situación de dos concilios enfrentados deponiendo a los principales responsables: Nestorio, Cirilo y Memnón. Después de varias sesiones el emperador disolvió el concilio y permitió a S. Cirilo y a Memnón regresar a sus respectivas sedes de Alejandría y Éfeso, mientras que Nestorio regresó a su monasterio de Antioquía, siendo sustituido en la sede constantinopolitana por Maximiano.

Continuaron los esfuerzos por llegar a un acuerdo definitivo que fue sancionado el 433 entre Cirilo de Alejandría y Juan de Antioquía. Ambos suscribieron un texto doctrinal llamado «fórmula de unión», en la que ambas partes atenuaron las posiciones personales asumidas en el concilio efesino.

De todas formas, la fórmula de unión expresa en sustancia la doctrina del concilio y la condena de Nestorio. Tampoco hay que olvidar la existencia de un núcleo duro de nestorianos, que tendrán como puntos de apoyo las escuelas de Edesa y Nísibe, y formarán una Iglesia cismática en torno a la sede de Seleucia Tesifonte.

Desde el punto de vista disciplinar, se puede afirmar que la única decisión propia de este Concilio fue la deposición de Nestorio. De todas maneras, quedó esclarecida la doctrina cristológica, sobre todo si la vemos a la luz de las definiciones posteriores, especialmente del concilio de Calcedonia.

En síntesis cabe decir que Éfeso considera:

1) a Cristo como un solo sujeto que resulta de una verdadera unión entre el Logos de Dios y la naturaleza humana;

2) por tanto, todo lo que realiza su naturaleza humana asumida debe atribuirse al único sujeto, que es el Logos divino encarnado;

3) por este motivo, la Virgen María puede llamarse con propiedad Madre de Dios y no sólo madre de un hombre unido al Verbo de Dios.

 

by Domingo Ramos Lisson, www.primeroscristianos.com

 

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Los franciscanos acondicionan ya la iglesia que estaba rodeada de minas y que les obligaron a abandonar en 1968

Los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa han anunciado que la pasada semana han comenzado a limpiar los terrenos en los que se ubica la iglesia franciscana del Bautismo del Señor en el río Jordán, y que recientemente quedó despejado de las minas antipersona que durante décadas estuvieron colocadas ante el conflicto entre Israel y Jordania.

 

“Esperamos que pronto este lugar pueda volver a recibir peregrinos”, aseguran desde la Custodia a través de Twitter.

En este sentido, el convento franciscano en el río Jordán tuvo que cerrar a toda prisa en 1968. Y no fue hasta 2018, durante el proceso para desminar el área cuando un fraile franciscano de la Custodia de Tierra Santa regresó por primera vez.

Lo hizo a petición de la asociación Halo Trust, dedicada desde hace tiempo a retirar las minas de la orilla occidental del río, donde se sitúa el episodio del Bautismo de Jesús. Desde 1967, a consecuencia de la guerra entre Israel y Jordania, toda el área se cerró a peregrinos y turistas, para convertirse en un enorme campo minado (55 hectáreas) y zona militar.

 

 

Solo en el año 2000, durante la visita del Papa Juan Pablo II a Tierra Santa, se abrió un pequeño acceso y después en 2011 las autoridades israelíes limpiaron una pequeña parte del terreno para hacerlo accesible a los peregrinos.

Desde enero de 2018 Halo Trust ha limpiado poco a poco todos los territorios que pertenecen a ocho iglesias cristianas: católica, greco-ortodoxa, armenia, copta, etíope, rumana, siria y rusa. En la zona católica, con este convento franciscano, se procedió al desminado de la carretera principal hasta la iglesia, alrededor de la iglesia y dentro de la iglesia. No se encontró ningún material sospechoso en la iglesia o el convento.

 

 

“El 16 de julio (de 2018) entré en el convento – cuenta fray Sergey Loktionov- . Encontramos cosas que pertenecieron a los frailes: vestiduras sagradas, mobiliario litúrgico, candelabros, libros, altares portátiles. Daba la impresión de que los frailes tuvieron que marcharse con prisa, porque incluso habían dejado el registro de las misas de peregrinos sobre la mesa del refectorio con el lapicero dentro”.

La última misa registrada era la del 7 de enero de 1968, celebrada por un grupo procedente de Nigeria. “También en la cocina encontramos objetos de uso cotidiano: cacerolas, teteras, cubiertos, bebidas”, continúa fray Sergey. Se llevaron también una serie de altares portátiles, usados por los peregrinos para celebrar cerca del río.

Según los recuerdos históricos, los franciscanos realizan su peregrinación anual a este lugar al menos desde 1641. En 1932 la Custodia de Tierra Santa adquirió ese terreno, donde construyó la iglesia, que fue bendecida más tarde, en 1956.

 

Fuente: Fundación Tierra Santa 

 

En su tercera encíclica “Fratelli tutti”, o “Todos hermanos” , el Papa recopila y sistematiza las grandes propuestas de los discursos sociales de su pontificado en Roma y en sus viajes.

Los compendia en una encíclica para proponerlos como Magisterio solemne, dirigida a todos los católicos.

 

 

 

BUEN SAMARITANO

Ante la indiferencia global y la tentación de desentendernos de los demás, el Papa pide recordar que todos estamos en la misma barca.

Dice que la única opción ante el dolor del mundo y las heridas de las personas es seguir el modelo del Buen Samaritano, que ayuda a un hombre herido sin importarle quién es, qué opina o de dónde viene.

 

FRANCISCO

Ser capaces de tener compasión: esta es la clave. Esta es la clave. Si no sientes compasión ante una persona necesitada, si tu corazón no se conmueve, significa que algo está mal. Ten cuidado, tengamos cuidado. No nos dejemos arrastrar por la insensibilidad egoísta”.

El Papa pide reconocer la dignidad innata de cada persona, que en todo caso merece ser reconocida, valorada y amada; independientemente de sus ideas, sentimientos, prácticas o pecados.

 

MODELO DE DESARROLLO

En “Fratelli tutti” el Papa alerta de “visiones antropológicas reductivas” y de un “modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre.

 

FRANCISCO

“La ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es “el estiércol del diablo”. El servicio para el bien común queda relegado”.

La idea es que los empresarios apuesten por crear trabajo para personas y no por la especulación.

 

MIGRANTES

El Papa recuerda el drama de los migrantes. Le preocupan los brotes de xenofobia y racismo. Pide ayudar en los países de origen para que no se vean obligados a emigrar.

Pero también, pide que la sociedad e incluso los cristianos reconozcan que están tratando a los migrantes como si fueran “menos humanos”.

 

FRANCISCO

“El Señor nos pedirá cuentas de todos los migrantes caídos en los viajes de la esperanza. Han sido víctimas de la cultura del descarte”.

 

GUERRA Y PENA DE MUERTE

El Papa recuerda que la guerra siempre deja al mundo peor de como lo había encontrado. Propone ver los efectos en las víctimas, para convencerse y pide detener la proliferación de armas nucleares y dedicar ese dinero a un fondo mundial contra el hambre.

 

FRANCISCO

“En el mundo de hoy, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo”.

Además, recordó que ha cambiado el catecismo, y que en ningún caso es admisible la pena de muerte.

 

DIÁLOGO Y RECONCILIACIÓN

Dice que el diálogo no es sólo escuchar opiniones sino “aceptar que el otro puede encerrar convicciones o intereses legítimos”. Una actitud que deben tener las personas de todas las religiones.

 

FRANCISCO

“Se llama hijos de Dios a quienes han adquirido el arte de la paz y lo ponen en práctica. Saben que no hay reconciliación sin donar la propia vida, y que la paz hay que buscarla siempre y en cualquier caso”.

Por eso, dice que no basta con actuar solos, hay que buscar modos de colaborar con los demás.

En “Fratelli tutti” hay muchos otros temas. El Papa pide que el debate público escuche también la perspectiva religiosa, pues “no puede admitirse que sólo tengan voz los poderosos y los científicos”; reivindica el valor de la amabilidad; y alerta de quienes siembran división, odio y desconfianza en Internet. En definitiva, “reconocer el bien y la belleza que Dios sembró en cada persona”.

Para escribirla, e ha inspirado en figuras cristianas como San Francisco Charles de Foucoauld; pero también en no católicos como Martin Luther KingDesmond Tutu o Mahatma Gandhi y Ahmad Al-Tayyeb, líder del Islam sunita.

 

+ info -  TEXTO COMPLETO DE LA ENCÍCLICA "FRATELLI TUTTI"

Por: Javier Martínez-Brocal

 

Concilio de Constantinopla I   (381)

Después del Concilio de Nicea, a pesar de su condena del arrianismo, éste consiguió sobrevivir durante unos años gracias a los emperadores que sucedieron a Constantino.

Es más, gracias a Constancio II la influencia arriana se extendió por Occidente, a través de algunos sínodos promovidos por dicho emperador, lo que favoreció una cierta confusión doctrinal y la consiguiente aparición de fórmulas y sectas, que trataban de modificar o atenuar la doctrina de Nicea.

 

1. Precedentes

Uno de estos movimientos sectarios fue el llamado de los «pneumatómacos», que negaban la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y, por tanto, su divinidad. Partían del presupuesto arriano de considerar que el Hijo era una criatura y, en consecuencia, el Espíritu Santo era una criatura del Hijo. Los seguidores de esta herejía recibieron también el nombre de «macedonianos» derivado de Macedonio, obispo de Constantinopla (342-360), que fue su principal mantenedor.

Finalmente, con la muerte de Constancio (361) y de Valente (378) los arrianos perdieron sus más fuertes apoyos y se quedaron reducidos a una débil minoría. A la muerte de Valente el imperio oriental pasó a manos de Graciano (375-383), quien extendió al nuevo territorio las medidas favorecedoras de la ortodoxia, que antes había aplicado en Occidente.

Graciano confió posteriormente a Teodosio (379-395) el Imperio de Oriente. El nuevo emperador se mostró un celoso defensor de la fe de Nicea, porque entendía que era la fe predicada por San Pedro a los romanos, profesada por el Pontífice Dámaso y por el obispo Pedro de Alejandría, como él mismo pone de manifiesto en su famosa constitución Cunctos populos del 380 (Codex Theodosianus, XVI, 1, 2).

Por eso, no es de extrañar que deseara terminar con los restos de arrianismo en Oriente. Para lograr ese objetivo convocará un sínodo en el 380, que se reunirá en Constantinopla al año siguiente. En Occidente, entre tanto, se habían celebrado algunos sínodos con idéntico propósito. Bástenos recordar el sínodo de Aquileya (381) que congregó a unos treinta y cinco obispos occidentales, entre ellos, a S. Ambrosio, que condenaron los últimos focos de arrianismo latino.

 

2. Desarrollo del concilio

El concilio de Constantinopla se inauguró en el mes de mayo del 381 y duró hasta junio de ese mismo año. Las sesiones se celebraron  en los locales del palacio imperial, según nos insinúan las fuentes de la época. Estuvieron presentes un total de 150 obispos, todos ellos orientales. Entre los padres conciliares mencionaremos algunos de extraordinaria notoriedad, como Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa, Cirilo de Jerusalén, Diodoro de Tarso y Pedro de Sebaste.

El Papa Dámaso (366-384) no asistió, ni envió representantes. Sin embargo, se considera ecuménico este concilio al reconocerlo como tal el concilio de Calcedonia (451). Ocupó la presidencia Melecio de Antioquía, y a su muerte le sustituiría san Gregorio de Nacianzo, recién elegido obispo de Constantinopla, aunque por poco tiempo, porque debido a una serie de intrigas tuvo que dejar la sede constantinopolitana y se retiró a Nacianzo. Como sucesor de Gregorio fue elegido un anciano senador llamado Nectario (Sozomeno, Historia Ecclesiastica, VII, 8). Dado que el elegido era un simple catecúmeno, después de recibir el bautismo se le consagró seguidamente como obispo de Constantinopla.

No han llegado hasta nosotros las actas conciliares. Sin embargo, conocemos su profesión de fe, algunas listas de obispos asistentes, así como los cánones que se han conservado en algunas antiguas colecciones canónicas.

Desde el punto de vista doctrinal, este Concilio supuso el golpe de gracia contra el arrianismo, que –a pesar de la condena de Nicea– había tenido una amplia difusión al amparo de los emperadores Constancio (337-361) y Valente (364-378). Pero además se enfrentó a una nueva herejía: el macedonianismo, que negaba la consubstancialidad del Espíritu Santo. El documento más importante de este Concilio es, sin duda, el llamado «símbolo niceno-constantinopolitano».

Este símbolo parece que tiene su origen en el que se utilizaba en la Iglesia de Jerusalén para la administración del bautismo, con algunas adiciones relativas al Espíritu Santo: «Señor y vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es igualmente adorado y glorificado, que habló por los profetas». Este símbolo fue proclamado durante el concilio.

En el debate doctrinal debió promulgar el concilio un Tomo en el que aparecerían anatematismos contra las herejías recientes, sobre todo contra los arrianos y macedonianos. Esta noticia nos ha llegado a través de una carta del sínodo de Constantinopla celebrado en el 382 (Teodoreto, Historia Ecclesiastica, V, 9).

 

Legislación canónica

A falta de las auténticas actas del concilio, los investigadores se inclinan por las colecciones canónicas latinas, por ser las más antiguas. En ellas se reproducen cuatro cánones disciplinares. El c. 1 reafirma la fe de Nicea y condena toda herejía, especialmente la de los eunomianos, anomeos, arrianos, eudoxianos, semiarrianos, pneumatómacos, sabelianos, marcelianos, fotinianos y apolinaristas.

La fórmula indirecta “que hay que anatematizar” y el hecho de no decir en qué consisten esos errores hacen pensar que se tratase de un resumen de los anatemas contenidos en el Tomo del que nos habla la sinodal del sínodo del 382 (Ortíz de Urbina, 207).

El c. 2 establece que los obispos de una «diócesis» no deben entrometerse en los asuntos de otras circunscripciones eclesiásticas. Conviene precisar que la palabra «diócesis» no tiene el sentido que actualmente le damos, sino que significa la agrupación civil de varias provincias. El canon enumera las diócesis civiles existentes en Oriente: Tracia, Asia, Ponto, Oriente, Egipto.

Entre los canones disciplinares destaca el c. 3 en el que se afirma que «el obispo de Constantinopla, por ser ésta la nueva Roma, tendrá el primado de honor, después del obispo de Roma». Como se puede observar la razón que se alega es política, no eclesiástica. La Iglesia occidental rechazó siempre este canon, que originaría luego una serie de enfrentamientos y disensiones.

El c. 4 declaraba nula la ordenación de Máximo, el intrigante colaborador de S. Gregorio de Nacianzo.

A estos cuatro cánones se suelen añadir otros tres que figuran en algunas colecciones canónicas griegas. Dos de ellos proceden del sínodo de Constantinopla del 382, y el tercero es una carta de la Iglesia de Constantinopla a la de Antioquía.

 

by Domingo Ramos Lisson, www.primeroscristianos.com

 

+ info - Los primeros Concilios en la historia de la Iglesia – De los siglos I al VI

 

Ani - La antigua capital armenia

El complejo monumental de Ani, en Turquía, es uno de los sitios del Patrimonio Mundial de la UNESCO, la agencia de la ONU para la cultura, la educación y la ciencia.

Se encuentra en el este de Anatolia, a 42 kilómetros de la ciudad de Kars, no lejos de la frontera con Armenia. Los valles esculpidos por los canales circundantes han formado una meseta triangular de 85 hectáreas, que es a la vez una cuna y un baluarte natural para la ciudad fortificada de Ani, la antigua capital de Armenia.

 

 

Justo allí, en 992, se transfirió la sede de los católicos, la más alta autoridad religiosa de los armenios que ya habían adoptado el cristianismo como la religión de la nación en los albores del siglo IV.

La Edad Media, gracias a la dinastía real de los Bagratidi (o Bagratuni), es la edad de oro de Ani, que, sin embargo, albergaba asentamientos humanos desde la Edad del Hierro (1200-1100 aC). Los otomanos tomaron el control del territorio en el siglo XVI.

 

 

Terrasanta.net

 

El 30 de septiembre del año 420 fallecía San Jerónimo, el gran traductor de la Biblia

 

Se trata de una figura que el Papa Francisco ha querido destacar en el que sería el 16º centenario de su muerte. Lo ha hecho con una nueva carta apostólica dedicada a este santo, la “Sacrae Scripturae affectus”, “Una estima por la Sagrada Escritura”.

 

 

 

FRANCISCO

El ejemplo de este gran doctor y padre de la Iglesia, que ha puesto la Biblia en el centro de su vida, suscite en todos un renovado amor a la Sagrada Escritura y el deseo de vivir un diálogo personal con la Palabra de Dios.

El documento está dedicado a San Jerónimo. Explica que fue crucial para la Iglesia de aquel entonces y de todos los tiempos.

San Jerónimo tradujo el Antiguo Testamento del hebreo al latín. Hasta entonces sólo existía la versión en griego, una lengua mucho menos extendida.

 

Para el Papa, San Jerónimo es un ejemplo para los misioneros que deben encontrar las palabras adecuadas para transmitir la fe en lugares donde no existe una traducción de la Biblia.

Y es que, -escribe-, “la riqueza de las Escrituras es ignorada o minimizada por muchos, porque no se les han proporcionado las bases esenciales del conocimiento”. Toda una invitación a recordar el 1600 aniversario del fallecimiento de San Jerónimo leyendo el libro al que dedicó su vida.

Texto integral del documento en español

Javier Romero

RomeReports

 "Me latía fuertemente el corazón. Pedí la gracia de morir también mártir por Jesús"

Santa Teresa de Lisieux manifestó en varias ocasiones que le hubiera gustado vivir en los comienzos del cristianismo, haber coincidido con los apóstoles y con Jesús.  Quedó maravillada del viaje que realizó a Roma con su familia en 1887. Pudo estar en la Catacumbas romanas. Su emoción fue grande al visitar el Coliseo considerando la cantidad de cristianos que entregaron su vida a Dios por ser fieles a su fe.

 

Coliseo

Relata la emoción que supuso para ella la visita al Coliseo, y su petición al Señor de morir mártir …

Una de las más dulces emociones que me hizo estremecerme fue la vista del Coliseo. Por fin podía ver aquella arena en la que tantos mártires habían derramado su sangre por Jesús, y ya me disponía a besar aquella tierra que ellos habían santificado. (…) y, arrodillándonos sobre aquella tierra sagrada, nuestras almas se fundieron en una misma oración…

Al posar mis labios sobre el polvo purpurado por la sangre de los primeros cristianos, me latía fuertemente el corazón. Pedí la gracia de morir también mártir por Jesús, y sentí en el fondo del corazón que mi oración había sido escuchada.

(SANTA TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1989, pag. 173-175)

 

Catacumbas

De su visita a Roma en 1887, Teresa de Lisieux nos relata…

También las catacumbas me dejaron una gratísima impresión. Son tal como me las había imaginado leyendo su descripción en la vida de los mártires.

La atmósfera que se respira está tan llena de fragancia, que, después de pasar en ellas buena parte de la tarde me daba la impresión de haber estado sólo unos instantes…

(SANTA TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1989, pag. 175-176)

Del libro:
ORAR CON LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Gabriel Larrauri (Ed. Planeta)

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Teresa de Lisieux (1873-1897)

Encerrada en las cuatro paredes de su convento… y es patrona de las misiones.
Apenas cursa estudios… y es doctora de la Iglesia.
Sufre una larga y dolorosa enfermedad… y no pierde la sonrisa y la alegría.
Padece unas pruebas enormes en su fe… y rebosa seguridad y paz.
No siente nada… y habla con pasión de Jesús.
Un personaje grande de la historia… que siempre trató de ser pequeña.

 
En el capítulo VI de su libro “Historia de un alma“, nos relata el viaje que realizó a Roma (1887) con la ilusión de seguir los pasos de los primeros cristianos y de los mártires romanos. Podemos saborear su emoción en este relato:

 

“Voy a contarte mi viaje, con algúndetalle; perdóname si te doy demasiados, pues no pienso lo que voy a escribir, y lo hago en tantos ratos perdidos, debido al poco tiempo libre que tengo, que mi narración quizás te resulte aburrida… trataré de hacerlo con la sencillez de un niño que conoce el amor de su madre…

El Coliseo y las catacumbas

¡Roma, meta de  nuestro viaje, donde yo esperaba encontrar el consuelo, pero donde encontré la cruz…!

Llegamos a Roma de noche y dormidos. Nos despertaron los empleados de la estación, que gritaban: «Roma, Roma». No era un sueño, ¡estaba en Roma…!

El primer día lo pasamos extramuros, y fue quizás el más delicioso de todos, pues todos los monumentos han conservado su sello de antigüedad, mientras que en el centro de Roma, ante el fausto de los hoteles y de las tiendas, uno tiene la impresión de estar en París.

Aquel paseo por la campiña romana me ha dejado un gratísimo recuerdo. No hablaré de los lugares que visitamos, pues hay bastantes libros que los describen por extenso, sino solamente de las principales emociones que viví.

Una de las más dulces fue la que me hizo estremecerme a la vista del Coliseo. Por fin, podía ver aquella arena en la que tantos mártires habían derramado su sangre por Jesús, y ya me disponía a besar la tierra que ellos habían santificado. ¡Pero qué decepción la mía! El centro no era más que un montón de escombros que los peregrinos tenían que conformarse con mirar, pues una valla les impedía entrar. Por otra parte, nadie sintió la tentación de intentar meterse por en medio de aquellas ruinas…

¿Pero valía la pena haber venido a Roma y quedarse sin bajar al Coliseo…? Aquello me parecía imposible. Ya no escuchaba las explicaciones del guía, sólo un pensamiento me rondaba por la cabeza: bajar a la arena… Al ver pasar a un obrero con una escalera, estuve a punto de pedírsela. Afortunadamente no puse en práctica mi idea, pues me habría tomado por loca…

Por fin, no vi ángeles, pero sí lo que buscaba. Lancé un grito de alegría y le dije a Celina: «¡Ven corriendo, vamos a poder pasar…!» Inmediatamente sorteamos la valla, hasta la que en aquel sitio llegaban los escombros, y comenzamos a escalar las ruinas, que se hundían bajo nuestros pies.

Papá nos miraba, completamente asombrado de nuestra audacia, y no tardó en indicarnos que volviéramos. Pero las dos fugitivas ya no oían nada. Lo mismo que los guerreros sienten aumentar su valor en medio del peligro, así nuestra alegría iba en aumento en proporción al trabajo que nos costaba alcanzar el objeto de nuestros deseos.

Celina, más previsora que yo, había escuchado al guía, y acordándose de que éste acababa de señalar un pequeño adoquín marcado con una cruz como el lugar en el que combatían los mártires, se puso a buscarlo. No tardó en encontrarlo, y, arrodillándonos sobre aquella tierra sagrada, nuestras almas se fundieron en una misma oración…

Al posar mis labios sobre el polvo purpurado por la sangre de los primeros cristianos, me latía fuertemente el corazón. Pedí la gracia de morir también mártir por Jesús, y sentí en el fondo del corazón que mi oración había sido escuchada…

Todo esto sucedió en muy poco tiempo, y después de coger algunas piedras, volvimos hacia los muros en ruinas para volver a comenzar nuestra arriesgada empresa. Papá, al vernos tan contentas, no tuvo valor para reñirnos, y me di cuenta de que estaba orgulloso de nuestra valentía…

También las catacumbas me dejaron una gratísima impresión. Son  tal como me las había imaginado leyendo su descripción en la vida de los mártires. La atmósfera que allí se respira está tan llena de fragancia, que, después de pasar en ellas buena parte de la tarde, me daba la impresión de haber estado tan sólo unos instantes…

Teníamos que llevarnos algún recuerdo de las catacumbas. Así que, dejando quese alejase un poco la procesión, Celina y Teresa se deslizaron las dos juntas hasta el fondo del antiguo sepulcro de santa Cecilia y cogieron un poco de la tierra santificada por su presencia.

 

Santa Cecilia y Santa Inés

Antes del viaje a Roma, yo no tenía especial devoción a esta santa. Pero al visitar su casa, convertida en iglesia, y el lugar de su martirio, al saber que había sido proclamada reina de la armonía, no por su hermosa voz ni por su talento musical, sino en memoria del canto virginal que hizo oír a su Esposo celestial escondido en el fondo de su corazón, sentí por ella algo más que devoción: una auténtica ternura de amiga… Se convirtió en mi santa predilecta, en mi confidente íntima... Todo en ella me fascina, sobre todo su abandono y su confianza sin límites, que la hicieron capaz de virginizar a unas almas que nunca habían deseado más alegrías que las de la vida presente…

Santa Cecilia se parece a la esposa del Cantar de los Cantares. Veo en ella «un coro en medio de un campo de batalla…» Su vida no fue más que un canto melodioso, aun en medio de las mayores pruebas, y no me extraña, pues «el santo Evangelio reposaba sobre su corazón» y en su corazón reposaba el Esposo de las vírgenes…

También la visita a la iglesia de Santa Inés fue para mí muy dulce. Allí iba a visitar en su casa a una amiga de la infancia. Le hablé largamente de la que tan dignamente lleva su nombre, e hice todo lo posible por conseguir una reliquia de la angelical patrona .  Pero no pudimos conseguir más que una piedrecita roja que se desprendió de un rico mosaico cuyo origen se remonta a los tiempos de santa Inés y que ella debió de mirar muchas veces. ¿No resulta encantadora la amabilidad de la santa, al regalarnos ella misma lo que buscábamos y que nos estaba prohibido tomar…? Siempre me ha parecido aquello una delicadeza y una prueba del amor con que la dulce santa Inés mira y protege a mi Madre querida…

 

    (SANTA TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1989, pag. 175-176)

 

 

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