Llama la atención la escasa repercusión pública de las acciones de los Papas

La enorme mediatización del fenómeno Thumberg, tan denostado como elogiado, contrasta enormemente con las acciones que desde hace décadas han venido realizándose desde otras instancias a las que no se ha prestado igual atención teniendo todas ellas en común la llamada al cuidado del medio ambiente.

 

Así, merece la pena resaltar la llevada a cabo por la Iglesia Católica en numerosas conferencias, encíclicas o discursos desde antes de PabloVI[1] hasta el Papa Francisco. Sin pretender generalizar respecto a la conducta de los medios de comunicación, es un hecho objetivo la diferencia existente entre la atención prestada por éstos hacia Greta Thumberg y la escasa repercusión de las acciones de los Papas que merece la pena dar a conocer por la profundidad de éstas a diferencia de lo ocurrido con la joven sueca.

Desde que en el seno de la Organización de Naciones Unidas (ONU) se impulsase la celebración de Jornadas Mundiales sobre el Medio Ambiente, la participación de los máximos representantes de la Iglesia Católica fue activa y en el Mensaje de Su Santidad Pablo VI sobre el Medio Ambiente con motivo de la I Conferencia llamaba la atención sobre la relación entre el progreso técnico y científico y su repercusión en un mundo globalizado sobre la naturaleza: “¿cómo ignorar los desequilibrios provocados en la biosfera mediante la explotación, sin orden, de las reservas físicas del planeta, incluso con la finalidad de producir cosas útiles, así como, el derroche de las reservas naturales no renovables, la contaminación del suelo, del agua, del aire, del espacio, con sus atentados a la vida vegetal y animal?”.

En la Carta Apostólica de 14 de mayo de 1971 Octogesima Adveniens dirigida al Cardenal Maurice Roy con ocasión del 18º aniversario de la Encíclica Rerum Novarum dedica un apartado especial “medio ambiente” En la misma podemos leer y comprobar su preocupación por la explotación imprudente que no conduce sino a que la naturaleza sea destruida siendo el hombre autor y víctima. Junto a ello advierte: “No sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que la persona no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera.”.

Karol Józef Wojtyła no fue ajeno a la amenaza sobre el medio ambiente. Adjetivó la “crisis ecológica” como crisis moral. Su Mensaje “the ecological crisis: a common responsibility “escrito el 8 de diciembre de 1989 para la celebración de la XXIII Jornada Mundial para la Paz de 1 de enero de 1990, comienza haciendo referencia a que uno de los factores que amenazan la paz mundial es la “falta de respeto a la naturaleza”, cuestión ligada a los valores éticos de la sociedad

El cardenal Ratzinger “en la Encíclica Caritas in veritate subrayó que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras”. Evoca las palabras de Leon XIII y de Juan Pablo II cuando recuerda que en la (encíclica) Rerum Novarum señaló que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Bastante desconocido es que el Papa Benedicto colocó paneles solares sobre el Hall Pablo VI del Vaticano, que cultivó cientos de acres de bosques climáticos en Bükk en Hungría o que contrató un “papamóvil” híbrido. En Per una Ecología dell’Uomo escrita en 2012 reeditada en inglés bajo el título The Garden of God: Toward a Human Ecology”, se refiere en la primera parte del libro al Amazonas: “a Fountain of Life” o al Ártico: “mirror of Life”, en la segunda, el desastre de Chernobyl.

 

 

La amenaza, la degradación del llamado “pulmón de la tierra”, la Amazonía, ya era objeto de enorme preocupación por parte de la Iglesia Católica, además de por las serias y graves repercusiones sobre la población indígena que habita en la zona: sus vidas se ven afectadas por la explotación abusiva de los recursos naturales del bosque amazónico como tiempo después el actual Pontífice Francisco I pondrá de relieve en su “Querida Amazonía” y antes en Laudato Si.

Creemos que motivos comerciales (¿qué vende más?) e ideológicos (¿” interesa” destacar el papel de la Iglesia Católica?) explican esta falta de atención a la contribución y a la constante llamada por la preservación del medio que nos rodea. Por ahora -por razones de espacio- no podemos traer más a colación, pero hemos dejado señalados algunos de los escritos que conviene conocer. Un deber nos queda: el de intentar llenar estas lagunas. Valga este pequeño comentario como aportación en tanto seguimos acabando un trabajo expresamente sobre esta cuestión en el que intentamos demostrar la enorme labor de aquélla, digna de elogio a la vez que tratamos de profundizar en las causas que han llevado a silenciar su obra.

 

Mª del Ángel Iglesias es profesora del seminario “Conflictos y Crímenes Internacionales” de la Escuela de Humanidades de UNIR

 

[1] Tomamos a SS Pablo VI como punto de partida ya que fue durante su Papado cuando comienza a gestarse la creación de un derecho internacional sobre el medio ambiente. Como mencionaremos después, la llamada a la concienciación es resaltada por algunos autores con respecto a Juan XXIII y otros antecesores.

 

 

Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte

 

“El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo” Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, 18.

 

 

A la inquietud del hombre por su propia fragilidad y finitud la revelación responde con luces profundas. Afirma, en primer lugar, que el origen del enigma –la muerte tal como la conocemos, penosa y trágica- está íntimamente vinculado con la entrada del pecado en la historia humana: “por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo” -dice S. Pablo en alusión a la caída original- “y a través del pecado la muerte” .

Sin embargo, la revelación asevera también -y esto es más importante aun- que ni la muerte ni el pecado tienen la última palabra sobre el hombre. El ser humano no está condenado, pues, a vivir "sin esperanza ni Dios" ; puede estar seguro de que su anhelo de vida tiene respuesta en los proyectos amorosos de Dios.

 

La esperanza del Antiguo Testamento

Los primeros indicios que hallamos en el Antiguo Testamento, de una vida después de la muerte, consisten en dos términos: el sheol, “lugar” donde habitan los refaim, las sombras de los hombres difuntos . Este primer esbozo, tenue, del destino postmortal humano, adquiere con el tiempo mayor relieve y color: así, en algunos Salmos, el hombre justo expresa la confianza de que Dios le libere del sheol:

"No abandonarás mi alma en el sheol"

“Dios rescatará mi alma, me arrancará de las manos del sheol” .

 

La esperanza veterotestamentaria de un triunfo sobre la muerte cristaliza finalmente en dos líneas: la de la pervivencia del alma y la de la resurrección de la carne en el último día. Por un lado, el libro de Sabiduría afirma que el núcleo de la persona -el alma (psykhé)- es imperecedero, y capaz de recibir una recompensa al término de la vida mortal. Asegura que las almas de los justos difuntos “están en la paz”, “en las manos de Dios”, mientras advierte a los impíos que tras su muerte “irán temblando a dar cuenta de sus pecados, y sus iniquidades les acusarán cara a cara".

Por otra parte, otros libros tardíos del Antiguo Testamento -Daniel y 2 Macabeos- anuncian firmemente la resurrección en el último día: los justos y los que padecen martirio por mantenerse fieles a Dios –dicen- pueden esperar una resurrección para la “vida”, mientras que los impíos sólo pueden aguardar una resurrección para el “oprobio” .

En realidad, las dos líneas bíblicas son complementarias: las alusiones al alma inmortal se pueden entender como referidas al estado en que queda el sujeto humano enseguida después de morir, y las menciones de la resurrección corporal como referidas al estado definitivo –reconstituido- del hombre al final de la historia.

 

La esperanza cristiana

El Nuevo Testamento derrama una luz más completa sobre el misterio de la muerte. Por un lado, confirma su conexión primigenia con el mysterium inqiuitatis; la muerte es, en palabras de San Pablo, el "salario del pecado" : consecuencia, señal y recordatorio de la pecaminosidad humana; una especie de anti-sacramento. Pero por otra parte, la revelación neotestamentaria anuncia la Buena Nueva de la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado.

El Hijo de Dios, encarnándose, padeciendo, muriendo y resucitando, ya ha vencido la muerte. Ha cambiado radicalmente su signo negativo; no sólo porque ha mostrado la muerte como la puerta que conduce una vida imperecedera, sino también porque, de modo maravilloso, ha hecho de la muerte una vía de comunión con su propia Persona. Para su discípulo, morir significa “estar con Cristo” , “volver junto al Señor” , morar con Él en la casa del Padre .

De este modo radical, la muerte –aun conservando su aspecto doloroso- pierde su aguijón y adquiere un rostro más amable: es “la hermana muerte” , camino de encuentro con Cristo, el Padre, y el Espíritu Santo. “¡No me hagas de la muerte una tragedia! porque no lo es. Sólo a los hijos desamorados no les entusiasma el encuentro con sus padres” S. Josemaría Escrivá, Camino, 355.

Esta concepción positiva -eminentemente cristológica- de la muerte, estuvo en la base de la firme actitud de los mártires en tiempos de persecución: estaban dispuestos a padecer y morir por su fe, convencidos de que su sufrimiento y muerte les iba a proporcionar una oportunidad para participar en la pasión, muerte, y resurrección del Señor.

Emociona hallar, debajo del deseo de martirio de esos cristianos, un ardiente amor a Jesús:

"Fuego y cruz, y manadas de fieras, quebrantamientos de mis huesos, descoyuntamientos de miembros, tribulaciones de todo mi cuerpo, tormentos atroces del diablo, vengan sobre mí, a condición sólo de que yo alcance a Cristo” S. Ignacio de Antioquía, Ad Romanos, 5, 3.

 

Amaban la muerte, porque amaban a Cristo.  El aprecio sobrenatural por la muerte informa el pensamiento cristiano de todos los tiempos, capacitándolo para mirar de frente al mysterium mortis sin terror, a diferencia de muchas filosofías paganas de la Antigüedad. Como afirma el Catecismo de la Iglesia católica, la muerte puede ser contemplada desde la fe como “la última Pascua del cristiano” : punto de tránsito de la vida terrena a la vida eterna junto al Señor, con la gozosa perspectiva de resucitar con Él en el último día.

 

Meditación de la muerte

De maneras diversas, los cristianos a lo largo de la historia han reflexionado acerca de la pervivencia del núcleo espiritual de la persona humana. El alma, que sobrevive a la descomposición del cuerpo, puede -a pesar de su estado incompleto, que aguarda la resurrección de la carne - experimentar, después de la muerte, el gozo de la comunión con la Trinidad, los ángeles y los santos, o bien –en caso de imperfección- un proceso de purificación previa al gozo celestial, o bien –en el caso del pecador empedernido- la pena de separación eterna de Dios y las criaturas santas.

El Papa Benedicto XII (s. XIV) declara:

“Definimos... que las almas (de los que mueren en gracia)... inmediatamente después de la muerte -y de la purificación, para los que tienen necesidad de ella-, aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final... estuvieron, están y estarán en el Cielo... con Cristo, en la compañía de los santos ángeles... Definimos, además, que las almas de los que mueren en estado de pecado mortal actual bajan inmediatamente después de la muerte al infierno, donde son atormentadas con penas infernales” .

 

Puede afirmarse, por tanto, que la retribución del individuo, por lo que se refiere a su contenido fundamental de unión o separación respecto a Dios, empieza justo tras la muerte. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, "la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo" .

El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón , así como otros textos del Nuevo Testamento hablan de un último destino del alma que puede ser diferente para unos y para otros .

La doctrina del juicio particular aparece aquí como corolario de una verdad fundamental, de que los hombres, en el momento de su defunción, se sitúan ya en estados de salvación o no-salvación.

"Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre" Catecismo de la Iglesia católica, n. 1022.

 

El hecho de que con la vida mortal termina el tiempo disponible para dar respuesta a Dios –Sí o No-, constituye para el creyente un reclamo a la responsabilidad. "A la tarde te examinarán en el amor" ; no nos esperan más vidas, ni una segunda oportunidad, como propugnan las teorías reencarnacionistas . Saber esto -vislumbrar en el horizonte la llegada irrevocable de la muerte- nos mueve a trabajar con santa urgencia: “Los que andan en negocios humanos dicen que el tiempo es oro. —Me parece poco: para los que andamos en negocios de almas el tiempo es ¡gloria!” S. Josemaría Escrivá, Camino, 355

 

by  J. José Alviar  www.primeroscristianos.com

 

+ info -

> La devoción a los difuntos en el cristianismo primitivo

 

> ¿Sirve de algo rezar por los difuntos?

 

 

 

Santa Silvia de Roma

También conocida como Santa Silvia de Sicilia (*hacia 515 - † hacia 592), fue la madre del papa y doctor de la Iglesia san Gregorio Magno. Venerada como santa por la Iglesia católica, con festividad el día 3 de noviembre.

La información acerca de su vida es escasa. Su lugar de nacimiento en ocasiones es señalado como Sicilia y en ocasiones Roma. Aparentemente perteneció a una familia romana patricia, al igual que su esposo Gordiano. Y tuvo un segundo hijo aparte de Gregorio del cual, sin embargo, se desconoce su nombre. Fue cuñada de Amelia y Tarsilla que también son santas.

Silvia se destacó por su gran piedad y por otorgar a sus hijos una excelente educación. Al morir su esposo, se entregó por completo a las prácticas piadosas y a una vida religiosa. Gregorio Magno tenía un retrato hecho de mosaicos de sus padres realizado en el monasterio de San Andrés, y en el que Silvia es retratada sentada, con el rostro visible, el cual, lleno de arrugas de la edad, era bello, los ojos eran grandes y azules, y la expresión era graciosa y animada.

 

Significado actual de la santidad

¿Qué es la santidad, en qué consiste, dónde se la reconoce, cómo se vive?

 

A estas preguntas responde la exhortación Gaudete et exsultate (alegraos y regocijaos”), del Papa Francisco, en el capítulo primero.

En el texto podemos destacar cuatro aspectos: santidad y vida ordinaria, la Iglesia como marco vivo de la santidad, la santidad como vocación-misión en Cristo, la santidad como algo esencialmente abierto.

Se trata de aspectos que están desde el principio en el Evangelio, que vivieron ejemplarmente los primeros cristianos y que los Padres de la Iglesia pusieron claramente de relieve. Pero que en gran parte quedaron olvidados hasta el siglo XX.

 

Santidad en la vida ordinaria

Primero, santidad en la vida ordinaria, la vida cotidiana. El Papa trata de la “santidad común”, de la “santidad de la puerta de al lado”, de “la clase media de la santidad”. Ninguna de esas expresiones es equivalente a una santidad mediocre o una santidad de segunda división, pues esa santidad no existe. Todos, también los que parece que no cuentan socialmente, están llamados a la santidad. Cada uno, con la pequeña historia de sus vidas que se influyen unas a otras, para entretejer la “verdadera historia” del mundo.

Son esas “almas modestas”, en expresión de Joseph Malègue, citado por el Papa. Se trata, en suma, de la santidad de la vida corriente, en el trabajo, en la amistad, en la familia y en las relaciones sociales, que predicó incansablemente san Josemaría Escrivá: “¿Quién piensa ­­–escribió al principio de los años treinta– que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos? A todos, sin excepción, dijo el Señor: Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto" (Camino, 291).

No es nunca la santidad, ha enseñado el Papa argentino, una santidad “de tintorería” (impecable) o “de fingimiento”; tampoco es una santidad perfeccionista; sino la de aquellos que “aun en medio de imperfecciones y caídas, siguieron adelante y agradaron al Señor” (GE 3). La santidad es fruto de nuestro Bautismo. Es obra principal del Espíritu Santo en nosotros, que cuenta con nuestra colaboración, a base normalmente de pequeños gestos. Otras veces presenta desafíos mayores, o, al menos, un modo distinto de vivir lo que ya hacemos (cf. GE 16s). Y siempre requiere de nuevas conversiones. Así se llega a realizar lo ordinario de modo extraordinario.

 

Santidad "en" la Iglesia

Segundo, la santidad se da y se vive en la Iglesia, familia de Dios. La santidad no es individualista: “Nadie se salva solo” (GE 6). En efecto, y el Concilio Vaticano II explica la llamada universal a la santidad (cf. LG 11) en el marco de la santidad de la Iglesia. Una santidad que no queda empañada por nuestros defectos o pecados; porque, como gustaba subrayar Benedicto XVI, la Iglesia es ante todo, de Dios, es obra suya. Nosotros debemos esforzarnos en no afear su rostro.

En este pueblo santo en marcha hacia el Cielo, vivimos juntos, nos apoyamos, realizamos una experiencia de fraternidad, avanzamos en una caravana solidaria, una santa peregrinación (cf. Evangelii gaudium, 87). Es una tradición viva que abarca todos los innumerables “testigos” que nos han precedido y todos los cristianos que vendrán.

 

Santidad como vocación-misión en Cristo

Tercero, la santidad es vocación-misión en Cristo. Esta “santidad pequeña”, como ha señalado Francisco con referencia a Santa Teresita de Lisieux, se inscribe en el gran camino y la gran misión de los santos. Y a la vez, es un camino propio y personal.“Cada santo es una misión” (GE 19). “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo” (Evangelii gaudium, 273). Cada uno está llamado a dar, a Dios y a los demás, “lo mejor de sí” (GE, 11), al mismo tiempo que participa en la misión de la Iglesia.

Ahora bien, todo esto resultaría utópico e irreal si no fuera porque la santidad es una vocación y misión en Cristo. Esto significa que estamos llamados a amar unidos a Cristo, compartiendo su propia vida (¡no otra cosa es la Iglesia!), amar con su mismo amor: “amar con el amor incondicional del Señor, porque el Resucitado comparte su vida poderosa con nuestras frágiles vidas” (GE 18).

Cada santo es una misión en Cristo. “En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida” (GE 19s), como explica el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. nn. 515 ss): revivir con Él su vida oculta, su trato con los otros, su cercanía a los más frágiles, y otras manifestaciones de su entrega por todos. En ese sentido “cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios” (exhort. Verbum Domini, 48). El santo no es ni un superman ni una superwoman, sino alguien que se deja llevar y transformar poco a poco por la gracia de Dios para crecer en la madurez de Cristo.

 

Santidad abierta

Cuarto y último: santidad abierta. La santidad nos abre a Dios y a los demás, por caminos que en muchos casos comienzan lejos de Jesucristo o en personas que no están incorporados a la Iglesia Católica. Por todas partes Dios suscita signos de su presencia, que pueden incluso ayudar a los cristianos. Por tanto, si es imprescindible el tú a tú personal con Dios, no es bueno encerrarse en uno mismo, ni rehuir el servicio a quienes nos rodean.

La santidad no quita fuerzas, vida o alegría, sino al contrario. Nos hace “más vivos, más humanos”. En ese proyecto encontramos nuestra plenitud, nuestra verdadera felicidad. Esto queda muy lejos del simple “bienestar” hedonista que algunas personas se plantean tristemente como meta para su vida.

Y así nos propone Francisco a cada uno: “No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos» (GE 34).

 

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La verdadera belleza, la santidad; explica Benedicto XVI

Recogiendo la herencia de san Gregorio de Nisa

 

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 agosto 2007 -

La belleza más grande que puedo caracterizar a una persona es la de la santidad considera Benedicto XVI.

A esta conclusión llegó en la audiencia general del miércoles, dedicada a hacer descubrir a los 12 mil peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, bajo un sol aplanador, la radiante belleza de toda persona.

Lo hizo recogiendo la herencia espiritual dejada por san Gregorio de Nisa, obispo del siglo IV, «padre de la mística», que tuvo un papel decisivo en la historia del cristianismo en la definición de la divinidad del Espíritu Santo (Concilio de Constantinopla del año 381).

«La plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que de este modo se hace luminosa también para los demás, también para el mundo», dijo al final de su intervención.

Para llegar a esta conclusión, el Papa meditó en el elogio del hombre que escribió san Gregorio.

«El cielo no fue hecho a imagen de Dios, ni la luna, ni el sol, ni la belleza de las estrellas, ni nada de lo que aparece en la creación», decía el santo, hermano de san Basilio y de santa Macrina.

«Sólo tú (alma humana) –añadía– has sido hecha a imagen de la naturaleza que supera toda inteligencia, semejante a la belleza incorruptible, huella de la verdadera divinidad, espacio de vida bienaventurada, imagen de la verdadera luz».

Y el padre y doctor de la Iglesia, explicaba: «Si con un estilo de vida diligente y atento lavas las fealdades que se han depositado en tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina… Contemplándote a ti mismo verás en ti al deseo de tu corazón y serás feliz».

Benedicto XVI invitó a los peregrinos a ver «cómo el hombre ha quedado degradado por el pecado. Y tratemos –les alentó– de volver a la grandeza originaria: sólo si Dios está presente, el hombre alcanza su verdadera grandeza».

«El hombre, por tanto, reconoce dentro de sí el reflejo de la luz divina: purificando su corazón, vuelve a ser, como era al inicio, una imagen límpida de Dios, Belleza ejemplar», añadió.

«El hombre tiene, por tanto, como fin la contemplación de Dios –dijo por último el obispo de Roma–. Sólo en ella podrá encontrar su plenitud. Para anticipar en cierto sentido este objetivo ya en esta vida tiene que avanzar incesantemente hacia una vida espiritual, una vida de diálogo con Dios».

Con su meditación, el Papa continúa con la serie de intervenciones sobre las grandes figuras de los orígenes de la Iglesia

 

 

EL PAPADO EN LA IGLESIA PRIMITIVA – siglo III

(del año 200 al 260)

Consideramos el papado en el cristianismo primitivo fue un período de la historia de la Iglesia entre el año 30 d.C., en el que San Pedro asumió efectivamente su papel pastoral como cabeza visible de la Iglesia, hasta el pontificado del Papa San Melquíades en 313, cuando terminó la persecución del Imperio Romano.

 

Los Papas del siglo III

Cuando San Víctor I murió en 199 d.C., San Ceferino fue nombrado su sucesor apostólico. En el año 202, el emperador Septimio Severo levantó la quinta persecución más sangrienta contra la Iglesia, que se prolongó no solo durante dos años, sino hasta la muerte de ese emperador en el 211. Durante esta furiosa tormenta, este santo pastor fue el sostén y consuelo del angustiado rebaño y sufrió por caridad y compasión lo que atravesó todo confesor. Su pontificado se caracterizó por duras luchas teológicas que llevaron, por ejemplo, a un enfrentamiento con Tertuliano.

 

 

Tertuliano de Cartago, tiene una historia trágica. Ya había escrito una hermosa obra llamada "De praescriptione haereticorum" ("Prescripciones contra todas las herejías"), escrita alrededor del año 198 d.C., donde todavía veía a la Sede de Roma como una autoridad universal:

“Ven ahora, tú que quisieras tener una mayor curiosidad, si la aplicaras al negocio de tu salvación, pasa por las iglesias apostólicas, en las que los tronos de los mismos apóstoles aún son prominentes en sus lugares, en los que se leen sus propios escritos auténticos, pronunciando la voz y representando el rostro de cada individuo. Acaya está muy cerca de ti, (en la que) encuentras Corinto. Como no estás lejos de Macedonia, tienes Filipos; (y allí también) tienes a los tesalonicenses. Como puedes cruzar a Asia, obtienes Éfeso. Además, estás cerca de Italia, tienes Roma, de donde viene la autoridad (los mismos Apóstoles).

Cuán feliz es esta Iglesia que los Apóstoles dieron, con su sangre, toda la doctrina, donde Pedro sufrió la pasión del Señor,donde Pablo fue coronado con la muerte de Juan [Bautista], donde el apóstol Juan, después de haber sido echado en aceite hirviendo, sin sufrir ningún daño, fue desterrado a una isla ”.
- Prescripciones contra todas las herejías, 36.

 

San Hipólito de Roma acusó al Papa San Ceferino y al diácono Calixto de herejía. Su ímpetu culminó cuando, después de la muerte de San Ceferino, San Calixto I fue elegido Papa en 217. Se hizo famoso por haber excomulgado a Sabelio, padre del sabelianismo (herejía unicista que afirmaba que Dios en su unicidad se manifestaba en carne y no en tres personas distintas) y debido a que ejerció la primacía sobre la Iglesia Universal, la ortodoxia de Calixto fue desafiada por Hipólito y Tertuliano sobre la base de que en un famoso edicto concedió la Comunión después de la debida penitencia por aquellos que habían cometido adulterio y fornicación.

Hipólito se rebeló y terminó siendo erróneamente elegido "papa" por los obispos de su partido, convirtiéndose en un "antipapa". Este cisma permaneció en la Iglesia incluso después de la muerte de San Calixto en 222, y en los pontificados de San Urbano I (222-230) y San Ponciano, quien fue elegido en 230.

Luego el emperador Maximino, un tirano que reanudó la persecución de los cristianos, empezó de una manera singular: ante la existencia de dos papas, deportó a ambos, condenándolos a trabajos forzados en una mina de piedra en Cerdeña.

San Ponciano fue el primer Papa en ser deportado. Era un hecho nuevo para la Iglesia, que manejó con sabiduría, ingenio y gran humildad. Para que su rebaño no se quedara sin pastor, renunció al trono de Pedro en 235, convirtiéndose también en el primer Papa de la Iglesia en utilizar este recurso extremo. Sin embargo, el gesto de Ponciano conmovió a Hipólito, quien se dio cuenta de su sincero celo apostólico. Por eso, también renunció a su cargo, interrumpiendo el prolongado cisma y reconciliándose con la Iglesia de Roma, antes de morir, en 235, el mismo año de la muerte de Ponciano.

San Hipólito se convirtió en el filósofo cristiano más importante de finales del siglo III. Sus obras más conocidas son su comentario al Libro de Daniel (donde hace la intercesión de los santos), “Philosophumena” y “La tradición apostólica”, que aborda temas importantes, como el rito cristiano, la disciplina y las costumbres de la época.

El Papa Ponciano, por su parte, instituyó el canto de los salmos, la oración del “confiteor Deo” antes de morir y el uso del “Dominus vobiscum”.

Con su renuncia, Ponciano fue sucedido luego por el Papa San Antero, de origen griego, quien ejerció la función durante sólo cuarenta días, entre el 21 de noviembre de 235 y el 3 de enero de 236, y falleció.

Tras la muerte de San Antero, San Fabián le sucedió. Eusébio de Cesarea relata que la elección de San Fabian se había realizado de manera milagrosa:

“Dicen que Fabian, habiendo venido, después de la muerte de Antero, con otros del país, se alojaba en Roma, y ​​que mientras estuvo allí fue elegido para el cargo a través de una maravillosa manifestación de la gracia divina y celestial.
Porque cuando todos los hermanos se reunieron para elegir por votación quién iba a suceder al episcopado de la iglesia, muchos hombres de renombre y honores estaban en la mente de muchos, pero Fabián, aunque estaba presente, no estaba en la mente de nadie.

Pero informan que de repente una paloma que volaba se posó sobre su cabeza, luciendo como el descenso del Espíritu Santo sobre el Salvador en forma de paloma. Entonces, todo el pueblo, como movido por un Espíritu Divino, con toda avidez y unanimidad afirmaron que era digno, y sin demora lo tomaron y lo colocaron en la silla episcopal ”.
- "Historia Eclesiástica" VI, 29. [11]

 

El célebre erudito cristiano Orígenes escribió a Fabian defendiendo la ortodoxia de su enseñanza (como informa Eusébio en “Historia Eclesiástica” VI, 36), que había sido condenada tanto en Alejandría como más tarde en Roma, en un sínodo.
Cuando San Fabián murió en 250, San Cornelio lo sucedió.

 

 

Los años que siguieron del 250 al 260 fueron de los más terribles y, al mismo tiempo, gloriosos del cristianismo. Terrible por la furia de los emperadores Decio y Valeriano, y glorioso por el temperamento de los innumerables santos mártires que fueron los que más glorificaron a Dios.

En 250, el emperador romano Decio emitió un decreto de persecución legal contra los cristianos: todos deberían hacer un sacrificio a los dioses paganos, pero los cristianos no sacrificarían a otro dios, por lo que cualquiera que no tuviera un certificado podía ser asesinado.

Por miedo, muchos cristianos negaron su fe ofreciendo un sacrificio pagano simbólico, por lo que se entregó un trozo de papiro que contenía un certificado de lo sucedido (libellus), estos que se extraviaron fueron llamados "lapsi" (caídos).

Otros cristianos sobornaron a alguien para que obtuviera un certificado sin sacrificio, o falsificaron un certificado; otros que se negaron a someterse, enfrentaron el ridículo público y la vergüenza entre sus familiares y amigos y, si las autoridades los encontraban, fueron torturados y brutalmente ejecutados.

Durante este período, en los escritos de San Cipriano, Obispo de Cartago, podemos encontrar varias evidencias de la autoridad del Obispo de Roma sobre la Iglesia Universal. San Cipriano huyó de la persecución, este acto llegó a Roma de manera distorsionada, por lo que Cipriano envió una carta a la Iglesia de Roma explicando los motivos que lo motivaron a huir:

 

“Cipriano a sus hermanos, los presbíteros, y al hacerlo, les dijeron de una manera algo distorsionada y falsa, sentí la necesidad de escribir esta carta para dar cuenta de mi conducta, mi línea de disciplina y mis celos. ... Cuando surgió el primer estallido de disturbios, y la gente con violento clamor me exigió repetidamente que me fuera, yo, teniendo en cuenta no tanto mi propia seguridad como la paz pública de los hermanos, me retiré por un tiempo.

Debido a mi presencia demasiado atrevida, la confusión que había comenzado no se provocó más. Sin embargo, aunque ausente en el cuerpo, no lo quería ni en espíritu, ni en acción, ni en mis consejos, para fallar en cualquier beneficio que pudiera ofrecer a mis hermanos con mi consejo, según el Señor ”.
- Cipriano, Epístola 14, [1]

 

En “Sobre la unidad de la Iglesia”, Cipriano escribió la Epístola 39, en la que encontramos:

Hay un Dios y un Cristo, una Iglesia y una silla fundada en Pedro por la palabra del Señor. No es posible erigir otro altar, ni tener otro sacerdocio además de ese altar y ese sacerdocio ".
- Epístola 39.5. [2]

 

 

Es un hecho que la roca mencionada por San Cipriano es el Apóstol Pedro, como él mismo afirma (Epístola 54.7)

En 250, tanto San Cipriano como San Firmiliano escribieron sobre al papa San Esteban I (254-257) como sucesor de Pedro, y este último menciona cómo el Obispo de Roma decretó una política para otras regiones basada en esta sucesión. A petición de Faustino de Lyon y otros obispos de la Galia, San Cipriano, Obispo de Cartago escribió al Papa San Esteban I pidiéndole que instruyera a los obispos de la Galia a condenar a Marciano de Arles (un seguidor de Novaciano que se negó a admitir a aquellos que se arrepintió) y elegir otro obispo en su lugar (Cipriano, Epístola 66. [5]) algo que el Obispo de Roma no podría hacer sin tener la autoridad para hacerlo.

 

La controversia del rebautismo

El Papa Cornelio había sido acusado de haber comprado un libelo para escapar de la persecución. El grupo que no estaba de acuerdo con esto eligió a otro obispo, Novaciano (otro “antipapa”), quien predicó severidad contra aquellos que no habían confesado su fe durante la persecución.

En junio de 251, el emperador Decio fue asesinado mientras luchaba contra los godos, inmediatamente Treboniano Gallo se convirtió en el líder del Imperio Romano. La persecución de los cristianos comenzó de nuevo en junio de 252, y el Papa Cornelio fue exiliado a Civitavecchia, Italia, donde murió un año después, en junio de 253.

Luego, sucedió en su episcopado san Lucio I. Su elección se produjo durante la persecución que ya había acusado al Papa Cornelio de ser proscrito y también a él, pero se le permitió regresar. Cuando regresó, tuvo que sostener una lucha muy fuerte, esta vez, contra herejes llamados “novacianos”. Su determinación, celo apostólico, plena convicción y fe en la defensa de la doctrina de Cristo culminó en su martirio, 8 meses después de su elección, en 254.

Cuando San Esteban I sucedió a San Lucio, ocurrió otra crisis. Como Novaciano había bautizado a muchos creyentes durante su episcopado rival, surgió la pregunta: ¿qué hacer con estos bautizados, ya que Novaciano no era considerado el verdadero obispo? Esteban de Roma, su sucesor, readmitió a tales creyentes en la Iglesia, sólo imponiéndoles las manos como señal de autoridad. Cipriano de Cartago, sin embargo, no estuvo de acuerdo con esta práctica, por considerar nulo el bautismo de Novaciano. Por eso creía que esos creyentes debían ser rebautizados.

San Esteban defendió el Bautismo conferido según la fórmula del Evangelio, también envió las mismas determinaciones a los obispos de Asia Menor que rebautizaron. En 256 se le informó que muchos obispos reunidos en el Sínodo de Cartago habían reafirmado la necesidad del rebautismo, luego el Papa los excomulgó.
San Cipriano escribió una carta enojada a San Firmiano (Epístola 74) lamentando la excomunión del Papa Esteban y tratando de justificar su posición debido al rebautismo de los herejes.

El Papa, sin embargo, dijo que la efectividad de transmitir el verdadero bautismo no se ha visto socavada por ser administrado fuera de estos límites, siempre y cuando se invoque debidamente el nombre trinitario. En consecuencia, aquellos que se convierten a la verdadera Iglesia de estas sectas heréticas o cismáticas no deben ser bautizados "nuevamente".

San Firmiano añadió algunas críticas severas a San Esteban cuando escribió en su carta a San Cipriano:

“Dado que Esteban y los que están de acuerdo con él sostienen que la remisión de los pecados y el segundo nacimiento pueden tener lugar en el bautismo dado por los herejes, incluso cuando admiten que el Espíritu Santo no está presente entre los herejes, quienes entienden que no puede haber nacimiento espiritual sin el Espíritu ... Pero cuál es su error, y qué grande es su ceguera, que dice que la remisión de los pecados se puede dar en la sinagoga de los herejes ... En este sentido, estoy indignado por esta estupidez tan abierta y evidente de Esteban : que, aunque se glorifica tanto en el lugar de su obispado y afirma tener la sucesión de Pedro, sobre quien se echaron los cimientos de la Iglesia, debe introducir muchas otras piedras y establecer el nuevo edificio de numerosas iglesias,ya que defiende con su autoridad que en ellos se encuentra el Bautismo ”
- Epístola 74

 

El historiador de la iglesia primitiva Eusébio, obispo de Cesarea (314-340), narra algunas cartas de San Dionisio que fueron dirigidas al Papa San Esteban sobre el tema del Bautismo:

“Dioniso escribió la primera de sus cartas sobre el bautismo. En esta ocasión se estaba agitando una pregunta importante: ¿Los conversos de cualquier herejía deben ser purificados por el bautismo? La antigua costumbre estaba en efecto de usar la oración solo para tales casos acompañada de la imposición de manos. Cipriano, primer obispo en expresar la opinión de la necesidad del bautismo para los conversos Entre los obispos de esta época, Cipriano de Cartago, más que todos creía que no era lícito aceptar sino a los que previamente habían sido purificados de sus errores por el bautismo. Pero Esteban, pensando que no deberían introducirse innovaciones fuera de la tradición vigente desde el principio, se irritó intensamente contra él ”.
-“ Historia Eclesiástica ”VII, 2

 

La tensión fue fuerte entre Roma y los obispos del lado opuesto, pero no duró mucho, ya que no hubo tal conflicto después de que el Papa Esteban declaró que los herejes bautizaban válidamente. San Cipriano (que a veces fue llamado el "Papa africano" debido a su considerable influencia) fue un fuerte oponente de la idea del bautismo herético válido. Sin embargo, después de la declaración del Papa Esteban, no hay evidencia de que Cipriano continuara su oposición

Y ambos murieron como mártires: Esteban en 257 y Cipriano en 258. Sucesor de Esteban I, el Papa Sixto II, aparece en comunión con los obispos del norte de África, lo que significa que han cumplido con las disposiciones de la Santa Sede.

Otro padre de la Iglesia que da testimonio de la nulidad de las acusaciones de San Cipriano contra el Papa es San Vicente Lerins, en su Commonitorium, confirma que el Concilio de San Cipriano fue abolido y olvidado, ya que no tenía autoridad contra Roma.

Cuando murió san Esteban I, en 257, le sucedió san Sixto II.

 

 

by Gabriel Larrauri – www.primeroscristianos.com

 

+ INFO –

Historia del Papado – El primado de san Pedro en la Iglesia primitiva

 

Historia del Papado en la Iglesia primitiva – Los papas del Siglo I

Historia del Papado en la Iglesia primitiva – Los papas del Siglo II

 

 

 

 

San Narciso fue obispo de Jerusalén y vivió en el siglo II.

Recibió la fe de los primeros cristianos instruidos por los Apóstoles

Narciso nació a finales del siglo I en Jerusalén y se formó en el cristianismo bebiendo en las mismas fuentes de la nueva religión. Debieron ser sus catequistas aquellos que el mismo Salvador había formado o los que escucharon a los Apóstoles.

 

Era ya presbítero modelo con Valente o con el Obispo Dulciano. Fue consagrado obispo, trigésimo de la sede de Jerusalén, en el 180, cuando era de avanzada edad, pero con el ánimo y dinamismo de un joven. En el año 195 asiste y preside el concilio de Cesarea para unificar con Roma el día de la celebración de la Pascua.

Permitió Dios que le visitara la calumnia. Tres de sus clérigos —también de la segunda o tercera generación de cristianos- no pudieron resistir el ejemplo de su vida, ni sus reprensiones, ni su éxito. Se conjuraron para acusarle, sin que sepamos el contenido, de un crimen atroz. ¡Parece fábula que esto pueda pasar entre cristianos!

Viene el perdón del santo a sus envidiosos difamadores y toma la decisión de abandonar el gobierno de la grey, viendo con humildad en el acontecimiento la mano de Dios. Secretamente se retira a un lugar desconocido en donde permanece ocho años.

Dios, que tiene toda la eternidad para premiar o castigar, algunas veces lo hace también en esta vida, como en el presente caso. Uno de los maldicientes hace penitencia y confiesa en público su infamia. Regresa Narciso de su autodestierro y permanece ya acompañando a sus fieles hasta bien pasados los cien años. En este último tramo de vida le ayuda Alejandro, obispo de Flaviada en la Capadocia, que le sucede.

 

 

Los cuatro evangelios fueron escritos con la única finalidad de presentar y describir a Jesús

 

Es sabido que los evangelios sinópticos se elaboraron sobre una serie de notas comunes, de tradiciones, elaboradas por la primera comunidad cristiana de Jerusalén. Revisamos cómo se llegó a formar esa tradición y, sobre todo, su rasgo distintivo: el absoluto protagonismo de la persona del Jesús de Nazaret, como Maestro.

 

Napoleón Ferrández Zaragoza

 

En La prehistoria de los evangelios, el estudioso escandinavo B. Gerhardsson destaca, como principal característica de todos los libros del Nuevo Testamento, el protagonismo de la persona de Jesús. En particular, los cuatro evangelios fueron escritos con la única finalidad de presentar y describir a Jesús: su aparición en Israel, lo que dijo, lo que hizo, lo que le sucedió. Aunque los relatos evangélicos introducen a otras personas, solo lo hacen por su relación con Jesús. Un caso en el que se puede apreciar esto es el de san Juan Bautista: los evangelios remiten a tradiciones sobre él, pero solo en la medida en que se refieren a Jesús.

Algo similar sucede con los grupos de personas. Los evangelistas los sitúan en torno a Jesús, y también por su relación con él. También los clasifican en tres grandes grupos, a los que describen con bastante precisión: los discípulos, los adversarios, las masas. Estas, en un primer momento, responden positivamente a la actividad del Señor, aunque después le abandonan. En todo caso, esta distribución de personas y grupos humanos siempre mantiene el foco de atención en Jesús.

Entre estos grupos, destaca el de los discípulos. Como ha ilustrado bien S. Birskog, en Jesus the Only Teacher, el Señor preparó progresivamente a los Apóstoles para que aprendan el significado universal de la misión. Así, en un primer momento envió a los Doce con indicación expresa de no traspasar las fronteras de Israel (Mt 10, 5b-6) y con instrucciones sobre el modo de predicar y sanar. Después, en el momento de la ascensión (Mt 28, 20) les confía el mandato misionero, a la vez que les designa como maestros para todas las naciones. En este caso, no hay indicaciones precisas del Señor sobre el modo concreto de realizar ese mandato.

Durante las décadas que transcurren entre la partida del Señor y la aparición de los evangelios, los apóstoles dijeron muchas cosas, que podrían haber sido dignas de ser relatadas y transmitidas. Sin embargo, los evangelistas se guiaron por la intención precisa de presentar a Jesucristo, y nada más. Por ello, no quisieron completar, con un discurso apostólico, las palabras de Jesús; ni siquiera para iluminar los pasos más oscuros. Lo más probable es que, en los tiempos de la primera comunidad de Jerusalén, los discípulos más íntimos de Jesús fueron los responsables de reunir y transmitir las tradiciones sobre Jesús que constituyen la base de la tradición sinóptica. Ellos eran quienes estaban perfectamente informados y eran dignos de la confianza del Maestro.

 

“Porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos hermanos” (Mt 23, 8).

 

Estas palabras del Señor expresan una actitud que han compartido los cuatro evangelistas. Les preocupa, única y exclusivamente dar a conocer lo que el Maestro ha dicho. Esto no impide, como ha admitido Gerhardsson, que se sientan libres para reorganizar los dichos que les han sido transmitidos. Se trata de un recurso para exponerlos de forma inteligible que no atenta contra la historicidad de lo recibido.

Esta extraordinaria concentración del interés en la persona de Jesús de Nazaret marca un rasgo diferencial entre la primera comunidad cristiana y el judaísmo. Se hace especialmente evidente si comparamos los evangelios con la literatura de la tradición judía, el ámbito en el que nace. En ella aparecen muchos maestros: el Talmud nombra a unos dos mil rabinos, y todos ellos gozan de gran prestigio, por el que son citados con respeto.

Pero ninguno de ellos, ni su conjunto, no son el centro de atención, que está situado en la Torá. Así, los autores del Talmud transcriben en serie, una tras otra, las sentencias de los diferentes rabinos; la diferencia de autoridad entre unos y otros es de grado. Y no es este el caso de los evangelios, donde la sola figura de Jesús goza de una neta superioridad y de una autoridad única. Siempre que aparece, domina la escena de modo soberano. Nadie tiene, ni de lejos, una categoría parecida.

Podemos situarnos en una perspectiva histórica y recordar cómo, en el contexto judío, los discípulos estaban pendientes de las palabras de sus maestros y seguían atentamente todos sus movimientos, con el fin de aprender a vivir correctamente. Entonces resulta sumamente difícil imaginar que los discípulos de Jesús puedan haber estado menos interesados por escuchar a su maestro, por observar su forma de actuar, y por conservar todo esto en su memoria.

Como también ha observado Gerhardsson, los dichos de Jesús recogidos en los sinópticos no tienen el carácter de palabras cotidianas o intrascendentes. Tampoco pueden considerarse como fragmentos escogidos de sermones o discursos doctrinales. Se trata, más bien, de textos breves, lacónicos y lapidarios, de afirmaciones directas y afinadas, ricas en su contenido y poéticas en su forma. Tienen las figuras típicas que había ideado la tradición oral rabínica para facilitar la memorización.

Por otra parte, los evangelistas revelan que esta concentración material en Jesús se completa con una concentración formal en Él. Los evangelistas hacen teología deliberadamente: lo demuestra la forma en que idean su obra, agrupan sus datos, organizan las perícopas; omiten, añaden y modifican las formulaciones. Pero no consideran que su tarea consiste en escribir una presentación razonada de Jesús, es decir, en exponer el mensaje y sus enseñanzas creando, con palabras de ellos mismos, comentarios teológicos, argumentos doctrinales y discursos exhortatorios.

Ellos permiten que Jesús hable por sí mismo, generalmente en forma de discurso directo. Relatan, concisamente y sin rodeos, los episodios referentes al Maestro. No se permiten hacer comentarios, a no ser para unir unas perícopas con otras mediante observaciones ocasionales, breves y poco relevantes.

La relación entre los discípulos y Jesús, pues, marca el paso del Antiguo Testamento, con centro en la Torá, al Nuevo Testamento, centrado en el Maestro.

Son temas en los que profundiza el Máster en Estudios Bíblicos que organiza UNIR.

 

 

 

 

27 de Octubre

Santos Vicente, Sabina y Cristeta

Vicente, Sabina y Cristeta son hermanos. Han nacido y viven en Talavera (Toledo). Los tres disfrutan de su juventud —Cristeta, casi niña- y, como en tantos hogares después del fallecimiento de los padres, hace cabeza Vicente que es el mayor.

Manda en el Imperio la tetrarquía hecha por Diocleciano con el fin de poner término a la decadencia que se viene arrastrando a lo largo del siglo III por las innumerables causas internas y por las rebeliones y amenazas cada vez más apremiantes en las fronteras.

Diocleciano, augusto, reside en Nicomedia y ocupa la cumbre de la jerarquía; su césar Galerio reside en Sirmio y se ocupa de Oriente; Maximiano es el otro augusto que se establece en Milán, con su césar Constancio, en Tréveris, gobiernan Occidente.

El cónsul en España es Daciano hombre cruel, bárbaro y perverso, que odia sin límites el nombre cristiano y que va dejando un riego de mártires en Barcelona y en Zaragoza. Llega a Toledo y sus colaboradores buscan en Talavera seguidores de Cristo.

Allí es conocido como tal Vicente, que se desvive por la ayuda al prójimo y es ejemplo de alegría, nobleza y rectitud.

Llevado a la presencia del Presidente, se repite el esquema clásico, en parte verídico y en parte parenético de las actas de los mártires. Halagos por parte del poderoso juez pagano con promesas fáciles, y, por parte del cristiano, profesiones de fe en el Dios que es Trinidad, en Jesucristo-Señor y en la vida eterna prometida. Amenazas de la autoridad que se muestra dispuesta a hacer cumplir de modo implacable las leyes y exposición tan larga como firme de las disposiciones a perder todo antes de la renuncia a la fe nutriente de su vida que hace el cristiano. De ahí se pasa al martirio descrito con tonos en parte dramáticos y en parte triunfales, con el añadido de algún hecho sobrenatural con el que se manifiesta la complacencia divina ante la fidelidad libre del fiel.

Bueno, pues el caso es que a Vicente lo condenan a muerte por su pertinacia en perseverar en la fe cristiana. Lo meten en la cárcel y, en espera de que se cumpla la sentencia, es visitado por sus dos hermanas que, entre llantos y confirmándole en su decisión de ser fiel a Jesucristo, le sugieren la posibilidad de una fuga con el fin de que, sin padres que les tutelen, siga él siendo su apoyo y valedor. La escapada se realiza, pero los soldados romanos los encuentran en la cercana Ávila donde son los tres martirizados, en el año 304.

El amor a Dios no supone una dejación, olvido o deserción de los nobles compromisos humanos. Vicente, aceptando los planes divinos hasta el martirio, hizo cuanto legítimamente estuvo de su parte para sacar adelante su compromiso familiar.

Se convirtió en lugar de peregrinación y oración para los primeros cristiano

“Desde el comienzo de la guerra, cada día rezamos por la paz en Siria. Vivimos con la esperanza de que todo continúe y también de que nuestras dificultades de hoy cambien”

 

Así lo afirmaba fray Atif Falah, fraile franciscano de la Custodia de Tierra Santa y responsable del santuario de la casa de San Ananías en Damasco. El 1 de octubre se conmemora San Ananías y para la ocasión se celebró una misa en el santuario custodiado por los franciscanos, que se encuentra dentro de las antiguas murallas de la ciudad, en el sur de Siria.

La figura de Ananías en la Biblia aparece en los Hechos de los Apóstoles (Hch 9, 1-26; 22, 4-16), y desempeña un importante papel, al ser el designado para bautizar a San Pablo, tras su conversión.

 

“La tradición oriental cuenta a San Ananías entre los 72 discípulos de los que habla Lucas (10,1) y entre aquellos que llegaron a Damasco después de la lapidación de San Esteban – explica fray Atif –. San Ananías fue el primer obispo de Damasco y el primer mártir de Damasco”.

 

De hecho, fue arrestado por el gobernador Licinio y condenado a muerte, mientras evangelizaba Siria. Sus restos fueron después trasladados a Roma y hoy se encuentran en la basílica de San Pablo.

 

 

Sin embargo, en Damasco queda la que se considera la casa de Ananías, una cripta formada por dos estancias, accesible por una escalera de veintitrés escalones. Los escombros acumulados allí a lo largo de los siglos han provocado una elevación del terreno en esta parte de la ciudad de Damasco.

Algunos testimonios certifican que desde el principio la casa de Ananías se convirtió en lugar de peregrinación y oración para los primeros cristianos, hasta el punto de que – como en otros Lugares Santos vinculados a la vida de Jesús – el emperador Adriano hizo construir allí un templo pagano para impedir la veneración de los cristianos.

La casa se sitúa sobre los restos de la iglesia bizantina de la Santa Cruz, de los siglos V-VI, encontrados durante las excavaciones realizadas por el conde Eustaquio de Lorey en 1921. En 1347, según el testimonio del franciscano Poggibonsi, sabemos que la iglesia fue convertida en mezquita y que solo más tarde fue cedida a los cristianos.

Según el escritor árabe Ibn Shaker, el califa Walid I la entregó a cambio de la iglesia de San Juan Bautista, que pasó a formar parte de la mezquita de los omeyas, actualmente el principal lugar de culto de Damasco. En los siglos posteriores, la casa de San Ananías se convirtió en lugar de veneración para cristianos y turcos, como atestigua el fraile franciscano Antonio Di Castillo: “Los turcos que la custodian, mantienen muchas lámparas encendidas”.

A finales del siglo XII la casa de Ananías se convirtió de nuevo en mezquita, hasta que en 1820 la Custodia de Tierra Santa consiguió su restitución. La capilla fue reconstruida en 1867 (había sido destruida en 1860) y luego reformada en 1973.

En Damasco se encuentra también el lugar donde la tradición sitúa el episodio de la conversión de San Pablo, en el barrio Al Tabbaleh, donde los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa construyeron una capilla en 1925.  En su lugar, en 1971 se inauguró el Memorial de San Pablo, a instancias del papa Pablo VI, que es el segundo santuario de Siria custodiado por los franciscanos.

“La casa madre de los franciscanos de la Custodia en Damasco se encuentra en las murallas de la ciudad vieja”, dice fray Bahjat Karakach, superior del convento.  Actualmente, en Damasco trabajan seis frailes, distribuidos en dos parroquias, una dedicada a la conversión de San Pablo y la otra a San Antonio de Padua.  Los franciscanos se dedican a la animación y cuidado de los dos santuarios, además de atender a los cristianos locales. “Los fieles de rito latino en Damasco constituyen en la actualidad unas 300 familias, pero los que quedan son ancianos en su mayoría– explica fray Bahjat –. Muchos jóvenes han abandonado el país durante los años de guerra”.

 

 

Los daños de la pandemia del coronavirus han agravado aún más la ya difícil situación de Siria, aunque a menudo es complicado deducirlo de los datos oficiales, por las pocas pruebas que pueden realizarse. “En Damasco, en agosto, otros tres frailes y yo fuimos afectados por el coronavirus, pero gracias a Dios estamos curados. Lamentablemente, dos frailes de la comunidad de Alepo fallecieron”.

La vida en Damasco hoy es muy difícil, como cuenta fray Bahjat:

“la gasolina escasea y hay kilómetros de cola en las gasolineras. Hay un fuerte sentimiento de desesperación y muchos solo esperan que las fronteras vuelvan a abrir para huir.  La gente está agotada. Ahora que llega el invierno, sabemos ya que habrá emergencia de gasóleo para la calefacción. La electricidad va y viene. También las raciones de pan, que en Siria distribuye directamente el estado, se han reducido.

Con las sanciones impuestas, el país no logra remontar económicamente: la lira siria ha perdido su valor y los precios son altísimos.  La gente no ve un horizonte y estamos viviendo una situación de emergencia peor que la que había durante los bombardeos de la guerra. Además, la crisis libanesa ha tenido mucho impacto en Siria, porque muchos sirios trabajan en Líbano y, por tanto, a día de hoy hay quienes ya no pueden ayudar a sus familias.  Todas las ayudas pasaban también a través de Líbano, pero ahora el Líbano está arrodillado”.

 

Ante tanto sufrimiento, los franciscanos de la Custodia, gracias también a la ayuda de la ONG Pro Terra Sancta, intentan ofrecer apoyo a la población, con un centro de emergencia que funciona desde hace cuatro años y da a unas 400 familias cupones para comprar alimentos. También se proporciona medicinas a unos 300 pacientes, además de ofrecer ayudas a los que tienen que someterse a operaciones quirúrgicas.

Pequeñas sumas sirven de ayuda a estudiantes universitarios, así como aportaciones para leche para los recién nacidos y cursos sobre cómo llevar una casa o para incorporarse al mercado laboral.  También son fundamentales los cursos de apoyo psicológico para niños y adolescentes, y las clases de música para los jóvenes.

“Todo parece difícil y es difícil mantener la esperanza – confiesa fray Bahjat – En la última reunión que tuve con los catequistas hablé claramente.  Poner nuestra esperanza en que la situación mejore parece casi utópico ahora mismo.  No podemos hacer más que considerar nuestra presencia como una misión que hay que vivir, al precio de cargar con una pesada cruz.  La esperanza no excluye el sufrimiento sino que, de alguna forma, lo integra. Pero es necesario hacer algo concreto para poder pedir a los jóvenes que se queden”.

 

"Hace falta de todo”, según el fraile de la Custodia en Damasco, pero sobre todo es importante que se siga hablando de Siria.

“Con frecuencia la gente se olvida de la cuestión siria, o las noticias son parciales – afirma –. Me gustaría que se hablase más de la comunidad cristiana de Siria, que es la más antigua del mundo. Además, necesitamos una comunidad internacional que trabaje por la reintegración de Siria en el panorama mundial. ¿Cómo se puede ofrecer esperanza si el país no se puede reconstruir? Podéis ayudarnos con la oración, con ayuda económica y con apoyo moral”.

 

 

custodia.org

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