Su enemigo Majencio fue derrotado por Constantino, el 28 de octubre del mismo año, cerca del puente Milvio. Con ello quedó Constantino único emperador de Occidente, pactando con Licinio, su asociado en el Imperio y soberano de Oriente, al cual dio a su hermana Constancia en matrimonio.
Todo inducía a creer que las persecuciones contra la Iglesia se habían conjurado definitivamente. Constantino mostrábase cada día más propicio a los cristianos, a medida que se familiarizaba con ellos e intimaba con los obispos. Licinio, aunque pagano, quiso que la lucha que sostuvo en Oriente contra Maximino Daia tuviera el carácter de conflicto armado entre el cristianismo y el paganismo.
Pero al ser vencido Daia y quedar Licinio dueño del campo, el ambicioso emperador se quitó la máscara, según frase de Eusebio (Vita Constantini 1.4 c.22), e inició una satánica persecución contra los cristianos sujetos a su mandato.
Ruinas de Sebaste
Un edicto imperial mandaba que los oficiales del ejercito que rehusaran sacrificar a los dioses fueran degradados y juzgados como traidores al Imperio. A los soldados se les amenazó con un lento martirio en caso de mostrarse contumaces.
Debían ser muchos los cristianos enrolados en el ejército de Licinio, ya que la Iglesia tenía mucho interés en que hubiera gran número de ellos ejerciendo esta profesión, como lo prueba el canon tercero del concilio de Arles (314), al dictar sentencia de excomunión contra los que abandonaran la carrera militar en tiempos de paz. Pero mientras Constantino se apoyaba preferentemente sobre tropas cristianas, Licinio quiso eliminarlas de su ejército.
La defensa del Asia Menor estaba encomendada principalmente a las legiones romanas XII Fulminata y a la XV Apollinaris. La historia ha conservado la memoria de cuarenta soldados pertenecientes a la legión que tan famosa se hizo en tiempos de Marco Aurelio por la lluvia milagrosa y la victoria conseguida por sus oraciones a causa de haberse opuesto a las órdenes de Licinio, escogiendo el martirio antes de renegar de su fe cristiana.
En una traducción latina antigua de las Actas de los mártires se ha conservado el nombre de los cuarenta atletas de Cristo. Según este testimonio, que posee bastantes indicios de ser verídico, los mártires se llamaban:
Domiciano, Enoico, Sisinio, Heraclio, Alejandro, Juan, Claudio, Atanasio, Valente, Eliano, Melitón, Endicio, Acacio, Viviano, Helvio, Teódulo, Cirio, Flavio, Severiano, Cirión, Valerio, Clidión, Sacerdón, Prisco, Eutico, Esmaragdo, Filotimón, Aerio, Micalio, Lisímaco, Domno, Teófilo, Euticio, Hancio, Angio, Leoncio, Isiquio, Calo, Gorgonio y Cándido.
Se admite que la tradición popular pudo desfigurar algunos de estos nombres, pero no por ello es lícito concluir que deba dudarse de la autenticidad de todos ellos. En contra de la misma se esgrime el argumento de las diferencias que se notan en los distintos documentos escritos y el silencio que sobre este particular han guardado San Basilio y otros Santos Padres.
Enterado el prefecto de que los soldados persistían en su actitud, intentó convencerles de la necesidad de acatar las órdenes del emperador como único medio de evitar un cruel martirio, precursor de una muerte lenta.
Pero aquellos soldados, acostumbrados a la vida dura de la milicia, rechazaron decididamente aquella diabólica invitación, diciendo que si hasta entonces habían permanecido fieles al emperador romano y por él habían puesto en peligro sus vidas, ahora, en el trance de decidir entre servir a Cristo o al emperador, preferían oponerse a un soberano temporal antes de renegar de su Rey celestial.
Esta postura varonil impresionó hondamente al prefecto, mayormente después de haber comprobado él cómo algunos otros cristianos habían apostatado cobardemente. Entonces, nos dice San Gregorio de Nisa, el prefecto trató de intimidarles, pero no sabía qué clase de martirio pudiera impresionar a aquellos atletas.
"Si les amenazo con la espada —se decía—, no reaccionarán, por estar familiarizados con ella desde su infancia. Si los someto a otros suplicios, los sufrirán generosamente. Tampoco sus cuerpos curtidos por el sol y el aire temerán el martirio del fuego." Pensó entonces en otro suplicio más molesto y largo.
Era invierno, en cuya estación se deja sentir intensamente el frío en Armenia, mayormente cuando sopla el helado cierzo del norte. Aquel día en la ciudad de Sebaste reinaba un frío tan intenso que, según expresión de San Gregorio, se helaban aun los cabellos. Un riachuelo que desciende de las montañas del norte, el actual Murdan-su o Tavra-su, se había helado.
El lago (San Efrén) o estanque (San Basilio), alrededor del cual se había construido la ciudad, era duro como una piedra, tanto que los animales y personas transitaban por él sin peligro alguno (San Gregorio). Aprovechando esta coyuntura mandó el prefecto que se despojara a los mártires de sus vestidos y fueran arrojados sobre el hielo del estanque.
Lejos de intimidarse ante aquella cruel orden, "la alegre juventud", en medio de juegos y risas, corrió hacia el lugar del martirio. Los circunstantes que presenciaban aquel insólito hecho quedaron pasmados de ver cómo aquellos jóvenes atletas emprendían una veloz carrera para conseguir cuanto antes la palma del martirio.
La permanencia en aquel lugar de torturas se alargaba, pero mientras el hielo entumecía sus miembros y daba un color lívido a sus carnes, crecía el valor de su ánimo. Tiritaban sus cuerpos, sus miembros iban congelándose uno tras otro, la gangrena hacía su aparición. El prefecto atendía que el tormento doblegara la voluntad de los mártires, invitándoles a abandonar aquel lugar de torturas y entrar en un estanque próximo de aguas termales.
Pero ellos se animaban mutuamente a permanecer fieles hasta la muerte con estas palabras que, en cuanto al sentido, nos ha conservado San Basilio:
"Amargo es el invierno, dulce el paraíso; desagradable es la congelación del cuerpo, pero dichoso el descanso que nos espera. Suframos un poco y después seremos confortados en el seno de los patriarcas. A una noche de torturas seguirá toda una eternidad feliz. Por lo mismo, que todos sean valientes; que nadie dé oídos a las voces del demonio. Somos mortales y, por lo mismo, algún día tendremos que morir; aprovechemos ahora la ocasión cuando se nos presenta en perspectiva inmediata la gloria eterna."
Unánime era la siguiente oración: "¡Señor!, cuarenta hemos bajado al estadio, haz que los cuarenta seamos coronados. Que no disminuya este número sagrado que Tú y tu profeta Elías santificasteis con el santo ayuno."
El desaliento se apoderó de uno de ellos, el cual, secundando los deseos del prefecto, salió del estanque helado y buscó refrigerio en el baño caliente, en donde murió al poco de entrar. No quiso Dios que se defraudara la oración de los mártires.
El encargado de custodiarlos, favorecido por una visión y movido por la entereza de los mártires, se declaró públicamente cristiano y manifestó su deseo de compartir los tormentos con aquellos mártires, ocupando el lugar que había dejado el apóstata. Despojóse de sus vestiduras y se arrojó al estanque de hielo, muriendo poco después, juntamente con sus compañeros de suplicio. Era el 9 de marzo del año 320.
No es posible aunar y dar crédito al testimonio de los historiadores en cuanto a las particularidades del martirio. Todos convienen en señalar la naturaleza del mismo, pero difieren en algunos pormenores. Por ejemplo, no puede darse crédito a la noticia conservada por Nicéforo Calixto de que, juntamente con los cuarenta soldados, fueron martirizadas sus mujeres, también en número de cuarenta.
La Iglesia griega celebra su fiesta el día primero de septiembre. Tampoco convienen los historiadores en la localización del estanque helado, ni todos mencionan la existencia de unos baños termales en las cercanías. Parece incontrovertible que el martirio tuvo lugar en Sebaste, no lejos de la actual villa de Sivas.
Antes de morir, uno de los mártires, en nombre de todos, redactó un testamento, calificado por los historiadores como "pieza hagiográfica única en su género". Durante algunos años se dudó de su autenticidad, pero a últimos del siglo pasado adujo Bonwetsch buenas razones en pro de la misma. Según Leclercq:
"El conjunto del testamento ofrece tales caracteres de sinceridad y supone situaciones tan concretas, que no permite suponer que sea una pieza hagiográfica fabricada como tantas otras."
La finalidad del testamento era impedir que, después del martirio, los cuerpos de los mártires, que habían muerto juntos por defender las mismas santas creencias, fueran dispersados. En su escrito manifestaban su voluntad de ser enterrados en una sepultura común, en un lugar llamado Sarcim, no lejos de la villa de Zela, en el Ponto.
San Gregorio dice que el lugar donde reposaron sus cuerpos no estaba lejos de Ibora, a unas cinco horas de camino de Zileh. Las Actas afirman que todos los mártires eran capadocios; pero no es fácil explicar por qué unos mártires muertos en Sebaste escogieron a Zela, en el Ponto, como lugar de su sepultura.
Según San Basilio, los cuerpos de los mártires fueron quemados y el que escapó del fuego fue precipitado en el río. Cuenta el mismo Santo Doctor que, al ir a recoger los emisarios del prefecto los cuerpos de los mártires para quemarlos, vieron que vivía todavía el más joven de ellos, de nombre Melitón.
Creyendo que cambiaría de parecer, le dejaron en las riberas del estanque, mientras cargaban con los cadáveres de los otros. Al ver la madre del joven la conducta de aquéllos, se acercó a su hijo y le exhortó a perseverar fiel a su fe hasta morir. El joven así se lo prometió con una ligera señal de su mano moribunda.
Entonces aquella valerosa mujer cargó con sus propias manos el cuerpo de su hijo en el carro en que iban amontonados los cadáveres de los otros, temiendo que su hijo no fuera partícipe de la corona que se reservaba a aquellos mártires en el cielo.
El martirio de los cuarenta soldados de la legión XII Fulminata fue muy celebrado en la antigüedad cristiana por la valentía de los mismos y su constancia en medio de los tormentos. Con su ejemplo demostraban a los jóvenes su desprendimiento al renunciar a una vida larga y a una situación de privilegio por mantener inhiesta la bandera de Cristo.
En su vida supieron hermanar sus deberes religiosos con su condición de soldados, pero cuando el poder humano les exigió que renunciaran a sus creencias cristianas no vacilaron un momento en renunciar a todo lo humano con tal de permanecer fieles a Cristo, derramando su sangre por confesarle. Sus reliquias, según San Gaudencio, eran adquiridas a peso de oro.
Su gran panegirista, San Gregorio de Nisa, proclamaba desde el púlpito el gran poder de intercesión de los santos soldados mártires, diciendo que tenía él tanta confianza en ellos que colocaba sus reliquias junto a los cuerpos de sus padres, para que éstos, al resucitar en el último día, lo hicieran conjuntamente con sus valientes protectores. Su culto se propagó en Constantinopla.
Hacia la mitad del siglo V Santa Melania la Joven hizo depositar sus reliquias en la iglesia del monasterio que ella había edificado en Palestina. En Roma, en el Transtevere, existe una iglesia dedicada a los santos mártires de Sebaste, que sirven los Padres Franciscanos de la provincia de San Gregorio, de Filipinas.
L. ARNALDICH
+ info -
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Tras el saludo a las delegaciones, el presidente presentó su mujer al Papa y los tres entraron en el palacio.
Francisco cojeó bastante entre un desplazamiento y otro, probablemente por sus problemas de ciática. Sin embargo se le vio bien de humor.
Tras una reunión de unos 20 minutos el Papa regaló al presidente este medallón con la figura de Abraham. El tono del encuentro era muy distendido y cálido. El presidente trasladó al Papa todo su afecto también públicamente, durante el discurso.
Allí señaló lo importante que es para Irak superar las diferencias culturales y religiosas. Por eso agradeció a Francisco su visita.
El Papa, por su parte, pronunció un discurso donde señaló tres pasos fundamentales para consolidar la paz en el país.
Por un lado, para hacer de Irak un lugar mejor pidió el apoyo de la comunidad internacional, a la que también recordó que en este momento de pandemia es importante cooperar para que las vacunas lleguen a todos.
“Esta crisis requiere esfuerzos comunes de parte de cada uno para dar tantos pasos necesarios, entre ellos, una justa distribución de las vacunas para todos”. FRANCISCO
En segundo lugar, Francisco pidió eliminar a los ciudadanos de segunda clase. Por eso recordó el sufrimiento de todas las minorías, no solo las cristianas.
"Y aquí, entre los muchos que han sufrido, no puedo no recordar a los yazidíes, víctimas inocentes de la insensata y deshumana barbarie, perseguidos y asesinados a causa de su pertenencia religiosa, y cuya identidad y supervivencia fue puesta en peligro." FRANCISCO
Por último, Francisco expuso su ambicioso proyecto para Irak. Liderar un cambio en Oriente Medio. Demostrar que la convivencia es posible.
"Irak está llamado a demostrar a todos, especialmente en Oriente Medio, que las diferencias, en vez de provocar conflictos, deben cooperar en la armonía de la vida civil." FRANCISCO
Este fue el primer discurso del Papa en Irak. Es el discurso más político, pues lo pronuncia ante autoridades civiles y demás actores sociales del país.
Javier Romero
«No cesamos de ofrecer sacrificios y oraciones a Dios Padre y a su Hijo Jesucristo para darle gracias y suplicarle que, puesto que da la perfección en todo, perfeccione también en ti la gloriosa corona de tu confesión.
Tal vez al destierro no fue sino para mostrarte que tu gloria debe brillar a los ojos de todos, pues es conveniente que la víctima, que debe a sus hermanos ejemplo de virtud y fe, sea sacrificada delante del pueblo».
En otra carta que escribió al Papa Esteban, san Cipriano dice que san Lucio condenó a los herejes novacianos que rehusaban la absolución y la comunión a los pecadores arrepentidos.
Según Eusebio, san Lucio sólo ocupó la cátedra pontifical ocho meses. Durante muchos siglos se lo tuvo como «martirizado en la persecución de Valeriano», pero es positivamente cierto que murió antes de que empezara dicha persecución y es muy poco probable que haya muerto martirizado.
El cronista del año 354 no nombra a san Lucio en la «depositio martyrum», sino en la «depositio episcoporum», en tanto que los restos de la inscripción, descubierta por De Rossi en las catacumbas, no mencionan su martirio.
Se dice que en Bolonia se conservan algunas reliquias de san Lucio. En la catedral de Roeskilde, cerca de Copenhague, se veneró durante largo tiempo la cabeza de este Papa, que era el patrono de la ciudad. Pero muy probablemente, tanto las reliquias de Dinamarca como las de Bolonia, pertenecen a otros dos santos del mismo nombre.
San Lucio fue sepultado en la catacumba de San Calixto; pero sus restos fueron trasladados más tarde a la iglesia de Santa Cecilia, por orden de Clemente VIII, y ahí se conservan todavía.
Historia del papado en la iglesia primitiva - Los papas del Siglo III (del año 200 al 260)
Allí el Papa tendrá su primer encuentro con cristianos en el país, el viernes por la tarde. El lugar no ha sido elegido por casualidad.
ALBERT HISHAM NAOOM
Portavoz, Iglesia Católica Caldea
“El 31 de octubre de 2010, hubo un atentado terrorista en esta catedral siro católica durante la misa del domingo. Fueron asesinados 48 cristianos; entre ellos, dos sacerdotes que fueron asesinados los primeros”.
Esta foto recuerda a esos 48 cristianos, que están en proceso de beatificación y que la Iglesia considera mártires.
ALBERT HISHAM NAOOM
Portavoz, Iglesia Católica Caldea
“Esta catedral contiene todo el sufrimiento de los cristianos de Irak, todo el dolor que hemos afrontado en los últimos años. Por eso, nos da mucha esperanza que el Santo Padre la visite durante su viaje a Irak”.
Con su visita el Papa también reconocerá a las 9 personas de religión islámica que fallecieron en el atentado. Eran sobre todo policías y guardias de seguridad.
JMB
Otros señalan a León como cuna por los libros de rezos leoneses -antifonarios, leccionarios y breviarios del siglo XIII- al interpretar «ex legione» como lugar de su proveniencia, cuando parece ser que la frase latina es mejor referida a la Legión Gemina Pia Felix a la que pertenecieron y que estuvo acampada cerca de la antigua Lancia, hoy León, según se encuentra en el documento histórico denominado "Actas de Tréveris" del siglo VII.
En la parte alta de Calahorra está la iglesia del Salvador -probablemente en testimonio permanente del hecho martirial- por donde antes estuvo un convento franciscano y antes aún la primitiva catedral visigótica que debió construirse, según la costumbre de la época, junto a la residencia real, para defensa ante posibles invasiones y que fue destruida por los musulmanes en la invasión del 923, según consta en el códice primero del archivo catedralicio.
No se conocen las circunstancias del martirio de estos santos; no las refiere Prudencio. ¡Qué pena que el emperador Diocleciano ordenara quemar los códices antiguos y expurgar los escritos de su tiempo! Con ello intentó, por lo que nos refiere Eusebio, que no quedara constancia ni sirviera como propaganda de los mártires y evitar que se extendiera el incendio.
Tampoco hay en el relato nombres que faciliten una aproximación. ¿Fue al comienzo del siglo IV en la persecución de Diocleciano? Parece mejor inclinarse por la mitad del siglo III, en la de Valeriano.
San Emeterio y San Celedonio
Cierto es que Prudencio, nació hacia el 350, deja escrita en su verso la historia antes del 401, cuando se marcha a Italia, hablando de ella como de suceso muy remoto y no debe referirse con esto al tiempo de Daciano (a. 304) porque esta época ya fue conocida por los padres del poeta.
Es bueno además no perder de vista que el narrador antiguo no es tan exacto en la datación de los hechos como la actual crítica, siendo frecuente toparse con anacronismos poco respetuosos con la historia.
El caso es que Emeterio y Celedonio -hermanos de sangre según algunos relatores- que fueron honrados con la condecoración romana de origen galo llamada torques por los méritos al valor, al arrojo guerrero y disciplina marcial, ahora se ven en la disyuntiva de elegir entre la apostasía de la fe o el abandono de la profesión militar.
Así son de cambiantes los galardones de los hombres. Por su disposición sincera a dar la vida por Jesucristo, primero sufren prisiónlarga hasta el punto de crecerles el cabello.
En la soledad y retiro obligados bien pudieron ayudarse entre ellos, glosando la frase del Evangelio, que era el momento de «dar a Dios lo que es de Dios» después de haberle ya dado al César lo que le pertenecía. Su reciedumbre castrense les ha preparado para resistir los razonamientos, promesas fáciles, amenazas y tormentos. En el arenal del río Cidacos se fija el lugar y momento del ajusticiamiento.
Muy pronto el pueblo calagurritano comenzó a dar culto a los mártires. Sus restos se llevaron a la catedral del Salvador; con el tiempo, las iglesias de Vizcaya y Guipúzcoa con otras hispanas y medio día de Francia dispusieron de preciosas reliquias. Junto al arenal que recogió la sangre vertida se levanta la catedral que guarda sus cuerpos.
Hoy Emeterio y Celedonio, los santos cantados por su paisano Prudencio, y recordados por sus compatriotas Isidoro y Eulogio son los patronos de Calahorra que los tiene por hermanos o de sangre o -lo que es mayor vínculo- de patria, de ideal, de profesión, de fe, de martirio y de gloria.
https://www.primeroscristianos.com/primeros-martires-iglesia-hispania/
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"Hizo salir a Jesús, y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Lithostrotos, en hebreo Gábata."
El nombre "Gábata" es sin duda un término arameo, ya que "hebreo" en San Juan, como en otros autores neotestamentarios, se refiere a la lengua aramea, que era la comúnmente hablada entonces en Judea.
Iglesia de la Condenación o del Litostrotos
No se trata de una simple traducción de "Lithostrotos", que más propiamente designa el pavimento enlozado o de mosaico que se encontraba en el tribunal, sino que se extendía también al frente del pretorio de Pilato, donde tal pavimento había sido puesto.
Esto se demuestra por la costumbre de Juan, que en otras partes da nombres arameos a sitios específicos, que no son meras traducciones del griego.
Esto también se comprueba por el hecho de que "Gábata" se deriva de una raíz (גב que significa "espalda" o "elevación"), que se refiere no al tipo de pavimento, sino a la "elevación" del sitio en cuestión.
Parece pues que los dos nombres "Lithostrotos" y "Gábbata" se debían a diferentes características del lugar donde Pilato condenó a muerte a Nuestro Señor.
El nombre arameo se derivó de la configuración del sitio, el griego de la naturaleza del pavimento.
Algunos comentaristas han hecho esfuerzos por identificar "Gábata" ya sea con la parte exterior de la corte del Templo, que se sabe estaba pavimentada, o con el lugar de reunión del Gran Sanedrín, que estaba mitad dentro y mitad fuera de aquella corte externa del Templo; pero estos esfuerzos no pueden considerarse exitosos.
Lo único que puede concluirse con certeza de las palabras de San Juan (19, 13) es que "Gábata" denota el lugar usual de Jerusalén, donde Pilato tenía su tribunal, donde hizo que Jesús fuera traído, donde habría realizado su audiencia, y en presencia de la multitud judía, su formal y final sentencia de condenación.
En el pavimento del Litóstrotos se conservan algunas piedras estriadas. También se puede ver un antiguo juego romano inscrito en el pavimento de la Iglesia de la Condena, con el que los soldados se entretenían.
La imposición de la cruz sobre los hombros de Jesús se recuerda en los muros exteriores de la iglesia del Litóstrotos que es donde comienza la segunda estación del Via Crucis.
La tradición cristiana recuerda en este lugar dos momentos de la Pasión del Señor: la flagelación y la condena a muerte.
Los dos santuarios se encuentran junto al convento franciscano, sede del Estudio Bíblico Franciscano.
El Litóstrotos y la casa o pretorio de Pilato donde el Señor fue juzgado se encontraba abandonada en el s.IV, según testimonio del Peregrino anónimo de Burdeos y Cirilo de Jerusalén.
En el siglo V se construyó una iglesia que encontramos más tarde con el título de Sta. Sofía (Sabiduría en griego) porque “el primero de los amigos de la Sabiduría escuchó allí la propia condenación” (Sofronio de Jerusalén, S.VII).
A continuación no se supo más de ella y el recuerdo del Litóstrotos se fijó en primer lugar en el Monte Sión y, en el siglo XII, junto a la torre Antonia, la fortaleza que en tiempo de Cristo dominaba la explanada del templo en su parte norte.
El santuario del Litóstros o de la Condenación fue contruido en el año 1904 por Fr. Wendelin Hinterkreuser sobre las ruinas de una iglesia medieval descubierta algunos años antes. No se conoce el título de la antigua iglesia.
La nueva recibió el nombre de Litóstrotos como consecuencia de las grandes losas estriadas que se proplongan también en el contiguo santuario del Ecce Homo, considerado también como parte del Litóstrotos en el cual Pilato tenía su sede cuando juzgó a Jesús y desde donde salió camino del Calvario.
La segunda estación del Via Crucis se indica en el muro exterior de la iglesia del Litóstrotos. La primera, en el patio de una escuela musulmana, “El Omaríeh” delante del convento franciscano.
Desde el año 1923 en el convento de la Flagelación tiene su sede el Studium Biblicum Franciscanum, Facultad de Ciencias Bíblica y de Arqueología Bíblico-Cristiana.
Entró, pues, Pilato nuevamente en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le respondió: “¿Eso lo dices tú por tu cuenta o te lo han dicho otros de mi?” Pilato respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente, los pontífices, te han entregado a mi “¿Qué es lo que hiciste?” Respondió Jesús: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no fuera yo entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”. Entonces le dijo Pilato: “¿Conque tú eres rey? Respondió Jesús: “Pues sí, yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.” [...] Pero es costumbre que en la Pascua os conceda la libertad de un preso ¿Queréis, pues, que os suelte al rey de los judíos?” Ellos gritaron nuevamente: “A éste, no, sino a Barrabás”.
Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran. Luego los soldados le pusieron en la cabeza una corona que habían entretejido de espinas y lo vistieron con un manto de púrpura; y acercándose a él le decían: “¡Salve rey de los judíos!” Y le daban bofetadas.
Pilato salió de nuevo fuera y dice a los judíos: “Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro en él ningún delito.” Salió, pues, Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura y les dice Pilato: “¡Aquí tenéis al hombre!“ Cuando le vieron los pontífices y los guardias comenzaron a gritar: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!(Juan 18, 28 - 19,17)
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Sobre san Pablo e Hispania tenemos un dato muy explícito del propio Apóstol: su propósito de venir a España para predicar el Evangelio, cuando escribe en la carta a los Romanos:
«Desde Jerusalén y por todas partes hasta el Ilírico he completado el anuncio del Evangelio de Cristo; teniendo cuidado, sin embargo, de predicar el Evangelio donde aún no era conocido el nombre de Cristo, para no construir sobre cimientos puestos por otro, sino conforme está escrito: ‘Los que no tenían noticia de él lo verán; y los que nunca oyeron lo comprenderán’.
Por esto mismo muchas veces me ha sido imposible ir a visitaros. Ahora, como no tengo ya campo de acción en estas regiones y desde hace muchos años siento un gran deseo de ir donde vosotros, cuando me dirija a Hispania espero veros al pasar y –tras haber disfrutado algún tiempo de vuestra compañía– que me ayudéis a ponerme en camino»[1].
San Pablo, según Spicq[2] debió tener presente las palabras del salmo 18: «A toda la tierra alcanzó su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje». Sabía igualmente que los «límites» occidentales del orbe eran las tierras hispánicas. También se ha señalado la influencia de Is 66, 19 en la decisión paulina del viaje a Hispania[3], aunque, como hemos podido observar, san Pablo cita expresamente Is 52, 15, un texto que subyace en su impulso misionero de viajar a Hispania[4].
La carta a los Romanos fue escrita, según la opinión común de los biblistas en los años 57-58. La preparación del viaje, como ha señalado A. Puig[5] se orienta hacia dos objetivos: primero, garantizar que las iglesias domésticas de Roma cooperen activamente en la misión paulina con una ayuda moral y material, y en segundo lugar, tener preparado un equipo de misioneros que acompañen a Pablo en dicho viaje. Parece que en relación con el primer punto Pablo ha obtenido la aceptación de Febe, la diaconisa de Céncreas[6], que es enviada a Roma con esa finalidad.
Con respecto al segundo punto, cabe la posibilidad de pensar que el Apóstol hubiera conseguido formar un equipo de misioneros colaboradores suyos provenientes de Asia Menor y de Grecia. Según la información que nos suministra Hch 20, 3 Pablo pasa tres meses en Corinto donde escribe la carta a los Romanos, después según Hch 20, 4, acompañado de un notable equipo de colaboradores, se pone en marcha hacia Siria y Jerusalén con el fin de entregarlas la colecta que había reunido.
Mural románico del s.XIII en la iglesia de San Fructuoso de Huesca (España).
Cuando Pablo llega a Jerusalén es detenido y enviado a Cesarea, permaneciendo en esta situación durante dos años (57-59 ó 59-60). Este hecho trastocó los planes iniciales de su viaje a Hispania.
Como sabemos por san Lucas[7], Pablo es trasladado a Roma, en calidad de prisionero, aunque «le fue permitido vivir por cuenta propia con un soldado que le custodiara»[8].
La estancia de san Pablo en Roma debió de abarcar los años 60-62 ó 63[9]. De ahí parece deducirse, aunque no en términos absolutos, que después de esos dos años quedó libre.
Las condiciones de amplia libertad de acción con que se nos describe su cautiverio de Roma, como afirma Sotomayor[10], favorecen también la hipótesis de un final feliz.
En consecuencia, no resultaría aventurado pensar que san Pablo al quedar libre en Roma el año 62 ó 63 pudo venir a España, como había sido su propósito cuatro años antes.
Una confirmación de haber realizado ese viaje apostólico se puede encontrar en la carta a los Corintios de san Clemente Romano, que escribe a finales del siglo I y fue el tercer sucesor de san Pedro (92-101) en la sede romana. Tiene el inestimable valor de mostrarnos el sentir reciente de la comunidad cristiana de Roma sobre la última etapa de la vida del Apóstol.
«A causa de la envidia y la rivalidad, Pablo mostró el galardón de la paciencia, al arrastrar siete veces cadenas, al ser desterrado y apedreado. Siendo heraldo en Oriente y Occidente alcanzó la ilustre gloria de su fe. Después de haber enseñado la justicia a todo el mundo, de haber ido hasta los confines de Occidente y de dar testimonio ante las autoridades, se fue así del mundo y marchó al lugar santo, convirtiéndose en el mayor ejemplo de paciencia»[11].
Una exégesis del texto realizada por el Dr. Puig[12] revela las noticias fundamentales del último periodo de su vida. Como es obvio lo que más nos interesa de su hermenéutica es la constatación su viaje «hasta los confines de Occidente» (epi to têrma tês dysêos), es decir, Hispania[13], en el contexto de un Pablo que se presenta como un «heraldo en Oriente y Occidente»[14] y como «predicador de la justicia a todo el mundo»[15].
Llama también la atención sobre la frase «al ser deterrado»[16] de Pablo, porque encaja plenamente con la ley romana, que permitía aplicar a un ciudadano romano, como Pablo, una sentencia alternativa de exilio (deportatio). Así pues, todo hace pensar que el juez imperial decidió que Pablo fuera exiliado «hasta los confines de Occidente».
Otra confirmación del viaje paulino a Hispania nos la proporciona el llamado Fragmentum Muratorianum, de finales del siglo II o principios del III[17]: «Lucas resume al óptimo Teófilo los hechos de todos los Apóstoles, porque todo sucedía en su presencia, como lo demuestra evidentemente la omisión de la pasión de Pedro y del viaje de Pablo desde la Urbe a Hispania».
El Fragmento de Muratori confirma que, a finales del siglo II, existía en la comunidad cristiana de Roma una tradición consolidada sobre el viaje de san Pablo a Hispania. Es cierto que la distancia temporal de un siglo o más, en relación con los hechos puede relativizar el valor histórico de la noticia. Pero si tenemos en cuenta el texto de la Carta a los Corintios de Clemente de Roma, el testimonio que no se puede fácilmente confundir con una fabulación[18].
Se trata, pues de dos testimonios que constituyen los más sólidos indicios para suponer que Pablo llegó efectivamente a Hispania.
A mayor abundamiento suelen incluir los autores modernos testimonios confirmatorios de Padres de la Iglesia, a partir del siglo IV: san Atanasio e su carta a Draconcio[19], san Epifanio de Salamina[20], san Cirilo de Jerusalén[21], san Juan Crisóstomo[22] y Teodoreto de Ciro[23]. También algunos[24] recurren a la literatura apócrifa como confirmadora del viaje paulino.
Quedaría incompleta esta exposición si no añadiéramos algunas reflexiones a la hipótesis de considerar a Tarragona como el punto de llegada, más apropiado, del viaje misionero de san Pablo. Tarraco tenía la ventaja añadida de poseer un puerto de mar que estaba situado a cuatro días de navegación costera desde Ostia Tiberina, como ya señalara Plinio, el Viejo[25].
Si además, tenemos presente que el Apóstol fue un misionero urbano, nacido en Tarso (capital de la provincia romana de Cilicia), y que consideraba las áreas urbanas como el ámbito natural de la misión cristiana[26], Tarraco reunía unas condiciones optimas para su actuación apostólica, tenía en aquella época una población de unos cuarenta mil habitantes, un buena situación económica (con un comercio preferentemente marítimo), y política por ser el centro de la administración romana en la Península Ibérica y estaba bien predispuesta de cara a Roma por su culto a Augusto[27].
Estatua de San Pablo en la ciudad del Vaticano
Una última cuestión está relacionada con las condiciones de vida que podría desarrollar en Tarragona, como exiliado sus movimientos quedan limitados al «lugar donde había de vivir». Su gran proyecto inicial se había quedado reducido a un sombra de lo que podía haber sido, de tal manera que cuando inicia su viaje a Hispania dispone de una compañía muy reducida, además de la dificultad de la lengua, el latín que era el idioma vehicular de Tarraco[28].
Tal vez todas estas dificultades pudieran explicar la ausencia de su mínimo influjo en la fundación de iglesias en nuestra Península, como ya hiciera notar el Prof. M. C. Díaz y Díaz[29].
Domingo Ramos-Lisson
[1] Rm 15, 19-24.
[2] C. Spicq, «San Pablo vino a España», en Cultura Bíblica 23 (1966) pp. 132-137.?
[3] Cf. A. A. Das, «Paul of Tarshish: Isaiah 66.19 and the Spanish Mission of Romans 15.24,28», en NTS 54 (2008) pp. 60-63.? El texto de Isaías es muy relevante: «Pondré en ellos una señal y enviaré los supervivientes de ellos a las naciones, a Tarsis, Put, Lud, Mésec, Ros, Tubal y Yaván, a las islas remotas, que no oyeron hablar de Mí ni vieron mi gloria». La mención expresa de Tarsis, que referenciaba a Hispania en el mundo veterotestamentario, resulta muy significativa.
[4] Cf. R. Riesner, «Romans 15 and Paul’s Project of Journey to Spain (Hispania)», en J. M. Gavaldà Ribot-A. Muñoz Melgar-A. Puig i Tàrrech, «Pau, Fructuós i el Cristianime», p. 102.
[5] A. Puig i Tàrrech, «Les probabilitats d’una missió de Pau a Tarragona», en J. M. Gavaldà Ribot-A. Muñoz Melgar-A. Puig y Tàrrech, «Pau,Fructuós i el Criistianisme», pp. 135-139.
[6] Cf. Rm 16, 1-2.
[7] Hch 21-28.
[8] Hch 28, 16.
[9] Sobre la cronología de san Pablo se puede consultar a A. Suhl, «Paulinische Chronologie im Streit der Meinungen», en W. Haase (ed.), Aufstieg und Niedergang der römischen Welt. II: Principat, 26, 2, Berlin- New York 1995, pp. 939-1188.
[10] M. Sotomayor, «La Iglesia en la España», p. 161.
[11] Clemente Romano, Ad Cor., V, 5-7.
[12] A. Puig i Tàrrech, «Les probabilitats d’una missio», p. 140.
[13] Esta es también la interpretación que ofrece J. J. Ayán Calvo, editor de la carta clementina: Clemente de Roma, Carta a los Corintios, Colección Fuentes Patrísticas, n º4, Madrid 1994, p. 77, nota 28.
[14] Clemente de Roma, Ad Cor., V, 6.
[15] Id. Ad Cor., V, 7.
[16] Id. Ad Cor., V, 6.
[17] Algún autor retrasa hasta el siglo IV su redacción: A. C. Sundberg, «“Canon Muratori”: a fourth-century List», en The Harvard Theological Revue 66 (1973) pp. 1-41. Una visión más completa sobre la cronología del Canon Muratori se encuentra en J. Verheideyden, «The Canon Muratori. A matter of dispute», en J. M. Auwers- H. J. De Jonge (eds.), The Biblical Canons, Leuven 2003, pp. 492-493.
[18] A. Borrell Viader, «Les tradicions sobre el viatge de Pau a Hispania en la primera carta de Climent i en el canon de Muratori», en J. M. Gavaldà Ribot-A. Muñoz Melgar-A. Puig i Tàrrech, Pau, Fructuós i el Cristianisme, p. 165.
[19] Ep. ad Dracon., 4.
[20] Panar., I, II, haer. 27.
[21] Catech., XVII, 26.
[22] Com. Hebr., praef.
[23] Com. Flp., I, 25-26.
[24] Ver C. Godoy Fernández, «Les tradicions del viatge de Sant Pau a Hispània en la literatura apócrifa», en J. Gavaldà Ribot-A. Muñoz Melgar-A. Puig i Tàrrech, Pau, Fructuós i el Cristianisme, pp. 167-180.
[25] Plinio, Hist. Nat., I, 19. Como es natural la ruta por vía terrestre era más larga, a través de la vía Claudia Augusta.
[26] Cf. W. A. Meeks, The Firts Urban Christians: The Social Wordl of the Apostle Paul, New Haven 1983, p. 21. Las comunidades paulinas florecían en las capitales de las grandes provincias orientales (Tesalónica, Corinto o Éfeso) o en ciudades más pequeñas (Filipos, Tróade, Antioquía de Pisidia, Icono, Listra).
[27] Tarraco había erigido un altar a Augusto, en vida del emperador (cf. Quintiliano, Inst., VI, 3, 77) y un grandioso templo e la época de Tiberio a «deo Augusto» ( R. Étienne, le culte impérial dans la Péninsule Ibérique d’Auguste à Dioclétien, Paris 1958, pp. 368. 417-418).
[28] Cf. A. Puig i Tàrrech, Les probabilitats d’una missio, en J. Gavaldà Ribot-A. Muñoz Melgar-A. Puig i Tàrrech, Pau, Fructuós i el Crisitianime, pp. 151-155.
[29] M. C. Díaz y Díaz, En torno a los orígenes del cristianimo hispánico, p. 430: «curiosamente, ninguna iglesia local ha conservado la menor huella de esta actividad paulina ni el recuerdo de esta evangelización, ni ha reclamado jamás este noble origen, al contrario de lo que ha sucedido con tantas otras del ámbito griego…Si en realidad vino Pablo a España, se produjo una discontinuidad entre su predicación y la vida eclesiástica posterior; sus fundaciones, si las llegó haber, no pervivieron; ninguna iglesia podría con derecho llamarse paulina , porque sus orígenes no presentan continuidad con las comunidades posteriores».
Hace ya algunos años, leyendo el libro del Cardenal Nguyen van Thuan, Testigos de esperanza, donde recogía las predicaciones de un retiro espiritual dado al Papa Juan Pablo II y a los componentes de la Curia Romana, me impresionaron sus palabras sobre la Iglesia de Vietnam:
“La fidelidad de la iglesia vietnamita –decía– se explica por la sangre de sus mártires (150.000 en 350 años)… Los mártires nos han enseñado a decir que sí: un sí sin condiciones, sin límites al amor del Señor. Pero los mártires nos han enseñado también a decir que no a las lisonjas, a las componendas, a la injusticia, quizá con el fin de salvar la vida o de gozar de un poco de tranquilidad. Es una herencia. Y una herencia se ha de aceptar siempre” (p. 201).
Es decir, el Cardenal vietnamita entendía el testimonio de los mártires, como una lección práctica que debíamos aprender en aquellos momentos.
En la actualidad esta temática nos resulta, si cabe, más acuciante. Leía hace poco en un periódico digital unas declaraciones de Máximo Introvigne, presidente de la OSCE, y experto en intolerancia y sectarismo.
Afirmaba el Prof. Introvigne que el número de mártires cristianos durante el año 2011 había ascendido a 150.000 en todo el mundo. Y esto sin contar los ataques e incendios de iglesias y lugares de culto.
Detalle del retablo del martirio de San Emeterio y San Celedonio, en la catedral de Calahorra
Estos datos nos muestran un crecimiento considerable de la intolerancia anticristiana. Y simultáneamente, a sensu contrario, nos presentan unos testimonios impresionantes de fe que resaltan la vitalidad expansiva de la Iglesia.
Presentamos algunos de los hitos más señalados del martirologio hispánico en los primeros siglos. Seguiremos un orden cronológico, a partir de los orígenes del cristianismo en la Península Ibérica. Nuestro análisis discurrirá a través de la documentación que nos ofrecen las fuentes históricas relacionadas con el martirio. Es decir, las Actas martiriales, las Pasiones y otras fuentes hagiográficas, no sólo literarias, sino también arqueológicas, iconográficas, etc.
Fijaremos nuestra atención en tres relatos de martirios, que nos han parecido más significativos: el de san Fructuoso de Tarragona y sus diáconos Augurio y Eulogio, y el de san Vicente de Zaragoza.
Las Actas de san Fructuoso son las primeras que han llegado hasta nosotros de martirios en territorio hispano. Este acontecimiento tuvo lugar durante la persecución de Valeriano (257-258). Este emperador promulgó en 257 un primer edicto persecutorio, dirigido contra los obispos y presbíteros conminándoles a que aceptasen dar culto a los dioses, y si se negaban incurrirían en la pena de destierro. Este edicto prohibía también las reuniones y clausuraba los cementerios cristianos.
Un segundo edicto del 258 elevó considerablemente la gravedad de las sanciones. Según nos cuenta san Cipriano de Cartago, Valeriano había ordenado que los obispos, presbíteros y diáconos fueran ejecutados por el mero hecho de serlo.
Los cristianos que fueran senadores, altos cargos o equites (caballeros) romanos quedaban privados de su dignidad y desposeídos de sus bienes, y si después de esto persistían en seguir confesándose cristianos, serían condenados a la pena capital; las matronas cristianas serían desposeídas de sus bienes y exiliadas; y por último, todos los cesarianos (funcionarios imperiales) que se declararan cristianos, se les confiscarían sus bienes y serían arrestados.
Como consecuencia de este segundo edicto morirían mártires san Cipriano en Cartago y san Fructuoso y sus diáconos en Tarragona. Las actas de su martirio se han conservado bien y se han estudiado profusamente por los historiadores y hagiógrafos. Conviene hacer notar, que no se trata de unas actas proconsulares, es decir, no son una copia oficial del proceso.
Pero son unas actas auténticas, escritas por un testigo ocular, que conoce perfectamente los hechos y da testimonio de ellos. No son tampoco unas actas que se podrían encuadrar en el género de las leyendas hagiográficas, que son escritos novelados muy posteriores a los hechos que se narran. Posiblemente su redactor pudo tener a la vista las actas proconsulares de este proceso.
Parece que el autor de las actas era un militar, según el conocimiento que demuestra de algunos términos militares y la seguridad con que cita los nombres de todos los soldados que fueron a detener a los mártires. S. Agustín citó estas actas en un sermón predicado en la fiesta de estos mártires (Sermo, 273).
El poeta Aurelio Prudencio las tuvo presentes en su himno VI del Peristefanon (CCL 126, pp. 314-320). Hippolyte Delehaye, que fue un bolandista (Jan de Bolland, siglo XVII, agrupación de jesuitas en Bruselas) de máximo nivel del siglo pasado, sostenía en 1921 que estas Actas son «una pieza única en la hagiografía histórica».
En 1935 aparecía un importante estudio de Franchi de Cavalieri, acompañado por una esmerada edición crítica de dichas Actas, en la que señalaba interpolaciones e incongruencias especialmente en los capítulos finales.
Las conclusiones de Franchi de Cavalieri fueron recogidas por Ángel Fábrega en su edición del Pasionario hispánico de 1953, que cuenta además, con la recensión de la Passio contenida en un códice del monasterio de S. Pedro de Cardeña, que está ahora en el British Museum. Fábrega insistirá en la autenticidad e historicidad de las Actas. Musurillo en 1972 recoge en una edición crítica la ya publicada de Franchi de Cavalieri con alguna ligera modificación.
Nosotros hemos utilizado la edición de Fábrega Grau del Pasionario hispánico. Esta edición será la que se emplearía también en el Congreso Internacional “Pau i Fructuós. El Cristianisme primitiu a Tarragona”, celebrado en Tarragona, los días 19-21 de junio del 2008, con ocasión de los 1750 años del martirio de estos primeros mártires tarraconenses.
Si pasamos al examen del texto en un resumen esquemático, descubriremos la secuencia siguiente de los hechos:
1º El autor de las Actas nos da con precisión los datos cronológicos: El arresto sucedió un domingo 16 de enero, siendo emperadores Valeriano y Galerio, y cónsules Emiliano y Baso. Es decir, el año 259.
2º Son detenidos Fructuoso y sus dos diáconos Augurio y Eulogio. Llevados a la presencia del praes (presidente o gobernador de la provincia tarraconense) Emiliano, quien, después de un brevísimo interrogatorio, los condena a la hoguera.
3º Mientras los mártires son conducidos al anfiteatro la multitud de cristianos y paganos conmovidos le acompañan, y le ofrecen a Fructuoso una copa de vino aromatizado, que él rechaza para no interrumpir el ayuno del viernes.
4º Al entrar en el anfiteatro Fructuoso reconforta a los cristianos con palabras de aliento, manifestando su alegría de salir al encuentro de la corona del martirio.
5º Tras ser quemados vivos, los fieles apagaron con vino los cuerpos semicalcinados y recogieron sus restos. Las reliquias fueron después reunidas por una revelación sobrenatural del propio san Fructuoso.
6º El relato martirial se complementa exponiendo algunos hechos extraordinarios: dos cristianos, Babilas y Migdonio, siervos de la casa del gobernador Emiliano le muestran a su hija una visión, en la que ella contempla cómo los mártires ascienden al Cielo.
7º Por último, Fructuoso revestido de los ornamentos solemnes se aparece al gobernador Emiliano, reprochándole su conducta.
Los mártires tarraconenses son un ejemplo de la auténtica actitud cristiana ante la persecución. De la lectura de las Actas de S. Fructuoso, podemos destacar algunos rasgos característicos de Fructuoso como hombre de fe clarividente.
No pierde la paz ni la serenidad ante los que vienen a llevarle a una muerte segura. En la cárcel continúa ejerciendo su ministerio: bautiza y preside la celebración litúrgica. Responde al juez con humilde nitidez. Recurre en todo momento a la oración.
San Fructuoso es consciente de la universalidad de la Iglesia. Lo muestra su célebre frase, comentada luego por san Agustín, cuando Félix –un soldado cristiano que se le acerca– le pide que se acuerde de él en sus oraciones, y el mártir le responde: «Tengo que acordarme de la Iglesia católica, extendida desde Oriente a Occidente».
En la narración se aprecia también el impacto emocional que se produce entre las gentes que asisten al espectáculo. Así lo atestigua el siguiente párrafo de las Actas: «Cuando llevaban al anfiteatro al obispo Fructuoso y a sus diáconos, empezó el pueblo a condolerse con él, porque se había hecho querer no sólo de los hermanos, sino también de los paganos».
Gracias a esta cita de las Actas se nos descubre que la comunidad cristiana de Tarragona vivía en paz y buenas relaciones con sus conciudadanos no cristianos. No se ve el más mínimo indicio de esa animadversión de los paganos, que en otras ciudades llegó a violentas expresiones de odio.
También cabe señalar, en contraste con otras Actas de mártires, la actitud serena de las autoridades, bien lejana del sadismo que se les atribuye en la literatura legendaria hagiográfica.
El trato de los soldados, cuando van a detener a Fructuoso, es deferente. Tampoco les impiden recibir en la cárcel a toda clase de gentes que se les acercan a manifestarle su afecto y consuelo. Se les permite celebrar en la prisión la statio el miércoles –la “statio” o “día de guardia” pasa del lenguaje militar al latín cristiano para designar un día especial en el que el cristiano practicaba un semiayuno y asistía a un servicio litúrgico eucarístico o simplemente oracional– en esa época además del miércoles celebraban también el viernes como día de estación.
Estas Actas son el testimonio más antiguo de la veneración de las reliquias de los mártires en la Península. En 1924 se descubrió en Tarragona una gran necrópolis romana, que ya existía en el siglo III, y que debió de perdurar hasta el VI o VII. Se trata de un conjunto arqueológico fundamental para la historia de la ciudad y para la arqueología cristina –según las palabras del arqueólogo López Vilar–. En opinión de Serra Vilaró, el número de sepulturas podría ascender a 3.000, en una superficie de unos 8.000 m2.
En esta necrópolis han aparecido inscripciones cristianas y numerosos sepulcros que parecen haber sido colocados en las cercanías de una venerada memoria de los mártires, convertida más tarde (siglos IV y V) en basílica, donde aparecieron algunos restos de los materiales excavados. Entre los fragmentos de inscripciones hay una del siglo V, de especial interés por el hecho de conservarse en él parte del nombre de Fructuoso y la primera letra de Augurio.
Según Josep Vives, este fragmento perteneció a la mesa del altar o a la memoria de la necrópolis de Tarragona. A principios del siglo V, Prudencio en su himno VI del Peristéfanon, alude a un mármol con una cavidad en la que se guardan las cenizas de los mártires tarraconenses.
En el año 1953 se descubrió otra basílica, construida en el siglo VI, en la arena del anfiteatro de Tarragona, escenario del martirio de los santos Fructuoso y compañeros (P. DE PALOL, Arqueología cristiana de la España romana, Madrid-Valladolid 1967, pp. 59-62). El año 1990 se publicaron los resultados de las excavaciones realizadas en la basílica del anfiteatro tarraconense.
Algunos estudiosos identifican con dicha iglesia del anfiteatro la dedicada a san Fructuoso. La mención de una iglesia con este título aparece en el Codex Veronensis, que contiene un libro litúrgico de la Iglesia visigoda, de comienzos del siglo VIII. Pero que sea la del anfiteatro, no es más que una hipótesis.
Desde el punto de vista litúrgico, todos los calendarios mozárabes colocan la memoria de estos mártires el 21 de enero. Esta misma fecha será acogida por el Martirologio Jeronimiano, el Martirologio de Usuardo, y finalmente por Baronio en el Martirologio Romano.
En cuanto a la iconografía. En España podemos recordar en la misma Tarragona, una representación marmórea de los tres mártires que figura sobre la tumba del arzobispo Juan de Aragón, que se conserva en la capilla mayor de la Catedral (s. XIV). En Huesca también hay un fresco que actualmente se encuentra en el Museo Episcopal de Huesca.
A partir de la época visigoda las reliquias de los mártires tarraconenses se reparten por distintas iglesias. Así por ejemplo, se ha encontrado en la ermita de los Santos de Medina-Sidonia una inscripción visigótica del año 630, donde se dice que allí están recogidas reliquias de S. Esteban, Julián, Justo, Pastor, Fructuoso, Augurio, Eulogio, Acisclo, etc.
Según nos declara Caterina Colafranceschi el centro de la iconografía de Fructuoso está en el Priorato de Saint Pierre de Moissac en el Languedoc, donde su culto fue particularmente intenso. Un complejo de bajorrelieves del siglo XII nos muestran algunos episodios de la vida del santo: En el primero, aparece Fructuoso, vestido con ornamentos solemnes episcopales y acompañado por sus diáconos Augurio y Eulogio que le presentan los libros sagrados.
En el segundo bajorrelieve se representa el proceso de los tres mártires en presencia del procónsul Emiliano que los condena a ser quemados vivos. En el último, aparecen Fructuoso y sus compañeros mártires con los brazos levantados en medio de las llamas, mientras una mano pone una cruz en el cielo y dos ángeles acompañan sus almas al cielo. Según Colafranceschi la semejanza de esta “pasión” con la de los tres jóvenes parece que ha influido en los artistas que realizaron estas figuras en Moissac.
Otro testimonio en Francia del culto a san Fructuoso se halla en la iglesia de Capestang en Hérault. En Italia, según una leyenda, en el año 260 dos discípulos de Fructuoso huyeron de Tarragona, y se establecieron en una localidad casi inaccesible de la costa ligur, y construyeron allí una pequeña iglesia.
En el siglo X llegaron a esta región los benedictinos que erigieron un monasterio bajo la advocación de san Fructuoso en Capodimonte, nombre que se extendió a la zona circundante. El monasterio tuvo en el siglo XII su mayor momento de esplendor, pero debido a las incursiones sarracenas y a otras causas decayó y en el 1550 fue transmitido a la familia Doria de Génova y no quedó en la iglesia ningún documento iconográfico de importancia.
El emperador romano Diocleciano (284-305), de origen dálmata, nacido en Split (en la actual Croacia), se encontró con graves problemas en la administración del poder imperial. Para resolverlos ideó un nuevo sistema de gobierno, que conoce con el nombre de tetrarquía.
El 293 quedó constituida la primera tetrarquía: Diocleciano, augusto, residente en Nicomedia, ocupaba la cumbre de la jerarquía; con su césar Galerio, que residía en Sirmio, se ocupaba directamente del gobierno de la parte oriental del Imperio. El otro augusto, Maximiano, establecía su capital en Milán, y su césar Constancio en Tréveris; ambos gobernaban Occidente.
Durante los primeros dieciocho años de su reinado, Diocleciano no sólo no persiguió a los cristianos, sino que adoptó una clara política de tolerancia. En año 300 se produce un cambio, Diocleciano publica un edicto que ordenaba a los soldados a sacrificar a los dioses romanos o abandonar el ejército.
A partir del 303 promulga un edicto en el que manda la destrucción o confiscación de todos los edificios de culto, libros sagrados y la prohibición de celebraciones cultuales, así como la privación de cargos, dignidades y títulos a los cristianos.
Un segundo edicto del 303 va dirigido contra la jerarquía: obispos, presbíteros, diáconos y demás componentes del clero, que debían ser encarcelados. Un tercer edicto, complemento del anterior, exigía a los componentes del clero sacrificar a los dioses y si no lo hacían serían torturados y ejecutados. Finalmente un cuarto edicto de 304 prescribía para todos sin excepción el sacrifico a los dioses romanos y el culto al emperador, bajo pena de torturas y de muerte.
Esta persecución contra los cristianos sería la más terrible y cruel del Imperio Romano. Sólo en las regiones de Occidente, dependientes de Constancio Cloro, entre las que se encontraba la Península Ibérica, la persecución quedó muy mitigada por la benevolencia de este césar.
Sin embargo, entre los mártires de los que nos ha llegado noticia, podemos citar a san Marcelo, centurión de la legión VII Gémina, las santas Justa y Rufina, vendedoras de cerámica, los 18 mártires de Zaragoza, cantados por Aurelio Prudencio en su Peristéfanon, san Vicente de Zaragoza, diácono, santos Emeterio y Celedonio de Calahorra, san Félix de Gerona, san Cucufate de Barcelona, san Acisclo de Córdoba, los niños Justo y Pastor de Alcalá de Henares, san Eulalia de Mérida o de Barcelona, etc.
Nos fijaremos en la figura de san Vicente, especialmente significativa y celebrada en los martirologios de la época.
El más ilustre de los mártires hispánicos de la época romana es, sin duda, san Vicente. Su martirio, por los horribles suplicios que tuvo que sufrir, se hizo pronto muy célebre en todo el mundo cristiano. San Agustín predicó sobre él en varias ocasiones con motivo del aniversario de su martirio.
Aurelio Prudencio le dedicará en himno V del Peristéfanon, con abundantes pormenores de su proceso martirial. Prudencio cuando canta las glorias de Zaragoza, incluye al mártir Vicente, diciendo: “Nuestro es [Vicente], aunque sufriese el martirio lejos, en ciudad desconocida y diese la gloria de su sepulcro por casualidad a la gran Sagunto, junto a la costa” (Himno, IV).
Oriundo de Huesca, –aunque Prudencio diga que había nacido en Zaragoza–, de familia consular, es muy cierto que se educó en esa ciudad, donde fue arcediano del obispo Valerio, que le había encargado el ministerio de la predicación, por tener el obispo dificultades de expresión. Al estallar la persecución Vicente fue encarcelado, junto con el obispo Valerio, por el gobernador Daciano. Juntos fueron llevados a Valencia, donde sufrieron una serie de indecibles torturas.
En un momento del proceso, el gobernador manda que retiren al obispo Valerio y decide seguir torturando a Vicente. Se le somete al potro, al lecho incandescente, y a garfios de hierro que desgarran su cuerpo. Daciano manda encerrar a Vicente en una cárcel profunda y obscura. Allí recibe el mártir la visita luminosa de los ángeles, que convierten las asperezas del suelo en un lecho blando.
San Vicente une su voz a la melodía angélica. Termina su martirio entregando su alma al Señor. Su cuerpo, expuesto a los perros y a las aves de rapiña, permanece incólume. Metido en un saco cosido y con una piedra como lastre es arrojado al mar; las olas lo traen a la orilla, antes incluso que llegase a ella la barca que lo había llevado lejos de la costa.
El espíritu del santo avisa a una santa anciana viuda, que encuentra los restos mortales del mártir sepultados en la orilla por el mismo mar, que lo había cubierto con un túmulo de arena. De allí se traslada el cuerpo a la basílica de la iglesia madre, suponemos que sería la catedral de Valencia.
La narración del martirio procede de una versión recogida en el Pasionario hispánico, libro litúrgico de la Liturgia hispana, que recogía una serie de lecturas hagiográficas siguiendo el calendario correspondiente.
Esta lectura corresponde a una versión de la Passio de S. Vicente redactada a finales del siglo IV. El mismo autor de la Pasión confiesa que no cuenta con documentos escritos originales, destruidos por orden del gobernador romano, y se basa tan sólo en narraciones orales. Con un estilo un tanto ampuloso desarrolla los temas con bastante ornamentación literaria. La Passio no ofrece la garantía histórica que tienen las Actas de S. Fructuoso, que hemos examinado anteriormente.
Esta Passio figura en el Pasionario hispánico de Fábrega, que es la edición más antigua que tenemos. Sin duda es anterior a la utilizada por Ruinart en el siglo XVII. La edición del Pasionario hispánico debió de ser la utilizada por Prudencio y Agustín. Hay que añadir, además, que esta versión influyó mucho en la redacción de numerosos textos litúrgicos del Oficio de Misas de la Liturgia hispana o mozarábica.
La existencia de un culto a san Vicente tiene una notoria antigüedad y está muy extendido por todo el Imperio Romano, como nos muestran los abundantes testimonios literarios, epigráficos y arqueológicos. Además de figurar en el martirologio Jeronimiano y en el calendario de Cartago, san Agustín, como ya hemos dicho, predicó varios sermones en su honor el día 22 de enero, y dijo de él que no había región ni provincia a las que se extendiese el Imperio Romano o el nombre cristiano que no celebrase su fiesta (Agustín, Sermo, 276).
Han llegado hasta nosotros cinco de esos sermones de Agustín. Lo exalta también san Paulino de Nola, a comienzos del siglo V lo recordaba entre los más ilustres maestros de la predicación cristiana (Carmen XIX, 154). Otros escritores eclesiásticos como: san Avito, Venancio Fortunato, Gregorio de Tours, nuestro Aurelio Prudencio, como ya hemos visto, celebran a este gran mártir.
Las basílicas en honor de san Vicente se fueron multiplicando en la Península y fuera de ella. En España podemos recordar especialmente la de Toledo, donde se encuentra una inscripción sepulcral dedicada al Santo, y que según Vives, se puede datar en el siglo V. Otra basílica era la catedral de Sevilla, destruida por Genserico el año 428.
Una tercera basílica le fue consagada en Illiberis (actual Granada) por el obispo Lilliolo de Acci en el año 504. En la región de la Bureba (Burgos) junto a Briviesca se construyó en el siglo XI un monasterio que se denominó de san Vicente de Buezo. Tanto el monasterio como una iglesia se consagraron al santo mártir.
De las basílicas francesas tenemos noticia de una en Ensérune, en los confines de la Narbonense y el Biterrese, dedicada el año 455 a tres santos Vicente, Inés y Eulalia. También sabemos que en el año 558 Childeberto construyó en París una basílica dedicada a Vicente, que luego más tarde asumió el nombre de san Germán, porque allí se dio sepultura a este santo.
En la Italia del siglo XI, encontramos la iglesia catedral de Bérgamo, dedicada a nuestro santo, y cuyo Sacramentario Bergomense recoge la liturgia ambrosiana, y allí también aparecen textos litúrgicos de la celebración de san Vicente. En Roma se celebraba la memoria del mártir desde el siglo V y se le dedicaron varias iglesias y monasterios tanto en Roma como en la región meridional de Benevento, como el célebre monasterio de san Vicente de Volturno, que se gloriaba de poseer una reliquia del Santo.
Sobre las reliquias del mártir Vicente, san Gregorio de Tours, en su Historia Francorum habla de un modo incidental en una nota correspondiente al año 542. Cuenta Gregorio que ese año los habitantes de Zaragoza fueron salvados del asedio, al que estuvieron sometidos en represalia, por el rey franco Childeberto, gracias a la intercesión de san Vicente cuya túnica conservaban y veneraban.
Conseguida la paz, según el testimonio de un autor anónimo (Historiae francorun scriptores coetani, Paris 1636, I, p. 29), que escribía sobre el año 700, dice que Childeberto llevó a París una reliquia de nuestro santo, una stola, distinta de la túnica que se veneraba en Zaragoza.
A finales del siglo VI, se encontraron también reliquias de Vicente, en los alrededores de Poitiers, en un pueblo llamado Becciacum (Bessay) en el Departamento la Vandee, y en Orbigny, cercano al anterior.
Son innumerables las noticias de inscripciones del mismo santo. Lacger y A. Fábrega sostienen que la razón de tanta popularidad sea precisamente el relato de la Passio, mencionada con anterioridad, por sus indiscutibles cualidades literarias y el atractivo de sus descripciones llenas de dramatismo y de fuerza.
Este atractivo se transmitió también a otros hagiógrafos, que se inspiraron abundantemente en la Pasión de san Vicente, a la hora de redactar otros relatos martiriales. Así se puede constatar su influencia en las Pasiones de otros santos mártires hispanos, como las de san Félix de Gerona, Cucufate de Barcelona, Eulalia de Barcelona, Innumerables de Zaragoza, Justo y Pastor de Alcalá de Henares, Leocadia de Toledo, y Vicente, Sabina y Cristeta de Ávila.
DOMINGO RAMOS-LISSÓN
Profesor Emérito de la Universidad de Navarra
https://www.primeroscristianos.com/los-comienzos-de-la-evangelizacion-en-la-peninsula-iberica-siglos-i-ii-y-iii/
Ver en Wikipedia
Como ocurre con casi todos los Padres Apostólicos, pocos datos precisos tenemos acerca de san Papías. Eusebio de Cesarea dice que fue obispo de Hierápolis (Asia Menor) y S. Ireneo de Lyon que fue «oyente de Juan, compañero de Policarpo, varón antiguo»; uno, sin duda, de los que integraban el grupo de los «presbíteros asiáticos» de los que habla el santo obispo de Lyon.
La vida de Papías corre paralela a la de San Policarpo , aunque es poco probable que alcanzase la edad del obispo de Esmirna. Murió, a lo que parece, ca. 150. La Crónica llamada pascual cuenta que Papías padeció el martirio en Pérgamo, al mismo tiempo que Policarpo moría en Esmirna. El cronista, sin embargo, confunde el nombre de Papías con el de Pápylos, cuyos martirios menciona Eusebio (Hist. Ecl. IV,15,48). También Focio le llama mártir; sin embargo, los antiguos nada dicen de su martirio.
El prestigio de Papías fue grande en la Antigüedad siendo tenido en gran estima por S. Ireneo. En cambio, Eusebio no parece compartir esta estima, llegando a decir que Papías fue «un varón de mediocre inteligencia, como desmuestran sus libros» (Hist. Ecl. III,39,13).
San Papías de Hierápolis
Pone además en tela de juicio el hecho de que fuese auditor directo del Apóstol Juan: después de haber seguido en su Crónica el parecer de S. Ireneo y de S. Jerónimo, se aparta de éstos en su Historia, fundando su opinión en las primeras palabras de la obra de Papías (III,39,2); según el obispo cesariense, Papías no fue discípulo de Juan el Evangelista, sino de Juan el Presbítero. El asunto es, en cualquier caso, oscuro.
Siendo ya obispo de Hierápolis, escribió un tratado en cinco libros titulado Explicación de las sentencias del Señor. Esta obra fue compuesta ca. 130, según resulta de la referencia que en ella se hace al gobierno de Adriano (fragmento XI).
Bardenhewer fija la composición entre los años 117 y 139, Harnack entre el 140 y 160, Batiffol ca. 150. Como fuentes utiliza el autor los evangelios de Mateo, Marcos y Juan y, además, las enseñanzas orales de los familiares de los Apóstoles y tal vez los testimonios de las hijas del Apóstol Felipe, que vivían en Hierápolis.
En el prefacio de su obra resume Papías el fin que pretende:
«No dudaré en ofrecerte, ordenadas juntamente con mis interpretaciones, cuantas noticias un día aprendí y grabé bien en mi memoria, seguro como estoy de su verdad. Porque no me complacía yo, como hacen la mayor parte, en los que mucho hablan, sino en los que dicen la verdad; ni en los que recuerdan mandamientos ajenos, sino en los que recuerdan los que fueron mandados por el Señor a nuestra fe y proceden de la verdad misma.
Y si se daba el caso de venir alguno de los que habían seguido a los ancianos, yo trataba de discernir los discursos de los ancianos: qué había dicho Andrés, qué Pedro, qué Felipe, qué Tomás o Santiago, o quéJuan o Mateo o cualquier otro de los discípulos del Señor; igualmente, lo que dice Aristión y el anciano Juan, discípulos del Señor. Porque no pensaba yo que los libros pudieran serme de tanto provecho como lo que viene de la palabra viva y permanente» (Eusebio, Hist. Ecl. III, 39,3-4).
En esta obra, no sólo explica el sentido de las palabras de Cristo y narra también relatos de la vida del Señor, tomados de los Evangelios, sino que añade otras, e incluso presenta historias maravillosas, que dice que le llegaron por vía de transmisión oral. De estos escritos de Papías que tuvieron en sus manos Ireneo, Eusebio de Cesarea, Felipe de Side y Andrés de Cesarea, quedan pequeños fragmentos, recogidos casi todos ellos por el obispo de Cesarea en su Historia Eclesiástica.
Entre los fragmentos que Eusebio nos ha transmitido de la obra de Papías se encuentran dos observaciones sobre los dos primeros evangelios que arrojan luz sobre su origen. Con respecto al evangelio de Marcos, dice:
«El anciano decía también lo siguiente: Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas cosas recordó referentes a los dichos y hechos del Señor. Porque ni había oÍDo al Señor ni le había seguido, sino que más tarde, como dije, siguió a Pedro, quien daba sus instrucciones según sus necesidades, pero no como quien compone una ordenación de las sentencias del Señor.
De suerte que en nada faltó Marcos, poniendo por escrito algunas de aquellas cosas, tal como las recordaba. Porque en una sola cosa puso cuidado: en no omitir nada de lo que había oÍDo y en no mentir absolutamente en ellas» (Eusebio, Hist. Ecl. 111,39,15).
Por lo que se refiere al evangelio de Mateo, Eusebio cita estas palabras de Papías: «Mateo ordenó en lengua hebrea las sentencias del Señor y cada uno las interpretó conforme a su capacidad» (Hist. Ecl. 111,39,16). Esta afirmación prueba que en tiempos de Papías la obra original de Mateo ya había conocido algunas traducciones, entre ellas, es lógico suponerlo, la griega.
Estas traducciones no hay por qué pensar que fuesen auténticas versiones escritas; es más, el tenor de la frase de Papías hace suponer, por el contrario, que se trataba de versiones orales, en lengua vernácula, de las perícopas contenidas en el evangelio.
Otro de los fragmentos del obispo de Hierápolis, el del prefacio de su obra ya citado, suscita una cuestión no resuelta hasta ahora unánimemente por los investigadores: la identificación de los dos Juanes, nombrados por él entre los garantes de la ortodoxia de su doctrina. ¿Son, en realidad, dos o uno? ¿Se trata del apóstol Juan, del presbítero Juan, o de los dos a la vez? Si es esto último, ¿cómo puede compararlos hasta el punto de que, prácticamente, los equipara en la fuerza y autoridad de su testimonio doctrinal?
Finalmente, como decíamos, otros fragmentos de la obra de Papías contienen leyendas e historias, más o menos fabulosas. Escribe Eusebio:
«Y así por el estilo, inserta Papías otros relatos como llegados a él por tradición oral, lo mismo que algunas enseñanzas suyas y algunas otras cosas que tienen aún mayores visos de fábula.
Entre esas fábulas hay que contar no sé qué milenio de años que dice ha de venir después de la resurrección de entre los muertos y que el reino de Cristo se ha de establecer corporalmente en esta tierra nuestra; opinión que tuvo, a lo que creo, por haber interpretado mal Papías las explicaciones de los Apóstoles y no haber visto el sentido de lo que ellos decían místicamente en ejemplos».
Otras narraciones «que tienen aún mayores visos de fábula», son sin duda alguna, las leyendas del espantoso fin del traidor judas, el asesinato de Juan, hermano de Santiago, perpetrado por los judíos y también lo que él había oído decir a las hijas de Felipe, que residían en Hierápolis; según dice, le hablaron de los milagros que habían sucedido en sus días: de la resurrección de la madre de Manaimo y de la historia del justo Barsabás, que se tragó una porción de veneno sin experimentar efecto alguno.
Papías es uno de los personajes más discutidos de la Antigüedad cristiana, a pesar de que sólo nos han llegado pequeños fragmentos de su obra o tal vez por eso mismo. Desde Eusebio ya sus relaciones con el Apóstol Juan y su testimonio acerca de los evangelios de Marcos y Mateo, son objeto permanente de estudios críticos; algo análogo sucede con su milenarismo.
No resulta por eso fácil enjuiciar a Papías. De ahí nuestra indecisión en aceptar el severo juicio que Eusebio hace de él: es verdad que profesa doctrinas extrañas, pero de otra parte manifiesta una piedad sincera y un gran deseo de ortodoxia. Digamos, más bien, que Papías aparece como un autor un tanto confuso, a pesar de su deseo de informarse de la verdad y pese a su celo por beber en las más genuinas fuentes de la tradición.
Pero, por encima de esos límites de sus escritos, hay algo que hace importante la obra de Papías y notabilísima su contribución a la historia del dogma cristiano: el testimonio que nos brinda sobre la transmisión de la enseñanza oral de los discípulos de los Apóstoles y su conservación en los Evangelios. Papías se nos presenta así como un testigo de excepción de la autenticidad de la doctrina evangélica.
AZNAR TELLO - G E R
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Después se dirigieron hacia otras poblaciones de Asia Menor próximas a la costa o a las grandes rutas fluviales, que solían tener una intensa actividad comercial. Si a esto añadimos la excelente red viaria terrestre que intercomunicaba a los principales núcleos urbanos con la capital y centro del Imperio , es fácil comprender que los primeros misioneros cristianos establecieran sus comunidades en esas ciudades.
Sobre ese cañamazo de comunicaciones y ciudades se debieron mover también los primeros cristianos que arribaron a la Península Ibérica. Cabe pensar razonablemente que la propagación inicial del cristianismo se llevó a cabo por cristianos corrientes: comerciantes, colonos, esclavos, etc.
Santiago Apóstol
También se ha subrayado por algunos la importancia del ejército como vehículo poderosísimo en su difusión por motivos fáciles de comprender: traslados a grandes distancias, mezclas de gentes de procedencia cultural diversa, etc. Y como sucedió en otros lugares del Imperio no tenemos constancia de los nombres de esas personas.
Tampoco es descartable la predicación inicial del cristianismo en las sinagogas de las comunidades hebreas de la diáspora existentes en Hispania, como sucedió en la primera expansión apostólica , protagonizada en gran medida por san Pablo. Lo ha puesto de relieve L. A. García Moreno, quien al estudiar las sedes de los obispos y presbíteros asistentes al Concilio de Elvira observó que la mayor concentración de iglesias se daba en lugares donde tenemos constancia que existían juderías en la Antigüedad .
Las referencias históricas más antiguas sobre la existencia de comunidades cristianas en Hispania datan de finales del siglo II y de principios del siglo III. Los testimonios son fundamentalmente dos:
El primero es de Ireneo de Lyon (ca. 130-202) en su tratado Contra los herejes (ca. 180-ca. 185)
Habla del mensaje cristiano, como una realidad única, aunque profesado por una diversidad de comunidades, entre las que menciona a las iglesias de «las Iberias» .
2. El segundo es de Tertuliano (ca. 155-ca. 220)
Y tiene también un sentido genérico como el anterior. Aparece en su escrito apologético Contra los judíos (ca. 198-208), donde trata de probar que el Cristo (Mesías) anunciado ya ha venido. Uno de los argumentos esgrimidos por el Cartaginés es que la generalidad de los pueblos ya cree en Él: «…y los demás pueblos, como los varios pueblos de los gétulos, amplios confines de los mauros, “todas las fronteras de las Hispanias”… En todos estos sitios es adorado el nombre de Cristo» .
Como se puede comprobar nos encontramos con testimonios que por su generalidad sólo nos pueden servir para constatar la existencia de cristianos en la Península ibérica en los siglos II y III.
3. De todas formas, a mediados del siglo III san Cipriano y los obispos del África Proconsular
Envían una carta sinodal , en respuesta a la que les habían enviado las iglesias de León-Astorga y Mérida, con motivo de la apostasía de sus respectivos obispos Basílides y Marcial, durante la persecución de Decio (250-251). Esta carta es un testimonio muy explícito, que acredita la presencia en Hispania de comunidades plenamente organizadas, con diáconos, presbíteros y obispos.
Otro tanto se puede deducir de las Actas de san Fructuoso, Augurio y Eulogio , que son contemporáneas de la susodicha carta de Cipriano.
Al lado de estas consideraciones preliminares parece conveniente examinar las antiguas tradiciones sobre los orígenes apostólicos de la Iglesia en el territorio peninsular. Los inicios del cristianismo en Hispania constituyen una temática que ha ocupado la atención de los estudiosos desde hace bastantes años, y en ocasiones, no ha estado exenta de polémicas.
Así pues, dedicaremos otros artículos en www.primeroscristianos.com a analizar dichas tradiciones:
DOMINGO RAMOS-LISSÓN
Profesor Emérito de la Universidad de Navarra
https://www.primeroscristianos.com/primeros-martires-iglesia-hispania/
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