Ciertos pueblos de Oriente que abrazaron el cristianismo no han tenido una producción literaria con caracteres propios y nacionales. Tal sucede con los coptos, georgianos, etíopes y árabes. Las literaturas nacientes de estos pueblos se limitaron a atender sus necesidades espirituales con traducciones de obras griegas; se traducían las Sagradas Escrituras, homilías, libros litúrgicos, obras exegéticas y constituciones,
Otras naciones, en cambio, que vivían en íntima relación con la literatura griega y a la sombra del Imperio romano, después de su conversión al catolicismo, crearon una literatura nacional cristiana propia. En esta línea están los sirios y armenios. Sólo estos dos pueblos presentan un número apreciable de escritores que han dado origen a una producción teológica y literaria autónoma.
Un escritor de cierta importancia, y el más antiguo de los Padres de la Iglesia de Siria, es San Afraates, llamado "el Sabio persa" por los escritores sirios posteriores. Muy poco es lo que conocemos sobre su vida. De sus escritos podemos concluir que nació en el paganismo y que, al convertirse, abrazó la vida religiosa o de asceta.
Poco tiempo después aparece ya cual figura prócer dentro de la Iglesia de Siria. Afraates cambió su nombre por el de Santiago. Ignoramos si esto aconteció al bautizarse, o si más bien tuvo lugar al ser consagrado obispo, conforme a una costumbre oriental, y no precisamente al iniciarse en las órdenes sagradas.
El nombre de Santiago explicaría satisfactoriamente el que tanto Genadio como el traductor de las obras de Afraates al armenio le confundiesen con Santiago de Nísibe.
Afraates fue obispo probablemente, y quizá en el monasterio de San Mateo, cerca de Mosul. Sobre la duración de su vida y la fecha de su muerte no tenemos dato alguno preciso.
Sin embargo, ateniéndonos a la ciencia de que él hace alarde, a su experiencia, al conocimiento de la Sagrada Escritura, es verosímil admitir que era de edad avanzada cuando, en 340, iniciaba en Persia el rey Sapor la persecución contra los cristianos.
Por otra parte, Bar-Hebraeus nos presenta al escritor sirio como contemporáneo del obispo de Seleucia-Ctesifón, Papas. Ahora bien Papas, promotor de tantos disturbios en la Iglesia de mesopotamia, moría, según la cronología de Bar-Hebraeus, en 335.
Estos datos concuerdan con los que el mismo Afraates nos ha transmitido en sus obras. Apoyados en tales pormenores nos permitimos proponer dos fechas que encierran la vida del escritor sirio: 280?-350?
Afraates es autor únicamente de 23 tratados o demostraciones, llamados erróneamente por algunos escritores homilías. Cada uno de estos tratados empieza por una letra del alfabeto siríaco, siguiendo el orden mismo del alfabeto. Las compuso en Persia bajo el reinado de Sapor.
La fuerza y viveza de su estilo nos urge a pensar, cual lugar de redacción, en aquellas provincias iranianas fronterizas con el Imperio romano. Esta obra, dada a conocer por W. Cureton en 1855, tiene el gran mérito de ser el escrito más antiguo que poseemos íntegramente en siríaco.
Abarca diversos temas de carácter teológico, ascético y disciplinar. Varios tratados son de controversia. Polemiza con los judíos, que poseían en Persia y Mesopotamia grandes y célebres escuelas desde el tiempo de la cautividad. Afraates finge como interlocutor un "doctor judío" cuyos argumentos va refutando con brillantez.
De las 23 demostraciones nueve las escribió contra la estirpe israelita, tocando en ellas aquellos temas que más caracterizan la religiosidad del pueblo escogido: circuncisión, pascua, el sábado, alimentos legales, vocación de los gentiles, Cristo hijo de Dios, virginidad, persecución y restauración de la nación judía.
Otras diez son de carácter ascético-moral y expone temas tan sugestivos como el de la fe, caridad, ayuno, ascetas, penitentes, humildad, etc. Dos son circunstanciales, exhortando en una de ellas al clero y pueblo de Seleucia y Ctesifón, y en la otra sermonea sobre las guerras.
Otras dos, por fin, son de sabor dogmático, discutiendo con los herejes en torno a la resurrección, la muerte y los últimos acontecimientos del fin del mundo. Compuso las diez primeras demostraciones en 336-337; las doce siguientes en 343-344 y la última en agosto del 345.
Realmente la obra de Afraates es una síntesis de toda la doctrina cristiana. Desde el punto de vista de la teología la labor del escritor sirio es pobre, sobre todo si se la compara con la de sus contemporáneos griegos y latinos. Sin embargo, tiene a su favor la gran valía de ser el testimonio más antiguo de la fe de su país. Es indiscutible también que sobre las materias por él tratadas su autoridad es considerable, porque vivía alejado del mundo romano y de las controversias doctrinales que surgieron a consecuencia del concilio de Nicea.
Apartado de la contienda, San Afraates, cumpliendo la misión del buen pastor, se esfuerza por vivir su fe y por hacerla vivir en todos los que le rodean. Sus comentarios a la Escritura son sencillos, pero eficaces y penetrantes. La obra de Afraates no está exenta de errores doctrinales, pero no es mancha ninguna; sus puntos de vista fueron luego compartidos por San Efrén y otros escritores de la época.
Pese a estos insignificantes desaciertos dogmáticos Afraates es un gran defensor de la ortodoxia y el conocimiento de sus escritos presta al teólogo una buena ayuda.
Habla con bastante seguridad acerca de Dios, Santísima Trinidad, Jesucristo, sacramentos y alma. A la Santísima Virgen dedica pocas líneas, como, en general, todos los escritores sirios, pero nos ofrece un precioso testimonio cuando confiesa su perpetua virginidad y maternidad divina. María, nos dice San Afraates, agradó más a Dios que todos los justos.
Otro gran pilar sobre el que se levanta la grandeza de María es su humildad. Los ángeles, mensajeros de Dios, le sirven, le presentan las oraciones de los hombres, guardan a los individuos y a los pueblos y conducen a la humanidad al juicio. Afraates es un defensor vigoroso de la divinidad de Jesús y de su filiación divina; sostiene también, con no menor pujanza, la divinidad del Espíritu Santo.
Aunque con terminología imprecisa su doctrina es abiertamente conforme a los cánones de Nicea. Espléndido es asimismo el testimonio sobre el primado de San Pedro. Santiago y San Juan, nos dice, son las columnas de la Iglesia, pero San Pedro es el fundamento.
Un segundo aspecto que no puede olvidarse en la obra de San Afraates es el interés que ofrece al filólogo y al historiador. En los escritos del primero de los Padres sirios el filólogo tiene en sus manos la obra más antigua de la literatura siríaca; le ha de interesar necesariamente la gramática y el léxico como punto de partida de la tradición manuscrita de este país; otras obras, la Biblia por ejemplo, no son más que traducciones y no obras originales.
El historiador profano advertirá en la obra de nuestro Santo las controversias con los gnósticos y judíos, y no pocas alusiones a los acontecimientos de la época. El historiador eclesiástico encontrará en San Afraates los orígenes del monacato oriental, vestigios de la jerarquía y organización de la comunidad cristiana de esta época, clericato, sacramentos, fiestas y culto.
Otra faceta del Santo, la más descuidada por los escritores, es el considerarle como un gran maestro de vida espiritual. Sus demostraciones sobre la fe, caridad, penitencia, ayuno, oración, humildad. etc., rezuman sencillez y unción y despiden fuego. Tiene un sentido tan maravilloso de la mesura y de la bondad que recuerda la dulzura de San Francisco de Sales.
Y la doctrina espiritual de San Afraates se hace todavía más importante porque tiene un carácter exclusivamente cristiano; nuestro Santo no ha sido influido por ninguna filosofía, un acontecimiento raro entre griegos y sirios.
San Afraates es modelo y un ejemplar bien alto del sacerdote consagrado a su ministerio. Vivió intensamente la vida de santidad, enseñó la fe, la predicó y polemizó por defenderla. Se entregó sin reserva a evangelizar a su País. Hecho todo para todos, con justicia la Iglesia le incluye entre sus santos Y con orgullo su patria le venera entre sus héroes.
La cúpulas de la basílica del Santo Sepulcro destacan sobre todos los edificios de la Ciudad Vieja
La novena estación de la Via Dolorosa nos había dejado muy cerca del Calvario. Hasta ese momento, habíamos acompañado a Jesús con la Cruz a cuestas por un itinerario que nos ha transmitido la piedad secular del pueblo cristiano. Ahora nos encontramos ante el lugar central de nuestra fe, que podríamos considerar el más sagrado de Tierra Santa: el sitio donde Jesucristo fue crucificado, muerto y sepultado, y al tercer día resucitó de entre los muertos (Símbolo de los Apóstoles).
Apenas unas decenas de metros separan el Calvario de la tumba del Señor. Toda la zona queda incluida dentro de la basílica del Santo Sepulcro, también llamada de la Resurrección por los cristianos orientales. A los ojos del peregrino, se presenta con una arquitectura singular, que puede considerarse incluso desordenada o caótica.
En el exterior, está formada por varios volúmenes superpuestos y añadidos, entre los que destaca un campanario truncado; sobre ese cúmulo de edificaciones y terrazas, se levantan dos cúpulas, una mayor que la otra, que caracterizan el perfil de Jerusalén. El interior está configurado como un conjunto complejo de altares y capillas, grandes y pequeñas, cerradas con muros o abiertas, dispuestas en diferentes niveles comunicados por escaleras.
Los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa tienen una procesión en la basílica algunos días de la cuaresma.
Esa apariencia sorprendente no es más que el resultado de su afanosa historia: quizá ningún otro lugar del mundo ha pasado por tantas edificaciones, demoliciones, reconstrucciones, incendios, terremotos, restauraciones... A esto hay que sumar que la propiedad de la basílica es compartida entre la Iglesia católica —representada por los franciscanos, que custodian los Santos Lugares desde 1342— y las Iglesias ortodoxas griega, armenia, copta, siria y etíope, que gozan de diferentes derechos.
El lugar de la Calavera
Los Evangelios nos han transmitido que sacaron a Jesús y le condujeron al lugar del Gólgota, que significa "lugar de la Calavera" (Mc 15, 22. Cfr. Mt 27, 33; Lc 23, 33; y Jn 19, 17). Allí le crucificaron con otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio (Jn 19, 18). Ese sitio se hallaba cerca de la ciudad (Jn 19, 20); por tanto, fuera del recinto amurallado.
En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que todavía no había sido colocado nadie (Jn 19, 41). Cuando Cristo murió, como era la Parasceve de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús (Jn 19, 42).
Las investigaciones arqueológicas han encontrado otras tumbas de la misma época en las proximidades del Calvario, a las que se puede acceder desde la basílica. Este dato confirma que entonces todo aquel paraje se encontraba fuera de Jerusalén, pues la ley judía prohibía los enterramientos dentro de sus muros.
Algunos estudiosos también han identificado la zona con una antigua cantera abandonada, de la que el Gólgota sería el punto más alto: esto concordaría con varios testimonios primitivos, que describen un terreno rocoso con numerosos fragmentos de piedra. En resumen, aunque hoy el Santo Sepulcro ocupe casi el centro de la Ciudad Vieja, debemos imaginar el lugar de la crucifixión en las afueras, teniendo a la vista las murallas y un camino transitado, sobre un peñasco que se elevaba varios metros del suelo, entre otros riscos más pequeños, huertos cerrados con tapias y sepulcros.
Junto al Calvario, un mosaico representa el descendimiento de Cristo y su sepultura.
Los cristianos de Jerusalén conservaron la memoria del sitio, de forma que no se perdió a pesar de las dificultades. En el año 135, tras haber sofocado la segunda rebelión de los judíos contra Roma, el emperador Adriano ordenó que la ciudad fuera arrasada y construyó encima una nueva: la Aelia Capitolina. El área del Calvario y el Santo Sepulcro, incluida en la nueva superficie urbana, fue cubierta con un terraplén y se levantó allí un templo pagano.
Relata san Jerónimo en el año 395, recogiendo una tradición anterior:
«desde los tiempos de Adriano hasta el imperio de Constantino, por espacio de unos ciento ochenta años, en el lugar de la resurrección se daba culto a una estatua de Júpiter, y en la peña de la cruz a una imagen de Venus de mármol, puesta allí por los gentiles. Sin duda se imaginaban los autores de la persecución que, si contaminaban los lugares sagrados por medio de los ídolos, nos iban a quitar la fe en la resurrección y en la cruz» (San Jerónimo, Ad Paulinum presbyterum, Ep. 58, 3).
La misma construcción que ocultó el Gólgota a la veneración cristiana contribuyó a preservarlo hasta el siglo IV. En el año 325, el obispo de Jerusalén Macario pidió y obtuvo el permiso de Constantino para derribar los templos paganos levantados en los Santos Lugares. Sobre el Sepulcro de Jesús y el Calvario, una vez descubiertos, se proyectó una magnífica obra:
«conviene por tanto —escribió el emperador a Macario— que tu prudencia disponga y prevea todo lo necesario, de modo que no solo se realice una basílica mejor que cualquier otra, sino que también el resto sea tal que todos los monumentos más bellos de todas la ciudades sean superados por este edificio» (Eusebio de Cesarea, De vita Constantini, 3, 31).
Gracias a las fuentes documentales y a las excavaciones arqueológicas —realizadas sobre todo en el siglo XX—, sabemos que el complejo tenía tres partes, dispuestas de oeste a este: un mausoleo circular con la tumba en el centro, llamado Anástasis —resurrección—; un patio cuadrangular con pórticos en tres de los cuatro lados, a cielo abierto, donde estaba la roca del Calvario; y una basílica para celebrar la Eucaristía, con cinco naves y atrio, conocida como Martyrion —testimonio—.
La iglesia fue dedicada en el año 336. De ese antiguo esplendor constantiniano queda bien poco: dañado por los persas en el 614 y restaurado por el monje Modesto, el complejo sufrió terremotos e incendios hasta que finalmente fue destruido en 1009 por orden del sultán El-Hakim; la forma actual se debe a la restauración del emperador bizantino Constantino Monómaco —en el siglo XI—, a la obra de los cruzados —en el siglo XII— y a otras transformaciones posteriores.
Al término de la Via Dolorosa
Terminaremos el recorrido de la Via Dolorosa que dejamos suspendido en el artículo sobre la Via Dolorosa. Lo habíamos empezado, de la mano de san Josemaría, con ánimo contemplativo: en la meditación, la Pasión de Cristo sale del marco frío de la historia o de la piadosa consideración, para presentarse delante de los ojos, terrible, agobiadora, cruel, sangrante..., llena de Amor (Surco, 993).
La décima estación de la Vía Dolorosa suele contemplarse nada más subir al Gólgota, unos metros antes de la capilla de la Crucifixión, donde se recuerda la undécima.
Nada más entrar en el Santo Sepulcro, a la derecha, dos escaleras de piedra muy empinadas suben a las capillas del Gólgota, el lugar del suplicio. Se encuentran a unos cinco metros de altura sobre el nivel de la basílica. Una vez arriba, los peregrinos suelen contemplar la décima estación.
Al llegar el Señor al Calvario, le dan a beber un poco de vino mezclado con hiel, como un narcótico, que disminuya en algo el dolor de la crucifixión. Pero Jesús, habiéndolo gustado para agradecer ese piadoso servicio, no ha querido beberlo (cfr. Mt 27, 34). Se entrega a la muerte con la plena libertad del Amor.
Luego, los soldados despojan a Cristo de sus vestidos (...) y los dividen en cuatro partes. Pero la túnica es sin costura, por lo que dicen:
—No la dividamos; mas echemos suertes para ver de quién será (Jn 19, 24).
Es el expolio, el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero.
Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra
Via Crucis, X estación
XI estación: Jesús es clavado en la Cruz
Unos pasos separan la décima de la undécima estación, recordada con un altar. La escena de la crucifixión figura encima, en un mosaico. La capilla pertenece a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.
Ya han cosido a Jesús al madero. Los verdugos han ejecutado despiadadamente la sentencia. El Señor ha dejado hacer, con mansedumbre infinita.
No era necesario tanto tormento (...). Pero quiso sufrir todo eso por ti y por mí. Y nosotros, ¿no vamos a saber corresponder?
Es muy posible que en alguna ocasión, a solas con un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos. No te domines... Pero procura que ese llanto acabe en un propósito Via Crucis, XI estación, 1
XII estación: muerte de Jesús en la Cruz
A la izquierda de la capilla de la Crucifixión, encontramos la capilla del Calvario, propiedad de la Iglesia ortodoxa griega. Se levanta sobre la roca venerada, visible a los lados del altar a través de un vidrio. Debajo, un disco de plata abierto en el centro señala el orificio donde fue erguida la Cruz.
En la parte alta de la Cruz está escrita la causa de la condena: Jesús Nazareno Rey de los judíos (Jn 19, 19). Y todos los que pasan por allí, le injurian y se mofan de Él.
—Si es el rey de Israel, baje ahora de la cruz (Mt 27, 42).
A la izquierda de la capilla de la Crucifixión, se encuentra la capilla del Calvario, que corresponde a la duodécima estación.
Uno de los ladrones sale en su defensa:
—Este ningún mal ha hecho... (Lc 23, 41).
Luego dirige a Jesús una petición humilde, llena de fe:
—Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino (Lc 23, 42).
—En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43).
Junto a la Cruz está su Madre, María, con otras santas mujeres. Jesús la mira, y mira después al discípulo que Él ama, y dice a su Madre:
—Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dice al discípulo:
—Ahí tienes a tu madre (Jn 19, 26-27).
Se apaga la luminaria del cielo, y la tierra queda sumida en tinieblas. Son cerca de las tres, cuando Jesús exclama:
—Elí, Elí, lamma sabachtani?! Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).
Después, sabiendo que todas las cosas están a punto de ser consumadas, para que se cumpla la Escritura, dice:
—Tengo sed (Jn 19, 28).
Los soldados empapan en vinagre una esponja, y poniéndola en una caña de hisopo se la acercan a la boca. Jesús sorbe el vinagre, y exclama:
—Todo está cumplido (Jn 19, 30).
El velo del templo se rasga, y tiembla la tierra, cuando clama el Señor con una gran voz:
—Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
Y expira.
Ama el sacrificio, que es fuente de vida interior. Ama la Cruz, que es altar del sacrificio. Ama el dolor, hasta beber, como Cristo, las heces del cáliz
Via Crucis, XII estación
Debajo del altar del Calvario, un círculo de plata señala el sitio donde se alzó la Cruz.
En la parte de la roca visible a la derecha, se aprecia una fisura atribuida al terremoto que se produjo con la muerte de Cristo: dando de nuevo una fuerte voz, entregó el espíritu. Y en esto el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo y la tierra tembló y las piedras se partieron (Mt 27, 50-51).
La hendidura también puede verse en otra capilla inmediatamente inferior, dedicada a Adán. Según una piadosa tradición a la que ya Orígenes hace referencia en el siglo III, allí se ubicaría la tumba del primer hombre; al abrirse la tierra, la sangre del Señor habría llegado hasta sus restos, convirtiéndolo en el primer redimido. En la iconografía cristiana, esta leyenda inspiró la costumbre de poner una calavera a los pies de la Cruz.
XIII estación: desclavan a Jesús y lo entregan a su Madre
Esta escena se recuerda entre la capilla de la Crucifixión y la del Calvario, en un altar dedicado a Nuestra Señora de los Dolores.
Anegada en dolor, está María junto a la Cruz. Y Juan, con Ella. Pero se hace tarde, y los judíos instan para que se quite al Señor de allí.
Después de haber obtenido de Pilatos el permiso que la ley romana exige para sepultar a los condenados, llega al Calvario un senador llamado José, varón virtuoso y justo, oriundo de Arimatea. Él no ha consentido en la condena, ni en lo que los otros han ejecutado. Al contrario, es de los que esperan en el reino de Dios (Lc 23, 50-51). Con él viene también Nicodemo, aquel mismo que en otra ocasión había ido de noche a encontrar a Jesús, y trae consigo una confección de mirra y áloe, cosa de cien libras (Jn 19, 39).
Ellos no eran conocidos públicamente como discípulos del Maestro; no se habían hallado en los grandes milagros, ni le acompañaron en su entrada triunfal en Jerusalén. Ahora, en el momento malo, cuando los demás han huido, no temen dar la cara por su Señor.
Entre los dos toman el cuerpo de Jesús y lo dejan en brazos de su Santísima Madre
Via Crucis, XIII estación.
Meditemos en el Señor herido de pies a cabeza por amor nuestro (...). A la vista de Cristo hecho un guiñapo, convertido en un cuerpo inerte bajado de la Cruz y confiado a su Madre; a la vista de ese Jesús destrozado, se podría concluir que esa escena es la muestra más clara de una derrota. ¿Dónde están las masas que lo seguían, y el Reino cuyo advenimiento anunciaba (...)?
Situados ante ese momento del Calvario, cuando Jesús ya ha muerto y no se ha manifestado todavía la gloria de su triunfo, es una buena ocasión para examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad; para reaccionar con un acto de fe ante nuestras debilidades, y confiando en el poder de Dios, hacer el propósito de poner amor en las cosas de nuestra jornada. La experiencia del pecado debe conducirnos al dolor, a una decisión más madura y más honda de ser fieles, de identificarnos de veras con Cristo, de perseverar, cueste lo que cueste, en esa misión sacerdotal que Él ha encomendado a todos sus discípulos sin excepción, que nos empuja a ser sal y luz del mundo.
Es Cristo que pasa, 95-96
Esos deseos de fidelidad se convertirán en obras si acudimos a Santa María, que —desde la embajada del Ángel, hasta su agonía al pie de la Cruz— no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús.
Via Crucis, XIII estación, 4
Di: Madre mía —tuya, porque eres suyo por muchos títulos—, que tu amor me ate a la Cruz de tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro Jesús
Camino, 497
XIV estación: dan sepultura al cuerpo de Jesús
Bajando del Calvario y regresando al atrio de la basílica, encontramos la Piedra de la Unción, que es muy venerada por los cristianos ortodoxos. Se trata de una losa de piedra rojiza con vetas blancas, que recuerda los cuidados que José de Arimatea y Nicodemo dedicaron al cuerpo de Jesús.
Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!
Cuando todo el mundo os abandone y desprecie..., serviam!, os serviré, Señor.
Via Crucis, XIV estación, 1
Al entrar al Santo Sepulcro, lo primero que encuentra el peregrino es la Piedra de la Unción.
Continuando hacia el oeste, se llega a la Rotonda o Anástasis, el monumento circular cerrado con una cúpula, en cuyo centro se levanta la capilla con la tumba del Señor.
Muy cerca del Calvario, en un huerto, José de Arimatea se había hecho labrar en la peña un sepulcro nuevo. Y por ser la víspera de la gran Pascua de los judíos, ponen a Jesús allí. Luego, José, arrimando una gran piedra, cierra la puerta del sepulcro y se va (Mt 27, 60).
Sin nada vino Jesús al mundo, y sin nada —ni siquiera el lugar donde reposa— se nos ha ido.
La Madre del Señor —mi Madre— y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche.
Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado.
Empti enim estis pretio magno! (1 Cor 6, 20), tú y yo hemos sido comprados a gran precio. Hemos de hacer vida nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir por la mortificación y la penitencia, para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo, con afán de corredimir a todas las almas.
Dar la vida por los demás. Sólo así se vive la vida de Jesucristo y nos hacemos una misma cosa con Él.
Via Crucis, XIV estación.
Para los primeros cristianos, la tumba vacía debió de constituir también un signo esencial
Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y, muy de mañana, al día siguiente del sábado, llegaron al sepulcro cuando ya estaba saliendo el sol.
Y se decían unas a otras: —¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Y al mirar vieron que la piedra había sido removida, a pesar de que era muy grande. Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron muy asustadas.
Él les dice: —No os asustéis; buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo colocaron. Pero marchaos y decid a sus discípulos y a Pedro que él va delante de vosotros a Galilea: allí le veréis, como os dijo (Mc 16, 1-7).
Conocemos bien los relatos evangélicos de las apariciones del Señor resucitado: a María Magdalena, a los discípulos de Emaús, a los Once reunidos en el Cenáculo, a Pedro y otros Apóstoles en el mar de Galilea... Esos encuentros con Jesús, que les permitieron testimoniar el acontecimiento real de su Resurrección, estuvieron preparados por el hallazgo del sepulcro vacío.
«Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección (...). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo" (Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8).
Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro» (Catecismo de la Iglesia Católica, 640).
Para los primeros cristianos, la tumba vacía debió de constituir también un signo esencial. Podemos imaginar que se acercarían a ese lugar con veneración, lo contemplarían atónitos y gozosos... A esos fieles siguieron otros y otros, de forma que no se perdió la memoria del sitio ni siquiera cuando el emperador Adriano arrasó Jerusalén, en la primera mitad del siglo II.
Esa tradición late con dramatismo en un relato de Eusebio de Cesarea, en el que describe las obras auspiciadas por Constantino en el año 325 y el descubrimiento de la tumba de Jesús:
«cuando, removido un elemento tras otro, apareció el lugar al fondo de la tierra, entonces, contra toda esperanza, apareció el resto, es decir, el venerado y santísimo testimonio de la resurrección salvífica, y la gruta más santa de todas retomó la misma figura de la resurrección del Salvador.
Efectivamente, después de haber estado sepultada en las tinieblas, volvía de nuevo a la luz, y a todos los que iban a verla les dejaba vislumbrar claramente la historia de las maravillas allí realizadas, atestiguando con obras más sonoras que cualquier voz la resurrección del Salvador» (Eusebio de Cesarea, De vita Constantini, 3, 28).
Los arquitectos de Constantino aislaron la zona de la tumba de Jesús y cortaron la peña donde había sido excavada, de forma que el sepulcro quedó separado en un cubo de piedra. Lo revistieron con un edículo y, tomándolo como centro, proyectaron alrededor un mausoleo de planta circular —la Anástasis—, cubierto por una gran cúpula con óculo. Aunque esta estructura se ha conservado hasta nuestros días, pocos elementos pueden remontarse a la obra original.
La capilla debe su aspecto a una restauración realizada en 1810 por los cristianos ortodoxos griegos, aunque el altar ubicado en el lado posterior, que pertenece a los coptos, data del siglo XII. Además, está apuntalada con travesaños de acero desde la primera mitad del siglo XX, a causa de los daños sufridos durante un terremoto.
Sobre el techo plano del edículo, se levanta una pequeña cúpula de estilo moscovita, sostenida por pequeñas columnas; la fachada se presenta adornada con candeleros y lámparas de aceite; y en los laterales, numerosas inscripciones en griego invitan a todos los pueblos a alabar a Cristo resucitado.
El interior consta de una cámara y una recámara, comunicadas por una abertura baja y estrecha. La cámara mide tres metros y medio de largo por cuatro de ancho, y emula el vestíbulo del hipogeo original, que fue eliminado ya en tiempos de Constantino.
Se llama Capilla del Ángel en recuerdo de la criatura celestial que, sentada sobre la gran piedra que cerraba el sepulcro, se apareció a las mujeres para anunciarles la resurrección. Una parte de esa roca se custodia en el centro de la sala, dentro de un pedestal; hasta la destrucción de la basílica en 1009 por orden de El-Hakim, se había conservado entera.
La furia del sultán alcanzó también a la recámara, que corresponde exactamente a la tumba del Señor, aunque el deterioro fue pronto reparado. El nicho donde José de Arimatea y Nicodemo depusieron el cuerpo de Cristo se encuentra a la derecha, paralelo a la pared, cubierto por losas de mármol.
Ahí, al tercer día resucitó de entre los muertos (Símbolo de los Apóstoles). Se comprende perfectamente la piedad con que los peregrinos entran en este reducido espacio, donde además es posible celebrar la Santa Misa en determinadas horas del día.
Fuera de la Rotonda, en el complejo que los cruzados construyeron sobre los restos del tripórtico y la basílica de cinco naves de Constantino, hay otras capillas. Las más importantes son las del Calvario, que ya se describieron en el artículo anterior; además cabe destacar:
En el lado norte, propiedad de la Custodia de Tierra Santa, el altar de María Magdalena y la capilla del Santísimo Sacramento, que está dedicada a la aparición de Jesús resucitado a su Madre y conserva un fragmento de la columna de la Flagelación; en el centro de la iglesia, ocupando el antiguo coro de los canónigos y abierto solo hacia la Anástasis, el llamado Katholikon, un espacio amplio que depende de la Iglesia ortodoxa griega.
Detrás de este, en el deambulatorio, las capillas que recuerdan los improperios contra Jesús crucificado, la división de sus vestiduras y la lanzada del soldado Longinos; y en un nivel inferior, la de Santa Elena —que pertenece a la Iglesia armenia—, San Vartán —también de los cristianos armenios, donde hay un grafito de un peregrino del siglo II— y la Invención de la Santa Cruz.
Cada espacio tiene su memoria, pero sería prolijo detenerse en todos. Sin embargo, la cripta merece una explicación, pues la tradición sitúa allí un acontecimiento relevante: el hallazgo de la Cruz por santa Elena, la madre de Constantino, quien viajó a Jerusalén poco tiempo antes de morir, hacia el año 327. San Ambrosio lo relata con gran fuerza poética:
«llegó Elena, comenzó a visitar los lugares santos y el Espíritu le inspiró que buscara el madero de la cruz. Se dirigió al Gólgota y dijo: he aquí el lugar de la contienda, ¿dónde está la victoria? Busco el estandarte de la salvación y no lo encuentro. ¿Yo estoy en el trono —dijo— y la Cruz del Señor en el polvo?, ¿yo en medio del oro y el triunfo de Cristo entre las ruinas? (...).
Veo lo que has hecho, diablo, para que fuera sepultada la espada con la que has sido aniquilado. Pero Isaac descombró los pozos que habían obstruido los extranjeros y no permitió que el agua permaneciera escondida.
Apártense pues los escombros, a fin de que aparezca la vida; sea esgrimida la espada con la que ha sido amputada la cabeza del auténtico Goliat (...). ¿Qué has logrado, diablo, con esconder el madero, sino ser vencido una vez más? Te venció María, que engendró al triunfador, que dio a luz sin menoscabo de su virginidad a quien, crucificado, te habría de vencer y, muerto, te sometería.
También hoy serás vencido de modo que una mujer ponga al descubierto tus insidias. Ella, como santa, llevó en su seno al Señor; yo buscaré su cruz. Ella mostró que había nacido; yo, que ha resucitado» (San Ambrosio, De obitu Theodosii, 43-44).
La narración continúa con el hallazgo de tres cruces escondidas en el fondo de una antigua cisterna, que corresponde a la actual capilla de la Invención. La Cruz de Cristo pudo ser reconocida gracias a los restos del titulus, el letrero ordenado por Pilato, que también fue encontrado; un fragmento se conserva en la basílica de la Santa Cruz en Roma. También se recuperaron algunos clavos: uno sirvió para forjar la Corona férrea de los emperadores que se custodia en Monza, un segundo se venera en el Duomo de Milán, y un tercero en la Urbe.
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Una web para conocer la Iglesia del santo Sepulcro de Jerusalén
¿Dónde fue crucificado y sepultado Jesús? Una espléndida web nos permite conocer hoy todos los detalles de ese lugar
En esta página podemos encontrar numerosos contenidos de gran calidad actualizados y disponibles en cuatro idiomas (italiano, inglés, español y francés), además de muchas imágenes descargables.
En el año 326 el emperador Constantino mandó erigir la Basílica del Santo Sepulcro en el monte Calvario, en Jerusalén. En ese lugar estaba levantado un templo para el culto a la diosa romana Venus, mandado construir por Adriano, hacia el 135.
La emperatriz Elena, madre de Constantino, había acudido a la ciudad santa tras escuchar el informe presentado por Macario, obispo de Jerusalén, sobre el lamentable estado en el que se encontraban los santos lugares descritos en los evangelios, y decidida a mejorar personalmente la situación. Tenía el propósito principal de localizar la cruz en la que murió Jesús.
Elena, tras fracasar en un primer momento en la búsqueda de la cruz, o quizá como parte de ella, inició la del sepulcro. La tradición cuenta que al derruir el templo pagano dedicado a Venus para aislar el Calvario e iniciar las nuevas edificaciones, aparecieron también tres cruces, una de las cuales necesariamente habría de ser la Vera Cruz de Cristo.
Varias leyendas describen el prodigio que permitió identificar la Vera Cruz, casi siempre basadas en que una de las cruces producía curaciones milagrosas, y las otras dos no.
La emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el lugar del hallazgo un fastuoso templo, la llamada Basílica del Santo Sepulcro, en la que guardaron la reliquia. El historiador Eusebio de Cesárea es quien nos da noticias de este hallazgo impulsado por Elena, y hoy podemos acceder a algunos de estos textos en la sección Testimonios de la web del Santo Sepulcro.
A causa de variadas vicisitudes históricas, el templo ha sufrido muchos cambios, que podemos seguir en el siguiente vídeo, un "viaje tridimensional en el tiempo":
Afortunadamente, hoy es posible visitar esta Basílica, lugar santo para el cristianismo porque aquí se encuentran, según nos cuenta la tradición, loslugares en los que Cristo fue crucificado, ungido, y sepultado.
Desde la web se nos ofrece la posibilidad de disfrutar de una espectacular visita virtual del santuario, con la opción de ir clickeando en cuadros de texto que nos ofrecen información muy interesante de cada uno de los rincones de la Basílica. Para acceder, sólo es necesario pinchar sobre la siguiente imagen:
La imagen mariana recuperada, fue expuesta el 7 de marzo en el altar de la misa que el Santo Padre presidió en el estadio Francis Harari en Erbil, la capital de la región del Kurdistán iraquí.
La imagen de la Virgen María, anteriormente bendecida por el Papa Francisco en su viaje a Irak, ya está de vuelta en su iglesia de Karamlech, tras haber sufrido ataques por los terroristas del Estado Islámico (SIS), quienes anteriormente le cortaron la cabeza y las manos. Al tenerla de regreso, la comunidad local le rindió un sensible homenaje.
La imagen mariana recuperada, fue expuesta el 7 de marzo en el altar de la misa que el Santo Padre presidió en el estadio Francis Harari en Erbil, la capital de la región del Kurdistán iraquí.
La imagen de la Virgen se encontraba en la ciudad de Karamlech, en la iglesia St. Adday. Fue en 2016 cuando, a manos de los terroristas del Estado Islámico (ISIS), el templo quedó totalmente destruido tras haber sido profanado e incenciado.
El párroco de St. Adday, P. Thabet Habeb, quien junto a sus fieles estuvo en la misa en Erbil, compartió a ACI Prensa que «la imagen volvió a Karamlech el jueves 18 de marzo.
El viernes 19 la pusimos en la iglesia con una ceremonia sencilla en la que participaron los fieles de la parroquia que estaban haciendo el Vía Crucis. Tenerla aquí es un signo de coraje y valentía para el pueblo. Que puedan ver todos que la imagen destruida y restaurada vuelve a la iglesia con una nueva apariencia es un bello signo», agregó. «Esto los alienta a tener el coraje de continuar», afirmó el sacerdote.
El padre Habeb, además, comentó a ACI Prensa que la imagen de la Virgen María «en Semana Santa estará en nuestras celebraciones junto a la cruz que enviamos a Mosul para la oración con el Papa.
Esa cruz volvió el 8 de marzo y se quedará en la iglesia. Con ella haremos el Vía Crucis en Viernes Santo», añadió.
Asimismo, los fieles de la iglesia St. Adday realizaron una cruz de tres metros de alto, la cual estuvo en la ciudad de Mosul, en la que el Papa presidió, por las víctimas de la guerra, una oración de sufragio en la llamada Plaza de las Iglesias.
El P. Habeb informó a ACI Prensa que «luego de la visita del Papa esperamos que pueda haber algo de desarrollo y atención para la comunidad caldea. Según las estadísticas somos alrededor de 150 mil en todo el país».
Respecto al rito caldeo, rito oriental de la Iglesia Católica, el padre Thabet, días atrás, compartió que este se enfoca «en la economía de la salvación que nos hace volver al siglo II. Es una Iglesia muy antigua con costumbres de los primeros cristianos, con la mentalidad del gran poeta San Efrén, nuestro teólogo».
«Nuestro rito se centra en el martirio, en la esperanza de la resurrección de Cristo», concluyó.
Este Martes Santo fue extremadamente fatigoso y duro para el Señor. El Maestro estaba sentado frente al cepillo del Templo, en el atrio de las mujeres, donde existían trece buzones para depositar las limosnas.
En estas fiestas la afluencia de peregrinos era muy grande: se satisfacían cuotas atrasadas, se hacían ofrendas voluntarias, promesas... Algunas de estas operaciones necesitaban la presencia de un funcionario del Templo que resolvía dudas, dictaminaba sobre si una determinada moneda podía utilizarse como ofrenda...
Jesús, rodeado de sus discípulos, observaba cómo la gente echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho. El Señor los miraba, pero no dijo nada. Sin embargo, en un momento determinado se acercó una viuda pobre, con la indumentaria inconfundible de las viudas judías, y depositó dos leptos, dos pequeñas monedas de bronce.
San Marcos, en atención a sus lectores romanos, da a continuación el equivalente en moneda romana: los dos leptos venían a ser un cuadrante, la cuarta parte de un as, la moneda de valor contable más pequeño. Prácticamente nada. Quizá el encargado de las limosnas ni siquiera lo anotó. No valía la pena.
A Jesús le pareció, por el contrario, tan importante aquella ofrenda que convocó a sus discípulos dispersos y distraídos con el tráfago de la gente que iba y venía, y les dijo, señalando a la mujer: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más en el gazofilacio que todos los otros. Y explicó la razón: todos han echado algo de lo que les sobraba; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su sustento.
Fue un fugaz alivio en medio de tanta dureza. Aquella mujer se marchó a su casa, y se enteraría quizá en el Cielo de cómo aquella tarde había conmovido el corazón del Señor con su ofrenda.
EL FIN DE JERUSALÉN Y DEL MUNDO
Jesús se puso en camino con sus discípulos hacia el Monte de los Olivos (Mc). El Templo, que acababan de dejar atrás, era el orgullo de los judíos por su grandiosidad y magnificencia. No había un templo igual en todo el mundo. Desde la falda occidental del monte, hacia donde se dirige el Señor, sus enormes sillares causaban una fuerte impresión de solidez y de permanencia.
Entonces, uno de los discípulos dijo en tono admirativo: ¡Maestro, mira qué piedras y qué construcciones! (Mc). El Señor le respondió con profunda pena: ¿Ves estas grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. Los apóstoles quedaron sobrecogidos por estas palabras.
Poco tiempo después, en el año 70, se cumplió al pie de la letra esta profecía cuando Tito conquistó Jerusalén. Los soldados prendieron fuego al Templo, y el emperador, que deseaba conservarlo, intentó apagar las llamas, pero al no conseguir dominarlas ordenó su completa destrucción.
Los muros que subsisten en la actualidad son cimientos y parte de la muralla exterior; del santuario mismo no ha quedado piedra sobre piedra. El culto judío desapareció con el Templo. Más tarde, Tito depositó ante el altar de Zeus en Roma los despojos que se consiguieron salvar del incendio: el gran candelabro de los siete brazos, la mesa donde se colocaban los panes de la proposición y un ejemplar de la Ley.
Cincuenta años más tarde, después de la segunda rebelión judía contra el poder romano, el emperador Adriano hizo cambiar el nombre de la ciudad por el latino de Aelia Capitolina, y sobre la gran explanada del Templo mandó instalar estatuas dedicadas a dioses paganos. Donde antes estuvo la puerta sur, orientada hacia Belén, hizo colocar una cabeza de cerdo.
Era la enseña de la Legión Décima Fretensis, que custodiaba la ciudad; pero también era una gran ofensa para los judíos, que consideraban al cerdo como el animal impuro por excelencia. Incluso se prohibió a los judíos, bajo pena de muerte, la entrada en este recinto. En los días del Señor eran los paganos los que no podían entrar, bajo pena de muerte.
En tiempo del emperador Juliano el Apóstata (año 363) los judíos intentaron en vano reconstruirlo, y desde entonces no ha habido nuevas tentativas.
La profecía de la destrucción del Templo echaba por tierra las ideas de grandeza latentes en el pueblo y en todos. El Templo era el centro del judaísmo y su más íntima esencia. Era el único lugar donde se ofrecían los sacrificios de la Alianza establecida entre Dios y el pueblo de Israel. Por eso pensaban los discípulos que esta catástrofe debía de ir unida a otra de proporciones ingentes para toda la humanidad.
El fin del Templo significaba para ellos el fin del mundo. Por eso, después de un rato de silencio, estando aún sentado Jesús en la falda del monte, se le acercaron Pedro, Santiago, Juan y Andrés (Mc) y, a solas, le preguntaron: Dinos cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será el signo de tu venida y de la consumación del mundo (Mt).
La ruina del Templo –les explica Jesús– es figura del fin del mundo, pero no indica su inminente cercanía; ambos acontecimientos tienen sus propias características. Así, la ruina del Templo tendrá lugar, les dice, en aquella misma generación. El fin del mundo, en cambio, permanece en el secreto de Dios, y el tiempo de ese acontecimiento final ni siquiera el Hijo quiere revelarlo.
Los apóstoles preguntaron por el fin del Templo de Jerusalén, y el Señor les advierte de algo más inminente: se avecinan hechos ante los cuales tienen que estar alerta para no sucumbir en la tentación y para no dejarse engañar por falsos profetas. Les anuncia que padecerán persecuciones a causa de la predicación del evangelio.
Las iniciarán los judíos y las continuarán los gentiles. Los apóstoles, y todas las generaciones de cristianos, pudieron comprobar cómo se cumplieron acabadamente las palabras del Señor: Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre (Mc). La presencia de los cristianos ante los tribunales constituyó siempre un testimonio de suma importancia en favor del evangelio.
También declaró el Señor que el evangelio sería predicado en el mundo entero antes del fin de todas las cosas. Ésta es una de las ocasiones en que el Señor anuncia el destino universal del evangelio, buena nueva de la salvación dirigida a todos los pueblos. Antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70, los apóstoles la habían predicado ya por el mundo conocido.
De igual modo, antes del final de los tiempos llegará a todos los pueblos la noticia y la oportunidad de conversión por medio del apostolado y de la predicación de la Iglesia; aunque esto no significa que todos los hombres acepten y sean fieles de hecho a la doctrina de Cristo.
No pueden considerarse como señales precursoras las persecuciones contra la Iglesia, ni la aparición de falsos mesías, ni el enfriamiento del amor, ni las disidencias originadas en motivos religiosos (Mt), puesto que todo ello pertenece al desarrollo constante del Reino de Dios en el mundo. En cuanto a los cataclismos de la naturaleza, parecen poseer un sentido supraterrestre.
La vieja tierra será purificada. Los elementos, abrasados, se disolverán. Sólo entonces hará su aparición la tierra nueva, fresca y gozosa.
«La ciencia examina todas las preguntas que tienen los seres humanos y, por eso, debe ocuparse también de Dios»
Alfonso Sánchez-Tabernero, rector de la Universidad de Navarra, sopesa las dificultades que se viven en el entorno académico católico, y añade una visión esperanzada:
«Una universidad de inspiración cristiana puede llegar a ser uno de los mejores lugares del mundo para estudiar, investigar y trabajar».
Dentro del mundo académico suelen proliferar perfiles que parecen tremendamente divorciados: los profesores muy teóricos o los demasiado pegados al suelo, al barro. Los que pretenden explicar el mundo a partir de sus prejuicios —un género, nunca mejor dicho, cada vez más extendido— y los que pretenden explicar cómo ganar dinero a toda costa.
Coexisten con el nutrido elenco de buenos profesores de Ingeniería, de Derecho, de Medicina, e incluso con los pocos aficionados a las variantes textuales en autores antiguos de tercer rango. Existen universidades estatales sin ningún empacho por acumular deudas, y otras particulares cuya prioridad consiste en no incurrir en ningún número rojo.
Hay alguna que otra universidad declaradamente hostil a la religión, y otras cuyas capillas celebran tres misas abarrotadas a diario. Entre la Escila prosaica y la Caribdis yerma, un grupo de universidades intenta conjugar su ideal cristiano, la eficacia en la gestión, y la calidad de sus investigaciones y programas docentes.
Un entorno muy parecido a una travesía oceánica repleta de huracanes, amenazas de piratas, riesgo de disentería, malos vientos, desidia de los marineros. Un mar donde la destreza, la constancia y la prudencia resultan obligadas.
Sin duda, el proceloso piélago universitario es donde más hay que preguntar «¿dónde están los intelectuales cristianos?». Por eso, charlamos con el rector de una de las más destacadas universidades católicas de España, con una considerable proyección mundial. La Universidad de Navarra, fundada en 1952 por san Josemaría Escrivá.
Alfonso Sánchez–Tabernero(Salamanca, 1961) es su rector desde 2012; antes había sido decano la Facultad de Comunicación entre 1996 y 2005 —lo primero que hizo fue cambiarle el nombre, porque hasta el momento se llamaba «de Ciencias de la Información»—; y entre 2005 y 2012 ocupó dos vicerrectorados.
A lo largo de estos años ha sido un decidido impulsor de iniciativas internacionales del IESE, la escuela de negocios de la universidad. Y también de implantar una sede en Madrid, además de otra Clínica Universitaria —aunque Alfonso es madridista irredento, no ha puesto pegas a que la clínica sea el proveedor médico oficial del equipo de Simeone; algo que dice mucho de su pragmatismo y del modo como gestiona.
Al mismo tiempo que iba pasando de estudiante a doctor, luego a profesor de Empresa Informativa, decano y rector, ha estado vinculado a otras universidades, como la del País Vasco, la Universidad de Manchester, o la Universidad de Northwestern de Chicago.
Charlar con él es como escuchar la traducción al seglar de una famosa homilía de san Josemaría Escrivá, «Amar al mundo apasionadamente» (1967), pronunciada en una misa al aire libre cuando el campus se hallaba en su segunda gran etapa de construcción. En concreto, el altar se colocó en la entrada al nuevo edificio de Bibliotecas.
Pregunta: Se discute dónde están los intelectuales católicos. Pero, antes que nada, ¿percibe usted un arrinconamiento del pensamiento católico en el mundo cultural general? Hablamos desde el discurso político hasta la mentalidad empresarial, el tono y modelo antropológico de las series, películas, contenidos televisivos.
Respuesta: Es indudable que Europa es una sociedad cada vez más secularizada y que, en nuestro país, los católicos vamos camino de convertirnos en una nueva minoría, tanto numérica como culturalmente. En este contexto, y como ha puesto de manifiesto el reciente debate que menciona, se echa en falta la «voz» de los cristianos en la sociedad, la economía o la cultura.
Pienso que la causa está tanto en la creciente actitud de rechazo a lo religioso como en la falta de capacidad de los católicos para presentar de un modo atractivo y convincente las grandes propuestas del pensamiento cristiano. En esto último tenemos una responsabilidad especial las instituciones educativas.
Si me permite emplear una metáfora futbolística, diría que necesitamos mejorar en el entrenamiento (la profundidad de la formación intelectual), ser capaces de hacer equipo (dialogar y buscar sinergias) y salir al campo a darlo todo cada día, sin rehuir la propia responsabilidad.
Los primeros cristianos vivían en un mundo pagano, pero no se retiraron de él
Pregunta: En la Carta a Diogneto, se afirma que los cristianos viven en medio de las ciudades participando activamente en ellas, pero trascendiéndolas. Si estamos en ruta hacia una sociedad muy secularizada, pagana o directamente anticristiana, ¿de qué manera se puede vivir como cristianos hoy?
Respuesta: Me alegra que mencione a los primeros cristianos, porque me parece que son nuestro mejor referente en el momento actual. Ellos vivían en un mundo pagano, pero no se retiraron de él. Precisamente, el fundador de la Universidad de Navarra, San Josemaría, nos invitaba con frecuencia a amar el mundo apasionadamente y a contribuir a su transformación mediante el trabajo profesional.
Los primeros cristianos vivían en circunstancias difíciles, como nosotros. Su vitalidad no era fruto de una actitud ingenua, sino de la fuerza de su fe y el ejemplo de su caridad que a tantos atraía.
Desde el punto de vista de las universidades, a veces explico que nos acechan tres posibles errores. El primero es quedarse en lo normativo, como si las reglas aseguraran la presencia de los valores cristianos en una institución. En realidad, lo decisivo son las personas y, en concreto, los profesores. El segundo sería adoptar una «estrategia de repliegue»: dirigirse únicamente a quienes ya comparten la fe.
De este modo, se pierde de vista que la actitud cristiana requiere el diálogo y la apertura. Por un lado, porque el mensaje del Evangelio es universal, todos se pueden beneficiar de él. Y, por otro, porque, en un contexto de polarización y enfrentamiento como el que vivimos, los católicos deberíamos ser capaces de tender puentes.
El cristianismo está por encima de las ideologías, ya que no se basa en la fuerza o el poder. El tercer error sería la actitud de camuflaje: mantener algunos signos externos de la identidad cristiana (como los crucifijos), pero evitando comprometerse en cuestiones nucleares de la fe para evitar que alguien se incomode.
P.: Podemos correr el riesgo de ser católicos solo en la capilla, y luego ser, sin más, «profesionales».
R.: Sin duda. Me atrevería a decir que ese es uno de los principales riesgos del modo de vivir la religión en nuestro país. Sería como llevar una doble vida. No hay vida cristiana sin sacramentos, pero estos no pueden reducirse a meras prácticas piadosas, sino que deben ser fuente de transformación personal y social.
Un cristiano es alguien que tiene una misión: poner su trabajo al servicio de los demás, contribuir al bien común y ofrecer con su vida un testimonio de fe.
En nuestra tradición educativa, lo habitual es que el saber esté compartimentalizado. Eso favorece la escisión entre lo religioso y lo profesional en la vida de las personas. Con esta preocupación, en la Universidad de Navarra llevamos tiempo haciéndonos la siguiente pregunta: ¿qué tipo de médico, periodista o economista necesita la sociedad?
Esto incluye tanto los aspectos técnicos como los éticos y las cualidades personales. De este modo, buscamos que los estudiantes entiendan, por ejemplo, que la responsabilidad ética forma parte de su ejercicio profesional. Antes o después tendrán que enfrentarse a cuestiones de justicia, solidaridad, etc.
Asimismo, la formación teológica que ofrecemos contribuye a que comprendan que la religión no es algo separado o extraño, sino una dimensión más de la vida (de hecho, una de las más importantes para gran número de personas). Una educación integradora es un buen camino para prevenir ese dualismo que menciona.
La vitalidad de los primeros cristianos no era fruto de una actitud ingenua, sino de la fuerza de su fe y el ejemplo de su caridad que a tantos atraía
P.: También se lee en la Carta a Diogneto: «Lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el Mundo». ¿Cómo volver a ser el alma en el mundo? ¿Dónde está el equilibrio entre no ser mundano, pero ser, al mismo tiempo, la sal del mundo?
R.: El mundo actual se rige con frecuencia por criterios de eficacia y éxito o, en otras palabras, de productividad. Por su parte, la religión nos recuerda que lo decisivo en la vida es la fecundidad, es decir, la capacidad de generar bienes que no se agotan al compartirlos con otros (como el saber o el amor).
El reto actual de las universidades de inspiración cristiana es conseguir ser relevantes y reconocidas por la comunidad universitaria internacional, sin por ello desviarse de lo esencial: ser un lugar de crecimiento intelectual, personal y espiritual.
Se podría decir que el punto de equilibrio está en que la fecundidad no quede ahogada por la eficacia, pero en concreto tiene que descubrirlo cada persona y cada institución. Es importante saber rectificar cuando es necesario, porque no hay fórmulas mágicas.
Además, a las universidades nos corresponde estar en el origen de los cambios sociales, contribuyendo a generar una nueva cultura, más humana. Por ejemplo, en el reciente debate sobre la eutanasia, no basta con oponerse y señalar los problemas éticos de su legalización.
También es necesario ocuparse de los motivos que nos han llevado a esta situación, como la pérdida del valor del cuidado o entender la dignidad en términos de utilidad. A través de la investigación y la docencia podemos ayudar a concebir la enfermedad y el final de la vida de otra manera.
Esto me parece importante, porque nuestra actitud no debería ser únicamente reactiva, sino ante todo propositiva: ofrecer soluciones y alternativas, capaces de convencer a una mayoría.
P. En muchos países, como España, la Iglesia, de una manera o de otra, dispone de una amplia red de organismos de índole cultural: desde universidades hasta televisiones, radios, colegios… ¿Qué balance le merece el uso de estos medios?
R.: Creo que no se puede hacer un balance general sobre una realidad tan variada, donde la iniciativa corresponde a muy distintas entidades o personas. Me alegra comprobar la confianza que tantos padres siguen depositando en colegios y universidades que ofrecen una educación religiosa. Es una buena señal, a la vez que una gran responsabilidad.
Aunque para el futuro de la religión lo decisivo siempre es la familia, la enseñanza media tiene un papel clave. Y aquí las universidades podemos contribuir de manera muy directa, porque en nuestras aulas se forman esos futuros profesores.
Sería un error mantener algunos signos externos de la identidad cristiana, como los crucifijos, pero evitando comprometerse en cuestiones nucleares de la fe
P.: Algunas de las principales instituciones formativas en el ámbito empresarial o financiero son, en cierto modo, confesionales, o lo fueron en sus inicios, o se inspiran abiertamente en el humanismo cristiano. O eso dicen. Y su reconocimiento internacional es de primera magnitud. Pero ¿qué efecto real tienen en el modelo económico, en la manera como se gestionan las empresas, el trato con clientes, con los empleados?
R.: La Escuela de Negocios de la Universidad de Navarra, el IESE, tiene gran reconocimiento internacional, con sedes en varios países. Desde sus comienzos ha buscado tanto la excelencia, por ejemplo, al contar con el asesoramiento de Harvard, como también hacer presentes los valores cristianos en el mundo de los negocios.
Todos somos conscientes de los puntos débiles de nuestro actual modelo económico. Lo que está en manos de una institución educativa es, en primer lugar, poner ella misma en práctica principios de la doctrina social de la Iglesia, cuidando de sus empleados y alumnos.
Además, le corresponde promover la reflexión ética y ofrecer una docencia que podríamos llamar «transformadora», que impulse a las personas tener compromiso social.
En concreto, el IESE cuenta con un departamento de ética de los negocios que promueve la visión humanista. Además, recientemente, en la Universidad de Navarra hemos incluido el liderazgo ético en instituciones y empresas entre las líneas estratégicas para los próximos cinco años.
Tenemos grandes esperanzas en este proyecto, porque efectivamente percibimos la necesidad de que las personas sean siempre el centro de la actividad económica y nunca una mera mercancía. Por otro lado, la contribución del IESE ha sido decisiva en la puesta en marcha de varias escuelas de negocio en todo el mundo, por ejemplo, en África.
Ahí el impacto social es patente: en países con dificultades de acceso a la educación y problemas de corrupción, formar en la integridad profesional puede ser decisivo para el desarrollo de esas sociedades.
P.: La universidad fue un invento de la Iglesia. Más en concreto, su germen son las escuelas de los obispados. ¿Qué ha sucedido para que la centralidad de lo teológico se haya desleído?
R.: En el caso de España y otros países cercanos, fueron motivos históricos concretos los que explican que la teología dejara de estar presente en las universidades. Pienso que es muy necesario que una universidad cuente con una facultad o departamento de Teología. También en las universidades públicas, como sucede en otros países.
La investigación teológica y la docencia de la religión ayudan a mantener vivo el lugar que le corresponde en los saberes universitarios. La ciencia examina todas las preguntas que tienen los seres humanos y, por eso, debe ocuparse también de Dios.
La formación teológica que ofrecemos contribuye a que comprendan que la religión no es algo separado o extraño, sino una dimensión más de la vida
P.: En la Edad Media, se entendía que todas las ciencias eran ancilares de la Teología. ¿Es así ahora en las universidades católicas? ¿Cuánto sabe de Cristo, o de los Padres de la Iglesia, el alumno que obtiene un grado, máster, doctorado en una universidad católica?
R.: La unidad del saber requiere la presencia de la teología, así como de la mediación de la filosofía con las demás ciencias. Ese ideal clásico sigue vigente.
A los profesores siempre nos parece que los alumnos saben menos de lo que necesitarían acerca de nuestra disciplina. También sucede con la Teología. Bromas aparte, es muy cierto que en el caso de los cristianos hay un desequilibrio entre el tiempo y el esfuerzo que dedican a su cualificación técnica y el que dedican a profundizar en la fe.
Esta es una de las causas de los problemas que hemos venido comentando. Le puedo contar que en la Universidad de Navarra los alumnos pueden cursar dos asignaturas de Teología y que en los últimos años hemos visto crecer significativamente el interés de los estudiantes por ellas.
Lo interpreto como un signo de lo bien recibido que es el mensaje cristiano cuando se presenta de un modo atractivo y con altura académica.
P.: ¿Cuál es hoy la premisa mayor en las universidades católicas? ¿Su aspecto más relevante?
R.: Ser una universidad en el sentido pleno de la palabra. Lo explica bellamente Juan Pablo II en Ex Corde Ecclesiae. El cristianismo impulsa a una institución a ser más y mejor universidad, porque sitúa la búsqueda desinteresada de la verdad y el servicio al bien común como principios rectores.
Pienso que haríamos un flaco favor a la Iglesia si no intentáramos que nuestra docencia e investigación alcanzaran el mayor nivel posible, a la altura de la ciencia actual. Ese fue el ideal de Newman, que sigue siendo un claro referente. Estoy convencido de que es posible ofrecer una educación liberal, es decir, humanista en una institución que aspire a convertirse en research university.
Además, la luz de la fe ofrece una concepción más profunda y completa de lo humano, capaz de interesar también a quienes no son cristianos y vienen a nuestras aulas.
La universidad es, ante todo, una comunidad de personas, donde lo decisivo es la convivencia culta entre profesores y alumnos
P.: ¿Qué peso tienen las humanidades, en especial lo que se llama cultura clásica (los griegos, los latinos, tanto cristianos como gentiles), dentro del currículo medio de un alumno en una universidad católica?
R.: Debería tener un peso significativo. En el mundo fragmentado en el que vivimos, es muy necesario poner a los estudiantes en contacto con la tradición intelectual para que entiendan las raíces de su forma de ver el mundo.
En el mundo fragmentado en el que vivimos, es muy necesario ayudar a los estudiantes a comprenderse poniéndolos en contacto con la tradición intelectual. El conocimiento de la tradición permite tomar distancia, orientarse y, así, elegir con más libertad, sin quedar al albur de las modas o el pensamiento dominante.
En nuestra universidad contamos con un Core Curriculum que ofrece educación humanística a los estudiantes de todos los grados. Cada titulación tiene aproximadamente un 10% de estos contenidos (ética, antropología, historia, teología, ética profesional, etc.).
Un proyecto reciente, que ha tenido buena acogida, es el Programa de Grandes Libros, común en universidades de otros países, pero hasta ahora poco frecuente en nuestro país. Es animante comprobar el interés de las nuevas generaciones por leer a Homero, Shakespeare o la Biblia. Además, no los leen como piezas de museo, sino para reflexionar sobre lo que esos textos enseñan para la propia vida y la sociedad.
P.: ¿En qué tendría que ser la universidad católica un referente social y mundial de forma inequívoca? ¿Cómo habría que completar la frase «Hay que estudiar en una universidad católica, porque las universidades católicas son las mejores en…», dicha por cualquier persona?
R.: La respuesta que daría es «porque ponen a la persona en el centro». Estoy convencido de que una universidad de inspiración cristiana puede llegar a ser uno de los mejores lugares del mundo para estudiar, investigar y trabajar. Al poner a la persona en el centro, el criterio fundamental no es el de la eficacia o la productividad, como ya he explicado.
La universidad es, ante todo, una comunidad de personas, donde lo decisivo es la convivencia culta entre profesores y alumnos. Debemos ser instituciones que puedan seguir generando auténticos maestros capaces de dar respuesta a las grandes preguntas de cada época, sirviéndose de las luces de la razón y de la fe.
Además, compartir una misión trascedente facilita que todos en la universidad contribuyan al proyecto común. Puedo decirle también que, en mi experiencia, el cristianismo es fuente de esperanza, que nos ayuda a ser ambiciosos en nuestro afán de servicio y a mirar a largo plazo, sin desalentarnos por los obstáculos que van apareciendo.
Quizá era la primera vez en la historia que un pontífice caminaba solo bajo la lluvia ante una plaza absolutamente vacía.
Pero era una situación histórica: una pandemia mundial. Por eso el Papa anunció que realizaría un gesto extraordinario, la bendición Urbi et Orbi, reservada para ocasiones especiales como la Navidad o la Pascua.
Dos imágenes religiosas le acompañaron durante la ceremonia
Una era el crucifijo de la iglesia de San Marcello al Corso, en Roma, que en 1522 fue sacado en procesión por las calles de la Ciudad Eterna para rezar por el fin de la peste.
...La otra imagen era el antiguo icono de la patrona de Roma, la Salus Populi Romani, “Salvación del Pueblo Romano”.
Antes de la bendición el Papa reflexionó sobre lo que la pandemia estaba poniendo de manifiesto: la fragilidad.
FRANCISCO La tempestad ha desenmascarado nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que construimos nuestras agendas, nuestros proyectos, nuestros hábitos y prioridades.
Luego impartió la bendición con la Eucaristía desde el atrio de la basílica de San Pedro.
Francisco estaba siguiendo muy de cerca la evolución de los acontecimientos.
En aquel momento Italia estaba siendo uno de los países más castigados por el virus, con casi mil fallecidos al día, acababa de superar el número de víctimas declarado por China.
Por eso, para enfermos, sanitarios, y para quienes estaban confinados en sus casas, este gesto del Papa bajo la lluvia, en una plaza desierta fue también un momento de cercanía y consuelo.
Faltaban cinco días para la Pascua, y era domingo –el primer día de la semana–, según una antiquísima tradición que armoniza bien con los datos que nos ofrecen los cuatro evangelios. Los días que faltaban para la muerte de Jesús estaban contados. Desde Betania, Jesús se encaminó a Jerusalén, rodeado de una gran muchedumbre.
Dejó la casa de los amigos en Betania y tomó el camino de la ciudad santa que pasaba por una pequeña aldea llamada Betfagé, junto al Monte de los Olivos. Cuando ya estaban cerca de la población envió a dos de sus discípulos con este encargo: Id a la aldea que tenéis enfrente, y nada más entrar en ella encontraréis un borriquillo atado, sobre el que todavía no ha montado ningún hombre; desatadlo y traedlo.
San Mateo habla también de una borrica, aunque será el pollino la cabalgadura que empleará Jesús. El dueño debía de ser un discípulo, porque les advirtió: Y si alguien os dice: ¿Por qué hacéis eso?, responded que el Señor tiene necesidad de él, y que en seguida lo devolverá aquí (Mc). Y sucedió tal como el Maestro les había dicho. El dueño se uniría al cortejo que comenzaba a formarse camino de la ciudad.
Echaron un manto sobre el borrico y Jesús montó sobre él. San Juan escribe que sucedió así para que se cumpliera la profecía de Zacarías, que los judíos entendían en sentido mesiánico: No temas, hija de Sión. Mira a tu rey, que llega montado en un pollino de asna. Era una entrada propia del Mesías, príncipe de la paz. Así habían hecho su entrada muchas veces los reyes en Israel.
Quienes estaban dispuestos para entender, lo comprenderían.
La comitiva se puso en marcha. Un aire festivo lo impregnaba todo. Los apóstoles rodeaban al Señor, y delante y detrás se apiñaba la multitud, que aumentaba a cada instante. Todos comprendieron que Jesús quería entrar en Jerusalén como el Mesías prometido.
Él mismo admitía y provocaba las manifestaciones de los que salían a su paso. Muchos eran peregrinos de Galilea y de todas partes, que por fin le veían después de tantos meses. San Juan da esta explicación: La multitud que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, daba testimonio. Lo iban contando por todas partes y arrastraron a muchos con su fervor: por eso las muchedumbres salieron a su encuentro, porque oyeron que Jesús había hecho este milagro.
Y San Mateo escribe: Una gran multitud extendió sus propios mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y las echaban por el camino. Así habían hecho en otros tiempos sus antepasados.
Los evangelistas dan la impresión de que la multitud iba en aumento conforme se acercaban a la ciudad. San Lucas indica el momento preciso en que el entusiasmo cobró toda su fuerza. Fue –dice– al acercarse a la ciudad, ya en la bajada del Monte de los Olivos, después de haber pasado la cumbre y caminado un rato por la vertiente occidental de esta colina.
Desde un recodo del camino se divisaba de repente una parte de la ciudad, que se eleva en el ángulo sudeste, sobre la actual colina de Sión. Y los que iban delante y detrás clamaban: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!
En medio de aquella alegría y de aquel entusiasmo, algunos fariseos, amigos hasta cierto punto, se acercaron al Señor para decirle (Lc):
Maestro, reprende a tus discípulos. Les parecían demasiado aquellos gritos y las alabanzas que le tributaban. Y Jesús les respondió que el momento era tan grande que, si aquéllos callasen, Dios haría hablar a las piedras.
De hecho, cuando por miedo callan sus seguidores en el Calvario, temblará la tierra y se partirán las piedras, estremecidas por su muerte. Decenas de profecías se concretaban en aquel instante. Otras veces el Señor había impuesto silencio a quienes querían aclamarle como Rey y Mesías. Ahora ha llegado el momento de su manifestación pública.
No hacía mucho que el Sanedrín había decretado que, si alguno tenía noticias del lugar donde se encontraba Jesús, lo denunciase enseguida, para detenerlo. Y Jesús entraba ahora en Jerusalén, acompañado de una gran multitud, que lo aclamaba abiertamente como Mesías.
San Juan recoge este comentario de unos fariseos: Ya veis que no adelantáis nada; mirad cómo todo el mundo se ha ido tras él. Ven el triunfo de Jesús con pena.
JESÚS LLORA SOBRE LA CIUDAD
La comitiva había rebasado la cima del Monte de los Olivos y descendía por la vertiente occidental en dirección al Templo. Desde aquella vertiente se divisaba un panorama de toda la ciudad. Al contemplarla, Jesús lloró; y se quebró la alegría de todos al ver al Maestro.
Al Señor se le representó en un momento toda la historia de Jerusalén, que era la historia del pueblo judío: un pasado lleno del amor de Dios no correspondido; un presente en el que llevarán a la muerte al Hijo, como en la parábola de los viñadores homicidas; y un futuro en el que no quedaría piedra sobre piedra de la ciudad.
Cuarenta años después, Tito establecería allí mismo, en el Monte de los Olivos, el campamento de las tropas que asediarían la ciudad y más tarde la tomarían por asalto.
Jesús, conmovido a la vista de este cuadro tan trágico, prorrumpió en sollozos. Después, dio rienda suelta a su dolor y describió la suerte que en breve plazo aguardaba a la ciudad:
Vendrán días sobre ti en que no sólo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho.
En el año 70 las legiones romanas pusieron sitio a la ciudad, y en tres días construyeron un muro para rendirla por hambre [9]. Poco después, Jerusalén quedó arrasada.
Después de una pausa, Jesús emprendió de nuevo el camino y terminó de bajar la vertiente occidental de la colina. Entró por fin en la ciudad, rodeado de cientos de peregrinos que lo aclamaban y lo vitoreaban. Toda Jerusalén estaba alborotada con la entrada del Señor, rodeado de esta multitud que le aclamaba como Mesías. Quizá este pequeño triunfo de ahora incrementó el odio y el rencor de sus enemigos.
Unos días más tarde saldrá Jesús de la ciudad con la cruz a cuestas, camino del Calvario. Muchas de aquellas gentes presenciaron en silencio, sobrecogidas, cómo ajusticiaban al que habían aclamado. Nadie le prestó la menor ayuda. Hemos de pensar que éstos que le siguen hoy con palmas y ramos no son los mismos que gritarán como posesos:
¡Crucifícale! ¡Crucifícale! En Jerusalén quedaba otra mucha gente que siempre había sido hostil al Maestro de Galilea.
Entró Jesús en el Templo e hizo allí algunas curaciones. Unos niños lo aclamaron de nuevo, y decían: Hosanna al Hijo de David. Los príncipes de los sacerdotes se irritaron. Tenían una rabia incontenible ante los milagros, los gritos de júbilo y las aclamaciones como Hijo de David. ¡Hasta los niños se sumaban a la fiesta! Por eso, ellos le decían: ¿Oyes lo que dicen éstos? Y Él les respondió: Sí; ¿no habéis leído nunca: de la boca de los pequeños y de los niños de pecho te preparaste la alabanza? (Mt).
Después, Jesús los dejó y se marchó a Betania, y allí pasó la noche (Mt). San Marcos añade que salió con los Doce y que se les había hecho tarde. Media hora después estaba con sus amigos, que le hicieron una buena acogida, como siempre. Imaginamos que comentó con ellos muchos pequeños detalles de aquella entrada jubilosa en Jerusalén. Alguno de los discípulos iría a Betfagé a devolver el borrico, tal como habían prometido.
Cada Semana Santa, se recuerda la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Aunque algo de lo que la Biblia no da muchos detalles es cómo vivieron los discípulos después de la crucifixión.
Es lo que intenta imaginarse la película “Resurrección”.
“Esta película es diferente a cualquier otra que se haya hecho sobre este tema, porque comienza en la Crucifixión. A partir de allí se desarrolla esta historia sobre el miedo, terror, confusión y el caos que vivieron los discípulos. Esta película sigue sus pasos”.ROMA DOWNEY Productora, “Resurrection”
“Si te lo has llevado, dime dónde está, y lo recogeré”.
“Creo que hay muchas personas, como yo, que aprenden visualmente. He disfrutado mucho toda la producción. Ahora, cuando leo las Escrituras, cuando escucho el Evangelio, siento que lo revivo de una manera nueva y diferente”. ROMA DOWNEY
“Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda la creación”.
Anteriormente varias películas han intentado representar la Pasión... Esta nueva versión intenta ofrecer algo que las demás no tenían.
“Esta es la mejor historia de esperanza que ha habido. Creo que ese 'por qué ahora' es porque necesitamos esperanza este año, más de lo que nunca la hemos necesitado”.ROMA DOWNEY
Por eso, para respetar las medidas de bioseguridad en todo el mundo, el estreno de “Resurrección” será en Semana Santa, pero sólo en plataformas online.