No lo es de ninguna manera. Los primeros cristianos tienen una extraordinaria vigencia cultural, sobre todo a la hora de comprender el mundo en el que vivimos y la interacción entre cristianismo y mundo contemporáneo.
La cultura europea está configurada desde el cristianismo, y por tanto a partir del esfuerzo de los primeros cristianos: ellos son las famosas raíces cristianas de Europa, a las que se refirió Juan Pablo II en Santiago de Compostela y que ahora están en el centro del debate cultural europeo. Es importante resaltar este hecho, pues el cristianismo se extendió a todo el mundo precisamente desde Europa.
Sin embargo, desde la Ilustración, y especialmente a lo largo del siglo XX, se ha dado un proceso de descalificación y negación de esas raíces. Cada vez es mayor el acoso cultural y mediático, la marginación efectiva que sufre el Cristianismo en Europa. En este sentido, la manera coherente en que los cristianos queremos vivir nuestra fe se puede calificar de arriesgada, y de ahí precisamente nace la enorme actualidad de los primeros cristianos, que vivieron una situación socio-cultural parecida y afrontaron con toda naturalidad sus riesgos.
Cierto, es otra forma de acoso, estamos en otra época. Pero esa diferencia fundamenta la semejanza: ellos estaban rodeados, de manera agobiante, por el paganismo clásico: la floreciente cultura helénico-romana, basada en el culto a divinidades completamente extrañas al mundo judeo-cristiano, y sobre todo en el culto al Emperador.
Ellos tuvieron que afrontar el paganismo, pero nosotros tenemos que afrontar el neo-paganismo: es cierto que se ven iglesias, catedrales, etc. (testimonios en piedra de esas raíces cristianas de las que hablábamos antes), pero lo dominante en el mundo actual europeo, lo casi agobiante en los "media", es lo que llamo neo-paganismo: un conjunto de "opciones" y "ofertas" de signo materialista (o "espiritualista"), que son las nuevas "divinidades" postmodernas.
En este contexto, el cristiano y la comunidad cristiana, si son coherentes, "se la juegan", como los primeros cristianos. Pero sólo si son coherentes pueden ganar la batalla, también como los primeros cristianos
El Santo Padre Benedicto XVI en realidad no habla de otra cosa: de una manera o de otra, todo converge ahí: en encíclicas, discursos, catequesis, etc. Hay que leer muy bien su Magisterio. Según la gran Tradición de la fe, el punto de partida para responder a la pregunta es éste: que la historia y su desarrollo son, si es lícito hablar así, la estrategia de Dios para ofrecer a la humanidad la salvación que Cristo nos ha conseguido con su Vida, Muerte y Resurrección. Pero, ¡atención!, Cristo no es una figura del pasado, es Él el que lleva adelante, ¡hoy!, esa misión.
Primeros Cristianos
Esta convicción es absolutamente fundamental, porque nuestro papel el de la Iglesia y el de cada cristiano es "colaborar" con el Señor, que es el que hace; seguirle, que Él va delante; en definitiva, vivir el tercer misterio luminoso del Rosario: es decir, hacer eco al anuncio del Reino de Dios que hizo y hace Jesús y explicarle a la gente familiares y amigos que el Reino es Él -Jesús-, que Él es el Reino que viene a cada uno de nosotros.
Por eso nuestra forma, la forma histórica de anunciar el Reino, es testificar con la propia vida que Cristo vive y hablar a la gente de la felicidad y la alegría que el Reino ha metido y mete en mi vida y cómo puede cambiar y transformar también las de ellos. Por eso hemos de amar a nuestro mundo los hombres y las mujeres de nuestro mundo tal como es, porque en él Cristo sigue actuando y cuenta con nosotros para "cambiarlo", como hicieron los primeros cristianos.
En la sociedad europea de hace décadas eran más evidentes las raíces cristianas, la gente tenía formas y categorías de pensamiento cristianas: conocía los mandamientos, lo bueno y lo malo, y los problemas y las dificultades para ser cristiano venían de otra parte.
Hoy en día esto no se da: una gran cantidad de bautizados no ha recibido apenas formación o ha sido anulada por ese constante mensaje que transmiten la televisión, el cine, etc. Ahora la gente tiende a no pensar y a funcionar según "apetencias" y según el modelo (dictado) de la mayoría.
Forma parte de la misión mostrar en el diálogo cómo la recepción de ese modo de vida la han hecho muchas veces sin fundamento (sin pensamiento), que no lo han elegido en sentido propio, que se les ha impuesto desde fuera en conexión con "apetencias". En este sentido es interesante promover grupos de diálogo y debate para abordar todas estas cuestiones, sembrar el mundo de pequeñas minorías que, como los primeros cristianos, tengan convicciones y actúen conforme a ellas. En contra de lo que muchos piensan, un hombre o una mujer "normal" no es el que actúa según la mayoría estadística, sino el que actúa conforme a unas convicciones personales pensadas desde la verdad.
Sin ninguna duda. Hay gente que nunca ha tenido la Biblia en sus manos y que no sabe nada de las cosas de Dios. Por eso lo mejor no es plantear a los demás teorías abstractas sobre el Cristianismo, sino hablar como los primeros cristianos, es decir, hablar de manera directa y narrativa de Jesucristo, decir sus palabras, contar lo que hizo y dijo. Por eso tiene que ser frecuente al conversar giros como éste: el Señor decía en una ocasión . Hay que explicar el Cristianismo desde la boca del Señor.
Jesús interesa siempre y la gente presta atención cuando se habla de Jesús, de su vida, que es lo que impresiona. Debemos poner en boca del Señor todo lo que podamos, pues nuestro gran aliado es la verdad que hay en sus palabras, y es Él quien la proclama. Más: Él es la Verdad. Cuando explicamos la verdad, el que escucha tiene algo dentro que le dice que ha de estar con la verdad. Lo importante es lo interior, lo exterior viene luego.
Insisto: actuar como los primeros cristianos implica hablar de Jesucristo con toda naturalidad, decir lo que Él decía, tener fácilmente en la boca las palabras del Evangelio. Él es lo más importante en nuestra vida, y es quien ha configurado el mundo en que vivimos: es imposible entender el mundo cultural de hoy sin Jesucristo. Por ello hay que dar testimonio de Él en la vida corriente, en el trabajo. Ya os dais cuenta de que esto es posible por la Eucaristía, en la que Cristo vivo viene a nosotros y toma posesión de nosotros. La Eucaristía es la que hace posible que el cristiano, como decía san Josemaría Escrivá sea otro Cristo, Cristo que pasa.
Esto me trae a la memoria aquel célebre testimonio de un mártir de los primeros siglos, al que el juez ofrecía la libertad si prometía no asistir a la reunión de los cristianos (la celebración de la Eucaristía). El cristiano no aceptó la oferta. Sine dominico non possumus, dijo al juez: los cristianos no podemos vivir sin el domingo, sin la Eucaristía dominical. Fue ejecutado. Pero nos dejó grabada para siempre cuál es la actitud cristiana ante la Misa del domingo: no vamos, ante todo, porque sea un precepto, sino porque no podemos vivir (cristianamente) sin el Cuerpo y la Sangre del Señor.
El relativismo domina la cultura europea desde la Ilustración y se hace sumamente intenso a lo largo del siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Este relativismo nos presenta como tres mundos: el científico-técnico, que da certezas operativas; el mundo de las ideas sobre Dios y el hombre, en el que cada uno piensa lo que quiere, postmodernismo total: todo vale (o nada vale), no existe la verdad; y el mundo de la religión, que hace referencia a mitos e imaginaciones en las distintas culturas.
A pesar de todo, la realidad se impone y el hombre de carne y hueso tiene un problema vital y existencial que sale por todas partes aunque se trate de taparlo. La gente tiene preguntas sin resolver: qué es el hombre, cuál es el sentido de la vida, qué es la felicidad, dónde está, qué hay detrás de la muerte. Éstas son preguntas inextinguibles. Si muchos quieren taparlas, los cristianos hemos de empeñarnos en que emerjan, que estén presentes en el debate público y en las conversaciones privadas. Nosotros tenemos que hacer lo que hicieron los primeros cristianos: contar a la gente cómo todo se esclarece en el encuentro con Jesucristo. Él es la respuesta a esas preguntas.
Para llegar a esto muchas veces lo que hay que conseguir es que la gente analice sus propias posturas, se pregunte por el fundamento de sus decisiones y de sus actitudes. A esto yo le llamo método socrático, diálogo: primero escuchar, interesarse por lo que dicen los que rechazan a Cristo o a la Iglesia, preguntarles por el fundamento de su posición ante Dios y ante la vida que muchas veces aparecerá muy débilmente fundamentada y, a partir de ahí, provocar que ese amigo reflexione en serio a la luz de Jesucristo, del que le hablamos como clave de la vida humana.
Pero es fundamental que el no creyente se sienta comprendido y entendido en sus posiciones; sólo así la propuesta cristiana tiene carácter dialógico. Así planteó San Pablo su discurso en el Areópago: habló de Jesucristo a partir de las posiciones de los demás. Muchos consideran que esa predicación acabó con un fracaso, pero lo cierto es que varios hombres y mujeres se adhirieron a él y creyeron. Pero no olvidemos que sólo cuando alguien se siente entendido, surge el diálogo y se puede hablar de todo, por ejemplo del sentido del sacrificio, imprescindible para poder entender a Jesucristo y la vida cristiana. Esto es lo que hacían los primeros cristianos.
Del lado jordano se encuentran unas ruinas en la ruta de peregrinación de los primeros cristianos. En 1996 unos hallazgos arqueológicos en esa zona, conocida en lengua árabe como al-Maghtas (el lugar del bautismo), sugirieron que ése podría ser el enclave del acontecimiento que narran los Evangelios. De hecho, la cerámica, las monedas, los objetos de piedra y los vestigios arquitectónicos confirman que el lugar se utilizó a principios del primer siglo d.C., esto es, en tiempos del Salvador y del Precursor.
Estas ruinas están dedicadas al profeta Elías, y eso reforzaría la hipótesis, dada la vinculación que establecen los Evangelios entre él y San Juan Bautista, quien actuaba "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), de quien algunos le consideraban encarnación.
Sea como fuere, a nueve kilómetros al norte del Mar Muerto, en la orilla este del río Jordán, Betania de Transjordania es el enclave bíblico más importante del Reino Hachemita de Jordania y el pasado 3 de julio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Se trata del quinto lugar del país que recibe este reconocimiento después de Petra, Quseir Amra, Um Al Rassas y el desierto de Wadi Rum.
Betania fue el enclave donde se estableció Juan Bautista y donde Jesús fue bautizado. El Señor también oró aquí por primera vez ante Dios y reunió a sus primeros discípulos, y por eso han visitado al lugar, en sus respectivas peregrinaciones a Tierra Santa, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. El área cuenta con restos romanos y bizantinos, incluyendo además restos de cinco iglesias paleocristianas y capillas. Actualmente se celebran bautizos y es un lugar importante de peregrinación cristiana.
A lo largo de la geografía jordana se pueden descubrir numerosos enclaves mencionados en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, por lo que no es de extrañar que el país haya fascinado a un sinfín de peregrinos que lo han visitado para seguir los pasos de algunos de los profetas más importantes de la Biblia.
Algunas de las iglesias más antiguas del mundo se encuentran en Jordania, como la salade oración del siglo II de Betania, la iglesia del siglo IV de Umm Qays y las ruinas del que se cree que es el templo más antiguo del mundo en la ciudad de Áqaba al sur del país. La iglesia bizantina de San Jorge en Mádaba (siglo VI) guarda el mapa mosaico de Tierra Santa más antiguo.
Se trata del quinto lugar del país que recibe este reconocimiento después de Petra, Quseir Amra, Um Al Rassas y el desierto de Wadi Rum.
En la ceremonia celebrada en París, el arzobispo Maroun Lahham, vicario patriarcal para Jordania del Patriarcado Latino de Jerusalén, ha definido este enclave como “un lugar donde todavía resuena la voz de Cristo” en un país, Jordania, “tranquilo y seguro, en medio de un Oriente Medio en llamas”.
"El Evangelio lo había declarado ya hace dos mil años, la devoción popular siempre lo ha confirmado, las investigaciones arqueológicas lo han puesto de relieve, los Papas lo han visitado, y hoy la comunidad internacional lo declara oficialmente”, ha señalado el arzobispo Lahham. “A partir de esta tarde –ha añadido– podemos de“clarar en voz alta que Jordania es Tierra Santa. La Tierra Santa incluye especialmente a Jerusalén, Belén y Nazaret, pero Jordania no es menos santa por ello”.
Betania fue el lugar donde se estableció Juan Bautista y donde Jesús fue bautizado. El Señor también oró aquí por primera vez ante Dios y reunió a sus primeros discípulos, ha recordado la Oficina de Turismo de Jordania en España. Este lugar ha recibido la visita de los tres últimos pontífices: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
El área cuenta con restos romanos y bizantinos, incluyendo además restos de cinco iglesias paleocristianas y capillas. Actualmente se celebran bautizos y es un lugar importante de peregrinación cristiana.
A lo largo de la geografía jordana se pueden descubrir numerosos enclaves mencionados en el Antiguo y Nuevo Testamento por lo que no es de extrañar que el país haya fascinado a un sinfín de peregrinos que lo han visitado para seguir los pasos de algunos de los profetas más importantes de la Biblia.
Algunas de las iglesias más antiguas del planeta se encuentran en Jordania, como la sala de oración del siglo II de Betania, la iglesia del siglo IV de Umm Qays y las ruinas del que se cree que es el templo más antiguo del mundo en la ciudad de Áqaba al sur del país. La iglesia bizantina de San Jorge en Mádaba (siglo VI) guarda el mapa mosaico de Tierra Santa más antiguo.
Tan escasas son las noticias sobre su vida, como en cambio abundantes son las obras teológicas que este verdadero Defensor Fideinos ha dejado. Nacido en una familia acomodada galo-romana y pagana, recibe una sólida formación literaria y filosófica, pero solamente luego de la conversión al cristianismo - como él mismo declarará en una de sus obras - logra encontrar el sentido del destino del hombre.
Es en particular con la lectura del prólogo al Evangelio de Juan, que Hilarioinicia y da una dirección a la propia búsqueda interior. Adulto, casado y con una hija, recibe el Bautismo y entre el 353 y el 354, es elegido obispo de Poitiers.
El período histórico en el que San Hilario vive, está particularmente caracterizado por un pluralismo religioso y cultural que con pesadas polemicas melló el núcleo central de la fe cristiana.
En particular, las doctrinas de Arrio, Ebión y Fotino - por citar solamente algunas - encontraron terreno fértil ya sea en Occidente que en Oriente, difundiendo herejías trinitarias y cristológicas que comprometían el núcleo central de la fe cristiana.
Con coraje y profunda competencia, San Hilario inicia su “lucha” contra la polémica trinitaria y en particular contra el arrianismo, sosteniendo en cambio que Cristo, solo si es verdadero Dios es verdadero hombre, puede ser el salvador de los hombres. En este clima encendido, San Hilario pagó con el exilio el compromiso por el restablecimiento del orden en el pensamiento teológico y por el retorno a la verdad.
Estamos en el siglo IV, durante el imperio de Constanzo, hijo del emperador Constantino el Grande.
San Hilario escribe una súplica al emperador - Liber II ad Constantium – pidiendo poder defenderse públicamente, en presencia del mismo emperador, de las acusaciones que Saturnino de Arlés injustamente le habia dirigido, indicándolo como traidor de la verdadera fe evangélica y obligándolo al exilio en Frigia (en la actual Turquía) por 4 años.
Instigado por los arrianos que querían deshacerse de Hilario, Constantino lo vuelve a enviar a Poitiers donde, en cambio, es acogido triunfalmente. Regresando a su patria, retoma la actividad pastoral apoyado también por el futuro obispo de Tours, S. Martín, que bajo la dirección de Hilario funda en Ligugé el más antiguo monasterio de la Galia, con el objetivo de contrastar los efectos de la herejía.
En los ultimos años de su vida compone un comentario a cincuenta y ocho Salmos. Muere en el 367 y de él han quedado escritos exegético-teológicos e himnos de argumento doctrinal. Entre sus obras, se encuentra también el Comentario al Evangelio de Mateo, el más antiguo comentario en lengua latina de este Evangelio. Sus obras fueron publicadas por Erasmo de Rotterdam en Basilea en 1523, 1526 y 1528.
En 2007, continuando el ciclo de catequesis sobre los Padres Apostólicos y los primeros cristianos, el Papa Benedicto XVI se ha detenido sobre la figura de san Hilario de Poitiers resumiendo lo esencial de su doctrina en esta fórmula del Santo:
“Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre.
Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente.
Este nombre no admite componendas, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no”.
"Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los Cielos y vio al espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz del Cielo que decía: Este es mi hijo, el amado, en quien me he complacido". (M 13, 16-17.)
En la solemnidad de hoy conmemoramos el bautismo de Jesús por San Juan Bautista en las aguas del río Jordán. Sin tener mancha alguna que purificar, quiso someterse a este rito de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban. Al hacerse hombre, se sujetó a las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita, elegido por Dios para preparar la venida de nuestro Redentor. Juan cumplió, con energía, la misión de profetizar y suscitar un gran movimiento de penitencia como preparación inmediata al reino mesiánico.
El Señor deseó ser bautizado, dice San Agustín, «para proclamar con su humildad lo que para nosotros era necesidad»7.
Con el bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano, que fue directamente instituido por Jesucristo con la determinación progresiva de sus elementos, y lo impuso como lgy universal el día de su Ascensión: Me fue dado todo poder en el Cielo y en la tierra, dirá el Señor; id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo 8.
En el Bautismo recibimos la fe y la gracia. El día en que fuimos bautizados fue el más importante de nuestra vida. De igual modo que «la tierra árida no da fruto si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos como un leño seco, nunca hubiéramos dado frutos de vida sin esta lluvia gratuita de lo alto» 9. Nos encontrábamos, antes de recibir el Bautismo, con la puerta del cielo cerrada y sin ninguna posibilidad de dar el más pequeño fruto sobrenatural.
Hoy nuestra oración nos puede ayudar a dar gracias por haber recibido este don inmerecido y para alegrarnos por tantos bienes cómo Dios nos concedió. «La gratitud es el primer sentimiento que debe nacer en nosotros de la gracia bautismal; el segundo es el gozo. Jamás deberíamos pensar en nuestro bautismo sin un profundo sentimiento de alegría interior» '.
Hemos de agradecer la purificación de nuestra alma de la mancha del pecado original, y de cualquier otro pecado si lo hubo, en el momento de recibir el Bautismo. Todos los hombres somos miembros de la familia humana que en su origen fue dañada por el pecado de nuestros primeros padres.
Este «pecado original se transmite juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y se halla como propio en cada uno» 11. Pero Jesús dotó al Bautismo de una especialísima eficacia para purificar la naturaleza humana y liberarla de ese pecado con el que hemos nacido. El agua bautismal significa y opera de un modo real lo que el agua natural evoca: la limpieza y la purificación de toda mancha e impureza».
«Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo: no se te ocurra —nos exhorta San León Magno— ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo» .
Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo en el Jordán quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo: concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, la perseverancia continua en el cumplimiento de tu14.
El Bautismo nos inició en la vida cristiana. Fue un verdadero nacimiento a la vida sobrenatural. Es la nueva vida que predicaron los Apóstoles y de la que habló Jesús a Nicodemo: En verdad te digo que quien no naciera de arriba no podrá entrar en el reino de Dios... Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu15.
El resultado de esta nueva vida es cierta divinización del hombre y la capacidad de producir frutos sobrenaturales.
La dignidad del bautizado está como velada muchas veces, por desgracia, en la existencia ordinaria; por eso nosotros, al igual que hicieron los santos, hemos de esforzarnos en vivir conforme a esa dignidad.
Nuestra más alta dignidad, la condición de hijos de Dios, que se nos comunica en el Bautismo, es consecuencia de la nueva generación. Si la generación humana da como resultado la «paternidad» y la «filiación», de modo semejante aquellos que son engendrados por Dios son realmente hijos suyos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos realmente! Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos...16.
En el momento del Bautismo, por la efusión del Espíritu Santo, se produce el milagro de un nuevo nacimiento. El agua bautismal se bendice en la noche de Pascua y en la oración se pide: Así como el Espíritu Santo descendió sobre María y produjo en Ella el nacimiento de Cristo, así descienda El sobre su Iglesia y produzca en su claustro materno (la pila bautismal) el renacer de los hijos de Dios.
A esta expresión tan gráfica corresponde esta profunda realidad: el bautizado renace a una nueva vida, a la vida de Dios, por eso es su «hijo». Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo 17.
En la Iglesia nadie es un cristiano aislado. A partir del Bautismo, el cristiano forma parte de un pueblo, y la Iglesia se le presenta como la verdadera familia de los hijos de Dios. «Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente» 19. Y el Bautismo es la puerta por donde se entra a la Iglesia 20.
«Y en la Iglesia, precisamente por el bautismo, somos llamados todos a la santidad» 21, cada uno en su propio estado y condición, y a ejercer el apostolado. «La llamada a la santidad y la consiguiente exigencia de santificación personal, es universal: todos, sacerdotes y laicos, estamos llamados a la santidad; y todos hemos recibido, con el bautismo, las primicias de esa vida espiritual que, por su misma naturaleza, tiende a la plenitud» 22.
Otra verdad íntimamente unida a esta condición de miembro de la Iglesia es la del carácter sacramental, «un cierto signo espiritual e indeleble» impreso en el alma 23. Es como el resello de posesión de Cristo sobre el alma del bautizado. Cristo tomó posesión de nuestra alma en el momento de ser bautizados. El nos rescató del pecado con su Pasión y Muerte.
Con estas consideraciones comprendemos bien el deseo de la Iglesia de que los niños reciban pronto estos dones de Dios 24. Desde siempre ha urgido a los padres para que bauticen a sus hijos cuanto antes. Es una muestra práctica de fe. No se atenta a su libertad, como no se les causó agravio alguno por darles la vida natural, ni por alimentarles, limpiarles y curarles, cuando no podían ellos pedir estos bienes. Por el contrario, tienen derecho a recibir esa gracia. ¡Qué buen apostolado habremos de hacer en muchos casos!: con amigos, compañeros, conocidos...
En el caso del Bautismo está en juego algo infinitamente mayor que ningún otro bien: la gracia y la fe; quizá, la salvación eterna. Sólo por ignorancia y por una fe dormida se puede explicar que muchos niños queden privados, por sus mismos padres ya cristianos, del mayor don de su vida. Nuestra oración se dirige a Dios hoy, para que no permita que esto suceda.
Hemos de agradecer a nuestros padres que, quizá a los pocos días de nacer, nos llevaran a recibir este santo sacramento.
Gregorio de Nisa ha sido reconocido unánimemente como una de las figuras más atractivas del siglo IV, como el hombre de más vasta cultura filosófica y teológica de esa época, y como uno de los pensadores más relevantes de la patrística griega.
Gregorio desciende por línea paterna de una importante familia cristiana, originaria del Ponto, que sufrió persecución por confesar a Cristo; por línea materna, provenía de una poderosa familia de Capadocia. La familia de Gregorio era hondamente cristiana.
Numerosa y santa, aquella familia conservaba una viva impronta de Orígenes, recibida a través de San Gregorio de Taumaturgo. En su Vida de Macrina, Gregorio relata la última conversación con su hermana, Santa Macrina, evocando la fortaleza cristiana de la familia y el ambiente de piedad en que transcurrieron los primeros años de su vida. San Basilio fue nombrado obispo de Cesarea de Capadocia en el año 370.
Durante aquellos años, la fe proclamada por el Concilio de Nicea (año 325) estaba siendo combatida y criticada duramente. San Basilio intentó agrupar en torno a sí a hombres brillantes y fuertes, y logró que su amigo Gregorio de Nacianzo fuera elegido obispo de Sásima; en el año 372, consiguió que su hermano Gregorio fuera elegido para el obispado de Nisa. No mucho tiempo después, en el 379, murió San Basilio, y Gregorio, que se sentía su heredero espiritual, pasó a ocupar un primer plano en la defensa de la fe, en la predicación y en la redacción de numerosos escritos espirituales.
Conviene subrayar la importancia que Gregorio otorgó al hecho de ser continuador de la tareas de San Basilio, tanto en el aspecto teológico como en el aspecto ascético. Esto se hizo patente, por ejemplo, en el modo en que, tras la muerte de su hermano, le defendió de los ataques llevados a cabo por Eunomio de Cízico, contra el que ya había escrito San Basilio.
En esta época Gregorio de Nisa escribió, entre otros, los libros Contra Eumonio y Contra Apolinar. Dos de los tratados exegéticos, Sobre la creación del hombre y Sobre elHexaémeron, constituían también explicaciones de las homilías de San Basilio sobre el Hexaémeron.
Gregorio de Nisa asistió al Concilio Ecuménico de Constantinopla (381), donde fue escuchado con especial veneración e influyó esencialmente, junto con San Gregorio de Nacianzo, en las decisiones de mayor relevancia. Allí pronunció Gregorio la oración fúnebre por Melecio, cosa que muestra la estima del Concilio por su persona y su elocuencia. En el año 383, pronunció en Constantinopla su discurso Sobre la divinidad del Hijo y del Espíritu. Dos años más tarde, hizo la oración fúnebre de la princesa Pulqueria y, poco después, la de la emperatriz Flacila.
Los últimos años en la vida de Gregorio de Nisa fueron enormemente fecundos e intensos, también desde el punto de vista literario: prosiguió la labor de San Basilio en el terreno teológico, redactó los escritos más directamente pertenecientes a su doctrina espiritual y culminó diversos escritos de madurez (Homilías sobre el Cantar de los Cantares, Vida de Moisés, Qué significa el nombre de cristiano, Sobre la perfección cristiana y La enseñanza de la vida cristiana).
La última noticia que poseemos de su vida es su asistencia al sínodo de Constantinopla en el año 394.
La figura de Gregorio de Nisa merece una atención esmerada. Él no fue sólo un hombre apasionado por la cultura de su época, un importante filósofo y un teólogo de granrigor especulativo y de una sugerente visión de la historia de la salvación, sino también uno de los autores claves de la teología espiritual del Oriente y un eslabón imprescindible en la gran tradición que va desde San Ireneo y Orígenes hasta Dionisio Aeropagita. Sus sermones litúrgicos son de una gran belleza y un testimonio de primer orden sobre la consolidación de los ciclos litúrgicos.
LUCAS FRANCISCO MATEO-SECO
PROFESOR DE TEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA
EXPERTO EN LA FIGURA DE SAN GREGORIO DE NISA
A la gran alegría de la visita de aquellos hombres importantes siguió el abandono de la casa recién instalada y de la pequeña clientela que ya tendría José en Belén, el dirigirse a un país extraño y desconocido para él y, sobre todo, el temor a Herodes, que buscaba al Niño para matarlo.
José despertó a María, recogió lo indispensable y, de noche, se puso en camino hacia la frontera de Egipto. No había un instante que perder. Muchas cosas domésticas necesarias quedaron abandonadas. Y así, con lo indispensable y con el sobresalto de una amenaza de muerte real, iniciaron la marcha.
El más corto y también menos duro, pero más frecuentado, se dirigía hacia la costa hasta enlazar con la Via maris, paralela al mar, hasta Gaza; en esta ciudad se aprovisionaban las caravanas de víveres y agua, pues era la última ciudad antes de entrar en el desierto. Era un camino conocido y relativamente seguro por las numerosas caravanas que mantenían relaciones comerciales con el país vecino. Pero era también el más peligroso para la Sagrada Familia, pues los soldados de Herodes podían alcanzarles con más facilidad.
La Via maris era la ruta principal que atravesaba Palestina. Esta importante vía de comunicación no fue creación romana, pues existía desde muchos siglos antes. Se trataba del camino natural entre Egipto y Mesopotamia, donde estuvieron asentados los mayores imperios de la antigüedad. Este camino, por el que transitaron tantos mercaderes y ejércitos, iba cerca de la ribera del Mediterráneo a través de las llanuras costeras, para eludir montañas y desiertos. Los romanos, quizá en tiempos de Augusto, la empedraron y la acondicionaron, llegando a ser una auténtica calzada romana. Tenía ramales secundarios que partían de ella, uno de los cuales pasaba por Cafarnaún, Corazaín y Betsaida (cfr J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, Arqueología..., pp. 109-110).
Por esta razón, es probable que José prefiriera marchar hacia Hebrón y Bersabé, hacia el Sur, por una ruta más larga y fatigosa, y también menos frecuentada. Es muy posible que el viaje se hiciera en un borrico, quizá el mismo que les sirvió para ir de Nazaret a Belén. Llevaría a la Virgen buena parte del camino, y también los enseres que habían juzgado indispensables: algo de ropa, una vasija para el agua, los instrumentos de trabajo de José, su bastón, algún cacharro de cocina...
Dios no quiso ahorrarles la zozobra de una huida precipitada, el continuo sobresalto y el temor a ser reconocidos, la sed, el cansancio, la incertidumbre acerca de dónde vivirían y de qué se alimentarían. La huida estuvo muy lejos del panorama que nos presentan los evangelios apócrifos:
Una de estas leyendas nos cuenta que María, acalorada y fatigada del camino, reposaba bajo una palmera cargada de frutos. «Yo quisiera –dijo–, si fuera posible, gustar de la fruta de este árbol». «A mí –respondió José– lo que me inquieta es la falta de agua, porque nuestros odres están vacíos». Dijo entonces el Niño a la palmera: «Inclínate y da de tus frutos a mi madre». La palmera se encorvó, quedando su copa a los pies de María; y cuando María y José hubieron arrancado los dátiles, Jesús ordenó de nuevo: «Enderézate ahora, y abre y descubre tus raíces, para que brote el agua que éstas ocultan». La palmera obedeció al instante y manó de sus raíces agua fresca y límpida.
Cuando los peregrinos reanudaron la marcha, el sendero desaparecía tras ellos como por encantamiento. Llegaron por fin a una ciudad llamada Salín, donde no conocían a nadie: entraron en un templo, y los trescientos sesenta y cinco ídolos que en él había cayeron en tierra hechos pedazos. Así se cumplió la profecía de Isaías: «El Señor vendrá en una nube veloz y entrará a Egipto y todas las hechuras de los egipcios temblarán ante su faz».
Nada de esto ocurrió en la realidad. Dios utilizó las vías ordinarias para salvar a los que más quería sobre la tierra. Podía haber fulminado a Herodes y a sus perseguidores, pero una vez más empleó medios normales: la obediencia pronta de José, su reciedumbre, su prudencia...
El viaje desde Gaza hasta la primera ciudad de Egipto duraba unos siete días. Si se añaden a éstos los que tardaron desde Belén a Gaza y los que caminaron por la región de Egipto, se concluye que tardarían en llegar de doce a catorce días.
Después de un viaje extenuante, agravado por la persecución y por la falta de experiencia en aquellos malos caminos (el viaje más largo de José habría sido de Nazaret a Belén), llegaron a tierra egipcia, quizá a Leontópolis, al norte de El Cairo. Por aquel tiempo residían en Egipto muchos israelitas, formando pequeñas comunidades; se dedicaban principalmente al comercio.
Es de suponer que José se incorporó con su Familia a una de estas comunidades, dispuesto a rehacer una vez más su vida con lo poco que había podido traer desde Belén. Con todo, llevaba consigo lo más importante: a Jesús y a María, y su laboriosidad y empeño por sacarles adelante.
En su mayoría, aquellas colonias judías se encontraban cerca de los límites fronterizos [34].En Egipto, José comenzó como pudo, pasando estrecheces, realizando al principio todo tipo de trabajos. Procuró a María y a Jesús un hogar y los sostuvo, como siempre, con el trabajo de sus manos. Después de un tiempo, encontraría cierta estabilidad.
Quizá más tarde, de nuevo en Nazaret, recordarían aquella época como «los años de Egipto» y hablarían –como se comentan las cosas pasadas– de las preocupaciones y sufrimientos del viaje y de los primeros meses..., pero también de la paz y de la alegría de aquellos días.
Después de un tiempo, pasado el peligro, nada retenía ya a José en aquella tierra extraña, pero allí permaneció, sin otra razón que el cumplimiento del mandato del ángel: Estate allí hasta que yo te diga.
Vida de Jesús
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Para comprender el peso del regalo en la diplomacia antigua y, en particular, en la de los estados del Próximo Oriente, más próximos, por tanto, al ritual aquí desplegado por los Magos, debe verse el clásico volumen de LIVERANI, M.: Relaciones internacionales en el Próximo Oriente Antiguo (1600-1100 a. C.), Barcelona, 2003, también con abundante bibliografía y ejemplos.
Sobre este ritual de la proskynesis persa, el modo cómo los griegos la dotaron de un cierto aire "bárbaro" y desmesurado, especialmente a partir de su uso por Alejandro de Macedonia, y su pervivencia en el culto imperial romano, especialmente el tardoantiguo, con bibliografía, puede verse BRAVO, G.: "El ritual de la proskynesis y su significado político y religioso en la Roma imperial", Gerión, 15, 1997, pp. 177-191.
Verdadero sentido de la fiesta cristiana de la Epifanía -en tanto que "manifestación de Dios al mundo", siendo los Magos imagen de ese "mundo", algo que, también, la tradición ha explotado en las supuestas tres razas de estos enigmáticos personajes- los Magos, desde la iconografía más antigua, son presentados, siempre, como "bárbaros" y como "orientales", dos elementos perfectamente reconocibles en la iconografía antigua, tan aficionada a los clichés en la descripción y presentación de sus personajes y, en particular, de "los otros".
Así, por ejemplo, si nos fijamos en el sarcófago -muy representativo en su lenguaje iconográfico- que corona este post, vemos cómo los tres Magos, en el lado derecho de la pieza, aparecen portando gorros frigios -lo que es habitual en otros sarcófagos constantinianos o post-constantinianos con la misma escena- y, además, vestidos con las braccae, una suerte de pantalones que, desde la iconografía imperial romana, se asociaba a los bárbaros.
Mientras tanto, si se analizan con detalle los modos con que se representa, en esas mismas escenas, a la familia de Nazareth, llama la atención la presencia de un fuerte contraste entre los usos "bárbaros" y, por tanto, orientales, de los Magos y los típicamente romanos -sillas de mimbre, togas, mantos...- de los protagonistas del Misterio de la Navidad.
Ese carácter misterioso y sugerente de todo lo venido desde Oriente que, todavía hoy, impregna las cabalgatas de Reyes Magos de muchas de nuestras ciudades, sintetiza, de modo evidente, esa dualidad entre lo Occidental y lo Oriental que marcó tanto la idea de alteridad en el mundo antiguo y que, además, aflora, también, en este entrañable pasaje.
Con carácter introductorio, y bibliografía, puede verse MARCO SIMÓN, F.: "Iconografía de la derrota: formas de representación del bárbaro occidental en época tardorrepublicana y altoimperial", en MARCO SIMÓN, F., PINA, F., y REMESAL, J. (eds.): Vae uictis! Perdedores en el mundo antiguo, Barcelona, 2002, pp. 177-196 y, especialmente, GRAU-DIECKMANN, P.: "Una iconografía polémica: los Magos de Oriente", Mirabilia. Revista Eletrônica de História Antiga e Medieval, 2, 2002, s. pp., que, además, recopila algunas fuentes interesantes respecto de la tradición de los Magos).
Como siempre, cada acontecimiento de nuestro calendario, está lleno de enseñanzas en relación al apasionante mundo clásico. Ojalá que éstas hayan sido ilustrativas para el lector al que sólo nos resta desearle un excelente día de los (Reyes) Magos.
Desde tiempos muy remotos, tanto en Oriente como en Occidente –a excepción de la ciudad de Roma y, probablemente, de las provincias de África– la Iglesia celebró el día 6 de enero la manifestación de Dios al mundo, fiesta posteriormente conocida como Epifanía. En efecto, ya en el siglo II se encuentran referencias acerca de una conmemoración del bautismo de Jesús, por parte de algunas sectas gnósticas. De todos modos, habrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo IV para recoger los primeros testimonios procedentes de ámbitos ortodoxos.
El origen de la solemnidad de Epifanía es bastante oscuro. Una tras otra se han sucedido las más variadas hipótesis, si bien, en cualquier caso, parece que la fiesta surgió dentro del proceso de inculturación de la fe, como cristianización de una celebración pagana del Sol naciente, de gran arraigo en la región oriental del Imperio.
Muy pronto, en Occidente, la fiesta de Epifanía revistió un triple contenido teológico, como celebración de la manifestación a los gentiles del Dios encarnado –adoración de los Reyes Magos–, manifestación de la filiación divina de Jesús –bautismo en el Jordán– y manifestación del poder divino del Señor – milagro de las bodas de Caná–. En Oriente, con la introducción de la fiesta de la Navidad, el 25 de diciembre, la solemnidad de Epifanía perdió su carácter de celebración del nacimiento de Cristo, y se centró en la conmemoración del Bautismo en el Jordán.
En la Iglesia romana, la celebración litúrgica de la Epifanía gira hoy día en torno a la universalidad del designio salvífico divino. Así, las lecturas refieren la vocación salvífica de los gentiles, ya anunciada por los profetas (IS 60: 1-6) y realizada plenamente en Cristo (Ef 3:2-3. 5-6 y Mt 2: 1-12). Esta misma perspectiva puede advertirse en los textos eucológicos.
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No se excluye que un viaje de este tipo implicase un tiempo todavía más largo. Sobre su proveniencia Tertuliano dijo que venían de Arabia, aplicando a la letra uno de los salmos mesiánicos: “Los reyes de Arabia y Saba le ofrecerán tributos” (Sal 72,10).
Es razonable pensar, siempre a la luz de los pocos datos presentes en los Evangelios, que la visita de los magosno fuera en el lugar -pues era evidentemente provisional- donde nació Jesús. En el versículo 11 del texto de Mateo se utiliza el término “casa”, en griego oikía. La cronología de los sucesos parece situar la visita después de la circuncisión, que tuvo lugar ocho días después del nacimiento (Cfr. Lc 2,21) y la posterior presentación de Jesús en el templo con la purificación de su madre a los cuarenta días del parto (Cfr. Lc 2,22).
Se pueden hacer algunas consideraciones sobre las condiciones mínimas para dar una explicación natural sobre la “estrella de Belén” en cuanto fenómeno físico realmente aparecido. La estrella tuvo que ser vista en un país al este de Palestina en el momento de su aparición. No debió ser un fenómeno tan llamativo como para ser claramente visible desde Jerusalén. De otro modo no se entendería la sorpresa y la turbación de Herodes –y con él de toda la ciudad- cuando los Magos hablaron de la aparición de la estrella.
Es posible también pensar que en Jerusalén el fenómeno haya sido visto, pero no fuera asociado al nacimiento del Mesías. Estamos, por tanto, ante un fenómeno cuyas características sean lo suficientemente claras como para motivar un viaje a Jerusalén, y al mismo tiempo un fenómeno lo suficientemente discreto como para ser reconocido fácilmente solo por “profesionales” de la observación del firmamento.
El texto evangélico no habla de ningún modo de una estrella que indique el camino desde el país de los Magos hasta Jerusalén. El versículo 9 diciendo que “la estrella les precedía” se refiere solamente a la parte final del trayecto, la que fue desde Jerusalén a Belén.
En la narración puede parecer extraño el hecho de que Herodes no haya seguido o hecho seguir por alguien a los Magos en su camino a Belén, sabiendo que ésta población solo se encuentra a 10 kilómetros de Jerusalén. Es posible que Herodes se haya fiado de ellos, tratándose de unos visitantes tan ilustres.
Menos extraño es que los convocara en secreto: esto se situaría en la línea de que no quería que la gente supiera que podía existir ese posible Mesías que lo apartaría del trono. En la visión judía de la época el Mesías de hecho era esperado como un Rey y un liberador terreno, que rescataría al pueblo de la dominación extranjera.
Al salir de nuevo rumbo a Belén los Magos vieron nuevamente la estrella, que “les precedía hasta que se paró encima de lugar donde se encontraba el Niño” (Mt 2,9). Esta descripción, interpretada a la letra, es la más difícil de asociar a un fenómeno natural. Se está diciendo sobre todo que la “Estrella” se vio en Jerusalén hacía el sur, es decir, en la dirección hacia Belén, pero no es claro el significado “se paró encima”, que puede indicar una posición vertical, en alto, o también abajo hacia delante, viendo desde lejos la casa.
El verbo griego, en su forma pasiva, indica simplemente el “estar parado”, mientras que el adverbio “encima” nos habla de la posición. El texto señala finalmente que los Magos se llenaron de una “gran alegría” al volver a ver la estrella, en cuanto que su reaparición fue inmediatamente interpretada como una confirmación de lo acertado de su decisión de ir a Belén.
Una emoción particular, quizá no lejana de aquella que siente un estudioso cuando recibe una confirmación experimental sobre una deducción teórica o de una previsión científica. Pero más aun la de confirmar que se acercaba el momento de poder ver con sus ojos al Hijo de Dios hecho hombre.
"Stella di Betlemme", artículo publicado en la revista "Scienza e Fede", por Michele Crudele
Antes que el Verbo de Dios encarnado hubo otrosque llevaron ese nombre bendito: Josué (= Jesús), el sucesor de Moisés al frente de Israel; Jesús hijo de Sirac, autor del Eclesiástico; Jesús hijo de Eliezer y padre de Er, en la genealogía de Cristo. El significado siempre es el mismo: Yehósúa o Yesúa, que quiere decir Yahvé salva. Pero sólo Jesucristo realiza lo que su nombre significa, y lo hace en beneficio del hombre caído al que viene a salvar.
El nombre de Jesús es elegido por Dios, según anuncia el ángel Gabriel a María: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús (Lc 1, 31). Luego, el ángel le explicará a José el significado del nombre: María, tu mujer... dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados (Mt 1, 20-21). Al llegar el momento, María y José cumplieron lo que el cielo les había indicado: Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 21).
Sólo Jesús podía reemplazar su nombre por el Yo personal, y ese Yo tenía toda la fuerza del Dios que salva: Yo iré a curarle (Mt 8, 5), anuncia al centurión que le pide la curación de su criado. Jesús realiza todos los prodigios en su propio nombre. Hasta su propia resurrección: Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días (In 2, 19).
Sin embargo, los discípulos de Jesús sólo en su nombre podrán hacer prodigios: Echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y, si beben veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos (Mc 16, 17-18).
Es lo que hicieron los apóstoles Pedro y Juan, cuando el tullido les pidió limosna, y Pedro le dijo: No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar(Hch 3, 6). Pedro estaba convencido de haber hecho un favor a un enfermo..., pues quede bien claro que ha sido el nombre de jesucristo Nazareno... Ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (Hch 4, 8-12).
Pablo, el enamorado de Cristo Jesús, en un arrebato de fe y de exaltación espiritual, exclama entusiasmado ante el Señor que se despoja de su rango, y toma condición de esclavo, y se rebaja hasta someterse a una muerte de cruz: Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2, 6-11).
Ante el inmenso poder del «Nombre-sobre-todo nombre», no podía la Iglesia permanecer indiferente. Y en la vida cristiana de todos los siglos ha habido siempre testimonios elocuentes que han enardecido a oyentes o lectores para que invocaran el nombre de Jesús con fe, con amor, con entusiasmo. En toda la época patrística hay una constante a favor de la devoción sin reservas al nombre de Jesús, que sigue la línea mar-cada por los apóstoles.
Esa corriente ha llegado hasta nuestros días, alentada por tantas iniciativas eclesiales, entre las que destaca la de Ignacio de Loyola, que eligió como anagrama y nombre de su Compañía: IHS, nombre de Jesús, que suele traducirse Jesús salvador de los hombres.
En el siglo XII se alza la voz del gran Bernardo de Claraval, para exclamar que el nombre de Jesús es luz, es alimento, es medicina.
La elocuencia y entusiasmo con que San Bernardo exaltó el nombre de Jesús influyeron poderosamente en los escritores posteriores. En el siglo XIII, San Buenaventura, iniciado en los misterios del reino a la sombra, del gran Francisco de Asís, hace mención de las exclamaciones de San Bernardo cuando habla del nombre de Jesús con estas palabras:
"Éste es el nombre sacratísimo, vaticinado por los profetas, anunciado por el ángel, predicado por los apóstoles, deseado de todos los santos. ¡Oh nombre virtuoso, gracioso, gozoso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque desbarata a los enemigos, restaura las fuerzas, recrea los ánimos. Gracioso, porque tenemos en él el fundamento de la fe, la firmeza de la esperanza, el aumento de la caridad, el complemento de la justicia.
Gozoso, porque «es júbilo en el corazón, melodía en el oído, miel en la boca», esplendor en la mente. Delicioso, porque rumiándolo nutre, pronunciándolo deleita, invocándolo unge, escribiéndolo recrea, leyéndolo instruye. Nombre verdaderamente glorioso, pues dio vista a los ciegos, andar a los cojos, oído a los sordos (Cf. Hch 3, 6), palabra a los mudos, vida a los muertos. ¡Oh bendito nombre, que tales efectos de su virtud ostenta! ¡Alma!, ya escribas, ya leas, ya enseñes, ya ejecutes cualquiera otra labor, nada te agrade, nada te deleite, sino Jesús.
Llama, pues, Jesús al niño espiritualmente nacido de ti. Jesús, esto es, Salvador, en el destierro y miseria de esta vida. Sálvete Jesús de la vanidad del mundo que te combate, de los engaños del ene-migo que te molesta, de la fragilidad de la carne que te atormenta".
«Clama, alma devota, cercada de tantas miserias, clama a Jesús y dile: ¡Oh Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, pues con tu cruz y con tu sangre nos redimiste! Ayúdanos, ¡oh Señor Dios nuestro! Sálvanos, digo, ¡oh dulcísimo Jesús, oh Salvador!, es-forzando a los débiles, consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los vacilantes.
»¡Oh, cuánta dulzura sintió muchas veces, después de la imposición del bendito nombre, la Virgen María, feliz madre natural y verdadera madre espiritual, cuando entendió que, en virtud de este nombre, eran lanzados los demonios, multiplicados los milagros, iluminados los ciegos, curados los enfermos, resucitados los muertos!
Pues de la misma manera tú, alma, madre espiritual, te has de alegrar y gozar, cuando en ti y en los otros echas de ver que tu bendito Hijo Jesús ahuyenta los demonios en la remisión del pecado, alumbra los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza los paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu, a fin de que sean fuertes y varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa. ¡Oh dichoso y bienaventurado nombre, que mereció contener tan grande virtud y eficacia!»
El beato Angélico supo captar la profunda unión de su padre Domingo de Guzmán con Cristo, en ese expresivo cuadro de Domingo abrazado a la cruz, embelasado ante el rostro ensangrentado de Cristo. En su escuela se han formado grandes seguidores de Jesús, en sus iglesias nacieron y se cultivaron las cofradías del Santísimo Nombre, entre sus discípulos está, por ejemplo, el Beato Enrique Seuze que grabó a fuego en su pecho el nombre de Jesús, o la apasionada por su Esposo celestial Santa Catalina de Siena, oel cantor del Nombre de Jesús fray Luis de Granada. Así escribía el gran predicador de Granada en el Siglo de Oro de la lengua española, dejando de lado otros nombres y quedándose sólo con el de Jesús, Salvador y Liberador:
«Después de circuncidado el niño, dice el evangelista que le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 21), que quiere decir Salvador.
»Este glorioso nombre fue primero pronunciado por boca de los ángeles, porque el ángel que trajo la embajada a la Virgen, dijo que le llamarían por nombre Jesús (Lc 1, 31), y el que aparesció a Joseph en sueños, le dijo lo mismo; y añadió la razón del nombre diciendo: Porque él hará salvo a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21).
»Bendito sea tal nombre, y bendita tal salud, y bendito el día que tales nuevas fueron dadas al mundo. Hasta aquí, Señor, todos los otros salvadores que enviaste al mundo, eran salva-dores de cuerpos, y eran salvadores de carne, que ponían en salvo las haciendas y las casas y las viñas, y dejaban perdidas las almas, hechas tributarias del pecado y por él subjectas al enemigo.
Pues ¿qué le aprovecha al hombre conquistar y señorear al mundo, si él queda esclavo del pecado, por donde venga después a perderlo todo? Pues para remedio de este mal es agora enviado este nuevo Salvador, para que sea cumplida salud de todo el hombre, que, salvando las ánimas, remedie los cuerpos y, librando de los males de culpa, libre también de los males de penas, y así deje a todo el hombre salvo (...).
¡Oh bienaventurada salud, digna de tal Salvador y de tal Señor! Desee cada uno la salud y los bienes que quisiere, anteponga las cosas de la tierra a las del cielo, tenga en más la muerte del cuerpo que la del ánima: mas yo desearé con el santo patriarca esta salud, y desfallescerá mi ánima, deseándola con el profeta David (Sal 118, 81).
Sálvame, Señor, de mis pecados, líbrame de mis malas inclinaciones, sácame del poder de estos tiranos, no me dejes seguir el ímpetu bestial de mis pasiones, defiende la dignidad y la gloria de mi ánima, no permitas que yo sea esclavo del mundo y tenga por ley de mi vida el jucio de tantos locos, líbrame de los apetitos de mi propria carne, que es el mayor y más sucio de todos los tiranos, líbrame de los vanos deseos y de los vanos temores y vanas esperanzas del mundo, y sobre todo esto líbrame de tu enemistad, de tu ira y de la muerte perdurable, que se sigue de ella; y concedida esta libertad y esta salud, reine quien quisiere en el mundo, y gloríese en el señorío de la tierra y de la mar, porque yo con el profeta solamente me gloriaré en el Señor, y alegrarme he en Dios mi Salvador (Ha 3, 18).»
«Pues ésta es la salud que vino el Señor a dar al mundo -sigue diciendo fray Luis de Granada-, y ésta es la que se significa por este nuevo nombre que hoy le ponen de Jesús. De manera que cuando el cristiano oye este nombre, ha de representar en su corazón un Señor tan misericordioso, tan hermoso, tan poderoso, que disipa todo el ejército del demonio, que despoja de sus fuerzas a la muerte, que pone silencio al pecado, que quita la jurisdicción al infierno, que saca los que están captivos en manos de estos tiranos, y los limpia de la fealdad de sus cárceles, y los restituye en tanta hermosura, que los ojos de Dios se aficionan a ellos, y los abraza su bondad, y los hace reinar eternalmente consigo.
Porque tres males principales, entre otros muchos, nos vinieron del pecado, que son muerte, infierno y servidumbre del demonio; y por esto, quien nos libró del pecado, junto con él nos libró de todos estos enemigos, y nos dio prenda y certidumbre de vida perpetua, de compañía con la vida de Dios, de gracia y amistad con él, de favores de su poder, de dones de su liberalidad, y de segura posesiónde todos los bienes. Porque todo esto se pierde por el pecado, y todo se gana por Jesucristo, y por esto con mucha razón le fue puesto tan divino nombre. ¡Oh nombre glorioso, nombre dulce, nombre suave, nombre de inestimable virtud y reverencia, inventado por Dios, traído del cielo, pronunciado por los ángeles, y deseado en todos los siglos! De este nombre huyen los demonios, con él se espantan los poderes infernales, por él se vencen las batallas, por él callan las tentaciones, con él se consuelan los tristes, a él se acogen los atribulados, y en él tienen su esperanza todos los pecadores.
»Éste es el nombre de que la esposa hablando con el esposo en los Cantares, dice: Olio derramado es tu nombre (Ct 1, 2) (...). Tenga, pues, este Señor para sí, llamarse Hijo de Dios, resplandor de la gloria, imagen de la divina substancia, palabra del Padre, virtud del Omnipotente, heredero de todas las cosas, Rey de los reyes y Señor de los señores. Tenga para sí llamarse Cristo, que quiere decir ungido, pues él fue ungido como gran profeta, como rey y como sacerdote.
Porque como profeta nos enseñó con su doctrina, y como sacerdote nos reconcilió con su Padre, y como rey nos ha de coronar con eterno galardón. Tenga, pues, él para sí todos estos títulos y excelencias, mas para ti sea Jesús, que quiere decir Salvador, para que él te salve y libre de la vanidad del mundo, de los engaños del demonio, y de las malas inclinaciones de la carne. Y pues estás cercado de tantas miserias, llama a este Señor,y dile: Sálvanos, Señor, Salvador del mundo, pues con tu sangre y con tu cruz nos redimiste, esfuerza al flaco, consuela al triste, y ayuda al enfermo, y levanta al caído.
»Éste es el nombre que vence los demonios, alumbra los ciegos, resuscita los muertos y sana todo género de enfermedades (...). ¡Oh dichoso y bienaventurado nombre de tanta virtud y eficacia, el cual unas veces alegra las ánimas, mas otras llega a embriagarlas y hacerlas salir de sí con la grandeza de su dulzura!»
Sólo en Jesús está la salvación -Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás-: aclamemos a Jesús, el Señor.
Jesús es el más seguro valedor ante el Padre Dios —Yo os aseguro: Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará (In 16, 23)—: oremos en su Santo Nombre.
El Santo Nombre de Jesús es siempre estímulo para vivir, para trabajar por su reino, para mantener vivos el amor y la esperanza: En tu nombre, echaré las redes (Lc 5, 5).