El obispo de la tierra natal de Juan Pablo I, Renato Marangoni, fue el encargado de abrir el rito de la beatificación:
Beatísimo Padre. Yo, obispo de Belluno-Feltre, pido humildemente a Vuestra Santidad, inscribir entre los beatos al venerable siervo de Dios Juan Pablo I, Papa.
Después, el postulador de la causa, el cardenal Beniamino Stella, leyó una biografía del humilde Papa proveniente de una familia de clase baja del norte de Italia. Y por último, llegó el momento en el que el Papa leyó la fórmula de la beatificación:
Con nuestra Autoridad Apostólica, concedemos que el venerable siervo de Dios Juan Pablo I, Papa, sea de ahora en adelante llamado Beato y que se celebre cada año en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, el 26 de agosto. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Y fue entonces cuando, de nuevo, el rostro de un Papa del siglo XX se expuso en un inmenso tapiz en la fachada de la basílica de San Pedro.
En su homilía, el Papa puso como ejemplo la alegría de Juan Pablo I. Dijo que eso es lo que Dios le pide a los cristianos y a la Iglesia:
Con su sonrisa, el Papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, el rostro sereno, el rostro sonriente. Una Iglesia que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada. Una Iglesia que no está enfadada.
Fue el gran legado que dejó Juan Pablo I, el llamado “Papa de la sonrisa”, ahora beato. Le bastaron 33 días de pontificado para transmitir un sencillo y desarmante mensaje de cariño que a día de hoy aún resuena.
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FUENTE: romereports.com