"AQUÍ NACE UN PUEBLO DE NOBLE ESTIRPE DESTINADO AL CIELO,
QUE EL ESPÍRITU GENERA EN LAS AGUAS FECUNDADAS.
LA MADRE IGLESIA DA A LUZ EN EL AGUA, CON UN PARTO VIRGINAL,
A LOS QUE HA CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPÍRITU DIVINO."
Inscripción del alquitrabe del Baptisterio, atribuida al Papa San Sixto III
Durante los primeros siglos, a causa de las persecuciones, la celebración de la Eucaristía y la catequesis tenían lugar en casas privadas de algunas familias cristianas –habitualmente las que contaban con mayores medios económicas y por tanto con moradas más amplias- ponían a disposición de la Iglesia. Eran las primitivas iglesias domésticas, que en Roma también son llamadas títulos.
El títulus era una tablilla de madera que se colgaba en la entrada de las villas romanas, en la que estaba escrito el apellido del propietario; la vivienda también era denominada con el nombre de lagens, o linaje familiar.
Con el paso del tiempo, muchas domus eclclesiae acabaron siendo donadas a la Iglesia y, cuando hubo libertad, se edificaron templos cristianos sobre esos lugares venerables, cuya historia se remontaba a la época apostólica en algunos casos y a famosos mártires romanos en otros. A partir del siglo IV, cada una de estas primitivas iglesias domésticas fue dedicada a un santo, y en bastantes la elección recayó sobre el antiguo propietario del inmueble, que había entregado no sólo su casa sino la misma vida por la fe.
Los títulos que aparecen mencionados en algunos documentos antiguos trazan una especiede mapa en el que puede observarse cómo estaban distribuidos los cristianos por la Urbe hacia el siglo III. Los más antiguos son eltitulus Clementis (hoy iglesia de San Clemente), Anastasiae(Santa Anastasia), Vizantis(Santos Juan y Pablo, en el Celio), Equitii (Santos Silvestre y Martín ai Monti, en el Esquilino), Chrysogoni (San Crisógono, en el Trastevere),Sabinae (Santa Sabina, en el Aventino), Gaii (Santa Susana),Crescentianae (San Sixto) yPudentis (Santa Pudenciana).
Estos nueve títulos se remontan a los orígenes del cristianismo en Roma, y hay otros tres que datan de finales del siglo III: eltitulus Callista (hoy Santa María in Trastevere), Ceciliae (Santa Cecilia) y Marcelli (San Marceloal Corso).
Se calcula que antes del Edicto de Milán (año 313) existían más de veinte títulos en la Ciudad Eterna. Por entonces ya se había convertido al cristianismo aproximadamente un tercio de la población, pero esto no se reflejaba en la fisonomía urbana, debido a que la Iglesia carecía de de personalidad jurídica. El emperador Constantino, además de autorizar públicamente el culto cristiano, promovió la construcción de las primeras basílicas cristianas, en Roma y en Jerusalén.
En la Ciudad Eterna, el primer templo cristiano que se edificó fue la basílica Lateranense, en los terrenos hasta entonces ocupados por un cuartel de la guardia privada del emperador. Durante bastantes siglos –hasta el periodo deAviñón- allí estuvo la cátedra papal, por lo que estaba basílica merecía el título de omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput, que aún puede leerse en una inscripción junto a la entrada.
Al principio, recibió el nombre de Basílica del Salvador, pero en época medieval se dedicó también a San Juan Bautista y San Juan Evangelista. El Papa Silvestre la consagró en el año 318, aunque pasaron todavía algunos decenios hasta que se terminó por completo. Desde entonces, ha sido reconstruida varias veces a causa de saqueos, terremotos e incendios. La fábrica actual data de mediados del siglo XVII y se debe aBorromini, aunque la fachada y el ábside se transformaron posteriormente.
Un poco separado de la Basílica, en la esquina derecha de la gran plaza de San Giovanni, destaca un edificio de planta octogonal y aspecto antiguo, escuetamente adornado pero armonioso de líneas. Es el baptisterio. Data del siglo V, y se levantó durante el pontificado deSixto III, sobre el primitivo que había mandado construir Constantino.
En el interior de este antiquísimo baptisterio –donde han recibido las aguas de la regeneración tantos millares de cristianos, predecesores nuestros en la fe-, todo resulta sereno y sobrio.
En las paredes, cinco frescos reproducen episodios de la vida de Constantino, entre los que podemos destacar el de la aparición de la Santa Cruz con la promesa: in hoc signo vinces, sucedida –según la tradición- mientras el emperador acampaba con su ejército en la zona de Saxa Rubra, la víspera de la memorable batalla de Ponte Milvio en la que derrotó a Majencio.
La piscina circular donde antiguamente los cristianos eran bautizados por inmersión se encuentra en el centro, rodeada de ocho hermosas columnas de pórfido con capiteles jónicos y corintios.
Sabemos que las exigencias de nuestra fe –las exigencias radicales del Bautismo- pueden resumirse en buscar decididamente la santidad y hacer apostolado, dos aspectos inseparables de la vida cristiana. En los primeros siglos, los neófitos eran bautizados con una triple inmersión –en honor de la Santísima Trinidad- en la piscina del baptisterio, y llevaban durante toda la semana siguiente una túnica blanca, como manifestación de que, una vez purificada su alma con las aguas de la regeneración, no querían volverla a manchar con el pecado.
Si tenían la desgracia de caer, acudían llenos de dolor al Sacramento de la Penitencia. ¡Pero qué grandes eran sus deseos de santidad, qué lejos estaba la suya de ser una lucha negativa…! Estaban tan felices de haber encontrado la Verdad y el Bien –el Amor de Dios-, que, como buenos hijos, ya sólo pensaban en reunirse cuanto antes con su Padre del Cielo.
Deseaban también, como es natural, ir hacia Dios acompañados de muchos otros: parientes, amigos, vecinos, compañeros de oficio… Anunciaron el Evangelio con gozo y el Señor les concedió mucho fruto, pero sabemos que en ocasiones difundir el mensaje de salvación significó para ellos jugarse la vida o sufrir grandes contradicciones.
Sin embargo, los primeros cristianos no se detuvieron antes los obstáculos: en su conducta volvieron a resonar muchas veces las palabras que pronunciaron Pedro y Juan cuando pretendían acallarles: Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído(Hch 4, 20). Hoy, como ayer, atañe a todos los cristianos la tarea de trabajar para que la salvación llegue a todas partes y a todos los hombres.