Aunque la abundancia de escritos cristianos que avalan la existencia de Jesús es aceptada por la mayoría de historiadores, también existe un consolidado registro de testimonios no cristianos que afirman que Jesús de Nazaret fue un personaje histórico que vivió hace unos 2000 años.
Los documentos históricos que confirman la existencia de Jesús incluye escritos tanto de historiadores romanos como judíos, literatura rabínica y cronistas anticristianos que vivieron durante los primeros días del cristianismo:
Se cree que el primer autor no cristiano que menciona a Jesús es el historiador judío Flavio Josefo (nacido Yosef ben Matityahu), que escribió una historia del judaísmo en torno al año 93, las famosas Antigüedades de los judíos. En sus escritos menciona una serie de personajes del Nuevo Testamento, incluyendo a Jesús, Juan Bautista y al “hermano” de Jesús, Santiago.
En las Antigüedades, Josefo escribe:
Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, si es lícito llamarlo hombre, porque realizó grandes milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y muchos gentiles. Era el Cristo. Delatado por los principales de los judíos, Pilatos lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo, porque se les apareció al tercer día resucitado; los profetas habían anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él. Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos. (Antigüedades 18:3:3).
Sin embargo, este pasaje es un poco controvertido y, aunque los investigadores aceptan que Josefo mencionó a Jesús, sospechan que un escriba cristiano alteró el pasaje para retratar bajo un prisma positivo a Jesús.
El siguiente pasaje, en el que Josefo menciona a Jesús y su “hermano” Santiago, establece firmemente la existencia de Jesús:
Por haber muerto Festo y encontrarse Albino todavía en camino, [Anás] instituyó un consejo de jueces [sanedrín], y tras presentar ante él al hermano de Jesús el llamado Cristo, de nombre Santiago, y a algunos otros, presentó contra ellos la falsa acusación de que habían transgredido la Ley y, así los entregó a la plebe para que fueran lapidados. (Antigüedades 20:9:1).
Los investigadores señalan al historiador romano Tácito para confirmar que la crucifixión de Jesús tuvo lugar realmente. En sus Anales, registra la muerte de Jesús a manos de Poncio Pilato:
En consecuencia, para deshacerse de los rumores, Nerón culpó e infligió las torturas más exquisitas a una clase odiada por sus abominaciones, quienes eran llamados cristianos por el populacho. Cristo, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato, y la superstición muy maliciosa, de este modo sofocada por el momento, de nuevo estalló no solamente en Judea, la primera fuente del mal, sino incluso en Roma, donde todas las cosas espantosas y vergonzosas de todas partes del mundo confluyen y se popularizan. En consecuencia, el arresto se hizo en primer lugar a quienes se declararon culpables; a continuación, por su información, una inmensa multitud fue condenada, no tanto por el delito de incendiar de la ciudad como por su odio contra la humanidad.
Los escritos de un gobernador romano en Asia Menor, Plinio el Joven, establecen que los antiguos cristianos adoraban a Jesús como a un dios. A continuación, resume lo que aprendió tras interrogar a cristianos:
[Los cristianos afirmaban] haberse reunido regularmente antes de la aurora en un día determinado y haber cantado antifonalmente un himno a Cristo como a un dios. Hacían voto también no de crímenes, sino de guardarse del robo, la violencia y el adulterio, de no romper ninguna promesa, y de no retener un depósito cuando se lo reclamen. (Epístolas 10.96)
Hay una serie de obras clásicas de los escritos rabínicos judíos (el Talmud babilónico en particular) que contienen referencias a Jesús.
El historiador Joseph Klausner resume estas alusiones en su libro Jesús de Nazaret:
Hay enunciados confiables en lo que respecta a que su nombre era Yeshua (Yeshu) de Nazaret, que “practicó la hechicería” (es decir, que realizó milagros como era corriente en aquellos días) y la seducción, y que conducía a Israel por mal camino; que se burló de las palabras de los sabios y comentó la Escritura de la misma manera que los fariseos; que tuvo cinco discípulos; que dijo que no había venido para abrogar nada en la Ley ni para añadirle cosa alguna; que fue colgado de un madero (crucificado) como falso maestro y seductor, en víspera de Pascua (que cayó en sábado); y que sus discípulos curaban enfermedades en su nombre. (J. Klausner, Jesús de Nazaret, p. 44)
El autor pagano Luciano de Samósata, humorista, aunque ridiculizaba a los cristianos, aceptaba que Jesús existió de verdad:
[Los cristianos] todavía siguen adorando a aquel gran hombre que fue crucificado en Palestina por haber introducido entre los hombres esta nueva religión. (…) Y es que los infelices creen a pie juntillas que serán inmortales y que vivirán eternamente, por lo que desprecian la muerte e incluso muchos de ellos se entregan gozosos a ella. Además su fundador les convenció de que todos eran hermanos. Y así, desde el primer momento en que incurren en este delito reniegan de los dioses griegos y adoran en cambio a aquel filósofo crucificado y viven según sus preceptos. Por eso desprecian los bienes, que consideran de la comunidad. (Luciano, Sobre la muerte de Peregrino)
Este filósofo griego del siglo II, aunque también criticaba a los cristianos, afirmaba la existencia de Jesús. Aquí escribe que Jesús realizó sus milagros a través de hechicería:
¡Oh luz de la verdad! Con sus propias palabras, según vosotros mismos consignasteis por escrito, anuncia que vendrán a vosotros otros que se valdrán de milagros semejantes siendo unos malvados hechiceros. Y hasta nombra a un cierto Satanás como autor de tales tramoyas. Así, ni él mismo niega que todo esto no tiene nada de divino, sino que son obras de hombres malvados. Y, forzado de la verdad, descubrió los artilugios de los otros y desacreditó, a par, los suyos propios. Ahora bien, ¿no es cosa miserable tener, por las mismas obras, a uno por un dios y a otros por hechiceros? ¿Por qué razón, si a esos hechos nos atenemos, tener por más malvados a los otros que a éste, más que más que él nos vale de testigo? Todo eso confesó él mismo no ser signos de naturaleza divina, sino de gentes embusteras y padrones de toda maldad.