Son una generación que sigue a la de los Padres Apostólicos; pero como género literario la «apología» antipagana sigue despierta durante todo el periodo de las persecuciones aun entre Padres que no llevan el título de Apologistas, como Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio de Cesarea y San Atanasio.
La serie de los Apologistas griegos comprende a Cuadrato, Arístides Ateniense, Aristón de Pella, San Justino , Taciano, Milcíades, Apolinar de Hierápolis, Atenágoras, San Teófilo de Antioquía, Melitón de Sardes, Hermias y la «Epístola a Diogneto».
Como apologista latino figura Minucio Félix. El mismo Tertuliano tiene escritos apologéticos en medio de otros de diverso género. Más concretamente apologistas fueron posteriormente Arnobio el Viejo y Lactancio.
Al principio de su propagación fue muy frecuente confundir el cristianismo con una secta judía; pero poco a poco las autoridades romanas fueron distinguiéndole mejor; recuérdese el martirio de S. Pedro y S. Pablo y el de los protomártires romanos decretado por Nerón.
A principios del siglo II se enfrentó con el cristianismo un adversario poderosísimo:
Cada Estado tenía su religión oficial. El Imperio romano contaba con un panteón lleno de dioses patrios, tutelares de la «fortuna» de la nación; además, desde el siglo I se acostumbraba rendir culto divino al Emperador. El cristianismo, al rechazar el politeísmo pagano y el culto imperial, venía como a enfrentarse con el Estado y la patria.
Se llegó pronto al célebre rescripto de Trajano enviado a Plinio el joven. En él decidía el Emperador que no había que investigar para descubrir a los cristianos; pero que si eran denunciados, habían de ser obligados a ofrecer culto a los dioses, sin lo cual habrían de ser ajusticiados. Este rescripto dio la pauta penal contra el cristianismo que era considerado como crimen de lesa patria.
Empezó la Era de las persecuciones que tuvo sus alternativas de templanza y rigor según los diversos Emperadores y el ánimo de sus representantes en las provincias. Pero desde entonces no era lícito ante el Estado romano ser cristiano. Por eso no llama la atención que la mayoría de los escritos apologéticos estén dedicados a los Emperadores contemporáneos, que es como decir a los círculos oficiales y a la opinión pública de entonces.
Imbuidos en su mayoría en la filosofía platónica y estoica.
Sofistas, retóricos y filósofos, admiradores de los antiguos filósofos griegos (recuérdese a Cicerón), despreciaban en su ánimo a esa religión nueva fundada hacía poco por un ajusticiado en la cruz que no había legado escritos y que, desde el punto de vista literario, no podía compararse con los sabios de la antigüedad griega.
Sabemos que el retórico Frontón, maestro del emperador Marco Aurelio, atacó en un escrito la «corrupción» de los cristianos, libro hoy perdido. Conservamos, en cambio, el del literato Luciano de Samosata, quien el a. 167 pergeñó la sátira «sobre el fin del peregrino» en el que pone en solfa a un sacerdote cristiano y a su religión.
Conservamos también casi íntegro el tratado del filósofo platónico Celso contra los cristianos, refutado por Orígenes de Alejandría.
Celso hace figurar a un judío que niega la mesianidad de Jesús, para luego lanzarse él contra todo mesianismo judaico, atacando los diferentes dogmas cristianos y aplicando su ingenio sagaz a querer demoler los hechos sobrenaturales que se explicarían por causas naturales y posponiendo el cristianismo a sus teorías platónicas. El Tratado verdadero de Celso es un arsenal de armas contra el nombre cristiano.
Como los cristianos, por motivo de la persecución, celebraban sus reuniones litúrgicas en general con cierta clandestinidad, la maligna fantasía los calumniaba de lascivias, incluso de antropofagia.
Por ser los cristianos negadores de las divinidades gentiles, los paganos los consideraban casi «ateos», como de mal augurio, portadores de desgracias y huían de ellos. Un testimonio de esa irrisión sarcástica es el «asno crucificado» dibujado en el siglo I en el Capitolio de Roma y que todavía se conserva.
Contestando al Estado pagano, los apologistas no pueden menos de condenar el politeísmo con sus absurdas mitologías, así como el culto divino al Emperador; pero ponen de relieve que los cristianos son fieles ciudadanos, que oran por la cosa pública, que cumplen con sus cargos civiles. Añaden que es contra la recta razón el adorar ídolos frágiles hechos por manos humanas.
La respuesta a los filósofos e intelectuales de la época es casi siempre unánime. Es una excepción Taciano cuando se burla de la filosofía griega. Porque los apologistas, algunos de ellos filósofos antes de convertirse, optan por admitir todo lo sano y verdadero que según ellos contiene la filosofía griega.
No es verdad -dicen- que el cristianismo sea una religión de ayer. Hay que remontarse a Moisés, autor del Pentateuco -afirman con Filón- y así se llega a tiempos anteriores a la Guerra de Troya. El cristianismo no resulta posterior al helenismo. Además entre la filosofía griega y la Revelación cristiana hay muchos puntos de contacto que hacen posible una síntesis.
Así piensa sobre todo San Justino y así comienza esa labor teológica de armonizar los datos de la Revelación con la filosofía, que era entonces sobre todo la estoico-platónica. El Verbo que se hizo carne esparció antes su siembra de verdad entre los filósofos griegos.
Es muy justo recoger esos elementos sanos y aprovechables de la filosofía para incorporarlos al cristianismo. Así iba desarrollándose la teología cristiana que luego iba a cristalizar sobre todo en la Escuela de Alejandría. Al enfrentarse con los filósofos paganos los apologistas emplean con predilección el argumento de las predicciones sobre Jesús Mesías que se escribieron siglos antes en el Antiguo Testamento.
Más fácil era la tarea de refutar las calumnias populares. Les bastaba a los apologistas comparar el libertinaje público de los paganos con la honestidad de costumbres de los cristianos. Algunos se refieren también a la propagación constante y admirable del cristianismo.
Se trata de autores cultos y doctos que en general están formados en la instrucción «enciclopédica» que hoy diríamos universitaria. Se hallan con una nueva temática: la respuesta a la cultura helénica. No la elaboran con tanta calma y método sistemático, como los Padres posteriores, aunque ofrecen ya algunas síntesis de dogma cristiano que hasta entonces faltaban.
Téngase en cuenta que aquellos autores se hallaban en fase polémica, como se ha dicho, y por eso sus escritos no se parecen a esos tratados modernos de Apologética en los que metódicamente se pasa del dominio de la razón al de la Revelación.
Son sus obras contestación a objeciones y por eso revisten un carácter más salutario y menos sistemático. Para sus obras echan mano del lenguaje culto, de la lengua ática incluso, y así se prestan a la semejanza literaria con sus doctos adversarios.
Además de la polémica contra los paganos se inicia en este periodo la controversia contra los judíos por obra de San Justino. Adopta la forma de diálogo, como para indicar la base común que existe entre ambas religiones. Naturalmente la argumentación no es la que se emplea contra los gentiles.
Aristón de Pella. Según el testimonio de Orígenes y S. Jerónimo, escribió la Disputa entre fasón y Papisco sobre Cristo, cuyo resultado fue que el judío Papisco recibió el Bautismo. De dicho escrito no queda más que una introducción a la traducción latina conservada entre las obras de S. Cipriano (ed. Hartel, en CSEL 3,119 ss.). Parece que Aristón redactó su apología contra los judíos entre los a. 135-45. Probablemente era alejandrino.
Milcíades. Nacido en Asia Menor, fue con toda probabilidad discípulo de San Justino. Por Eusebio sabemos que se dedicó a la polémica contra gentiles y herejes, y que fue autor de una Apología de la filosofía cristiana dirigida con toda probabilidad a los emperadores Marco Aurelio (161-180) y Lucio Vero (161-169). Escribió además dos obras: contra los griegos y contra los judíos. Se han perdido todos sus escritos.
Apolinar de Hierápolis. La misma suerte ha tocado al apologista Claudio Apolinar obispo de Hierápolis, autor de numerosos libros, todos perdidos; cinco, Contra los griegos, dos Sobre la verdad y otros dos Contra los judíos, al decir de Eusebio. Era contemporáneo de Marco Aurelio.
Hermias. Así se llama el autor de una Sátira sobre los filósofos paganos quien no es mencionado en las fuentes antiguas. En su obra en diez capítulos ridiculiza con sarcasmos la filosofía pagana mostrando las contradicciones que encierra sobre la esencia de Dios, al mundo y al alma humana. Se nota que no es un filósofo de profesión, sino improvisado con libros de segunda mano. Escribe a finales del s. II o principios del III.
I. ORTIZ DE URBINA. (GER)
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