Reproducimos los apartados principales de un capítulo del libro Orar con los Primeros Cristianos sobre el discernimiento de la propia vocación.
27•13. (El Señor nos deja absolutamente libres para aceptar, o no, su voluntad. Respeta por encima de todo nuestra libertad. No quiere imponerse. Quiere que le queramos libremente. Espera nuestra respuesta voluntaria y generosa… )
Dios lo hizo libre desde un principio, y así como le dio la vida le dio también el dominio sobre sus actos, para que, voluntariamente, se adhiriera a la voluntad de Dios, y no por coacción del mismo Dios. Porque Dios no hace violencia, aunque su voluntad es siempre buena para el hombre, y tiene, por tanto, un designio bueno para cada uno. Sin embargo, dejó al hombre la libertad de elección, lo mismo que a los ángeles, que son también seres racionales. (SAN IRENEO DE LYÓN, Contra los herejes, 4, 31, 1)
28•13. Pero, teniendo el hombre, desde su origen, capacidad de libre decisión, y teniendo Dios -a cuya semejanza ha sido hecho el hombre- igualmente libre decisión, el hombre es siempre exhortado a adherirse al bien que se obtiene sometiéndose a Dios. (SAN IRENEO DE LYÓN, Contra los herejes, IV, 31, 1)
29•13. (Nuestra respuesta a la llamada de Dios ha de ser total y sin condiciones…)
[...] los antiguos hombres debían consagrarle los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya hemos alcanzado la libertad, ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros bienes, dándolos con libertad y alegría aun los de más valor, pues lo que esperamos vale más que todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así el desprendimiento de aquella viuda pobre del evangelio. (SAN IRENEO DE LYON, Tratado contra las herejías, 4)
30•13. Si tú obedeces sus órdenes y te haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a Él y recompensado por Él; porque Dios no es pobre, y te divinizará para su gloria. (SAN HIPÓLITO, Tratado de Refutación de todas las herejías, 10, 33-34)
31•13. (San Ambrosio, obispo de Milán del 374 al 397, nos anima a abrir de par en par las puertas de nuestra alma a la llamada divina …)
Si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo. Aunque tiene poder para entrar, no quiere, sin embargo, ser inoportuno, no quiere obligar a la fuerza. (…)
Dichoso, pues, aquel a cuya puerta llama Cristo. (…). Por esto, dice la Iglesia en el Cantar de los cantares: “Oigo a mi amado que llama a la puerta. Escúchalo cómo llama, cómo desea entrar: ¡Ábreme,…!”
Vemos, por tanto, que el alma tiene su puerta, a la que viene Cristo y llama. ¡Ábrele, pues; quiere entrar! (SAN AMBROSIO, Comentario sobre el salmo 118, 12)
32•13. (Hablando de la vocación de san Mateo…)
Y al mostrar una decisión pronta para todo y desprenderse así de golpe de todas las cosas de la vida, atestiguaba muy bien, por su perfecta obediencia, que le había llamado el Señor en el momento oportuno. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre San Mateo, 30)
33•13. No puede llamarse feliz quien no tiene lo que ama, sea lo que fuere; ni el que tiene lo que ama si es pernicioso; ni el que no ama lo que tiene, aun cuando sea lo mejor. (SAN AGUSTÍN, Sobre las costumbres de la Iglesia, 1, 3)