República Centroafricana es sinónimo de impresionantes riquezas naturales: selvas vírgenes, población joven y grandes yacimientos de diamantes o petróleo. Sin embargo, el país ocupa los peores puestos de desarrollo humano y es considerado el más pobre del mundo. A esto se suma una guerra fratricida desde hace más de 5 años, un conflicto olvidado por todos que solo ha traído más muerte y destrucción.
La última contienda comenzó cuando los guerrilleros islamistas de Seleka tomaron el control del país. Se ensañaron especialmente contra misiones, iglesias y centros parroquiales. Dejaron un reguero de asesinatos: padres de familia, niños y mujeres, pero también misioneros, religiosas y sacerdotes.
La intervención de la ONU consiguió frenar a Seleka. Pero pronto grupos de autodefensa Anti-balaka empezaron a atacar a la población musulmana, cobrándose cientos de vidas como venganza. Muchos medios de comunicación tacharon el conflicto de religioso, identificando a los anti-balaka como grupos cristianos. Sin embargo, ningún líder cristiano les ha apoyado y todos han condenado sus atropellos.
La misión de la Iglesia durante todo este tiempo, además de seguir anunciando la alegría del Evangelio, ha sido trabajar fuertemente por la paz, a través de encuentros interreligiosos y comités de paz. Son numerosos los gestos heroicos de laicos, sacerdotes y religiosos. Como por ejemplo la misión de los Carmelitas y el Seminario Mayor de Bangui, que han acogido a miles personas.
Mons. Dieudonné Nzapalainga, cardenal de Bangui, refugió en su casa al imán de la ciudad, Omar Kobine Layama, cuando los Anti-balaka pedían su cabeza. Juntos han clamado por la paz y su relación cercana les ha dado el sobrenombre de “Los mellizos de Dios”. El viaje del Papa Francisco a este país en noviembre de 2015 supuso un soplo de aire fresco: “El amor a los enemigos nos previene de la tentación de la venganza y de la espiral de las represalias sin fin”.
Todo esto no ha evitado que la Iglesia sufra, junto al pueblo, las consecuencias del odio, que además se ha visto recrudecido recientemente. Tres sacerdotes han sido asesinados brutalmente en lo que va de año, hay varias parroquias atacadas y decenas de religiosos perseguidos. El obispo español Juan José Aguirre, de la diócesis de Bangassou, ha hospedado en su catedral a musulmanes que huían de los anti-balaka, haciendo él mismo de escudo humano.
En muchas zonas, las ONG se han marchado y la única institución presente es la Iglesia, una comunidad muy amenazada. Es fundamental no abandonar a tantos héroes de la fe que predican, con palabras y obras, el perdón y la misericordia en una sociedad golpeada. Desde la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada hemos enviado en los últimos tres años un total de 2,7 millones de euros de ayuda de emergencia para atender a los desplazados, reconstrucción de templos, estipendios de Misa para sacerdotes y formación del clero.