CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 14 febrero 2007
Benedicto XVI repasó ese miércoles la historia del origen de la Iglesia para constatar la contribución decisiva que han ofrecido las mujeres al desarrollo del cristianismo.
«La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una», afirmó al final de la audiencia general de ese miércoles celebrada en el Aula Pablo VI.
La Iglesia, siguió diciendo, da gracias «por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina», recalcó citando uno de los documentos más conocidos de Juan Pablo II, la carta apostólica «Mulieris dignitatem» (15 de agosto de 1988).
«Las mujeres al servicio del Evangelio» fue el tema que escogió el Papa para su catequesis en la que comenzó reviviendo la historia de quienes se convirtieron en discípulas de Jesús, prestando particular atención a su Madre, María, y a María Magdalena.
Dado que ésta «no sólo estuvo presente en la Pasión, sino que se convirtió también en la primera testigo y anunciadora del Resucitado», citando a santo Tomás, el sucesor de Pedro la llamó «apóstola de los apóstoles».
Luego recorrió las numerosas figuras femeninas que tuvieron un papel decisivo en la Iglesia primitiva, mostrando cómo en sus comunidades, tuvieron un papel de responsabilidad, pues, como decía san Pablo a los Gálatas, «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer», «ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús».
«Es decir --aclaró--, unidos todos en la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas».
El apóstol Pablo, recordó el obispo de Roma, admitió «como algo normal el que en la comunidad cristiana la mujer pueda “profetizar”, es decir, pronunciarse abiertamente bajo la influencia del Espíritu Santo, a condición de que sea para la edificación de la comunidad y de una manera digna».
«Por tanto, hay que relativizar la famosa exhortación “las mujeres cállense en las asambleas”», señaló.
Citó también el caso de «Febe», mujer a la que llama el apóstol llama «diákonos» («diaconisa») de la Iglesia en Cencreas, pequeña ciudad puerto al este de Corinto.
«Si bien el título, en aquel tiempo, todavía no tenía un valor ministerial específico de carácter jerárquico, expresa un auténtico ejercicio de responsabilidad por parte de esta mujer a favor de esa comunidad cristiana», reconoció Benedicto XVI.
«En síntesis --concluyó--, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera dado la aportación generosa de muchas mujeres».
Por este motivo, elevó su elogio «a las mujeres en al transcurso de la historia de la Iglesia», aclarando que lo hacía «en nombre de toda la comunidad eclesial».
Terminó dando gracias a Dios «porque Él conduce a su Iglesia, de generación en generación, sirviéndose indistintamente de hombres y mujeres, que saben hacer fecunda su fe y su bautismo para el bien de todo el Cuerpo eclesial para mayor gloria de Dios».
Con esta catequesis, el Papa ponía punto final a un ciclo de meditaciones sobre los testigos del cristianismo naciente, que había realizado en las semanas anteriores.