Acta del Martirio de Santa Crispina
En Theveste, África, hacia fines del 304
- Si das sobre ello orden, Crispina, natural de Tagura, por haber despreciado la ley de nuestros señores los emperadores, pasará a ser oída.
Santa Crispina |
El procónsul Anulino dijo:
- Que pase.
Entrado, pues, que hubo Crispina, Anulino dijo:
- ¿Conoces, Crispina, el tenor del mandato sagrado?
CRISPINA - Ignoro de qué mandato se trate.
ANULINO - Que tienes que sacrificar a todos los dioses por la salud de los príncipes, conforme a ley dada por nuestros señores Diocleciano y Maximiano, píos augustos, y Constancio y Máximo, nobilísimos césares.
CRISPINA - Yo no he sacrificado jamás ni sacrifico, sino al solo y verdadero Dios y a nuestro Señor Jesucristo, Hijo suyo, que nació y padeció.
ANULINO - Corta esa superstición y dobla tu cabeza al culto de los dioses de Roma.
CRISPINA - Todos los días adoro a mi Dios omnipotente; fuera de Él, a ningún otro Dios conozco.
ANULINO - Eres mujer dura y desdeñosa; pero pronto vas a sentir, bien contra tu gusto, la fuerza de las leyes.
CRISPINA - Cuanto pudiere sucederme lo he de sufrir con gusto por mantener la fe que profeso.
ANULINO - Tan grande es tu vanidad, que ya no quieres abandonar tu superstición y venerar alos dioses.
CRISPINA - Diariamente venero, pero al Dios vivo y verdadero, que es mi Señor, fuera del cual ningún otro conozco.
ANULINO - Mi deber es presentarte el sagrado mandato para que lo observes.
CRISPINA - Un sagrado mandato he de observar, pero es el de mi Señor Jesucristo.
ANULINO - Voy a dar sentencia de que se te corte la cabeza si no obedeces a los mandatos de los emperadores, nuestros señores, a quienes se te forzará a servir, obligándote a doblar el cuello bajo el yugo de la ley. Toda el África ha sacrificado, como de ello no te cabe a ti misma duda.
CRISPINA - Jamás se ufanarán ellos de hacerme sacrificar a los demonios; sino que sacrifico al Señor que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos.
ANULINO - ¿Luego no son para ti aceptados estos dioses, a quienes se te obliga que rindas servicio, a fin de llegar sana y salva a la devoción?
CRISPINA - No hay devoción alguna donde interviene fuerza que violenta.
ANULINO - Mas lo que nosotros buscamos es que tú seas ya voluntariamente devota, y en los sagrados templos, doblada tu cabeza, ofrezcas incienso a los dioses de los romanos.
CRISPINA - Eso yo no lo he hecho jamás desde que nací, ni sé lo que es, ni pienso hacerlo mientras viviere.
ANULINO - Pues tienes que hacerlo, si quieres escapar a la severidad de las leyes.
CRISPINA - No me dan miedo tus palabras; esas leyes nada son. Mas si consintiera en ser sacrílega, el Dios que está en los cielos me perdería, y yo no aparecería en el día venidero.
ANULINO - Sacrílega no puedes ser cuando, en realidad, vas a obedecer sagradas órdenes.
CRISPINA - ¡Perezcan los dioses que no han hecho el cielo y la tierra! Yo sacrifico al Dios eterno que permanece por los siglos de los siglos, que es Dios verdadero y temible, que hizo el mar, la verde hierba y la tierra seca. Mas los hombres que Él mismo hizo ¿que pueden darme?
ANULINO - Practica la religión romana, que observan nuestros señores los césares invictos y nosotros mismos guardamos.
CRISPINA - Ya te he dicho varias veces que estoy dispuesta a sufrir los tormentos a que quieras someterme, antes que manchar mi alma en esos ídolos, que son pura piedra, obras de mano de hombre.
ANULINO - Estás blasfemando y no haces lo que conviene a tu salud.
Y añadió Anulino a los oficiales del tribunal:
- Hay que dejar a esta mujer totalmente fea, y así empezad por raerle a navaja la cabeza, para que la fealdad comienze por la cara.
CRISPINA - Que hablen los dioses mismos, y creo. Si yo no buscara mi propia salud, no estaría ahora delante de tu tribunal.
ANULINO - ¿Deseas prolongar tu vida o morir entre tormentos, como tus otras compañeras?
CRISPINA - Si quisiera morir y entregar mi alma a la perdición en el fuego eterno, ya hubiera rendido mi voluntad a tus demonios.
ANULINO - Mandaré que se te corte la cabeza si te niegas a adorar a los dioses venerables.
CRISPINA - Si tanta dicha lograre, yo daré gracias a mi Dios. Lo que yo deseo es perder mi cabeza por mi Dios, pues a tus vanísimos ídolos, mudos y sordos, yo no sacrifico.
ANULINO - ¿Conque te obstinas de todo punto en ese necio propósito?
CRISPINA - Mi Dios, que es y permanece para siempre, Él me mandó nacer, Él me dio la salud por el agua saludable del bautismo, Él está en mí, ayudándome y confortando a su esclava, a fin de que no corneta yo el sacrilegio de adorar a los ídolos.
ANULINO - ¿A qué aguantar por más tiempo a esta impía cristiana? Léanse las actas del códice con todo el interrogatorio.
Leídas que fueron, el procónsul Anulino, leyó de la tablilla la sentencia:
- Crispina, que se obstina en una indigna superstición, que no ha querido sacrificar a nuestros dioses, conforme a los celestiales mandatos de la ley de los augustos, he mandado sea pasada a filo de espada.
Crispina respondió:
- Bendigo a Dios que así se ha dignado librarme de tus manos. ¡Gracias a Dios!
Y, signándose la frente, fue degollada por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
(BAC 75, 1142-1146)
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