Puesto que sólo falta por publicar parte del lote de los manuscritos bíblicos, cualquier investigador tiene a su alcance la totalidad de los documentos no bíblicos, y hasta en la traducción a las lenguas modernas más extendidas. Sin embargo, no está todo hecho; más bien puede decirse que estamos en los comienzos de una investigación apasionante sobre la relación de unos documentos con otros y sobre el conocimiento exacto del contenido de los documentos y de sus autores.
Atrás quedan las teorías que, en los albores del hallazgo, llegaron a identificar el grupo de Qumrán con la secta medieval de los caraítas, o con un grupo judeo-cristiano, o con los zelotas; ni siquiera se puede identificar con los saduceos o con los fariseos.
Sólo hay una pequeña discrepancia. N. Golb, de la Universidad de Chicago, propuso en 1980 la hipótesis de que los documentos no pertenecieron a la biblioteca de un grupo uniforme, sino a las bibliotecas de varios judíos de Jerusalén que, ante la amenaza de la invasión romana, habían escondido sus libros y sus tesoros en las cuevas, junto al mar Muerto, para recuperarlas cuando terminara la contienda.
Sin embargo, la opinión más generalizada es que los documentos son parte de una biblioteca perteneciente a un grupo esenio, que se desligó del pueblo, de los dirigentes y de sus propios hermanos esenios para recluirse en el desierto. Les movía únicamente el afán de vivir confidelidad estricta las normas interpretadas por el "Maestro de Justicia" (iniciador de la secta y promotor de su observancia estricta), y mantener así la esencia del mensaje transmitido "por el libro de Moisés, las palabras de los profetas y de David, y las crónicas de cada generación", como señala uno de los documentos. Con razón puede hablarse de un grupo sectario, desgajado de la corriente esenia.
La discusión actual gira en torno a los elementos específicos de la secta y, cada día con mayor precisión, se insiste en que lo característico de los sectarios de Qumrán no son los elementos doctrinales, prácticamente idénticos al resto de los grupos del judaísmo precristiano, sino que lo específico de aquel grupo estribaba en lo haláquico o normativo.
Se sabía por Flavio Josefo que los esenios se distinguían por mantener a ultranza los cuatro puntos siguientes: la purificación del Templo, la colecta de los diezmos para los levitas, la prohibición de los matrimonios mixtos y las determinaciones minuciosas sobre el descanso sabático. El grupo de Qumrán era especialmente estricto en el tema de las purificaciones: ellos, que se consideraban "los hijos de la luz", no podían consentir que en el Templo y en la ciudad de Jerusalén hubiera algo impuro. Por tanto, se oponían a las anomalías que se habían introducido: los ritos no guardaban el ciclo festivo y el calendario fijado y revelado por Dios; en el Templo se introducían el trigo de los gentiles y las pieles de animales impuros...
Las exigencias estrictas que movieron a muchos esenios a separarse de sus conciudadanos y retirarse al desierto siguiendo las directrices del "Maestro de Justicia" se encuentran recogidas en una carta haláquica conocida como Miqsat Ma'aseh ha-torah o "Algunos preceptos de la Ley". Se trata de minuciosas prescripciones sobre la pureza legal, que en gran parte están contenidas también en otros documentos como el Rollo del Templo o la Regla de la Comunidad.
Es, pues, claro que son las exigencias haláquicas las que especifican a este grupo. No todas las normas son de la misma época ni estuvieron en vigor siempre, pero todas marcan la tendencia a identificar el ámbito de la secta con el del Templo; es decir: los miembros de la comunidad han de comportarse con la misma pureza y con el mismo rigor con que deberían hacerlo los profesionales del Templo. Más aún, la comunidad era un anticipo del Templo celestial: la pureza reglamentada con tanta minuciosidad marcaba el camino hacia la perfección que se vivirá "en el mundo futuro".
Otra particularidad de los escritos de Qumrán es la predilección por la doctrina escatológica y apocalíptica. Es cierto que las ideas apocalípticas impregnaban el ambiente de la época, como lo muestra que gran parte de los llamados libros apócrifos del Antiguo Testamento (AT) o pseudoepígrafos son de corte apocalíptico. Además, los esenios como grupo cultivaron esta literatura y pueden ser considerados adalides de la tradición apocalíptica. Pero la biblioteca de Qumrán es claro exponente de que el perfil de aquel grupo sectario se delimita por la doctrina y simbología apocalípticas: nos ha conservado varias copias de obras ya conocidas, como Henoc y Jubileos; y otras de producción propia son típicamente apocalípticas, como la Regla de la Guerra.
Hasta hace poco se solía distinguir entre documentos sectarios propiamente dichos y los supuestamente pertenecientes a otros movimientos judíos contemporáneos. Hoy, en cambio, se tiende a considerar todas las obras como exponente del pensamiento y vida del grupo de Qumrán, pues de otro modo no las hubieran conservado. Poco a poco, los estudiosos abandonan la comparación entre la secta qumránica y otros grupos, para centrarse en las características propias del grupo.
Pese a ello, la mayoría de los libros de divulgación siguen dedicando uno o varios capítulos a relacionar los manuscritos con los orígenes del cristianismo. Y todavía se difunden hipótesis basadas en la lectura esotérica de los documentos de Qumrán. Suelen aducirse como autoridades los libros de la australiana Barbara Thiening, de la Universidad de Sydney, y los de Robert Eisenman, de la Universidad de California. Aunque no coinciden en las conclusiones, ambos parten del supuesto de que los manuscritos qumránicos y los libros del Nuevo Testamento (NT) están escritos en clave, y se empeñan en identificar a los dirigentes de la secta con los personajes más relevantes de la primitiva comunidad cristiana. Así, el "Maestro de Justicia" sería Juan Bautista, opuesto al "Hombre de la Mentira", que sería Jesús (más bien, el "Hombre de la Mentira" parece identificarse con el Sumo Sacerdote como gran enemigo de la secta); o Pablo en oposición a Santiago, respectivamente.
Resulta demencial que sigan publicándose tales ideas cuando se ha demostrado hasta la saciedad por los análisis hechos con el carbono 14, así como por argumentos paleográficos, que todos los manuscritos halladas en el mar Muerto son anteriores al año 70 de nuestra era y que es cronológicamente imposible identificar a los iniciadores de la secta (siglo II a.C.) con ningún personaje del cristianismo.
El mensaje cristiano tiene una radical novedad que lo distingue de cualquier otro movimiento judío de la época. Es científicamente erróneo afirmar que el cristianismo se desgajó del judaísmo tal como hoy existe. Es bien sabido que el judaísmo que hoy conocemos es el resultado de un largo proceso de formación, debido en gran parte a los maestros tanaítas que transmitieron su doctrina a través de la Mishná, la Tosefta y los Talmudes: el de Babilonia y el de Jerusalén. Este judaísmo rabínico se aglutina a partir de la destrucción del Segundo Templo (año 70 d.C.), heredando en gran parte la tradición farisaica. Sería, por tanto, un error metodológico buscar en las obras del judaísmo posterior la explicación completa de los orígenes del cristianismo.
Pero también es verdad que tales obras ayudan a explicar algunos elementos comunes que derivan del AT, en el que tanto el cristianismo como el judaísmo hunden sus raíces. De modo semejante, los documentos de Qumrán tampoco pueden dar razón completa del nacimiento del cristianismo, pero ayudan a comprender el ambiente y el pensamiento de unos hombres que vivieron en el ámbito temporal, local, religioso y social en que nació y se desarrolló el cristianismo primitivo.
En los casi cincuenta años de estudio se han buscado posibles coincidencias entre Qumrán y los puntos más importantes del Evangelio. Así, se ha intentado ver las raíces del bautismo en los ritos de purificación de la secta; de la Última Cena, en los banquetes rituales; de la valoración cristiana del celibato, en el celibato practicado por estos esenios, etc. Pero siempre aparecen más diferencias que coincidencias. Únicamente aflora con claridad que Jesús y el cristianismo asumieron los mejores elementos de su época y no tanto los específicos de Qumrán.
Una de las doctrinas más sugerentes y más estudiadas es la esperanza mesiánica. Se ha escrito mucho sobre esto porque, mientras los escritos de la época del Segundo Templo apenas mencionaban al Mesías, los nuevos documentos hablan con profusión de la figura de un Mesías y de la salvación que comporta con términos técnicos, idénticos a los utilizados en el NT. En los últimos años se tiende a estudiar este tema desligando el mesianismo qumránico del mesianismo neotestamentario. Los trabajos más serios concluyen que los datos de Qumrán son un testimonio apreciable de que en el siglo I de nuestra era la esperanza en la salvación, mediante un enviado de Dios, el Mesías, estaba especialmente viva.
Sin embargo, la presencia de Jesús y la doctrina mesiánica del NT supera lo expuesto en Qumrán y empalma mejor con el contenido de los libros veterotestamentarios. Es decir, de entre las diferentes concepciones mesiánicas de sus contemporáneos, Jesús y sus discípulos depuraron aquellas que poco tenían que ver con las asumidas por el grupo de Qumrán si no es en la terminología utilizada.
Las mayores coincidencias se dan en los modelos literarios y léxicos. Hay un manuscrito que se ha conocido en estos últimos meses (4Q 535) que recoge una serie de "Bienaventuranzas", comparables a las transmitidas en Mt 5,3-12 y en Lc 6,20-26. La coincidencia no es en el contenido, sino en la formulación; y pone de manifiesto que el modelo de los macarismos era frecuente para exponer un mensaje especialmente importante. No hay que olvidar que este procedimiento sapiencial era bien conocido en los Salmos, y que el libro de Ben Sira (Sir 14,20-27) contiene una serie de ocho bienaventuranzas. Qumrán prueba que este género literario estaba en uso en el siglo I de nuestra era y que los lectores del Evangelio estarían familiarizados con él.
En cuanto al vocabulario técnico de Qumrán, el Prof. José María Casciaro publicó un estudio importante y pionero: Qumrán y el Nuevo Testamento (Pamplona, 1982). Llega a la conclusión de que el término iglesia (en griego ekklesia) de Mt 16,18 tiene su antecedente en el término hebreo 'edah, utilizado ya en el AT, pero que en Qumrán adquiere un claro sentido escatológico. El Prof. Casciaro estudia también el término mysterion, que con tanta frecuencia utiliza San Pablo, y también llega a la conclusión de que no refleja una categoría helenística, sino semita, cuyo trasfondo puede encontrarse en el sôd hebreo, frecuente en los documentos de Qumrán.
El Prof. Casciaro resume bien la importancia de los manuscritos de Qumrán, cuando subraya que ponen de relieve la continuidad y discontinuidad del NT con el judaísmo de su época. El mensaje cristiano es muy original en cuanto al contenido, y es difícil encontrar en los documentos del mar Muerto la raíz que justifique su origen. En la formulación, en cambio, tales documentos han venido a confirmar el carácter semita del NT. Sus expresiones y sus palabras, aunque son griegas, no coinciden con las categorías de los helenistas clásicos, sino con el significado de los términos hebreos y arameos conocidos por el AT y documentados en los manuscritos de Qumrán.
Quien desee documentarse más sobre los escritos de Qumrán tiene a su disposición comentarios de dos clases. Unos, más literarios, se ciñen a los textos, centrándose en la crítica textual y literaria, en el carácter y en el contenido de cada documento. Otros, la mayoría, parten de los documentos, pero se extienden en la historia de las excavaciones, la vida y las instituciones de la secta, las ideas religiosas del grupo, etc.
Entre los libros del primer género hay en castellano un buen trabajo de divulgación que comenta con brevedad y precisión los manuscritos conocidos hasta 1980: M. Delcor-F. García Martínez, Introducción a la literatura esenia de Qumrán (Cristiandad, Madrid, 1982).
En cuanto a los comentarios generales, la bibliografía sobre Qumrán y sus documentos es amplísima en todas las lenguas. Aquí se reseñan sólo títulos en español.
El ya mencionado de Antonio González Lamadrid, Los descubrimientos del mar Muerto (BAC, Madrid, 1971) es una monografía espléndida para conocer la historia y los primeros trabajos de los manuscritos. Describe cómo surgieron los descubrimientos en las once cuevas de Qumrán, los problemas suscitados desde los comienzos y las soluciones -más o menos acertadas- que recibieron.
En 1981 se tradujo un magnífico libro de divulgación de Geza Vermes, profesor de Oxford, que quería conmemorar el trigésimo aniversario del descubrimiento de las cuevas: Los manuscritos del mar Muerto. Qumrán a distancia (Muchnik, Barcelona, 1981). En ocho capítulos se abordan los temas literarios y religiosos más importantes. El estilo sereno y breve, y la profesionalidad del tratamiento, hacen del libro un instrumento valioso, aunque hoy habría que matizar alguna de las afirmaciones.
El estudio y comentario de los manuscritos no ha cesado en ladécada de los 80, pero es en estos últimos cuatro años cuando ha vuelto a primera línea el interés y la publicación de nuevas monografías, en gran parte motivadas por la demanda que las últimas publicaciones sensacionalistas han provocado. En 1991 tuvo lugar en Madrid un congreso internacional, organizado por la Universidad Complutense, que tuvo una enorme resonancia, porque allí se presentaron, entre otros trabajos, la transcripción de algunos manuscritos bíblicos; asistieron muchos de los principales especialistas en textos y temas de Qumrán. Los trabajos presentados han sido recogidos en un volumen publicado en Madrid y en Leiden en 1992: The Madrid Qumran Congress. Actas del Congreso Internacional sobre los manuscritos del mar Muerto (Madrid, 18-21 de marzo de 1991).
No han faltado comentarios poco fiables, por su inclinación sensacionalista. Así, la editorial Martínez Roca ha publicado la obra de M. Biegent y R. Leig El escándalo de los manuscritos del mar Muerto (Barcelona, 1993): es un conglomerado de datos tomados en gran parte de los libros de R. Eisenman, sin ningún fundamento científico y cargando las tintas en los aspectos más sensacionalistas que se oponen, según los autores, a las pretendidas ideas del Vaticano.
La misma editorial ha sacado otro libro más serio: César Vidal Manzanares, Los esenios y los rollos del mar Muerto (Barcelona, 1993). Como experto historiador, Vidal presenta una panorámica de los acontecimientos vividos en Palestina desde el destierro (s. VI a.C.) hasta la caída de Masada en poder de los romanos (135 d.C.). Es un libro correcto en los datos históricos, que son la mayoría. En los capítulos en que plantea la relación entre Juan Bautista y Jesús con los esenios de Qumrán hay más énfasis en el planteamiento del problema queen explicar la posible solución. Quizás sobran esas nuevas páginas que parecen más un brindis a la galería y a la moda sensacionalista.
El mismo autor ha publicado otro libro, mucho más sencillo y más claro en el tratamiento de los manuscritos: Los documentos del mar Muerto (Alianza, Madrid, 1993). Contiene cuatro partes, la primera dedicada a la historia de las excavaciones y de los documentos; la segunda, a la situación histórica de la Palestina de esos siglos; la tercera y cuarta, más centradas en los documentos y en la vida e ideología de Qumrán.
Dentro del género divulgativo pero con tintes más académicos y aceptables, está el libro de F. García Martínez y J. Trebolle Barrera, Los hombres de Qumrán (Trotta, Barcelona, 1993). Es una colección de doce artículos que ya habían aparecido en publicaciones diversas como fruto de otras tantas conferencias. Tratan aspectos muy diversos sobre la historia y sobre la literatura de Qumrán, pero tienen en común el interés por exponer al gran público todos los problemas y, sobre todo, las aportaciones que Qumrán ha supuesto no sólo para quienes leen la Biblia como libro sagrado, sino para toda la cultura occidental de nuestros días.
Santiago Ausín
profesor de Antiguo Testamento de la Facultad de Teología de Navarra