Los franciscanos de la Custodia en Damasco: «Siria siempre ha sido un mosaico de culturas y no permitiremos a la guerra que lo destruya». Los religiosos ayudan como pueden a la población empobrecida.
En la iglesia franciscana cercana a Bab Touma (la puerta de Tomás) en Damasco, la cúpula aún muestra los signos de los recientes bombardeos. Fray Bahjat Karakach, el padre guardián del convento, ha escapado de milagro a la explosión que ha dañado el santuario. La pequeña iglesia parroquial donde – con él – vive también fray Antonio Louxa, es la primera etapa de nuestro viaje a Siria.
Desde las ventanas se ven bien las consecuencias de la guerra en la capital siria y, de noche, de vez en cuando, se escucha algún bombardeo lejano, que tiene el sueño ligero. La situación, sin embargo, ha mejorado significativamente respecto a la de hace unos meses. Al final de la tarde, las luces iluminan gran parte de la ciudad vieja y los damascenos tienen ganas de salir, de caminar, de estar con los amigos para tomar algo en compañía. Entre los rincones antiguos de la primera capital del califato, se esconden aún las maravillas de tiempos pasados. Entre ellas, algunos lugares muy queridos por los cristianos de todo el mundo.
El memorial de San Pablo es la siguiente etapa importante del viaje para descubrir las actividades de la Custodia de Tierra Santa en Siria. Sobre una antigua vía romana, donde la tradición sitúa la caída de San Pablo del caballo (una inscripción dice: Traditionalis locus conversionis S. Pauli Apostoli), se alza uno de los lugares custodiados por los frailes franciscanos. Destino, antes de la guerra, de millares de peregrinos que cada año visitaban el país. Hoy no hay indicios del millón de turistas que, como media, afluía a Siria. Los frailes están allí desde hace siglos, en nombre y por cuenta de la Iglesia católica, para cuidar de estos y otros lugares santos en toda Siria (a pocos kilómetros, por ejemplo, está el santuario de San Ananías).
Junto a esta actividad fundamental, no obstante, fray Bahjat no olvida contar cuánto tiempo dedican los frailes a ayudar a aquellos que irremediablemente han sido damnificados por la guerra. También en Damasco la Asociación pro Terra Sancta apoya económicamente la obra de los frailes.
«Este invierno hemos distribuido aproximadamente 800 chaquetas a niños que no tenían nada con lo que cubrirse». La pobreza es grande en Damasco. Y aunque la gente ha vuelto a respirar, las dificultades a las que debe hacer frente aún son muchas. Los franciscanos no se quedan atrás: «Pagamos algunas matrículas de la guardería para los niños de familias pobres y estamos iniciando también algunos proyectos para los que tienen mayores problemas psicológicos». Sor Iole, que gestiona una guardería junto al santuario de la conversión de San Pablo, expone el drama de muchos pequeños nacidos bajo la guerra: «Algunos piden el doble de merienda, no para comérsela, sino para llevarla a casa para sus padres que no tienen nada que comer. La mayoría dibujan solo misiles y tanques… a los cuatro o cinco años los dibujos deberían ser otros». Los que más sufren son los musulmanes. «Viven en conflicto permanente aquí en Siria – prosigue el padre Bahjat – no consiguen comprenderlo, superarlo, y por eso no encuentran una vía de salida de todo este mal». Pero para fray Raimondo Girgis, responsable del memorial de San Pablo, cuando hay que ayudar no se hacen distinciones. «Ayudamos a cualquiera que lo pida. Siria siempre ha sido un mosaico de culturas y no permitiremos a la guerra que lo destruya».
El modelo de convivencia propuesto por los frailes es el único modo de repartir hoy un país desgarrado por el odio y por la violencia. Como también confirma el cardenal Mario Zenari, nuncio apostólico en Siria: «La apertura a los demás es nuestra tarjeta de visita, la única manera de mostrar la diversidad. Debemos continuar en esta dirección, es nuestra salvación. Nosotros somos la sal de este país».