Cristianos del siglo XXI con el espíritu de los primeros

 

Tertuliano resumió en su Apología con el conocido elogio: “Mirad, cómo se aman”

Curiosas coincidencias han hecho que los “primeros cristianos” llamen de nuevo a mi puerta. Terminaba de releer “Los primeros cristianos en Roma”, de Jerónimo Leal -profesor de Patrología en la Universidad de la Santa Cruz, en Roma-, al mismo tiempo que enviaba mi artículo “Iglesia sinodal y primeros cristianos”, publicado el pasado día 17. Y justamente el mismo día del envío, Gabriel, amigo promotor de www.primeroscristianos.com me regalaba recién salido de imprenta “El ejemplo de los primeros cristianos” (EUNSA, 2023), donde recoge sus trabajos en esa página web.

 

Tanta conjunción sincrónica en torno a los protagonistas de la Iglesia naciente me impulsa a hablar nuevamente de ellos para animarnos a seguir su ejemplo y tomar nota de algo indiscutible: si lo que fue esencial en sus vidas no permaneciera también hoy en las nuestras, la Iglesia llegaría a su fin. No sucederá porque, en palabras de su Fundador, “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”(Mt 16, 18);pero convendrá repasar qué fue lo esencial, las claves por las que vida y mensaje de aquellos primeros triunfó y ha llegado hasta nosotros, incluso tantas veces contra viento y marea.

“Contra viento y marea” recuerda la furiosa tormenta en el lago de Genesaret contra la barca de Pedro, imagen tradicional de la Iglesia. Hoy también, no menos que entonces, la Iglesia se ve sacudida por olas turbulentas que, como aguas de confusas ideologías y modernas costumbres neo-paganas, pugnan por entrar en la barca de Pedro para hundirla. Estos vientos son, en el fondo, los mismos que soplaron contra los primeros cristianos, pero hoy lo hacen con lenguajes seductores y ropajes variopintos, porque el demonio no da la cara y le gustan los disfraces.

Recordaré pues, los dos ámbitos contrapuestos en la pugna: el de los factores positivos que explican la supervivencia del mensaje cristiano, y el de los vientos que entonces le fueron contrarios.

 

 

Un primer factor esencial fue que vivieron codo con codo junto a sus conciudadanos, como lo hizo Jesús, sin crear un gueto aparte por así decir. Pero a la vez, fue una vida ordinaria en coherencia con la de Cristo y, por tanto, yendo contracorriente de los parámetros paganos de su época, y de los usos y costumbres opuestos a la dignidad humana.

Seguían aquellas palabras de san Pablo: “hacedlo todo (…) sin tacha, en medio de una generación depravada y perversa” (Fil 2,15); y Pablo no escribía de oídas. Idéntico testimonio encontramos en la Carta de un cristiano del siglo II dirigida a un tal Diogneto, donde leemos:

”Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres (…); sin embargo, se muestran viviendo un tenor de vida admirable, que a todos sorprende”.

La Carta desciende a conductas concretas de los cristianos:

“Como todos, se casan; como todos, engendran hijos, pero no abandonan a los recién nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son también ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida las sobrepasan” (Carta, 5).

Otro factor clave en la vida de los primeros fue su firmísima convicción de que Cristo -resucitado- caminaba no ya junto a cada uno, sino que vivía en su interior, en su corazón y, por el amor, se manifestaba después en obras que todo el mundo podía ver: en medio del diario ajetreo, en el trabajo, en la convivencia, en la ayuda al necesitado, en la plaza pública…. Era una conducta a la vista de todos, en el escaparate, atrayente, y que Tertuliano resumió en su Apología con el conocido elogio: “Mirad, cómo se aman”. Era la fe encarnada, hecha vida en obras que entraban por los ojos. Han pasado XXI siglos, la sociedad humana ha evolucionado en muchos aspectos, pero las vidas ejemplares de aquellos primeros nos jalean hoy para que mantengamos lo permanente, y lo transmitamos a la siguiente generación.

Otra clave más, esencialísima como las anteriores: no tenían maniatado ni escondido en su intimidad el amor a Cristo, sino que lo comunicaban a todos “con ocasión y sin ella” que dirá san Pablo a Timoteo, porque se sabían apóstoles, enviados por él, en virtud del Bautismo. Así, el fuego del Espíritu se difundió a los cuatro vientos, llegando a todos los corazones.

Siendo determinantes las claves mencionadas, considero primerísima y animadora de todas, el hecho de que cada cristiano, a través de la fe, se dejó conquistar como sucede con los enamorados, por el encuentro con el amor de Dios y su atrayente humanidad en la persona divina de Jesús. Esto hizo que, personalmente, casa uno se tomara muy en serio las palabras del Señor: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Cada uno se hizo creyente de los pies a la cabeza, a tiempo completo, y sin ocultar su fe.

Botón de muestra del acompañamiento y fuerza cautivadora de Jesús, lo ofreció él mismo, el día de su resurrección, al abordar a los discípulos de Emaús. Abatidos y desesperanzados, igual que nos puede suceder a nosotros, con el ardor de Jesús recobraron su fe muerta, como lo manifestaron diciéndose uno a otro:“¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Luc 24, 32).Es lógico pensar que, en cada creyente de los primeros tiempos, ardía una llama del espíritu que conquistó a los de Emaús.

Pasando ya al ámbito opuesto, el de los vientos contrarios, ¿dónde estuvieron los peligros principales? Por resumirlos al máximo, mencionaré solo dos; el de las persecuciones cruentas que se cobraron muchos mártires, y el más grave y sinuoso: el riesgo de adulterar la verdad del mensaje con falsas doctrinas que intentaron introducirse en la Iglesia. A distancia de XXI siglos poco han cambiado las cosas, aunque esta afirmación pueda sorprender.

Las primeras persecuciones cruentas más que obstáculo fueron nuevo impulso para la fe, como testimoniaba Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Hoy tampoco faltan testimonios martiriales de cristianos, y el Informe de 2023 sobre libertad religiosa en el mundo, que bienalmente publica Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), señala que en 61 países los ciudadanos se han enfrentado a graves violaciones de la libertad religiosa y en 28 de ellos, a clara persecución.

El otro gran peligro ya mencionado, fue el riesgo de adulterar el mensaje cristiano con enseñanzas contrarias a la verdad. Concretamente, por el gnosticismo. Las enseñanzas gnósticas buscaban seducir con un engañoso conocimiento pretendidamente superior al de la revelación de Jesús, y una práctica de vida desencarnada y espiritualista. Sin embargo, ese “caballo de Troya” del gnosticismo no logró penetrar en la Iglesia; aunque el tema requiere más desarrollo, es momento de concluir ya, recordando las palabras del Señor y la intención de estas líneas.

Las puertas del infierno no prevalecerán: no ganaron la batalla entonces, ni tampoco triunfarán hoy. La antorcha de la fe y vida cristiana de los primeros ha llegado hasta nosotros, y no permitiremos que se apague.

El actual “caballo de Troya” con sus modernas ideologías -igualitarismos indiscriminados, buenismos que adulteran la realidad, cantos de sirena para copiar en la Iglesia modelos de gobierno ajenos a la voluntad de Cristo, conductas vejatorias de la dignidad humana, etc.-, ha de quedar fuera de la viña del Señor. Con su gracia, el testimonio sereno y firme de los primeros cristianos, ha de seguir prevaleciendo en nosotros, cristianos del siglo XXI.

José Antonio García-Prieto Segura en  religion.elconfidencialdigital.com

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