"Una noche durante el secuestro estaba intentado dormir. Estaba enfadado, desesperado... Me desperté cantando "nada te turbe, nada te espante”, en árabe. Así espontáneamente. No sé cómo. No entendí nada en ese momento pero después experimenté un consuelo y una paz en mi interior que me hizo realmente olvidar que estaba en esa prisión”.
Cada día de su cautiverio pensó que sería el último de su vida. Fue retenido en condiciones inhumanas junto a 250 cristianos de su parroquia de Qaryatayn en Siria. Aunque asegura que pese al miedo, experimentó más que nunca que Dios estaba a su lado.
"Ese fue el milagro, que en el momento más duro y oscuro, de ruido, como dice Santa Teresa, Dios está presente. Recuerdo que desde el primer momento que entraron los yihadistas en el monasterio y me secuestraron, me metieron en el coche y me llevaron al desierto, sentí muy claramente la presencia de la Virgen María a mi lado”.
Pese a lo vivido, dice que hay signos de esperanza en el horizonte. Su monasterio de Mar Elian era una casa de puertas abiertas hasta que los yihadistas lo volaron por los aires para eliminar cualquier atisbo de cristianismo. Sin embargo, lo más valioso sobrevivió a las bombas.
"Descubrí por una fotografía que las reliquias que custodiaba el monasterio están intactas. Fue una enorme sorpresa. Saber que las reliquias no han desaparecido me ha dado mucho valor y esperanza de que podré un día volver, si Dios quiere, junto toda mi parroquia que ha perdido todo y cuyas casas han sido destruidas, para reconstruir nuestro pueblo, el monasterio y ser de nuevo una fuente de protección, de consuelo, de valor y un testimonio de fe y de convivencia y colaboración entre los musulmanes y los cristianos de la región”.
El padre Mourad aún no ha podido volver a Siria. Vive en el Kurdistán iraquí a la espera de regresar para reconstruir lo que el odio se llevó por delante.
"El mal nunca vencerá. El mal terminará algún día. La guerra va a terminar y terminará. Vivimos siempre con esa esperanza”.
Pero para ello hay que actuar. Reclama a Occidente y a sus cristianos que no vuelvan la mirada ante el sufrimiento de los sirios y que no cierren las puertas a los que huyen de las bombas. Pide honestidad a los gobernantes, que sean capaces de ser más humanos y compasivos para detener de forma real esta guerra que desde hace 6 años desangra la cuna del cristianismo.