En el capítulo tercero de su “Ética: cuestiones fundamentales”, alude Spaemann a un diálogo de Sócrates, que le dice a su interlocutor: si el placer es el único fin apetecible, será intensamente feliz el que siempre tiene sarna y puede rascarse de continuo. El otro se enfada ante semejantegrosería, respondiendo que hay otros placeres más altos. Entonces se plantea Spaemann, ¿qué diferencia hay entre las más altas especies de placer y las más bajas? ¿Y porqué el lenguaje mismo diferencia entre alegría y placer?
a) Las diferencias entre el “mero” placer y la alegría no son solamente subjetivas.
- El placer físico es compatible con un estado depresivo. Al revés, la alegría es compatible con dolores físicos, con tal que no absorban toda nuestra atención. (La alegría no es simplemente un placer físico sino que implica un bienestar del espíritu).
- Además no dudamos de qué tipo de bienestar es más importante, si el placer o la alegría: del placer no se saca nada más, como puede comprobar un depresivo, pero no tiene sentido preguntarse qué se saca de la alegría. (Esto sugiere también que la alegría es un placer más valioso o elevado porque tiene sentido en sí misma, y no simplemente es útil para otra cosa, mientras que el placer a veces se busca para otra cosa, como evadirse de un problema. De hecho el placer puede encerrarnos en nosotros mismos, mientras que la alegría nos abre a los demás, lo que es signo de tener un valor más personal).
- El placer tiene (simplemente) una causa (más bien física); la alegría, en cambio tiene un objeto o un contenido (más elevado): nos alegramos “con algo” o “de algo”, cuyo valor puede ser comparado con el de otro contenido (no nos “vale” igual una música que otra, un amigo que otro, etc.). La alegría se asocia a contenidos valiosos de la realidad.
- Quien busca por encima de todo el placer, no experimenta la alegría. En cambio el que es capaz de prescindir de sí mismo –renunciando a veces al placer– es capaz de gozar de algo y con algo, de alcanzar el gozo o la alegría. (La alegría no es un placer físico sino de otro tipo, que paradójicamente a veces se logra renunciando a un placer físico).
b) Pues bien, llamamos valores a los contenidos valiosos de la realidad, a ese “algo” que cuando lo encontramos nos produce sentimientos como alegría y tristeza, respeto o amor.
- Es propio de los valores el que no se presentan de repente sino poco a poco, en la medida en que uno aprende a objetivar sus intereses; es decir, a diferenciar entre qué es más valioso y qué es menos valioso de la realidad (un niño solamente puede apreciar el valor de los diamantes, de las rosas o de los peces si se le pone en contacto con ellos y se le explican algunas cosas). Esto exige un tiempo y un proceso de aprendizaje, una educación de los valores.
- La educación de los valores no requiere ante todo enseñara “defender los propios intereses”, sino la capacidad de interesarse por algo, “tener intereses” más allá de uno mismo. Sin eso no se alcanza a ver los contenidos valiosos de la realidad y por tanto a ser feliz. En cambio, a través de experiencias como el amor humano o la amistad, la belleza, la búsqueda de la verdad en las ciencias, etc., y del saborear las alegrías más auténticas (en la familia, la solidaridad con los que sufren, la renuncia de uno mismo para servir al otro, la belleza de la naturaleza o del arte), se contribuye a fomentar los intereses, educar los deseos y afinar el gusto interior por los contenidos más valiosos de la realidad. Se entiende que hablamos de experiencias humanas que se asumen y hacen propias también por medio de la reflexión y el diálogo con los demás. Así para valorar adecuadamente la alegría hace falta seguramente alguna experiencia del dolor propio y ajeno (o de la melancolía, como escribe en típica perspectiva romántica el poeta John Keats).
a) La captación de los valores tiene la particularidad de que no es posible captarlos aisladamente unos de otros, sino en la referencia a otros. Es posible darse cuenta de que en la realidad misma, y no solo en los gustos personales, hay una cierta jerarquía de los valores (no todas las cosas valen igual porque no todas tienen la misma calidad, y esto solo se aprende por la experiencia). Dicho de otro moso, la jerarquía de los valores no es solamente la que cada uno tiene, sino que hay una jerarquía de valores en la realidad misma; otra cosa es que uno la perciba más o menos.
Así, no se puede valorar igual la conducta de alguien que obra por la justicia que la conducta de otro que se mueve por puro placer (por ejemplo, el que salva a una mujer que se está ahogando con el fin de raptarla, en comparación con el que la salva sencillamente porque es lo que debe hacer ante una vida humana en peligro). Si la justicia tuviera el mismo valor que la búsqueda del placer, entonces no hablaríamos de una persona valiente o valerosa cuando alguien prefiere perseverar en lo justo antes que un tranquilo placer.
De ahí que la formación del sentido de los valores tiene que ver con la formación del sentido de su jerarquía, es decir, con la capacidad para distinguir lo más importante de lo menos, y esto es una condición para la auténtica realización personal y para la comunicación con los demás.
Como aparece en la película "Un amigo para Frank" (Robot & Frank, J. Schreier, 2012), un robot puede distinguir lo que es favorable para tu salud, si está programado para ello; pero si le preguntas qué es robar, si es bueno o no, solo podrá responder algo así: "dispongo de definiciones de esos términos pero no los entiendo"; "no tengo una opinión al respecto", o "no me preguntes sobre eso, pues te recuerdo que no soy una persona".
b) Otras condiciones para captar los valores:
- Ser feliz significa armonía y amistad consigo mismo (y esto no es sobre todo una condición previa como más bien un fruto de la capacidad de valorar adecuadamente; también sucede que la persona madura es la que tiene también más capacidad para captar nuevos valores). Por eso nuestras valoraciones, -y los estados y comportamientos que de ellas se derivan– no pueden depender solo de los estímulos externos casuales o de los humores interiores; sino que han de fundarse en un orden objetivo, de modo que podamos ir logrando la unidad y el acuerdo con nosotros mismos (relacionando la experiencia con la razón) y con los demás.
- Por tanto los intereses subjetivos no pueden establecerse de modo individualista. “Si cada uno se ocupa de sus gustos, y no existe una medida común que sitúe los intereses en una jerarquía, en un orden según su rango y urgencia, entonces no se puede superar la contraposición de intereses” (Spaemann). Sería imposible todo diálogo, solo nos diríamos unos a otros continuamente, como los niños pequeños: “Yo quiero esto”. Sinembargo todos los días asistimos a acuerdos entre nosotros y acuerdos sociales mediante los que funcionamos bien. Y esto es porque no solo se plantea la cuestión “de quién” son los intereses, sino también la cuestión “qué interesa” (por ejemplo, si se llega a un acuerdo que favorece a los no fumadores, no es porque sean mejores personas, sino porque se reconoce que el valor que invocan tiene preferencia sobre el placer de fumar).
- La capacidad personal para una acción valiosa se garantiza solamente si uno está dispuesto a aceptar ese valor aunque se oponga a nuestra inmediata satisfacción. Más aún, “la capacidad de conocer valores crece si uno está dispuesto a someterse a ellos y disminuye cuando no se da esa disposición” (Spaemann).
- Ese conocimiento no se alcanza ante todo por el discurso o la enseñanza (que sin duda importan), sino, como estamos viendo, por la experiencia y la práctica (solo el que se aprende el lenguaje del arte llega a comprender lo que es más o menos valioso en ese terreno; y lo mismo sucede con la calidad de los textos literarios o de las películas). Por eso “se equivoca quien afirme que no hay criterios para establecer un ranking de cualidades” o de valores. Uno de esos criterios precisos es la intensidad, la profundidad y la duración del gozo que se experimenta con unas actividades o con otras, con unos libros o películas más que con otros. (En resumen no existen solo los gustos: hay valores objetivos, si no fuera así todos los premios serían injustos).
- Es experiencia común que la captación de los valores más altos, los que producen un gozo mayor y más profundo tiene un carácter menos apremiante, es decir, requiere más tiempo, más atención y más actividad y cierta disciplina (ver la televisión requiere una actividad mínima, en comparación con leer libros; en general se puede decir que los que leen más tienen más sensibilidad vital que los que ven más televisión, y esto se detecta más claramente en los casos extremos).
En síntesis, ¿Cómo saber la importancia de los valores? Por medio de la educación o la formación en los valores, que implica sobre todo la experiencia e implica, como es lógico, la enseñanza.
Para la captación de los valores, hay dos obstáculos que parecen opuestos (cuando no lo son tanto): la apatía y la ceguera de la pasión.
- Un ejemplo de lo primero, la apatía, es la historia bíblica de Esaú, que por apatía, prefirió un plato de lentejas a su primogenitura. El apático no capta en su verdad la jerarquía de valores.
- Respecto de las pasiones, hay que decir que no son en sí mismas buenas ni malas: si llevan a actos buenos son buenas, y si llevan a actos malos son malas. Un ejemplo, también bíblico, de lo segundo, la ceguera pasional, es la pasión de David por Betsabé, esposa de uno de sus generales. Esa pasión le hizo, ciertamente, ver la belleza de aquella mujer, que era una cualidad valiosa (la pasión no siempre es mala, pues nos manifiesta un valor o un desvalor). Pero la misma pasión le desfiguró las proporciones y el orden de los valores en juego, de modo que actuó por egoísmo, prefiriendo el placer a la justicia. El pecado de David no estuvo en apreciar la belleza de Betsabé, sino en quererla poseer por encima de la vida de su marido. No se puede invocar la ceguera de la pasión, ya que el hombre no es un animal, y por eso es responsable ante un tribunal. En resumen, la pasión nos descubre valores, pero no su jerarquía (también otras pasiones como la ira o la compasión nos hacen ver los valores, pero no nos informan sobre cómo actuar y puede suceder que nos inciten a hacerlo de modo irracional. Por ejemplo, encontramos un accidentado de tráfico inconsciente y, por compasión, deseamos levantarlo y meterlo en nuestro coche; esto es un error, porque puede tener un daño en la médula espinal y podemos estropearlo mucho más; lo que debemos hacer es llamar a una ambulancia, donde habrá personas expertas en mover a accidentados). La apatía y la ceguera pasional coinciden en no captar la jerarquía de valores.
- Además las pasiones van y vienen, mientras que los valores permanecen. Por eso aquél cuya disposición a ayudar a los demás en sus necesidades depende solo de un sentimiento de compasión, pronto abandonará esa ayuda. Lo mismo pasa con el amor: la pasión tiene que ver con el amor al principio; pero aquel cuyo amor solo depende de la pasión, y no aprende a comprometer su libertad a favor de la fidelidad, está abocado a fallar en su compromiso; en cambio cuando el amor se ha apoderado de su voluntad o su voluntad ha captado el amor, no deseará romper ese compromiso. Por sí misma la pasión no crea la respuesta adecuada a un valor.
¿Cómo controlar las pasiones? Ante todo, aprendiendo a integrar las propias experiencias y sentimientos con la razón por medio de la reflexión, y al mismo tiempo también con la dimensión social de la persona, por medio del diálogo.
¿Y qué pasa cuando hay que actuar y movidos por una pasión o un sentimiento podemos equivocarnos? ¿Cómo estar seguros de lo que hay que hacer? Para esto solo hay una solución: la formación previa de los hábitos de reflexión y de conducta. Quien está bien informado y está acostumbrado a reflexionar y actuar en determinadas circunstancias es el más preparado para acertar. En ética, los hábitos para obrar bien se llaman virtudes (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, etc.). Las virtudes, que son distintas de los valores, son la única vacuna y la única solución ante los posibles arrebatos e imprudencias en el manejo de las pasiones. La formación de virtudes requiere una educación esmerada, con tiempo y esfuerzo.
En cuanto al amor, es muy común confundir la pasión amorosa o el enamoramiento con el amor propiamente dicho. Éste tiene un valor superior a la pasión amorosa porque implica el compromiso en la fidelidad de una persona hacia otra. Esta fidelidad no implica que si la otra muere, la que permanece viva no pueda asumir nuevos compromisos.
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Preguntas de autoevaluación
(Verdadero/Falso)
1. La diferencia entre las más altas especies de placer y las más bajas es una cuestión meramente subjetiva
2. Llamamos valores a los contenidos valiosos de la realidad, y no sólo a gustos o sentimientos meramente subjetivos
3. Una diferencia entre la alegría y el placer (entendido como bienestar subjetivo) es que la alegría es compatible con el prescindir de sí mismo para poder gozar de algo y con algo
4. Hablando de la educación de los valores, lo más fundamental es enseñar a defender los propios intereses
5. La captación de los valores tiene la particularidad de que no es posible captar aisladamente cada uno de ellos, sino tan sólo en los actos de preferir o preterir
6. El conocimiento de los valores se alcanza ante todo por el discurso o la enseñanza
7. La capacidad de conocer valores no depende de si uno está dispuesto a someterse a ellos
8. El carácter apremiante de los valores está casi siempre en razón inversa a su altura, porque precisamente los más altos, los que producen más gozo, requieren cierta disciplina para ser captados.
9. La apatía y la ceguera de la pasión son dos obstáculos, claramente opuestos entre sí, para la captación de los valores.
10. La pasión ayuda a descubrir la jerarquía de valores