En esta semana, varios del equipo de Primeros Cristianos hemos tenido la oportunidad de estar en Roma, cerca del Papa y los mártires de los primeros siglos. Hemos escuchado varias veces al Romano Pontífice y nos ha impresionado el modo en que se refiere a los perseguidos por la fe y las víctimas del atentado en la Universidad de Garissa, en el este de Kenia.
Hay que leer con detenimiento todas las palabras que ha pronunciado en la Semana Santa. Pero si tuviera que quedarme con un texto, me quedaría con las hermosas palabras de la Misa Crismal, en la mañana del Jueves Santo (2 de abril). Allí, el Papa hablaba de algunos cansancios.
1. El cansancio del pastor que trabaja por el pueblo y tiene “la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios”.
2. El cansancio “de la gente, de las multitudes”. Como muestra el Evangelio, es un trabajo agotador, pero “es cansancio del bueno, lleno de frutos y de alegría”.
3. El cansancio que provoca el demonio y sus aliados. Como “sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallarla y tergiversarla”.
4. Y, por último, “el cansancio de uno mismo”. Es el cansancio del “querer y no querer”; el de coquetear con "la mundanidad espiritual” (una expresión clásica del pensamiento de Francisco), jugar con la ilusión de ser otra cosa y "añorar los ajos y las cebollas de Egipto".
Como nos recuerda el Papa, tenemos que “aprender a estar cansados, pero bien cansados”. Unas palabras espléndidas que vienen avaladas por el ejemplo de este Papa que se da con tanta generosidad en unos años donde hay tantos mártires como en los primeros siglos del cristianismo.