Cada día miles de turistas visitan la ciudad de Roma, atraídos por la imponente belleza de su gran patrimonio artístico. La capital de Italia es un importante referente en muchas materias, aparte de la cultura, como la gastronomía o el derecho, entre otras. Lo es también para el cristianismo. De hecho, los católicos vivimos pendientes de Roma, ya que allí se encuentra la Ciudad del Vaticano, donde reside el Papa. El máximo esplendor del cristianismo se manifiesta en Roma. En sus cuadros, sus esculturas, sus iglesias… Gran parte de las obras artísticas de Roma están relacionadas con el culto cristiano, ya sea en funcionalidad o en temática, y encontramos su gran exponente en la Basílica del Vaticano.
Sin embargo, Roma también esconde la cara más humilde de la religión católica: las catacumbas. Bajo el suelo de la ciudad, los primeros cristianos se reunían clandestinamente para dar culto a Dios, ya que eran perseguidos con dureza por los romanos. Estas galerías subterráneas estaban destinadas principalmente al enterramiento, pero las primeras comunidades cristianas se refugiaban en ellas durante la época de las persecuciones.
Pese a ello, los primeros cristianos no sepultaron su fe bajo tierra, sino que dieron testimonio de ella públicamente, lo que a muchos les costó la vida, y se convirtieron en mártires. Fue en las catacumbas donde aquellos heroicos cristianos encontraron la fuerza y el apoyo para afrontar las persecuciones, mientras oraban al Señor.
Con el Edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en el año 313, los cristianos dejaron de ser perseguidos. Podían profesar su fe libremente e, incluso, construir lugares de culto e iglesias. De este modo, las obras artísticas relacionadas con la religión católica fueron muy prolíficas. La Piedad, La Capilla Sixtina, La Basílica de San Juan de Letrán, El Éxtasis de Santa Teresa, La conversión de San Pablo, etc., son algunas de las muchas obras de arte, de grandes artistas como Miguel Ángel, Caravaggio o Bernini, que guarda la ciudad de Roma, y que muestran la cara más resplandeciente del cristianismo.
La otra cara de la moneda serían las catacumbas, que pese a su precariedad y recogimiento, sembraron los frutos más valiosos del cristianismo: los santos y mártires que dieron la vida por Jesucristo y por su Palabra. Ese es, sin duda, el mayor tesoro de la Iglesia Católica.
María Monreal