28 de junio de 2006 - SANTIAGO EL MENOR

 

Intervención de Benedicto XVI en la que presentó la figura de santiago, el menor

Una relación inseparable une al cristianismo con la religión judía, constata Benedicto XVI

Al meditar en la audiencia general sobre el apóstol Santiago el Menor

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 28 junio 2006 (ZENIT.org).-

  Santiago el Menor  
   

Benedicto XVI constató la relación inseparable que une al cristianismo con el judaísmo durante su intervención en la audiencia general de este miércoles, en la que reflexionó sobre la figura del apóstol Santiago el Menor.

Ante unos 25.000 peregrinos, que tuvieron que soportar un tremendo calor en la plaza de San Pedro, el pontífice continuó con la serie de meditaciones semanales en las que está profundizando en la figura de los doce apóstoles para ilustrar el origen e identidad de la Iglesia.

Autor de una de las cartas del Nuevo Testamento, Santiago el Menor, como reconoció el Papa, ha pasado a la historia por su intervención en el Concilio de Jerusalén, en pleno debate entre los apóstoles sobre si los gentiles (no judíos) debían someterse a la ley de Moisés para seguir a Cristo.

Según la propuesta, aceptada por todos los apóstoles presentes, que ha quedado recogida en el libro de los Hechos de los Apóstoles, no era necesario someter a la circuncisión a los gentiles que creyeran en Jesucristo, sólo se les debería pedir que se abstuvieran de la costumbre idolátrica de comer carne de animales ofrecidos en sacrificio a los dioses, y de la «impureza», término que probablemente aludía a las uniones matrimoniales no permitidas.

«En la práctica, se trataba de aceptar sólo pocas prohibiciones de la legislación de Moisés, consideradas importantes», explicó el Papa.

De este modo, según siguió diciendo, «se alcanzaron dos resultados significativos y complementarios, ambos todavía hoy válidos».

  Martirio Santiago el Menor  
   

Por una parte, aclaró, «se reconoce la relación inseparable que une al cristianismo con la religión judía, como su matriz perennemente viva y válida; por otra, se permitió a los cristianos de origen pagano conservar la propia identidad sociológica, que hubieran perdido si hubieran sido obligados a observar los llamados "preceptos ceremoniales" de Moisés».

«En definitiva --constató--, comenzaba una práctica de recíproca estima y de respeto, que, a pesar de las dolorosas incomprensiones posteriores, buscaba por su propia naturaleza salvaguardar lo que era característico de cada una de las dos partes».

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