Guardini escribió libros memorables como "La esencia del cristianismo" o "El espíritu de la liturgia".
El sueño de Guardini
En 1964 -cuatro años antes de su muerte- tuvo un sueño, que relata de esta manera:
«En el sueño se decía que cuando el hombre nace, se le entrega una palabra,
y era importante lo que esto significaba: no era sólo un talento, sino una
palabra. Esta es pronunciada en el interior de la esencia del hombre y es
como la palabra clave para todo lo que posteriormente sucede […]. Todo lo
que acontece en el decurso de los años es consecuencia de esta palabra, es
su explicación y realización»
(R. Guardini, Apuntes para una autobiografía, ed. Encuentro, Madrid 1992, pp. 12-13, original alemán de 1985, publicado de modo póstumo. Guardini comenzó a escribir esta autobiografía en los años cuarenta, a punto de cumplir 60 años)
Su conversión (espiritual e intelectual)
Durante su etapa de estudiante de Economía Política tuvo una crisis de fe, de la que salió en 1905, y así lo cuenta:
«Ya no soy capaz de recordar qué reflexiones contribuyeron a esto [el acercamiento
a la fe cristiana], pero entonces se me reveló un conocimiento que
justificó y dio forma a mi completo desarrollo interior, y que desde entonces
fue para mí como la verdadera llave de acceso a la fe. Recuerdo como si fuera
ayer el momento en que este conocimiento se convirtió en decisión. Fue en
la pequeña buhardilla de la casa de mis padres, en la Gossenheimerstrasse.
Karl Neundörfer y yo habíamos discutido sobre la cuestión que nos
preocupaba y mis últimas palabras habían sido: “Hay que llegar a la frase:
‘Quien quiera conservar su alma, la perderá; quien la dé, la salvará”. […]
Poco a poco me había ido quedando claro que existe una ley según la cual
el hombre, cuando “conserva su alma”, es decir, cuando permanece en sí
mismo y acepta como válido únicamente lo que le parece evidente a primera
vista, pierde lo esencial. Si por el contrario quiere alcanzar la verdad y en ella
su auténtico yo, debe darse […]. Yo me senté en mi mesa y seguí dando
vueltas a la frase: “Dar mi alma, pero ¿a quién? ¿Quién puede pedírmela?
¿Pedírmela de tal modo que ya no sea yo quien puede disponer de ella?” No
‘Dios’ simplemente, ya que cuando el hombre pretende arreglárselas solo
con Dios, dice ‘Dios’ y está pensando en sí mismo. Por eso tiene que existir
una instancia objetiva que pueda sacar mi respuesta de los recovecos de mi
autoafirmación. Pero sólo existe una instancia así: la Iglesia católica con su
autoridad y precisión. La cuestión de conservar o entregar el alma se decide,
en último término, no ante Dios sino ante la Iglesia. Entonces sentí como
si todo – realmente ‘todo’ mi ser – estuviese en mis manos, como en una
balanza en equilibrio: “Puedo hacerla inclinarse hacia la derecha o hacia la
izquierda. Puedo dar mi alma o conservarla”… Y la hice inclinarse hacia la
derecha. El momento fue completamente silencioso; no consistió ni en una
sacudida ni en una iluminación, ni en ningún tipo de experiencia extraordinaria.
Fue simplemente que llegué a una convicción: “Es así”, y después el
movimiento imperceptiblemente dócil: “Así debe ser”»
(Ibid., pp. 798-100).
Oración por la beatificación de Romano Guardini
Señor Jesucristo,
Has llamado a tu siervo Romano Guardini a ser insigne profesor y educador
de las jóvenes generaciones, ganándolas así para la Iglesia.
Le has dotado de una mente clara y de un lenguaje brillante para esclarecer
tu Verdad a muchos.
Le has mantenido en el camino recto en medio de tiempos muy difíciles,
llegando a ser modelo para innumerables personas, también para la resistencia
cristiana en un Estado totalitario.
Le has reforzado en su lucha contra la depresión y otros sufrimientos.
Le has concedido el don de la fidelidad a los amigos.
Le has acompañado con tu bendición en su tarea de sacerdote y predicador,
también con los no creyentes.
Te pedimos que nos concedas el poder venerarle,
para que los hombres de hoy reconozcan la santidad de tu Iglesia,
para que los jóvenes también se puedan entusiasmar contigo,
para que los que sufren en el alma y en el cuerpo se puedan confortar con
su ejemplo,
para que se reconozca nuevamente la santidad de Dios.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre. Amén.
Ramiro Pellitero