Quizá ahora alguno de vosotros puede pensar que la jornada ordinaria, el habitual ir y venir de nuestra vida, no se presta mucho a mantener el corazón en una criatura tan pura como Nuestra Señora. Yo os invitaría a reflexionar un poco.
¿Qué buscamos siempre, aun sin especial atención, en todo lo que hacemos? Cuando nos mueve el amor de Dios y trabajamos con rectitud de intención, buscamos lo bueno, lo limpio, lo que trae paz a la conciencia y felicidad al alma. ¿Que no nos faltan las equivocaciones? Sí; pero precisamente, reconocer esos errores, es descubrir con mayor claridad que nuestra meta es ésa: una felicidad no pasajera, sino honda, serena, humana y sobrenatural.
Una criatura existe que logró en esta tierra esa felicidad, porque es la obra maestra de Dios: Nuestra Madre Santísima, María. Ella vive y nos protege; está junto al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, en cuerpo y alma. Cumplido el tiempo de la purificación de la Madre, según la Ley de Moisés, es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor.
Y esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios? ¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón.
Acudimos a Ella —tota pulchra!—, con un consejo que yo daba, ya hace muchos años, a los que se sentían intranquilos en su lucha diaria para ser humildes, limpios, sinceros, alegres, generosos. Todos los pecados de tu vida parece como si se pusieran de pie. No desconfíes. Por el contrario, llama a tu Madre Santa María, con fe y abandono de niño. Ella traerá el sosiego a tu alma.
S. Josemaría, Amigos de Dios, 292
Santo Rosario
Es justo, dulce Señora, que me hagas un regalo,
prueba de cariño: contrición, compungirme de
mis pecados, dolor de Amor...Óyeme, Señora,
Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano —
tenuisti manum dexteram meam!— y si algo hay
ahora en mí que desagrade a mi Padre-Dios, haz
que lo vea y entre los dos lo arrancaremos.S. Josemaría, Apuntes, 7-X-1932
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