Para aprovechar la gracia que Nuestra Madre nos trae en el día de
hoy, y para secundar en cualquier momento las inspiraciones del Espíritu Santo, pastor
de nuestras almas, debemos estar comprometidos seriamente en una actividad de
trato con Dios.
No podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un
encuentro personal con Dios, no existirá. La superficialidad no es cristiana. Admitir la
rutina, en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción del alma
contemplativa. Dios nos busca uno a uno; y hemos de responderle uno a uno: aquí estoy,
Señor, porque me has llamado.
Somos cristianos corrientes; trabajamos en profesiones
muy diversas; nuestra actividad entera transcurre por los carriles ordinarios; todo se
desarrolla con un ritmo previsible. Los días parecen iguales, incluso monótonos...
Pues, bien: ese plan, aparentemente tan común, tiene un valor divino; es algo que interesa a
Dios, porque Cristo quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta
las acciones más humildes.
Repasad en la oración esos argumentos, tomad ocasión precisamente de ahí para decirle
a Jesús que lo adoráis, y estaréis siendo contemplativos en medio del mundo, en el
ruido de la calle: en todas partes. Esa es la primera lección, en la escuela del trato con
Jesucristo.
De esa escuela, María es la mejor maestra, porque la Virgen mantuvo siempre
esa actitud de fe, de visión sobrenatural, ante todo lo que sucedía a su alrededor:
guardaba todas esas cosas en su corazón ponderándolas.
Nuestra Madre ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de los hombres
santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los sucesos de que han
sido protagonistas.
Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia
de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar esta ternura del Cielo,
incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón inmaculado: mi alma glorifica
al Señor, y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha
puesto los ojos en la bajeza de su esclava.
Los hijos de esta Madre buena, los primeros
cristianos, han aprendido de Ella, y también nosotros podemos y debemos aprender.
S. Josemaría, Es Cristo que pasa, 174
Amigos de Dios, 241
Supliquemos hoy a Santa María que nos haga
contemplativos, que nos enseñe a comprender
las llamadas continuas que el Señor dirige a
la puerta de nuestro corazón.Roguémosle:
Madre nuestra, tú has traído a la tierra a Jesús,
que nos revela el amor de nuestro Padre Dios;
ayúdanos a reconocerlo, en medio de los afanes
de cada día; remueve nuestra inteligencia y
nuestra voluntad, para que sepamos escuchar
la voz de Dios, el impulso de la gracia.S. Josemaría, Es Cristo que pasa, 174
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